Una cita inevitable - Hannah Bernard - E-Book
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Una cita inevitable E-Book

Hannah Bernard

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Beschreibung

Cuando el amor llama a tu puerta, no puedes hacer nada para evitarlo... Después de tantos fracasos amorosos, Hailey había decidido alejarse de los hombres durante un año. Pero cuando llevaba seis meses cumpliendo su promesa, conoció la tentación hecha hombre. Jordan Halifax era increíblemente sexy... y además vivía en la casa de al lado. ¿Qué podía hacer?

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Hannah Bernard. Todos los derechos reservados.

UNA CITA INEVITABLE, Nº 1961 - noviembre 2012

Título original: The Dating Resolution

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1210-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Respirando el familiar olor a tiza en el aula de su amiga, Hailey se revolvió en el asiento tras el pequeño pupitre y miró a Ellen desde la perspectiva de un alumno de nueve años.

–Quiero hacer una declaración –anunció.

–Soy toda oídos –Ellen se las ingenió para responder con el bolígrafo entre los dientes. Luego sacó un termo de su cartera y llenó un vaso de plástico–. ¿Por qué los termos no mantienen caliente el café más de tres horas? –se quejó con una mueca tras quitarse el bolígrafo de la boca y beber un sorbo.

–Éste es un anuncio importante, así que olvida el café y presta atención.

–Parece que es algo serio. ¿Tiene que ver con tus resoluciones de Año Nuevo?

–Desde luego que sí. ¿Qué otra cosa podría ser en estas fechas?

Ellen dejó el vaso en el escritorio y se reclinó en su asiento.

–Bueno, ¿de qué se trata?

Hailey se enderezó en el pequeño asiento.

–¡No más hombres! –exclamó al tiempo que hacía un gesto de rechazo con la mano.

–Vaya, vaya –dijo Ellen mientras volvía la atención al montón de ejercicios que estaba corrigiendo–. De acuerdo. Y también renuncias al chocolate, ¿verdad? ¿Y vas a hacer abdominales todas las mañanas? ¿Y te levantarás más temprano los fines de semana?

Hailey frunció el ceño. Lo malo de las amigas era que la conocían a una demasiado bien, pensó.

–Esta vez va en serio. Y va a durar más de dos semanas.

–Entiendo. Ya que has invadido mi aula debe de ser algo muy urgente.

Hailey miró alrededor.

–Al menos esperé hasta que los chicos se marcharan –dijo sombríamente–. Volviendo al tema, si a temprana edad alguien me hubiera dicho la verdad sobre los hombres, al terminar el colegio habría ingresado en un convento.

–¿Y durante el bachillerato no salías con chicos?

–No, hasta los diecinueve años. Desde entonces mi corazón está lleno de cicatrices.

–Hailey, ¿para qué has venido a verme realmente? –preguntó Ellen, sin dejar de corregir.

–¡Ya te lo he dicho! Quería que fueras la primera en saberlo. Especialmente porque siempre arrastras a los tipos en mi dirección.

–¿Así que no más hombres, eh?

–No más hombres. Por lo tanto, no tienes permiso para presentarme a nadie ni para actuar en contra de mi resolución.

–Comprendo. ¿Así que en principio renuncias a ellos definitivamente?

–Bueno, no –admitió Hailey–. No he perdido totalmente la fe en la otra mitad de la especie humana. Todavía no. Se trata de mí. He cometido tantos errores en lo que a los hombres se refiere que me voy a tomar un año de descanso.

–¿Un año? Hailey, ¿tienes idea de cuán largo es un año? –preguntó Ellen inclinándose sobre su mesa.

–Sí. Son trescientos sesenta y seis días. Será un año sin hombres, sin citas. Nada. Voy a fingir que el otro sexo no existe.

–Estarás en la misma situación cuando el año haya concluido.

–No. Ésa es la cuestión. Piensa, Ellen, ¿en torno a qué tema gira nuestra vida?

Ellen se puso las gafas sobre la cabeza mientras ponderaba la pregunta.

–¿Te refieres a algo práctico o hablas en un sentido filosófico?

–Es muy simple. ¿En qué pensamos y de qué hablamos constantemente?

