La leyenda del Bosque sin nombre - Pedro Riera - E-Book

La leyenda del Bosque sin nombre E-Book

Pedro Riera

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Beschreibung

Animales de distintas especies conviven en armonía en el Bosque sin nombre. Esta es la historia de su origen. Insectos, aves, mamíferos..., todos llegaron al Bosque huyendo del hambre, las guerras, la servidumbre y la injusticia. Después de escapar a través de un paraje desolado y peligroso, encontraron un lugar que había sobrevivido a la Gran Devastación, un bosque donde podían vivir todos en paz. Allí fueron llegando un ciervo, una garrapata, un cuervo, ratones, una oca, una avispa y un cangrejo. No había ni jefes ni clanes ni líderes, sino que la convivencia se fundamentaba en el respeto mutuo y la igualdad.Pedro Riera recibió el Premio CCEI en 2008 por esta novela de fantasía infantil donde explora una sociedad utópica que le sirve de vehículo para destacar la importancia de los valores humanos que hacen del mundo un lugar mejor. Esta es una lectura preciosa y educativa dirigida a los más jóvenes.-

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Pedro Riera

La leyenda del Bosque sin nombre

 

Saga

La leyenda del Bosque sin nombre

 

Copyright © 2023 Pedro Riera and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728515099

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Para Mar, Laura, Blanca y Violeta

Algunas noches de luna llena, en las que reina una magia especial en los bosques, puede ocurrir que un ciervo anciano se ponga a contar la Leyenda del Bosque sin Nombre. Cuando eso sucede, los demás animales se apresuran a reunirse a su alrededor. Los zorros salen de sus madrigueras, las abejas abandonan el panal, los búhos ocupan las ramas cercanas al narrador. Todos escuchan en respetuoso silencio y fascinados, especialmente los más pequeños. Muy pronto, en todo el bosque sólo se oye la voz del viejo ciervo, contando la historia de un grupo de animales que eran diferentes a lo demás y por ese motivo fueron perseguidos. Todos tuvieron que huir. Y todos encontraron refugio en el mismo bosque.

La Leyenda del Bosque sin Nombre se remonta a la época de la Gran Catástrofe. Nadie sabe exactamente qué ocurrió. Por aquellos tiempos se decía que la tierra se abrió de repente y empezó a escupir fuego, que las montañas se hundieron, que los ríos se secaron y que los bosques ardieron. Lo único que se sabe a ciencia cierta es que enormes extensiones de terreno quedaron arrasadas y que durante mucho tiempo nadie se atrevió a aventurarse por aquella zona desolada. Los osos más temerarios y los jabalíes más intrépidos huían despavoridos ante el olor a muerte que desprendía aquel lugar maldito. Ni siquiera las águilas reales se atrevían a sobrevolarlo. Todavía hoy la sola mención de la Gran Catástrofe sigue causando horror.

Según la leyenda, fue precisamente en medio de aquel territorio devastado que milagrosamente sobrevivió intacto un pequeño bosque: el Bosque sin Nombre.

HOMERO, EL CIERVO FILÓSOFO

Homero, el ciervo filósofo, fue desde el día de su nacimiento un ciervo enfermizo. Era bastante habitual que alguna dolencia le obligara a guardar reposo durante largas semana y no le permitiera jugar con sus amigos. Sin embargo, y a pesar de su delicada salud, tuvo una niñez muy feliz. Sus padres le adoraban y él era un cervatillo alegre y sensible que caía simpático a todo el mundo. Seguramente se habría convertido en un joven dichoso de no ser porque un suceso terrible alteró bruscamente su vida. Una tarde de primavera en que sus padres salieron a pasear solos por el bosque, un gran lobo negro los atacó y los mató a ambos.

Homero quedó al cuidado de su clan, el Clan del Norte. Y aunque todos le trataban con mucho cariño, durante meses apenas habló con nadie. Estaba demasiado abatido. Luego, con el paso del tiempo, se fue recuperando de la profunda pena que sentía, pero ya nunca volvió a ser el cervatillo alegre de su primera infancia. El sufrimiento, además, agravó sus problemas de salud y no pudo llevar la misma vida que los demás ciervos de su edad. Mientras sus compañeros se dedicaban a hacer ejercicio y a competir entre ellos, él permanecía en el campamento con los adultos. Homero se convirtió en un joven silencioso y educado, nunca interrumpía a nadie cuando hablaba y siempre escuchaba atentamente. Los patriarcas le tomaron mucho afecto y acabaron por discutir los asuntos del grupo aunque él estuviera delante. Así fue como Homero llegó a conocer las tradiciones y las leyes de su clan.

El bosque donde vivían estaba dividido en cuatro grandes zonas, que dominaban cuatro diferentes clanes de ciervos: el Clan del Norte, al que pertenecía Homero; el Clan del Sur; el Clan del Este y el Clan del Oeste.

Los cuatro clanes se habían enfrentado en tres sangrientas guerras a lo largo de su historia. Y aunque seguían siendo enemigos, hacía ya muchos años que mantenían una paz más o menos estable entre ellos. Todos respetaban el territorio de los otros y no se producían agresiones. Sólo los jóvenes de uno y otro clan se citaban a veces en algún prado para pelear entre ellos. Pero esos altercados se consideraban normales. Como decían los patriarcas: la juventud necesitaba un poco de acción. De todas formas, en las peleas nadie resultaba herido de gravedad.

