Luna de miel apasionada - Hannah Bernard - E-Book
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Luna de miel apasionada E-Book

Hannah Bernard

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Beschreibung

El matrimonio no era de verdad pero... ¿y la luna de miel? Joanna había soñado con casarse con Matt desde su primer beso, y con que el día de su boda sería el más feliz de su vida... Pero Jo y Matt habían roto cinco semanas antes de la boda, aunque lo habían mantenido en secreto y habían continuado una relación fingida. Su matrimonio era una falsedad pero, si lo que estaban haciendo era fingir, ¿por qué parecía tan real lo que sentían? ¿Y por qué le había propuesto Matt una verdadera luna de miel?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Hannah Bernard

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Luna de miel apasionada, n.º1909 - marzo 2017

Título original: The Honeymoon Proposal

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-687-9567-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Es que el teléfono tenía que sonar siempre justo cuando acababa de cerrar la puerta para que la abuela pudiera echarse la siesta? Joanna se lanzó a descolgar el aparato, logrando alcanzarlo antes de que sonara por tercera vez.

–¿Diga?

–Hola, Jo.

Matt.

Joanna apretó el auricular con fuerza y sintió la tentación de colgar. Había logrado evitarlo durante tres días, pero, por fin, él la había localizado en casa de su abuela.

Pero su abuela también era la madrina de él y, por lo tanto, tenía todo el derecho a llamar cuando quisiera.

–Hola. Un momento, voy a buscar a mi abuela.

–¡Espera! He llamado para hablar contigo.

¡Maldición! Se apoyó contra la pared y cerró los ojos y, haciendo un esfuerzo para que su voz sonara calmada, dijo:

–Entiendo. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

–No lo sabía, pero merecía la pena intentarlo. No contestas al teléfono de casa ni al móvil ni a los mensajes de correo electrónico… Me estaba quedando sin opciones.

Jo apretó los dientes.

–Si la abuela tuviera identificador de llamadas, no estaríamos hablando.

–Créeme, Jo, lo sé. Tus vecinos me amenazaron con llamar a la policía si seguía llamando a tu puerta.

Joanna sonrió con amargura y se dirigió hacia la cocina para alejarse de la habitación de su abuela. La anciana no necesitaba escuchar aquello. Aunque no pensaba gritar; ella era demasiado civilizada para eso. Nada de gritos; sólo una conversación fría y calmada.

–Tu padre llamó a los de seguridad para que fueran a buscarme. ¿Por qué no iban a llamar mis vecinos a la policía?

Jo escuchó un sonido a través de la línea y pensó que su abuela había descolgado la extensión del cuarto.

–Jo, no me estás dando ninguna oportunidad –continuó Matt, con el mismo tono irritado de antes. No entendía nada, ¿verdad? Ni siquiera se podía imaginar cómo aquel lío había afectado a su vida–. ¿Tienes idea del embrollo que hay aquí? Tengo que tratar con los de la junta, con la investigación, tengo que descubrir qué es lo que pasó y cómo saliste implicada. Desde luego, no ayudó nada que te marcharas precipitadamente. Y tú vas y me dices que lo nuestro se ha acabado y que no quieres ni hablar conmigo.

–Chis –lo mandó callar ella, sospechando que su abuela estaba escuchando la conversación. A pesar de la preocupación, se había dado perfecta cuenta de la indirecta: «cómo saliste implicada»–. Cállate. Espera.

–¿Qué?

–Chis –volvió a acallarlo ella.

Cubriendo el micrófono del teléfono con la mano, se acercó a la habitación de su abuela y pegó la oreja a la puerta. No se oía nada. Abrió muy despacio. La habitación estaba a oscuras, pero se podía ver la silueta de la abuela en la cama, de espaldas a la puerta, con las sábanas hasta el cuello. Se quedó quieta un momento, pero la anciana no se movió. El teléfono estaba a su alcance por lo que podría haberlo descolgado y, después, haberlo vuelto a colgar. ¿Estaba moviéndose el cable?

No. O si lo estaba, debía ser por la brisa que entraba por la ventana. La abuela no era de ese tipo de mujer que se escondiera. Si hubiera oído algo, habría salido inmediatamente para preguntarle qué pasaba.

