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No resulta sencillo clasificar este quinto libro de Lierni Irizar en un género concreto porque está construido con elementos diversos que toman como eje siete sueños de la autora. El mundo de los sueños siempre ha sido para el humano un campo de misterio y revelación y para el psicoanálisis, desde Freud, una formación del inconsciente que se convierte en un relato que en el marco de un análisis ofrece a menudo un valioso material. Pero hay muchos tipos de sueños, lo sabemos, y los que guían el recorrido de este libro son raros y tienen la peculiaridad de ser meras palabras, sin imagen, frases soñadas. Como afirma Gerardo Arenas en el prólogo: "No es esta la única peculiaridad que hace del presente libro algo único. Los nueve sueños que aquí se hacen escritura –o siete sueños más dos bonus tracks– tienen una característica especial: no fueron formados por imágenes (visuales o enlazadas con algún otro sentido), sino que son frases breves, de no más de catorce palabras, y carentes de equívocos". Estos sueños peculiares se convierten en puertas que permiten adentrarse en cuestiones que la autora desarrolla y que tienen que ver con cuestiones teóricas, biográficas, con aquello que podemos pensar y decir, y lo que no. Recurre, como es habitual en su escritura, a fuentes diversas, tanto literarias, como poéticas, filosóficas y psicoanalíticas. Podemos afirmar que su trabajo es un intento de hacer comparecer aquello que puede hacer de la vida, algo digno de ser atravesado. Arnoldo Liberman afirma en su epílogo: "No sé si la literatura es la prueba de que la vida no alcanza (como dice Pessoa) pero Irizar hace de ellas (vida y letra unidas en un solo haz) un modelo de lo que ambicionamos: que la letra de nuestros sueños sea el tango de nuestras vidas".
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Las palabras que me soñaron
Lierni Irizar
Gerardo Arenas
Arnoldo Liberman
Irizar, Lierni
Las palabras que me soñaron / Lierni Irizar. - 1a ed. - Olivos : Grama Ediciones, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-8941-23-3
1. Psicoanálisis. I. Título.
CDD 150.195
© Grama ediciones, 2022
Manuel Ugarte 2548 4° B (1428) CABA
Tel.: 4781–5034 • [email protected]
http://www.gramaediciones.com.ar
© Lierni Irizar, 2022
Diseño de tapa: Gustavo Macri
Primera edición en formato digital: junio de 2022
Versión 1.0
Digitalización: Proyecto451
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por medios gráficos, fotostáticos, electrónico o cualquier otro sin permiso del editor.
Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-987-8941-23-3
Para Arnoldo Liberman,
por el encuentro imprevisto,
la hospitalidad inesperada,
la pregunta incesante,
la invitación a decir,
por tanto…
Agradezco a quienes han hecho posible este libro, a cada uno de vosotros que me acompañáis de diversas formas en la vida.
A mis habituales primeros lectores, aquellos que siempre me ofrecen un “sí” que fortalece mi empeño de escritura y cuyos comentarios mejoran siempre mi trabajo: Maribel Aranjuelo, José Ramón Arana, Gustavo Dessal, Araceli Teixidó, Mirari Telletxea.
A todos los colegas, amigos y lectores que se han interesado por mis textos a lo largo de estos años.
Un agradecimiento muy especial a Gerardo Arenas y Arnoldo Liberman por acompañarme con sus textos, por su generosidad y atinados comentarios. Mi texto nunca soñó tan buena compañía.
Finalmente, mi gratitud a Grama ediciones y en especial a Alejandra Glaze, por confiar en este trabajo y difundirlo.
Gerardo Arenas
You may say I’m a dreamer,
But I’m not the only one.
JOHN LENNON, Imagine.