–¿Es una de tus preguntas del tipo «cuál es el sentido de la vida»?

–No. ¡Hablamos de hombres, Ellen! Nuestra vida gira en torno al tema de los hombres –dijo con un enfático golpe en el pupitre–. Estoy enferma de pasarme la vida rebuscando entre los hombres a fin de encontrar una esquiva pepita de oro.

–Bueno, debes admitir que rebuscar puede ser divertido, aunque no siempre descubras oro. Hailey, estoy segura de que vuelves a estar deprimida.

Hailey negó con la cabeza mientras miraba distraídamente la pizarra que había detrás de Ellen.

–¿Por qué hacemos esto?

Ellen la miró con aquella expresión soñadora que irritaba a su amiga.

–Porque el amor verdadero nos espera en alguna parte, sólo que es difícil de encontrar.

–No. El amor verdadero es un mito inventado por la sociedad. ¿Es que no lo ves? Estamos inmersas en una mentira global. Exista o no el amor verdadero, la auténtica razón por la que nos sometemos es porque es lo que se espera de nosotras. Porque se nos considera inferiores si no tenemos pareja.

–Bueno...

Ellen intentó hablar, pero Hailey no le permitió interrumpirla. Había pasado toda su triste y solitaria Nochevieja, aunque estuviera en una multitud, componiendo mentalmente su manifiesto y Ellen tendría que escucharla, lo quisiera o no.

–Corazones destrozados, eso es lo que sacamos por intentarlo. Citas asquerosas, aflicción y una autoestima que cae en picado cada vez que uno de los muchos idiotas del mundo se muestra tal cual es. No lo hacemos por deseo propio sino por cumplir con lo que la sociedad espera de nosotras. Todo se reduce a la biología. Al margen de los avances tecnológicos, la mujer moderna todavía es esclava de la biología cuando se trata de su felicidad. Cuando no son madres no son felices, a no ser que se dediquen activamente a la caza del que será el padre de sus hijos. Así de sencillo.

Ellen le lanzó una mirada llena de ironía.

–Entiendo. Otra vez has estado leyendo esos libros feministas pseudocientíficos.

–En resumidas cuentas, mi descubrimiento es el siguiente: No hay nada malo en ser una mujer soltera –declaró con énfasis.

Ellen se encogió de hombros.

–Espero que no sea nuestro estado permanente.

–Pero nosotras sentimos instintivamente que hay algo malo en ello –insistió Hailey, sin hacer caso del comentario de su amiga–. Es algo biológico.

–¡Por Dios, Hailey! ¿Qué tiene de malo desear un compañero en la vida? Es humano.

–Exactamente. Ése es mi problema. He descubierto algo en mí misma que no me gusta nada.

–¿Y qué es?

–Que soy adicta a las relaciones sentimentales.

–Oh, Dios, más verborrea psicológica.

Hailey le lanzó una mirada furiosa.

–¡Es que lo soy! –exclamó–. ¿Por qué siempre te hago confidencias si no cuento con tu simpatía ni tu comprensión? ¿No se supone que eres mi mejor amiga?

–De acuerdo –dijo Ellen en tono conciliador mientras metía los ejercicios corregidos en la cartera–. Seré buena. Háblame de tu adicción.

Hailey se mordió el labio inferior.

–Sólo me siento feliz cuando estoy viviendo una relación sentimental.

–¡Vamos! ¡Eso no es cierto!

–¡Lo es! Por eso me precipito antes de estar preparada y de que el tipo lo esté, antes de saber si es eso lo que queremos, antes de conocernos mejor. Y cuando se rompe la relación por la razón que sea, me lanzo sobre la siguiente, ansiosa por hacerlo bien esa vez. Es un ciclo pernicioso.

–Vamos, Hailey, tampoco es tan dramático.

–Te pongo un ejemplo: Dan. Nunca confiaste en él. Sabías que era una rata antes de que yo quisiera darme cuenta. Estaba tan desesperada intentando que la relación funcionara que ignoré todas las señales de peligro, las mentiras, los engaños.

–El amor es ciego.

–¡No! El amor no es ciego. Yo sí lo soy.

–Hailey, lo que pasa es que últimamente ves muchos de esos programas pseudopsicológicos en la televisión.

