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En el año 2117, en un mundo en el que prevalece el ateísmo, la ciencia trata de satisfacer en parte el ansia de eternidad que atormenta, a pesar de todo, al corazón humano. Un experimento con drosófilas que busca la prolongación de la existencia tiene un éxito clamoroso: esas moscas de la fruta, que normalmente viven ocho semanas, continúan viviendo durante meses y luego durante años, siempre completamente sanas. Se comienza a suponer con plausibilidad que se han convertido en imperecederas. Algunos, por el contrario, piensan que el mérito no ha sido de los investigadores, sino que habría intervenido sobre el experimento un misterioso y muy poderoso factor externo a la Tierra. Entretanto, el suero fruto del proceso está listo para ser suministrado al ser humano. Solo unos pocos multimillonarios pueden sin embargo adquirirlo a causa de su alto precio.
El ansia de eternidad que atormenta el corazón humano es el protagonista esencial de esta novela: En el año 2117, en un mundo en el que prevalece el ateísmo, la ciencia trata de satisfacer en parte el clamor del hombre. Un experimento con drosófilas que busca la prolongación de la existencia tiene un éxito clamoroso: esas moscas de la fruta, que normalmente viven ocho semanas, continúan viviendo durante meses y luego durante años, siempre completamente sanas. Se comienza a suponer con plausibilidad que se han convertido en imperecederas. Algunos, por el contrario, piensan que el mérito no ha sido de los investigadores, sino que habría intervenido sobre el experimento un misterioso y muy poderoso factor externo a la Tierra. Entretanto, el suero fruto del proceso está listo para ser suministrado al ser humano. Solo unos pocos multimillonarios pueden sin embargo adquirirlo a causa de su alto precio. Entre los excluidos aparece la envidia hacia los inmortales, salvo en aquellos pocos en el mundo que siguen creyendo en Dios y en la vida eterna espiritual y no desean un sucedáneo de eternidad en el tierra. Se derrama mucha sangre. Sin embargo, con el paso del tiempo, el clamor casi general que reclama el suero va disminuyendo y finalmente se desvanece completamente. Se han dado cuenta de que quienes han adquirido la inmortalidad han quedado presos, después de siglos, de un profundo aburrimiento existencial: para los inmortales, perecer sería una liberación, pero si había intervenido un ente ignoto dándoles la vida material imperecedera, este mismo les impide morir, ¡ni siquiera suicidándose! No caben más dudas de que se trata de la acción de un ente más allá de la Tierra y cuando nuestro mundo se ve invadido por una especie extraterrestre científicamente excelsa y aparentemente imbatible, se descubre que dicho ente había intervenido para bien, providencialmente, ya que solo los inmortales (que finalmente se verían premiados) podían… y aquí estamos solo en mitad de una historia coral que se desarrolla a lo largo de siglos dentro de la galaxia, un cosmos que descubrimos, poco a poco, lleno de personajes insensibles, como el irascible astrofísico Otto Bauer, la irascible y criminal Evy Trompò, dirigente del planeta-empresa Affari , el sádico y asqueroso McDonald Gutierrez, perseguidor de los esclavos del satélite Titán, el despiadado plutócrata estelar Alfred McEntire.
PUBLISHER: TEKTIME
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Seitenzahl: 205
Guido Pagliarino
Las Inmortalidades
Novela coral
Copyright © 2017 Guido Pagliarino
http://www.pagliarino.com - http://www.pagliarino.net
Publicado en e-book y en libro físico por Tektime
Traducción del italiano al español de Mariano Bas
Título de la obra original en italiano Le Immortalità, copyright © 2017 Guido Pagliarino, publicada en e-book y libro físico por Tektime
Las cubiertas, tanto de la obra original como de la traducción, han sido diseñadas electrónicamente por Guido Pagliarino
Los personajes, nombres personales y colectivos, hechos, situaciones corales o individuales del pasado y del presente son imaginarios. Cualquier referencia a personas vivas o fallecidas es involuntaria.