En general se podía decir que la vida era bastante apacible. El único problema serio eran los lobos. Cada tanto, aparecía uno y devoraba a alguno de los ciervos. Entonces, los jóvenes guerreros organizaban una batida y lo expulsaban del territorio. Durante un tiempo volvían a dormir todos tranquilos.

Pero siempre, a los pocos meses, aparecía un nuevo lobo.

Hacía algunos días, un lobo rondaba el territorio del Clan del Norte. Ya había matado a dos miembros del grupo, así que se convocó una reunión pública del consejo de ancianos. Uno a uno, los siete patriarcas y el jefe del clan fueron dando su opinión. Todos estaban de acuerdo en que había que hacer una nueva batida y le encargaron a Zoltan que la organizara. Zoltan era un ciervo valiente y fuerte, que nadie dudaba sería el nuevo jefe del clan. Ya se iba a dar por concluida la reunión, cuando Homero se adelantó y pidió permiso para hablar. Todos se quedaron atónitos. Hasta ese día, nunca nadie se había atrevido a interrumpir el consejo de ancianos.

Zoltan, furioso, le gritó a Homero:

- ¿Cómo osas dirigirte al consejo de ancianos? ¿No sabes que con tu comportamiento nos insultas a todos?

- Lo que tengo que decir es importante- replicó Homero.

- No seas insolente. Vuelve a tu sitio con las hembras, que es donde le corresponde a un ciervo débil y enfermizo como tú. Deja que seamos los guerreros los que resolvamos este problema.

- Aplicar la fuerza sin inteligencia no servirá de nada.

Todos estaban muy sorprendidos de oír a Homero, un ciervo en general taciturno y tímido, hablar con esa seguridad al arrogante Zoltan.

- Dejémosle hablar- intervino uno de los patriarcas-. Homero es educado y discreto. Si ahora es osado, tendrá sus motivos.

Homero dio las gracias al anciano y habló:

- Zoltan, tú has dirigido las últimas batidas contra los lobos. Responde a mi pregunta, por favor. ¿De qué color era el último lobo que expulsaste de nuestro territorio?

- Gris, ¿por qué?

- ¿Y el anterior?

- Gris.

- ¿Y el otro?

- También gris. ¿A qué vienen esas preguntas? ¿Has interrumpido el consejo de ancianos para jugar a las adivinanzas? ¿Qué importa el color del lobo?

- Importa. Y mucho. Los lobos grises son poco comunes. Sin embargo los últimos tres que nos han atacado son grises. ¿No te parece extraño?

- Bah... Es sólo casualidad.

- No lo creo. Yo nunca he ido de batida, porque como bien has dicho soy un ciervo débil y enfermizo. Pero os he visto partir muchas veces. Normalmente, antes de conseguir expulsar a un lobo, tenéis que entablar una lucha feroz con él. Muchos de vosotros conserváis cicatrices de esas refriegas. Pero en las últimas tres batidas, ninguno de vosotros resultó herido porque el lobo huyó apenas os vio llegar.

- Eran lobos cobardes.

- No, no eran lobos cobardes.

- ¿Qué quieres decir?

- Que no hay tres lobos. Es siempre el mismo que vuelve. Y no es cobarde. Es listo. Muy listo.

- ¡¿Estás loco…?! Eso es absurdo.

- Pensadlo bien. El lobo ataca en nuestro territorio. Cada vez consigue matar a dos o tres ciervos antes de que organicemos una batida y lo expulsemos. Pero, ¿adónde va el lobo? ¿Adónde huye…? Muy sencillo. Se desplaza al territorio del Clan del Este. Allí mata a otros ciervos, hasta que le echan. Entonces, va a los territorios del Clan del Sur. Luego a los del Oeste. Por último vuelve a estar aquí. Siempre es el mismo lobo que va dando vueltas.

- Eso es sólo una suposición.

- Es algo más que una suposición. Desde que aparece el lobo, tardamos más o menos quince días en echarle. Es lógico suponer que a los demás clanes les lleve el mismo tiempo librarse de él. Si fuera así, el lobo estaría de vuelta en nuestro territorio cada mes y medio. Y ése es exactamente el tiempo que ha pasado entre cada uno de los tres lobos grises que han aparecido por aquí. Además, mi teoría explicaría por qué el lobo huye nada más veros. No lo hace porque os tenga miedo, huye porque no necesita luchar. Si se enfrentara a vosotros podría resultar herido. En cambio, si se desplaza a los territorios del Clan del Este, puede cazar un par de ciervos antes de que se organice una batida contra él.

El razonamiento de Homero dejó a todo el clan boquiabierto. Nadie sospechaba que aquel ciervo taciturno fuera tan inteligente. Sólo Valentina, una cierva tímida, lo creía desde hacía mucho tiempo, y ahora le contemplaba llena de admiración.

