La prueba de papá - Una carta de amor - La prueba de ser princesa - Cindi Myers - E-Book
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La prueba de papá - Una carta de amor - La prueba de ser princesa E-Book

Cindi Myers

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Beschreibung

La prueba de papá Cindi Myers Tanya Bledso estaba deseando irse de Crested Butte para perseguir su sueño de convertirse en una estrella de Hollywood. La madre soltera había regresado para llevar el teatro local y criar a su hija. Pero la ciudad tranquila y encantadora se había convertido en una bulliciosa atracción turística gracias a un hombre, Jack Crenshaw, un extraordinario promotor inmobiliario… y su amor del instituto. Una carta de amor Laura Bradford La carta llegó a ella por error, de modo que Phoebe Jennings decidió cruzar la ciudad en coche para entregársela a su legítimo destinatario. Pero ¿alguien podría explicarle cómo era posible que Tate Williams, un atractivo soltero, fuera el destinatario de una carta de amor escrita cuarenta años atrás? La prueba de ser princesa Shirley Jump La princesa Carlita Santaro cambió su palacio por la pequeña ciudad de Winter Haven. Daniel era un gran periodista que ahora trabajaba en un programa de cotilleo televisivo. Su jefe le pidió que hiciera una prueba a Carlita, una mujer sospechosamente normal, para demostrar si era realmente una princesa o una impostora. Carlita cautivó a Daniel, que pronto tuvo que elegir entre buscar una exclusiva periodística o seguir los dictados de su corazón.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 473 - marzo 2019

 

© 2009 Cynthia Myers

La prueba de papá

Título original: The Daddy Audition

 

© 2010 Laura Bradford

Una carta de amor

Título original: Kayla’s Daddy

 

© 2011 Shirley Kawa-Jump, Llc

La prueba de ser princesa

Título original: The Princess Test

 

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011 y 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-923-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

La prueba papá

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Una carta de amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

La prueba de ser princesa

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

–TODOS a sus puestos, por favor. Tenemos que ensayar esta escena una vez más.

Sin hacer caso a las protestas del reparto, Tanya Bledso esperó que ocuparan sus sitios. Motitas de polvo bailaban en el aire y, si lo mirabas de cerca, el suelo del escenario estaba sucio y gastado; nada que ver con los estudios de Hollywood que habían sido su hogar durante diez años.

Si sus antiguos colegas pudiesen verla soltarían una carcajada, pero Tanya intentaba no pensar en ello. Había vuelto a casa, en Crested Butte, Colorado, para empezar de nuevo y si eso significaba trabajar en una producción de aficionados, que así fuera. Al menos seguía haciendo lo que más le gustaba, aunque no al nivel al que una vez había aspirado.

–¿Es así como hacen las cosas en Hollywood? –le preguntó su mejor amiga, Angela Krizova, mientras se dejaba caer sobre una silla–. ¿Trabajan hasta caer muertos?

–Los actores trabajan a todas horas –respondió Tanya.

–Sí, pero a ellos les pagan –intervino el protagonista de la obra, el concejal Oscar Renfield–. Aquí todos somos aficionados.

–Y tu interpretación lo deja bien claro –replicó el encargado de las luces, Bill Freeman.

Oscar esperó a que las risas terminasen para decir:

–Comparados con Tanya, aquí todos somos aficionados.

Todo el mundo había sido muy amable con ella desde que volvió al pueblo, tratándola como si fuera una estrella cuando sólo había hecho anuncios publicitarios en televisión y un papel en una telenovela durante cuatro años. Afortunadamente, había conseguido el puesto de directora del Centro Cultural de Crested Butte, que incluía el teatro Mountain, y estaba dispuesta a hacer un buen trabajo.

–Venga, chicos. Una vez más y terminamos, lo prometo.

Refunfuñando, todos se colocaron en sus puestos y Tanya les dio el pie:

–¿Cómo sé que puedo confiar en ti, Steve? La última vez no salió bien.

La puerta del teatro se abrió en ese momento y un hombre entró cargando con un enorme bastidor.

–¿Dónde pongo esto? –preguntó. Y, sin esperar respuesta, recorrió el pasillo con el bastidor, que representaba el exterior de un antiguo saloon del Oeste–. Tengo tres más en la camioneta.

Al escuchar esa voz Tanya pensó que sus oídos la engañaban, pero cuando llegó al pie del escenario supo que no era así.

Parecía mayor, con los brazos y los hombros de un hombre y no del chico que recordaba, pero el flequillo de Jack Crenshaw seguía cayendo sobre su frente y seguía teniendo esos intensos ojos azules que parecían ver en el corazón de una persona. De adolescente era tan guapo que todas las mujeres, desde los seis a los sesenta años, se volvían para mirarlo. Y Tanya se encontró irguiendo los hombros y pasándose una mano por el pelo.

Él la miró entonces y, durante un momento que duró una eternidad, sintió que su corazón se encogía. Había logrado evitar a Jack hasta aquel momento por una razón: verlo de nuevo le recordaba lo que había sido a los dieciocho años, tan joven, tan llena de ilusión, de emociones incontrolables.

Al reconocerla, Jack sonrió y ella se derritió por dentro.

–Vaya, vaya, pero si es la princesa de Hollywood.

El sarcasmo la sorprendió, pero intentó disimularlo. Sí, se habían despedido en unas circunstancias más bien tristes diez años antes, pero él tenía que haberla perdonado. Después de todo, entonces eran unos críos. Sí, tenía que ser otra cosa. Tal vez no le gustaba el teatro… o tal vez estaba de broma.

–Hola, Jack.

Él la miró de arriba abajo y la seriedad de su expresión la sorprendió. Habían cambiado muchas cosas en Crested Butte desde que se marchó, pero no quería creer que Jack fuese una de ellas.

–Veo que estás a cargo de todo –comentó él, como si estuviera hablando con una desconocida–. ¿Dónde pongo los bastidores?

Tanya parpadeó. Sí, Jack había cambiado y, como tantas cosas en el pueblo, no para bien.

–Detrás del escenario –respondió.

–A lo mejor quieres enseñarme dónde exactamente –la invitación fue hecha con una sonrisa, pero contenía menos hospitalidad que una amenaza.

–Yo lo haré –se ofreció Barbie Fenton, la sustituta de Angela, antes de que Tanya pudiese abrir la boca–. Ven por aquí, Jack.

–Tenemos que ensayar la escena –protestó ella.

–A mí no me necesitas por ahora –dijo Barbie.

Tanya miró su libreto, intentando esconder su irritación. ¿Qué le pasaba a Jack? No se había molestado en visitarla desde que volvió a Crested Butte unos meses antes, pero había querido creer que estaba ocupado. O que tal vez, como ella, necesitaba un poco de tiempo para acostumbrarse a la idea de que iban a verse a menudo otra vez. Ahora eran adultos, de modo que su antigua relación ya no contaba y necesitaban tiempo para decidir qué papel iban a hacer en la vida del otro.

Una profunda risa masculina llegó desde detrás del escenario y Tanya contuvo la respiración. Habían pasado diez años desde la última vez que lo había oído reír así y su cuerpo respondía como si hubiera sido el día anterior. Ni su vida en Hollywood, ni siete años de matrimonio habían podido enfriar el calor que Jack había encendido en ella una vez.

–No te estoy pidiendo que confíes en mí, Roxanne. Te estoy pidiendo que hagas un esfuerzo –Oscar leyó su línea–. Que lo intentemos de nuevo es en interés de los dos.

–Ésa no es la frase –protestó Angela.

–No me gusta cómo está escrita –replicó Oscar–. Así es mejor.