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 1
Como siempre, el profesor Denisi, historiador de la época contemporánea, había entrado en el aula sin saludar, se había colocado en su sitio y, sin preámbulos, había empezado:
—El otro día llegamos hasta el 2117, un año verdaderamente crucial para el mundo como ya os había anticipado. Hoy veremos por qué: Ya hacía más de un trienio que los investigadores del laboratorio celular de neurobiología del Instituto Privado Bertrand Russell de Londres desarrollaban experimentos sobre la mosca de la fruta. Objetivo de la experimentación: la prolongación de la vida humana. Como probablemente sabréis, al menos a grandes rasgos, las drosófilas son insectos de vida breve, de cerca de ocho semanas, que presentan una estructura biológica ejemplar, cuya genética resulta fácil de manipular. En una primera fase de las investigaciones, esos científicos habían llegado ya a un resultado importante, realizando la llamada amplificación autofágica dentro del sistema nervioso de las moscas. Hay que tener en cuenta que la supervivencia de una célula depende de la idoneidad de la misma para reducirse y reciclarse de acuerdo con cierto mecanismo, llamado precisamente autofagia, que la renueva eliminando los componentes dañinos para la vida y recicla las partículas elementales indispensables para la reconstrucción de la propia célula: en resumen, la protege. Pues bien, los factores nocivos habían disminuido mucho en el curso de la vida de las drosófilas tratadas, aunque la vida de las mismas no se había prolongado de manera significativa, no mucho más de las ocho semanas naturales. Sin embargo en una segunda fase de investigación, una vez ajustado el sistema, esos estudiosos habían conseguido impedir por un plazo más largo la referida acumulación del daño celular, que depende de la edad, y así la longevidad de esos insectos había llegado a los tres meses de existencia, un poco como si el ser humano hubiese alcanzado los ciento cincuenta años. El resultado había sido bastante satisfactorio. Sin embargo el laboratorio había iniciado una tercera fase de experimentos con las drosófilas, con el objetivo de prolongar todavía más la supervivencia y buscando una vida humana de al menos doscientos años. Fue en este tercer estadio cuando se llegó a un resultado extraordinario, más bien más que extraordinario, fantástico, por no decir increíble: ¡se había obtenido, con casi absoluta certeza, la inmortalidad de aquellas moscas! Se trataba de algo que, hasta entonces, se había considerado imposible, ya que una cosa es aplazar el momento de la muerte gracias a la ciencia y otra evitarlo del todo. Y sin embargo no se podía considerar que el índice de probabilidad de que las drosófilas sometidas al experimento hubieran llegado a la inmortalidad fuera del cien por cien. De hecho habían pasado muchos meses y luego un año y después otro durante los cuales habían continuado viviendo tranquilamente sin envejecer ni perder vigor: un periodo de vida, comparado con las ocho semanas naturales de las moscas, que se correspondía proporcionalmente con milenios de existencia humana. En resumen, se podía pensar de una manera no superficial en una especie de inmortalidad, aunque no se podía saber qué traería el futuro. Así que el Instituto Privado Bertrand Russell, que estaba dirigido por un hombre de negocios joven y muy rico y financiado por él mismo y un socio minoritario, que estaban comprometidos con la empresa no solo con fines personales de salud y longevidad, sino también para conseguir un espléndido beneficio económico, a la vista de esto, el 10 de junio de 2217 había anunciado al mundo la puesta en el mercado del producto denominado oficialmente Suero Bloqueador del Deterioro y de Regeneración y Reagregación de Células, luego conocido popularmente como «el suero Vida Eterna». Sobre esto, yo creo, y muchos están de acuerdo en esto, que se trató no tanto de un éxito científico, sino de la intervención de algo ultrapotente y extraño, tal vez perteneciente a un universo paralelo desde el cual se hubiera abierto una puerta sobre nuestro cosmos, tal vez la propia esencia panteísta de nuestro universo. No se nos oculta que esos primeros investigadores eran conscientes de haber llegado a un resultado