- Lo que yo creo- siguió Homero-, es que con una batida no solucionaremos el problema. Dentro de un mes y medio el lobo estará de nuevo en nuestro territorio. Y seguirá matando. Hay que actuar de otra forma.

- ¿Qué solución propones?- le preguntó el jefe del clan.

- Lo primero es confirmar mi teoría. Hay que ir al Clan del Este y preguntarles si cada mes y medio aparece un lobo gris por su territorio. Si es así, sólo hay una solución. Los cuatro clanes nos tenemos que unir para acabar con ese lobo.

La propuesta de Homero causó murmullos de desaprobación.

- ¡Eso es imposible!- protestó uno de los patriarcas.

- ¿Por qué es imposible?

- Porque los demás clanes son enemigos nuestros.

- ¿Y por qué lo son?

- Lo sabes muy bien, Homero. Nos hemos enfrentado con ellos en tres largas guerras. Nos has oído hablar de ello infinidad de veces.

- Sí, os he oído hablar muchas veces de las guerras que nuestros antepasados libraron contra los otros clanes. Siempre os he escuchado atentamente. Conozco los detalles de cada una de las victorias y de las derrotas, las grandes batallas a campo abierto, las emboscadas, los actos de heroísmo y las traiciones. Pero ni una vez os he oído mencionar el motivo por el que empezaron esas guerras. Eso es lo que os pregunto ahora. ¿Por qué las iniciamos?

Los siete patriarcas y el jefe del clan se quedaron en silencio, sin saber que responder. Era evidente que desconocían el motivo.

- Y si lo hemos olvidado- siguió Homero-, ¿no creéis que ha llegado el momento de hacer una paz real entre los clanes?

Alrededor de Homero volvía a reinar un gran silencio.

- Tus palabras son muy sabias- dijo el jefe del clan-, las más sabias que hemos oído en mucho tiempo. Nada podemos objetar contra tus razonamientos. Pero sigue habiendo un problema para el que no veo solución. ¿Quién convencerá a los demás clanes para que dejemos de ser enemigos? Todos hemos luchado contra ellos en algún momento. Ninguno de nosotros conseguirá entrar en su territorio sin que le ataquen.

- También, he pensado en eso- respondió Homero-. Iré yo. Yo he estado siempre demasiado débil para participar en las peleas que organizan los jóvenes guerreros. Nadie me guarda rencor. Además, mi aspecto frágil me protegerá. ¿Quién podría pensar que un ciervo tan endeble tiene intenciones hostiles? Dadme una oportunidad. Sólo necesitaré dos semanas para visitar a los tres clanes. Si fracaso o si no vuelvo, haced la batida contra el lobo gris.

El consejo de ancianos decidió por unanimidad darle una oportunidad a Homero. Al día siguiente, Zoltan y otros jóvenes guerreros le escoltaron hasta los confines donde empezaban los territorios del Clan del Este. A partir de allí, prosiguió él solo. No tardaron mucho en capturarle y en conducirle frente al consejo de ancianos. Al principio se burlaron de él, pero cuando empezó a hablar, todos se quedaron atónitos. En efecto, un lobo gris les atacaba cada mes y medio y después huía sin luchar. Los patriarcas del Clan del Este no tardaron en admirar la inteligencia del joven ciervo. Comprendieron que no tenían más remedio que luchar junto a sus antiguos enemigos si querían acabar con aquel astuto lobo gris. Homero convenció también a los jefes de los otros dos clanes y estuvo de vuelta en su campamento antes de que se cumplieran las dos semanas que tenía de plazo.

Cuatro días más tarde se convocó una reunión de representantes de los cuatro clanes para organizar el ejército que lucharía contra el lobo. Los participantes se miraban con desconfianza y hubo una gran discusión para decidir quién estaría al mando de las tropas conjuntas. Parecía que nunca se iban a poner de acuerdo, cuando Homero pidió la palabra.

- Nadie dirigirá las tropas- dijo-. Habrá cuatro ejércitos que lucharán uno al lado de otro, pero sin jefe.

- Si no hay coordinación entre nosotros- le gritó Zoltan, indignado-, el lobo escapará.

- Escapará si intentáramos cazarlo en campo abierto. Pero no escapará si le tendemos una emboscada. El lobo lleva ya mucho tiempo usando el mismo truco y sabe que funciona. Tenemos que hacerle creer que nos ha vuelto a engañar. El paso más sencillo para trasladarse de aquí a los territorios del Este es el desfiladero. Tú, Zoltan, organizarás la batida como siempre, para que el lobo no sospeche, y lo empujarás hacia el desfiladero. Los otros tres ejércitos esperarán al otro lado. El lobo no tendrá escapatoria.

Otra vez el razonamiento de Homero se impuso por su lógica.

El plan funcionó a la perfección. El lobo gris huyó por el desfiladero, confiando en su astucia. Pero cuando se encontró a más de doscientos ciervos cortándole el paso, su terror fue tal que ni siquiera intentó defenderse. Le dieron una paliza brutal. El lobo quedó tendido en el suelo, inconsciente y gravemente herido. Zoltan se acercó a él y se dispuso a atravesarle el cuello con sus afilados cuernos.

- Por todo el daño que nos has hecho- sentenció-, yo decido que debes morir.

