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Nicole Howard está harta de ser una niña buena. Siendo complaciente sólo ha conseguido que su vida sea un caos, sobre todo su vida sentimental. Acompañada por la autobiografía de una reina pirata que es además un completo manual para conseguir convertirse en toda una seductora, Nicole se va al Caribe decidida a sacar a la mujer atrevida que lleva dentro, y cree que la mejor manera de hacerlo es teniendo una tórrida aventura. El atractivo Ian Marshall y una isla casi desierta son los ingredientes perfectos para que Nicole pueda por fin dejarse llevar por el deseo y desinhibirse sin compromisos de ningún tipo. Esa aventura le está proporcionando todo con lo que siempre había soñado…
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Seitenzahl: 264
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2009 Cindi Myers
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Placer en el Caribe, Elit nº 437 - diciembre 2024
Título original: At her Pleasure
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410741614
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Si te ha gustado este libro…
El atardecer sobre el océano teñía el cielo de tonos rosados y el agua parecía de color bermellón. El color de la pasión.
El color del amor, los romances y todas esas cosas que no formaban parte de la vida de Nicole Howard, al menos no en esos momentos. Y ella temía no volver a tener nada de eso en su vida.
Se apoyó en la barandilla del yate y se quedó ensimismada mirando un horizonte tan vacío como sentía su interior. Pensó que quizás no hubiera sido buena idea irse de vacaciones con su amigo Adam Carroway.
Era un hombre muy persuasivo y había conseguido convencerla de que ese viaje era la mejor manera de superar lo que le había pasado. Había perdido a su amante y su trabajo la misma semana.
Navegaban de camino a una remota isla del Caribe. Su idea era hacer algo de submarinismo, intentar encontrar un barco hundido con el que Adam estaba obsesionado, relajarse bajo el sol y tratar de olvidar su vida en Amity, una ciudad de Michigan.
Pero le estaba resultando mucho más complicado de lo que había creído.
—Estás pensando en él otra vez, ¿verdad? ¡Déjalo ya!
Se dio la vuelta y se encontró con Adam saliendo a cubierta. Con sus anchas espaldas, su amplio torso y su piel tostada por el sol, no parecía un profesor de Historia. Era diez años mayor que ella y había sido su compañero de piso en el pasado, después confidente y amigo. Lo veía como el hermano mayor que siempre había echado en falta.
Adam se acercó a donde estaba.
—Deberías haberme dejado que le diera un puñetazo. Por lo menos uno. Así al menos tendrías el recuerdo de ese tipo arrastrándose por el suelo para animarte un poco —le dijo Adam.
Sacudió la cabeza al escucharlo. No podía imaginarse al doctor Kenneth Brambling, cirujano jefe de una sociedad médica de Amity, por los suelos. Recordó cómo ese hombre la había intimidado con su presencia y autoridad desde que ella comenzara a trabajar como enfermera en la clínica. Más adelante, convertidos ya en amantes, se había dejado envolver y seducir por el aura de poder que parecía rodear al médico.
Pero se había dado cuenta al final de que esa presencia no era más que arrogancia. Y su poder era sólo reflejo de su presunción y la alta opinión que tenía de sí mismo. La insensibilidad que le había demostrado había sido lo que le había roto finalmente el corazón.
—No habríamos conseguido nada dándole un puñetazo. Como mucho, que nos demandara —le dijo ella.
—Sí, pero puede que así se lo piense mejor antes de engañar a otra mujer.
—No creo que eso suceda.
Cuando consiguió aceptar la noticia de que ella no era la única persona que compartía cama con Kenneth, descubrió que el doctor tenía muchos más defectos.
Entre otros, solía exagerar los informes que se enviaban a las compañías de seguros para conseguir así recibir reembolsos más suculentos o mentía a sus colegas sobre las verdaderas razones por las que no podía asistir a una reunión de personal. Era un mentiroso compulsivo. Sabía que ella no era la primera mujer a la que había engañado ni sería la última, pero eso no la consolaba demasiado.
El fin de esa relación había provocado que se sintiera insegura sobre su atractivo físico y su sentido común. Sabía que Kenneth era el culpable. Él había sido, después de todo, el mentiroso, el que la había engañado con otra mujer. Pero no podía evitar pensar que quizás ella también tuviera parte de culpa. Creía que debía controlar mejor su vida y sus decisiones para no acabar con el corazón roto.
