Los extraordinarios - T J Klune - E-Book

Los extraordinarios E-Book

T. J. Klune

0,0

Beschreibung

En Ciudad Nova hay un grupo de héroes cuyas hazañas desafían la imaginación: Los Extraordinarios. ¿Nick Bell? No es extraordinario. Pero ser el escritor del fanfic más popular del fandom es un superpoder, ¿verdad? Después de un encuentro con Shadow Star, el héroe más poderoso de la ciudad (y el amor platónico de Nick), el chico se propone entrenar para convertirse en un extraordinario. En el proceso, irá desvelando secretos bien guardados y se cuestionará donde están sus lealtades. Porque, a veces, las máscaras sirven para esconder más que identidades.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 661

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



En Ciudad Nova hay un grupo de héroes cuyas hazañas desafían la imaginación:

Los Extraordinarios.

¿Nick Bell? No es extraordinario. Pero ser el escritor del fanfic más popular del fandom es un superpoder, ¿verdad?

Después de un encuentro con Shadow Star, el héroe más poderoso de la ciudad (y el amor platónico de Nick), el chico se propone entrenar para convertirse en un extraordinario.

En el proceso, irá desvelando secretos bien guardados y se cuestionará donde están sus lealtades. Porque, a veces, las máscaras sirven para esconder más que identidades.

Déjate atrapar (en el aire) por esta nueva historia llena de acción y romance, del extraordinario autor de La canción del lobo: TJ KLUNE.

TJ KLUNE es autor best seller de The New York Times. Comenzó a escribir a los ocho años, sin saber que más de dos décadas después ese sería su trabajo a tiempo completo y se convertiría en una de las voces más influyentes a nivel mundial.

TJ cree que es importante, ahora más que nunca, tener una representación queer precisa y positiva en las historias.

Para las personas neurodivergentes que piensan y sueñan a lo grande: sois superhéroes y superheroínas, y vuestros poderes son infinitos.

Nunca permitáis que nadie os diga lo contrario.

Título: Aquí es donde quemamos la Tierra

Autor: ShadowStar744

Capítulo 67 de ? (¡CADA VEZ SE HACE MÁS LARGO!)

267.654 palabras (¡¡ES DECIR, MUY LARGO!!)

Pareja: Shadow Star / Personaje masculino original

Clasificación: PG-13 (la clasificación podría subir, pero no sé si me quedaría bien, agh)

Etiquetas: amor verdadero, anhelo, shadow star suave, violencia, final feliz, primer beso, puede que algo de obscenidades si me atrevo a hacerlo, pero quién sabe.

Subido originalmente a Tumblr.

 

Capítulo 67: Atrapado en la tormenta

Nota del autor: ¡Hola! Siento no haber actualizado en un tiempo. Tuve problemas con el ordenador y estuve ocupado casi todo el verano. También sufrí el bloqueo del escritor y ha sido terrible. No era mi intención dejar la historia en pausa durante cuatro (!!!) meses, pero vuestros comentarios sobre cuándo subiría la próxima parte me dieron la inspiración que necesitaba. ¡Muchísimas gracias! No puedo prometer cuándo saldrá el siguiente capítulo, porque estoy empezando el penúltimo año de instituto (agh), y probablemente estaré superocupado. Con suerte, no tardaré mucho. ¡Y perdón por cualquier error! Al parecer, mi corrector estaba «ocupado» (signifique lo que signifique eso) y a mí no se me da bien eso de la edición. Dejadme simplemente un comentario con cualquier error que veáis e intentaré corregirlo en cuanto pueda. ¡¡¡¡¡Gracias!!!!!

 

Nate Belen no era una damisela en apuros, ni siquiera aunque estuviera atado en lo alto de un puente esperando a que Shadow Star lo salvara. A medida que recuperaba la conciencia, despertándose lentamente, lo único que sintió fue dolor. Gruñó en voz baja. Le dolía todo. El cuello, las piernas, la mano derecha.

Y el corazón.

Lo que más le dolía era el corazón.

Porque se lo habían roto en mil pedazos.

Las palabras que Shadow Star le había dicho, furioso, aún resonaban en su cabeza.

Te quiero, Nate, pero no puedo estar contigo. Ciudad Nova necesita un héroe. Y yo debo ser ese héroe. No puedo arriesgarme a que mis enemigos descubran lo mucho que me importas. Podrían usarte en mi contra. Lo nuestro se ha acabado.

Una única lágrima descendió por la mejilla de Nate. ¡Pero no porque fuera un llorica! No, él no lloraba por nada. Él era fuerte y valiente, y nunca derramaba una lágrima.

Excepto cuando el estúpido de su casi novio superhéroe rompía con él.

—Veo que te has despertado —dijo una voz siniestra.

Nate abrió los ojos.

Y jadeó.

El viento sacudía su espesa melena mientras luchaba inútilmente contra las ataduras que envolvían su cuerpo, pero fue en vano. Estaba atrapado.

En la cima de una de las torres del puente McManus, el más grande de toda Ciudad Nova.

Los pájaros pasaban volando a su lado y las estrellas brillaban con mucha intensidad sobre su cabeza. Y frente a él, con su capa negra al viento, estaba Pyro Storm.

La máscara le cubría la cara, dejando solo a la vista la boca. Sus ojos estaban cubiertos por unas gafas rojas y su traje era bastante ajustado (negro con ribetes rojos), haciéndole presumir de un cuerpo fuerte y musculoso. Se le marcaban los abdominales, su pecho se veía hinchado y fuerte, sus muslos firmes, y sus botas eran de infarto. En el pecho llevaba un símbolo que hacía que los buenos ciudadanos de Ciudad Nova se encogieran por el miedo: un tornado de fuego.

Nate sintió cómo su corazón se empezó a acelerar, pero él nunca dejaría que Pyro Storm notara su miedo. De ninguna manera. Intentó liberarse de las ataduras que lo sujetaban.

—¿Qué quieres de mí? —le preguntó con valentía al supervillano.

Pyro Storm echó la cabeza hacia atrás y rio.

—Ah, Nate. No es a ti a quien quiero.

—Entonces, ¿por qué estoy aquí? —preguntó Nate con actitud heroica. Pyro Storm voló un poco más cerca de él con los ojos entrecerrados detrás de su máscara y la capa ondeando al viento.

—Tú sabes bien por qué.

—No tengo ni idea de qué estás hablando.

—Creo que sí —replicó Pyro Storm—. Todo el mundo sabe a quién pertenece tu corazón. Y dado que te atrapé con mi diabólico plan, ambos sabemos quién vendrá a rescatarte. Siempre lo hace.

Nate sintió una gota de sudor deslizándose por su frente.

—Ya no le importo.

Pyro Storm negó con la cabeza.

—Estás equivocado. Eres lo único que le importa. Incluso sabiendo que puede tener a cualquier persona de la ciudad, hombre o mujer, te ha elegido a ti. Debes ser alguien extraordinario para que cayera a tus pies de esa manera. Y ahora sé cómo atacarlo, cómo ponerlo de rodillas.

—Tú nunca ganarás —respondió Nate con valentía—. Los villanos solo existen para una cosa: para ser derrotados.

—Guau —dijo Pyro Storm realmente impresionado—. ¿De verdad te crees eso?

Nate asintió.

—Sí.

—Muy bien, ahora veo por qué le gustas tanto.

Y entonces escuchó una voz grave y furiosa.

—No deberías haberlo tocado.

—¡Shadow Star! —exclamó Nate, casi sin aliento.

Porque, sí, era él. Shadow Star había venido.

Parecía tan asombroso como siempre. No era tan musculoso como Pyro Storm, y su traje no estaba obscenamente ajustado, pero aun así era el Extraordinario más atractivo que Nate había visto nunca, incluso aunque no pudiera verle la cara, dado que estaba oculta detrás de una máscara que cubría toda su cabeza excepto su boca. Su traje brillaba como un cielo estrellado y no le importaba lo que dijeran los haters, en absoluto parecían lentejuelas. De hecho, era como si estuviera cubierto por pequeñas joyas.