muy superior al objetivo prefijado y habían aceptado entre ellos, como se supo después, que debía haber actuado también algún factor externo desconocido. Por otro lado, es necesario recordar que otros exponentes del mundo intelectual no piensan que existan universos cronofísicos paralelos o una esencia pensante de nuestro universo, concordando así con la idea de de algo extraño que todos indicamos con la expresión, tomada del teatro antiguo, «deus ex machina»: piensan en un ente completamente externo no solo a nuestro universo sino a cualquier universo inmanente, conciben… algo trascendente: ¡Dios! Entre ellos se encuentra el ilustrísimo teólogo y filósofo profesor Eugenio Serra, quien ha aceptado cordialmente intervenir hoy en esta lección, en imagen holográfica y que enseguida nos dará directamente su respetable parecer. Pero entretanto volvamos al año 2117. Ya sabéis que en el siglo XXII la humanidad era en su gran mayoría atea, resultado de un proceso que había afectado al mundo durante siglos, primero a los países occidentales y luego también de todos los demás. Y después de la invención del procedimiento Vida Eterna los ya pocos creyentes se habían reducido a nada menos que unos pocos centenares de miles en el mundo: casi toda la humanidad estaba entonces segura de que no existía ninguna divinidad y, si acaso, que la especie humana debería ser la que estuviera expuesta sobre los altares. Así se aprobó una ley internacional que proclamó el año de la invención del procedimiento Vida Eterna como el primero de una nueva era y el año 2117 después de Cristo se convirtió en el año 1 de la Era del Hombre. La norma fue votada por el Parlamento Mundial, simbólicamente, el 25 de diciembre de 2117, día que fue proclamado fiesta del Nacimiento del Genio Humano Libre. Se había iniciado en ese día un periodo terrible de cuatro siglos, cerrado oficialmente solo el 1 de enero de hace cuarenta años cuando, por una nueva norma, se volvió a la cuenta de los años siguiendo el antiguo calendario plurimilenario. Hoy en día, tanto los creyentes, cuyo número ha crecido, como los siempre numerosos incrédulos definen esos cuatrocientos años como la Era Antihumana. Veamos por qué. Las peleas empezaron ya en el año 2, después de algunos meses de entusiasmo general, se habían producido enseguida graves acontecimientos en el curso de los cuales también había corrido la sangre. El proceso Visa Eterna era lento y complejo y se había puesto a disposición del público, por decisión de los dos multimillonarios financiadores, exclusivamente dentro de los laboratorios Bertrand Russell: formalmente los dos magnates eran directores administrativos del Instituto, pero esencialmente eran los propietarios, gracias a ciertos cruces societarios, y podían tomar las decisiones que les resultaran más convenientes. Obviamente, ambos habían disfrutados los primeros del proceso Vida Eterna e inmediatamente después de ellos sus respectivos familiares. Luego se habían beneficiado los investigadores y sus familias, salvo un biólogo creyente y practicante que había preferido renunciar, teniendo una fe muy firme en la vida eterna trascendente. Sin embargo el hecho era que el procedimiento era tan lento y complejo que solo una parte de aquellos que estaban en la lista de espera podían aprovecharlo antes de que les llegase la muerte y además la lista iba aumentando. Por otro lado, el proceso Vida Eterna era tan costoso que quedaban fuera casi todos y los excluidos no podían sino estar contrariados o algo peor, salvo los entonces rarísimos creyentes en Dios que aceptaban otra vida y a los que no les atraía la idea de existir para siempre en este mundo material. Habían aumentando constantemente los hurtos y robos a multimillonarios, frecuentemente realizados por bandas de varias decenas de personas que se enzarzaban en tiroteos y arrollaban a los guardias de sus víctimas y casi siempre, inmediatamente después de cometer el delito, se mataban entre sí por el botín, generalmente insuficiente para pagar la eternidad para todos los miembros del grupo. Además se perpetraban homicidios contra los magnates en la lista de espera, ayudados por sicarios contratados por otros multimillonarios también en la lista, con el fin evidente de reducir el número de los