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El inicio del siglo XXI marca el comienzo del periodo más interesante y transformador que la humanidad haya conocido: la liberación del ser humano de sus cadenas biológicas y la consagración de la inteligencia como el fenómeno más importante de nuestro universo. A medida que esta transformación se vaya convirtiendo en realidad, nuestra especie también se enfrentará a nuevos retos jamás antes planteados: un increíble aumento de la inteligencia no biológica, la inmortalidad y un progreso científico sin precedentes. El reputado ingeniero, inventor y futurista Ray Kurzweil presenta en este libro el mejor análisis que se ha realizado hasta la fecha sobre estos cambios, a los cuales ha dado en llamar Singularidad tecnológica. Las implicaciones filosóficas, sociales y científicas de esta obra son tan profundas y revolucionarias que harán que el lector se adentre en un mundo apasionante y todavía por descubrir, un mundo que no es otro que el nuestro.
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RAY KURZWEIL
La Singularidad está cerca
Cuando los humanos transcendamos la biología
Traducido del ingléspor Carlos García Hernández
Copyright © Lola Books GbR, Berlin 2012www.lolabooks.euCopyright © de la traducción: Carlos García Hernández
Queda totalmente prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación total o parcial de esta obra sin el permiso escrito de los titulares de explotación.
Título original:The Singularity is near: when humans transcend biologyCopyright © Ray Kurzweil, 2005Publicado con el consentimiento de Ray KurzweilTodos los derechos reservados
Diseño de cubierta: Christine WenningImpreso en Imprintalia, MadridISBN 978-3-944203-01-0eISBN 978-3-944203-15-7
Primera edición 2012, reimpresión 2015
Me gustaría expresar mi profundo agradecimiento a mi madre, Hannah, y a mi padre, Fredric, por apoyar todas mis primeras ideas e invenciones sin cuestionarlas, lo cual me dio libertad para experimentar; a mi hermana Enid por su inspiración, a mi esposa Sonya y a mis hijos Ethan y Amy, que dan a mi vida sentido, amor y motivación.
Me gustaría dar las gracias a todas las personas que con talento y devoción me han ayudado en este proyecto tan complejo.
En Viking, mi editor Rick Kot, que proporcionó liderazgo, entusiasmo y aguda edición; Clare Ferraro, que me proporcionó un fuerte apoyo como editorialista; Timothy Mennel, que me proporcionó una corrección experta del manuscrito; Bruce Giffords y John Jusino, por coordinar los muchos detalles para producir un libro; Amy Hill, por el diseño del texto interior; Holly Watson, por su eficaz trabajo publicitario; Alessandra Lusardi, que asistió hábilmente a Rick Kot; Paul Buckley, por su claro y elegante diseño artístico; y Herb Thomby que diseñó una atractiva portada.
Loretta Barrett, mi agente literario, cuya entusiasta y astuta orientación ayudaron a este proyecto.
Al doctor Terry Grossman, mi colaborador en temas de salud y coautor de Fantastic Voyage: Live Long Enough to Live Forever, por ayudarme a desarrollar mis ideas sobre salud y biotecnología a través de una correspondencia de 10.000 emails y una colaboración multifacética.
Martine Rothblatt, por su dedicación a todas las tecnologías expuestas en este libro y por nuestra colaboración en el desarrollo de diferentes tecnologías en estas áreas.
Aaron Kleiner, mi socio empresarial desde hace tantos años (1973), por su dedicación y colaboración en muchos proyectos, incluido este.
Amara Angelica, cuya dedicación y avezados esfuerzos dirigieron nuestro equipo de investigación. Amara también hizo uso de sus excelentes habilidades en el campo de la edición para asistirme a la hora de articular los complejos asuntos de este libro. Kathryn Myronuk, cuyos denodados esfuerzos de investigación fueron una gran contribución para la documentación y las notas. Sarah Black contribuyó con un exigente trabajo de documentación y con sus habilidades editoriales. Mi equipo de investigación me proporcionó una ayuda competente: Amara Angelica, Kathryn Myronuk, Sarah Black, Daniel Pentlarge, Emily Brown, Celia Black-Brooks, Nanda Barker-Hook, Sarah Brangan, Robert Bradbury, John Tillinghast, Elizabeth Collins, Bruce Darner, Jim Rintoul, Sue Rintoul, Larry Klaes, y Chris Wright. Ayuda adicional me fue dada por Liz Berry, Sarah Brangan, Rosemary Drinka, Linda Katz, Lisa Kirschner, Inna Nirenberg, Christopher Setzer, Joan Walsh, y Beverly Zibrak.
Laksman Frank, que creó muchos de los atractivos diagramas e imágenes de mis descripciones, y que formateó los gráficos.
Celia Black-Brooks, por proporcionar su liderazgo en el desarrollo del proyecto y en las comunicaciones.
Phil Cohen y Ted Coyle, por poner en práctica mis ideas para la ilustración de la página 322, y a Helene DeLillo, por la foto “Singularity Is Near” al principio del capítulo 7.
Nanda Barker-Hook, Emily Brown y Sarah Brangan, que me ayudaron a organizar el extenso trabajo logístico de los procesos de investigación y edición.
Ken Linde y Matt Bridges, que me proporcionaron ayuda con los sistemas informáticos para que el flujo de nuestro intrincado trabajo pudiera continuar armoniosamente.
Denise Scutellaro, Joan Walsh, Maria Ellis y Bob Beal por llevar la contabilidad de este complicado proyecto.
El equipo de KurzweilAI.net, que proporcionó una importante cantidad de documentación para este proyecto: Aaron Kleiner, Amara Angelica, Bob Beal, Celia Black-Brooks, Daniel Pentlarge, Denise Scutellaro, Emily Brown, Joan Walsh, Ken Linde, Laksman Frank, Maria Ellis, Matt Bridges, Nanda Barker-Hook, Sarah Black y Sarah Brangan.
Mark Bizzell, Deborah Lieberman, Kirsten Clausen y Dea Eldorado, por su ayuda a la hora de transmitir el mensaje de este libro.
Robert A. Freitas júnior por su meticulosa revisión de los materiales relacionados con la nanotecnología.
Paul Linsay, por su concienzuda revisión de las matemáticas de este libro.
Mis atentos lectores especializados, que proporcionaron el impagable servicio de revisar cuidadosamente el contenido científico: Robert A. Freitas júnior (nanotecnología, cosmología), Ralph Merkle (nanotecnología), Martine Rothblatt (biotecnología, aceleración tecnológica), Terry Grossman (salud, medicina, biotecnología), Tomaso Poggio (ciencia del cerebro e ingeniería inversa del cerebro), John Parmentola (física, tecnología militar), Dean Kamen (desarrollo tecnológico), Neil Gershenfeld (tecnología computacional, física, mecánica cuántica), Joel Gershenfeld (sistemas de ingeniería), Hans Moravec (inteligencia artificial, robótica), Max More (aceleración tecnológica, filosofía), Jean-Jacques E. Slotine (ciencia del cerebro y cognitiva), Sherry Turkle (impacto social de la tecnología), Seth Shostak (SETI, cosmología, astronomía), Damien Broderick (aceleración tecnológica, la Singularidad) y Harry George (tecnología y espíritu empresarial).
Mi eficaz plantilla de lectores: Amara Angelica, Sarah Black, Kathryn Myronuk, Nanda Barker-Hook, Emily Brown, Celia Black-Brooks, Aaron Kleiner, Ken Linde, John Chalupa y Paul Albrecht.