Una vez, Shadow Star se había acercado tanto a Nate que, justo cuando estaba seguro de que iba a recibir el primer beso de su vida, este se había dado la vuelta y había echado a correr, trepando por las paredes de un rascacielos para que Nate no pudiera seguirle.

Pero ahora estaba aquí, colgado de una mano en la otra torre del puente, mientras con la otra mano formaba un puño sobre el río que pasaba cientos de metros más abajo. Las sombras crecían a su alrededor como si tuvieran consciencia propia, tentáculos de oscuridad que se movían de un lado a otro. Nate deseaba saber cuál era la identidad secreta de Shadow Star más que cualquier cosa en el mundo.

—Ah —dijo Pyro Storm, girándose hacia su mayor archienemigo—. Veo que recibiste mi mensaje, Shadow Star.

—Así es —contestó Shadow Star con una voz grave que provocó que Nate se estremeciera—. Aunque estoy seguro de que la ciudad hubiera agradecido más que me hubieras enviado un mensaje al móvil en lugar de dejarlo escrito con fuego en la pared de la oficina del alcalde.

—Tenía que asegurarme de llamar tu atención —justificó Pyro Storm.

—Y ahora la tienes, aunque no estoy seguro de que la quieras —respondió Shadow Star antes de mirar a Nate—. ¿Estás bien?

Nate asintió.

—Yo… estoy bien.

—Te soltaré.

—Eso estaría bien.

—Necesito hablar contigo.

Nate no sabía si eso era algo bueno o malo.

—¿Vale?

Shadow Star lo miró intensamente. O, al menos, Nate creyó que lo miró con intensidad, dado que, de hecho, no podía verle los ojos. Se preguntaba si serían azules. Esperaba que lo fueran. Un azul cerúleo, como un océano exótico. Estaba seguro de que eran preciosos y candentes, y estaban llenos de dolor y angustia por verlo prisionero de Pyro Storm.

—Vaya —dijo Pyro Storm—. Se puede cortar la tensión sexual con un cuchillo. ¿Sois almas gemelas? Porque parece que sí.

Shadow Star se dio la vuelta y miró a lo lejos, cargado de una rabia silenciosa y determinación.

—No sé si puedo creer en el amor. Ya me han… herido. En el pasado.

Pyro Storm asintió.

—Ah, lo entiendo, eso es una mierda, ¿verdad? Pero a veces uno tiene que dejar atrás las cosas que le hicieron daño. O las personas.

—Tú no sabes de lo que estás hablando, villano —dijo Shadow Star, cerrando con fuerza su puño—. No es tan fácil como crees. Amar a alguien, sin importar que seas un Extraordinario o no, siempre trae dolor.

Ah, el poder silencioso de Shadow Star. El estómago de Nate se retorció de dolor.

—Merece la pena —añadió—. Porque sin amor, no seríamos nada.

Shadow Star lo miró antes de apartar la mirada.

—No eres tú, Nate. Tienes que saberlo. No me importa que tengas TDAH y que creas que tienes una cabeza caótica o que sufras unas migrañas terribles. Incluso cuando decepcionaste a tu padre el año pasado con tus malas notas, sé que lo intentaste. Lo intentas, más que nadie que haya conocido. Es una de las cosas que yo… yo… —Sacudió la cabeza—. Nate, tengo tantas cosas que decirte. Cosas que debería haberte contado hace mucho tiempo. Pero tengo miedo de dejar entrar a alguien en mi vida, de permitirle que se acerque. Y que vea al hombre detrás de la máscara.

—Pero yo te veo —dijo Nate con fervor—. Todo, con o sin máscara. Y es por eso por lo que debo mantenerte a salvo.

Pyro Storm estaba distraído cuando Shadow Star empezó su lamento de héroe, diciendo que había ignorado su corazón cuando descubrió que estaba hecho para romperse. Pyro Storm no vio que Nate había logrado liberar uno de sus brazos. Estaba muy alto, muy muy alto, pero no tenía miedo. Nada le daba miedo.

Nate saltó desde la torre del puente justo sobre la espalda de Pyro Storm. El villano gritó de rabia mientras Nate envolvía sus piernas alrededor de su cintura e intentaba levantarle la capa sobre su cabeza.

—Y por eso no tienes que usar capa, imbécil —gruñó Nate con asombro, como un macarra.

Pyro Storm maldijo mientras luchaba por salir de debajo de su capa. Nate intentó sujetarlo lo mejor que pudo, pero Pyro Storm era más grande y fuerte, por lo que no pudo evitar el codazo que lanzó hacia atrás. Le golpeó a un lado de la cara. Y Nate vio las estrellas.

Soltó a Pyro Storm.

Y empezó a caer.

—¡Nate! —gritó Shadow Star.

Continuará…

 

Comentarios:

SuperFanDeLosExtraordinarios 14:45: ¡AH, POR DIOS! ¡Ha sido ASOMBROSO! ¡¡¡¿Por qué tuviste que dejar ese FINAL ABIERTO?!!! AAAAAAAAH.

PyroStarEsVida 15:13: Ya sé que no querías que te lo repitieran, pero creo que Pyro Storm y Shadow Star están enamorados. ¡¡¡Hay mucha tensión!!! Deberían besarse y ver si les gusta. ¡Nate lo entendería!

MagmaArdiente 16:04: ¿Cuánto va a durar esto? Llevas escribiendo este fanfic desde hace un año. Solo quiero que Nate y Shadow Star terminen juntos. Esta ya es la obra más larga del fandom.

ChicaExtraordinaria 16:14: ¡¡¡¡JLKHGSLKDHT!!!! ME GUSTAAAA DEMASIADO. ES MI FANFIC FAVORITO DE TODO ESTE SITIO GAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH.

ShadowStarPrecioso 16:25: ¿¿¿Por qué de pronto Nate tiene TDAH y migrañas??? Nunca habías mencionado nada de eso antes. Sin ofender, pero esto es MUY poco realista. ¿Cómo se libró Nate de las ataduras? ¿Cómo saltó sobre Pyro Storm? Me gusta, pero tienes que ser más realista si quieres hablar de la vida real de los Extraordinarios.

FireStoner 16:36: SHADOW STAR ES HETEROSEXUAL. ÉL ESTÁ ENAMORADO DE REBECCA FIRESTONE. DEJA DE HACERLO GAY, ES RARO. ÉL NO ES GAY. NO TODO TIENE QUE SER GAY TODO EL TIEMPO. NO ENTIENDO A ESTOS NIÑOS QUE ESTÁN OBSESIONADOS CON HACER ESTAS RELACIONES. ¡¡¡¡¡DEJAD DE HACER TODO GAY!!!!!

ElRetornoDelGray 17:15: Siento no haber podido revisar esto. Me surgieron cosas. Hiciste un buen trabajo. Me gustó mucho. Pero hiciste mucho énfasis en que Pyro Storm es mucho más musculoso que Shadow Star. ¿Por qué? Te mando un mensaje más tarde.

1

Nick Bell miró fijamente su teléfono mientras se acomodaba en la cama.

—No es gay —murmuró para sí mismo—. Lleva lentejuelas en el traje.

Pensó en borrar el comentario, pero ya había varios que le habían respondido para vengarse de FireStoner, por lo que decidió no hacerlo. Fuera quien fuera, iba a aprender rápidamente que nadie comentaba un fanfic de ShadowStar744 de ese modo. Después de todo, Nick era uno de los escritores más populares entre los seguidores de los Extraordinarios (incluso aunque tuviera que usar el nombre de ShadowStar744 porque los que iban del 1 al 743 ya los habían cogido otros, malditos bastardos) y las relaciones de ese estilo siempre serían más populares que las tonterías heterosexuales que FireStoner parecía querer. «Heterosexuales», pensó Nick mientras sacudía la cabeza. Nunca los comprendería.