–¿Y tú quién eres para decidir eso?

La trifulca entre los actores hizo que Tanya volviera al presente.

–¿Qué ocurre? –murmuró, pasando las páginas del libreto.

–La frase es: «yo haré que merezca la pena» –dijo Angela–. «Que lo intentemos de nuevo es en interés de los dos» suena a algo que diría un banquero.

–Pero es que yo soy banquero –protestó Oscar.

–Tu personaje no lo es –le recordó Tanya–. Por favor, lee la frase tal y como está escrita en el libreto.

Cuando terminó el ensayo se metió entre bambalinas esperando hablar con Jack. Debería haber ido a verlo antes, pensó. Tal vez estaba enfadado por eso. Muy bien, no le importaba disculparse, lo importante era que no había ninguna razón para que no volvieran a ser amigos.

Necesitaba algo familiar en un sitio que había cambiado tanto en esos diez años. Durante las breves visitas a su familia no se había dado cuenta de que el soñoliento pueblo minero que había dejado atrás se había convertido en un lugar turístico. Las colinas estaban llenas de casas y en la calle principal había tiendas, restaurantes y bares llenos de turistas.

Tanya se detuvo al escuchar un murmullo de voces. Ante ella, bajo el brillo polvoriento de una bombilla, Jack sujetaba a Barbie por la cintura, un gesto íntimo que la hizo darse la vuelta con las mejillas ardiendo.

¿Por qué se le había ocurrido ir a buscarlo como si no hubieran pasado diez años desde la última vez que se vieron?

Un hombre como Jack no se habría pasado los últimos diez años esperándola.

 

 

Jack escuchó un ruido y, al ver a Tanya desaparecer entre bambalinas, esbozó una sonrisa de disculpa.

–Lo siento, Barbie. Será mejor que vaya a ver qué quiere la jefa.

Ella hizo una mueca.

–Como trabajó en Hollywood durante unos años, todo el mundo piensa que es alguien importante, pero si lo era ¿por qué no se quedó allí?

¿Por qué no?, se preguntó Jack. Había oído que Tanya Bledso estaba de vuelta en el pueblo pero después de haberla evitado durante semanas la curiosidad había sido más fuerte que él. Quería verla y el teatro era el mejor sitio para encontrarse con ella porque prácticamente había crecido allí.

La recordaba a los diecisiete años, dejando a todo el mundo boquiabierto con su interpretación de Laurey en el musical Oklahoma. Y luego había tomado el primer autobús en dirección a la Costa Oeste porque tenía grandes planes que no incluían a un chico de pueblo como él.

–¿Estás bien, Jack? –Barbie tocó su hombro.

–¿Qué?

–Tienes una expresión muy rara.

–Estoy bien –Jack esbozó una sonrisa–. Nos vemos luego, Barb. Cuídate.

Cuando llegó al escenario, encontró a Tanya inclinada sobre una mesa.

–Hola.

Ella se volvió, apretando unos libretos contra su pecho como si fueran un escudo.

–Ah, hola, Jack.

–Mucho tiempo, ¿no?

–Sí, mucho.

–La última vez que nos vimos dijiste que estabas harta de este pueblo.

–He crecido mucho desde entonces –dijo ella–. Ahora tengo una hija y me he dado cuenta de que Crested Butte es un buen sitio para criar a un niño.

¿Tenía una hija? Imaginar a una Tanya en miniatura hizo que Jack se quedase sin habla.

–No lo sabía. ¿Dónde está su padre?

–Es actor –Tanya colocó los libretos sobre una mesa–. Pero ya no estamos casados y ahora vivo con mis padres. ¿Quieres saber algo más?

«Sí», pensó él. «¿Qué ha sido de la chica dulce a la que yo conocía?».

No veía a esa chica en la mujer con reflejos dorados en el pelo, blusa de seda, vaqueros de diseño y actitud distante.

–¿Cuánto tiempo vas a quedarte esta vez?

–Para siempre –respondió ella–. Éste es mi hogar y pienso criar a mi hija aquí.

–Ha cambiado un poco desde que te fuiste.

–Sí, ya lo he visto. Me gustaría conocer al que ha construido todas esas casas en las colinas; destrozan el paisaje por completo.

–Pues lo tienes delante –dijo él.

Tanya lo miró, perpleja.

–¿Tú?

–Sí, yo –Jack se aclaró la garganta–. Yo he construido la mayoría de esas casas y he ganado mucho dinero haciéndolo.

Se había quedado en Crested Butte mientras ella se iba a la gran ciudad, pero también él había conseguido el éxito a pesar de las limitaciones.

La expresión de Tanya se ensombreció.

–¿Y por qué has hecho eso? Era un sitio precioso, pero a la gente como tú no le importa nada…

–¿A la gente como yo? Mira quién habla… tú estabas deseando irte de aquí. ¿Qué te importa lo que haya pasado en Crested Butte?

Se miraban el uno al otro como enemigos y la intensidad de su furia sorprendió a Jack. Diez años antes, cuando una noche le dijo que iba a marcharse del pueblo, se quedó tan sorprendido que no pudo decir nada. La furia había llegado después, cuando lo dejó solo, pero pensaba que ya no sentía nada por ella.

–Esto es una estupidez –Tanya respiró profundamente–. Vamos a intentarlo otra vez –dijo luego, ofreciéndole su mano–. Hola, Jack. Me alegro de volver a verte. Y gracias por ayudarme con el atrezzo.

Su mano era suave, con las uñas pintadas de color rosa. Le llegaba su perfume, algo floral, y tuvo que contener el deseo de besarla para descubrir si sabía tan bien como antes, si sus labios eran tan dulces como recordaba.

–Bienvenida –dijo por fin, soltando su mano. Tenía que irse de allí antes de decir, o de hacer, algo que lamentase después–. Será mejor que me vaya.

–El próximo ensayo es el jueves. Espero verte por aquí.

Parecía decirlo de corazón, pero Jack lo dudaba. Lo que hubo entre ellos una vez había muerto cuando Tanya subió a ese autobús para marcharse de Crested Butte, dejando claro que allí no había nada que le interesara. La cuestión no era tanto por qué había vuelto sino cuánto tiempo se quedaría antes de que su deseo de fama la empujase a marcharse de nuevo.

Y él se quedaría allí, construyendo esas casas que Tanya odiaba, viviendo en el único sitio que consideraba su hogar.

 

 

Tanya se dejó caer sobre la mesa de los libretos, mirando el teatro vacío. Segundos antes Jack se había marchado, dejándola con el corazón en un puño. Estaba tan decidida a hacerse la dura, a charlar como si fueran viejos amigos… pero cinco minutos a solas con él y había metido la pata hasta el fondo.

Al verlo con Barbie se le había encogido el corazón, como si no hubieran pasado diez años y siguiera siendo la novia de Jack. Una parte de su personalidad que ni siquiera sabía que existiera había gritado: «¿qué haces con mi chico?».

Pero, por supuesto, ya no era su chico y no lo había sido en diez años. Había sido su primer amor, pero más tarde había descubierto que el amor de verdad era mucho más complicado y lleno de problemas.

Había reaccionado así no porque siguiera enamorada de Jack, sino porque representaba sentimientos más sencillos, más inocentes, un tiempo de su vida al que le gustaría volver. Después de vivir en una ciudad a la que no le importaba un bledo, había vuelto a Crested Butte esperando volver a ser parte de una comunidad pequeña y recuperar la paz que había perdido tanto tiempo atrás.

La puerta del teatro se abrió en ese momento y una niña de largo pelo rubio se acercó corriendo por el pasillo.

