La prueba de papá - Cindi Myers - E-Book
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La prueba de papá E-Book

Cindi Myers

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Beschreibung

Tendría que perdonar y olvidar las heridas del pasado Tanya Bledso estaba deseando irse de Crested Butte para perseguir su sueño de convertirse en una estrella de Hollywood. La madre soltera había regresado para llevar el teatro local y criar a su hija. Pero la ciudad tranquila y encantadora se había convertido en una bulliciosa atracción turística gracias a un hombre, Jack Crenshaw, un extraordinario promotor inmobiliario… y su amor del instituto. Diez años no habían conseguido apagar la pasión entre ellos. Peor aún: Jack se estaba encariñando con su hija y haciéndole creer que sería el padre perfecto. ¿Podría dejar atrás el pasado en favor del papel para el que parecía haber nacido?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2009 Cynthia Myers.

Todos los derechos reservados.

LA PRUEBA DE PAPÁ, N.º 2427 - octubre 2011

Título original: The Sarantos Secret Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-022-6

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

Promoción

CAPÍTULO 1

–TODOS a sus puestos, por favor. Tenemos que ensayar esta escena una vez más.

Sin hacer caso a las protestas del reparto, Tanya Bledso esperó que ocuparan sus sitios. Motitas de polvo bailaban en el aire y, si lo mirabas de cerca, el suelo del escenario estaba sucio y gastado; nada que ver con los estudios de Hollywood que habían sido su hogar durante diez años.

Si sus antiguos colegas pudiesen verla soltarían una carcajada, pero Tanya intentaba no pensar en ello. Había vuelto a casa, en Crested Butte, Colorado, para empezar de nuevo y si eso significaba trabajar en una producción de aficionados, que así fuera. Al menos seguía haciendo lo que más le gustaba, aunque no al nivel al que una vez había aspirado.

–¿Es así como hacen las cosas en Hollywood? –le preguntó su mejor amiga, Angela Krizova, mientras se dejaba caer sobre una silla–. ¿Trabajan hasta caer muertos?

–Los actores trabajan a todas horas –respondió Tanya.

–Sí, pero a ellos les pagan –intervino el protagonista de la obra, el concejal Oscar Renfield–. Aquí todos somos aficionados.

–Y tu interpretación lo deja bien claro –replicó el encargado de las luces, Bill Freeman. Oscar esperó a que las risas terminasen para decir: –Comparados con Tanya, aquí todos somos aficionados.

Todo el mundo había sido muy amable con ella desde que volvió al pueblo, tratándola como si fuera una estrella cuando sólo había hecho anuncios publicitarios en televisión y un papel en una telenovela durante cuatro años. Afortunadamente, había conseguido el puesto de directora del Centro Cultural de Crested Butte, que incluía el teatro Mountain, y estaba dispuesta a hacer un buen trabajo.

–Venga, chicos. Una vez más y terminamos, lo prometo. Refunfuñando, todos se colocaron en sus puestos y Tanya les dio el pie: –¿Cómo sé que puedo confiar en ti, Steve? La última vez no salió bien. La puerta del teatro se abrió en ese momento y un hombre entró cargando con un enorme bastidor.

–¿Dónde pongo esto? –preguntó. Y, sin esperar respuesta, recorrió el pasillo con el bastidor, que representaba el exterior de un antiguo saloon del Oeste–. Tengo tres más en la camioneta.

Al escuchar esa voz Tanya pensó que sus oídos la engañaban, pero cuando llegó al pie del escenario supo que no era así.

Parecía mayor, con los brazos y los hombros de un hombre y no del chico que recordaba, pero el flequillo de Jack Crenshaw seguía cayendo sobre su frente y seguía teniendo esos intensos ojos azules que parecían ver en el corazón de una persona. De adolescente era tan guapo que todas las mujeres, desde los seis a los sesenta años, se volvían para mirarlo. Y Tanya se encontró irguiendo los hombros y pasándose una mano por el pelo.

Él la miró entonces y, durante un momento que duró una eternidad, sintió que su corazón se encogía. Había logrado evitar a Jack hasta aquel momento por una razón: verlo de nuevo le recordaba lo que había sido a los dieciocho años, tan joven, tan llena de ilusión, de emociones incontrolables.