—Toma, te he traído esto para que te entretengas y no pienses tanto en ese canalla —le dijo Adam mientras le entregaba un pequeño libro.
—¿Qué es eso?
—Información sobre el sitio al que vamos y lo que espero encontrar allí.
No era la primera vez que Adam intentaba hablarle de la isla adonde iban y del barco hundido que estaba intentando encontrar. Pero, en cuanto su amigo se ponía a darle lecciones como el profesor universitario que era, no podía mantener la atención y acababa aburrida. Lo que menos le importaba era por qué estaban allí ni qué buscaban. Todo lo que quería era alejarse de Michigan y de los problemas que deseaba dejar atrás.
Miró el libro con poco interés. Se había imaginado que se trataría de algún texto histórico escrito en un soporífero tono académico. Pero le sorprendió ver el título del libro, Confesiones de una reina pirata. La imagen de la cubierta era la de una mujer vestida con poca ropa y de pie sobre una horca.
—Jane Hallowell, también conocida como Passionata, fue una pirata mujer que existió al principio del siglo XVIII. Su apodo hizo que un desconocido atolón del Caribe acabara llamándose la isla de Passionata. Y es allí a donde nos dirigimos.
—¿Una mujer pirata? —le preguntó con interés—. ¿De verdad existió alguien así?
—Por supuesto. La más famosa de todas fue Anne Bonney, pero también estuvo Mary Reade o Grace O’Malley, la hija de un conocido pirata que decidió seguir los pasos de su padre —le dijo Adam mientras le señalaba el libro—. Pero Passionata era distinta a todas esas mujeres.
—¿Por qué lo dices?
—Sobre todo por una cosa, fue la que más éxito tuvo. Contaba con una tripulación formada exclusivamente por mujeres y consiguieron asaltar muchos barcos mercantes, casi todos ingleses. Robaron desde monedas de oro hasta las más exóticas especias de esos tiempos.
Adam, embebido por completo en la historia, comenzó a usar su tono más didáctico.
—Supongo que toda esa fortuna hizo que se hablara mucho de ella.
—Bueno, la gente no hablaba sólo de su dinero —le corrigió Adam con una pícara sonrisa—. Passionata tenía una manera muy particular de vivir su vida.
Le sorprendió que le dijera eso. Para ella, el hecho de que una mujer se dedicara a la piratería ya era una particularidad difícil de igualar.
—Tenía fama de gran seductora y de poseer ideas muy avanzadas para su tiempo. Se dice que algunas de las damas más importantes de la alta sociedad inglesa de esos tiempos la visitaban en la isla sólo para que Passionata les enseñara las artes de la seducción femenina.
Se quedó mirando de nuevo el libro.
—Entonces, ¿de qué trata este libro? ¿Habla de su sórdida vida con pelos y señales como lo hacen esas revistas del corazón que carecen totalmente de escrúpulos?
—Se supone que fue ella misma la que escribió este libro en 1715, mientras estaba esperando en la prisión de Newgate a que la juzgaran —le aclaró Adam—. Léelo. Creo que te parecerá muy interesante, confía en mí.
Asintió con la cabeza. Había llevado consigo un par de novelas, pero ninguna había conseguido atraer su interés. Lo que de verdad necesitaba era leer algo que la entretuviera y la ayudara a superar sus problemas. Decidió que podría leer Confesiones de una reina pirata igual que otras personas leen libros de psicología y autoayuda.
Era la historia, después de todo, de una mujer que había conseguido triunfar en un mundo de hombres y pensó que quizás pudiera aprender algo de ella. Y si esa pirata había sido una gran seductora, también eso podría serle de ayuda. No había tenido demasiado éxito en sus relaciones con los hombres y quería que eso cambiara.
Bajó a su camarote y se tumbó en el estrecho catre. Abrió el libro y comenzó a leer con interés las primeras líneas.
Yo, Passionata, la mujer pirata más famosa, represento mejor que nadie el poder de una mujer. Esta fuerza es la que ha hecho que hombres poderosos tiemblen ante mí. Mi valentía y mi talento me han llevado a esta situación y esos mismos hombres quieren silenciarme para siempre en la horca. Pero, mientras me quede un soplo de vida, no me callaré para que otros, sean hombres o mujeres, puedan aprender.