- No lo mates- gritó Homero.

- ¿Por qué no voy a hacerlo? Él ha devorado a muchos de nuestros amigos. No podemos tener piedad de una bestia así.

- No te estoy pidiendo que tengas piedad de él. Lo que te pido es que le dejes ir. Si sale con vida de aquí, contará a todos que existe un bosque en que los ciervos se han organizado para combatir a los lobos. Te garantizo que ningún otro lobo se atreverá a acercarse por aquí en muchos años.

Zoltan se dio cuenta de que Homero tenía razón de nuevo. Pero odiaba obedecerle. Era la tercera vez que le llevaba la contraria en público y se sentía humillado. Así que decidió matar al lobo de todas maneras, y lo habría hecho si otros ciervos no se lo hubieran impedido a tiempo.

Esa noche se organizó una gran fiesta para celebrar la victoria que habían conseguido los cuatro clanes en su primer combate conjunto. Todos se divirtieron. Muchos de los que habían participado en la batida se habían sentido a gusto luchando al lado de sus antiguos enemigos. Ya a nadie le parecía absurdo que los cuatro clanes se unieran bajo la dirección de un ciervo inteligente y justo. Esa noche Valentina y Homero hablaron entre ellos por primera vez. Hasta entonces, la timidez les había impedido acercarse el uno al otro, pero desde siempre se habían gustado. Y una vez empezaron a hablar, parecía que ya nada les podría separar.

En la fiesta sólo hubo un gran ausente.

Zoltan estaba tan furioso que, mientras los demás se divertían, estuvo meditando en el bosque. Llevaba toda la vida preparándose para ser el jefe de su clan, y sólo si los cuatro clanes seguían enfrentados llegaría a ocupar ese puesto. Él era un guerrero, necesitaba que el peligro de guerra fuera real. Pero ahora, por culpa de ese ciervo escuchimizado, muchos creían que la paz era posible. Sin embargo, la situación no era tan grave. Homero era el único que podía unir a los cuatro clanes. Si los otros ciervos dejaban de confiar en él, dejarían también de creer en la posibilidad de vivir juntos. Zoltan llegó a la conclusión de que tenía que desprestigiar a Homero.

Los días siguientes, Zoltan estuvo ultimando un plan. Había tenido una idea brillante y muy sencilla. Iba a acusar a Homero de haberle robado su provisión de frambuesas. El robo era un delito muy grave entre los ciervos y normalmente se castigaba al ladrón con la expulsión del clan. Algunos de los más fieles seguidores de Zoltan estaban dispuestos a testificar en falso que habían sorprendido a Homero mientras cometía el delito.

Así Homero fue acusado injustamente de robo.

Se organizó un juicio público en su contra. La conmoción en el clan fue tal que todos los miembros asistieron al proceso. Cinco testigos declararon uno tras otro haber sorprendido a Homero mientras se comía las frambuesas de Zoltan. El juez ya iba a dictar sentencia, cuando Zoltan pidió hablar.

- Sé que para todos nosotros este juicio es muy doloroso- dijo-. Homero acaba de salvarnos del lobo gris. A ninguno nos gusta verle acusado de un delito tan grave, y no queremos que sea expulsado del clan. A mí mismo me ha costado mucho denunciar el robo, pero me he sentido obligado a hacerlo por el respeto que le tengo a las leyes y a las tradiciones del clan. Sin embargo, creo que hay momentos para mostrarse magnánimo. Estoy dispuesto a perdonarle si me pide públicamente perdón por el robo.

El discurso de Zoltan era muy astuto. Zoltan no deseaba que echaran a Homero del clan, sólo pretendía deshonrarle. Ningún ciervo que reconociera públicamente haber cometido un robo podría convertirse en jefe y mucho menos unir a los cuatro clanes. Además, Zoltan sabía que al mostrarse clemente con Homero, su popularidad dentro del clan aumentaría.

- La propuesta de Zoltan es muy generosa- dijo el patriarca que dirigía el juicio-. ¿Qué respondes, Homero? ¿Estás dispuesto a pedir perdón por el robo?

- No. Nunca pediré perdón por un delito que no he cometido.

- Piénsatelo- insistió el patriarca-. Cinco testigos te acusan y Zoltan te está ofreciendo una solución que nos contentaría a todos. Nadie quiere expulsarte del clan.

- ¡Jamás pediré perdón!

Se alzaron algunas voces entre el público, rogándole que se disculpara. Pero Homero se mantuvo firme.

- En ese caso- dijo el patriarca-, no nos dejas otra opción que condenarte a tres meses de exilio. Es el castigo mínimo marcado por nuestra ley.

- No acepto la condena.

- ¡Cómo te atreves!- gritó el juez-. ¡No puedes rechazarla!

- Sí que puedo. Por la ley militar de vuestros abuelos.

El juez le miró sorprendido.

- Ésa es una ley vieja. Se hizo para los tiempos de guerra. Nadie la ha usado en años.

- Nunca hemos firmado la paz con los demás clanes. Formalmente seguimos en guerra con ellos. Por lo tanto la ley está vigente.

Homero se volvió entonces hacia Zoltan y dijo en tono solemne:

- Zoltan, afirmo que la acusación es falsa y te reto a un duelo.