Al reconocerla, Jack sonrió y ella se derritió por dentro.

–Vaya, vaya, pero si es la princesa de Hollywood.

El sarcasmo la sorprendió, pero intentó disimularlo. Sí, se habían despedido en unas circunstancias más bien tristes diez años antes, pero él tenía que haberla perdonado. Después de todo, entonces eran unos críos. Sí, tenía que ser otra cosa. Tal vez no le gustaba el teatro… o tal vez estaba de broma.

–Hola, Jack.

Él la miró de arriba abajo y la seriedad de su expresión la sorprendió. Habían cambiado muchas cosas en Crested Butte desde que se marchó, pero no quería creer que Jack fuese una de ellas.

–Veo que estás a cargo de todo –comentó él, como si estuviera hablando con una desconocida–. ¿Dónde pongo los bastidores?

Tanya parpadeó. Sí, Jack había cambiado y, como tantas cosas en el pueblo, no para bien.

–Detrás del escenario –respondió.

–A lo mejor quieres enseñarme dónde exactamente –la invitación fue hecha con una sonrisa, pero contenía menos hospitalidad que una amenaza.

–Yo lo haré –se ofreció Barbie Fenton, la sustituta de Angela, antes de que Tanya pudiese abrir la boca–. Ven por aquí, Jack.

–Tenemos que ensayar la escena –protestó ella.

–A mí no me necesitas por ahora –dijo Barbie.

Tanya miró su libreto, intentando esconder su irritación. ¿Qué le pasaba a Jack? No se había molestado en visitarla desde que volvió a Crested Butte unos meses antes, pero había querido creer que estaba ocupado. O que tal vez, como ella, necesitaba un poco de tiempo para acostumbrarse a la idea de que iban a verse a menudo otra vez. Ahora eran adultos, de modo que su antigua relación ya no contaba y necesitaban tiempo para decidir qué papel iban a hacer en la vida del otro.

Una profunda risa masculina llegó desde detrás del escenario y Tanya contuvo la respiración. Habían pasado diez años desde la última vez que lo había oído reír así y su cuerpo respondía como si hubiera sido el día anterior. Ni su vida en Hollywood, ni siete años de matrimonio habían podido enfriar el calor que Jack había encendido en ella una vez.

–No te estoy pidiendo que confíes en mí, Roxanne. Te estoy pidiendo que hagas un esfuerzo –Oscar leyó su línea–. Que lo intentemos de nuevo es en interés de los dos.

–Ésa no es la frase –protestó Angela.

–No me gusta cómo está escrita –replicó Oscar–. Así es mejor.

–¿Y tú quién eres para decidir eso? La trifulca entre los actores hizo que Tanya volviera al presente. –¿Qué ocurre? –murmuró, pasando las páginas del libreto.

–La frase es: «yo haré que merezca la pena» –dijo Angela–. «Que lo intentemos de nuevo es en interés de los dos» suena a algo que diría un banquero.

–Pero es que yo soy banquero –protestó Oscar. –Tu personaje no lo es –le recordó Tanya–. Por favor, lee la frase tal y como está escrita en el libreto.

Cuando terminó el ensayo se metió entre bambalinas esperando hablar con Jack. Debería haber ido a verlo antes, pensó. Tal vez estaba enfadado por eso. Muy bien, no le importaba disculparse, lo importante era que no había ninguna razón para que no volvieran a ser amigos.

Necesitaba algo familiar en un sitio que había cambiado tanto en esos diez años. Durante las breves visitas a su familia no se había dado cuenta de que el soñoliento pueblo minero que había dejado atrás se había convertido en un lugar turístico. Las colinas estaban llenas de casas y en la calle principal había tiendas, restaurantes y bares llenos de turistas.

Tanya se detuvo al escuchar un murmullo de voces. Ante ella, bajo el brillo polvoriento de una bombilla, Jack sujetaba a Barbie por la cintura, un gesto íntimo que la hizo darse la vuelta con las mejillas ardiendo.

¿Por qué se le había ocurrido ir a buscarlo como si no hubieran pasado diez años desde la última vez que se vieron?