Desde tiempos inmemoriales, los intérpretes de sueños acompañaban a los estrategas en la guerra. Allí desempeñaban una función considerada crucial. Eran épocas en que los dioses, trasnochadores, solían enviar sus mensajes a los mortales mientras éstos dormían, y así les hacían saber, de manera encriptada, sus caprichosos designios. ¿De qué nos valdría empeñarnos hoy en dar una batalla, si la noche anterior una divina misiva onírica hubiera augurado nuestra ineluctable derrota?
Freud conoce bien esa antigua costumbre. Con su habitual modestia, cuando dicta sus célebres conferencias recuerda una anécdota, protagonizada por Alejandro Magno, en la que uno de sus personal seers (oniromantes personales) le interpreta un sueño de una manera que él mismo –el inventor del psicoanálisis– califica de insuperable.
Los sueños de la soñadora soñante que ha escrito las páginas que siguen son, en cambio, objeto de un uso tan alejado de las cruentas conflagraciones como de las ingeniosas interpretaciones. Al igual que ocurre con la protagonista de uno de los tantos relatos que aquí comparte con nosotros, lo que guía sus pasos no es la guerra, sino una extraña determinación similar al amor, mientras que, a diferencia del abordaje traductor que vates y adivinos empleaban, se propone descifrar y no interpretar estos sueños que, además, en ella misma han sido soñados.
No es esta la única peculiaridad que hace del presente libro algo único. Los nueve sueños que aquí se hacen escritura –o siete sueños más dos bonus tracks– tienen una característica especial: no fueron formados por imágenes (visuales o enlazadas con algún otro sentido), sino que son frases breves, de no más de catorce palabras, y carentes de equívocos. Por lo tanto, escribirlos no requiere transducción alguna, su material mismo viene ya prêt-à-écrire. Ellos conjugan, entonces, lo que la autora dice de los sueños (“son lo que no se domestica”) y lo que afirma de las palabras (“son poderosas, misteriosas”), de modo que constituyen, pues, unas potencias indómitas e insondables.
Esto es lo que los vuelve tan afines al deseo en general y a un deseo en particular: el deseo de gozar, que también insiste en el sueño. Como bien se aclara aquí, este deseo de gozar no proviene de ninguna falta, escasez o penuria, sino que es la mera consecuencia de aquello que el Zaratustra de Nietzsche asevera, con poesía y concisión parejamente asombrosas, en la canción del noctámbulo: Alle Lust will Ewigkeit, “todo goce quiere eternidad”.
El deseo de gozar, en suma, no es el residuo de ninguna vivencia de satisfacción, y tampoco es algo que aspire a satisfacerse. Su propia desmesura –tan bien retratada por Lispector en otro relato aquí compendiado– es capaz de tornar insoportable incluso la felicidad misma, y eso basta para inclinarnos a no creer que el goce en cuestión sea equiparable a un bien cualquiera.
Por lo demás, no hay solución de continuidad entre el texto de estos sueños hechos de texto y el texto que los acompaña, en la medida en que este último es fruto del mismo deseo de gozar que anima al sueño. De ahí la vivacidad de la pluma utilizada en la escritura y el empeño que pone cada vez en bordear con palabras lo que, por su naturaleza misma, es refractario a ellas.
En una de las primeras páginas de este libro, leemos: “Solo conozco una patria, la que me ofrece quien guarda para mí un lugar en su sentir y pensar”. A mi entender, esta frase es una franca invitación. En consecuencia, propongo al lector que devenga –como yo– parte integrante de la patria de Lierni Irizar y se entregue a la experiencia que este volumen nos propone.
Un sueño es un despertar que comienza.
Sigmund Freud
La literatura es una colección de sueños. No sólo se puede sino que se debe escribir sobre las sombras.
Mauricio Wiesenthal
Al comienzo era nada, misterio, un agujero eterno, y sobre ese misterio se alzó el verbo. Ese fue el verdadero comienzo que fundó un mundo desbordante de palabras. Las cosas se apropiaron de su nombre y ahí comenzó el caos, el de la creencia en un orden, porque el lenguaje tiene su razón, pero también su locura y malentendido. Y desde entonces vivimos soñando, nombrando, buscando, durmiendo, anhelando, amando y odiando.