Soy Passionata y ésta es mi verdad.
Nicole se preguntó qué habría querido decir al referirse al «poder de una mujer». Sabía que en esos tiempos, las mujeres habían estado más indefensas que nunca. No recordaba demasiado de lo aprendido en las clases de historia de la facultad, pero sabía que las mujeres no podían tener propiedades ni firmar ningún documento sin el consentimiento de sus esposos u otros parientes masculinos. No tenían ninguna independencia.
Las cosas habían cambiado muchísimo desde entonces y lo habían hecho para mejorar, pero tenía que admitir que una de las cosas que más le había dolido tras el desastre con Kenneth había sido esa sensación de impotencia que había sentido después. Él había conseguido controlar la situación por completo. Cuando se enteró por fin de sus infidelidades y mentiras, había llorado amargamente, habían discutido y le había pedido explicaciones.
Pero él había reaccionado con una insolente calma que no había hecho sino enfurecerla aún más.
Cuando al final él acabó por despedirla, se dio cuenta de que no podía hacer nada. Kenneth le había recordado, con la misma tranquilidad y frialdad, que él era uno de los propietarios de la clínica y que, como tal, podía contratar o despedir a quien quisiera y que podía hacerlo por cualquier motivo y en cualquier momento.
Además, Kenneth le había recordado que todos habían sabido que su aventura había terminado y le sugirió que era mejor que se fuera en vez de quedarse en su puesto de trabajo y ser objeto de todos los cotilleos y rumores en la clínica.
Lamentó en ese momento no haber sido una mujer pirata, como Passionata, porque nada le habría apetecido tanto en ese momento como poder tirar del barco al engreído doctor Kenneth para que se lo comieran los tiburones.
Al nacer me pusieron el nombre de Jane Hallowell, hija de George Hallowell, exitoso comerciante y propietario de media docena de barcos mercantes. Nunca fui una niña especialmente bonita. Pero, con los años, fui mejorando hasta conseguir una apariencia física que atraía a los hombres.
Uno de esos hombres fue un pirata. Su nombre no importa y, de hecho, he prometido que nunca volvería a pronunciarlo. Él me agasajaba con bonitos regalos y excitantes historias sobre sus aventuras por los mares. Consiguió hipnotizarme con sus palabras y despertó en mí sentimientos que no había conocido hasta entonces. Ese hombre me despojó de mi inocencia. Bueno, lo cierto es que le entregué gustosamente mi inocencia sabiendo que estaba enamorada y que pronto me casaría.
Pero era demasiado ingenua.
El mismo día que esperaba a mi amante en el puerto para que me llevara con él para siempre, supe que la flota mercante de mi padre había sido atacada y robada.
Mi pobre padre lloró al saberlo y enterró la cara en sus manos. Cuando le pregunté quién había hecho algo así, susurró el nombre de mi pirata.
El hombre al que tanto había amado, a quien le había entregado todo, me había correspondido con la más alta traición. Me di cuenta entonces de que él nunca me había amado. Me había usado para obtener más información sobre el negocio de mi padre, las rutas de los barcos y sus cargamentos. Me había atacado como una serpiente y se lo había llevado todo.
Eso me destruyó.
Al menos, eso debió de pensar él. Pero no estaba dispuesta a que algo así acabara conmigo. No cuando los acreedores llegaron para subastar la casa de mi familia y todas nuestras cosas. No cuando mi padre tomó su pistola y se quitó la vida. Yo también morí entonces. Jane Hallowell murió.
Y ese día nació Passionata.
Completamente fascinada por la historia, Nicole siguió leyendo. Passionata se había hecho con el último barco que le había quedado a su padre y se había dirigido al refugio que el pirata tenía en la isla de Tortuga. Allí, buscó en las tabernas, posadas y burdeles hasta dar con otras jóvenes como ella. Buscaba mujeres desesperadas que no tenían nada que perder y con la fuerza suficiente como para vengarse de los hombres que habían abusado siempre de ellas. Una de esas mujeres le habló de un atolón completamente desierto y decidió que ese lugar sería a partir de entonces su cuartel general. Ése fue el comienzo de dieciséis años de seducción y destrucción.