–¡Mamá! Emma tiene un perro que se llama Joe. Es un perro salchicha y tiene las orejas tan largas que se las pisa cuando anda.

–Ah, entonces debe de ser muy simpático –Tanya abrazó a su hija mientras sonreía a Angela, que se acercaba por el pasillo.

–He visto a Heather con Annie y me he ofrecido a traértela –le dijo. Heather Allison cuidaba de su hija los jueves por la noche, mientras Tanya ensayaba. Los martes, su madre hacía de niñera.

–Gracias.

–¿Puedo ir a mirar el póster del vestíbulo, mamá? –le preguntó Annie.

–Muy bien, pero no salgas del teatro –Tanya sonrió mientras veía correr a su hija.

Annie, que tenía el pelo rubio y los ojos azules como ella, pero los pómulos altos y la energía de Stuart, nunca caminaba si podía ir corriendo, decidida a absorber a la carrera todo lo que la vida pudiese ofrecerle.

–¿El que acaba de salir era Jack Crenshaw? –le preguntó Angela.

–Sí –respondió Tanya, ocupándose en colocar los libretos.

–Me han dicho que erais novios en el instituto.

–Sí, salíamos juntos.

–Ah, ya veo. No sé cómo era entonces, pero ahora es un pedazo de hombre, uno de los más guapos del pueblo. ¿Vais a retomar lo que dejasteis?

–No seas tonta. Entonces éramos unos críos.

–Dicen que recuperar el primer amor puede ser muy dulce.

Tanya hizo una mueca.

–¿Quién dice eso?

–Alguien lo ha dicho, estoy segura –Angela se dejó caer sobre una butaca de la primera fila–. Bueno, cuéntame, ¿ha habido chispas?

–Ninguna –mintió Tanya.

–¿Crees que sigue interesado en ti?

–¡No! Cuando fui a buscarlo entre bambalinas, prácticamente estaba besando a Barbie.

–Barbie es una cría y coquetea con todo el mundo –Angela hizo un gesto con la mano–. Un hombre como Jack necesita una mujer que le haga feliz.

–Pues yo no estoy interesada en ser esa mujer. Además, me ha contado que es el responsable de todas esas casas en las colinas.

Cuando se marchó de allí, Tanya sólo pensaba en el futuro y no tenía tiempo para pensar en lo que había dejado atrás. Pero, con el paso de los años, a medida que se amontaban las desilusiones de su fracasado matrimonio y su carrera, que no iba a ningún sitio, pensaba cada día más en Crested Butte. En su recuerdo, era un pueblecito perfecto, un lugar seguro donde no cabía la fealdad del resto del mundo. Ni siquiera la visita anual a sus padres había logrado estropear esa imagen. El Crested Butte de sus recuerdos era un sitio maravilloso, lo único perfecto en su vida.

Angela soltó una carcajada.

–Sí, Jack construyó muchas de esas casas, de modo que está forrado. Una razón más para considerarlo un buen partido.

–Yo no estoy buscando marido.

Desde su divorcio, Tanya había estado tan ocupada cuidando de Annie que no había tenido tiempo ni ganas de buscar una relación.

–Pensé que habías vuelto para sentar la cabeza –dijo Angela.

–He vuelto a casa porque no tenía alternativa.

Cuando su matrimonio con Stuart se rompió pensó que podía volver a empezar. Pero esta vez, en lugar de anuncios y telenovelas, se dedicaría al cine y haría realidad su sueño de ser una estrella de Hollywood.

Pero la gente que importaba se había olvidado de ella. En los tres años que estuvo cuidando de Annie, y del frágil ego de Stuart, había nuevos directores de casting, nuevos realizadores… por no hablar de nuevas caras. A ninguno de ellos le importaba que hubiera sido una estrella en las obras del instituto o que el periódico del condado de Gunnison hubiese publicado una vez que estaba destinada a ser una estrella.

Sin dinero y descorazonada por completo, había aceptado la invitación de sus padres de volver a casa.

–Me di cuenta de que era el sitio perfecto para criar a Annie –Tanya suspiró, sentándose en una butaca al lado de Angela–. Pero ojalá siguiera siendo como yo lo recordaba. Hay tantos edificios nuevos, tanta gente, tantos cambios…

–Yo soy una de esas personas nuevas y no soy mala –le recordó Angela–. Y mira cómo ha crecido el teatro local. En parte gracias a la gente que vive en esas casas que tanto odias.

–Lo sé –asintió Tanya.

Lo que la inquietaba no era tanto el crecimiento de Crested Butte sino la fantasía de volver a su antigua vida. Le costaba trabajo conciliar su visión nostálgica con la realidad… un sueño más que se venía abajo. Crested Butte siempre había sido el único sitio en el que ella contaba y ya no era así. No era invisible como lo había sido en Hollywood, pero no había esperado tener que luchar para hacerse un sitio allí.

–Deberías salir con Jack si tienes oportunidad de hacerlo –sugirió Angela–. Tiene fama de ser un acompañante estupendo.

Tanya hizo una mueca.

–No quiero un hombre con fama de mujeriego, muchas gracias.

Cuando estuviera lista para salir con un hombre otra vez, quería alguien serio, amable, responsable, no un tipo arrogante como su ex y tampoco un hombre que conociera todos sus sueños… y cómo había fracasado al intentar conseguirlos.

–Mamá, ¿podemos tomar un helado? –Annie llegó corriendo por el pasillo como era su costumbre.

–Creo que la abuela tiene helados en la nevera. Si se lo pides por favor, seguro que te invitará a uno –dijo Tanya, levantándose de la butaca–. Bueno, tenemos que irnos, se hace tarde.

Angela se levantó también.

–Hasta el martes… si no nos vemos antes.

–Hasta el martes –Tanya se inclinó para abrochar la cazadora vaquera de Annie. Incluso en el mes de junio, las noches eran mucho más frescas allí que en California.

–Ojalá nieve –dijo su hija–. El abuelo dice que me llevará a dar un paseo en trineo después del colegio.

Tanya sonrió, recordando las horas que había pasado lanzándose colina abajo con su trineo cuando era niña. Tragarse el orgullo y volver a casa de sus padres no había sido fácil, pero en momentos como aquél estaba segura de haber hecho lo que debía. A pesar de los cambios, muchas de las cosas buenas que recordaba de su infancia seguían allí y quería que Annie las viviera todas, que atesorase los bonitos recuerdos que ella había atesorado en Crested Butte. ¿Qué importaba que ya no fuese la chica más popular del pueblo? Annie era la razón por la que había vuelto allí, la única razón que necesitaba.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LAS oficinas de la constructora Crenshaw estaban en un edificio de madera y cristal, al sur de Crested Butte. El edificio tenía menos de un año y cada vez que entraba en él, Jack experimentaba una oleada de satisfacción.

Cuando se unió a su padre en el negocio familiar al terminar la carrera, la constructora era una empresa pequeña especializada en reformas. Ahora era una empresa millonaria, una de las más importantes de la zona.

Jack llevaba más de una hora trabajando el viernes por la mañana cuando su padre entró en el despacho y se dejó caer sobre una silla.

La perra de Jack, una golden retriever llamada Nugget, se levantó de su cama bajo la ventana para saludarlo y fue recompensada con una caricia detrás de las orejas. La había adoptado seis meses antes y el animal se sentía como en su casa en la oficina, aunque solía permanecer a su lado.

–¿Llevaste los bastidores al teatro? –le preguntó Andy Crenshaw, su padre, con un acento que revelaba sus raíces de Minnesota.