Un hombre como Jack no se habría pasado los últimos diez años esperándola.

Jack escuchó un ruido y, al ver a Tanya desaparecer entre bambalinas, esbozó una sonrisa de disculpa. –Lo siento, Barbie. Será mejor que vaya a ver qué quiere la jefa.

Ella hizo una mueca.

–Como trabajó en Hollywood durante unos años, todo el mundo piensa que es alguien importante, pero si lo era ¿por qué no se quedó allí?

¿Por qué no?, se preguntó Jack. Había oído que Tanya Bledso estaba de vuelta en el pueblo pero después de haberla evitado durante semanas la curiosidad había sido más fuerte que él. Quería verla y el teatro era el mejor sitio para encontrarse con ella porque prácticamente había crecido allí.

La recordaba a los diecisiete años, dejando a todo el mundo boquiabierto con su interpretación de Laurey en el musical Oklahoma. Y luego había tomado el primer autobús en dirección a la Costa Oeste porque tenía grandes planes que no incluían a un chico de pueblo como él.

–¿Estás bien, Jack? –Barbie tocó su hombro.

–¿Qué?

–Tienes una expresión muy rara.

–Estoy bien –Jack esbozó una sonrisa–. Nos vemos luego, Barb. Cuídate.

Cuando llegó al escenario, encontró a Tanya inclinada sobre una mesa.

–Hola.

Ella se volvió, apretando unos libretos contra su pecho como si fueran un escudo.

–Ah, hola, Jack.

–Mucho tiempo, ¿no?

–Sí, mucho.

–La última vez que nos vimos dijiste que estabas harta de este pueblo.

–He crecido mucho desde entonces –dijo ella–. Ahora tengo una hija y me he dado cuenta de que Crested Butte es un buen sitio para criar a un niño.

¿Tenía una hija? Imaginar a una Tanya en miniatura hizo que Jack se quedase sin habla.

–No lo sabía. ¿Dónde está su padre?

–Es actor –Tanya colocó los libretos sobre una mesa–. Pero ya no estamos casados y ahora vivo con mis padres. ¿Quieres saber algo más?

«Sí», pensó él. «¿Qué ha sido de la chica dulce a la que yo conocía?».

No veía a esa chica en la mujer con reflejos dorados en el pelo, blusa de seda, vaqueros de diseño y actitud distante.

–¿Cuánto tiempo vas a quedarte esta vez?

–Para siempre –respondió ella–. Éste es mi hogar y pienso criar a mi hija aquí.

–Ha cambiado un poco desde que te fuiste.

–Sí, ya lo he visto. Me gustaría conocer al que ha construido todas esas casas en las colinas; destrozan el paisaje por completo.

–Pues lo tienes delante –dijo él.

Tanya lo miró, perpleja.

–¿Tú?

–Sí, yo –Jack se aclaró la garganta–. Yo he construido la mayoría de esas casas y he ganado mucho dinero haciéndolo.

Se había quedado en Crested Butte mientras ella se iba a la gran ciudad, pero también él había conseguido el éxito a pesar de las limitaciones.

La expresión de Tanya se ensombreció.

–¿Y por qué has hecho eso? Era un sitio precioso, pero a la gente como tú no le importa nada…

–¿A la gente como yo? Mira quién habla… tú estabas deseando irte de aquí. ¿Qué te importa lo que haya pasado en Crested Butte?

Se miraban el uno al otro como enemigos y la intensidad de su furia sorprendió a Jack. Diez años antes, cuando una noche le dijo que iba a marcharse del pueblo, se quedó tan sorprendido que no pudo decir nada. La furia había llegado después, cuando lo dejó solo, pero pensaba que ya no sentía nada por ella.

–Esto es una estupidez –Tanya respiró profundamente–. Vamos a intentarlo otra vez –dijo luego, ofreciéndole su mano–. Hola, Jack. Me alegro de volver a verte. Y gracias por ayudarme con el atrezzo.

Su mano era suave, con las uñas pintadas de color rosa. Le llegaba su perfume, algo floral, y tuvo que contener el deseo de besarla para descubrir si sabía tan bien como antes, si sus labios eran tan dulces como recordaba.