Sí, éramos todas mujeres, ésas a las que llaman «el sexo débil». No tenemos la misma fortaleza física de los hombres, pero tenemos algo mucho mejor. Tenemos la energía mental que sólo una mujer puede tener.
Y tenemos el arma que puede conseguir que todos los hombres caigan rendidos a nuestros pies.
Porque, si son hombres de verdad, sucumben ante el poder de la sexualidad femenina. Desde que Adán se rindió ante Eva, los hombres siempre han tenido ese punto débil.
He dedicado mi vida a enseñar a todas las mujeres que quieran aprender cómo usar ese poder en su propio beneficio. Una mujer que conoce el poder de su propio cuerpo, nunca podrá volver a estar a merced de un hombre.
Nicole leyó una vez más esas últimas palabras en voz alta.
—Una mujer que conoce el poder de su propio cuerpo, nunca podrá volver a estar a merced de un hombre.
Y pensó inmediatamente en Kenneth y en los hombres que eran como él.
Pasó la página para leer el siguiente capítulo de la apasionante historia de Passionata. Adam había pensado que le iba a gustar el libro, pero era más que eso. Sentía que Passionata le hablaba directamente a ella.
Por primera vez desde que saliera de la clínica después de ser despedida, comenzó a percibir que no estaba todo perdido. Ese libro y esas vacaciones en la isla que habían sido el hogar de Passionata eran la mejor manera de descansar y dar un giro a su vida. Decidió que dedicaría ese tiempo a aprender todo lo que esa mujer pirata pudiera llegar a enseñarle a través de la lectura de ese libro para que nunca estuviera de nuevo a merced de un hombre.
Ian Marshall atravesó el populoso mercado de Ocho Ríos en Jamaica pasando entre decenas de turistas. Tenía que estirar el cuello para poder ver los distintos puestos por encima de la gran cantidad de gente que llenaba el lugar, pero intentaba hacerlo sin parecer demasiado interesado en lo que veía.
—Venga, acérquese. Tengo regalos muy interesantes para los turistas —le dijo un hombre con trenzas en su pelo a lo Bob Marley.
Vio que le señalaba una mesa llena de artesanía de madera.
Negó con la cabeza y se alejó. El vendedor tomó una de las tallas en madera y se le acercó.
—¿Quiere fumar? ¿Quiere hierba? También tengo encendedores —insistió el hombre.
Volvió a sacudir la cabeza y se apartó deprisa, pero sólo consiguió darse de bruces con un puesto de cestas de mimbre.
—¿Quiere comprar una? —le preguntó la mujer que atendía el tenderete mientras recogía las cestas que se habían caído—. Son muy bonitas. Y muy útiles.
Se detuvo y miró las cestas. Pensó que no le vendría mal tener una para almacenar la comida o los especímenes que fuera encontrando. Además, se sentía algo culpable al haber tirado casi todo el puesto. Eligió una grande y redonda.
—¿Cuánto cuesta esta cesta? —le preguntó a la mujer.
El precio le pareció más que razonable. Pagó rápidamente y siguió adelante. No le quedaba mucho tiempo y aún tenía que hacerse con una larga lista de víveres. Iba a pasarse tres meses en la isla y tenía que llevarse consigo todo lo que iba a necesitar en ese tiempo para sobrevivir. El guía con el que había hablado en el muelle les había dicho que había una tienda de excedentes cerca de allí donde podría adquirir todo lo necesario. Había decidido pasar por el mercado pensando que sería un atajo, pero estaba tardando mucho más.
Se dio cuenta de que había sido una mala idea. No podía dar dos pasos sin que algún tendero tratara de convencerlo para que se acercara a su puesto. Pero no tenía tiempo que perder. Había acordado que volvería al barco mercante antes de que pasaran dos horas. Había comprado un billete para que lo llevaran hasta la isla a la que se dirigía. Pero sabía que, si llegaba la hora y no estaba a bordo, partirían sin él y eso supondría un retraso en su trabajo que no se podía permitir.
Vio a lo lejos, entre los últimos puestos, parte del toldo de una tienda. Se imaginó que quizás fuera la que estaba buscando. Bajó la cabeza y fue hacia allí tan rápidamente como pudo, pero una mano oscura fue hacia él y lo agarró.
