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En continuidad con El día de Reyes (2019), Francisco José Gómez ha rescatado, reunido y prologado 18 breves obras maestras de nuestra literatura, firmadas por algunos de nuestros más afamados autores, así como por otros que quizá no alcanzaron la resonancia que merecían. De esta manera, a los Galdós, Gómez de la Serna, Sánchez Silva o Pereda, se suman los Félix Méndez, Luis Taboada, Eusebio Blasco o Ramírez de Losada, así como algunos de nuestros mejores poetas, que supieron cantar la Navidad con el poder de evocación que sólo la lírica posee. El presente volumen incluye, además, dos bellos relatos de Óscar Esquivias y Alberto de Frutos, escritos específicamente para este volumen que el lector tiene entre sus manos. En definitiva, La noche de Navidad hará disfrutar a los amantes de nuestra literatura y tradición, y de los tesoros humanos o espirituales que ésta encierra, así como a aquéllos que buscan referencias significativas sobre las fiestas más entrañables y humanas de nuestra rica y antigua cultura.
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VV.AA.
La noche de Navidad
Cuentos de Navidad II
Selección y edición de Francisco José Gómez Fernández
© De la presente edición: Francisco José Gómez Fernández
y Ediciones Encuentro S. A., 2021
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
Fotocomposición: Encuentro-Madrid
ISBN EPUB: 978-84-1339-418-3
Depósito Legal: M-26809-2021
Printed in Spain
Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa
y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:
Redacción de Ediciones Encuentro
Conde de Aranda 20, Bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607
www.edicionesencuentro.com
Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.
Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y,
postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y
le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.
Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes,
se retiraron a su país por otro camino.
Mt 2,10-12.
Magos que vais a llegar
por caminos de leyenda
porque os han dicho los astros
que el reino de amor se acerca.
Mañana de maravilla,
cuando al despertar la tierra
le dice el llanto de un Niño:
«¡Se ha cumplido la promesa!».
G. Martínez Sierra, Mañana de maravilla
La Plaza de Santa Cruz en Nochebuena
Estos días es la más frecuentada por los niños. Como es natural, cada cual quiere tener su Nacimiento; y poco importa que sea modesto, la cuestión es llevárselo a casa, prodigarle toda suerte de cuidados y, a veces, hacer rabiar a los infelices compañeros que se quedaron sin él. La Virgen y el Niño, los Reyes Magos, los pastores que ofrecen sus presentes al Niño Jesús, tal es el objeto de los ensueños de todas las criaturas en estos días. Luego, andando los años, son los recuerdos que en la memoria se graban con mayor fuerza durante el transcurso de la vida. Así lo acreditan los recuerdos de los poetas y los cuentos de los viejos, la musa popular y los orígenes de nuestro teatro.
Revista Nuevo Mundo, núm. 520, Madrid 1903, sin paginar
Alegoría de la Navidad
Presentación
A propósito del segundo libro de cuentos españoles de Navidad
Hace tan sólo tres años un amigo me contó la historia de otro, que lo es de él, y al que estas fechas influyeron de forma decisiva. El hombre del que hablamos nació en una familia amplia, pues en casa eran varios hermanos. Todos los años, llegada la Navidad, se ponía el belén, y al final de cada día, el padre, que había dado el nombre de cada uno de sus hijos a una ovejita de barro, las colocaba cerca o lejos del portal, según se hubieran comportado. A nuestro protagonista, tal y como le contó a mi amigo, le apenaba mucho pasar la noche «lejos» del Niño, pese a que no le sucedía a menudo. Pero no estaba contento, así que en cierta ocasión, cuando todos dormían, se levantó, se dirigió al belén y allí le dijo a Jesús con toda la bondad de un niño: ¡Yo no quiero estar nunca más lejos de Ti! Y, según sus propias palabras, este gesto y esa frase cristalizaron en él, desarrollando con los años una vocación religiosa que ha dado un significado profundo a su vida.
Ciertamente, unas palabras bien formuladas no mueven una vida si no está sustentada en algo más sólido pero, las palabras, los relatos y los gestos, cuando son acordes a la esencia del hombre, exteriorizan partes importantes del ser, o del sentir, que permanecían latentes. Es en este caso cuando la frase, o el hecho, cimientan la persona, que descubre algo realmente trascendente para ella.