Jo cerró la puerta despacio, aliviada. Todavía no estaba lista para decirle a su abuela que Matt y ella habían roto. Haría muchas preguntas; demasiadas. Y ella todavía no estaba preparada para hablar del tema. Todavía le dolía demasiado.

Algún día tendría que contárselo, desde luego, pero, de momento, no. Dentro de poco, cuando se encontrara más fuerte. Ahora no era el momento apropiado.

–¿Jo? –preguntó Matt–. ¿Qué pasa?

Ella volvió a bajar las escaleras hacia la cocina antes de volver a hablar.

–Nada.

–¿Qué tal estás?

Aquella pregunta casi le hace saltar de furia, pero, después de toda una vida controlando su temperamento, no quería perder los nervios por él.

–¿Que qué tal estoy? ¿Quieres decir, si olvidamos el hecho de que hayas arruinado mi vida?

–No seas tan melodramática –dijo él con impaciencia–. Estás exagerando.

–¿Que estoy exagerando? ¿Que soy melodramática? He perdido mi trabajo, los de seguridad vinieron a buscarme a mi oficina y, por si eso fuera poco, mi… –¿su qué? ¿Qué había sido Matt para ella?–. Mi «amante» –acabó diciendo con ironía– no me cree. ¿Y te sorprende que te quiera fuera de mi vida?

–Por supuesto que te creo… –Matt lanzó un juramento–. ¿Por qué no puedes confiar en mí? Mira, voy a ir a verte esta noche y hablamos. Por favor.

Estaba utilizando su encanto con ella; pero no le iba a funcionar. Ya no. Ahora, ya sabía muy bien lo que sentía por ella. Sabía que él era capaz de dejar que la acusaran de un delito antes que confesar que salían juntos.

–Ya hemos tenido esta conversación antes, Matt. No hay nada de que hablar. No me interesa tener una pelea contigo.

–Nunca te ha interesado. Quizá ése sea el problema, que necesitamos una buena pelea.

–Nosotros no necesitamos nada porque no hay un nosotros. Si alguna vez hubo algo, se acabó. No me vuelvas a llamar. Adiós.

Matt profirió una palabrota y levantó la voz.

–De eso nada. Esto no se ha acabado, Jo…

Ella no escuchó nada más, porque había colgado el teléfono y le estaba dando la espalda.

Capítulo 1

 

Cinco semanas más tarde

 

Tenía que volver a verlo.

Joanna iba soltando un improperio detrás de otro mientras agarraba el teléfono inalámbrico del salón y se dirigía hacia el sofá. Agarró un cojín y se lo puso en la espalda para estar más cómoda.

Tenía que volver a ver a Matt. Aquello casi logra alejar de su cabeza la preocupación constante que sentía por su abuela. Casi.

Se hundió en el sofá y se llevó las rodillas contra el pecho. Desde que su abuela le había pedido que hiciera aquello, tenía un dolor de cabeza insoportable. No era de extrañar. Si había algún momento propicio para que le doliera la cabeza, ése era el momento.

Miró el teléfono que tenía entre los dedos, sorprendida de que no le temblara la mano. Tenía que llamar a Matt para pedirle que fuera para allá.

Ésa no era la llamada que ella quería hacer. Él no era el hombre al que quería ver. Habían pasado demasiadas cosas y, sólo cinco semanas después, el dolor y el enfado ni siquiera se habían comenzado a desvanecer.

Pero no tenía otra alternativa. La abuela quería verlo y él era su ahijado, el sobrino de su marido, probablemente, la persona que más le gustaba del mundo.

Por supuesto que iba a llamarlo. Por la abuela. Si fuera por ella, era capaz de cambiar aquella llamada de dos minutos por toda una tarde viendo programas basura. O de darse un paseo por encima de un camino de carbón ardiendo. O por dos horas dando un discurso. O…

Apretó los dientes al darse cuenta de que estaba desvariando.

Lo tenía que hacer y ya estaba. Y justo en aquel momento, porque si no, corría el peligro de que el valor la abandonara y de que no volviera a tenerlo nunca. Tampoco pasaba nada. Era absurdo que su corazón le latiera como si se le fuera a salir del pecho sólo por pensar que iba a volver a oír su voz.

Ya había acabado todo. Había acabado con él.

–Todo ha terminado –se encontró murmurando y casi le pareció verdad cuando lo oyó de sus propios labios. Todo había terminado.

Tomó aliento y marcó el número.