Mis lectores no especializados en la materia que proporcionaron sus opiniones entusiastas: mi hijo Ethan Kurzweil y David Dalrymple.
Bill Gates, Eric Drexler y Marvin Minsky, que me dieron su permiso para incluir sus diálogos en el libro, y por sus ideas, que fueron incorporadas a los diálogos.
Los muchos científicos y pensadores cuyas ideas y esfuerzos están contribuyendo a expandir exponencialmente la base del conocimiento humano.
Las personas mencionadas anteriormente proporcionaron muchas ideas y correcciones que fui capaz de llevar a cabo gracias a su esfuerzo. Asumo toda la responsabilidad en el caso de que algún error no haya sido corregido.
No creo que haya otro estremecimiento que atraviese el corazón humano comparable al que siente el inventor cuando ve como una creación de su cerebro toma cuerpo satisfactoriamente.
—NIKOLA TESLA, 1896, INVENTOR DE LA CORRIENTE ALTERNA
Ala edad de cinco años se me ocurrió la idea de ser inventor. Tenía la impresión de que los inventos podían cambiar el mundo. Cuando otros niños se preguntaban en voz alta lo que querían ser de mayor, yo me vanagloriaba de que ya lo sabía. El cohete espacial para llegar a la luna que estaba construyendo en aquel entonces (casi una década antes del desafío que el presidente Kennedy planteó a la nación) no funcionó. Pero más o menos cuando cumplí los ocho mis inventos se volvieron un poco más realistas. Así lo fueron un teatro robótico de varillaje mecánico que podía mover decorados y personajes dentro y fuera de escena, y juegos de béisbol virtuales.
Después de escapar del holocausto, mis padres, artistas los dos, querían para mí una educación religiosa más mundana y menos provinciana (1). Como resultado, mi educación espiritual tuvo lugar en una Iglesia Unitaria. Nos pasábamos seis meses estudiando una religión (yendo a sus homilías, leyendo sus libros, dialogando con sus líderes) y luego hacíamos lo mismo con la siguiente. La idea era la de “muchos caminos hacia la verdad”. Por supuesto, me di cuenta de los muchos paralelismos entre las tradiciones religiosas del mundo, pero incluso sus diferencias eran reveladoras. Entendí que las verdades de base eran lo suficientemente profundas como para transcender las aparentes contradicciones.
A la edad de ocho años descubrí la serie de libros de Tom Swift júnior. La trama de los treintaitrés libros (de los cuales solo nueve habían sido publicados en 1956, año en que empecé a leerlos) siempre era la misma: Tom se metía en un terrible aprieto, el cual ponía su destino, el de sus amigos, y a veces el de todo el género humano, en la cuerda floja, y luego Tom se retiraba a su laboratorio en el sótano para reflexionar sobre cómo resolver el problema. Lo que constituía la tensión dramática de cada uno de los libros era la pregunta: ¿qué ingeniosa idea se les ocurriría a Tom y a sus amigos para salvar la situación? (2) La moraleja de estos cuentos era sencilla: la idea correcta tenía la capacidad de superar un desafío aparentemente abrumador.
Hasta el día de hoy sigo convencido de la certeza de esta filosofía: no importa el dilema al que nos enfrentemos (problemas de negocios, problemas de salud, dificultades en nuestras relaciones, o los grandes retos científicos, sociales y culturales de nuestro tiempo) hay una idea que nos puede hacer salir victoriosos. Y además, esa idea puede ser encontrada; y cuando la encontremos, tendremos que ponerla en práctica. Mi vida se ha guiado por este imperativo. El poder de una idea: esto es en sí mismo ya una idea.
Más o menos en el mismo periodo en el que leí la colección de Tom Swift júnior, me acuerdo de que mi abuelo, que también abandonó Europa junto con mi madre, regresó de su primera visita a Europa con dos recuerdos clave. Uno era el cortés tratamiento recibido de parte de los austriacos y alemanes, el mismo pueblo que forzó su marcha en 1938. El otro era la extraordinaria oportunidad que tuvo de permitírsele tocar con sus propias manos algunos manuscritos originales de Leonardo da Vinci. Ambos recuerdos me influenciaron, pero el último me ha vuelto muchas veces a la cabeza. Mi abuelo describía la experiencia con veneración, como si hubiera tocado la obra del mismísimo Dios. Esta es, en definitiva, la religión con la que me crié: veneración por la creatividad humana y por el poder de las ideas.
En 1960, a la edad de doce años, descubrí el ordenador y me fascinó su habilidad para modelizar y recrear el mundo. Solía pasar el rato en las tiendas (¡que siguen ahí!) de desechos electrónicos de la calle Canal en Manhattan y juntaba piezas para construir mis propios ordenadores. Durante la década de los sesenta me imbuí junto a mi generación en los movimientos musicales, culturales y políticos contemporáneos, pero también me involucré en una moda mucho más oculta: la excepcional serie de máquinas que IBM presentó durante dicha década, desde sus series de grandes “7000” (7070, 7074, 7090, 7094) hasta su pequeño 1620, que sin duda fue el primer “miniordenador”. Las máquinas salían al mercado en intervalos de un año, y cada una era menos cara y más potente que la anterior, un fenómeno que hoy nos es familiar. Así fue como tuve acceso a un IBM 1620 y empecé a escribir programas de análisis estadístico y posteriormente de composición musical.
Todavía me acuerdo de cuando en 1968 se me permitió entrar en la cavernosa cámara de seguridad que albergaba lo que entonces era el ordenador más potente de Nueva Inglaterra, un puntero IBM 360 modelo 91 con una extraordinaria memoria central de un millón de bytes (un megabyte), una impresionante velocidad de un millón de instrucciones por segundo (un MIPS) y un precio de alquiler de solo mil dólares por hora.
También he diseñado un programa de ordenador para asignar universidades a alumnos de secundaria y he observado fascinado cómo las luces del panel frontal bailaban siguiendo un patrón determinado mientras la máquina procesaba las solicitudes de cada estudiante (3). A pesar de que yo estaba bastante familiarizado con cada línea del código, parecía como si el ordenador estuviera profundamente concentrado cuando las luces se debilitaban durante los varios segundos que tardaba en resolverse cada ciclo. De hecho, podía hacer impecablemente en diez segundos lo que nosotros hacíamos manualmente con mucha menos precisión en diez horas.
Como inventor en la década de los setenta me di cuenta de que mis inventos tenían que ser coherentes con respecto a las tecnologías y fuerzas de mercado imperantes, ya que el mundo en el que se concibieron y en el que se implantarían iba a ser muy diferente. Empecé por elaborar modelos de cómo se desarrollaban tecnologías diferentes (sistemas electrónicos, comunicaciones, procesadores, memoria y almacenamiento magnético, entre otras) y de cómo estos cambios se propagaban en los mercados y finalmente en nuestras instituciones sociales. Me di cuenta de que la mayoría de los inventos fracasaban no porque el departamento de I+D no pudiera hacerlos funcionar, sino por una mala gestión del momento* (inventar se parece mucho a hacer surfing: tienes que anticiparte y coger la ola justo en el momento adecuado).
Mi interés por las tendencias tecnológicas y sus implicaciones tomó vida propia en los ochenta y empecé a utilizar mis modelos para proyectar y anticipar tecnologías futuras, innovaciones que aparecerían en el año 2000, 2010, 2020 y después. Mediante la concepción y diseño de inventos que usaban capacidades del futuro pude inventar contando con tecnologías futuras.