Hailey cruzó los brazos sobre el pecho.

–Muy bien, búrlate de mi brillante teoría; aunque lo que importa es si vas a apoyar mi decisión.

–¿Un año sin citas? –Ellen se encogió de hombros–. Por supuesto. No te hará daño. Un año no es nada. Pero asegúrate de tener siempre chocolate a mano.

–He renunciado al chocolate también.

–¡No se puede renunciar a los hombres y al chocolate al mismo tiempo, Hailey! Sería una tortura.

–Tienes razón. Lo del chocolate queda para el próximo año.

–¿Y qué va a pasar cuando acabe el año?

Hailey se encogió de hombros.

–Habrá terminado el ciclo pernicioso, me habré aclarado la mente y podré ver las cosas desde una perspectiva diferente. Estaré más capacitada para diferenciar lo que es oro verdadero de lo que no lo es. O tal vez pueda aceptar que Don Perfecto no es más que un mito romántico y que seré más feliz si dejo de intentar hacer una realidad de lo que no es más que una patética fantasía infantil. Somos mujeres modernas. Podemos hacer todo lo que deseemos. ¿De acuerdo?

–Bueno... de acuerdo.

–¡Claro que sí! Podemos disfrutar del compañerismo, de la amistad, podemos tener una carrera, incluso hijos sin tener que implicarnos en el amor romántico. ¡No necesitamos a los hombres!

–Pero recuerda que también necesitas que te digan al oído dulces tonterías, que te abracen amorosamente mientras duermes y... otras cosas que sólo los hombres saben hacer.

Hailey negó con la cabeza.

–Se paga un precio muy alto por todo eso. Durante estas vacaciones he estado pensando por qué me aflige mi vida sentimental, por qué me asusta no tener una cita los fines de semana. La verdad es que las citas me hacen sentir despreciable. Soy más feliz cuando me tomo un respiro. Desgraciadamente, nunca dura el tiempo suficiente y nuevamente acepto salir con un chico pensando que esa vez será diferente. He confiado en tantos mentirosos, desperdiciado tanto tiempo con perdedores y siempre para evitar el horrible y paralizante pensamiento de que estar soltera a los treinta años es algo terrible. He tenido demasiado de eso, así que he decidido parar.

–De acuerdo, Hailey. Has tenido mala suerte con tus novios. Pero eso no significa que no haya un chico decente en alguna parte.

–Ah, alguien, en algún tiempo, en algún lugar. Probablemente el mío se encuentra en Alfa Centauro y nacerá en el siglo veinticinco.

Ellen la señaló con el bolígrafo.

–Hablo en serio. Siempre hay alguien para cada cual. Y más importante que eso, es que tu mala suerte con los chicos no se debe a que algo funcione mal en ti.

Sí que había algo que no funcionaba en ella. Esperaba que no fuera un defecto de personalidad. Sin embargo, albergaba la esperanza de poder superarlo, de poder corregir hábitos arraigados. Si de veras había una pepita de oro en alguna parte, nunca la descubriría si insistía en continuar con la nariz metida en el barro por pura desesperación.

–Lo único que necesito es un tiempo para mí misma. Lejos de las citas. Necesito una oportunidad para liberarme de este ciclo diabólico y poder empezar de nuevo.

Aunque Ellen puso los ojos en blanco, Hailey detectó un brillo de simpatía y comprensión en la mirada de su amiga.

–Te apoyaré en esto, Hailey, aunque insisto en que ves demasiados programas de telerealidad.

Capítulo 1

Después de llamar a la puerta varias veces, intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave.

Había cruzado medio mundo en un avión para encontrarse con una puerta cerrada a cal y canto. Jane le había dicho que alguien la recibiría.

Tal vez ese «alguien» se había retrasado. Entonces hizo a un lado las maletas y se sentó en el escalón. Jane no atendía su teléfono móvil, así que sacó del bolso el impreso del último correo electrónico para comprobar la dirección. Sí. Estaba en el lugar correcto y hacía veinte minutos que había llegado a la hora correcta.

Bueno, al menos la casa y la calle eran bonitas. La calle era tranquila a pesar de los gritos de unos niños que corrían de arriba abajo en sus bicicletas, aunque para una profesora como ella, era sólo un ruido de fondo sin importancia.