También el tiempo fue nombrado y desde entonces, ¿cuánto ha padecido? Acelerado por la premura de nuestra vida, en una carrera hacia una nada final, corre con la lengua fuera, como si llegara tarde a una cita imposible. Lo que se llamó “mundo” corre también con él, en un girar vertiginoso, que parece cada vez más atropellado e inútil.
El verbo, siempre bicéfalo, causa del caos, lo fue también del logos. Por eso, quienes intuyeron que tras la multiplicidad había orden, decidieron que bajo la apariencia del mundo se escondían uno o varios principios que lo explicaban, y utilizaron el lenguaje para crear, cual demiurgos, un modo de comprensión, una mirada. Contemplando la vida, los elementos, comerciando, hablando, viviendo, desearon elevar o quizá mejor, descender, su mirada a otro espacio, internarse en la opacidad de las cosas, callar para escuchar el murmullo del mundo. Y de este modo, hubo humanos afortunados que vivieron en un universo en el que los elementos podían conocer su función, en el que la luna sabía cómo atraer al mar para que la amara y él mismo conocía todos los misterios del girar, como si pudiera hacer bailar a planetas con estrellas.
El verbo que aquí se convoca no aspira a tanto. Es invocado a partir de un silencio ahogado que enterró una voz que deseaba decirse, y recorre aquellas palabras que, como los elementos antiguos, tratan de explicar un microcosmos tan insignificante como único. Un verbo que llega con el propósito de vivificar un momento de cierto cansancio y desengaño.
Reconozcámoslo, el mundo tiende hacia la fealdad. Según se avanza en años y experiencia, resulta difícil sostener una belleza posible. Las pérdidas, inevitables, no hacen otra cosa que ampliar su cantidad y profundidad. Si tenemos coraje para mantener los ojos abiertos, aunque sea a ratos, podríamos pensar que la vida es una estafa, que esto no era lo deseado, que esperábamos algo más, cuando el mundo era otro, pleno aún de posibilidades.
Hay ocasiones en las que la vida ya no puede ocultar su absurdidad. Momentos en los que lo posible se bifurca y hay que elegir, o se bajan los brazos, o se abren a lo que puede surgir, a algo nuevo, y de eso se trata en estas líneas. Una especie de inauguración, una puerta entreabierta a una intimidad silenciada. La llamada a una voz escondida, esa que puede extraer desde el fondo abisal marino, algunas conchas extrañas, quizá incluso alguna que esconda el tesoro de un hallazgo imprevisto.
Desde algún lugar improbable, nació un título posible para estas palabras: Cuando el mundo era bello. El pasado del verbo era elocuente. El mundo fue más hermoso que ahora. Pero alguien que no es cualquiera me dijo, ¿por qué no cambiar el tiempo verbal? Y así, como quien no dice mucho, convocó algo enorme, modificó el tiempo, convirtió el pasado en presente e introdujo la belleza en el ahora. Porque el mundo, también hoy, puede ser en ocasiones bello. Y a pesar de que el título elegido ha sido finalmente otro, el deseo de alcanzar alguna modalidad de belleza inspira el itinerario de mis sueños.
¿Dónde y cómo buscar esa belleza posible? Si la hay, habrá que indagar en esa porción de humanidad que conecta con experiencias abismales, tempestades y maremotos, con el amor, el arte y el dolor, con la complejidad, las contradicciones y paradojas. Con todo lo demasiado humano que nos habita.
Se trata, en cierta medida, de una búsqueda imposible, pero que deviene al mismo tiempo la única posibilidad de cualquier hallazgo. Porque ¿cuándo no ha sido así para quienes se esforzaron en decir? Todo aquello que mueve los hilos, empuja, incita, nos tienta, conmueve y desespera, surge de ese lugar de oscuridad. Enigma, agujero negro del saber, pozo sin fondo, recóndito misterio que se desea asesinar desconociendo que, sin él, no somos. Arcano que nos desnuda tanto como nos anuda, imposible sin el que nada es posible.
