Las once mil vergas - Guillaume Apollinaire - E-Book

Las once mil vergas E-Book

Guillaume Apollinaire

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Beschreibung

Un libro provocador e irreverente de uno de los grandes autores de la literatura francesa Las once mil vergas narra la historia de Mony Vibescu, un hospodar rumano que se embarca con destino a París a la búsqueda de aventuras, donde conoce a Culculine d'Ancône, una prostituta con la que se verá inmerso en numerosas y truculentas aventuras sexuales a partir de ese momento. Tras su regreso a Bucarest, el protagonista es invitado a participar en la Guerra rusojaponesa en calidad de teniente ruso, lo cual acepta motivado por las "perversiones" que una guerra es capaz de proporcionar y encubrir. Efectivamente, el escenario resulta perfecto para que entre el caos y la violencia de un conflicto se desarrollen las escenas más depravadas. Publicado en 1907, Apollinaire sacó a la luz su obra bajo el anonimato y pronto esta se difundió por todo París.Por su temática erótica, el libro ha sido inevitablemente comparado con la obra del marqués de Sade, si bien la de Apollinaire exhibe una mayor violencia y brutalidad. Autores como Braque, Aragon, Picasso o Bretón reivindicaron su narrativa como un exponente del movimiento surrealista, que ellos defendían.

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Akal / Clásicos de la Literatura / 30

Guillaume Apollinaire

LAS ONCE MIL VERGAS

o Los amores de un hospodar

Traducción: Isabelle Marc

Las once mil vergas narra la historia de Mony Vibescu, un hospodar rumano que se embarca con destino a París a la búsqueda de aventuras. En la ciudad del Sena conocerá a Culculine d’Ancône, una prostituta que le acompañará gran parte del relato y con la que se verá inmerso en numerosas y truculentas aventuras sexuales. Tras su regreso a Bucarest, el protagonista es invitado a participar en la Guerra ruso-japonesa en calidad de teniente ruso, lo cual acepta motivado por las «perversiones» que una guerra es capaz de proporcionar y encubrir. Efectivamente, el escenario resulta perfecto para que entre el caos y la violencia de un conflicto se desarrollen las escenas más depravadas.

Publicado en 1907, Apollinaire sacó a la luz su obra bajo el anonimato y pronto esta se difundió por todo París. Por su temática erótica, el libro ha sido inevitablemente comparado con la obra del marqués de Sade, si bien la de Apollinaire exhibe una mayor violencia y brutalidad. Fueron los precursores del surrealismo (Braque, Aragon, Picasso, Breton…) quienes reivindicaron su narrativa como un exponente del movimiento que ellos defendían.

Guillaume Apollinaire, de nacimiento Wilhelm Apollinaris de Kostrowitzky (Roma, 1880-París, 1918), fue un poeta, novelista, periodista y crítico de arte francés. Tras el abandono de su pa­dre, su infancia transcurrió entre Mónaco, Cannes y Niza, y en 1900 se instaló finalmente en París, donde se abrió paso en los círculos literarios y artísticos y entabló amistad con Alfred Jarry, Derain, Picasso y otros artistas y poetas que marcarán el arte moderno del siglo XX. En 1907 publicó de manera anónima los relatos eróticos Las once mil vergas y Las hazañas de un joven don Juan (1911), que circularon de forma clandestina. A ellas se sumaron los poemarios por los que es fundamentalmente conocido: Alcoholes (1913) y Caligramas (1918), así como Il y a (1925), Le guetteur mé­lancolique y los Poèmes à Madeleine (1952), publicados póstumamente. Entre sus cuentos des­tacan El en­cantador putrefacto (1909), El heresiarca y Cía (1910) y El poeta asesinado (1916), así como su drama «surrealista» Las tetas de Tiresias (1917). Tras participar en la Primera Guerra Mundial, en la que resultó herido, murió en París en 1918 a causa de la pandemia de gripe que asoló Europa.

Diseño de portada

RAG

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Nota editorial:

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Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Motivo de cubierta: Postales de principio del siglo XX

Título original

Les onze mille verges ou les amours d’un hospodar

© Ediciones Akal, S. A., 2021

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-5045-2

Guillaume Apollinaire, Colonia, 1902.