concurrentes. Añadamos a esto que se habían producido otros asesinatos entre los políticos, por parte de terroristas. Estos en algunos casos habían actuado aisladamente, pero la gran mayoría eran miembros de una organización paramilitar revolucionaria que se autocalificaba Grupos Armados para la Vida del Pueblo. Todos ellos habían atentado no solo contra la existencia de los multimillonarios a la espera de intervención, sino también contra la de los herederos de estos, tanto parientes hasta el tercer grado como terceros beneficiarios de los testamentos: pretendían en realidad conseguir que los patrimonios de los multimillonarios asesinados, ya sin sucesores, acabaran legalmente en herencia para el estado y que, bajo amenaza de atentados a los hombres públicos, se instituyera una lotería pública de la Vida Eterna con esos capitales como premio, a fin de que todos pudiesen tener al menos una mínima esperanza de eternidad. Aún así, además de los terroristas, que habían logrado la simpatía popular, también muchos ciudadanos comunes, con manifestaciones en las plazas, pedían esa rifa pública y eran manifestaciones que degeneraban en tumultos. La solicitud no se había concedido, los terroristas fueron capturados meticulosamente uno por uno, arrestados y condenados de por vida en los campos de trabajo de Titán, el satélite más grande de Saturno. Hay que advertir además que, mientras que los apuntados que no se habían sometido al procedimiento podían todavía, como es obvio, ser asesinados, los otros ya no. No os sorprendáis. He aludido a resultados del procedimiento muy superiores a la consecución de la eternidad natural de la vida. Bien, aquellos que ya habían superado el proceso Vida Eterna no solo se habían convertido en inmortales en el sentido de que ya no envejecían y por tanto no fallecían, sino que no podían morir ni siquiera en caso de heridas de naturaleza mortal. Parece imposible, ¿verdad? Y sin embargo era así. Por cierto que esto corrobora la idea de la invención no era solo un resultado humano sino fruto de la interferencia de una causa externa ignota de gran poder. El primer caso que había demostrado ese increíble fenómeno había acaecido en febrero del año 2, un accidente que debía haber sido absolutamente mortal, al caer el sujeto desde un despeñadero de varios centenares de metros de desnivel. Por el contrario, aunque fuera con grandes dolores, como había explicado luego a los medios, se había recuperado perfectamente, como si se hubiera curado naturalmente. Al principio la opinión pública se había mostrado escéptica, la mayoría había pensado que había sido un caso muy afortunado, por ejemplo, una caída sobre un montón de nieve blanda. Pero se había cambiado de opinión con el tiempo al verificarse otros casos de traumatismo potencialmente mortales que sin embargo no tenían consecuencias luctuosas. Y quedó claro para todos que ninguno de quienes había recibido el tratamiento Vida Eterna podía ya morir. Tampoco, por otro lado, podía suicidarse: de ninguna manera. También de esto hablará, en un momento, el teólogo profesor Serra. Durante los primeros tres siglos de los cuatrocientos años de la nueva y terrible era el mundo se había visto ensangrentado a causa del procedimiento Vida Eterna. Sin embargo, poco a poco, esa violencia iba disminuyendo, hasta desaparecer del todo. ¿Por qué? Porque los eternos, con el paso del tiempo, cada vez parecían menos personas privilegiadas, ya que los mortales comunes, en el curso de sus generaciones, les habían visto entristecerse cada vez más, casi hasta la desesperación. Los últimos casos de violencia, realizados solo por ignorantes, se produjeron hace unos ciencuenta años, episodios que vuestros abuelos sin duda recordarán. ¡Señores estudiantes, meditad sobre esos horrores! Considerad cuánta soberbia puede ejercerse en la investigación científica, cuando falta en ella el espíritu humanista: ese humanismo que no debe ser solo filosófico, sino también científico y que debe dirigir a la ciencia y la tecnología hacia el bien de todos los seres humanos y no solo de unos pocos privilegiados. Oh… veo que el profesor Eugenio Serra está apareciendo ahora mismo a mi lado en forma holográfica: os pido un aplauso y que a continuación le escuchéis en perfecto silencio.