El éxito del anterior libro de cuentos navideños españoles, El día de Reyes (Encuentro, 2019), así parece indicarlo. Muchos lectores me han hecho llegar, a través de su testimonio, el valor que estos relatos y poemas han tenido para ellos, pues han propiciado un reencuentro con las experiencias y sentidos propiamente navideños, además de un disfrute literario. Y es que, lo importante no es ya señalar de nuevo aquello en lo que se ha convertido a la Navidad, sino que en nuestra sociedad hay sed de sentido y de identidad. No ha de extrañar, por tanto, que un libro en el que se narrasen las Pascuas de la Natividad de Jesús, y la tradición española, de la mano de nuestros grandes literatos, ya fuesen creyentes o alejados, pero todos hondamente humanos, había de remover el espíritu.
En cuanto al origen de esa «bella desconocida», que es la literatura española de Navidad, remito al lector al prólogo de la obra citada, El día de Reyes, así como a las introducciones históricas a cada uno de los capítulos, donde se expone la larga y extraordinaria trayectoria de las solemnidades navideñas en nuestro país. En este sentido, he completado, en el presente libro, aquellos saberes con otros que, o no eran adecuados, o no hubo espacio para desarrollar entonces, siempre con el mismo fin de ilustrar, dar a conocer la valía y aumentar el aprecio por nuestra tradición y literatura.
Con este deseo, aparecen en el presente volumen autores nuevos, y de auténtica talla, como son Benito Pérez Galdós, José María de Pereda, Ramón Gómez de la Serna o José María Sánchez-Silva, entre otros. Destaca la aparición de algunos cuentos de carácter más infantil, aunque no por ello más simples y dos relatos de autores actuales, Alberto de Frutos y Óscar Esquivias, que han compuesto sus cuentos específicamente para esta obra. El repertorio de poetas también se ha visto incrementado, participando en las próximas páginas autores tan sólidos como Lorca, Pemán, Jacinto Verdaguer, Antonio Murciano…
Esperamos que La noche de Navidad acompañe y deje marca en cada lector, pues si una ovejita de barro orientó una existencia, quizás estos cuentos puedan hacer lo propio, o cuando menos, llegadas las próximas Navidades, calentar el corazón.
Burgos, 25 de julio de 2021
I. PANDERETAS, BELENES Y RECUERDOS DE OTRAS PASCUAS. LA FIESTA SE RENUEVA
Cantando villancicos
La alegría navideña en nuestra historia
Una estrofa de un sentido poema, de Gregorio Martínez Sierra, abrió el anterior libro, El día de Reyes,trasmitiendo la misma emoción que debió sentir su autor al componerlo:
Bendito seas, diciembre,
el mes de la Nochebuena,
que a todos nos haces niños
al son de tu pandereta1.
Son muchos los que hoy dicen que la Navidad es cosa de niños, y que sólo se disfruta mientras uno es infante, o los pequeños corren por la casa. Triste epílogo para la propia niñez y para la de los seres más queridos, cuando no, una evidencia clara de haber entendido poco de cuanto se celebra.
En las primeras páginas de los capítulos de aquella obra, vimos el inmenso humus de cultura, humanidad y espiritualidad que habían alumbrado estas Pascuas desde hace más de quince siglos. Y lo que latía en lo más íntimo de su entraña, esto es, sus sentidos más profundos, el humano y el cristiano, auténticos garantes de una Navidad distinta.
Bien sabían esto los hombres que nos precedieron tiempo atrás. De ahí el que en la España medieval, hasta los musulmanes celebrasen gozosamente el milád, o nacimiento de Jesús, lo que preocupaba a sus guías religiosos. Ciertamente, la festividad contaba con una larga tradición ya en el siglo XIII y era esperada con mucho interés por los andalusíes. Y, aunque para el islam Jesús no fue más que un profeta que anunció la llegada de Mahoma, la convivencia secular con los cristianos, sobre todo en las ciudades de aquella España, hizo que creciese la importancia de la solemnidad entre aquellos, que la honraban cocinando comidas especiales, organizando reuniones e incluso intercambiando regalos con los cristianos más apreciados. El monarca ceutí, Abu-l-Qasim al-Azafí (1249-1278), expresaba su sorpresa a este respecto ante la incoherencia de sus súbditos:
Las gentes se sienten tentadas a preguntarse acerca del nacimiento de Jesús (sobre Él sea la paz), y es mucho lo que unos y otros se preguntan por Él. ¿No sería más natural que se preocupasen y conocieran lo que se refiere al nacimiento de nuestro profeta Mahoma (Dios lo bendiga y salve)?