–Bienvenida –dijo por fin, soltando su mano. Tenía que irse de allí antes de decir, o de hacer, algo que lamentase después–. Será mejor que me vaya.

–El próximo ensayo es el jueves. Espero verte por aquí.

Parecía decirlo de corazón, pero Jack lo dudaba. Lo que hubo entre ellos una vez había muerto cuando Tanya subió a ese autobús para marcharse de Crested Butte, dejando claro que allí no había nada que le interesara. La cuestión no era tanto por qué había vuelto sino cuánto tiempo se quedaría antes de que su deseo de fama la empujase a marcharse de nuevo.

Y él se quedaría allí, construyendo esas casas que Tanya odiaba, viviendo en el único sitio que consideraba su hogar.

Tanya se dejó caer sobre la mesa de los libretos, mirando el teatro vacío. Segundos antes Jack se había marchado, dejándola con el corazón en un puño. Estaba tan decidida a hacerse la dura, a charlar como si fueran viejos amigos… pero cinco minutos a solas con él y había metido la pata hasta el fondo.

Al verlo con Barbie se le había encogido el corazón, como si no hubieran pasado diez años y siguiera siendo la novia de Jack. Una parte de su personalidad que ni siquiera sabía que existiera había gritado: «¿qué haces con mi chico?».

Pero, por supuesto, ya no era su chico y no lo había sido en diez años. Había sido su primer amor, pero más tarde había descubierto que el amor de verdad era mucho más complicado y lleno de problemas.

Había reaccionado así no porque siguiera enamorada de Jack, sino porque representaba sentimientos más sencillos, más inocentes, un tiempo de su vida al que le gustaría volver. Después de vivir en una ciudad a la que no le importaba un bledo, había vuelto a Crested Butte esperando volver a ser parte de una comunidad pequeña y recuperar la paz que había perdido tanto tiempo atrás.

La puerta del teatro se abrió en ese momento y una niña de largo pelo rubio se acercó corriendo por el pasillo.

–¡Mamá! Emma tiene un perro que se llama Joe. Es un perro salchicha y tiene las orejas tan largas que se las pisa cuando anda.

–Ah, entonces debe de ser muy simpático –Tanya abrazó a su hija mientras sonreía a Angela, que se acercaba por el pasillo.

–He visto a Heather con Annie y me he ofrecido a traértela –le dijo. Heather Allison cuidaba de su hija los jueves por la noche, mientras Tanya ensayaba. Los martes, su madre hacía de niñera.

–Gracias. –¿Puedo ir a mirar el póster del vestíbulo, mamá? –le preguntó Annie. –Muy bien, pero no salgas del teatro –Tanya sonrió mientras veía correr a su hija.

Annie, que tenía el pelo rubio y los ojos azules como ella, pero los pómulos altos y la energía de Stuart, nunca caminaba si podía ir corriendo, decidida a absorber a la carrera todo lo que la vida pudiese ofrecerle.

–¿El que acaba de salir era Jack Crenshaw? –le preguntó Angela.

–Sí –respondió Tanya, ocupándose en colocar los libretos.

–Me han dicho que erais novios en el instituto.

–Sí, salíamos juntos.

–Ah, ya veo. No sé cómo era entonces, pero ahora es un pedazo de hombre, uno de los más guapos del pueblo. ¿Vais a retomar lo que dejasteis?

–No seas tonta. Entonces éramos unos críos.

–Dicen que recuperar el primer amor puede ser muy dulce.

Tanya hizo una mueca.

–¿Quién dice eso?

–Alguien lo ha dicho, estoy segura –Angela se dejó caer sobre una butaca de la primera fila–. Bueno, cuéntame, ¿ha habido chispas?

–Ninguna –mintió Tanya.

–¿Crees que sigue interesado en ti?

–¡No! Cuando fui a buscarlo entre bambalinas, prácticamente estaba besando a Barbie.

–Barbie es una cría y coquetea con todo el mundo –Angela hizo un gesto con la mano–. Un hombre como Jack necesita una mujer que le haga feliz.

–Pues yo no estoy interesada en ser esa mujer. Además, me ha contado que es el responsable de todas esas casas en las colinas.