Aunque se había retirado oficialmente el año anterior como presidente de la compañía, seguía teniendo un despacho y pasaba algunas horas allí cada día. El resto del tiempo lo dedicaba a pescar en verano, a esquiar en inverno y a viajar con la madre de Jack, Carrie.

–Los dejé allí anoche, antes de volver a casa.

–Trabajas muchas horas, hijo.

–Hay mucho que hacer –dijo Jack.

Habían tenido esa misma conversación muchas veces. Luego le diría que necesitaba cortarse el pelo o que era demasiado blando con los obreros por dejarlos salir una hora antes los viernes.

Pero Andy no se limitó al guión esa mañana.

–No deberías dejar que el trabajo se comiera toda tu vida –le dijo–. Por eso yo no quise ampliar el negocio cuando tu hermana y tú erais pequeños. Quería estar en casa para cenar juntos todas las noches e ir a verte jugar al fútbol en el colegio.

Jack lo miró, sorprendido. ¿Por qué sacaba ese tema?

–Y siempre te lo agradecí –le dijo–. Papá, no pensarás que he ampliado el negocio porque creía que tú no habías hecho suficiente, ¿verdad?

–No, claro que no. Sé que lo has hecho porque es lo que te sale de forma natural –Andy sonrió, mostrando las arrugas que una vida entera trabajando al aire libre había dejado en su rostro–. Siempre te has esforzado mucho por ser el mejor, ya fuera jugando al baloncesto o en la construcción. Y estoy orgulloso de ti, hijo, pero me gustaría que vivieras un poco más y trabajases un poco menos.

–Yo lo paso bien, papá. Tengo muchos amigos y, además, cuento con Nugget.

Al escuchar su nombre, la perrita empezó a mover alegremente la cola.

–Me refería a una familia –Andy se inclinó hacia delante, con sus brillantes ojos azules clavados en Jack–. Si tuvieras una familia a la que volver cada noche, no estarías trabajando a todas horas. No es que quiera presionarte –dijo luego, volviendo a reclinarse en la silla–, sólo era una observación.

–¿Y a qué viene esa observación?

Su padre nunca había tenido inclinación alguna a darle charlas o a hablar de temas serios.

–La hija pequeña de Maggie Calloway está embarazada. Va a ser el cuarto nieto de Maggie y tu madre empieza a ponerse nerviosa.

Jack soltó una carcajada, aliviado al escuchar la explicación.

–Dile a mamá que no se preocupe. Pienso casarme algún día… cuando aparezca la mujer adecuada.

Andy asintió con la cabeza, mirando las montañas tras la pared de cristal.

–¿Viste a alguien especial anoche?

Jack se puso tenso. Aparentemente, que la mejor amiga de su madre fuera a tener otro nieto no era lo único que había provocado esa conversación.

–Tanya Bledso estaba allí.

–Me han dicho que está haciendo un buen trabajo con la compañía de teatro. La gente dice que hemos tenido suerte de conseguir a alguien con su experiencia.

La vida de Tanya en Hollywood le había dado unas credenciales impresionantes en el pueblo aunque, por lo que él había podido ver, también la había cambiado en otros sentidos. La mujer fría y sofisticada que había visto por la noche en el teatro no era la chica dulce y alegre que él recordaba.

–Siempre me ha gustado Tanya, ya lo sabes –siguió Andy–. Y me alegré mucho al saber que había vuelto al pueblo.

–Ya está bien, papá. Tanya y yo no vamos a volver a salir juntos –dijo Jack entonces.

–¿Quién ha dicho nada de eso? –su padre intentó poner cara de inocente, pero fracasó por completo–. Antes erais muy buenos amigos y no hay nada malo en retomar esa amistad, ¿no?

Habían sido algo más que amigos. Tanya prácticamente había sido parte de la familia Crenshaw. De hecho, todo el mundo creía que algún día sería parte de la familia. Todo el mundo salvo ella, evidentemente.

–Vamos a cambiar de tema, por favor. ¿Qué piensas hacer hoy?

–Había pensado ayudar un rato a los chicos a montar la caseta para mañana. Ya sabes que la Sociedad Protectora de Animales organiza un evento para recaudar fondos y conseguir que la gente adopte perros y gatos abandonados. ¿Piensas pasarte por allí?

Jack asintió con la cabeza. Su padre había ofrecido la construcción de la caseta de forma gratuita y, aunque sabía que era un hombre generoso, sospechaba que estaba intentando animarlo a salir y conocer chicas.

–Sí, me pasaré por allí.

Andy se levantó de la silla.

–Hazme un favor, hijo. Esta noche, sal pronto de la oficina y pásalo bien. Es viernes.

Jack siguió sonriendo hasta que su padre salió del despacho, pero después dejó escapar un suspiro.

Pasarlo bien. Tenía media docena de proyectos a medias y un tejado que necesitaba reparación urgente y su padre quería que lo pasara bien. Había un momento y un lugar para pasarlo bien, pero no era aquél precisamente.

Sin que pudiera evitarlo, en su mente apareció una imagen de Tanya la noche anterior: los brazos cruzados sobre el pecho en un gesto defensivo, los labios fruncidos. Tampoco ella parecía estar pasándolo bien. Pero lo habían pasado muy bien diez años antes. Jack recordaba una noche, poco después de terminar el instituto…

Los padres de Tanya se habían ido a California con su hermano, Ian, que se había alistado en los Marines, dejándola sola en casa con el perro como protección y compañía. Tanya lo había invitado a pasar la noche con ella, una invitación ilícita y emocionante. Se habían metido en el jacuzzi, bajo la última nevada de primavera, y habían hecho el amor en su dormitorio, con la luz de la luna entrando por la ventana…

Jack sacudió la cabeza. Un mes después de esa mágica noche, Tanya se había marchado a Hollywood para vivir su sueño. Y él se había quedado en casa y había trabajado sin descanso para convertir la constructora Crenshaw en la mejor de la zona.

Pero ella había vuelto. Jack se decía que no le importaba, pero el hecho de que estuviera pensando en ello dejaba claro que no era así. Los recuerdos de la chica que había sido y la curiosidad por la mujer en la que se había convertido lo distraían de su trabajo.

¿Qué podía hacer? ¿Debía seguir evitándola o hablar con ella sobre lo que había pasado diez años antes? ¿Se arriesgaría a hacer el ridículo y buscarla de nuevo para ver si quedaba alguna chispa de lo que hubo entre los dos?

 

 

–¡Yo quiero un cachorrito! –el sábado por la mañana, Annie tiraba de la mano de su madre mientras iban de una caseta a otra en la feria que la Sociedad Protectora de Animales del condado de Gunnison organizaba todos los años.

–Ya hemos hablado de eso, cariño –dijo Tanya–. Los abuelos ya tienen un perro y no sería justo para Misty llevar otro a casa.

–Pero Misty es vieja –protestó la niña–. Yo quiero un cachorrito y seguro que a Misty le gustaría un cachorrito.

–No, cariño, nada de cachorros.

–¿Podemos ir a verlos por lo menos?

A Tanya no le parecía buena idea porque ella era tan susceptible como cualquiera a esas caritas preciosas y a esos cuerpecitos peludos, pero era demasiado tarde para protestar porque su hija ya había visto la caseta de madera con una pancarta que decía Llévate a casa un nuevo amigo.

Annie soltó su mano y corrió hacia la caseta, donde estuvo a punto de chocar con Angela y su novio, Bryan Perry, que era el subdirector del hotel Elevation.

–¿Dónde vas con tanta prisa, pequeñaja? –le preguntó Angela.

–Vengo a ver a los cachorros.

–Nosotros hemos venido a adoptar uno –dijo Bryan–. Hola, Tanya.

