Mi perversión - Angy Skay - E-Book

Mi perversión E-Book

Angy Skay

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Beschreibung

Emma Wilson Rota. Una muñeca triste y rota. Quizá pienses que lo que estoy contándote no tiene sentido, pero cuando rozas la línea de olvidarte de ti mismo, tu vida cambia. Llega un momento en el que nada tiene sentido, en el que tú no tienes sentido. Ahí es cuando te das cuenta de que si no te quieres a ti mismo, jamás podrás querer a nadie con el corazón en la mano. Esa soy yo, una mujer que se consideraba risueña y loca, a la que le llegaron nuevas oportunidades sin buscarlas y, con ellas, muchos problemas de los que no conseguí escapar. Lo principal es que estoy hundida en un pozo por la persona a la que más amo. Se llama Edgar Warren, y tiene el poder de destruirme o salvarme. ¿Quieres conocerlo? Permíteme que te cuente la historia de una mujer a la que un solo hombre destruyó.

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Mi perversión

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos) Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Angy Skay 2021

© Editorial LxL 2021

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: febrero 2021

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-18390-22-7

Mi

perversión

parte ii

Angy Skay

Las personas llegan a tu vida.

Otras veces, te sacan de ella.

Angy Skay

A mi niña, Ellery.

Índice

1

Edgar

2

ENMA

3

EDGAR

4

ENMA

5

6

7

EDGAR

8

ENMA

9

10

11

12

EDGAR

13

ENMA

14

15

16

17

18

EDGAR

19

ENMA

20

21

EDGAR

22

ENMA

23

EDGAR

24

25

ENMA

26

27

28

EDGAR

29

ENMA

30

31

Continuará…

Agradecimientos

Biografía de la autora

1

Edgar

La villa que habían escogido para esa ocasión me pareció más que ostentosa. No recordaba haber estado tan poco receptivo en ninguna de las fiestas que Waris Luke había organizado en el pasado. Ni siquiera había mostrado el nulo interés que tenía por que aquella celebración se llevase a cabo.

La gente vestía tan elegante que pensé que iban a una boda en vez de a un acto que informaba sobre los nuevos avances en los negocios. «Como siempre en este tipo de fiestas», me recordó mi mente. Quizá había hecho una desconexión total de mi anterior vida y ya ni siquiera guardaba los recuerdos que no me interesaban.

Observé a Mark al otro lado del jardín, que elevaba una copa en mi dirección y me miraba con una gran sonrisa. Aquel cabrón sí que había tenido suerte al seguir trabajando para mí. Con la evolución de la cadena, había triplicado el sueldo y subido unos cuantos peldaños.

A mi izquierda, pude ver a Lincón con un par de mujeres y con aquella cara de viejo verde que lo perseguía allá donde fuese. Di gracias a mi nuevo abogado, ya que consiguió sacarlo de cualquier negocio a medias que tuvimos en el pasado. Aun así, él aseguró que seguiríamos igual, sin rencores, pero yo no me creí sus palabras ni una mierda. No hay que ser muy listo para darse cuenta del sentimiento maligno que provoca que te aparten de cualquier tipo de negocio, y más aún cuando sabes que está dándote unos frutos que pueden hacerte muy rico. A mi anterior abogado, Paul, no volví a verlo, detalle que agradecí. La lealtad era una de las virtudes que sumaban puntos en mi lista, y él la había destrozado, aunque ahora la relación con Morgana fuese tan distinta y extraña como nunca imaginé.

Dos palmadas en mi espalda provocaron que girara el rostro lo justo para ver a Luke, que aceleraba el paso por el jardín perfectamente decorado hacia el escenario que había en medio de la mansión. Un breve vistazo fue suficiente para fijarme en los detalles de la piscina, iluminada hasta decir basta; en el escenario de delante, hacia donde Luke se encaminaba; en el gigantesco espesor verde que rodeaba toda la casa, colmada de luces llamativas, y en los altavoces último modelo que amenizaban el ambiente con música clásica.