Estaba tan concentrada observando a los niños que casi dejó escapar un grito cuando una sombra se proyectó sobre ella.

–Lo siento. No quise asustarla. ¿Usted es Hailey?

Ella le echó un vistazo. Parecía ser una sombra alta y amenazadora, pero al menos su voz no lo era. Probablemente era el «alguien» que esperaba.

–¿De dónde ha salido?

–De la casa vecina. Salté la valla, así que posiblemente no me vio venir. Soy Jordan Halifax –se presentó al tiempo que se hacía a un lado, de modo que Hailey pudo verlo bien. Sí, era alto, amenazador y desaliñado de un modo muy atractivo. Un ejemplar «peligroso» como sus amigas y ella solían denominar a ese tipo de hombre–. Jane me pidió que saliera a recibirla.

En Alaska también había hombres sexys. ¡Maldición!

Aunque tampoco importaba porque durante otros cinco meses no tendría nada que hacer con hombres sexys. Ni verlos, ni oírlos, ni hablar con ellos.

–Hola. Jane me dijo que alguien vendría y adivino que es usted. ¿Tiene mi llave?

–Siempre está debajo de la maceta –Jordan indicó con la cabeza un tiesto de terracota que había junto a la puerta–. ¿No se lo dijo Jane?

Hailey desplazó un poco la maceta y efectivamente vio una llave un poco oxidada.

–Sí, aquí está.

–Bueno. ¿Todo en regla? ¿Alguna pregunta? –inquirió él con la intención de marcharse.

–¡No puedo creerlo! Esto no es prudente –exclamó ella mostrándole la llave–. Es una invitación para que un asesino en serie entre en la casa.

–¿De veras?

–¡Sí! ¿Y si alguien ha hecho una copia?

Él se frotó el cuello al tiempo que la miraba como si estuviera loca.

–Puede cambiar la cerradura si eso le hace sentirse mejor.

–¿Para qué molestarse en cerrar la puerta con llave si luego la dejan en un lugar tan obvio como éste? –preguntó señalando la maceta.

Jordan sonrió.

–Por eso nunca cierro la puerta con llave.

Al ser una chica de Los Ángeles esa declaración le produjo una grave conmoción cultural.

–¿Todavía no lo han asesinado en su cama?

–Creo que no. Alaska es demasiado fría para ser el infierno y esta calle demasiado bulliciosa para ser el paraíso –comentó indicando a los niños–. Esto va a durar hasta el comienzo de las clases. Los chicos aprovechan su último fin de semana para divertirse todo lo que pueden. Generalmente no hay tanto ruido en la calle.

–No es un problema para mí. Soy profesora. Estamos acostumbrados a esta clase de ruidos.

Jordan sonrió con un encanto que a ella la calentó por dentro. Maldición. Pero no había razón para alarmarse. Ese hombre ni siquiera era su tipo. Peligroso, sí, pero demasiado desaliñado.

A ella le gustaban los hombres bien arreglados. Ese Jordan llevaba demasiado largo el pelo ligeramente ondulado y, aunque parecía haberse afeitado, no lo había hecho con esmero.

Ella sentía inclinación por los tipos con traje y corbata, cuidadosamente peinados, afeitados y con los zapatos brillantes.

En cambio, las zapatillas de tenis de su vecino tenían el aspecto de haber conocido tiempos mejores.

Ese razonamiento le hizo sentirse mejor. Estaba claro que aquel Jordan no sería una tentación para ella.

–Me imagino que Jane le dijo mi nombre. En todo caso, soy Hailey Rutherford –dijo al tiempo que le tendía la mano formalmente.

–Bienvenida a Alaska –saludó Jordan mientras se la estrechaba.

Ella sintió la calidez del contacto al tiempo que detectaba un destello de interés en sus ojos. La mano era grande y cálida aunque sostuvo la suya unos segundos más de lo necesario.

¡Oh, no!

–Estoy casada –dejó escapar impulsivamente en tanto retiraba la mano rápidamente y escondía la otra detrás de la espalda para ocultar la ausencia de un anillo de boda–. Felizmente casada.