Introducción

Las once mil vergaso Los amores de un hospodar, una obra «más fuerte que el Marqués de Sade» según un catálogo promocional fechado en 1914, es un breve texto publicado por primera vez en 1907, que narra las aventuras amorosas de Mony Vibescu, falso príncipe rumano, en la Europa de principios del siglo XX. Firmado únicamente por las iniciales G. A., su autor no era otro que el joven Guillaume Apollinaire. Hasta 1970, el libro circuló en la más clamorosa clandestinidad, convirtiéndose en uno de las obras pornográficas más celebradas en la Francia de la primera mitad del siglo XX. Según varias de las ediciones francesas, Picasso afirmaba que era el mejor libro que había leído jamás, el poeta Robert Desnos lo consideraba, junto a los Caligramas, el culmen de la obra de Apollinaire, y Louis Aragon le dedicó un prólogo ya en 1930, aunque después retirase su firma, en el que alababa su libertad y su curiosidad infinitas. En 1993, fue finalmente incluido en las Obras completas del poeta en la colección de La Pléiade. En España, no fue traducido hasta 1984.

La escasa visibilidad «pública» de Las once mil vergas no deja de ser sorprendente, si tenemos en cuenta el lugar privilegiado que ocupa su autor en el canon literario francés y occidental. Apollinaire es, sin duda, uno de las figuras más reconocidas de la literatura francesa del siglo XX: renovador del lenguaje poético con obras como Alcoholes y Caligramas, inventor del término «surrealismo», dramaturgo experimental, narrador, crítico de arte, periodista, antólogo y guionista, su obra es una referencia inexcusable para entender las vanguardias de principios del XX y la transición entre lo antiguo y lo moderno. Su faceta de pornógrafo, aunque menos conocida entre el gran público, es necesaria, no obstante, para entender una producción marcada por la diversidad y la heterogeneidad y por la búsqueda y la exploración constantes.

Según un informe de la Comisión para la protección de la infancia y la juventud de 1968 en Francia, Las once mil vergas es una «acumulación de los vicios más variados, donde el erotismo, la pornografía y las perversiones de todo tipo cotejan la escatología y el sadismo». Dicho informe no falta a la verdad, pero omite que Las once mil vergas es también un relato de viajes y aventuras, que lleva al lector de Bucarest hasta China pasando por San Petersburgo y París, de la mano de su protagonista, el antihéroe caballeresco Mony Vibescu. Tampoco menciona lo que a mi entender es lo más reseñable en la obra, esto es, su voluntad paródica, su naturaleza grotesca y su capacidad para subvertir discursos y valores. En definitiva, y como veremos, Las once mil vergas es un texto complejo, divertidísimo y provocador, capaz de fascinar y repugnar a partes iguales, que merece ser leído no sólo como parte del proyecto poético de Apollinaire, sino también por su valor intrínseco. El propósito de esta breve introducción es presentar Las once mil vergas dentro de la poética de Apollinaire, como escritura pornográfica, ciertamente, pero también y ante todo, como parodia transgresora, donde humor y horror conforman una mezcla que resulta cuanta menos vivificante.

Breve apunte sobre Apollinaire y su obra

Wilhelm Apollinaris de Kostrowitzky, conocido como Guillaume Apollinaire, nació en Roma en 1880, como hijo natural de la joven polaca Angélique de Kostrowitzky y de padre desconocido, a menudo identificado con el noble italiano Francesco d’Aspermont. Tras el abandono de su padre, su infancia transcurre entre Mónaco, Cannes y Niza, en un ambiente marcado por la vida extravagante de su madre, asidua de casinos y aventuras galantes, y estrecheces económicas.

En 1900, se instala en París con su familia, donde para sobrevivir debe realizar trabajos alimenticios. No obstante, pronto se abre paso en los círculos literarios y artísticos, donde entabla amistad con Alfred Jarry, y algo más tarde con Derain y Picasso y otros artistas y poetas que marcarán el arte moderno del siglo XX. Apollinaire colabora entonces con revistas literarias como Le Festin d’Ésope, que funda con Jarry en 1902, o Le Mercure de France. Es fundamentalmente conocido por su obra poética, publicada en Alcoholes (1913), que recoge sus textos hasta 1912, y Caligramas (1918), que incluye su producción entre 1912 y 1916. Tras su muerte se publican sus poemas inéditos: Il y a (1925), Le guetteur mélancolique y los Poèmes à Madeleine (1952).