A mediados de los ochenta escribí mi primer libro, The Age of Intelligent Machines (4). El libro incluía extensas (y razonablemente certeras) predicciones para los años noventa y dos mil, y concluía con la predicción de que en la primera mitad del siglo XXI la inteligencia de los ordenadores sería indistinguible de la de sus progenitores humanos. Esta conclusión parecía pueril y a nivel personal me era difícil mirar más allá de un resultado tan revolucionario.
Durante los últimos veinte años me he venido dando cuenta de una importante metaidea: el poder mismo de las ideas para transformar el mundo se está acelerando. Aunque la gente no tiene inconveniente en aceptar esta observación, solo unos pocos aprecian sus profundas implicaciones. Esto significa que durante las próximas décadas vamos a tener la oportunidad de aplicar ideas para vencer los problemas asociados al envejecimiento (y de crear al mismo tiempo algunos problemas nuevos).
Durante la década de los noventa reuní datos empíricos sobre la aparente aceleración de todas las tecnologías relacionadas con la información e intenté perfeccionar los modelos matemáticos subyacentes a estas observaciones. Así fue como desarrollé una teoría a la que llamo ley de los rendimientos acelerados, que explica por qué la tecnología y los procesos evolutivos en general progresan de forma exponencial.
En The Age of Spiritual Machines (ASM) (5), escrito en 1998, traté de describir cómo sería la naturaleza de la vida humana una vez superado el momento en que máquina y cognición humana se conviertan en una misma cosa. De hecho, veo nuestra época como una colaboración cada vez más estrecha entre nuestra herencia biológica y un futuro que transciende lo biológico.
Después de la publicación de ASM empecé a meditar sobre el futuro de nuestra civilización y su relación con nuestro lugar en el universo. Aunque pueda parecer complicado prever las capacidades de una civilización futura cuya inteligencia sobrepase ampliamente la nuestra, nuestra habilidad para crear modelos de la realidad en nuestra mente nos permite articular una visión coherente de las consecuencias de esta inminente fusión entre nuestro pensamiento biológico y la inteligencia no biológica que estamos creando. Esta es la historia que quiero contar en este libro. La historia se fundamenta en la idea de que tenemos la capacidad de comprender nuestra propia inteligencia (penetrar en nuestro propio código fuente, si se prefiere), modificarla y ampliarla.
Hay quien pone en cuestión que seamos capaces de utilizar nuestro propio pensamiento para entender nuestro pensamiento. El investigador en el campo de la inteligencia artificial Douglas Hofstadter opina que “puede que simplemente sea un accidente del destino el que nuestros cerebros sean demasiado endebles para comprenderse a sí mismos. Piénsese por ejemplo en la humilde jirafa, cuyo cerebro está claramente por debajo del nivel necesario para tener autoconciencia y no obstante es sorprendentemente similar al nuestro”. (6) Sin embargo, ya hemos tenido éxito a la hora de crear modelos de parte de las neuronas de nuestro cerebro y de importantes regiones neuronales, y la complejidad de dichos modelos aumenta rápidamente. Nuestros progresos a la hora de aplicar la ingeniería inversa al cerebro humano, un tema capital que describiré detalladamente en este libro, demuestran que de hecho sí que tenemos la habilidad para comprender, ampliar y crear modelos de nuestra propia inteligencia. He aquí un aspecto del carácter único de nuestra especie: nuestra inteligencia está justo por encima del umbral necesario para que podamos ascender en la escala de nuestras propias habilidades hasta alturas ilimitadas en cuanto a capacidad creativa, y tenemos el apéndice oponible (nuestros pulgares) necesario para transformar el universo a nuestro antojo.
Una cosa sobre la magia: cuando leía los libros de Tom Swift júnior también era un ferviente mago. Me gustaba hacer las delicias de mi audiencia cuando experimentaba transformaciones de la realidad aparentemente imposibles. En mi adolescencia cambié mi salón de magia por proyectos tecnológicos. Descubrí que, a diferencia de los meros trucos, la tecnología no perdía su poder de transcendencia cuando sus secretos eran revelados y a menudo me acuerdo de la tercera ley de Arthur C. Clarke, que dice que “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.
Considérense las historias de Harry Potter escritas por J. K. Rowling desde esta perspectiva. Estas historias puede que sean imaginarias, pero no son visiones irracionales de nuestro mundo en unas pocas décadas. Esencialmente toda la “magia” Potter se conseguirá por medio de las tecnologías que exploraré en este libro. Jugar al quidditch y transformar a personas y objetos en otras cosas será posible tanto en escenarios de realidad virtual de inmersión completa, como en la propia realidad, usando dispositivos a escala nanométrica. Lo que es más dudoso es que se pueda retroceder en el tiempo (tal y como se describe en Harry Potter y el prisionero de Azkaban), aunque hay propuestas serias que plantean poder conseguir algo parecido (sin que se de pie a paradojas causales), por lo menos en lo que respecta a bits de información, que es esencialmente de lo que estamos formados. (Véase la discusión en el capítulo 3 sobre los límites últimos de la computación).
Consideremos que Harry da rienda suelta a su magia pronunciando el conjuro preciso. Por supuesto que descubrir y poner en práctica estos conjuros no es fácil. Harry y sus compañeros necesitan conseguir la secuencia, los procedimientos y el énfasis exactamente correctos. Este proceso precisamente es como experimentamos la tecnología. Nuestros conjuros son las fórmulas y algoritmos ocultos tras nuestra magia moderna. Con la secuencia adecuada podemos hacer que un ordenador lea un libro en alto, entienda el habla humana, anticipe (y prevenga) un ataque al corazón o prediga el movimiento de una acción en la bolsa. Si nos desviamos un poco en el conjuro la magia en gran medida se debilita o no funciona en absoluto.
Se podría objetar a esta metáfora que los conjuros del Colegio Hogwarts son cortos y por tanto no contienen mucha información comparados con, por ejemplo, el código de un programa de software moderno. Sin embargo, los métodos esenciales de la tecnología moderna comparten generalmente la misma brevedad. Los principios operacionales de los avances en software en el campo de, por ejemplo, reconocimiento de voz, pueden ser transcritos en solo unas pocas páginas de fórmulas y a menudo un avance fundamental se produce mediante un pequeño cambio en una simple fórmula.
La misma observación es pertinente para los “inventos” de la evolución biológica. Téngase en cuenta que la diferencia genética entre, por ejemplo, chimpancés y humanos es de solo unos pocos cientos de miles de bytes de información. Aunque los chimpancés son capaces de algunas proezas intelectuales, esa pequeña diferencia en nuestros genes fue suficiente para que nuestra especie creara la magia de la tecnología.
Muriel Rukeyser dice que “el universo está creado por historias, no por átomos”. En el capítulo 7 me describo a mi mismo como “patronista”*, alguien que contempla los patrones de información como la realidad fundamental. Un ejemplo: las partículas que componen mi cerebro y mi cuerpo cambian en cuestión de semanas, pero existe una continuidad en los patrones que producen estas partículas. Una historia puede ser contemplada como un patrón de información coherente, de manera que podemos interpretar el aforismo de Muriel Rukeyser desde esta perspectiva. En definitiva, este libro es la historia del destino de la civilización hombre-máquina, un destino al que llamamos Singularidad.
* “Timing” en el original.
* “Patternist” en el original.
Todo el mundo toma los límites de su propia visión como los límites del mundo.