—Pare, no querrá pasar por alto lo que voy a ofrecerle —le dijo alguien con voz melosa.
Frustrado y enfadado, levantó la vista y se encontró con un par de intensos ojos negros. Eran los ojos de una mujer que llevaba un turbante de tela roja. Su rostro era suave, sin arrugas, pero sus ojos parecían llenos de vivencias y sabiduría. Como si hubiera visto muchas cosas.
—Acérquese —le dijo la mujer mientras tiraba de él hacia su puesto—. Tengo algo para usted.
—No, de verdad. No tengo tiempo…
Pero, antes de que pudiera negarse, estaban frente a la puerta de una pequeña cabaña, la tienda de esa mujer.
—No se arrepentirá —le prometió la mujer mientras iba hacia una estantería y tomaba una pequeña botella de cristal azul.
Se la puso en la mano.
La cabaña estaba llena de ese tipo de botellas. Las había de todos los colores. Miró la que la mujer había colocado en su mano. No tenía etiqueta, pero dentro había un líquido oscuro.
—Es una poción amorosa. Basta con poner unas gotas en la bebida de la mujer a la que desea para que ella no pueda resistirse a sus encantos.
Se preguntó entonces si aquello le habría servido con Danielle, la que había sido su novia hasta hacía poco tiempo. A ella no le había costado nada resistirse a sus encantos. De hecho, recordó cómo se había reído en su cara cuando él le pidió que lo acompañara en ese viaje.
—¿Vas a una isla desierta a vivir como Robinson Crusoe durante tres meses? No durarás allí ni una semana —le dijo ella con desdén—. Ian, todo lo que sabes de la vida lo has aprendido en los libros. Vives dentro de tu cabeza, no en la vida real. Yo, en cambio, estoy ahí afuera, donde la gente vive sus vidas. Quiero tener un hombre que pueda estar allí conmigo.
—No me digas más. Ya lo has encontrado, ¿verdad? —le había preguntado él entonces.
Ella no pareció entender su sarcasmo.
—He encontrado a un hombre de verdad que me hace feliz —repuso entonces.
Se dio cuenta entonces de que, para Danielle, los estudiantes de doctorado que pasaban la mayor parte de sus vidas metidos en bibliotecas y aulas no merecían ser considerados hombres de verdad.
Lo que había pasado con Danielle le había dado una razón más para hacer ese viaje. Quería pasar el verano viviendo sólo y valiéndose por sí mismo. Quería probar que no sólo tenía cerebro, sino que era también fuerte y valiente, un hombre de verdad.
—No necesito pociones de amor —le dijo—. No hay mujeres donde voy a pasar el verano.
La mujer lo miró con los ojos entrecerrados. Agarró entonces su muñeca con fuerza y miró la palma de su mano. Acercó la cara hasta casi tocarla con la nariz. Él intentó apartarse, pero esa mujer tenía una fuerza increíble. Después de unos segundos, lo miró a los ojos.
—No, no necesita una poción amorosa. Pero tengo algo que sí que va a necesitar.
Le soltó la mano y tomó una botella distinta de otra estantería.
La nueva botella era morada y la notó caliente cuando la mujer la dejó en su mano.
—¿Qué es esto?
—Bébalo y podrá hacerle el amor a cualquier mujer durante horas. Tendrá la erección más grande que haya tenido nunca. Podrá darle más placer del que esa mujer ha conocido nunca.
Sus palabras lo dejaron boquiabierto y notó que se ruborizaba.
—No creo que vaya a necesitar tampoco esta poción. Ya le he dicho que no hay mujeres en el sitio adonde voy —repuso él algo ofendido.
—Se equivoca. Veo una mujer en su futuro. Una seductora que se empeñará en agotarlo —le dijo la mujer mientras señalaba la botella morada—. Con este líquido, ella nunca lo conseguirá.
Un par de turistas entraron en ese momento en la pequeña tienda y lo miraron con curiosidad. Se imaginó que habían escuchado lo que la mujer acababa de decirle. Malhumorado, sacó la cartera. Estaba deseando librarse de esa tendera y poder salir de allí.
—¿Cuánto?
—Diez dólares —repuso ella—. Pero vale cada céntimo, se lo aseguro.
Era un robo, pero lo pagó encantado para poder irse. Metió la botella en su mochila y salió deprisa de allí.