¿Cómo era posible que después de cinco semanas todavía se supiera el número de memoria? Cinco largas semanas y sus dedos todavía marcaban los números con la misma facilidad de siempre. Con la misma facilidad con la que lo marcaba deseosa de oír su voz. Cuando su calidez y el calor que sentía por ella le llegaba a través del hilo telefónico sin importar la distancia.

Ahora, era un extraño. La distancia era interna y emocional en lugar de geográfica; y más real. Tenía que recordarlo aunque su mente evocara la manera en la que él cambiaba de tono al reconocerla y el tono frío y apresurado de un hombre de negocios se convertía en el saludo cálido y cómplice que un hombre reservaba para su mujer.

Jo cerró los ojos y apretó el teléfono contra su corazón. Ya había terminado todo, se repitió para sí misma. Ahora ya no significaba nada para ella, sólo era el ahijado de su abuela, un amigo de la familia. ¡Eso era todo!

Aun así, a punto estuvo de perder los nervios cuando él contestó. El sonido de su voz hizo que el corazón le diera un vuelco y que la verdad la mirara a la cara.

¿Que todo había terminado? ¡Ja!

No había superado nada.

Ni tampoco estaba cerca de superarlo.

Casi se había convencido de que sí; pero eso era porque no lo había visto, no lo había oído. La abuela tenía una foto suya encima del tapete de la mesa, junto a otras fotos; pero ella había logrado ocultarla detrás de las demás para que sus ojos risueños no se rieran de ella cada vez que entraba en la habitación.

Pero en aquel momento lo estaba oyendo y todo su ser se estaba alterando.

Su voz era la de siempre: rápida, impersonal; impaciente cuando tuvo que repetir el «diga» porque ella no respondía.

Jo cerró los ojos, enfadada consigo misma por dejar que la afectara tanto. Sólo habían pasado unas semanas, se recordó. El tiempo lo arreglaría. Los corazones rotos se curaban. ¿Verdad que sí?

Quizá el hecho de volver a verlo, como un extraño, era el revulsivo que necesitaba. Sí. Quizá.

Podía suceder.

–Matt… yo… Matt –tartamudeó, después se mordió le labio. Aquello no era lo que había pensado decir. Sus intenciones habían sido hablar con frialdad y distanciamiento, llamarlo Matthew en lugar de Matt e informarlo de la situación.

Cerró los ojos. Sin embargo, había pronunciado su nombre, justo como hacía cuando…

No. Aquellos recuerdos pertenecían al pasado. No quería recordar. No quería acordarse de nada de lo que había ocurrido durante los meses que habían estado juntos, especialmente de la calidez de su piel junto a sus labios, de la sonrisa sorprendida cuando ella lo besaba de manera inesperada, ni de aquellas mañanas en su piso… Tampoco quería rememorar cuando él tardaba diez minutos en salir de la cama porque no quería separarse de ella; aunque trabajan en la misma empresa, la oficina de Jo estaba en el otro extremo del edificio.

¡Ay! Se tiró del pelo para castigarse. Parecía que su cerebro estaba muy activo aquella mañana.

Quizá debiera colgar. Tal vez, no la había reconocido. Podía hacer que otra persona lo llamara para darle el recado de la abuela.

La voz de Matt cambió y sonó más alta y clara, como si se hubiera acercado más el teléfono a la cara.

–¿Diga? ¿Jo? ¿Joanna? ¿Eres tú?

Joanna hizo una mueca mientras la esperanza de colgar de manera anónima desaparecía. Había reconocido su voz. Aquello era lo más normal; sin embargo, no pudo evitar sentir un escalofrío al escuchar su nombre en labios de él.

Su voz había sonado sorprendida e incrédula; pero no había sonado enfadada, tal vez cautelosa.

Ella ya lo había oído enfadado una vez. Pero no al principio. En esa época, sólo había habido sorpresa, molestia e irritación y un montón de eficacia y rapidez para suavizar las cosas, para quitarla de en medio, para acallar el asunto en lugar de salir en su defensa. El enfado había llegado después, cuando ella le dijo que todo había acabado, que no podía seguir viendo a alguien que no confiaba en ella, alguien que no daba la cara para reconocer públicamente su relación, incluso cuando eso la hubiera librado de la acusación. «Si confiaras en mí, estarías conmigo» Ésas habían sido sus palabras mientras sentía que el corazón se le rompía.