Y los otros cuarenta y dos comentarios no estaban tan mal. Especialmente para un capítulo tan corto que terminaba con el trigésimo segundo final abierto seguido. Gracias a Dios que sus seguidores lo entendían. Eran la única razón por la que seguía escribiendo lo que podía considerarse una oda masturbatoria de un cuarto de millón de palabras a Shadow Star. Sin ellos, el fanfic probablemente habría terminado hace mucho tiempo, o peor, habría sido uno de esos trabajos inacabados que se convierten en un cuento con moraleja para las personas nuevas del fandom. Podía lidiar con algún que otro idiota como FireStoner.

Abrió Tumblr y reposteó algunas cosas hasta que encontró un dibujo bastante subido de tono de Shadow Star en una pose sugerente que era físicamente imposible y erótica, pero decidió no repostearla. Desde que su padre descubrió Tumblr y su hijo había subido por accidente un dibujo que aparentemente «ningún menor de dieciocho años debería ver», había intentado mantener las apariencias. Era la única manera de que su padre le permitiera conservar su página de Tumblr, incluso después de que las autoridades decidieran que mostrar algo tan intranscendente como un par de pezones podía considerarse pornografía. Eso, y que su padre le había pedido la contraseña. Nick tenía pesadillas en las que su padre entraba en su cuenta y escribía a todos sus seguidores que lo castigaría si llegaba a ver algo remotamente explícito en su página, tal y como había amenazado con hacer.

Nick se había sentido completamente avergonzado.

Lo que, por supuesto, empeoró cuando su padre le miró con el ceño fruncido, como si la idea le hubiera llegado más tarde, y le dijo: «Creo que también deberíamos hablar sobre por qué hay un hombre desnudo en tu página, Nicky. A menos que sea algo artístico. No entiendo el arte».

Y lo que Nick le respondió no fueron palabras, sino más bien una combinación de sonidos dignos de un documental sobre los hábitos de apareamiento de los ciervos de la región del noroeste del Pacífico. Su cerebro había sufrido un cortocircuito mientras intentaba encontrar una explicación lógica a por qué había decidido repostear una foto de Shadow Star con un bulto cómicamente gigante que le hacía parecer como si necesitara atención médica de inmediato.

Su padre esperó.

Finalmente, Nick habló.

—Sí, eso.

—Está bien. ¿Has mantenido relaciones sexuales? —preguntó su padre.

—No, papá, por favor, ¿por qué habría…? —respondió Nick.

—¿Sabes lo que es un condón? —insistió.

—Sí, papá, por Dios, sé lo que es un condón…

—Bien. Eso significa que lo usarás cuando decidas tener relaciones sexuales. Y ya veo que no falta mucho para eso.

—Sí, papá, por Di… Mmm, quiero decir, no, no voy a tener relaciones sexuales, ¿por qué has tenido que decir eso?

—Te diría lo mismo si fuera con una chica. Envuélvelo bien, Nicky. Siempre envuélvelo bien antes de meterlo en cualquier sitio. —Ladeó la cabeza hacia un lado y entrecerró los ojos para mirar a su único hijo—. O de que te metan algo a ti también. ¿Cómo se dice?, ¿bottoming? No me importa si eres pasivo o lo otro. Usa protección.

Nicky estaba al borde del colapso: la sinapsis estaba descontrolada, tenía los ojos casi desorbitados y la respiración acelerada mientras empezaba a hiperventilar. Su padre había estado para él, por supuesto, como siempre que Nick perdía un poco el control. Se sentó a su lado, le rodeó los hombros con un brazo y esperó hasta que la cabeza de su hijo empezó a despejarse.

No hablaron mucho más del tema después de eso. Los hombres Bell no eran los mejores para comunicar sus sentimientos, pero Aaron Bell le dejó bien claro que había pervertidos por todas partes y que, aunque algunas de las personas con las que Nick interactuaba en línea parecían agradables, también podían ser cuarentones que todavía vivían en el sótano de sus madres, acechando adolescentes desprevenidos para cometer actos atroces como convertir a sus víctimas en marionetas o usar su piel.

Y aunque Nick no creía que algo como eso le fuera a suceder a él, no estaba tan seguro. Después de todo, era el hijo de un policía. Conocía las estadísticas y había crecido escuchando historias horribles sobre lo que su padre había visto en su trabajo. No quería terminar siendo la marioneta de nadie, así que decidió dejar de repostear pornografía, sin importar lo buena que fuera.

(Lo que significaba que también tuvo que cerrar su otra cuenta de Tumblr, que era considerablemente más adulta, pero cuanto menos se hablara de eso, mejor).

Y así fue cómo le contó la verdad a su padre a los quince años.

Gracias al porno de los Extraordinarios.

Era tan joven en ese entonces, tan ingenuo. Ahora tenía dieciséis. Era un hombre. Aunque quizá, un hombre que una vez había comprado una almohada en Etsy con la cara de Shadow Star. O que había revisado el seguimiento del paquete cada hora para asegurarse de que, en el momento en que estuviera en su puerta, fuera él quien lo recibiera. No porque se sintiera avergonzado (incluso aunque ahora estuviera escondida debajo de su cama), sino porque… le harían muchas preguntas y Nick no había estado de humor para responderlas.

(Es necesario contar que tres días después de recibir la almohada, la besó…, aunque sabía que no era algo precisamente normal).

Pero seguía siendo un hombre. Había prometido tomar buenas decisiones este nuevo año en el instituto, borrón y cuenta nueva para los dos. Nuevo día, nuevo amanecer, bla, bla, bla.

Se estaba calzando sus zapatillas desgastadas cuando alguien llamó a la puerta. Eso también había sido parte del trato: debía confiar en Nick y lo dejaría tener la puerta cerrada si era lo suficientemente responsable como para lavar su propia ropa, de modo que su padre no encontrara ninguna evidencia de que Nick había estado… explorando su cuerpo. Nick lo quería mucho, pero su singular talento para hacer que su vida fuera un infierno era algo que no debía pasarse por alto.

—Desayuno —gritó desde el otro lado de la puerta—. Será mejor que te estés preparando, Nicky.

Nick puso los ojos en blanco.

—Estoy en ello.

—Ya veo. Deja de «tumblerear» y baja de inmediato. Las tostadas no esperan a nadie.

—Ya bajo. Y no se dice tumblerear, hombre ignorante. Dios, es como si no supieras nada de nada.

Escuchó las pisadas de su padre a medida que se alejaban por el pasillo hacia la escalera. Las tablas del suelo crujían, algo que llevaban años hablando de arreglar. Pero eso fue… bueno. Antes. Cuando las cosas estaban bien y todo tenía sentido. Claro que su padre también había trabajado demasiado por aquel entonces, pero ella siempre había estado ahí para refrenarlo y decirle con firmeza que debía cenar en casa al menos tres veces a la semana como una familia. Ella le decía que no pedía demasiado. Pero todos entendían que no era solo una simple petición.

Su padre seguía trabajando mucho.

Nick se levantó de la cama. Puso su teléfono en vibración (mientras se quejaba una y otra vez en voz baja por eso de tumblerear) y cruzó la habitación hasta su escritorio para colgarse la mochila.

Ahí estaba ella, como siempre, atrapada en una fotografía. Le sonreía y dolía, incluso ahora. Sospechaba que siempre sería así, al menos un poco. Pero ya no era el vacío desgarrador que había sentido hacía dos años ni el dolor constante del año pasado. Seth, Jazz y Gibby ya no tenían que andar con cuidado cerca de él, como si pensaran que se echaría a llorar a la más mínima mención de una madre.

Su padre había hecho la foto. Había sido durante uno de sus viajes de verano fuera de la ciudad. Habían ido a la costa de Maine, a una cabaña pequeña junto al mar. Fue un viaje extrañamente frío y la playa estaba cubierta de rocas en lugar de arena, pero había estado… bien. Nick se había quejado sin parar por estar lejos de sus amigos, porque no había wifi, y se preguntaba constantemente si sus padres podían ser más crueles. Su padre reía y su madre le daba unas palmaditas en la mano, repitiéndole que sobreviviría.

Aunque él no estaba tan seguro.