Abu-l-Qasim al-Azafí, Kitab ad-durr al-munazzam
Diversos gobernantes tomaron medidas restrictivas, sin embargo el problema no se resolvió. Testimonios muy posteriores, como el del jurista Al-Wansharisí (1430-1508), que amonestaba con severidad a los andalusíes peninsulares y norteafricanos, dan cuenta de la continuidad de esta «peligrosa» tradición en el siglo XV: «Guardaos de honrar el domingo y el sábado y de dejar de trabajar en ambos días y en las fiestas de los cristianos».
En la España de nuestros Siglos de Oro, la llegada de la Nochebuena desataba alegrías, limosnas y devociones propias de la certeza de que las tribulaciones humanas han sido derrotadas ad eternum. Y así, tras la frugal cena de Nochebuena, propia de un día de ayuno, las gentes acudían unánimemente a la Misa del Gallo y nadie faltaba a tal celebración, pues, junto a la Pascua de Resurrección y al Corpus Christi, esta era una de las 3 grandes festividades del año cristiano.
Una vez terminada la ceremonia se iniciaban los jolgorios y alegrías, y estos eran muy grandes. Conocemos bien el caso de Lope de Vega que, durante muchos años, la celebró en la cofradía del Caballero de Gracia, en Madrid. Salía de casa, a eso de las diez de la noche, llevando consigo comediantes y músicos, y no abandonaba la reunión hasta pasadas las dos de la mañana. Entretanto, la Misa y luego las felicitaciones, una colación más copiosa, el baile y la fiesta, pues el Adviento había terminado y comenzaba el tiempo de Navidad.
La escritora María Zayas nos relata, en una de sus novelas, el conjunto de festejos que para las noches de este tiempo pascual organizaba la nobleza, y a imitación de esta, otros estamentos sociales:
Pues como fuese tan cerca de Navidad, tiempo alegre y digno de solemnizarse con fiestas, juegos y burlas… concertaron entre sí un sarao, entretenimiento para la Nochebuena y los demás días de Pascua.
María Zayas, Novelas religiosas y ejemplares, Zaragoza, 1637
En tales veladas se bailaban gallardas, se cantaban romances, se leían o representaban novelitas cortas, se hacían juegos diversos, se traían músicos y danzantes, se servían dulces y comidas de fiesta. Con el propósito de amenizar las reuniones, Alonso Ledesma publicó en Barcelona, en el año 1611, una obra titulada Juegos de Noche-Buena, en la que encontramos pasatiempos como los del «Quiquiriquí», los del «Abejón», «la Gallina Ciega», el «Caracol»…, y canciones para cantar en Año Nuevo. También Antonio Sánchez Tórtoles publicó en Madrid, en 1673, un libro cuyo título habla elocuentemente de estos divertimentos: El entretenido. Primera parte. Repartido en catorce noches, desde la víspera de Navidad hasta la del día de los Reyes. Celebradas en metáfora de academias, de verso y prosa, en que se ostentan varios asuntos, muy provechosos y entretenidos. Y, durante el día, se visitaba a los amigos y enfermos, se acudía a los hospitales y conventos, donde la caridad era tan necesaria, a la misa de la parroquia cercana, y al teatro, que estrenaba sus mejores obras en este tiempo, después de la pausa del Adviento.
Regocijos y diversiones humanas que se daban en la época de Navidad y que en nuestros días comenzamos a gustar ya en las semanas previas a la misma, al iniciar los preparativos y rituales que ambientan las Pascuas. Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), prolífico novecentista, creador de la Greguería, nos habla de algunos de ellos en dos de sus cuentos, que despiertan viejos recuerdos de infancia alojados en la memoria. Entre ellos destaca ese que narra la compleja y elaborada construcción de un belén familiar, vista con los ojos del niño que fue. También, Nicolás Ramírez de Losada (1817-1885), que firmaba bajo el pseudónimo de El barón de Illescas, nos deja en sus páginas una historia excéntrica, originada ante la «temible» y omnipresente perspectiva de tener que entregar aguinaldos. Lo hace con el tono satírico y festivo que caracterizó buena parte de su obra en prensa. Por último, el que fuera escritor y periodista humorístico, Félix Méndez (1870-1913), nos muestra en su relato cómo la alegría de la fiesta, y los sonidos asociados a la Navidad, pueden ser origen de contradictorios sentimientos.