–¿Vais a adoptar un perro?

–Bryan quiere uno grande para ir de excursión con él, pero yo quiero uno pequeñito para tenerlo en la tienda –respondió Angela, que era la propietaria de El alce de chocolate, una pastelería en la avenida Elk.

–Un labrador sería perfecto para los dos –comentó Bryan–. Podríamos llamarlo Coco o Bombón.

–Yo estaba pensando más bien en un bichon frisé –insistió Angela–. Y lo llamaríamos Sugar.

Su novio hizo una mueca.

–No tiene que ser un labrador pero, por favor, debe ser algo que no me dé vergüenza sacar de casa. Tiene que ser un perro al que le guste ensuciarse.

Angela soltó una carcajada.

–En lugar de elegirlo nosotros, tal vez deberíamos dejar que nos eligiera él.

–Yo quiero un cachorro –intervino Annie–. Pero mi madre no quiere.

–Seguro que Angela te dejará jugar con el suyo, cariño –Tanya suspiró, acariciando la cabeza de su hija.

–¿Qué hacéis en la puerta? ¿Por qué no entráis de una vez?

Todos giraron la cabeza para ver a una mujer de pelo rubio platino haciéndoles señas.

–¿Estás intentando abochornarnos para que nos llevemos un perro, Casey? –bromeó Angela.

–Haré lo que haga falta –respondió Casey Overbridge, mostrándoles una bolita de pelo blanco–. Estos niños tienen que encontrar un hogar.

–¡Qué bonito! –exclamó Annie, corriendo hacia la caseta.

Para cuando Tanya, Angela y Bryan entraron tras ella, la niña tenía dos perros en los brazos y Tanya suspiró, anticipando el disgusto que iba a darle cuando tuviera que separarla de ellos.

En ese momento, algo húmedo rozó su mano y se apartó, dando un respingo. Era un perro blanco que la miraba con lo que casi parecía una sonrisa.

–Es Marshmallow, la madre de los cachorros –la presentó Casey–. Y también ella necesita ser adoptada.

–¡Mira, Bryan! –exclamó Angela, poniéndose en cuclillas para acariciar al animal–. ¿A que es preciosa?

–Es grande, desde luego –asintió él–. ¿De qué raza es?

–Es mezcla de perro ovejero y de mastín de los Pirineos –Casey se encogió de hombros–. Es mestiza, pero muy dulce. Sólo tiene dos años y está muy sana.

–Marshmallow sería un buen nombre para un perro que vive en una tienda de caramelos –dijo Angela.

–¿No querías algo pequeño? –intervino Bryan.

–Pero tú querías algo grande y Marshmallow es grande.

–Es blanca. Y con todo ese pelo rizado…

–Seguro que le encanta la nieve.

Tanya se alejó del debate para acercarse a su hija, que estaba sentada con cuatro cachorros a su alrededor. Pensó entonces en la alfombra persa de su madre y en el sofá de terciopelo verde cubiertos de pelo… Misty se pasaba el día al sol o tumbada en su cama, al pie de la escalera. La viejita no agradecería que un irritante cachorro interrumpiera sus siestas.

–No sabía que quisieras adoptar un perro –Austin Davies, un miembro del grupo de teatro, se acercó a ella entonces.

–Hola, Austin. No, no quiero un perro.

–¿Seguro? Pues yo diría que tu hija se ha enamorado de uno de esos cachorros.

Uno de los perrillos estaba lamiendo la mano de Annie mientras ella reía, encantada. Tanya observó la escena con el corazón encogido. Una vez más, tenía que hacer el papel de mala, sin un compañero que la ayudase. Claro que si tuviera un dólar por cada vez que se había enfadado con Stuart por no atender a su hija podría comprarse una mansión y todos los perros que Annie quisiera.

–Es hora de irnos, cariño.

–¿Podemos llevarnos uno, por favor? –Annie apretaba a uno de los cachorros, blanco y marrón, contra su pecho, mirando a su madre con ojos suplicantes.

–Es un perro precioso. Seguro que alguien lo adoptará y le dará un hogar estupendo. Pero nosotros no podemos llevárnoslo, Annie. No sería justo ni para Misty ni para los abuelos.

Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas.

–No quiero que se lo quede otra persona. ¡Me quiere a mí!

–Te prometo que cuando tengamos nuestra propia casa adoptaremos un cachorro.

–¡Pero yo quiero éste!

Con el corazón encogido, Tanya consiguió apartar al cachorro y dejarlo con sus hermanos, pero las ruidosas protestas de Annie habían hecho que todo el mundo las mirase.

–¿Por qué tienes que ser tan mala?

–Ya está bien –dijo Tanya, tomando su mano–. Te he dicho que no podemos llevarnos un perro…

–¡Nunca me compras lo que quiero! –con sorprendente fuerza para alguien tan pequeño, Annie consiguió soltar su mano y salir corriendo.

–¡Annie, vuelve aquí!

Pero su hija ya había desaparecido entre la gente.

 

 

El sábado por la mañana, Jack dejó a Nugget en la oficina y se dirigió a la feria que organizaba la Sociedad Protectora de Animales. Tenía que pasar por allí antes de seguir trabajando en su último proyecto.

La feria ocupaba todo el aparcamiento de la Cámara de Comercio y también algunas calles adyacentes. Los turistas se mezclaban con la gente del pueblo que paseaba entre las casetas e incluso había un escenario para la actuación de un grupo de rock esa noche.

Jack se abrió paso entre la multitud, apartándose de un payaso que caminaba sobre zancos, en dirección a la caseta que la constructora Crenshaw había levantado para la Sociedad Protectora de Animales.

–Jack, eres justo la persona a la que estaba buscando.

Un tipo rubio con el pelo estilo rasta y una guitarra colgada al cuello lo detuvo.

–¡Zephyr! –exclamó Jack, estrechando la mano del rockero y presentador de la radio local–. ¿Vas a tocar hoy?

–Debería estar en el escenario en quince minutos, pero el que lo montó no ha dejado sitio para todo el equipo –Zephyr frunció el ceño–. Dime que tú no eres el responsable.

–No, yo no he tenido nada que ver. ¿Puedo ayudarte en algo?

–Max nos ha prestado su tráiler y entre Bryan y yo lo hemos colocado al lado del escenario. Hemos encontrado unos tablones para unir las dos zonas, pero necesitamos a alguien con experiencia para unirlo todo bien.

–¿Tenéis herramientas? –preguntó Jack.

–Sí, he traído una caja.

Jack siguió a Zephyr hasta el escenario, donde se encontraron con Bryan Perry y Max Overbridge, propietario de la tienda de deportes de Crested Butte, peleándose con un montón de tablones de madera.

–He traído un experto –anunció Zephyr.

Jack miró alrededor.

–¿Tenéis una sierra? –preguntó.

–Sí, claro.

–¿Y un atornillador a pilas?

–Sí, aquí está –dijo Max.

Jack lo miró, con el ceño fruncido.

–Yo tengo mejores herramientas en la camioneta. Vuelvo enseguida.

Pero no había llegado lejos cuando una mancha azul y amarilla chocó contra sus piernas.

–¡Pero bueno…! –exclamó al ver a la niña–. ¿Te has hecho daño?

Llevaba el pelo sujeto en dos coletas y su mono vaquero tenía un estampado de gatitos en la pechera.

–¡Mi mamá no me quiere comprar un cachorro y eso no es justo! –protestó ella, con los ojos llenos de lágrimas.

Jack miró alrededor buscando a la madre, pero sólo veía a un montón de extraños mirándolo con el ceño fruncido, como si él fuera responsable de sus lágrimas.