Pero bueno, tenía trece años y, por supuesto, había sido demasiado dramático. La pubertad era una putada y hacía que su voz se quebrara cuando hablaba, sin mencionar los granos que habían decidido instalarse a cada lado de su nariz. Era torpe y desgarbado, y le salía pelo por todas partes, así que estaba en su naturaleza ser dramático.

No fue hasta después que Nick descubrió que su padre había hecho la foto.

Había sido a la mitad del viaje, cuando decidieron buscar el faro que se suponía que sería pintoresco, lo que en realidad significaba aburrido. Habían tardado un par de horas en llegar hasta allí porque estaba en medio de la nada y el mapa de papel que ella insistía en usar era completamente inútil. Pero entonces estuvieron a punto de pasar por delante de una señal medio oculta por un árbol viejo. Fue en ese instante que ella gritó «¡Allí!», con mucha fuerza y llena de entusiasmo. Su padre frenó en seco y Nick se rio por primera vez desde que puso un pie en el estado de Maine. Ella lo miró con una enorme sonrisa, su pelo rubio caía alrededor de su cara. Le guiñó un ojo cuando su padre gruñó y dio marcha atrás lentamente con el coche.

Poco después encontraron el faro.

Era más pequeño de lo que esperaba, pero había algo estimulante en la forma en que Jenny Bell abrió la puerta del coche en cuanto se detuvieron en el aparcamiento vacío, mientras las olas rompían como telón de fondo. Dejó la puerta abierta y les dijo: «¿Habéis visto? Sabía que lo encontraríamos. Sabía que estaba aquí».

Los hombres Bell la siguieron. Como siempre.

El pesado marco de la fotografía era de roble. La había cogido de la mesilla de noche de su madre sin pensarlo dos veces. Su padre no le había dicho nada cuando la vio en su escritorio la primera vez. Era algo de lo que no hablaban.

Una de tantas cosas.

Ella le sonreía todos los días. Debió de haber visto a su padre con la cámara, porque estaba mirando justo en esa dirección, con la cabeza apoyada sobre el hombro de su hijo. Nick había levantado la cabeza hacia el cielo con los ojos cerrados.

Se parecían mucho. Su piel pálida y sus ojos verdes, su pelo rubio y sus cejas que parecían tener vida propia. No cabía duda de dónde venía. Su padre era mucho más grande de lo que Nick jamás llegaría a ser nunca, tenía piel morena y pelo oscuro, y más músculos sobre sus músculos, aunque ahora eran más suaves de lo que solían ser. Nick estaba escuálido y tenía brazos largos, mal coordinados en sus mejores días y completamente peligrosos en los peores. Los había heredado de ella, aunque en ella la torpeza resultara entrañable; en él, por el contrario, lo volvía propenso a romper una mesa o uno de sus huesos. Le había contado que había conocido a su padre después de haberse caído literalmente encima de él en la biblioteca. Estaba subida en una escalera, intentando alcanzar el estante más alto, justo cuando él pasó por debajo en el momento en que ella se resbaló y cayó. Según su padre, la atrapó en el aire, pero ella decía: «Sí, claro, seguro, aunque la verdad es que no lo hiciste porque caí justo encima de ti y los dos nos quedamos tirados en el suelo». Y luego empezaban a reír sin parar.

Nick se parecía a ella.

Se comportaba como ella.

No podía entender cómo su padre soportaba mirarlo.

—Voy a hacerlo mejor —dijo en voz baja, sin querer que su padre le escuchara. El hecho de que le hablara a la fotografía de su madre probablemente significaría volver al psiquiatra, algo que Nick quería evitar a toda costa—. Un nuevo Nick. Ya lo verás. Te lo prometo.

Apoyó los dedos sobre sus labios y luego sobre la fotografía.

Ella siguió sonriendo.

***

Su padre estaba en su pequeña cocina con un trapo viejo sobre el hombro. Se había quitado el uniforme en algún momento desde que llegó del turno de noche del trabajo. El desayuno era el único momento del día que pasaban juntos, a menos que su padre tuviera el día libre. Por lo general, era el único momento en que se veían durante semanas. Y ahora la situación sería más complicada porque había empezado el instituto, pero ya encontrarían una solución. Después de los sucesos de la primavera pasada, trabajaban juntos como un equipo.

La mesa ya estaba puesta, con los platos, los cubiertos y los vasos de zumo preparados para los dos. Y, por supuesto, la pastilla blanca y alargada con el ridículo nombre de Concentra. «La Concentra ayudará a que Nick se concentre», había dicho el médico con expresión seria. Su padre había asentido y Nick tuvo que, de algún modo, mantener la boca cerrada y no decir nada, ya que, probablemente, nadie aceptaría lo que dijera.

Su padre guardaba las pastillas en un lugar seguro de su habitación. Le había dicho a Nick que no era porque no confiara en él, sino porque conocía los peligros de la presión social y no quería que Nick terminara atrapado en el mundo de las drogas, vendiéndolas bajo las gradas del campo de fútbol.

«Gracias por no dejar que me convierta en narcotraficante», le había dicho a su padre. «Sentía que las garras del crimen ya me estaban atrapando, pero tú me salvaste».

Nick cogió la pastilla y, justo cuando su padre se giró para mirarlo con una ceja levantada, la tragó con un sorbo de zumo de naranja. Asqueroso. Se acababa de lavar los dientes y ahora tenía un sabor a putrefacción en la boca. Hizo una mueca de repulsión y sacó la lengua para enseñarle que se había tragado la pastilla.

Su padre se volvió de nuevo hacia los fogones y la creciente pila de tostadas.

En la encimera, cerca de la nevera, había un viejo televisor que siempre usaban para ver las noticias. Nick estaba a punto de ignorar lo que echaban cuando el presentador con el impoluto peinado anunció que tenían a Rebecca Firestone en directo en el lugar de los hechos.

La atención de Nick se centró en la pantalla mientras cogía el mando a distancia de la mesa y subía el volumen.

No importaba nada más. Ni el regusto amargo de la pastilla. Ni que su padre parecía estar haciendo suficientes tostadas francesas como para alimentar a una familia de treinta y cuatro integrantes. Ni siquiera el hecho de que Nick estaba seguro de que había olvidado ponerse desodorante después de la ducha. Nada. Lo único que le importaba era Rebecca Firestone. Porque si Rebecca Firestone estaba en directo, solo podía significar una cosa.

Shadow Star.

Y ahí estaba, con su maquillaje perfecto, su pelo castaño peinado estilo pixie, sus ojos grandes y sus dientes tan blancos como los de una estrella de Hollywood mientras sonreía a la cámara. Detrás de ella, una fila de coches patrulla con las luces parpadeando sobre la acera.

—Gracias, Steve. Me encuentro en la intersección de la calle 48 y Lincoln Street frente a la Torre Burke, donde anoche se llevó a cabo un brutal intento de robo. —La imagen cambió y mostró el inmenso rascacielos que se elevaba sobre Ciudad Nova—. Algunas fuentes nos confirmaron que se trató de un golpe por un grupo de militantes armados que se lanzó en paracaídas sobre la azotea de la Torre Burke. Aunque todavía se desconocen sus intenciones, sus planes fueron inmediatamente desbaratados cuando se encontraron con el Extraordinario protector de Ciudad Nova, Shadow Star.

—Inmediatamente desbaratados —musitó Nick, haciendo una mueca—. Como si eso sonara natural. Consíguete un editor, Firestone. Eres una vergüenza para tu profesión.

La pantalla volvió a mostrar a Rebecca Firestone. Esbozaba una amplia sonrisa y tenía las mejillas sonrosadas.

—Tuve la oportunidad de hablar con Shadow Star fuera de cámara esta mañana y me contó que, si bien los milicianos estaban preparados, no siguieron adelante con su plan de intentar acceder a través del sistema de ventilación. Los siete fueron neutralizados en cuestión de segundos y ya han sido entregados a las autoridades. Ningún civil resultó herido.