En cada una de las historias narradas en este prólogo y de los relatos del capítulo, la alegría está presente, incluso en su forma más disparatada. Llama la atención, y no es para menos, si tenemos en cuenta la breve previsión de vida de la época, no más de cuarenta años para la mayor parte de la población, y la presencia constante de las privaciones y la muerte, a decir de las fuentes históricas. Pero había una confianza profunda en que, un día, las limitaciones humanas serían definitivamente vencidas, y una fe real en que el hombre no transita en soledad por la calzada de su propia vida. Y esto, provocaba una alegría interior, que se manifestaba hacia fuera, con cada Navidad, cuando la Esperanza humana más íntima se encarna en el Niño Dios.
Un prólogo para la Navidad2
Ramón Gómez de la Serna
Nada hay que me encante más que un libro que entre en candelero cuando los años están a «último de año» en esa querida España y en ese querido Madrid, en que el fin de año tiene los más profundos sentimientos de intimidad.
Desde el 3 de diciembre, precisamente desde el día de san Javier, entra el año en su escalofrío supremo, tan lleno de tibia cordialidad en contraste con su friolencia, pero las dos fechas esenciales alrededor de las que revolotean los cuentos de este libro son la de Nochebuena y la de último de año.
Como glosador perpetuo mucho he escrito sobre los matices de esos días en los diarios y revistas, aprovechando la fecha para estimular la nostalgia de las almas, pero en este Prólogo a mi libro navideño3 sólo quiero entonar la entrada a lo novelesco con una añoranza de las dos noches y su ambiente:
La Nochebuena se viene,
la Nochebuena se va,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más.
Los versos de Querol4 también resuenan en el preámbulo de toda la Nochebuena:
¡Padres míos, mi amor! ¡Cómo envenena
las breves dichas el temor del daño!
Hoy presidís nuestra modesta cena,
pero en el porvenir… yo sé que un año
vendrá sin Nochebuena.
Vendrá, y las que hoy son risas y alborozo
serán muda aflicción y hondo sollozo.
No cantará mi hermana, y mi sobrina
no escuchará la historia peregrina
que le da miedo y gozo.
La Nochebuena española es toda intimidad, encontrándose en ella ese sabor de siglos bien guardados —como ahorro de cada familia— que caracteriza a España.
Se encuentra todo el pasado en los cajones de las cómodas y en los cajones de las almas.
La característica de esa noche es el sentimiento que se tiene de venir del siempre para irse de nuevo al siempre.
Sobre las ruinas la llegada de la Aparición resucita las ruinas.
El mundo antiguo y el mundo moderno se reúnen esa noche y resucitan los dos. Es un pacto que hace todo para que suceda lo milagroso.
La eterna resurrección del Niño que es su nacimiento y que por lo tanto es algo más que una resurrección, sucede en nuestro año como si fuese el primer año de la era cristiana.
En las mesas se trasparecen los cristales como si brillase en ellos un diáfano aire antiguo, brillos de la helada del tiempo.
Hemos llegado a identificar la Nochebuena. Sabemos qué ciudad de torres y cúpulas hay al fondo y qué muralla dentelada nos rodea.
Una vez vimos un belén inmenso —ocupaba la gruta de un gran jardín— que había construido un niño, y cuando ya lo había acabado, con sus innumerables personajes, sus animales y su portal a medio derruir con el Niño Dios y todo su séquito, murió el pobre.
Era aquel nacimiento el logro de una vida y el niño había realizado su ideal y pudo morir tranquilo.
Todos construimos el diorama, panorama y poliorama de esa noche a través de la vida. Que resulte bien logrado y habremos conseguido el ideal de nuestra vida, su más inocente ex-voto.
Es un misterio cómo esa noche se comunica a través de catacumbas y a través de galerías y peristilos con una ciudad del pasado a la moda de hace veinte siglos.