En una vida llena de pasiones, amistades y trabajos de subsistencia, Apollinaire no sólo escribió poesía, sino que fue también un periodista atento a la vida cotidiana de su tiempo y un importante crítico de arte. Hay que destacar su relación con artistas como Picasso, el Aduanero Rousseau o André Derain. Desde el punto de vista literario, también fue autor de cuentos, recogidos en vida en El encantador putrefacto (1909), El heresiarca y Cía (1910) y El poeta asesinado (1916). Estrenó también su drama «surrealista» Las tetas de Tiresias (1917) y escribió varios guiones cinematográficos.

Apollinaire encontró asimismo tiempo para escribir al menos dos relatos «eróticos», tal y como los califica La Pléiade: Las once mil vergas (1907) y Las hazañas de un joven don Juan (1911), que circularon de forma clandestina y que no firmó abiertamente, pero de cuya autoría nadie dudó, ni durante su vida ni en la actualidad. Volveremos sobre ellas más tarde. Este gusto por la escritura pornográfica se ve corroborado en su trabajo como antólogo en L’Œuvre du Marquis de Sade (1909), para el que también escribió la introducción y que, de hecho, contribuyó a rehabilitar al «divino Marqués» en la literatura francesa.

La crítica coincide en señalar que la obra de Apollinaire está íntimamente ligada a su existencia. Efectivamente, cual­quier acontecimiento, incluso cotidiano o banal, se convierte para él en pretexto de poesía. Así lo afirma el propio Apollinaire, para quien cada uno de sus poemas es la conmemoración de un momento de su vida, ya que la poesía está en todas partes: las calles, los automóviles, las iglesias, los prospectos, los anuncios, la guerra y, por supuesto, en el amor, contrariado casi siempre. En el imaginario colectivo, sus poemas más conocidos son precisamente aquellos que reelaboran aspectos de la vida amorosa del autor, como «Le pont Mirabeau» o «La Chanson du Mal-aimé», en los que combina experiencia biográfica, renovación del lenguaje poético y musicalidad. Asimismo, sus ideogramas líricos o caligramas han pasado a la historia de la literatura como piezas en las que pintura, palabra y música configuran una visión del mundo nueva y a menudo deslumbrante.

Su vida amorosa, como decíamos, marca en gran medida su producción poética, no como «inspiración», sino como plasmación del deseo y del replanteamiento identitario que el amor impone forzosamente al sujeto lírico. Uno de los grandes estudiosos de Apollinaire en España, Ignacio Velázquez Ezquerra, estructura de hecho los periodos de su producción en función de sus relaciones, infructuosas o atormentadas, con varias mujeres: Annie Playden, la joven inglesa que conoció cuando era preceptor en Alemania, Marie Laurencin, la pintora bohemia, Louise de Coli­gny, la tumultuosa, origen de los Poèmes à Lou (1955) y las Lettres à Lou (1968), Madeleine Pagès, la joven que conoció en el tren durante un permiso y con la que mantendría también una relación epistolar, y Jacqueline Kolb, la «bella pelirroja» de los Caligramas, con la que se casó poco antes de morir.

Junto al amor y la aventura, la otra gran experiencia de Apollinaire es la guerra. Para un joven apátrida hasta 1916, la Gran Guerra supuso una fuente de inspiración en varios de sus poemas. Como para muchos de sus contemporáneos, Apollinaire percibía la guerra como una oportunidad para acabar con el viejo mundo. Se alistó de forma voluntaria en 1914, sirviendo primero en el cuerpo de artilleros, para después entrar en el de infantería. En marzo de 1916 recibió una esquirla de obús en la sien y tuvo que ser operado de urgencia. Las imágenes más conocidas lo representan precisamente herido, con una banda en la cabeza tras ser trepanado. Como resultado de esta herida, fue licenciado y regresó a París, donde continuó sus actividades artísticas y sus colaboraciones con revistas de vanguardia como Sic o Nord-Sud. Finalmente, debilitado tras la guerra, en noviembre de 1918, sucumbió ante la epidemia de gripe conocida como «española».