—ARTHUR SCHOPENHAUER
No estoy seguro de cuándo tomé consciencia por primera vez de la Singularidad. Tendría que decir que fue un despertar progresivo, ya que en el casi medio siglo en el que llevo inmerso en las tecnologías de la computación y sus afines he tratado de comprender el significado y el propósito de la continua agitación que he contemplado a muchos niveles.
Así es como gradualmente he tomado consciencia de un impactante acontecimiento que se cierne sobre la primera mitad del siglo XXI. Tal y como un agujero negro en el espacio altera de forma dramática los patrones de materia y de energía acelerándolos hacia su horizonte de sucesos, esta inminente Singularidad en nuestro futuro está transformando paulatinamente cada institución y aspecto de la vida humana, desde la sexualidad hasta la espiritualidad.
Entonces ¿qué es la Singularidad? Es un tiempo venidero en el que el ritmo del cambio tecnológico será tan rápido y su repercusión tan profunda que la vida humana se verá transformada de forma irreversible. Aunque ni utópica ni distópica, esta era transformará los conceptos de los que dependemos a la hora de dar significado a nuestras vidas, ya sea en lo que se refiere a modelos de negocios o al ciclo de la vida (incluyendo la muerte). Así, comprender la Singularidad cambiará nuestra perspectiva sobre la relevancia de nuestro pasado y sus repercusiones en el futuro, ya que su comprensión cambia intrínsecamente la visión que uno tiene de la vida en general y de su propia vida en particular. A las personas que han entendido la Singularidad y que han reflexionado sobre sus implicaciones en su propia vida yo les llamo “singularistas”*. (1)
Comprendo por qué muchos analistas no abrazan de buena gana las obvias implicaciones que acarrea lo que he dado en llamar la ley de los rendimientos acelerados (la aceleración inherente al ritmo de la evolución, donde la evolución tecnológica es una continuación de la evolución biológica). Después de todo, a mi me llevó cuarenta años el poder ver lo que tenía justo en frente de mi, y todavía no puedo decir que esté cómodo con todas sus consecuencias.
La idea fundamental que subyace de la inminente Singularidad es que el ritmo de cambio de la tecnología creada por el hombre se está acelerando y que sus capacidades se están ampliando a un ritmo exponencial.
El crecimiento exponencial es engañoso. Empieza casi imperceptiblemente y luego (si uno no se ha tomado la molestia de calcular su trayectoria) explota con furia inusitada. (Véase el gráfico de la página 11: “crecimiento lineal frente a crecimiento exponencial”).
Considere esta parábola: el dueño de un lago quiere quedarse en casa para ocuparse de los peces del lago y asegurarse de que el propio lago no se cubra con nenúfares, de los cuales se dice que doblan su número cada pocos días. Mes tras mes, espera pacientemente, pero solo son visibles pequeñas manchas de nenúfares que no parecen reproducirse de forma apreciable. Con tan solo el 1% de la superficie del lago cubierta por nenúfares, el dueño considera que no pasará nada si se va de vacaciones y deja la casa junto con su familia. Cuando regresa unas semanas más tarde se asombra al descubrir que todo el lago está cubierto por nenúfares y que sus peces han muerto. Doblando su número cada pocos días, las siete últimas veces que doblaron su número fueron suficientes para cubrir todo el lago (las siete últimas veces multiplicaron su extensión por 128). Esta es la naturaleza del crecimiento exponencial.
Consideremos el caso de Gary Kasparov, que en 1992 menospreciaba el patético nivel ajedrecístico de los ordenadores. Sin embargo, el incesante aumento de la capacidad de los ordenadores, que se multiplica por dos cada año, le permitió a uno de ellos derrotarle tan solo cinco años después. (2)
La lista de formas en la que los ordenadores ya superan las capacidades humanas crece rápidamente. Además, las reducidas aplicaciones que antaño tenía la inteligencia de los ordenadores están aumentando gradualmente en un tipo de actividad tras otra. Por ejemplo, los ordenadores diagnostican electrocardiogramas e imágenes médicas, pilotan y hacen aterrizar aviones, controlan las decisiones tácticas de armas automatizadas, toman decisiones financieras y respecto a créditos y están asumiendo la responsabilidad de muchas otras tareas que antes requerían de inteligencia humana.
El rendimiento de estos sistemas se basa cada vez más en la integración de múltiples tipos de inteligencia artificial (IA), pero mientras la IA muestre un punto flaco en cualquiera que sea la empresa a realizar los escépticos tomarán esa área como bastión inherente de la indeleble superioridad humana sobre las capacidades de nuestras creaciones.
Sin embargo, este libro defiende que, dentro de varias décadas, las tecnologías basadas en la información abarcarán todo el conocimiento y habilidad humano, incluyendo las capacidades de reconocimiento de patrones, las habilidades para resolver problemas, y la inteligencia emocional y moral del propio cerebro humano.
Aunque impresionante en muchos aspectos, el cerebro está sometido a graves limitaciones. Utilizamos su enorme grado de paralelismo (cien billones de conexiones interneuronales operando simultáneamente) para reconocer sutiles patrones rápidamente, sin embargo nuestro pensamiento es extremadamente lento: las operaciones neuronales básicas son varios millones de veces más lentas que los circuitos electrónicos modernos. Esto hace que nuestro ancho de banda fisiológico para procesar nueva información sea extremadamente limitado en comparación con el crecimiento exponencial del conjunto del conocimiento humano.
Nuestros cuerpos biológicos versión 1.0 son a su vez frágiles y están sujetos a infinidad de fallos, por no mencionar los engorrosos rituales de mantenimiento que requieren. Así, mientras que la inteligencia humana es a veces capaz de elevarse en su creatividad y expresividad, otras veces el pensamiento humano es poco original, nimio y restringido.
La Singularidad nos permitirá transcender estas limitaciones de nuestros cerebros y cuerpos biológicos. Aumentaremos el control sobre nuestros destinos, nuestra mortalidad estará en nuestras propias manos, podremos vivir tanto como queramos (que es un poco diferente a decir que viviremos para siempre), comprenderemos enteramente el pensamiento humano y expandiremos y aumentaremos enormemente su alcance. Como consecuencia, al final de este siglo la parte no biológica de nuestra inteligencia será billones de billones de veces más poderosa que la débil inteligencia humana producto de la biología.
Ahora nos encontramos en los primeros estadios de esta transición. La aceleración en el cambio de paradigma (el ritmo en el que cambiamos nuestros enfoques técnicos fundamentales), así como el crecimiento exponencial de la capacidad de la tecnología de la información, están empezando a alcanzar “la rodilla de la curva”, que es el estadio en el cual una tendencia exponencial se hace perceptible. Poco después de este estadio la tendencia se convierte rápidamente en explosiva. Antes de la mitad de este siglo, el ritmo de crecimiento de nuestra tecnología –que será indistinguible de nosotros mismos- será tan pronunciado que esencialmente parecerá vertical. Desde una perspectiva estrictamente matemática, los ritmos de crecimiento todavía serán finitos, pero tan extremos que los cambios que conllevarán parecerán romper con la estructura de la historia humana. Al menos esta será la perspectiva que se tendrá desde una humanidad no mejorada.
La Singularidad constituirá la culminación de la fusión entre nuestra existencia y pensamiento biológico con nuestra tecnología, dando lugar a un mundo que seguirá siendo humano pero que trascenderá nuestras raíces biológicas. En la post-Singularidad, no habrá distinción entre humano y máquina o entre realidad física y virtual. Si se pregunta sobre lo que seguirá siendo inequívocamente humano en un mundo así, la respuesta es simplemente esta cualidad: la nuestra es la especie que inherentemente busca expandir su alcance físico y mental más allá de sus limitaciones actuales.