Cuando se marchó de allí, Tanya sólo pensaba en el futuro y no tenía tiempo para pensar en lo que había dejado atrás. Pero, con el paso de los años, a medida que se amontaban las desilusiones de su fracasado matrimonio y su carrera, que no iba a ningún sitio, pensaba cada día más en Crested Butte. En su recuerdo, era un pueblecito perfecto, un lugar seguro donde no cabía la fealdad del resto del mundo. Ni siquiera la visita anual a sus padres había logrado estropear esa imagen. El Crested Butte de sus recuerdos era un sitio maravilloso, lo único perfecto en su vida.

Angela soltó una carcajada.

–Sí, Jack construyó muchas de esas casas, de modo que está forrado. Una razón más para considerarlo un buen partido.

–Yo no estoy buscando marido.

Desde su divorcio, Tanya había estado tan ocupada cuidando de Annie que no había tenido tiempo ni ganas de buscar una relación.

–Pensé que habías vuelto para sentar la cabeza –dijo Angela.

–He vuelto a casa porque no tenía alternativa.

Cuando su matrimonio con Stuart se rompió pensó que podía volver a empezar. Pero esta vez, en lugar de anuncios y telenovelas, se dedicaría al cine y haría realidad su sueño de ser una estrella de Hollywood.

Pero la gente que importaba se había olvidado de ella. En los tres años que estuvo cuidando de Annie, y del frágil ego de Stuart, había nuevos directores de casting, nuevos realizadores… por no hablar de nuevas caras. A ninguno de ellos le importaba que hubiera sido una estrella en las obras del instituto o que el periódico del condado de Gunnison hubiese publicado una vez que estaba destinada a ser una estrella.

Sin dinero y descorazonada por completo, había aceptado la invitación de sus padres de volver a casa.

–Me di cuenta de que era el sitio perfecto para criar a Annie –Tanya suspiró, sentándose en una butaca al lado de Angela–. Pero ojalá siguiera siendo como yo lo recordaba. Hay tantos edificios nuevos, tanta gente, tantos cambios…

–Yo soy una de esas personas nuevas y no soy mala –le recordó Angela–. Y mira cómo ha crecido el teatro local. En parte gracias a la gente que vive en esas casas que tanto odias.

–Lo sé –asintió Tanya.

Lo que la inquietaba no era tanto el crecimiento de Crested Butte sino la fantasía de volver a su antigua vida. Le costaba trabajo conciliar su visión nostálgica con la realidad… un sueño más que se venía abajo. Crested Butte siempre había sido el único sitio en el que ella contaba y ya no era así. No era invisible como lo había sido en Hollywood, pero no había esperado tener que luchar para hacerse un sitio allí.

–Deberías salir con Jack si tienes oportunidad de hacerlo –sugirió Angela–. Tiene fama de ser un acompañante estupendo.

Tanya hizo una mueca.

–No quiero un hombre con fama de mujeriego, muchas gracias.

Cuando estuviera lista para salir con un hombre otra vez, quería alguien serio, amable, responsable, no un tipo arrogante como su ex y tampoco un hombre que conociera todos sus sueños… y cómo había fracasado al intentar conseguirlos.

–Mamá, ¿podemos tomar un helado? –Annie llegó corriendo por el pasillo como era su costumbre.

–Creo que la abuela tiene helados en la nevera. Si se lo pides por favor, seguro que te invitará a uno –dijo Tanya, levantándose de la butaca–. Bueno, tenemos que irnos, se hace tarde.

Angela se levantó también.

–Hasta el martes… si no nos vemos antes.

–Hasta el martes –Tanya se inclinó para abrochar la cazadora vaquera de Annie. Incluso en el mes de junio, las noches eran mucho más frescas allí que en California.

–Ojalá nieve –dijo su hija–. El abuelo dice que me llevará a dar un paseo en trineo después del colegio.