La vida de Apollinaire fue, pues, breve e intensa, en viajes, amores y experiencias artísticas. La suya fue una aventura que habría de marcar de forma indeleble el paso de la Belle Époque a la modernidad en Europa y la concepción y la práctica del arte en general y de la poesía en particular.

Fotografía de Apollinaire vestido de soldado en la primavera de 1916, herido de metralla en la cabeza.

En esta trayectoria de innovación y de libertad, que tiende puentes entre el pasado y el futuro, cabe, pues, preguntarse, qué lugar ocupa Las once mil vergas. Desde el punto de vista de su biografía, varios críticos señalan que su publicación, junto con la de Las hazañas de un joven don Juan –que es una versión traducida de un original anónimo alemán Kinder-Geilheit–, supuso una fuente de ingresos fáciles para el poeta. Efectivamente, en 1907, año en que se publica la primera de sus obras eróticas, Apollinaire abandonó el domicilio familiar y su trabajo en el banco, con lo que la publicación de Las once mil vergas pudo suponerle ingresos que le permitieran vivir de su pluma. Asimismo, ese mismo año inició su relación borrascosa con Marie Laurencin. Si bien las necesidades materiales pueden explicar parcialmente estas obras, Las once mil vergas comparten rasgos con la obra no pornográfica del autor y constituyen, como ya avanzábamos, un texto de gran interés, tanto para el crítico como para el lector interesado. Pasemos ahora a ofrecer un breve análisis de la obra.

Las once mil vergas: el carnaval de la aventura caballeresca

Desde Rabelais hasta Robe-Grillet, pasando por Sade, Aragon o Bataille, muchos son los autores que han contribuido a alimentar la fama de la literatura francesa como literatura obscena y libertina. Las once mil vergas o Los amores de un hospodar forma parte de la larga lista de obras de carácter erótico-pornográfico escritas por estos «grandes» autores de la literatura francesa, en la que, de hecho, figuran no pocas mujeres, incluidas Colette, Wittig o Duras. Ahora bien, al igual que La historia del ojo o Justine, Las once mil vergas también desborda lo pornográfico. Las once mil vergas es una obra compleja, en la que confluyen discursos y estéticas de diversa índole, desde lo político a lo poético, ligados, cierto es, por el elemento pornográfico, pero sobre todo invocados desde una perspectiva humorística y paródica, que sitúa el texto en el terreno de la ambivalencia y la transgresión. El propio título anuncia la intertextualidad paródica en la que se instala el relato: el término verga (verge, del latín virga), hace referencia, evidentemente, al órgano sexual masculino, así como a una fusta o vara y a los castigos que con ella pueden infligirse, pero se inscribe a su vez en el subtexto de leyenda de Santa Úrsula y las once mil vírgenes violadas y martirizadas por los hunos a finales del siglo V –aunque en realidad sólo fueron once–. Así pues, el subtexto erótico se superpone al religioso legendario; la hipérbole de la leyenda cristiana potencia la enormidad del componente sexual y este, a su vez, se opone a la pureza que evocan las jóvenes martirizadas. La segunda parte del título, es decir, los amores del hospodar, remite a las narraciones sentimentales, pero aquí protagonizadas por un personaje tan atípico y escasamente sugerente como un hospodar, especie de gobernador en el Imperio otomano. Así pues, el relato se enmarca desde el principio en los ámbitos de lo erótico, lo legendario, lo sentimental y lo religioso, que aquí se entremezclan dando lugar a un universo delirante.