Muchos comentaristas de estos cambios se centran en lo que ellos perciben como la pérdida de un cierto aspecto vital de nuestra humanidad resultante de esta transición. Sin embargo, esta perspectiva surge de no comprender en lo que se va a convertir la tecnología. Hasta hoy día, las máquinas carecen de la sutileza esencial de las cualidades biológicas humanas. Aunque la Singularidad tiene muchas caras, su consecuencia más importante es esta: nuestra tecnología alcanzará y luego superará enormemente la finura y agilidad de lo que consideramos como los mejores rasgos humanos.
Cuando la primera inteligencia transhumana sea creada y se lance de forma recursiva a autoperfeccionarse lo más seguro es que se produzca una discontinuidad fundamental cuyas características no puedo ni tan siquiera empezar a predecir.
—MICHAEL ANISSIMOV
En los años cincuenta del siglo XX el legendario teórico de la información John von Neumann declaró que “la aceleración continua del desarrollo tecnológico […] da la impresión de acercarse a alguna singularidad esencial en la historia de la raza humana más allá de la cual los asuntos humanos no podrían seguir siendo tal y como los conocemos” (3). Von Neumann hace aquí dos importantes observaciones: aceleración y singularidad. La primera idea es que el progreso humano es exponencial (es decir, que se expande multiplicándose repetidamente por una constante) en vez de lineal (esto es, expansión mediante la adición repetida de una constante). La segunda es que el crecimiento exponencial es engañoso, empieza lentamente y de forma virtualmente imperceptible, pero después de la rodilla de la curva se vuelve explosivo y profundamente impactante.
Lineal frente a exponencial:el crecimiento lineal es estable, el exponencial se vuelve explosivo.
Por lo general, el futuro es mal entendido. Nuestros antepasados esperaban que fuera más o menos como su presente, ya que este se parecía mucho a su pasado. Ya existían tendencias exponenciales hace mil años, pero estaban en el estadio inicial en el que eran tan planas y lentas que no parecían una tendencia en absoluto. Como resultado, la expectativa de un futuro sin cambios se cumplía. Hoy en día prevemos un continuo progreso tecnológico y las repercusiones que conlleva. Sin embargo, el futuro será mucho más sorprendente de lo que la mayoría piensa porque pocos analistas han interiorizado de verdad las implicaciones del hecho de que el proprio ritmo de cambio se esté acelerando.
La mayoría de previsiones a largo plazo sobre lo que será viable en el futuro subestiman en gran medida la fuerza de desarrollos futuros, ya que se basan en lo que yo llamo la visión “lineal intuitiva” de la historia en vez de basarse en la visión “exponencial histórica”. Mis modelos muestran que estamos doblando el ritmo de cambio de paradigma cada década, tal y como expondré en el siguiente capítulo. Dado que durante el siglo XX el ritmo de progreso se aceleró gradualmente hasta llegar al ritmo actual, sus logros equivalieron a unos veinte años de progreso al ritmo del año 2000. Progresaremos otros veinte años en solo catorce (en el año 2014) y luego haremos lo mismo en solo siete años. Para decirlo de otra manera, durante el siglo XXI no experimentaremos cien años de avance tecnológico, sino que presenciaremos alrededor de veinte mil años de progreso medidos al ritmo de progreso actual, o alrededor de mil veces más de lo conseguido en el siglo XX. (4)
Los malentendidos sobre cómo será el futuro se producen frecuentemente y en contextos diversos. Valga lo siguiente como ejemplo. En un debate sobre la viabilidad de la manufactura molecular en el que tomé parte hace poco, un ganador del premio Nobel descartó los motivos de preocupación sobre la seguridad de la nanotecnología diciendo que “no vamos a ver entidades de nanoingeniería autoreplicantes [dispositivos construidos fragmento molecular a fragmento molecular] hasta dentro de cientos de años”. Yo puntualicé que cien años era una estimación razonable y que de hecho concordaba con mi propia estimación sobre la cantidad de progreso tecnológico requerido para alcanzar este hito en particular, siempre y cuando habláramos de un ritmo de progreso como el actual (cinco veces superior al ritmo de cambio medio que presenciamos en el siglo XX). Pero como estamos doblando el ritmo de progreso cada década, presenciaremos el equivalente a un siglo de progreso – medido al ritmo de hoy – en solo veinticinco años.
De forma similar, en la conferencia “Future of Life” de la revista Time, que se celebró en 2003 para conmemorar el cincuenta aniversario del descubrimiento de la estructura del ADN, a todos los intervinientes se les preguntó cómo creían ellos que serían los próximos cincuenta años. (5) Prácticamente todos los presentes tomaron el progreso de los últimos cincuenta años como modelo para los siguiente cincuenta. Por ejemplo, James Watson, co-descubridor del ADN, dijo que en cincuenta años tendremos medicamentos que nos permitirán comer tanto como queramos sin que engordemos por ello.
Mi respuesta fue “¿cincuenta años?” Esto lo hemos logrado ya en ratones mediante el bloqueo del gen receptor de la insulina de la grasa que controla el almacenamiento de grasa en las células adiposas. Medicamentos de uso humano (utilizando ARN interferente y otras técnicas que discutiremos en el capítulo 5) están siendo desarrollados ahora mismo y serán evaluados por la FDA* en unos cuantos años. Estos medicamentos estarán disponibles en cinco o diez años, no en cincuenta. Otras proyecciones fueron igualmente miopes, reflejando las prioridades de la investigación actual en vez reflejar los profundos cambios que se producirán en el próximo medio siglo. De entre todos los pensadores de la conferencia, Bill Joy y yo fuimos los únicos que tomamos en consideración la naturaleza exponencial del futuro, aunque Joy y yo no estamos de acuerdo en la importancia de estos cambios, como veremos en el capítulo 8.
La gente asume intuitivamente que el ritmo de progreso actual continuará en futuros periodos. Incluso a aquellos que han vivido lo suficiente como para saber por experiencia que el ritmo de cambio aumenta con el tiempo, la simple intuición les deja la impresión de que el cambio ocurre al mismo ritmo que lo hemos vivido más recientemente. Desde el punto de vista del matemático, la razón para que esto sea así es que una curva exponencial parece recta si es examinada durante un breve periodo. Como resultado, a la hora de determinar expectativas sobre el futuro, incluso cuando se trata de comentaristas expertos, se suele extrapolar el ritmo de cambio actual a los próximos diez o cien años. Por eso llamo a esta manera de mirar al futuro visión “lineal intuitiva”.
Sin embargo, una evaluación seria de la historia de la tecnología revela que el cambio tecnológico es exponencial. El crecimiento exponencial es un rasgo de todo proceso evolutivo, de los cuales la tecnología es su ejemplo principal. Los datos se pueden examinar de diferentes maneras, en diferentes escalas temporales y para una amplia variedad de tecnologías (desde la tecnología electrónica a la biológica), así como por sus implicaciones (desde la cantidad de conocimiento humano al tamaño de la economía). La aceleración del progreso y del crecimiento se cumple en todas. De hecho, a menudo no solo encontramos crecimiento exponencial, sino crecimiento exponencial “doble”, lo que significa que el ritmo del crecimiento exponencial (esto es, el exponente) crece él mismo exponencialmente (véase la discusión sobre el comportamiento del precio de la computación en el siguiente capítulo).