Tanya sonrió, recordando las horas que había pasado lanzándose colina abajo con su trineo cuando era niña. Tragarse el orgullo y volver a casa de sus padres no había sido fácil, pero en momentos como aquél estaba segura de haber hecho lo que debía. A pesar de los cambios, muchas de las cosas buenas que recordaba de su infancia seguían allí y quería que Annie las viviera todas, que atesorase los bonitos recuerdos que ella había atesorado en Crested Butte. ¿Qué importaba que ya no fuese la chica más popular del pueblo? Annie era la razón por la que había vuelto allí, la única razón que necesitaba.

CAPÍTULO 2

LAS oficinas de la constructora Crenshaw estaban en un edificio de madera y cristal, al sur de Crested Butte. El edificio tenía menos de un año y cada vez que entraba en él, Jack experimentaba una oleada de satisfacción.

Cuando se unió a su padre en el negocio familiar al terminar la carrera, la constructora era una empresa pequeña especializada en reformas. Ahora era una empresa millonaria, una de las más importantes de la zona.

Jack llevaba más de una hora trabajando el viernes por la mañana cuando su padre entró en el despacho y se dejó caer sobre una silla.

La perra de Jack, una golden retriever llamada Nugget, se levantó de su cama bajo la ventana para saludarlo y fue recompensada con una caricia detrás de las orejas. La había adoptado seis meses antes y el animal se sentía como en su casa en la oficina, aunque solía permanecer a su lado.

–¿Llevaste los bastidores al teatro? –le preguntó Andy Crenshaw, su padre, con un acento que revelaba sus raíces de Minnesota.

Aunque se había retirado oficialmente el año anterior como presidente de la compañía, seguía teniendo un despacho y pasaba algunas horas allí cada día. El resto del tiempo lo dedicaba a pescar en verano, a esquiar en inverno y a viajar con la madre de Jack, Carrie.

–Los dejé allí anoche, antes de volver a casa.

–Trabajas muchas horas, hijo.

–Hay mucho que hacer –dijo Jack.

Habían tenido esa misma conversación muchas veces. Luego le diría que necesitaba cortarse el pelo

o que era demasiado blando con los obreros por de

jarlos salir una hora antes los viernes.

Pero Andy no se limitó al guión esa mañana.

–No deberías dejar que el trabajo se comiera toda tu vida –le dijo–. Por eso yo no quise ampliar el negocio cuando tu hermana y tú erais pequeños. Quería estar en casa para cenar juntos todas las noches e ir a verte jugar al fútbol en el colegio.

Jack lo miró, sorprendido. ¿Por qué sacaba ese tema?

–Y siempre te lo agradecí –le dijo–. Papá, no pensarás que he ampliado el negocio porque creía que tú no habías hecho suficiente, ¿verdad?

–No, claro que no. Sé que lo has hecho porque es lo que te sale de forma natural –Andy sonrió, mostrando las arrugas que una vida entera trabajando al aire libre había dejado en su rostro–. Siempre te has esforzado mucho por ser el mejor, ya fuera jugando al baloncesto o en la construcción. Y estoy orgulloso de ti, hijo, pero me gustaría que vivieras un poco más y trabajases un poco menos.

–Yo lo paso bien, papá. Tengo muchos amigos y, además, cuento con Nugget.

Al escuchar su nombre, la perrita empezó a mover alegremente la cola.

–Me refería a una familia –Andy se inclinó hacia delante, con sus brillantes ojos azules clavados en Jack–. Si tuvieras una familia a la que volver cada noche, no estarías trabajando a todas horas. No es que quiera presionarte –dijo luego, volviendo a reclinarse en la silla–, sólo era una observación.

–¿Y a qué viene esa observación?

Su padre nunca había tenido inclinación alguna a darle charlas o a hablar de temas serios.

–La hija pequeña de Maggie Calloway está embarazada. Va a ser el cuarto nieto de Maggie y tu madre empieza a ponerse nerviosa.

Jack soltó una carcajada, aliviado al escuchar la explicación.

–Dile a mamá que no se preocupe. Pienso casarme algún día… cuando aparezca la mujer adecuada.

Andy asintió con la cabeza, mirando las montañas tras la pared de cristal.

–¿Viste a alguien especial anoche?

Jack se puso tenso. Aparentemente, que la mejor amiga de su madre fuera a tener otro nieto no era lo único que había provocado esa conversación.

–Tanya Bledso estaba allí.