Los ojos grises de Jordan brillaron divertidos mientras intentaba disimular una sonrisa con una mueca. «¡Qué chica más sutil!», pensó Hailey con los dientes apretados.

–Enhorabuena. Me alegro mucho.

–¡Papá!

Uno de los pequeños alborotadores se acercó corriendo y saltó a la espalda del hombre

Maldición. Su vecino tenía familia. Le habían fallado las antenas.

Una cara de duende la observó por encima del hombro del padre. Tendría unos siete u ocho años. Incluso hasta podría ser uno de sus alumnos, pensó Hailey con excitación.

–Hola –saludó el niño.

–Hola. ¿Cómo te llamas?

–Simon. ¿Usted es la nueva señorita Laudin?

Jordan lo bajó al suelo.

–Ella es la señora Rutherford. Simon estará en su clase.

–Encantada de conocerte, Simon –saludó Hailey con una amplia sonrisa–. Tal vez puedas enseñarme el camino al colegio. La señorita Laudin me dijo que no queda muy lejos.

El chico la miró fijamente.

–Vivo al otro lado del colegio. ¡Por allí! –exclamó indicando en dirección este–. Voy en el autobús.

–Simon vive con su madre y su padrastro, pero pasa mucho tiempo conmigo –explicó Jordan.

–La señorita Laudin es muy buena. Y es más bonita que usted. Y es señorita, no una señora.

El tono petulante del niño fue como un timbre de alarma para Hailey. Si los niños adoraban a su maestra tendría dificultades. Pasaría algún tiempo antes de que se acostumbraran a ella. Bueno, también era parte del desafío.

–¡Simon! Sabes muy bien que eso no ha estado bien. Debes disculparte con la señora Rutherford.

–Lo siento –dijo Simon, sin la menor sinceridad.

–Sé que lo has hecho sin intención. Disculpas aceptadas.

Con un gruñido, el chico se alejó corriendo.

–Bueno, voy a explorar mi nueva casa –dijo Hailey al tiempo que buscaba la llave en el bolsillo del pantalón.

–Por supuesto. ¿Su marido vendrá pronto?

–No. Él está... lejos. No nos veremos hasta las Navidades.

–Es una pena. ¿A causa de su trabajo?

–Sí.

–¿Y qué clase de trabajo lo mantiene lejos tanto tiempo?

Preguntas y más preguntas. Y ninguna respuesta por su parte. Hailey lo miró intentando no fijarse en lo bien que le sentaba el jersey. No, no podía decirle que no era asunto suyo porque sería una grosería por parte de la nueva profesora de enseñanza primaria en un pequeño pueblo de Alaska. Además, era un vecino solícito y amigo de Jane.

A juzgar por la mirada expectante de Jordan, la inspiración tardó en llegar a su mente.

–Trabaja en una plataforma de perforación petrolífera, en Siberia. Como ve, está muy lejos, así que no viene a casa muy a menudo.

Jordan alzó las cejas.

–¿Una plataforma de perforación en Siberia?

–Sí,... en Siberia –repitió con la esperanza de que en esa región hubiese plataformas petrolíferas.

–Fascinante. ¿Y qué hace allí?

–Es ingeniero –informó al tiempo que intentaba forjarse la imagen del marido ficticio–. Mantenimiento de maquinaria y cosas por el estilo. ¡No está mal! –dijo, orgullosa de sí misma por una respuesta tan inteligente.

–Entiendo. Bueno. Me parece que todo está en orden en la casa. Si hay algún problema, no dude en llamarme o llamar al propietario si es algo serio.

–¿Serio? ¿Como qué?

Jordan se encogió de hombros.

–No lo sé. Sólo estoy recitando las instrucciones de Jane. Dejó comida en el frigorífico y también en el congelador.

–Muy amable por su parte.

–Jane es una excelente persona. Me dijo que había dejado varias notas para explicarle el funcionamiento de la casa. De todos modos, mi número está en el teléfono de Jane. Aunque también bastaría con un grito por la ventana –dijo con una sonrisa mientras se alejaba–. ¡Cuídese!

–¡Gracias! Te veré en el colegio, Simon –dijo Hailey al chico que estaba colgado de la valla que separaba ambas casas.

Con el ceño fruncido, Simon la saludó con la mano.