- ¡Esto es ridículo!- protestó el juez-. ¡¿Qué posibilidades tienes tú contra Zoltan?!

- Ninguna- respondió Homero-. Pero es la única forma que me queda para defender mi inocencia. Y pienso usarla. Yo no soy un ladrón.

- Está bien- dijo el juez-, tú lo has querido. Zoltan, ¿aceptas el reto?

- Sí, acepto- respondió Zoltan.

- Homero te ha retado. A ti te toca elegir el tipo de prueba en el que os enfrentaréis. Tienes un día para pensártelo.

Esa noche, la mayoría de los miembros del clan estuvieron muy inquietos y pocos consiguieron conciliar el sueño. Muchos empezaban a sospechar que el robo no se había producido y que, en efecto, no era más que un montaje para desacreditar a Homero. Valentina estaba muy triste. Los patriarcas parecían preocupados. No sabían cómo acabaría aquel asunto, pero no les gustaba la dirección que había tomado. Zoltan estuvo toda la noche dando vueltas por el bosque. El plan no había salido según sus cálculos. ¿Qué haría ahora? Homero era demasiado débil. Si luchaba contra él, parecería un abusón, y no le convenía dar esa imagen si se quería convertir en jefe del clan. Le haría impopular. Así que había que descartar la lucha. Tenía que buscar algo diferente. Una prueba que Homero no pudiera realizar y le obligara a retirarse. ¿Pero cuál? Cuando ya estaba a punto de amanecer, encontró la solución. Volvió al campamento y durmió un rato.

Por la tarde se reunió de nuevo todo el clan para escuchar la decisión que había tomado Zoltan.

- ¿Has decidido la prueba?- le preguntó el juez.

- Sí- dijo Zoltan-. La prueba será saltar de un lado al otro del desfiladero por arriba. De una cornisa a la del frente.

Todos se quedaron helados. En la parte más estrecha, el desfiladero medía cuatro metros de ancho. Zoltan era capaz de saltar esa distancia. Homero, no. Y la caída era de más de cincuenta metros. Si Homero intentaba saltar, se mataría. El juez con gran disgusto tuvo que aceptar la prueba que imponía Zoltan y estipuló que se celebraría en una semana.

Los días se sucedieron rápidos.

Mientras Zoltan se entrenaba para dar el gran salto, Homero permanecía tumbado al sol, muy relajado. Los demás miembros del clan, al verle tan tranquilo, pensaban que el inteligente ciervo había encontrado una solución para superar la prueba sin correr riesgos. Deseaban con todo su corazón que así fuera. Los únicos que estaban preocupados eran los patriarcas y Valentina. Los patriarcas sabían que Homero era un ciervo excepcional y que era imposible prever sus actos. Valentina temía que le pudiera suceder algo malo y fue la única que intentó convencerle de que no hiciera locuras. Homero la tranquilizó, pero no le dijo cuáles eran sus intenciones.

Por fin llegó el día del duelo.

La noticia se había propagado por todo el territorio. Más de quinientos ciervos de diferentes clanes acudieron a lo alto del desfiladero para presenciar el duelo. El patriarca que ejercía de juez dirigió un breve discurso a los presentes, explicando los motivos del enfrentamiento entre Zoltan y Homero. Sin más preámbulos se dio inicio a la prueba. Por ley, Zoltan tenía que ser el primero en saltar. Antes de hacerlo, se dirigió una vez más a Homero:

- Escúchame, tú sabes que nunca conseguirás saltar al otro lado. Pídeme perdón ahora y olvidaremos este asunto.

- Nunca pediré perdón por un robo que no he cometido.

- Está bien.

Zoltan se alejó del desfiladero para tomar carrerilla, se llenó los pulmones de aire y corrió con un galope poderoso hacia el precipicio. Se le veía concentrado y sereno. Llegó hasta el mismo borde y saltó. Todos los espectadores contuvieron el aliento. Zoltan voló en al aire y cayó al otro lado del desfiladero. Había ejecutado un salto perfecto que despertó murmullos de admiración.

- Es tu turno, Homero- dijo el juez.

Homero asintió y se dirigió hacia el borde del acantilado con paso tranquilo y la cabeza alta. Miró hacia Valentina y le sonrió. Todos empezaron a temer que fuera capaz de saltar.

- ¡Espera!- dijo el juez-. ¡¿Qué vas a hacer?!

- Tengo que saltar- respondió Homero, deteniéndose.

- ¿Pero por qué? ¿No ves que es absurdo? Vas a morir.

- Mírame bien. Yo no tengo unos grandes y hermosos cuernos como Zoltan. No poseo su fuerza. Sería incapaz de ejecutar un salto tan espléndido como el que acaba de dar. Nunca despertaré admiración por mi destreza física. Lo único que tengo son mis principios y mi dignidad. Si me quitáis eso, no seré más que un ciervo débil y enfermizo al que todos despreciaréis. No hace mucho interrumpí el consejo de ancianos para hablar. Nunca había sucedido que un ciervo joven se atreviera a hacer algo parecido en nuestro clan. Lo lógico hubiera sido imponerme un castigo. Pero en vez de eso, me escuchasteis. Y lo hicisteis porque me respetabais. Pero, ¿qué pasará a partir de ahora si me convertís en un ladrón? ¿Volveréis a escucharme? ¿Alguien considerará mi opinión? No, claro que no.