Nick no estaba para nada embelesado. Y, si ese fuera el caso, no tenía nada que ver con Rebecca Firestone. Ella era un parásito retorcido pegado a la maravilla que era Shadow Star. Casi todos creían que había habido algo entre ellos en algún momento. Y, si bien Nick sabía que Rebecca Firestone no era nada más que una reportera entrometida que vivía para hacer el papel de damisela en apuros, Shadow Star siempre estaba ahí para rescatarla, sin importar qué hubiera hecho ella para meterse en problemas.

Nick no admiraba para nada a la autoproclamada reportera intrépida. Era evidente que solo estaba usando a Shadow Star para hacerse un nombre en el despiadado mundo de los reportajes sobre los Extraordinarios. Puede que Shadow Star tendiera a darle exclusivas que no le daba a nadie más y puede ser que quizá hubiera aparecido esa fotografía cuando la había salvado de un edificio en llamas, donde Rebecca abrazaba sus brazos musculosos y mantenía la cara presionada contra su cuello. Y sí, Nick la había impreso y la usaba como blanco para la diana de dardos que tenía colgada en su habitación, pero no porque estuviera celoso. Solo era un acérrimo defensor de la ética en el mundo del periodismo.

—Aquí tenemos al jefe de la policía de Ciudad Nova, Rodney Caplan.

La cámara se desplazó hacia la izquierda y encuadró a un gran hombre negro junto a Rebecca Firestone. Sudaba profusamente y su denso bigote estaba levemente caído. El uniforme le apretaba a la altura de la barriga y, cuando la cámara lo enfocó, se secó la frente e intentó sonreír, aunque fue más bien una mueca de incomodidad.

—Parece que a Cap le vendrían bien unas vacaciones —dijo Nick sin apartar la mirada de la televisión.

—Todos las necesitamos, hijo —respondió su padre—. Quizá la próxima vez que venga a cenar puedes decírselo. Para ver qué opina.

—Ya lo hice la última vez y se rio en mi cara.

—Eso fue porque no tenía sentido que se lo recordaras.

—Refuerzo positivo —le recordó Nick.

—Está bien, lo siento. Fue una tontería, pero lo dijiste con buenas intenciones. Estoy orgulloso de ti.

—Gracias.

—¿Qué puedes contarnos, jefe? —preguntó Rebecca Firestone.

—Absolutamente nada —contestó Cap—. De hecho, ya sabes más de lo que deberías. Puede que más que nosotros.

Rebecca Firestone apenas titubeó. Algunos dirían que era profesional, pero Nick no era una de esas personas.

—Este es el tercer operativo criminal contra la Torre Burke en los últimos cinco meses. Sin duda, todos fueron frustrados gracias a Shadow Star, pero…

—No, nada de darle las gracias a Shadow Star —la interrumpió Cap, mirando a la cámara—. Esto se logró gracias al arduo trabajo de los hombres y mujeres del Departamento de Policía de Ciudad Nova. Definitivamente, no necesitamos a estos justicieros disfrazados, volando con sus capas y sus poderes, intentando…

—Shadow Star no usa capa —dijeron Nick y Rebecca Firestone al unísono.

Cap se giró y miró a Rebecca Firestone.

Su padre se volvió y miró a Nick.

Nick lo ignoró.

—Pero ¿no es verdad que Shadow Star…? —preguntó Rebecca Firestone.

—Lo único que sabemos es que Shadow Star es el responsable de estos crímenes —añadió Cap con su bigote aún más caído y con el ceño fruncido—. Y lo utiliza como un medio para mejorar su reputación. Estos grupos podrían estar trabajando para él, como una especie de puesta en escena para hacerlo quedar como un héroe. Ciudad Nova era más segura antes de que reaparecieran los Extraordinarios y yo haré todo lo posible para verlos a todos tras las rejas.

—Sí —dijo Nick—. Invita a Cap de nuevo. Tengo algunas cosas que me gustaría discutir con él.

En lugar de responder, su padre pasó un brazo por encima del hombro de Nick y apagó la televisión. Fue una respuesta contundente y Nick estaba impresionado. Molesto, pero impresionado.

—Estaba viendo eso.

—Desayuno —dijo como si Nick no hubiera dicho nada.

Como se suponía que Nick tenía que hacer de este un año mejor, no se opuso, al menos, no en voz alta. Dentro de su cabeza, la respuesta fue dura y devastadora.

—¿Por qué no estabas ahí? —preguntó, moviendo la silla y sentándose.

Su padre se pasó una mano por la cara mientras se sentaba al otro lado de la mesa.

—Si te digo que estuve ahí, solo podrás hacerme dos preguntas, solo dos.

Nick se quedó boquiabierto.

Su padre se sirvió dos tostadas en su plato.

—Pero… Quiero… No puedes…

—Dos preguntas, Nicky. No las desperdicies.

Su padre era fantástico. Duro, pero agradable. Era bueno en lo que hacía. Cuando reía, sus ojos se arrugaban, las líneas alrededor de su boca se profundizaban y eso lo hacía feliz, aunque ya no lo hiciera tan a menudo como antes. Era valiente, justo y, a veces, Nick no sabía qué haría sin él.

Pero también podía ser el más capullo. Como en este momento.

—Siete preguntas.

—Ninguna pregunta —respondió, pasándole la mantequilla.

—¡Seis preguntas!

—Ya me he aburrido de esto.

—Eres terrible negociando. ¿Cómo se supone que voy a aprender a ser adulto cuando mi figura paterna se niega a trabajar conmigo?

—La vida es una mierda, muchacho. Quédate con lo que tiene para ofrecerte.

—Está bien. Dos preguntas.

Señaló a Nick con su tenedor.

—Mientras comes. Acabas de tomarte la pastilla. Necesitas tener comida en el estómago.

—Se supone que tengo que esperar treinta minutos antes de…

—Nicky.

—¿Qué buscaban? —preguntó, metiéndose un trozo de pan en la boca.

—No lo sé. No hablé con ninguno de ellos antes de que se los llevaran. Cap me pidió que volviera a casa porque sabía que era tu primer día de clase. Me dijo que te recordara que hay una celda vacía con tu nombre esperándote si aparece una calificación más baja que un 7 en tu boletín de notas, en cualquier momento de este año.

—Me pregunto si el alcalde sabe que los agentes de su departamento de Policía amenazan a menores.

—Lo sabe —contestó su padre—. Y está completamente de acuerdo. Te queda una pregunta.

Como si no supiera lo que Nick estaba a punto de preguntarle.

—¿Lo viste?

—Sí —contestó, vertiendo una cantidad asquerosa de sirope.

Nick esperó.

Su padre no dijo nada.

Nick sabía jugar a este juego.

O, pensándolo bien, no lo hacía.

—¿Y?

—¿Esa es otra pregunta?

Nick apenas se contuvo de lanzarle el tenedor a la cabeza.

—¿Por qué eres así?

Su padre esbozó una sonrisa.

—Porque tu angustia adolescente me hace feliz como padre.

—¡Papá!

—Sí, Nick. Vi a Shadow Star. Incluso hablé con él. De hecho, le pedí un autógrafo para ti. Y su número de teléfono. Me lo dio cuando le dije que estás enamorado de él. Dijo que le encantaría tener una cita contigo porque le pareciste encantador cuando le enseñé una foto tuya…

—Por favor, dime que soy adoptado —suplicó Nick—. Es lo único que podría salvarme del desastre que es mi vida.

—Lo siento, muchacho. Saliste de mi entrepierna.

Nick soltó un quejido y dejó caer la cabeza sobre la mesa.

—¿Por qué tienes que decirlo de ese modo?

Nick sintió una mano sobre su nuca que lo acarició con suavidad.

—Porque te ves adorable cuando estás incómodo. En especial, cuando hablo de tu novio.

—No es mi novio —musitó Nick sin levantar la cabeza de la mesa—. Ni siquiera sabe que existo.

—Probablemente sea lo mejor. Seguro que se quedaría horrorizado cuando viera lo que tumblereas sobre él. A nadie le gustan los acosadores, Nicky.

Nick apartó la mano de su padre cuando se incorporó en la silla.