¿Que funciona la radio? No nos sorprende el anacronismo. En vez de traer el aire los villancicos los trae la onda sonora:
Esta noche un amor nace,
Niño y Dios; pero no ciego,
y tan otro al fin, que hace
paz su fuego
con las pajas en que yace.
Don Luis de Góngora continúa:
… Dulces que sean los ruisiñores
del Sol que nos ha de dar;
no en una cuna de ondas el mar,
sino en pesebre de heno,
un portal desta campaña.
Taña el mundo, taña;
Toque al Alba, toque.
Nosotros mismos si tenemos algo de justos y de buenos nos sentimos pastores como el viejo don Luis cuando escribió:
Oveja perdida, ven
sobre mis hombros, que hoy
no solo tu pastor soy,
sino tu pasto también.
Pasto, al fin, hoy tuyo hecho,
¿cuál dará mayor asombro,
o el traerte yo en el hombro
o el traerme tú en el pecho?
Prendas son de amor estrecho,
que aun los más ciegos las ven.
Oveja perdida, ven
sobre mis hombros, que hoy
no solo tu pastor soy,
sino tu pasto también.
La noche de Nochebuena es noche sin confines porque sale del tiempo legendario y hay en ella una ráfaga de eternidad que es la que permitió abrir la única puerta de lo eterno que fue practicable sólo para que naciese el redimidor, y esa sola ráfaga escapada por el portillo del entreabrimiento persiste viva y se la nota sobre todo cuando estamos otra vez en el perímetro de la noche navideña.
Aprovechamos esa noche de fraternidad para juramentar mayor y más paciente comprensión entre unos y otros.
Ya se van a cerrar los pasos a nivel de la gran noche, esos palos largos que son como gallardetes5 caídos o a medio caer siempre y se van a cerrar como para resguardar a los trenes que llegan esa noche, defendiéndoles de todo lo que es eventualidad en el mundo, salvando así la intimidad de la noche y evitando que nadie la atraviese indiscreto.
Aprovechamos un rato de tregua en la reunión para mirar desde un balcón las carreteras de plata que serpentean a lo lejos, como si una luna potente iluminase los caminos reales y veremos un raro fenómeno en el horizonte, el cómo en esa noche se unen los caminos de la tierra con los caminos del cielo, con el de Santiago, con la vía Láctea.
Sólo nos consuela que no puede haber otras Nochebuenas más grandes que las nuestras porque a lo más que se puede llegar es a todo lo que da de sí el alma.
Como la reunión está caldeada, vuelven los villancicos a ella:
Los pastores no son hombres,
que son ángeles del cielo,
que en el parto de María
ellos fueron los primeros.
(Ya el rey Alfonso el Sabio, en las Siete Partidas, permitía las cantatas sobre «la nascencia de Nuestro Señor Jesucristo, que demuestran como el ángel vino a los pastores et dixoles cómo era nacido»).
Toca la zambomba,
toca los platillos,
la gaita gallega,
que ha nacido el Niño.
Para idea del paisaje de Belén alguien canta:
Allá arriba, allá arriba
la Virgen lava
los pañales del Niño
¡rica colada!
En una madreselva
los ha tendido,
y aquella madreselva
se ha florecido.
La pobreza conmovedora del recién nacido es pintada por el villancico:
Es tan estrecha la cama
donde Jesucristo duerme,
que por no caber en ella
un pie sobre el otro tiene.
Pero hay que acostar a los niños cantores para que la reunión continúe sólo con los mayores, y se oye el último villancico sobre el sueño de niño que se va a dormir:
A los niños que duermen
Dios los bendice,
y a las Madres que velan
Dios las asiste.
A dormir va la rosa
de los rosales;
a dormir va mi niño
porque ya es tarde.
Abandonada esa infantilidad de la reunión que resucita las ingenuas cantigas villanescas que son las que cantaban en el siglo XVI los villanos del campo y por las que se llaman «villancicos», vuelve la reunión a sus intimidades mundanas y ultramundanas.
Siempre está Bécquer en esas Nochebuenas de la clase media española y Lope y Góngora recién acaban de estar.
Se ha echado la casa por la ventana y hay pavo y besugo y lombarda y los postres llegan a diez o doce.
Llega la hora del champagne, y sus brindis son cortos porque el brindador se ha dado cuenta de que mientras hablaba huían las burbujas de su copa.