Suspirando, se puso en cuclillas para mirarla a los ojos.

–No llores, no pasa nada. ¿Quién es tu mamá?

–¡La más mala del mundo!

Jack frunció el ceño, entre preocupado y divertido al ver que iba bien vestida y parecía sana.

–No creo que eso sea verdad.

–Sí lo es. Ella sabe que quiero un cachorro y no me lo quiere comparar.

–Tal vez tenga buenas razones –sugirió Jack–. Tal vez no podéis tener perros en vuestra casa.

–Mis abuelos ya tienen un perro. Pero Misty es vieja, yo quiero un cachorro.

–A lo mejor tus abuelos no quieren más perros y a veces hay que tomar en consideración los sentimientos de los demás.

–Mis abuelos me compran todo lo que quiero. Si les pidiera un cachorro, me lo comprarían –insistió la niña.

Jack sintió una punzada de compasión por la madre que tuviera que lidiar con aquella lógica infantil.

–Estoy seguro de que tu mamá también te quiere mucho. ¿Cómo te llamas?

–Annie. ¿Y tú?

–Yo soy Jack Crenshaw. ¿Por qué no vamos a buscar a tu mamá?

–¿Le vas a decir que me compre un cachorro?

–Yo no puedo hacer eso. Si tu mamá dice que no puedes tenerlo ahora, a lo mejor debes esperar.

Annie hizo un puchero y Jack intuyó que iba a ponerse a llorar de nuevo.

–Yo tengo una perrita de seis meses y a lo mejor tu mamá te dejaría ir a jugar con ella…

–¡Anne Marie Olney! ¿Se puede saber qué estás haciendo?

Tanya se abría paso entre la gente para acercarse a ellos con la melena moviéndose alrededor de su cara, las mejillas rojas y los ojos brillantes de furia. Parecía una diosa guerrera y, sorprendido, Jack se dio cuenta de que la chica que siempre había parecido guapa se había convertido en una mujer preciosa.

–Hola, Tanya.

–¿Qué haces con mi hija? –le espetó ella.

–Me la he encontrado –dijo Jack. Annie había dejado de llorar, pero si las miradas matasen Tanya estaría en el hospital en ese momento–. Parece muy disgustada.

–Quiere un c-a-c-h-o-r-r-o, pero no puedo comprárselo ahora mismo.

Tanya se arrodilló delante de su hija y pasó una mano por su pelo. Era el gesto de una madre experta, pero hecho con gran ternura. Y eso, combinado con los ajustados vaqueros, hizo que Jack tragase saliva. La fría chica de la noche anterior se había convertido en el paradigma de todo lo femenino, lo sensual, lo maternal. Y le parecía increíblemente atractiva.

–Cariño, no puede ser. Sé que no es justo que no puedas tenerlo y sé que no es justo que hayas tenido que mudarte aquí para vivir con los abuelos, pero así son las cosas en este momento.

Annie volvió a hacer un puchero.

–No me importa vivir con los abuelos.

–Y a ellos les encanta tenerte en su casa. Y un día tendrás un perro, te lo prometo. Pero no ahora mismo –Tanya se volvió hacia Jack–. Gracias… y perdona. Estaba asustada porque había salido corriendo y no la encontraba entre tanta gente.

–Lo entiendo –dijo él.

Un anuncio por los altavoces evitó que tuviera que decir nada más.

–¡Señoras y señoras, vamos a recibir con un fuerte aplauso a la fantástica banda de rock local, Moose Juice!

Zephyr, que se había puesto una cazadora con tachuelas sobre los vaqueros, salió al escenario.

–Vamos a tocar una canción que he escrito para la Sociedad Protectora de Animales. Se llama: «Me quedo con mi perro porque me quiere más que tú».

Mientras el público reía, Bryan se acercó.

–¿No ibas a buscar las herramientas, Jack?

–Perdona, me he entretenido un momento.

Bryan miró a Tanya y levantó las cejas.

–Lo entiendo perfectamente.

–Era Annie –protestó Jack–. Se ha chocado conmigo…

–Callad, estoy intentando escuchar la canción –los reconvino Tanya.

Jack se inclinó hacia Bryan para hablarle al oído:

–¿Qué habéis hecho con el escenario?

–Hemos colocado unos tablones. Está bien.

Uno de los tablones estaba combándose por el peso de los amplificadores.

–¿Está bien?

Jack miró a Tanya y se encontró con los ojos azules que se lo habían enseñado todo sobre el dolor y la alegría del primer amor. Pero en sus ojos había algo más que recuerdos: la mujer que lo miraba conocía el dolor. Había visto y hecho cosas de las que él no sabía nada.

No veía amargura en ella, aunque le pareció notar un brillo de tristeza en sus ojos y tal vez un poco de la esperanza y la ilusión de cuando era más joven.

Jack sintió el impacto de esa mirada en el pecho. Sabía que no podía dejarla escapar otra vez sin resolver el misterio de lo que había ocurrido diez años antes entre ellos. ¿Se había ido a Hollywood para escapar de él y de la vida que le ofrecía en Crested Butte o había ido buscando algo que no podía encontrar allí?

Y sobre todo, ¿había encontrado eso que tanto había deseado?

Iba a decirle que deberían buscar un sitio tranquilo para charlar, pero en ese momento la canción llegaba a su punto álgido. Zephyr dio un salto y cuando cayó sobre el escenario… el suelo se abrió bajo sus pies.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

MIENTRAS la gente acudía a rescatar a Zephyr del aluvión de escombros, tablones rotos y platillos de batería, Tanya decidió que era un buen momento para escapar. Annie se había olvidado momentáneamente del cachorro y Jack estaba distraído con la conmoción.

Se había llevado un susto de muerte cuando su hija había salido corriendo. No podía dejar de imaginar que la atropellaba un coche o que alguien la secuestraba… pero se recordó que aquello era Crested Butte y no Los Ángeles.

Aunque eso no había conseguido calmarla del todo. Crested Butte ya no era el pueblo soñoliento que ella recordaba; el mundo lo había descubierto y a saber qué peligros la esperaban allí.

Al ver a Annie con Jack, su primera reacción había sido de alivio… y luego de irritación. ¿Por qué había tenido que encontrarse con él precisamente?

Sin embargo, al verlo inclinado frente a su hija, hablando con ella en un tono tan cariñoso… Aquella era la imagen familiar que había imaginado una vez. De todo lo que quería darle a Annie, un padre de verdad era lo más importante. Y lo más difícil de conseguir.

Jack no era el padre de Annie, pero en aquel momento lo parecía. El chico que le había enseñado todo sobre el amor se había convertido en un hombre que sería la fantasía de cualquier mujer: guapo, inteligente, con una familia cariñosa y una empresa propia.

Aquél era el hombre que una vez la había conocido, en cuerpo y alma, mejor que nadie.

Pero esos días habían quedado atrás. Sus años en Hollywood le habían enseñado a separar la fantasía de la realidad y había vuelto a Crested Butte decidida a concentrarse en lo que era importante de verdad: la familia y la seguridad económica. Todo lo que había querido dejar atrás pero que ahora le parecía lo más importante del mundo.

–Jack dice que puedo jugar con su cachorrita –anunció Annie.

–¿Su cachorrita? –repitió Tanya–. ¿Jack tiene una cachorrita?

–Y dice que puedo jugar con ella. ¿Puedo, mamá? Por favor.

–Bueno, ya veremos.