—Yo no soy un acosador…

—No, no lo vi. Nadie lo vio. Y tiene suerte de que no lo hiciéramos porque lo habríamos arrestado en el acto. Malditos Extraordinarios. Lo único que hacen es…

—Hacer vuestro trabajo más difícil, lo sé. Lo dices todo el rato. Pero, papá, puede trepar por las paredes y controlar las sombras. Creo que no entiendes lo increíble que es eso.

—Ah, claro que lo entiendo, por supuesto. Pero tiene que dejarnos hacer nuestro trabajo. La vida no es uno de tus cómics, Nick. Esto es real. La gente puede salir herida.

—¡Él es uno de los buenos!

Su padre resopló.

—¿Quién lo dice?

—Todo el mundo.

Su padre sacudió la cabeza.

—La vida no es blanco o negro. No gira en torno a héroes y villanos. Shadow Star es peor que un grano en el culo, igual que el tipo ese de fuego…

—Pyro Storm, y no te atrevas a compararlos de ese modo. Pyro Storm es el archienemigo de Shadow Star, y el destino de Ciudad Nova se mantendrá en equilibrio siempre y cuando Shadow Star luche por nosotros contra la tiranía de…

—Son todos unos idiotas que usan ropa ajustada de segunda mano.

Nick lo fulminó con la mirada.

Su padre se encogió de hombros.

Nick decidió ser benevolente.

—Voy a fingir que nunca dijiste eso.

—Guau, qué afortunado soy.

Puede que no tan benevolente.

—Este va a ser el peor comienzo de curso de toda mi vida.

—Lo que me recuerda…

Sí, eso fue su culpa. Debería haberlo visto venir.

—No vamos a hacer esto de nuevo.

—Creo que sí —respondió su padre, reclinándose sobre la silla y cruzándose de brazos. Nick notó las ojeras que tenía bajo los ojos y las arrugas en la frente, marcas que no habían estado allí hacía un par de años. Sintió una punzada en el pecho. Se obligó a no mirar a todos los fantasmas que seguían rondando la cocina: el especiero que ninguno se animaba a tocar, los trapos favoritos de su madre frente al horno, con gatitos bordados—. Es solo para saber que estamos en sintonía.

Mejor terminar con esto de una vez por todas.

—Prestaré atención.

—¿Y?

—Haré mis deberes todas las noches.

—¿Y?

—Si tengo problemas, te pediré ayuda.

—¿Y?

—Si todo empieza a superarme, te lo diré.

—¿Por qué?

Nick apenas contuvo el gemido de frustración.

—Porque es más fácil afrontar las cosas juntos que solos.

Su padre asintió lentamente.

—Muy bien —y luego añadió—: Ya sé que ha sido duro, Nick. Y yo no fui la mejor persona para acompañarte.

—Eso no es…

Su padre levantó una mano y Nick se quedó en silencio.

—Cometí errores. Errores que no debería haber cometido. Te prometí ser mejor y voy a intentarlo. Puede que necesite que me lo recuerdes de vez en cuando, pero yo sé que lo harás. Y tú sabes que yo haré lo mismo por ti. Tenemos que ser un equipo, muchacho. Es… lo que ella hubiera querido. Lo sabes tan bien como yo.

Nick asintió, ya que no confiaba lo suficiente en sí mismo como para hablar.

—Bien, choca esos cinco. —Levantó una mano.

Dios, su padre daba tanta vergüenza.

Pero Nick le chocó los cinco de todas formas.

2

Gibby y Jazz lo estaban esperando en la estación de la calle Franklin cuando Nick se bajó del metro. Estaban sentadas en un banco de metal bastante cerca la una de la otra. Gibby miraba a la multitud que bajaba por las escaleras hacia la calle y Jazz hacía una pompa rosa con un chicle, mientras retorcía su pelo oscuro y desaliñado entre sus dedos. Tenía el teléfono sobre su regazo y los cascos conectados, uno en su oreja y el otro en la de Gibby.

Gibby se había identificado como lesbiana butch hacía poco tiempo, lo que la llevó a raparse la cabeza y usar una cadena para su cartera. Se aseguraba de que todo el mundo supiera que, si la llamaban Lola, recibirían una patada en las pelotas. Cualquiera que no creyera que hablaba en serio recibía una valiosa lección, como cuando un deportista descerebrado le había guiñado un ojo y ella hizo exactamente eso. El tipo tuvo que sentarse sobre una bolsa de hielo durante varios días. Gibby fue castigada durante una semana.

Pero había valido la pena, o eso aseguraba ella. Decía que el mundo necesitaba más lesbianas negras y no toleraría ninguna de esas mierdas de nadie, nunca más.

Desde ese momento, Nick decidió apoyarla al cien por cien en cada decisión que tomara. Ayudaba que se viera preciosa con la cabeza rapada, algo que Nick nunca probaría, dado que lo haría parecer demasiado cabezón.

La burbuja de Jazz estalló cuando lo vio acercarse, y ella esbozó una sonrisa mientras volvía a meter el chicle en la boca.

—Nicky, vi una paloma comiéndose un burrito en el metro. Iba a hacerle una foto porque me pareció artística, pero entonces un vagabundo con un abrigo naranja le dio una patada y arruinó la toma.

Nick se tropezó suavemente con uno de sus robustos zapatos que, probablemente, costaban más que toda su habitación.

—¿Le pegó una patada al burrito o a la paloma?

Jazz se encogió de hombros.

—A los dos, creo. Después iba a hacerle una foto al vagabundo, pero empezó a mear en un rincón, así que decidí que sería mejor cambiarme de vagón y no sufrir por mi arte.

—Eres toda una Van Gogh.

—Pero él se cortó la oreja en un ataque de locura y se la entregó a una trabajadora sexual llamada Rachel —añadió Jazz con seriedad—. Todavía no estoy a ese nivel. No me gusta el dolor y la única trabajadora sexual que conozco es Amanda.

—¿Cómo está? —preguntó Nick.

Jazz se encogió de hombros.

—Bien, supongo. No la veo desde que mamá decidió que papá necesitaba ir a terapia en lugar de usar sus servicios.

—Para que conste, me gustan tus partes, así como las tienes —comentó Gibby, presionando la rodilla de Jazz.

—Te daría mi oreja si me la pidieras —dijo Jazz, con sus ojos azules bien abiertos mientras mascaba el chicle—. Pero mi cara dejaría de ser perfectamente simétrica. —Frunció el ceño—. Puede que no me quede tan mal.

—Ajá —dijo Nick—. Fascinante. En serio. Entonces, Gibby, sobreviviste al Verano del Amor. Felicidades.

Durante los últimos meses, se había ido de viaje con sus padres cuando decidieron que su familia necesitaba alquilar una vieja camioneta y recorrer el país con el pretexto de visitar universidades, aunque en realidad era para conocer distintas comunidades hippies, ya que estaban sufriendo la crisis de mediana edad (según Gibby) y creían que eran mejores hippies que contables. Supuestamente, decían que la comunidad del amor libre necesitaba más gente negra.

Nick no sabía qué hacer con esa información, por lo que simplemente le dio una palmada en el brazo en junio y le dijo que se divirtiera.

Había logrado evitar una patada en las pelotas. Pero solo por muy poco.

Lola Gibson era así de feroz.

A su novia, Jasmine Kensington, no le había gustado la idea de que Gibby se fuera durante tanto tiempo. Tampoco había ayudado a su ansiedad el hecho de que Gibby estuviera en su último año a punto de graduarse, a punto de entrar en el mundo real antes que ella. Le dijo a Gibby que no tenía permitido enamorarse de ninguna hippie que usara faldas de cáñamo que luego se fumaría. Gibby estuvo de acuerdo de inmediato, y ni se molestó en aclararle que la mayoría de los hippies no se fumaban la ropa.

A Nick les resultaba desagradablemente dulces. O dulcemente desagradables. La verdad era que dependía del día.

Gibby había regresado hacía una semana, pero Jazz había dejado bien claro que pasaría todo el tiempo posible con Gibby antes de que empezaran las clases. Lo cual estaba bien, considerando que Nick había estado ocupado intentando terminar el último capítulo de Aquí es donde quemamos la Tierra. Ellas tenían sus prioridades y él las suyas.