Por supuesto, lo que aquellas palabras habían querido decir era que si la hubiera amado, habría estado a su lado.

Igual que Joanna no había querido decir nada sobre su relación. El presidente no podía tener nada con sus empleados y ella no iba a decirlo sin su consentimiento, aun cuando eso significara que se estaba jugando el empleo y los amigos que allí había hecho.

En aquel momento, no le había importado porque había tenido la certeza de que él lo aclararía todo a su vuelta. Si hubiera confiado en ella, si la hubiera amado, lo habría hecho.

El asunto estaba claro, por supuesto: ni confiaba en ella ni la amaba.

Pero ahora ya no se trataba de ellos, se trataba de la abuela.

–¿Jo? –repitió Matt, con impaciencia–. Eres tú, ¿verdad?

Ella apretó el teléfono y se aclaró la garganta.

–Sí, soy yo. Hola, Matthew. Te llamo porque… Se trata de mi abuela. Estoy en su casa; llevo aquí unos días… Bueno, casi dos semanas. No se encuentra muy bien. Quiere verte. Dice que… –hizo una pausa para tragarse el nudo que tenía en la garganta; sin embargo, sus palabras sonaron como graznidos que traicionaban las lágrimas de sus ojos–. Matt, quizá está exagerando, ya sabes cómo es a veces, pero… dice que tiene que verte antes de morirse.

El silencio al otro lado de la línea duró un segundo.

–Voy en cuanto pueda –dijo él y colgó sin despedirse.

Jo se quedó con el auricular pegado a la oreja un segundo más, después, lo dejó en su sitio. Tomó aliento sin saber si se sentía aliviada de que la conversación hubiera acabado o si se moría de miedo porque él podía llegar en cualquier momento. «Olvídalo», se dijo a sí misma. «La abuela ha dicho que quiere verlo y eso es lo único que importa»

–¿Va a venir? –le preguntó su abuela, con su mirada azul tan penetrante y viva como siempre. Estaba recostada sobre unos almohadones y parecía muy pequeña en aquella enorme cama con dosel. Encima de la mesita tenía unos pasatiempos y una radio pequeña. Era una mujer que se esforzaba en mantener la mente activa. Se enorgullecía de levantarse muy temprano, de estar siempre bien arreglada y de estar ocupada todo el día. Sin embargo, últimamente, sólo se ponía una bata y apenas se levantaba de la cama. Jo había ido a visitarla hacía dos semanas y, desde entonces, sólo se había separado de su lado para ir a trabajar.

–Sí, abuela. Va a venir –confirmó Jo mientras se sentaba en su sillón habitual a los pies de la cama–. Me ha dicho que vendrá en cuanto pueda. Aunque eso puede que sea mañana.

Su abuela sonrió.

–Lo sé. Trabaja demasiado. Tendrías que intervenir para que trabajara menos. Últimamente, parece que no os veis mucho.

–Matt está muy ocupado –dijo Jo evadiendo la pregunta, con una sonrisa forzada–. Pero va a venir, ya sabes que siempre encuentra un hueco para su bruja preferida.

Como era de esperar, la abuela soltó una carcajada por el chiste de siempre.

–Bueno, no me gusta molestarlo, pero necesito ver a ese chico –dijo, entrecerrando los ojos–. Tengo que hablar con él de un asunto. Necesito saber cómo pretende tratar a mi nieta el resto de su vida. Tengo algo que decirle al respecto, cosas como lo importante que es pasar los fines de semana junto a su mujer; algo que no ha estado haciendo últimamente.

Joanna miró hacia abajo, intentando ocultar su expresión. Su omisión de la verdad la perseguía. Todavía no sabía cómo salir de aquella situación.

–Abuela, Matt ha estado muy ocupado últimamente. Yo lo acepto igual que él lo acepta cuando soy yo la que tiene mucho trabajo. Así es la vida. No necesitas hablar con él de nada de eso. Estamos muy bien como estamos.

–No pienso dejar este mundo sin hablar con él de ti. Vais a pasar vuestra vida juntos y yo tengo algunos consejos que daros. En especial a ti, sobre cómo tratar con hombres de mal genio.

–Matt no tiene mal genio –dijo Jo, sorprendida de descubrir que estaba sonriendo.