El choque de unas copas con otras ha promovido chispas de cristal y los corazones envueltos en musgos de ternura se han ido a sus estuches de sueño en la profunda noche española.
La Nochebuena de España en el campo y en la casa de los aldeanos tiene también una hidalguía de reyes.
Recuerdo que una vez pedí la descripción de su mejor Nochebuena a un mendigo que se cobijó en mi café literario en la noche típica y señalada.
—Recuerdo —me dijo— la que se celebraba en casa de mis padres… Vivíamos en medio del páramo… A las ocho se cerraban las puertas y se comía, se cascaban nueces, se descascaraban castañas y se bebía mucho vino y aguardiente… Era una noche santa y que venía de las catacumbas…
Yo he pasado esa noche solemne en pueblos castellanos y andaluces y la abundancia ha sido regia y todos hemos quedado ahítos.
Como en las casas hidalgas, en aquellas casillas en que me dieron hospedaje, la meditación, la confesión de la noche y cierta melancolía infinita, hacían juego con la bullanga nochera.
No se renovaba una tradición y entraban todos en una juerga antigua y folklórica, sino que aquello era una continuación del tiempo, fiesta espontánea más que tradicional, también eslabonada a los siglos, pero como si tal cosa, como si los siglos fuesen de aquella noche y se viviese con una naturalidad muy estilo español.
El Niño parecía haber nacido en casa de un vecino y no había distancia entre lo que sucedió y lo que sucedía.
Esa perpetuidad del presente sin mucha tradición de arte, escuetamente, sencillamente, es lo puramente ibérico.
El que quiera ver lo que sucedió aquella noche en medio de los tiempos no tiene que ir a Tierra Santa —donde cada piedra tiene una fecha inscrita—, sino basta con que se quede en España.
La noche de Nochebuena se retrotrae la Península como a un remanso del tiempo y la fiesta tiene música antigua y la buena nueva tiene todo el valor de un telegrama recién llegado en que se anuncia el nacimiento del Salvador con tasadas palabras: «Nació Niño Dios doce y media noche. Felicidades».
Congreso doméstico
El barón de Illescas (Nicolás Ramírez de Losada)
Sesión del día 24 de diciembre de 1854.
A las nueve de la mañana.
Estoy casi decidido, lectores míos, a cantar la palinodia6 en política, y pasarme al contrario bando con armas, bagajes, y hasta con mi saco de noche debajo del brazo donde llevo lo poco que ya me queda, después de haber atravesado por una época tan desastrosa para los escritores públicos.
Sí, lectores míos: voy a renegar de mis principios liberales, y casi casi me encuentro en disposición de convertirme al absolutismo.
Yo no sé si esta causa ganaría algo o no porque yo me afilie en ella; pero de esto no se me da un ardite7, puesto que los muchos tránsfugas que hemos conocido nosotros en esta patria de mercaderes políticos, no creo que al hacer sus cambios de casaca, hayan pensado en el servicio que podían prestar al partido al que se agregaban, sino en la utilidad que a ellos les reportaría semejante mudanza de decoración en el teatro patriótico.
Nadie se extrañe de que haya escrito las anteriores líneas. Vea la fecha con que encabezo este artículo, y me excusará que en semejante día me encuentre dispuesto hasta a marcharme con los rusos que defienden Sebastopol8, siquiera por libertarme de costumbres bárbaras que todavía conservamos en este suelo de Pascuas, aguinaldos, cumpleaños, y otras socaliñas9 que acaban con la paciencia del marido que más tenga, y hasta con su dinero que es peor.
Desde que los pícaros revolucionarios han proclamado como principios sociales el derecho de petición y el de discusión, no hay un mortal, si este mortal es casado, que tenga en su casa tres minutos de paz al día. Afortunadamente los reaccionarios se han encargado en predicar que resistir es gobernar, máxima que debe tener tal séquito entre los cabezas de familia, que es muy probable que algunos de ellos abran una suscripción para elevar un monumento al inventor de tan saludable como económico axioma.
El parlamentarismo ha invadido las academias, los cafés, las tertulias, las calles, las plazas, y lo que peor es hasta las familias.