Y como de imposibles se trata, los sueños nos guiarán. Ellos siempre fueron mensajes de un decir que deseaba mostrarse. Acceso a lo oculto, conocimiento sagrado, elemento mágico o profecía, despertar, mensaje del alma, revelación de la verdad, símbolo y sentido, expresión de deseo, siempre tuvieron un lugar en el pensar. Son lo que no se domestica, lo que en nosotros dice algo de lo que no queremos saber.
Los que aquí orientan esta búsqueda, son sueños extraños que recuerdan oráculos o sentencias filosóficas que mi inconsciente parlanchín ha depurado y que reclaman atención, que piden ser dichos nuevamente. Son frases sueltas, pura palabra sin imagen. Una serie. Siete. Que sean siete tiene su interés porque ese número fue siempre mágico, expresión de lo invisible y lo intangible, pleno de sentidos entre los que deseo rescatar uno sugerente. El siete simboliza un ciclo que ha sido completado, el final de un periodo y su renovación.
Los siete sueños que en orden cronológico se recorrerán en estas páginas, son también siete puertas entreabiertas que muestran y esconden, que se abren a la contingencia de lo que pueda encontrarse al otro lado. En todo caso, transición, punto de llegada o comienzo, el impulso que los hizo surgir no es otro que el amor por las palabras. Como el liederista Dietrich Fischer-Dieskau afirma: “En el arte ocurre lo mismo que en cualquier otro ámbito de la vida: sin amor no se logra desvelar misterios”. (1) Nada se puede desentrañar si nuestra búsqueda no se encarna en algo o alguien que nos ame o a quien amar. Estos sueños son fruto del amor al inconsciente, a ese saber que atrae porque nos regala una potencial infinidad de sentidos ya que nunca nos dirá la última palabra. Siempre se podrá esperar otro sueño, otra frase, otra revelación.
Los sueños nos llevarán de la mano para recorrer lo que cuentan y lo que callan, lo que pueden abrir y lo que siempre quedará cerrado. Y nos acercarán irremediablemente al ámbito de lo íntimo porque
los sueños son la intimidad misma. Es al funcionamiento del sueño al que uno tiene que acudir para saber, para estar íntimamente consigo mismo, para saber a quién se ama; así siempre lo he hecho yo con mis decisiones amorosas. Después de haber soñado se sabe si se ama o no a alguien; si no se sueña con esa persona quiere decir que no se le quiere. El sueño es el confidente íntimo, la intimidad misma. (2)
Arnoldo Liberman le dice a Kafka en un hermoso diálogo entre ambos: “escribir es dibujar la palabra que dé consistencia a un sueño”. (3) Es lo que aquí se ensaya, la posibilidad de dar cierta consistencia a sueños que se presentan como frases a descifrar con la esperanza de tocar, aunque sólo sea fragmentariamente y como de costado, cuestiones singulares y por momentos difícilmente alcanzables. Pero también otras plurales y palpables, sentidas y sentibles. Y digo descifrar y no interpretar, porque este recorrido no es una interpretación de sueños. Diría más bien que se trata de un uso. Uso personal de un material subjetivo. Si es cierto que “un sueño no interpretado es como una carta no leída”, (4) tal y como afirma el Talmud, estas frases que son sueños, son en cierta medida cartas descifradas de otro modo. Leídas sin sentido, como palabras que abren puertas para que la escritura acuda a buscarlas y zarandearlas con cierta libertad.
Es una travesía que es al mismo tiempo un intento de entrar y salir en aguas frías y profundas, meterse hasta el cuello, pero no para ahogarse sino para poder así, al salir, convocar y atrapar, tras la zambullida, algunas partículas solares que puedan calentarme la piel y los huesos. Un modo de hacer comparecer lo que puede rescatarme del frío y el mundo abisal, si es que eso existe.