Muchos científicos e ingenieros sufren de lo que yo llamo “el pesimismo del científico”. A menudo están tan inmersos en las dificultades y en los intrincados detalles que presenta un desafío determinado, que no se dan cuenta ni de las implicaciones a largo plazo de su propio trabajo, ni de lo grande que es el campo de trabajo en el que operan. De igual manera, fallan a la hora de considerar que las herramientas de que dispondrán en el futuro serán mucho más poderosas con cada generación tecnológica.
Los científicos están entrenados para ser escépticos, para hablar con cautela de los objetivos de investigaciones actuales y para especular muy pocas veces más allá de la actual generación de búsqueda científica. Puede que esto haya sido una actitud correcta cuando una generación de ciencia y tecnología duraba más que una generación humana, pero no sirve a los intereses de la sociedad actual, en la que el progreso de una generación científica y tecnológica consta solo de unos pocos años.
Considérese el caso de los bioquímicos que en 1990 se mostraban escépticos con respecto a la posibilidad de transcribir todo el genoma humano en solo quince años. Esos científicos tardaban todo un año en transcribir tan solo una diezmilésima parte del genoma. De manera que, incluso con una razonable anticipación de avances, les parecía natural que la secuenciación del genoma humano durase un siglo, si no más.
O considérese el escepticismo de mitad de los años ochenta del pasado siglo sobre la posibilidad de que internet se convirtiera en un fenómeno importante, ya que en aquel entonces internet estaba compuesto de decenas de miles de nodos (también llamados servidores). De hecho, el número de nodos se doblaba cada año, de manera que era de esperar que hubiera decenas de millones de nodos diez años después, pero esta tendencia no fue valorada por aquellos que forcejeaban con la tecnología de vanguardia en 1985, cosa que permitió que solamente se sumaran unos pocos miles de nodos por todo el mundo en un solo año. (6)
El error conceptual contrario se produce cuando fenómenos exponenciales determinados son identificados por primera vez y son utilizados de manera demasiado agresiva, sin que la modelización del ritmo de cambio sea la apropiada. Si bien el crecimiento exponencial gana velocidad con el tiempo, no se trata de un crecimiento instantáneo. La fase previa en la capitalización bursátil de los valores (esto es, los precios del mercado bursátil) durante la “burbuja de internet” y la burbuja de las telecomunicaciones relacionadas con internet (1997-2000) sobrepasó cualquier expectativa, incluso la de un crecimiento exponencial. Tal y como demuestro en el siguiente capítulo, la implantación actual de internet y del comercio electrónico mostró un crecimiento exponencial homogéneo durante el boom y el descalabro, mientras que la sobrevaloración de las expectativas de crecimiento afectó solamente a la capitalización bursátil (stock). Se han producido errores similares durante cambios de paradigma tempranos; por ejemplo, durante la primera época del ferrocarril (década de los treinta del siglo XIX), cuando el equivalente al boom y descalabro de internet llevó a una expansión frenética del ferrocarril.
Otro error en el que incurren los pronosticadores es el considerar solo las transformaciones resultantes de una tendencia en el mundo de hoy, como si nada más cambiara. Un buen ejemplo de esto es la preocupación que sostiene que una radical extensión de la vida provocará un exceso de población y el agotamiento de los limitados recursos materiales que hacen posible la vida humana, ignorando que, gracias a la nanotecnología y a la IA fuerte, al mismo tiempo se producirá una creación de riqueza comparable a la extensión de la vida. Por ejemplo, en la década de 2020 los dispositivos de manufactura basados en la nanotecnología serán capaces de crear casi cualquier producto físico partiendo de materiales sin refinar y de información.
Hago énfasis en la perspectiva exponencial frente a la lineal porque constituye el principal fallo en el que caen los pronosticadores cuando analizan tendencias futuras. La mayoría de pronósticos y pronosticadores tecnológicos ignoran por completo esta visión exponencial histórica del progreso tecnológico. De hecho, casi todo el mundo con el que me encuentro tiene una visión lineal del futuro. Por eso la gente tiende a sobreestimar lo que podemos conseguir en el corto plazo (ya que tendemos a dejar de lado detalles necesarios), pero subestima lo que se puede conseguir en el largo plazo (ya que se ignora el crecimiento exponencial).
Primero construimos las herramientas y después nos construyen ellas a nosotros.
—MARSHALL MCLUHAN
El futuro ya no es lo que era.
—YOGI BERRA
La evolución es un proceso de creación de patrones de orden creciente. El concepto de orden lo discutiré en el capítulo siguiente; el énfasis de esta sección se centra en el concepto de patrones. Creo que la evolución de patrones es lo que constituye la trama primordial de nuestro mundo y que la evolución funciona mediante indirección: cada estadio o era utiliza los métodos de procesamiento de información pertenecientes a la era anterior para crear la próxima. La evolución, tanto biológica como tecnológica, la visualizo en seis eras. Como veremos, la Singularidad comenzará en la quinta era y se expandirá desde la Tierra hacia el resto del universo en la sexta.
Primera era: física y química. Podemos rastrear nuestros orígenes hasta un estado en el que la información viene representada en sus estructuras básicas: los patrones de materia y energía. Teorías recientes sobre la gravedad cuántica sostienen que el tiempo y el espacio se desglosan en cuantos diferenciados que esencialmente son fragmentos de información. Existe la controversia sobre si la materia y la energía son en última instancia digitales o analógicas pero, cualquiera que sea la respuesta a esta pregunta, lo que sí sabemos es que las estructuras atómicas almacenan y representan información diferenciada.
Los átomos empezaron a formarse unos cuantos de cientos de miles de años después del big bang, una vez que los electrones fueron atrapados en órbitas alrededor del núcleo formado por protones y neutrones. La estructura eléctrica de los átomos los hizo ser “pegajosos”. La química nació unos pocos de millones de años después, cuando los átomos se juntaron para crear estructuras relativamente estables llamadas moléculas. De entre todos los elementos el carbono demostró ser el más versátil, ya que es capaz de formar enlaces en cuatro direcciones (mientras que la mayoría de elementos lo hacen entre una y tres), lo cual dio lugar a estructuras tridimensionales complicadas y ricas en información.
Las reglas de nuestro universo y el equilibrio de las constantes físicas que gobiernan la interacción de las fuerzas fundamentales son tan exquisitas, delicadas y exactamente apropiadas para la codificación y evolución de la información (cosa que da lugar a un incremento de la complejidad) que uno se pregunta cómo es posible que se produjera una situación tan poco probable. Donde algunos ven una mano divina, otros ven nuestras propias manos- a saber, el principio antrópico, que mantiene que solo en un universo que permita nuestra propia evolución puede ser posible plantear dicha cuestión. (7) Teorías recientes de la física sobre universos múltiples especulan con la posibilidad de que nuevos universos sean regularmente creados, cada uno con sus propias reglas únicas. Sin embargo, la mayoría o bien muere pronto, o bien se prolonga sin evolución de ningún patrón interesante que sea similar al que la biología terrestre ha creado. Esto es así porque sus reglas no permiten la evolución de formas de complejidad creciente. (8)
Es difícil de imaginar cómo podríamos comprobar estas teorías sobre la evolución aplicadas a la cosmología terrestre, pero está claro que las leyes físicas de nuestro universo son precisamente las necesarias para permitir la evolución de niveles de orden y complejidad crecientes. (9)
Segunda era: biología y ADN. En la segunda era, que empezó hace varios miles de millones de años, los compuestos basados en el carbono se volvieron más y más intrincados hasta que complejas agrupaciones de moléculas formaron mecanismos autoreplicantes y surgió la vida. Al final, los sistemas biológicos desarrollaron un mecanismo digital preciso (el ADN) para almacenar información formando una sociedad de moléculas más grande. Esta molécula y el mecanismo de codones y ribosomas que la sustenta permitieron mantener un registro de los experimentos evolutivos de esta segunda era.