No confiaba absolutamente en sus emociones en lo que se refería a Jack. Se había marchado de allí decidida a convertirse en alguien, a hacer que todos se sintieran orgullosos de ella. Había querido algo que el pueblecito no podía ofrecerle y había tenido que madurar mucho para ver lo maravilloso que era en realidad.

Y allí estaba, en casa de sus padres, si no con el rabo entre las piernas, sí con su imagen ligeramente dañada. Había sido difícil admitir el fracaso ante sus padres, pero admitirlo ante Jack era más de lo que podía soportar.

 

 

Cuando por fin dejó a Zephyr en la ambulancia del condado de Gunnison eran las dos de la tarde y Jack compró un bocadillo en la caseta de Tamales Teocali y volvió a su oficina para revisar su último proyecto. Pero le resultaba difícil concentrarse en el trabajo. Las columnas de números se mezclaban, convirtiéndose en la imagen de una preciosa rubia…

Tal vez dar un paseo le aclararía la cabeza, decidió. Mientras tomaba la correa de Nugget, Jack pensó en Annie y en su deseo de tener un cachorro. ¿Le hablaría a Tanya de su oferta de visitar a la perrita? ¿Aceptaría ella o intentaría evitarlo a toda costa?

Jack tomó un popular camino para excursionistas en las colinas, deteniéndose de vez en cuando para dejar que Nugget explorase el riachuelo o metiera el hocico en alguna madriguera. Aunque sospechaba que si saliera un conejo, la pobre se llevaría un susto de muerte.

Jack respiró profundamente el aire limpio de las montañas. Todo a su alrededor estaba lleno de color: rojos, violetas, margaritas amarillas, una docena de flores silvestres cuyo nombre no conocía… El espectacular paisaje atraía a miles de turistas y Jack se sentía privilegiado por disfrutar de aquel sitio a diario.

El mundo estaba lleno de personas que buscaban un sitio como Crested Butte, un pueblo precioso lleno de gente amable donde había muchas cosas que hacer en cualquier estación del año. Nunca había entendido por qué Tanya quería marcharse. Allí tenía a su familia, a sus amigos… incluso la fama porque era la chica más popular del pueblo. Desde pequeña había estado en el grupo de teatro y había sido la protagonista de muchos montajes.

Y lo tenía a él, el chico que la amaba.

Pero eso no había sido suficiente para ella y saber eso, incluso más que la realidad de su partida, le había roto el corazón.

–Tengo la oportunidad de ser una estrella de verdad –le había dicho–. ¿Tú querrías privarme de eso?

Él nunca había querido privarla de nada. De hecho, habría sido capaz de marcharse de Crested Butte y seguirla a Hollywood sólo para estar con ella.

Pero Tanya no se lo había pedido.

Nugget empezó a ladrar al ver un enorme perro blanco al que dos personas intentaba sujetar. Eran Bryan y Angela y, cuando llegaron a su lado, estaban sin aliento.

–Hola, veo que tenéis compañía.

–Se llama Marshmallow y acabamos de adoptarla –dijo Angela.

–¿Cómo está Zephyr? –preguntó Jack, acariciando la cabeza del animal.

–Se ha hecho un esguince en el tobillo, pero está bien –respondió Bryan.

–Gracias por los bastidores para la obra –dijo Angela entonces–. Son preciosos.

–De nada.

–¿Estarías interesado en echarnos una mano? Nos hace falta alguien con experiencia.

–Yo tengo experiencia –protestó Bryan.

–Me refiero a experiencia con el atrezzo –explicó Angela.

–No sé si tendré tiempo –dijo Jack.

–Piénsalo, por favor –le rogó Angela, antes de que Marshmallow empezase a tirar de la correa para seguir explorando la zona.

Jack siguió paseando, sin dejar de pensar en la sugerencia. Trabajar en el teatro significaría ver a Tanya a menudo y eso no sería muy sensato cuando sus sentimientos por ella eran tan complejos. La atracción que sentía por Tanya después de tantos años lo había pillado totalmente desprevenido y tenía que decidir cómo iba a lidiar con eso antes de tomar ninguna decisión.

 

 

Cuando llegaron a casa, Annie tardó cinco minutos en sacar el tema de los cachorros:

–Abuela, mi mamá dice que no puede comprarme un cachorro, pero si tú le dices que tiene que comprármelo me lo comprará, ¿a que sí? –le preguntó, con una adorable sonrisa en los labios.

Ruth Bledso arqueó una ceja, mirando a su hija.

–Siempre he pensado que tú fuiste una niña muy inteligente, pero Annie te gana por la mano.

Ella tuvo que sonreír.

–Le he explicado que a Misty no le gustaría compartir su territorio con un perro más joven.

–No le gustaría nada, es verdad.

Al oír su nombre, Misty se acercó al grupo. Unos pelos blancos en las cejas y el hocico dejaban claro que tenía muchos años pero, por lo demás, parecía un cachorrito dispuesto a salir de excursión.

–Misty es una perra estupenda –dijo Annie, abrazándose al cuello del animal–. Seguro que no le importaría tener a alguien con quien hablar.

Misty era una perra muy simpática. Su padre la había comprado poco después de que Tanya se fuera a California y, según él, los había ayudado a superar su ausencia.

–Pero los cachorros dan mucho trabajo, cariño. Necesitan espacio para correr y pueden destrozar los muebles.

–Eso es verdad –asintió Ruth.

–Seguro que nadie decía eso de mí cuando era pequeña –protestó Annie.

–Tú no te habrías hecho pipí en la alfombra ni te habrías comido mis muebles –replicó su abuela, intentando contener la risa.

–Mi cachorro tampoco lo haría. Yo no le dejaría.

–Tu mamá ha dicho que no y ella es la que manda, cariño. Por ahora, nada de cachorros.

Annie hizo un puchero, pero sabía que había perdido la batalla. Por el momento.

–Vamos, Misty. Voy a leerte un cuento.

–Gracias por defender mis alfombras –dijo Ruth cuando la niña desapareció.

–Ya os estamos molestando suficiente –Tanya suspiró.

–Tú sabes que estamos encantados de teneros aquí, cielo.

Tanya tomó una manzana de un cuenco que había sobre la mesa. Cuando era pequeña, durante el otoño sus padres compraban cajas de manzanas en los huertos locales de lo que disfrutaban durante todo el invierno. Esos eran los recuerdos que esperaba crear para Annie en Crested Butte… recuerdos que incluyesen un perrito, por ejemplo.

–Le he dicho que cuando tengamos nuestra propia casa le compraría un cachorro.

–Y yo le he pedido a todas mis amigas que me lo digan si saben de algún piso en alquiler. Ian ha puesto tu nombre en una lista de espera en el edificio donde vive.

–Te lo agradezco mucho. A ver si tenemos suerte.

–No queremos que te vayas, cariño. Lo he hecho porque sé que tú prefieres vivir sola.

–Pensé que sería fácil encontrar un sitio barato en Crested Butte, pero no es así. Lo único que hay disponible son casas carísimas y apartamentos nuevos, que también son muy caros.

–Crested Butte ya no es el pueblecito secreto que solía ser y ahora todo está por las nubes –Ruth suspiró–. Cuando tu hermano pidió la baja en los marines, estuvo cinco meses buscando apartamento.

–Qué horror. ¿Por qué la gente de Crested Butte ha dejado que el pueblo cambie tanto? Antes era precioso.

–Es fácil pensar en el pasado de una manera romántica, pero la gente olvida la falta de puestos de trabajo y servicios que había entonces. Las nuevas casas han traído dinero al pueblo y todo el mundo vive mejor.