Y es también el intento de escribir intuyendo lo que las palabras padecen, sabiendo que se llevan girones de sangre y piel porque forman parte de nuestras entrañas. Asumir un decir que sabe que sólo así, con esas palabras encarnadas, sensamientos que nos habitan, el mundo muestra su belleza.
1. Citado en el artículo Franz Schubert: andante amoroso de Arnoldo Liberman. Enviado por el autor.
2. Quignard, P. “El sueño es la intimidad misma”. Entrevista en https://www.milenio.com/cultura/el-sueno-es-la-intimidad-misma [Consulta: 19 de junio de 2021]
3. Liberman, A., A tientas, hermano Kafka, Madrid, Sefarad Editores, 2015, p. 317.
4. Liberman, A., Grietas como templos, Madrid, Altanera, 1984, p. 71.
Fue la primera frase soñada. Sin contexto ni imagen. Pura palabra. Sueño de psicoanalista que busca, en lo que oye, lo que se dice sin saber. Aquello que aun a la vista, o mejor al oído, no se escucha o se maloye o se desoye.
Lo que se ve y lo que no se ve, es entonces también lo que se oye y lo que no. Pero es mucho más. Es lo oculto, lo que está en la sombra, lo que se aproxima a lo más verdadero.
Alguien, admirado y admirable, me regaló un relato que deseo hacer mío, que hago mío, lo voy a robar. Dice así. En un mundo que se había convertido en gris, sin tonalidad ni claroscuros, vivía ella, atormentada por la falta de cielos azules. Siempre amó visitar el mar para hacerle preguntas y cada vez que lo miraba e interrogaba, su azul se hacía uno con el del cielo, como almas gemelas que se encuentran, y en ese instante, el infinito tomaba forma y dimensión, las preguntas se diluían y podía callar, sentir, ver. Todo azul e ilimitado, y ella… también.
Ni siquiera supo cuándo, pero ocurrió. Ya no visitaba el mar. El mundo había perdido su color, no había infinitos para contemplar y una neblina triste invadía cada rincón de un espacio informe, sin matices. Nunca sabremos por qué, pero un día, recordó. Algo la despertó y decidió volver al mar. Una extraña determinación similar al amor guiaba sus pasos. Caminaba por un sendero que la acercaba a la costa, cuando un hada deslumbrante (que los escépticos sepan que las hay, y que cuando hablamos de sueños, ellas son necesarias, tengan la forma que tengan, sean hombres o mujeres) irrumpió en su camino con una antorcha cuya luz devolvía al mundo su color perdido. Te la regalo, le dijo. Ve con ella y prende el mundo, que vuelvan los cielos azules y los montes verdes, que todo tenga sus matices, sus luces y sombras. Esta antorcha devolverá el brillo al mundo, pero no eliminará sus sombras, no puede esconderlas. Ilumina lo suficiente para no ocultar la oscuridad, ni más ni menos. Y dicho esto despareció.
Ella, paralizada, tomó la antorcha y en ese instante el mundo recuperó su luz, su color. Cuando llegó a la costa el cielo era azul y allí, a lo lejos, se fundía con el mar en un infinito lleno de posibilidades.
Pero las palabras del hada temblaban en el aire, no había que olvidar las sombras. Sin ellas, no hay luz. Tendría que buscar claroscuros, lo que se oculta tanto como lo que se ve. Y mientras lo pensaba, sus ojos se llenaron de cielo.
Quedaba así preservado un lugar para el enigma, para lo que no puede ser dicho, aunque busque decirse. No pensemos sin embargo que aquel mundo gris, en el que nada era discernible, desapareció. Ese mundo informe siempre está al acecho, esperando su momento para regresar y ocultar la belleza de los claroscuros.
* * * * *