Todos miraban en silencio a Homero.

- Yo nunca he robado ni he mentido. Por desgracia sólo hay una forma de demostrar mi inocencia y recuperar mi dignidad... Lo siento, no tengo otra elección.

Dichas estas palabras, Homero se lanzó al vacío.

El horror dejó mudos a todos los presentes. Nadie podía creer lo que acababa de ver. Valentina lanzó un grito desgarrador y se desmayó. El juez avanzó hasta el borde del barranco, lleno de dolor, y miró hacia abajo. El cuerpo del joven ciervo yacía en el fondo del desfiladero, entre las rocas.

Sin embargo, Homero no estaba muerto.

Como sabía que para él era imposible llegar hasta el otro lado de un salto, ni siquiera lo había intentado. Simplemente se había precipitado al vacío, sin darse impulso, y había caído tan cerca de la pared del desfiladero, que algunos árboles que crecían entre las rocas habían ido amortiguando el golpe con sus ramas. Eso le había salvado la vida, aunque estaba gravemente herido.

Durante una semana estuvo inconsciente, luchando contra la muerte. El octavo día abrió los ojos y vio a Valentina a su lado. Ella le había estado cuidando. En todo ese tiempo, la joven cierva no se había separado de él ni un minuto, ni siquiera para dormir.

Homero se había roto dos patas, un cuerno y varias costillas, aparte de tener numerosos rasguños y contusiones. Le llevó varios meses recuperarse. En su clan todos le mimaban y algunos ciervos venían de muy lejos para conocerle y pedirle consejo sobre los asuntos más variados. Su fama de justo y sabio se había extendido de tal forma, que en todos los territorios de los alrededores se contaba la historia del que ya llamaban "el ciervo filósofo". Y aunque había perdido el duelo, todos sabían que era inocente del robo. En los cuatro clanes había cada vez más ciervos dispuestos unirse, siempre que fuera bajo la dirección de una jefe como Homero.

Zoltan estaba más furioso que nunca. Su plan no podía haber salido peor. Ahora todos admiraban a Homero. Y lo más grave era que ya no conseguiría desprestigiarle con mentiras. Después de lo que había pasado, la palabra de honor del joven ciervo valía más que todos los testimonios falsos que consiguiera reunir en su contra. Pero Zoltan no estaba dispuesto a rendirse. En los demás clanes había otros líderes guerreros que, como él, odiaban al ciervo filósofo. Así que organizó una reunión secreta en un lugar apartado del bosque para discutir la situación con ellos. El encuentro se preparó con tanta cautela que nadie sospechó nada. Sólo Valentina notó algo raro y siguió a Zoltan a distancia, poniendo mucho cuidado en que no la descubrieran. Escondida entre unos arbustos, escuchó todo lo que dijeron.

Zoltan fue el primero en hablar:

- Nosotros cuatro somos los mejores guerreros de nuestros respectivos clanes- dijo-. No íbamos a tardar mucho en convertirnos en los nuevos jefes. Pero ahora todo ha cambiado. Homero se ha hecho demasiado popular y todos hablan de paz. Y si hay paz, los guerreros perderemos el poder. Ya nadie escuchará nuestras opiniones. Os he reunido aquí porque sé que vosotros odiáis a ese ciervo tanto como yo y porque creo que todavía estamos a tiempo de hacer algo. Tenemos que librarnos de él cuanto antes.

- ¿Quieres matarlo?- preguntó uno de los guerreros.

- Sí.

Valentina se estremeció en su escondite.

- ¿Cómo lo vamos a hacer?- preguntó otro-. Como bien has dicho, Homero es ahora demasiado popular. Los demás ciervos nunca nos perdonarían un crimen así.

- Haremos que parezca un accidente.

- ¿Cuál es tu plan?

- Es muy sencillo. Por la tarde, Homero acostumbra a dar largos paseos por el bosque para meditar. Siempre va solo. Todavía está demasiado débil para salir del campamento. Pero en cuanto se recupere, empezará a dar esos paseos de nuevo. Tendremos que hacer turnos. Cada día uno de nosotros le esperará en el bosque con algunos de sus más fieles guerreros. A la primera oportunidad, le mataremos. Pero recordad que tiene que parecer un accidente.

- Me encantaría matar a Homero- dijo otro de los guerreros-. Pero me temo que la paz no la podremos evitar. Ya hay demasiados ciervos que la apoyan.

- No te preocupes por eso- dijo Zoltan-. Una vez eliminemos a Homero, provocaremos unos incidentes entre nosotros. Será fácil. Bastará con unos pocos heridos. El espectro de la guerra volverá a planear sobre los clanes y nosotros nos convertiremos en jefes.

Con estas palabras dieron por concluida la reunión.