A lo mejor era sólo su imaginación, pero le pareció sentir los ojos de la mujer mirándolo mientras se alejaba de su tienda.
A la mañana siguiente, mientras desayunaban, Adam le preguntó a Nicole si había dormido mal.
Ella bostezó y le puso más azúcar a su café.
—¿Por qué me lo preguntas?
—No tienes buen aspecto, parece que no has descansado —repuso Adam.
—Me quedé leyendo hasta tarde.
Adam la miró con una sonrisa.
—¿Leías el libro de Passionata?
Ella asintió con la cabeza.
—Si hizo la mitad de las cosas que dice que hizo, fue una mujer increíble.
—Se supone que todo es verdad, aunque yo tengo mis dudas.
Miró a su amigo sin dejar de beber su café. Adam no creía en nada que no estuviera probado por hechos científicos, pero se imaginó que tenía el suficiente respeto por ese libro como para haberlo llevado consigo en el viaje y prestárselo.
El discurso de Adam, como correspondía a su profesión, era académico, pero su aspecto era todo lo contrario. No se había molestado en afeitarse esa mañana. Llevaba una camiseta algo sucia y unos pantalones cortos cuyos bajos comenzaban a deshilacharse. Eran tan viejos que el color se había vuelto indefinido después de tanto uso y tantos lavados.
Se imaginaba que a algunas mujeres les podría gustar alguien como Adam. Para ella, era sólo Adam, su mejor amigo, alguien en quien siempre podía confiar. Y valoraba mucho sus opiniones.
—Entonces, ¿qué piensas tú de la teoría de Passionata sobre las mujeres y cómo éstas son en realidad las que tienen todo el poder en una relación?
—¿Me hablas de su objetivo de someter a los hombres usando el sexo? —repuso él riendo—. Conozco a tipos así. Tienen el cerebro en la entrepierna y acaban dejando que las mujeres los traten como peleles. Pero creo que son la excepción, no la regla. A mí, por ejemplo, me gusta tanto el sexo como a cualquier hombre, pero no es el único objetivo de mi vida. De hecho, el sexo no está siquiera entre mis tres primeras prioridades.
—Podrían echarte del «club de los hombres de verdad» por decir algo así —repuso ella con una sonrisa—. ¿Crees que una mujer como Passionata no conseguiría que cayeras en sus redes?
—Sólo se puede seducir a alguien que, aunque sea de manera inconsciente, quiere ser seducido. Y yo tengo cosas más importantes que hacer con mi tiempo.
Puede que fuera así, pero ella creía que los datos con los que contaba Adam no eran reales y que tipos como él eran la excepción. Era un hombre completamente metido en su trabajo, la enseñanza, y en su pasatiempo preferido, la búsqueda de tesoros del pasado.
El resto de las cosas, su apariencia personal, la comida, las relaciones, no eran tan importantes para Adam.
Pero creía que otros hombres, como Kenneth, sí que basaban la mayor parte de las decisiones de su vida en el sexo. No pensaban en nada más que no fuera tener relaciones sexuales, con quién podían tenerlas y cómo conseguir que fueran numerosas y frecuentes. Era la única manera que tenía de explicar por qué Kenneth había estado saliendo al mismo tiempo con ella y con una bailarina de striptease de un local nocturno.
—Entonces, ¿por qué te interesa tanto la vida de Passionata?
—¿Qué es lo primero en lo que piensas cuando alguien te habla de piratas? —repuso él con otra pregunta.
—No sé. Pienso en Johnny Depp y Orlando Bloom, los de la película Piratas del Caribe.
Adam la miró con los ojos en blanco.
—Hablo de piratas de verdad, no de los que salen en el cine.
—No sé —repuso ella encogiéndose de hombros—. Supongo que pienso en tesoros escondidos…
—¡Eso es! —replicó Adam mientras se limpiaba las manos en la servilleta—. El verano pasado, encontré por casualidad la autobiografía de Passionata y empecé a investigar. Leí todo lo que encontré sobre ella, su vida y la isla en la que había instalado su cuartel general. ¿Has llegado ya a la parte del libro en la que es capturada?
—No, me quedé dormida después de leer un tercio del libro.
Y no se había dormido de aburrimiento, sino de puro agotamiento después de pasarse un día entero de viaje en barco.