Desde el punto de vista de la narración, Las once mil vergas cuenta las aventuras de Mony Vibescu, un joven y adinerado príncipe rumano, hospodar hereditario, que recorre Europa y parte de Asia en busca de un ideal amoroso, y que acaba sus días en la guerra ruso-japonesa de principios del siglo XX. Con un estilo elevado, el relato se abre con una descripción de la «bella ciudad» de Bucarest, situada a caballo entre Oriente y Occidente, pero fascinada por la elegancia francesa. Ahí es donde vive el «bello príncipe» protagonista de la historia, que se caracteriza por su obsesión erótica por las parisinas. Pero el tono galante se ve interrumpido de inmediato, cuando el narrador desenmascara a Mony, que no es un auténtico príncipe, sino que se ha ennoblecido a sí mismo, que anda con «pasitos rápidos y meneando el culo» según la supuesta moda de París, y que es amante del vicecónsul de Serbia. En apenas unas líneas, nos situamos en un falso Occidente y nos disponemos a leer las falsas aventuras sentimentales de un falso príncipe que es, además, un falso heterosexual.

Tras este breve apunte contextual, comienza el relato de los amores de Mony con un profuso catálogo de personajes a lo largo de sus viajes desde París hasta Manchuria: prostitutas de diversa nacionalidad y condición, vicecónsules, matronas, conjurados, camareras, periodistas, bebés, actrices, institutrices, niños, viejas, ladrones o soldados. Estos encuentros amorosos, que tienen lugar en casas, hoteles y palacios, trenes, calles, catacumbas, burdeles, hospitales y tiendas de campaña, incluso en el fragor de la batalla, son forzosamente breves. Carecen de cualquier dimensión sentimental o psicológica y, desde el punto de vista de las prácticas sexuales, son variados, aunque existe un claro predominio de las parafilias. Por el contrario, el narrador se esfuerza en describir con todo lujo de detalles anatómicos dichas prácticas y el placer, aun mezclado con dolor, que experimentan sus protagonistas. En este sentido, Las once mil vergas son, sin lugar a dudas, un texto pornográfico, que muestra el espectáculo sexual, revelando todo aquello que la sociedad –la de Apollinaire y en gran medida la nuestra– no tolera en público, pero sí practica en privado. Volveremos más adelante sobre la naturaleza pornográfica de la obra.

Sin embargo, junto con escenas de pedofilia, sadomasoquismo, incesto, bestialismo, necrofilia y coprofilia, el narrador consigue incluir parodias de otros lenguajes, menos técnicos y más literarios, que buscan la complicidad del lector avezado. Destaca la parodia del lenguaje teatral grandilocuente y sobre todo de la poesía, como en la desternillante descripción del paisaje germano que contempla Mony durante su viaje en el Orient Express y que remite directamente a los poemas «renanos» del propio Apollinaire. De hecho, Mony se revela como poeta, improvisador de versos mitológicos pornográficos ante Estelle Ronange, actriz de la Comédie-Française. Asimismo, las madamas transexuales del burdel de Port Arthur son trasunto de dos poetas parnasianos cuyos versos resultarán aborrecibles hasta para el lector más indulgente. También se puede comprobar cómo el Apollinaire poeta se inmiscuye en el relato pornográfico por medio de las vivísimas imágenes que utiliza para describir el acto sexual o el cuerpo femenino, de hecho, a menudo construidas con términos culinarios. La carne azotada es frambuesa, fresas con nata, los dedos de los pies saben a jamón, los culos son melones y sandías…

En cuanto a los personajes, todos llevan consigo una dimensión paródica. Por supuesto, este es el caso de Mony, capaz de mostrarse cortés, galante y generoso para convertirse unos instantes después en sádico y asesino. De hecho, la promesa inicial que desencadena la trama no consiste en conseguir la gloria y el honor por hechos de guerra, sino en conseguir hacer el amor veinte veces seguidas con una señorita que se encuentra por las calles de París. Así pues, el príncipe rumano no sólo es una farsa, sino también una parodia sangrante del código caballeresco. Lo mismo ocurre con su compinche Cornabœux, un ladrón brutal y cruel con el que vive todas sus correrías. Cornabœux es el criado rústico que se contrapone al amo refinado, pero aquí ambos comparten un mismo gusto por la sodomía, la violencia sexual y el asesinato. Si Cervantes parodiaba las novelas de caballerías, Apollinaire va más allá situando al caballero y a su escudero en posición de hacer un 69. En cuanto a las mujeres objeto del amor del príncipe, la dama cortés es remplazada por dos cocottes