Valentina permaneció muy quieta en su escondite y esperó a que todos se fueran, antes de volver al campamento. Al principio no quiso contarle a Homero nada de lo que había oído, para no asustarle. Pero el ciervo filósofo fue recuperando sus fuerzas y quiso empezar a dar esos paseos por el bosque. Los primeros días, Valentina le convenció para que no lo hiciera con excusas que inventaba sobre la marcha. Hasta que Homero sospechó que algo sucedía y Valentina no tuvo más remedio que contarle la verdad.

Homero se quedó largo rato pensativo.

Valentina esperaba que dijera algo, pero el ciervo filósofo se mantenía callado. Al final, ella le preguntó:

- ¿Vas a hablar con el consejo de ancianos?

- No, sería demasiado peligroso. Zoltan y los demás guerreros están dispuestos a ser jefes a cualquier precio. Si descubrimos la confabulación, intentarán tomar el poder por la fuerza. No puedo permitir luchas internas en nuestro clan. No ahora.

- Entonces, no salgas al bosque. Acabarán por cansarse de esperarte. Ya verás.

- No, Valentina. Eso no puedo hacerlo… No podría vivir como un prisionero. El bosque es mi vida. Sin esos paseos, me moriría.

- Pero si sales, te matarán.

- Lo sé. Por eso he de abandonar el clan.

- No, no hagas eso. Por favor.

- Créeme. Es la única solución.

- En ese caso, iré contigo. Nunca más me separaré de ti.

Valentina temió que Homero no quisiera llevarla con él. Pero el joven ciervo no objetó nada. Se pusieron de acuerdo para escaparse en una semana.

Sin embargo, Homero tenía otros planes. Sabía que él era demasiado débil para proteger a Valentina de los peligros del bosque y que los dos solos no sobrevivirían mucho tiempo ahí fuera. La amaba demasiado como para poner en riesgo su vida. Así que esa misma noche, mientras todos dormían, y con gran dolor de su corazón, abandonó el campamento.

En cuanto Valentina descubrió la desaparición de Homero, comprendió el sacrificio que había hecho su amado, y decidió no dar la alarma. Sabía que el consejo de ancianos encargaría a Zoltan organizar la patrulla de rescate. Zoltan era el mejor rastreador del clan y no tardaría en alcanzar a Homero. Pero en vez de salvarle, le asesinaría y luego diría que lo había encontrado muerto. Si quería darle a Homero una oportunidad de escapar, Valentina tenía que ganar tiempo y retrasar al máximo la salida de la patrulla de rescate. Así que, a pesar del gran dolor que sentía, se mostró muy serena y a todos los que le preguntaban por el joven ciervo les decía que había salido a dar un paseo. La mañana transcurrió tranquila. Por la tarde, algunos ciervos empezaban a estar inquietos. Cuando anocheció, la preocupación era enorme. Muchos pensaban que Homero había sufrido un accidente. Se convocó una reunión de urgencia del consejo de ancianos en la que estuvo presente todo el clan. Uno de los patriarcas le pidió a Valentina que contara lo que había dicho Homero antes de salir al bosque.

- Me dijo que iba a dar un largo paseo- contestó ella muy tranquila- y que no me preocupara si no volvía a dormir.

- Pero si todavía está muy débil. ¿Cómo va a dormir él solo en el bosque?

- Buscará refugio en una cueva. La noche no es fría.

- ¿No estás preocupada?

- ¿Yo…? No, claro que no. Desde que echamos al lobo, nuestros bosques son seguros. ¿Qué le puede pasar?

La serenidad de Valentina sorprendía a todos, pero al mismo tiempo era contagiosa. Al ver a la delicada cervatilla tan tranquila, todos pensaban que nada malo podía sucederle al ciervo filósofo. El consejo de ancianos encargó a Zoltan organizar una patrulla de rescate. Esa noche no harían nada. Pero si por la mañana Homero no había vuelto, saldrían a buscarle. Muchos se ofrecieron voluntarios para hacer parte de la expedición, pero Zoltan los rechazó a todos.

- Prefiero que seamos unos pocos bien elegidos- dijo-. Nos moveremos más rápido y tardaremos menos en encontrarle.

Escogió a sus cinco más fieles seguidores para formar la patrulla. Precisamente, eran los mismos cinco ciervos que habían declarado en el juicio contra Homero. Valentina supo entonces que no se había equivocado al suponer que Zoltan aprovecharía la ocasión para matar a Homero.

Zoltan interrogó entonces a Valentina.

- ¡Dime dónde ha ido!- le preguntó con arrogancia.

Valentina supuso que Homero había huido hacia el norte, alejándose de los territorios de los cuatro clanes. Así que dirigió a la patrulla en dirección contraria.

- Ha ido hacia el este, al desfiladero- dijo-. Quería ver el lugar donde habíamos vencido al lobo. Luego iba a bajar por la frontera hacia el sur, hasta los grandes lagos.

- Eso está lejísimos- se sorprendió Zoltan.

- Lo sé. Por eso no estoy preocupada de que no haya vuelto todavía.