Además, pasar tiempo con Jazz y Gibby, mientras reconectaban después de meses y meses de separación, habría significado, probablemente, verlas besarse y susurrarse cositas tiernas al oído todo el tiempo. Nick no era lo suficientemente masoquista como para ser testigo de eso durante mucho tiempo. Quería mucho a sus amigas queer, pero no quería verlas tragarse sus lenguas. Por eso les había dado su espacio. Era un acto altruista si lo veía de ese modo.

—Verano del Amor —repitió Gibby. No parecía muy entusiasmada.

Nick dio un paso hacia atrás para proteger sus pelotas. Sus botas parecían nuevas y no quería descubrir si tenían la punta de acero. Además, la cadena de su cartera era más grande que la que tenía antes, y él no estaba lo bastante versado en el idioma de las lesbianas como para saber si eso significaba algo.

Gibby puso los ojos en blanco.

—Si tengo que sentarme en un círculo de tambores otra vez en mi vida, seguramente me convierta en una asesina en serie.

—¿Ya has elegido universidad?

Jazz frunció el ceño y Gibby lo fulminó con la mirada. Nick dio otro paso hacia atrás.

—Todavía no lo he decidido —respondió Gibby apretando los dientes—. Pero gracias por preocuparte por mi futuro y mencionarlo justo en este momento.

—Sí —añadió Nick—. Suelo hablar antes de pensar. Solo…

—Puedo soportarlo —le cortó Jazz con seriedad—. Quiero decir, claro, probablemente llore mucho y se me corra el maquillaje y será todo culpa tuya, pero puedo soportarlo. Tengo pelotas de mujer.

—Sé que las tienes —respondió Gibby—. Pero aún no he tomado ninguna decisión. Tú serás la primera en saberlo.

Jazz pareció tranquilizarse por un momento y Nick se preguntó cuánto tiempo duraría.

Pero entonces Gibby le sonrió y se dio cuenta de que debería haber mantenido la bocaza cerrada. Lola Gibson tenía tres sonrisas: la cariñosa que siempre se reservaba para Jazz, la que usaba cuando intentaba contener la risa y la que hacía cuando estaba a punto de ser una magnífica gilipollas. Él había sido víctima de esa última sonrisa muchas veces, y nunca dejaba de hacerle sentir escalofríos.

—Entonces, Nicky —dijo, y Nick pensó seriamente en escabullirse entre la multitud y desaparecer para siempre—. Hablando del Verano del Amor, ¿cómo está Owen?

Nick la miró con el ceño fruncido.

—No tengo ni idea de qué estás hablando.

—Ajá. ¿Y Seth?

—En serio, sigo sin tener ni idea de lo que estás hablando.

Jazz, quien nunca entendía estas situaciones, añadió:

—Creí que Owen y Nick habían terminado. ¿Recuerdas? Nick dijo que Owen era un idiota, y Owen, como siempre, dijo que no podía dejarse dominar por una sola persona, y luego Seth dijo que él…

Gibby le tapó la boca con una mano para callarla.

Nick sabía que se estaba sonrojando, pero hizo de todo para sobreponerse.

—¿Qué dijo Seth?

Lo ignoraron y mantuvieron una conversación en silencio en la que abundaban las miradas entrecerrando los ojos y los movimientos de cejas. Duró mucho más tiempo de lo que Nick podía soportar. Finalmente, Jazz asintió y Gibby dejó caer la mano sobre su propio regazo.

—Quiero decir, ni siquiera sé de qué estamos hablando ahora. ¿Te conté lo de la paloma y el burrito? Era un burrito de desayuno —añadió Jazz y lo miró con los ojos entrecerrados—. Y una paloma enorme.

Nick se cruzó de brazos.

—Ya han pasado varios meses. No estábamos… No éramos novios ni nada. Owen era…

Nick no sabía muy bien cómo terminar la frase. De hecho, la mayor parte del tiempo, ni siquiera sabía cómo describir a Owen Burke. Ah, claro, era atractivo, popular y todos parecían adorar todo lo que hacía, solo porque tenía la fuerza gravitacional de un planeta gigante. Lo único que tenía que hacer era sonreír de forma diabólica y casi todos (queer o no) acabarían haciendo lo que él quisiera.

Incluido Nick, para su desgracia.

Antes de las vacaciones de Navidad del año pasado, Owen se había acercado a su mesa con una amplia y blanca sonrisa y su devastadora chaqueta de cuero que, probablemente, había sido el mejor ejemplar bovino del campo. Sabían quién era, por supuesto; todo el mundo lo sabía. Procedía de una familia adinerada (quizá la más rica de todas). Su padre era Simon Burke, CEO de las Farmacéuticas Burke. Seth estaba convencido de que solo era la tapadera de algo más siniestro, pero Seth siempre creía que todo era la tapadera de algo más siniestro. Incluso Owen.

Nick, por otro lado… Había estado… bueno… No enamorado, no exactamente. Pero tenía quince años y las hormonas muy alteradas, y Owen era probablemente el chico más atractivo de todo el instituto y, por alguna razón, había decidido hacer que Nick fuera el centro de toda su atención.

Lo que significó que Nick hiciera el ridículo con bastante regularidad.

Jazz estaba confundida. Gibby estaba molesta. ¿Y Seth?

Seth se había alejado. Solo un poco al principio, pero debería haber sido suficiente para encender todas las alarmas internas de Nick. Pero Nick parecía haber sido absorbido por el planeta Owen, y no fue hasta que Seth se volvió claramente hostil (algo que Nick no había esperado de su mejor amigo desde hacía casi una década) que entendió que algo no andaba bien. Nunca se lo dijo a Owen a la cara (Seth era demasiado refinado para eso), pero ¿cuándo estaban solos Nick y Seth, y Nick mencionaba a Owen por enésima vez en los últimos treinta y seis minutos? Sí. Seth podía ser bastante hostil.

—No fue nada —dijo Nick finalmente—. Apenas lo vi este verano. Estuve demasiado ocupado.

—Ajá —dijo Gibby, sonando aburrida con todo aquello—. Acosar a un Extraordinario lleva mucho tiempo, supongo.

—No lo estoy acosando.

—Hola, perdón por llegar tarde.

Nick se giró, y una de las mejores personas del mundo entero apareció a su lado, levantando sus enormes gafas, que se habían deslizado levemente sobre su nariz, como siempre, un mechón de su pelo negro colgaba sobre su frente. Seth Gray, la persona en la que Nick confiaba más que nadie en el mundo. Llevaba su habitual jersey holgado sobre una camisa de la que solo se veía el cuello y que usaba por debajo de sus pantalones chinos. Y hoy, por alguna razón, había decidido usar una pajarita y Nick no sabía qué otra cosa hacer con esa pajarita que no fuera intentar enderezarla durante al menos tres horas seguidas, mientras le susurraba que era demasiado bueno para este mundo.

Mantuvo las manos alejadas.

Y luego notó algo…

—¿Estás más alto?

Seth lo miró con los ojos bien abiertos.

—¿Desde la última vez que nos vimos hace un par de días? No creo. Quiero decir, es posible, no me mido desde hace varias horas, pero…

—Parece que eres más alto.

—Ah —dijo Seth y apartó la mirada, acomodándose el cuello de su camisa—. Mmm, ¿gracias?

—Ah, por Dios —balbuceó Gibby—. ¿Esto sigue pasando?

—A mí me parece que son una monada —le susurró Jazz.

Nick ignoró lo que fuera que estuvieran hablando. Seguía impactado por el hecho de que sus ojos ahora estaban casi a la misma altura, lo que le causaba un nivel de consternación para el que no estaba preparado. No cuando Seth siempre había sido pálido y regordete, con un pelo rizado que debería ser ilegal por lo perfectamente desordenado que se veía. Pero siempre había sido más bajo que Nick y…

—¿Estás usando plantillas?

Seth se movió como si estuviera nervioso.

—No, no estoy usando plantillas. Puede que tú hayas encogido.

—No he encogido. Ni siquiera es posible.