Hace un siglo todo el mundo era ergos y distingos10; pero ahora a la forma silogística11 ha sucedido la parlamentaria, y no hay ya pollita de diez y seis abriles que al hablarse de saber cerrar o no una calceta no pida al momento la palabra para una alusión personal, ni esposa que al principio de cada año no se ocupe con la mayor seriedad en la confección del presupuesto de gastos encabezándole con un gran preámbulo relativo a las economías que se propone hacer... en el siguiente.
Para que mis lectores no tengan por fábula cuanto dejo expuesto acerca del parlamentarismo, voy a referirles en confianza una escena ocurrida en mi casa el día de Navidad de este año. Esto con la condición de que no se lo han de decir a nadie, pues mi mujer me tiene ofrecido arañarme el día que vuelva a sacar su nombre en letras de molde, y mi esposa cumple siempre lo que ofrece.
Ocupábame yo el día dicho anteriormente en hacer una cuenta de lo que gasto en el año, y de mis escasas rentas, sacando siempre una muy notable suma en contra de mi bolsillo, cuando oí gran algazara en el comedor. Eran como las nueve de la mañana, y me pareció que debía de haber más gente en casa que la de costumbre. Levantéme, y envuelto en mi bata, y después de haberme puesto la peluca para precaverme de algún constipado, me encaminé de puntillas hacia una puerta que cubre un cortinón de bayeta doble. Coloquéme de manera que no pudiera ser visto de los que estaban dentro, y observé lo siguiente.
Todos los criados de mi casa, mis seis hijos, el aguador, el carbonero, el sereno, dos o tres repartidores de periódicos, el portero, tres nodrizas cesantes, y una jubilada, el cartero, el médico, el comadrón, el cirujano, los maestros de mis niños, el profesor de piano de mi Adela, y el preceptor de gramática de Alberto, se habían reunido en sesión extraordinaria, bajo la presidencia de mi mujer, para discutir la siguiente proposición:
Pedimos al señor B. de I. que teniendo en cuenta una costumbre cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, se sirva acordar se nos dé a cada uno de los presentes un espléndido aguinaldo, y deseamos a dicho señor las más felices Pascuas con entradas y salidas de año, etc...
Enseguida comenzó la discusión sobre asunto tan importante del modo que sigue:
EL AGUADOR: Pidu la palabra...
MI MUJER: ¿Para qué?
EL AGUADOR: Con objetu de espuner a este noble auditoriu que yo me cuntentu con cualgier cosa...
LA COCINERA (interrumpiendo): Eso de contentarse con cualquier cosa es muy de gallego; pero yo...
EL CARBONERO: Pido la palabra para una alusión personal...
MI MUJER (agitando la campanilla): Orden, señores...
LAS CUATRO NODRIZAS (queriendo hablar a un tiempo): Señora, nosotras tenemos prestados los mayores servicios a la familia del señor, y somos acreedoras a...
EL COMADRÓN (interrumpiendo): En el último parto de...
MI HIJO ALBERTO: Mamá, yo quiero el tambor más grande que se encuentre en Madrid...
OTRO DE MIS NIÑOS: Y yo un nacimiento que tenga muchas ovejas, pastores, Reyes Magos, y sobre todo portal de Belén.
EL MÉDICO Y EL CIRUJANO: Señora, los propagadores de las viruelas son los pavos, y es preciso declararlos guerra a muerte, y que...
LA COCINERA: Las economías que yo he introducido en la oficina que hace algunos años tengo la honra de dirigir, bien merecen...
EL CRIADO (dominando la asamblea): Pido que se tengan en cuenta los sacrificios que he hecho por dar lustre diariamente a las botas del señor, y especialmente que...
TODOS (a grandes voces): Aguinaldo, señora, aguinaldo...
MI MUJER (agitando la campanilla): Orden, señores, la mesa cuidará de que tan justas peticiones sean atendidas.
TODOS: (entre murmullos): Eso no nos satisface... Es preciso que...
Yo no sé lo que pasaría después, porque al ver el carácter que iba tomando la discusión eché a correr con ánimo de atrincherarme en mi despacho; pero no haría dos minutos que me hallaba en él, cuando la reunión en masa se encaminó en mi busca. Venía capitaneada por mi esposa, que llevaba una gran bandera de papel blanco con la siguiente inscripción en letras muy gordas:
MEETING DOMÉSTICO: DERECHO DE PETICIÓN: AGUINALDO PARA TODOS