—Señoras y señores —comenzó a decir el teólogo y filósofo después de haber rogado a los estudiantes que interrumpieran su largo aplauso—, iré directo al grano porque desgraciadamente, a causa del gran número de los usuarios de las transmisiones holográficas interagentes, la sociedad gestora no concede mucho tiempo a cada uno. Os planteo un par de preguntas retóricas: ¿Por qué disminuyó y luego cesó la lucha por conseguir ser admitido en el proceso Vida Eterna? ¿Por qué, por otro lado, los instrumentos, las sustancias químicas y el resto de materiales necesarios para el procedimiento acabaron siendo destruidos por sus propios guardianes, sin ni siquiera atender las órdenes de la autoridad? Bueno, sencillamente porque en un cierto momento era evidente para todos el sufrimiento que padecían los eternos, ese sufrimiento al que luego se llamó su aburrimiento mortal o sencillamente el aburrimiento: no en el sentido habitual del tedio, sino en el clásico de tormento, incluso de infierno. Quede sin embargo claro que esta afirmación mía se dirige solo a los que sean creyentes, porque me refiero al infierno en sentido teológico. Por tanto, si alguno de los presentes es ateo, es muy libre de extrañarse al respecto. Como decía, con el paso de los siglos los eternos habían sido presos de una aversión cada vez insoportable por la vita. Esta en realidad no les ahorraba ni los sufrimientos psíquicos ni los físicos. Por ejemplo, si un eterno sufría un revés de la fortuna podía pasarse el resto de la eternidad como un vagabundo. Si perdía una mano en un accidente, le crecía otra, pero con dolores atroces. O si sufría una migraña congénita, que parece completamente incurable, esta se reproducía una y otra vez por siempre. Por otro lado, si es también verdad que no debían soportar ya la angustia de la muerte, esta después de una larga experiencia de dolor era sustituida, y más gravemente, por la angustia de una eternidad de sufrimiento. Os recuerdo que el procedimiento Vida Eterna era algo casi absurdo, al ser tan contrario a las leyes naturales. En definitiva, su mecanismo resultaba un misterio para sus propios inventores, que sencillamente habían tratado de alargar la duración de la existencia, no de eliminar la muerte. Sin embargo su invención, si se puede decir que era suya, la había abolido. Exactamente así: un hecho no realmente científico, es decir, no derivado, en realidad, de su investigación. Por tanto afirmo que algo, o mejor Alguien, con mayúscula, había intervenido de manera sobrenatural para que funcionase el proceso imposible. ¡Si alguno de vosotros tiene otra explicación me gustaría que la expusiera! Bueno… bien, visto que nadie levanta la mano, hagamos ahora una consideración elemental teológico-bíblica. ¿Qué es esencialmente el pecado original? Preciso, para quien se equivoque, que comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal no significa la condena divina de la investigación científica o filosófica. Hay que saber que en el lenguaje simbólico antiguo judío la locución bien y mal significa todo lo existente creado por Dios, mientras que conocer significa poseer, en todos los sentidos y no solo en el conocido sentido sexual. Por tanto el pecado original consiste en querer poseer el mundo creado haciéndose Dios y sustituyendo al Creador, poniendo en lugar de la ley moral objetiva divina la idea propia subjetiva, para uso y consumo propio, y consiste en ultrajar la naturaleza creada por Dios. Es el pecado que no solo los míticos padres Adán y Eva, sino muchísimos seres humanos han cometido y cometen, un pecado del que si no nos arrepentimos a tiempo nos conduce al Infierno. Bueno, una vez precisado esto, ¡prestad atención! podemos finalmente llegar a la conclusión. ¿Quién fue más soberbio y ateo que los eternos? ¿Quién fue más contra la naturaleza? Creo que nadie. En segundo lugar, consideremos que eran absolutamente indestructibles y esto no puede realmente parecer un hecho científico, humano. Algunos de ellos, ¡que nadie se ría aunque parezca ridículo!, hasta cierto punto, llenos de angustia buscaron cualquier vía para morir, primero bajo anestesia y luego, pensando que tal vez fuera esta la causa de su fracaso, renunciando a ella: cortarse la cabeza, explosión de bomba, hambre y sed, ahogamiento, encerramiento en una habitación sin aire… ¿Os reís? Bueno, os perdono, es comprensible humanamente, pero ahora, por favor… Gracias. Estaba a punto de decir que, al no obtener finalmente nada, estos eternos aspirantes a suicidas se pusieron de acuerdo y trataron de aniquilarse todos juntos con una bomba ultranuclear… ¡Vale, por favor! Dejad de reíros, por favor: es un hecho trágico. Gracias. Decía: parece absurdo, pero incluso en ese caso extremo, después de quedar reducidos a menos que átomos, se recompusieron, completamente incólumes. Al haberse demostrado por tanto su absoluta indestructibilidad hasta el extremo, es correcto deducir que, incluso cuando el Sol llegue a colapsar, cuando la Tierra esté muerta, incluso cuando todo el universo, por la inversión del Big Bang vuelva otra vez a la nada, estos condenados eternos continuarían existiendo, en el interminable infierno de esa misma nada. ¿Un infierno sin haber muerto antes?, me preguntaréis. No. También sabéis que el procedimiento Vida Eterna, que sería mejor que lo llamáramos Muerte Eterna, contemplaba, como paso necesario, también la muerte: solo por un momento, pero una muerte real, también cerebral. Solo después se producía la llamada a la vida, a la Vida Eterna. Añadiré ahora un concepto, una gran confirmación de mi tesis y luego me despediré porque la conexión está a punto de acabar. ¿Dónde se podría situar el estado infernal si no es fuera de Dios, es decir, fuera del Ser, que es como decir de Felicidad Trascendente Eterna Infinita? Por tanto ese estado no puede encontrarse más que en lo inmanente que continuará, por decirlo así, existiendo también para los condenados cuando el resto del universo sea simplemente la nada. Oh… veo que nuestra conexión está terminando. Adiós a todos.