Tercera era: cerebros. Cada era continúa con la evolución de la información por medio de un cambio de paradigma hacia un nivel más avanzado de “indirección”. (Esto significa que la evolución utiliza los resultados de una era para crear la siguiente). Por ejemplo, en la tercera era la evolución guiada por ADN produjo organismos que podían detectar información con sus propios órganos sensoriales, y que podían procesar y almacenar esa información en sus propios cerebros y sistemas nerviosos. Estos fueron viables gracias a mecanismos de la segunda era (ADN e información epigenética de proteínas y fragmentos de ARN que controlan la expresión génica), lo cual permitió y definió (indirectamente) el procesamiento de la información de los mecanismos de la tercera era (los cerebros y los sistemas nerviosos de los organismos). La tercera era empezó con la capacidad de los primeros animales para reconocer patrones, lo cual todavía da cuenta sobre la inmensa mayoría de la actividad de nuestros cerebros. (10) Al final nuestra propia especie desarrolló la capacidad de crear modelos mentales abstractos del mundo que experimentamos y de contemplar las implicaciones racionales de dichos modelos. De este modo se explica nuestra capacidad de rediseñar el mundo en nuestras propias mentes y de poner estas ideas en acción.
Cuarta era: tecnología. Combinando el atributo del pensamiento racional y abstracto con nuestro pulgar oponible, nuestra especie marcó el comienzo de la cuarta era y del siguiente nivel de indirección: la evolución de la tecnología creada por el hombre. Esto empezó con mecanismos simples y se desarrolló hasta convertirse en autómatas elaborados (máquinas mecánicas automatizadas). Al final, con los sofisticados dispositivos computacionales y de comunicación, la tecnología misma fue capaz de detectar, almacenar y evaluar elaborados patrones de información. Para comparar el ritmo de progreso de la evolución biológica de la inteligencia con el de la evolución tecnológica, considérese que la mayoría de los mamíferos avanzados han añadido alrededor de una pulgada cúbica de materia cerebral cada cien mil años, mientras que nosotros prácticamente doblamos la capacidad computacional de los ordenadores cada año (véase el siguiente capítulo). Desde luego que ni el tamaño del cerebro ni capacidad de los ordenadores son la única condición de la inteligencia, pero sí que son factores propiciadores de la misma.
Si colocamos los hitos clave de la evolución biológica y del desarrollo tecnológico humano en un solo gráfico y trazamos tanto el eje x (número de años) como el eje y (duración del cambio de paradigma) en escalas logarítmicas, nos encontramos con una línea bastante recta (aceleración continua) en donde la evolución biológica desemboca directamente en un desarrollo dirigido por los humanos. (11)
Cuenta atrás para la Singularidad:tanto la evolución biológica como la tecnología humana muestran una aceleración continua que se refleja en periodos más cortos entre eventos (dos mil millones de años desde el origen de la vida hasta las células; catorce años desde el PC hasta la “World Wide Web”).
Visión lineal de la evolución:esta versión de la curva anterior utiliza los mismos datos pero en una escala lineal para el tiempo pretérito en vez de en una escala logarítmica. Esto muestra la aceleración más acentuadamente, pero no hace visibles los detalles. Desde una perspectiva lineal, la mayoría de los eventos clave acaban de ocurrir “recientemente”.
Los datos expuestos arriba reflejan mi visión sobre los desarrollos clave en la historia biológica y tecnológica. Téngase en cuenta que, sin embargo, la línea recta que demuestra la continua aceleración de la evolución no depende de una selección de los eventos por mi parte. Muchos analistas y libros de consulta han recopilado listas de acontecimientos importantes (cada una con sus propias idiosincrasias) en la evolución biológica y tecnológica. Pese a la diversidad de enfoques, si comparamos listas de diversas fuentes (por ejemplo la Encyclopaedia Britannica, el Museo Americano de Historia Natural, el “calendario cósmico” de Carl Sagan y otras) también encontramos la misma clara y homogénea aceleración. El siguiente gráfico combina quince listas de eventos clave diferentes. (12) Ya que la datación del mismo evento varía con los pensadores y ya que diferentes listas incluyen eventos que según diferentes criterios son similares o se solapan, observamos un esperado “espesamiento” de la línea tendencial debido a lo “ruidoso” (o varianza estadística) de los datos. Sin embargo la tendencia general es muy clara.
Quince visiones de la evolución:principales cambios de paradigma en la historia del mundo vistos a través de quince listas de eventos clave diferentes. En la evolución biológica y luego en la tecnológica existe una clara tendencia que se acelera homogéneamente.
El físico y teórico de la complejidad Theodore Modis analizó estas listas e identificó veintiocho grupos de eventos (a los que llamó hitos canónicos). Para ello combinó eventos idénticos, similares y/o relacionados procedentes de las diferentes listas. (13) Este proceso lo que hace esencialmente es eliminar el “ruido” de las listas (por ejemplo la variabilidad de fechas), que a su vez vuelven a mostrar la misma progresión:
Hitos canónicos en base a grupos de eventos de trece listas.
Los atributos que crecen exponencialmente en estas tablas son el orden y la complejidad, conceptos que exploraremos en el siguiente capítulo. Esta aceleración se ajusta a lo observado por nuestro sentido común. Hace mil millones de años no ocurrían muchas cosas en el curso de un millón de años, pero hace un cuarto de millón de años eventos sin precedentes tales como la evolución de nuestra especie ocurrieron en lapsos de tiempo de solo cien mil años. Si nos remontamos cincuenta mil años, nada relevante tenía lugar durante un periodo de mil años en el terreno de la tecnología, pero en el pasado reciente nos encontramos con que nuevos paradigmas tales como la “World Wide Web” pasan del nacimiento a una adopción masiva (es decir, que son utilizados por un cuarto de la población de los países avanzados) en solo una década.
Quinta era: la fusión de la tecnología humana con la inteligencia humana. Si miramos varias décadas hacia el futuro, vemos que la Singularidad empezará en la quinta era. Será el resultado de la fusión entre el enorme conocimiento alojado en nuestros cerebros y la enormemente superior capacidad, velocidad y agilidad para compartir información de nuestra tecnología. Así, la quinta era permitirá que nuestra civilización humano-máquina trascienda las limitaciones de las tan solo cien billones de conexiones extremadamente lentas del cerebro humano. (14)
La Singularidad nos permitirá superar los problemas del envejecimiento humano y ampliará enormemente la creatividad humana, preservaremos y mejoraremos la inteligencia que la evolución nos ha conferido y al mismo tiempo superaremos las profundas limitaciones de la evolución biológica.
A su vez, la Singularidad también ampliará la capacidad para actuar de acuerdo con nuestras inclinaciones destructivas, de manera que la historia en su conjunto todavía está por escribirse.