–Yo he visto lo que le hace a la gente pensar sólo en el dinero –dijo Tanya–. En Hollywood cambian constantemente de aspecto, de casa, incluso de amistades, siempre buscando algo mejor. Eso hizo que me diera cuenta de que echaba mucho de menos la estabilidad y la seguridad de un sitio como Crested Butte.

–Que haya gente y casas nuevas no significa que el corazón del pueblo haya cambiado, cariño.

–A mí me lo parece. Ya nada es como yo lo recordaba y hay tanta gente a la que no conozco…

Tal vez era poco realista esperar que el pueblo no hubiese cambiado en absoluto, pero cuanto más tiempo vivía en Los Ángeles, más fija se volvía la imagen del Crested Butte que tenía en su recuerdo como el sitio perfecto. Su transformación la había hecho sentir perdida, como si no quedase nada con lo que pudiera contar.

–Hay mucha gente a la que conoces –le recordó Ruth–. Y nuevos amigos, como Angela.

–Sí, lo sé –Tanya asintió con la cabeza–. Es que hoy estoy un poco inquieta.

Ver a Jack esa mañana, un Jack sonriente y mucho más amable que en el teatro, había despertado esa inquietud. Él era uno de los buenos recuerdos que asociaba con el pueblo pero, como todo lo demás, también había cambiado hasta el punto de parecerle un extraño.

–Siempre has sido una perfeccionista –comentó su madre entonces–. Pero los perfeccionistas suelen llevarse muchas desilusiones.

–Yo no soy una perfeccionista.

–¿Cómo que no? Recuerdo cuando tenías la edad de Annie y volviste un día del colegio llorando. Llorabas de tal forma que tardé un rato en descubrir qué te pasaba.

–¿Y qué me pasaba?

–Habías hecho un dibujo en el colegio del que estabas muy orgullosa y la profesora no lo puso en el cuadro de honor.

–Ah, es verdad.

Tanya recordaba cuánto se había esforzado en hacer ese dibujo, convencida de que acabaría en el cuadro de honor para que lo viese todo el mundo.

–Yo intenté convencerte de que no importaba –siguió Ruth–. Lo coloqué en la nevera, pero eras inconsolable. Y te pasaba lo mismo cuando sacabas un notable en lugar de un sobresaliente. O en las raras ocasiones en las que no te daban el papel protagonista en una obra de teatro.

–Qué horror. Debí de haber sido una niña insoportable.

–Se te pasó un poco a medida que te hiciste mayor. Al menos, aprendiste a esconder tus sentimientos pero siempre has sido una perfeccionista.

–No creo que Annie tenga tendencias perfeccionistas –murmuró Tanya.

–Es una niña muy feliz –asintió su madre– porque sabe que se la quiere mucho.

–También yo sabía que me queríais.

–Lo sabías, pero no sé si lo creías de verdad –bromeó Ruth–. Siempre tuve la impresión de que intentabas demostrarte a ti misma que eras la mejor. Aunque hay algo que has hecho a la perfección, eso desde luego.

–¿Qué?

Su madre sonrió.

–Nos has dado una nieta perfecta –le dijo, tomando su mano–. Me alegro mucho de que hayáis venido a vivir aquí. Así puedo ver crecer a Annie y ser parte de vuestras vidas otra vez. Y estoy muy orgullosa de ti, cariño.

Tanya parpadeó para controlar las lágrimas.

–¿Crees que soy una buena madre?

–La mejor.

–He tenido una buena profesora.

–No, esto lo has hecho tú sola. Cualquiera que te vea con Annie se da cuenta de que es lo más importante del mundo para ti. Ese amor no se puede enseñar.

Annie era lo más importante del mundo para ella; tanto que había dejado atrás sus sueños de fama para volver con su hija al pueblo del que guardaba tan buenos recuerdos.

Pero Tanya empezaba a temer no poder darle a su hija la infancia que había querido. Estaba sola porque a su exmarido sólo le importaba su carrera, sin un hogar propio y el pueblo ya no era el mismo. Tal vez había ido allí buscando algo que no existía.

Annie entró en la cocina en ese momento, sin Misty, que seguramente había vuelto a su cama para echarse la siesta.

–Si no puedo tener un cachorro, ¿puedo ir a ver al cachorro de ese señor?

–¿Qué señor? –le preguntó Ruth.

–El señor Jack.

Ruth miró a Tanya.

–¿Qué Jack?

–Jack Crenshaw. Annie se chocó con él en la feria y supongo que intentó calmarla diciendo que podía visitar a su cachorro.

Sólo un esbozo de sonrisa traicionaba el interés de su madre por esa información.

–A Jack le va muy bien.

–Sí, lo sé. Construyendo esas casas en las colinas.

Esas casas que ella no podía pagar y que estropeaban el paisaje de Crested Butte.

–No se lo tengas en cuenta. Es bueno para el pueblo.

Tanya se encogió de hombros.

–¿Cuándo podemos ir a ver a Jack y a su cachorro? –insistió Annie.

–No sé cómo ponerme en contacto con él…

–Yo tengo su número de teléfono –la interrumpió su madre, sacando la agenda del cajón.

–No creo que esté en la oficina un sábado por la tarde.

–Por lo que yo sé, trabaja todo el tiempo. Pero si no está en la oficina, puedes dejarle un mensaje.

Tanya buscó el número en la agenda y contuvo el aliento después de marcarlo… pero afortunadamente saltó el contestador.

–Está llamando a la constructora Crenshaw. En este momento no podemos atenderle pero, por favor, deje su mensaje después de la señal.

–Hola… –Tanya se aclaró la garganta–. Soy Tanya Bledso y quiero hablar con Jack Crenshaw.

Después de dejar su número de teléfono, colgó y se volvió hacia su madre.

–Desde que su padre se retiró, Jack es el presidente de la compañía, ¿lo sabías? Andy sigue echando una mano de vez en cuando, pero es Jack quien lo dirige todo.

–Genial.

De modo que Jack había triunfado mientras ella había fracasado en Hollywood. Tanya irguió los hombros. Después de todo, era actriz, aunque el mundo del estrellato le quedase muy lejos.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

JACK pasó por la oficina el domingo por la mañana y se quedó sorprendido al escuchar el mensaje de Tanya en el contestador. Sus palabras evocaban recuerdos de todos los mensajes que se habían intercambiado diez años antes, desde preguntas rutinarias sobre cosas del instituto a susurros por las noches aunque acabaran de despedirse.

Cuando se marchó de Crested Butte, durante semanas su corazón se había acelerado al ver la lucecita roja del contestador, esperando tener un mensaje de ella en el que dijera que lo echaba de menos, que volvía a casa.

Jack pulsó el botón para borrar el mensaje. No necesitaba anotar su número de teléfono porque era el mismo de siempre. Seguramente tendría un móvil, pero la cobertura no era buena en una zona tan montañosa y en Crested Butte seguían usando los teléfonos fijos. Otra cosa más que los diferenciaba del resto del mundo.

Tanya y él también eran diferentes. Por muchos recuerdos bonitos que tuviese de ella, ya no era la misma mujer y él no era el mismo hombre. No había ninguna razón para pensar que pudiesen tener algo en común, pero era lo bastante sensato como para ser amable con ella y con su hija, de modo que la llamaría para invitarla a visitar la constructora. Quería que viese lo que había conseguido en esos años. Él no era una estrella de Hollywood, pero sí una figura importante en Crested Butte. No había tenido que marcharse del pueblo para convertirse en alguien.

Jack levantó el teléfono pero en lugar de llamar a Tanya llamó a la peluquería local.

–Melanie, ¿me puedes cortar el pelo esta tarde? –le preguntó.

–¿Hoy? Pero si es domingo…