Seth empezó a decir algo, pero lo interrumpió con un bostezo. Nick frunció el ceño.

—¿Estás cansado? ¿Por qué estás cansado? Pareces cansado. ¿No dormiste lo suficiente anoche?

Seth extendió la mano y le apretó el hombro.

—Estoy bien, Nicky. Solo me acosté tarde.

—¿Por qué?

—Porque no dejaba de dar vueltas en la cama. Supongo que estaba nervioso por hoy. Primer día de clase y todo eso. Ya sabes cómo me pongo.

Nick lo sabía. A veces, Seth se preocupaba demasiado por nada y Nick se frustraba un montón, porque significaba que había algo que lo hacía sentir mal y no podía hacer nada para destruirlo con sus propias manos.

Gibby se puso de pie, tirando de Jazz con ella.

—Por muy divertido que sea veros hacer… lo que sea que estéis haciendo, vamos a llegar tarde.

—No puedo llegar tarde —añadió Jazz, guardando sus cascos en la mochila—. Mi padre me dijo que, si llego a tiempo durante todo el primer mes, me comprará los zapatos de Alexander McQueen con la calavera en la punta que necesito para seguir existiendo.

—Suena a mentira, pero está bien —murmuró Nick, siguiendo a sus amigas hacia las escaleras del metro.

***

Las calles de Ciudad Nova estaban abarrotadas de gente mientras se dirigían al Instituto Centennial, hogar de «Los increíbles wómbats luchadores». El tráfico estaba colapsado y los taxis amarillos tocaban sus cláxones como si pudieran hacer que el resto de los coches avanzaran. Jazz y Gibby caminaban por delante cogidas de la mano. Jazz hablaba con mucho entusiasmo mientras Gibby fulminaba con la mirada a todos los que chocaban con ella.

Seth y Nick caminaban uno al lado del otro, apenas rozando sus hombros. Nick intentaba ver, a escondidas, si Seth de verdad llevaba tacones, pero seguían siendo los mismos mocasines adorables que siempre usaba.

—¿Qué? —preguntó Nick, que no había entendido lo que Seth estaba diciendo.

—He dicho que siento no haber tenido tiempo de revisar el capítulo antes de que lo publicaras —repitió Seth, ajustándose una de las tiras de la mochila.

—No pasa nada. Estaba bastante perfecto.

Seth resopló.

—Supongo.

No fue el elogio que esperaba.

—¿Supones?

—Estaba bien, Nicky.

Nick optó por creerle.

—Vi tu comentario. ¿Qué cosas te surgieron?

—Ah —dijo Seth—. Bueno, ya sabes. Cosas.

—Ajá. Suena muy creíble —contestó Nick a la vez que un pensamiento horrible aparecía en su cabeza, aunque no podía entender por qué era tan horrible—. ¿Tuviste una cita o algo?

Seth se atragantó y empezó a toser con fuerza.

Nick le dio algunas palmadas en la espalda como cualquier buen amigo haría.

—No —logró responder, secándose la boca—. ¿Por qué…? ¿Por qué yo…?

—No lo sé, amigo. Puede que tengas una novia secreta. O un novio. —Eso le dejó un sabor raro en la boca.

Seth le había contado la verdad sobre su sexualidad a Nick cuando tenían catorce años, cuando le dijo que creía que era bisexual. Nick, en un intento de sonar tranquilo y comprensivo, soltó un chillido y se cayó del banco del parque donde estaban dando de comer palomitas de maíz a los pájaros. Nick había tardado más tiempo en darse cuenta de su propia sexualidad, pero él había sido el primero en tener novio (o algo por el estilo). No quería verlo como una competición, pero eso tenía que contar para algo, ¿verdad?

Seth no había estado tan disponible durante el verano, para la total consternación de Nick. ¿Y si hubiera conocido a una muchacha adinerada en la avenida Luxor o a algún mecánico fornido con las manos llenas de aceite? Nick leía fanfics sobre universos paralelos. Cosas como esas pasaban todo el tiempo.

—¿Sigues siendo virgen? —preguntó Nick de un modo casi histérico—. Se suponía que nos contaríamos cuando tuviéramos relaciones por primera vez. Lo prometimos.

Seth parpadeó, con los ojos muy abiertos tras las gafas.

—No tuve relaciones con nadie. ¿De qué estás hablando?

—No lo sé —confesó Nick—. Tienes la misma altura que yo y eso me está asustando.

—¡No puedo controlarlo!

—Bueno, inténtalo. Se supone que yo debo ser el hombre escultural de los dos. Es lo único que me queda, Gray. Ya lo sabes. Eso y mi extraña habilidad para contar historias de amor desgarradoras basadas en personas reales, lo que probablemente está al límite de lo saludable. —Y hablando de historias…—. ¿Viste a la bruja malvada de las noticias esta mañana? Dios, no dejaba de salivar cuando nombraba a Shadow Star. Alguien debería avisarle que necesita conseguir una orden de alejamiento contra ella.

Seth suspiró.

—Dudo que haya algo entre Shadow Star y Rebecca Firestone.

—Yo lo sé. Tú lo sabes. Todos lo sabemos. Pero ¿ella lo sabe? Porque no creo que lo sepa. Hoy tenía los labios más pintados que otras veces, como si eso la hiciera parecer más atractiva. Solo porque Superman tenga a Lois Lane no significa que Rebecca Firestone pueda hacer el papel de reportera intrépida que necesita ser salvada todo el tiempo. Además, todo el mundo sabe que Superman está enamorado de Batman. Aunque alguien haya decidido shippearlos con el nombre de SuperBat en lugar de aprovechar la oportunidad única de llamarlos ManMan. Es decir, ¡vamos! ¿No crees que ManMan sería icónico? SuperBat suena a algo que encontrarías en una cueva sucia en medio de un pantano —añadió Nick y frunció el ceño—. ¿De qué estábamos hablando?

—¿Sinceramente? No tengo ni idea. Estabas hablando de Shadow Star y después de Firestone…

—Cierto. Firestone. Ella consigue todas esas exclusivas con Shadow Star y nadie sabe cómo lo hace.

—Déjame adivinar. Tienes una nueva teoría.

—¡Por supuesto que sí! —exclamó Nick, victorioso—. Y esta podría ser totalmente cierta. —Esquivó la que parecía una comitiva nupcial, que, aparentemente, había decidido que pararse en medio de la acera para hacerse fotos, un lunes por la mañana, era una gran idea. Soltó un quejido cuando pisó un charco de agua sucia. La novia le miró con desprecio y Nick le deseó lo mejor. Pero a ella no le hizo mucha gracia.

Seth tiró de él antes de que la mujer con velo y vestido blanco lo derribara de un golpe.

—A diferencia de la última vez, en la que creías que era Pyro Storm, aunque es evidente que Pyro Storm es un tío. Hablando de Pyro Storm, creo que necesitamos hablar de tus descripciones…

—No, pero esta teoría probablemente sea cierta —lo interrumpió Nick—. ¿Qué pasa si ella conoce su identidad secreta y lo está usando en su contra? Eso explicaría por qué habla solo con ella y le cuenta todas esas cosas. Porque lo está chantajeando.

—¿Tienes pruebas?

—No. Es solo una teoría. Lo acabaré descubriendo. Es solo cuestión de tiempo.

Seth parecía tener dudas.

—¿Cómo vas a hacerlo?

—No tengo ni idea. Pero algo se me ocurrirá. Ya lo verás. Será épico.

Seth suspiró.

—Cada vez que dices eso, me empiezan a sudar las manos. ¿No puedes dejarlo estar?

Nick lo miró con suspicacia.

—¿Por qué? ¿Ella… te gusta? —Fue el pensamiento más horrible que Nick jamás había tenido. Nunca se había sentido tan traicionado en su vida.

—¿Qué? No.

—Porque si te gusta, te apoyaría en lo que sientas por ella. —Era mentira, pero una que no hacía sentir mal a Nick.

—Hubiera sido más creíble si no lo hubieras dicho con los dientes apretados. No. No me gusta. Ni siquiera la conozco.