Sexta era: el universo despierta. Este tema lo discutiré en el capítulo 6 bajo el título “[…] sobre el destino inteligente del cosmos”. En el periodo siguiente a la Singularidad, la inteligencia, que tiene su origen biológico en los cerebros humanos y su origen tecnológico en la creatividad humana, comenzará a saturar la materia y energía de su medio. Esto lo conseguirá mediante la reorganización de la materia y de la energía, cosa que proporcionará un nivel óptimo de computación (basado en los límites que discutiremos en el capítulo 3) y que le permitirá propagarse más allá de su origen terrestre.
Hasta el momento la velocidad de la luz constituye un límite infranqueable para la transmisión de información. El que podamos sortear este límite es muy especulativo, pero hay ciertos indicios que indican que esta constricción puede ser superada. (15) Si tan solo se produjeran pequeñas desviaciones, significaría que en último término nos podríamos aprovechar de una cierta capacidad supralumínica. El que nuestra civilización pueda impregnar el universo con su creatividad e inteligencia de forma rápida o lenta depende de la inmutabilidad de la velocidad de la luz. En cualquier caso, la materia “tonta” y los mecanismos del universo serán transformados en formas de inteligencia exquisitamente sublimes, lo cual dará lugar a la sexta era en la evolución de los patrones de información.
Este es el destino último de la Singularidad y del universo.
¡Las cosas van a ser realmente diferentes! ¿sabes?… No, no, ¡quiero decir realmente diferentes!
—MARK MILLER (CIENTÍFICO DE LA COMPUTACIÓN) A ERIC DREXLER HACIA 1986
¿Cuáles son las consecuencias de este hecho? Cuando una inteligencia mayor que la humana impulse el progreso, dicho progreso será mucho más rápido. De hecho, no parece que haya ninguna razón por la cual el progreso mismo no conlleve la creación de entidades todavía más inteligentes en una escala temporal más corta. A mi entender, la analogía más apropiada es la del pasado evolutivo: los animales pueden adaptarse a los problemas e inventar cosas, pero normalmente el proceso de selección natural es más rápido (en el caso de la selección natural el mundo actúa como su propio simulador). Nosotros, los humanos, tenemos la capacidad de internalizar el mundo y hacernos la pregunta “¿Y si…?” en nuestra cabeza y podemos resolver problemas mil veces más deprisa que la selección natural. Ahora bien, creando los medios para llevar a cabo dichas simulaciones a velocidades mucho mayores, nos adentramos en un sistema tan radicalmente diferente de nuestro pasado humano, como diferentes son los animales inferiores comparados con los humanos. Desde el punto de vista humano, este cambio significará deshacerse, quizá en un abrir y cerrar de ojos, de todas las reglas anteriores; una huída exponencial más allá de cualquier pretensión de control.
—VERNOR VINGE, “THE TECHNOLOGICAL SINGULARITY”, 1993
Definamos una máquina ultra-inteligente como una máquina capaz de sobrepasar en mucho todas las actividades intelectuales de cualquier hombre independientemente de lo inteligente que dicho hombre sea. Dado que el diseño de máquinas es una de esas actividades intelectuales, una máquina ultra-inteligente podría diseñar máquinas todavía mejores que ella. Entonces se produciría una innegable “explosión de inteligencia” y la inteligencia del hombre sería dejada muy atrás. Por eso la primera máquina ultra-inteligente es el último invento que el hombre tendrá que hacer.
—IRVING JOHN GOOD, “SPECULATIONS CONCERNING THE FIRST ULTRAINTELLIGENT MACHINE”, 1965
Para obtener una mejor perspectiva sobre el concepto de Singularidad exploremos la historia de la palabra misma. “Singularity” es una palabra que en inglés significa un evento único de, digamos así, implicaciones singulares. La palabra fue adoptada por los matemáticos para indicar un valor que trasciende cualquier limitación finita, como por ejemplo la explosión de la magnitud que resulta de dividir una constante por un número que se acerca cada vez más a cero. Considérese por ejemplo la función y=1/x. A medida que el valor de x se aproxima a cero, el valor de la función (y) se dispara hacia valores cada vez más grandes.
Una singularidad matemática:cuanto más se aproxima la x a cero (de derecha a izquierda), 1/x (ó y) tiende a infinito.
Una función matemática así nunca llega a tener un valor infinito, ya que la división por cero no está definida matemáticamente (es imposible de calcular), pero el valor de y excede cualquier límite finito posible (se aproxima al infinito) a medida que el divisor x se aproxima a cero.
El siguiente campo en adoptar la palabra fue el de la astrofísica. Si una estrella masiva experimenta la explosión de una supernova, sus restos eventualmente se colapsarán hasta el punto de tener un volumen aparentemente igual a cero y una densidad infinita. Esto dará lugar a una “singularidad” en su centro. Dado que se creía que la luz no podía escapar de la estrella una vez que esta última alcanzaba una densidad infinita (16), se le dio el nombre de agujero negro (17). Esto constituye una ruptura en la estructura del espacio y del tiempo.
Una teoría especula con que el universo mismo comenzara con una Singularidad tal (18). En cualquier caso, es interesante que el horizonte de sucesos (la superficie) de un agujero negro es de un tamaño finito y que la fuerza gravitacional solo es teóricamente infinita en el centro de tamaño igual a cero del agujero negro. En cualquier punto en el que fuera posible medirlas, las fuerzas serían finitas, aunque extremadamente grandes.
La primera alusión a la Singularidad como un evento capaz de romper la estructura de la historia humana es la afirmación de John von Neumann citada anteriormente. En la década de 1960, I. J. Good escribió sobre una “explosión de inteligencia” debida a que máquinas inteligentes pudieran diseñar, sin intervención humana, su siguiente generación. Vernor Vinge, matemático y científico de la computación de la Universidad de San Diego State, escribió en un artículo de 1983 de la revista Omni sobre la rápida aproximación de una “singularidad tecnológica”, y también lo hizo en 1986 en una novela de ciencia ficción, Marooned in Realtime. (19)
Mi libro de 1989, The Age of Intelligent Machines, presenta un futuro que inevitablemente se encamina hacia máquinas que en la primera mitad del siglo XXI exceden en mucho la inteligencia humana. (20) El libro de 1988 escrito por Hans Moravec, Mind Children, llegaba mediante el análisis de la progresión de la robótica a una conclusión parecida. (21) En 1993, Vinge presentó una ponencia en un simposio organizado por la NASA en la que describía la Singularidad como un evento inminente resultado ante todo del advenimiento de “entidades con una inteligencia mayor que la humana”, lo cual era visto por Vinge como el presagio de un fenómeno incontrolable. (22) Mi libro de 1999, The Age of Spiritual Machines: When Computers Exceed Human Intelligence, describe la conexión cada vez más íntima entre nuestra inteligencia biológica y la inteligencia artificial que estamos creando. (23) El libro de Hans Moravec, Robot: Mere Machine to Transcendent Mind, también publicado en 1999, describe los robots de la década de 2040 como nuestros “herederos evolutivos”, máquinas que “crecerán junto a nosotros, aprenderán nuestras aptitudes y compartirán nuestros objetivos y valores, […] hijos de nuestras mentes” (24). Además, los libros de 1997 y 2001 del erudito australiano Damien Broderick, ambos titulados The Spike, analizan el penetrante impacto de la fase de aceleración extrema de la tecnología que tendrá lugar dentro de varias décadas. (25) Por su parte, en una amplia serie de escritos, John Smart ha descrito la Singularidad como el resultado inevitable de lo que él llama la compresión “MEST” (materia, energía, espacio* y tiempo). (26)