Zoltan no se podía imaginar que Valentina le mintiera, no la creía ni con el valor ni la inteligencia suficientes para hacerlo. Por eso no buscó las huellas del ciervo filósofo alrededor del campamento para comprobar la dirección que había tomado. Estaba demasiado ansioso por aprovechar aquella inmejorable oportunidad para matar a Homero sin levantar sospechas y fue directamente hacia el desfiladero. La expedición salió muy temprano por la mañana, apenas amaneció. Estuvieron dos días fuera. Durante esos dos interminables días, Valentina deseó con todas sus fuerzas que lloviera para que el agua borrara las huellas de Homero. Pero los cielos permanecieron despejados. Nunca la delicada cervatilla odió al sol y a las estrellas de esa forma.

Zoltan volvió con sus secuaces al anochecer del segundo día, cansado y de mal humor. No había dado con el rastro de Homero. Se fue a dormir para recuperar fuerzas. Apenas salió el sol, inspeccionó los alrededores del campamento. No tardó en encontrar las huellas del ciervo filósofo. Homero había quedado un poco cojo después de saltar al desfiladero y sus huellas eran fácilmente reconocibles. Zoltan pensó que Homero le había contado esa mentira a Valentina para ganar tiempo, pero no importaba. Aunque le llevara tres días de ventaja, le alcanzaría.

Partió enseguida con sus secuaces.

Homero estaba ya muy lejos, en unas montañas de las que nunca había oído hablar y en los que apenas vivían unos pocos animales. Muchos le decían que era una locura avanzar hacia el norte. Allí no encontraría nada, aparte de la muerte y la desolación. En efecto, Homero se acercaba cada vez más a los territorios que había arrasado la Gran Catástrofe. Pero no tenía otra alternativa que seguir adelante. Sabía que no podía detenerse. De hecho, le extrañaba que Zoltan no le hubiera alcanzado todavía.

Un día notó un extraño silencio a su alrededor y se dio cuenta que llevaba horas sin cruzarse con otros seres vivos. Los árboles estaban secos, la tierra era negra y el aire se había llenado de un olor putrefacto. Con gran esfuerzo, continuó su camino. De pronto, se encontró frente a una inmensa extensión de terreno devastada. Hasta el horizonte sólo se veía destrucción y más destrucción. El olor a muerte era tan intenso que apenas se podía respirar. Homero pensó que era imposible adentrarse por aquellos territorios, cuando a sus espaldas oyó crujir una rama y vio a Zoltan con sus secuaces.

Le habían alcanzado.

Sin pensárselo, corrió hacia adelante, hundiendo sus patas en el lodo gris.

Zoltan no se atrevió a seguirle. Comprendió que en aquellos territorios nadie podría sobrevivir. Esperaron toda la noche, para asegurarse de que Homero no volviera. Cuando amaneció, el ciervo filósofo había desaparecido de su vista, más allá del horizonte. Convencidos de que había muerto, emprendieron el regreso al campamento. Le contarían a todo el mundo que un lobo le había devorado.

Zoltan estaba satisfecho. Por fin las cosas habían salido como él quería.

Pero Homero todavía estaba vivo.

Caminó durante tres días a través de aquella región pestilente, sin beber ni comer ni descansar. Avanzaba muy despacio debido a que el barro era muy denso y se pegaba a las patas. A su alrededor, por todos lados, se repetía el paisaje de desolación hasta donde alcanzaba la vista. Le dolía todo el cuerpo y estaba agotado. Cada tanto, tropezaba con una piedra o una rama seca hundida y estaba a punto de caer. Llegó un momento en el que no se sintió con fuerzas para seguir adelante. Llevaba ya muchas horas marchando como un sonámbulo, un zumbido sonaba en su cabeza y creía oír voces. Comprendió que sus esfuerzos eran inútiles e iba a rendirse, cuando notó un pinchazo agudo en una herida que no acababa de cerrársele en el cuello. Siguió una hora más. Muy a lo lejos, en la luz del atardecer, le pareció divisar la silueta de un bosque, pero creyó que no era más que una alucinación. Varias veces más estuvo a punto de rendirse, pero cada vez notó ese fuerte pinchazo en el cuello. Hasta que, de pronto, se vio avanzando entre árboles. Homero pensó que estaba soñando. Se encontró frente a un inmenso pino. Un cuervo negro con un pico muy grande le miraba desde una de las ramas. Fue lo último que vio antes de perder el conocimiento.

Aquella fue la primera noche que pasó Bosque sin Nombre.

La primera de muchas y felices noches.

ABEL, LA GARRAPATA VEGETARIANA

Cada generación de garrapatas tenía un líder. Era la garrapata más valiente, la más temeraria, la que saltaba sobre los animales del bosque desde una rama más alta para chuparles la sangre. Y de tanto en tanto surgía una que se convertía en una leyenda por su coraje extremo y por llevar a cabo hazañas que a todos parecían imposibles.

Una de esas leyendas fue el Gran Abel.

El Gran Abel le chupó la sangre a los animales más peligrosos del bosque: jabalíes, perros salvajes, linces, erizos, murciélagos, osos hormigueros. Pero fueron sus audaces saltos desde una secuoya gigante sobre pequeños roedores lo que le hicieron famoso. Eran saltos muy arriesgados. El mínimo fallo comportaba la muerte. Sólo el blando cuerpo de los animales amortiguaba el golpe de la caída y permitía a la garrapata sobrevivir.