—Creo que no te estaré estropeando el final si te digo que Passionata y su tripulación estaban intentando abordar un mercante inglés cuando su barco, llamado Eve, encalló en la arena y se hundió. Las supervivientes del naufragio, entre ellas Passionata, fueron recogidas por un segundo barco, un velero de la armada de Inglaterra. He estado buscando información en viejas cartas de navegación, diarios de marineros, informes oceanográficos y documentos varios. Creo que he conseguido localizar el lugar exacto del naufragio.
—¡Y del tesoro! —añadió ella con entusiasmo.
Ahora lo entendía todo. Adam era un apasionado de la Historia, pero también tenía un especial talento a la hora de localizar objetos del pasado. Había pasado varios veranos trabajando como voluntario con un grupo de arqueólogos en México. Había buscado huesos de mastodontes en las Black Hills y ayudado a restaurar antiguos poblados indios en Utah.
De momento, todos sus hallazgos habían engordado más su currículum que su cuenta bancaria, pero le daba la impresión de que eso podía estar a punto de cambiar.
—Por eso me pediste que me trajera mi equipo de buceo… —le dijo ella.
Adam asintió con la cabeza.
—No voy a tener ni el tiempo ni el dinero necesario para sacar un barco a flote con todo su contenido, pero espero que podamos localizar los suficientes objetos como para conseguir convencer a alguien que patrocine una expedición en toda regla el próximo verano.
—¿Cuánto podría valer un tesoro de esas características?
—Desde el punto de vista histórico, no tiene precio. Las ruinas de naufragios de esa antigüedad son muy difíciles de encontrar. Y el tipo de objetos que espero encontrar en el barco, armas, cubiertos, monedas de oro y plata, podrían valer una fortuna para los directores de museos y las colecciones privadas. Podríamos estar hablando de muchos millones de dólares.
Abrió los ojos de par en par y Adam se echó a reír.
—Te daré una parte si me ayudas.
—Bueno, ahora mismo estoy sin trabajo, así que no vendría nada mal ganar algo de dinero.
—No te costará encontrar otro empleo. Siempre se necesitan enfermeras.
—Sí, pero esta vez probaré suerte en un hospital grande. Me he cansado de clínicas privadas.
—Bueno, no tienes por qué pensar en todo esto ahora. Disfruta del verano. Si encontramos el tesoro, te merecerá la pena haber venido hasta aquí. Si no, por lo menos volverás a casa con una buena anécdota que contar y un bonito bronceado.
Ella esperaba volver con algo más. Las enseñanzas de Passionata para potenciar el poder femenino le iban a servir de mucho y le atraía la idea de intentar dar con un tesoro escondido en el fondo del mar. Después de todo, si una mujer cualquiera podía ser poderosa, se imaginó que lo sería mucho más si se convertía en millonaria.
—¿Cuánto falta para que lleguemos a la isla? —le preguntó a su amigo.
—Pararemos esta tarde en Jamaica para comprar algunas cosas. La idea es pasar allí un par de días conociendo la isla y después nos iremos a la isla de Passionata. Si el tiempo sigue igual que hasta ahora, estaremos en la isla antes de que termine la semana.
Para cuando Adam llegó con el yate y lo ató al muelle de la isla de Passionata, Nicole estaba lista para saltar y nadar hasta la playa. Los dos días que iban a haber pasado en Jamaica se habían convertido en una semana después de que Adam se encontrara allí con algunos amigos. Durante los siguientes siete días, su amigo la había llevado de fiesta en fiesta y de concierto en concierto. Había sido divertido, pero con cada día que pasaba se sentía más ansiosa y con ganas de llegar a la isla de Passionata. Lo que de verdad anhelaba era pasar más tiempo sola, dedicarse a la aventura de los barcos hundidos y los tesoros y concentrarse en la lectura de la autobiografía de Passionata. Quería saber más de la misteriosa mujer pirata que había conseguido vengarse como nadie del hombre que la había engañado.
El ejemplar de Confesiones de una reina pirata seguía escondido bajo la almohada de su cama. Los días en Jamaica habían estado tan llenos de eventos y fiestas que no había tenido ocasión de avanzar más en la lectura del libro. Era otra de las razones por la que estaba deseando llegar a esa isla y pasar algún tiempo sola.