–Sabe controlarse muy bien; pero tiene mucho temperamento –murmuró la abuela–. Un león cuando se trata de proteger a su mujer, espera y verás.

La sonrisa de Jo se desvaneció. Si su abuela supiera… Matt no la había protegido cuando debía haberlo hecho y eso aún le dolía. Y, probablemente, su abuela tenía razón: Matt haría lo que fuera para proteger a su mujer. Y sólo podía significar una cosa: que ella nunca había sido suya. No de la manera que realmente importaba.

–Lo más importante es buscar tiempo para vosotros dos –continuó su abuela–. Cuando tengáis niños, tendréis que buscar a alguien que os los cuide de vez en cuando para tener tiempo para vosotros.

–¿Tener niños?

–Sé que me estoy adelantando; pero no tengo mucho tiempo para decirte todo lo que quiero.

–Tienes tiempo de sobra –le dijo Joanna con firmeza, intentando ocultar el temor que le provocaba aquella manera de hablar.

Su abuela estaba convencida de que estaba a punto de morir. Y aquella convicción era contagiosa.

–No, tesoro. No me importa y espero que no me lloréis mucho. Seguro que el otro lado es más divertido. Os guardaré un sitio para ti y para Matt. Pero, primero, tengo que hablar con Matt –continuó ella–. ¿Está la casa limpia?

Joanna no pudo evitar una sonrisa.

–Sí, abuela. Todo está perfecto.

–Bien, no queremos que Matt piense que somos unas dejadas.

–No lo pensará.

Su abuela suspiró, echó la cabeza para atrás y cerró los ojos.

–Necesito dormir un rato. Por favor, tráeme a Matt cuando llegue.

–Por supuesto –Joanna le dio un beso en la mejilla y se dirigió hacia la puerta–. Toca la campanilla si necesitas algo.

Su abuela murmuró algo, ya medio dormida. Jo se aseguró de que tenía la campanilla al alcance de la mano y salió de puntillas de la habitación.

Estaba cansada. Su abuela no le daba mucho trabajo, pero sus constantes alusiones a la muerte eran agotadoras. Y no había nadie más apara ayudar. Su madre y su padre estaban en África grabando uno de sus documentales.

Joanna se puso a recoger la cocina.

A su abuela, probablemente, le preocupaba que Matt pensara que no era la esposa ideal, dedujo con ironía. Era una manera de pensar curiosa. Por un lado, había insistido en que su única nieta fuera a la universidad pero, por otro, esperaba que en cuanto encontrara marido se dedicara a su casa y a su familia.

Volvió a desear que Matt le hubiera dicho la hora exacta a la que iba a llegar. Quería verlo antes de que llamara al timbre porque no quería que despertara a la abuela; primero tenía cosas que discutir con él.

Mucho antes de lo que había imaginado, el coche de él aparcó a la entrada de la casa. Joanna sintió que el corazón le latía tan rápido que se le iba a salir del pecho. Todavía tenía el mismo coche, pero, claro, sólo habían pasado cinco semanas.

Se quedó mirando tras las cortinas y lo vio salir del vehículo. Él miró hacia la ventana de su abuela mientras caminaba hacia la puerta. Parecía serio y cansado.

Joanna abrió la puerta, la oscuridad del vestíbulo la protegía. Lo miró con una sonrisa que pretendía ser distante, pero que acabó en una mueca. Matt no sonrió y ella se dio cuenta de que echaba en falta la sonrisa con la que solía recibirla. La saludó con la cabeza, de manera cortante, mientras con la mirada la recorría de los pies a la cabeza.

–Hola, Jo –dijo sin sonreír y ella tuvo que dar un paso hacia atrás porque su cercanía la impedía pensar con claridad. El calor que emitía parecía alcanzarla y, a pesar de todo lo que había sucedido entre ellos, todavía sentía el deseo casi incontrolable de lanzarse a sus brazos.

Un sentimiento odioso, por otra parte.

No había cambiado desde la última vez que lo había visto. Aunque las personas no cambiaban en tan poco tiempo. No, a menos que les ocurriera algún acontecimiento de vital importancia, algo que les arrancara la vida, su existencia y la volviera patas arriba.

Obviamente, nada de eso le había pasado a él.

Matt encendió la luz y se quedó mirándola, su expresión cambió de seria a sorprendida.