Entre aplausos la imagen del catedrático se desvaneció.
Sin embargo esta vez no todos los estudiantes habían aplaudido: ni los cuatro ateos, ni dos descendientes de los aburridísimos eternos, ni una joven conocida por todos por su espiritualidad y a la que además se le había oído decir a la vecina:
—Sin embargo, también creo que al final de los tiempos también esos desgraciados… Podría tratarse de una especie de purgatorio en la tierra, ¿no? Está escrito: «No juzguéis si no queréis ser juzgados» y si bien es verdad que en cierta ciencia puede haber mucha soberbia, ¡cuánta puede encontrarse también en cierta teología!
Capítulo 2
Lo primero que generó la aversión general contra los eternos fue la envidia, por el deseo de los mortales comunes de ser como ellos, unos celos disfrazados no obstante de deseo de justicia, como sucede casi siempre. Posteriormente, cuando se apreció de manera generalizada el aburrimiento existencial de los inmortales, no desapareció la hostilidad contra ellos, sino que para alimentarla se había añadido una especie de desprecio por la condición que sufrían, ese desprecio que aparece lamentablemente, en los espíritus menos nobles, hacia aquellos que consideran, por cualquier razón, como distintos. El desprecio se expresaba a veces en forma de sarcasmo burlón, con observaciones como estas: «¡Les está bien empleado a esos prepotentes que querían ser superiores a nosotros y se daban tantas ínfulas!», «¡Fíjate en esos millonarios! Se han gastado una fortuna para alcanzar el aburrimiento, esas cabezas de chorlito», o como esta otra, más dura: «¡Sus caras alegres se han convertido en rostros pálidos como el culo!». En la última fase se generó en muchos mortales, no en todos, ya que seguían existiendo algunos no despiadados, un odio puro por los eternos. La mecha la había encendido un caso, llamado por los medios «La carnicería de París», cuya noticia había dado la vuelta al mundo de inmediato con gran escándalo. El hecho se había producido después de la vuelta a viejo calendario, exactamente en el año 2509, habiéndose ya destruido las instalaciones Vida Eterna, por lo que el número de los inmortales, todos censados por obligación legal, se mantenía entonces en 1003 personas, también porque la eternidad originada por el procedimiento Vida Eterna no era transmisible, ya que el proceso hacía estériles a quienes se habían sometido a él. Algunos inmortales sí tenían hijos y nietos, pero todos fruto de concepciones precedentes. Para llegar al apogeo del odio entre la conciencia colectiva se llegó al convencimiento, que ya estaba en lo más profundo de las mentes antes de la carnicería de París, de que de no le habría sido posible de ninguna manera a un mortal reaccionar con éxito a un ataque violento de un mortal que hubiera decidido herirle o matarle, debido a la tristemente famosa facultad de los eternos de regenerarse poco después de haber sido ellos mismos heridos o aparentemente muertos. Por tanto, en caso de agresión, la única posibilidad de defensa, que solo habría podido ejercerse si enfrente del inmortal violento se encontraran muchas personas, habría sido sujetarlo con cuerdas o cadenas, impidiendo así sus movimientos. Seguramente ya se habían producido agresiones por parte de un eterno contra un mortal antes de la carnicería de París y además, en cuatro siglos, debían haber sido muchas, pero solo después de esta matanza se había extendido por todas partes una airada obsesión colectiva contra los eternos. Lo que había pasado era que uno de los inmortales, un hombre fornido que aparentaba tener unos treinta años o con más de cuatrocientos años de edad real,