Qué asco daba.

Qué asco dábamos la gente que teníamos dinero.

Sin embargo, en mis tiempos de miseria, había aprendido —o, más bien, una persona me había enseñado— lo que significaba la palabra humildad. Empatía. Y lo había aprendido a base de bien. Ahora, contemplando todo lo que tenía a mi alrededor después del levantamiento de Waris Luk y los éxitos que se sucedieron tras la detención de Oliver, veía que lo tenía todo. Incluso mucho más que antes. Pero había algo crucial que me faltaba en la vida, y se llamaba Enma Wilson.

Cinco meses.

Cinco meses sin saber nada de ella desde la última visita a la comisaría, sin poder localizarla, sin conseguir que cualquier amigo suyo me diese una pista; ni siquiera Luke, que se había cerrado en banda y no tocaba siquiera el tema. Lo único que me decía era «Estará bien», y a mí me entraban unos instintos asesinos tan grandes que un día, si no lo maté, fue porque mi madre estaba conmigo.

«Juré que no hablaría de ella, y esta vez cumpliré mi promesa». Promesa, había dicho el gran mamón, y esa vez sí que se fue con un ojo morado. Sabía que Luke no era el culpable, sino yo, que la había apartado de mi lado yo solito. Sin embargo, los días se sucedían como si de una rueda se tratase y mi vida se encontraba vacía. Por no hablar de mi hija.

Había visto una ecografía; y de puro milagro, porque le cogí el teléfono móvil a mi madre, a escondidas y como si tuviese trece años, y abrí una conversación muy asidua con Enma ese mismo día. No sabría calcular la de semanas que estuve tan cabreado que ni siquiera fui capaz de mirarla. Juliette argumentó que pensaba contármelo, que se la había enviado esa misma mañana. Y era verdad, pero la rabia me cegó tanto que no supe controlarla. La relación que ambas tenían se terminó tan pronto como añadí su número y comencé a llamarla como un desesperado, bajo la amenaza constante de mi madre para que no lo hiciese. Eso fue muy pocos días después de enterarme de que ya se había marchado a saber dónde. Desde ahí, la única posibilidad que tenía de saber de ella también se fue al traste.

Dakota.

La pequeña se llamaría Dakota, tal y como le dijo Lion. Y hasta ahí podía leer, porque no sabía una mierda más. ¡Si hasta mis hijos habían hablado con ella! Me preguntaban a todas horas cuándo vendrían, si tendrían una prima nueva o una amiga. ¡Una prima o una amiga! ¿Y cómo les explicaba que su padre se había portado como un cabrón con Enma y que Dakota no sería su prima, sino su hermana? Pues a esas alturas no lo sabía, porque tampoco tenía claro que pudiera conocer a mi hija.

—No tienes mucha prisa por llegar.

La dulce voz de Morgana me sacó de mis pensamientos a medida que llegaba a la primera barra. Alcé el mentón y me la encontré tan despampanante como siempre. Su figura estaba cubierta por un vestido de noche de color blanco hasta los pies, con una gran abertura en la pierna derecha. El contraste con aquel cabello rojo como el fuego era espectacular, y de no saber cómo era ella —o, según decía, había sido—, habría caído en sus redes por segunda vez sin pensarlo.

Me acerqué con pasos largos y deposité un beso en su mejilla.

—No. La verdad es que ninguna —le contesté. Ella sonrió y posó su mano con cariño en mi hombro. Obvié la caricia oculta en ese gesto—. ¿Cómo te encuentras hoy?

—Mucho mejor. Parece que las heridas de guerra van curándose poco a poco.

Había tardado unos meses en poder recuperarse de la herida de bala, gracias a su padre. Durante un tiempo, estuvo en estado crítico. Luego, la valentía que Morgana siempre tuvo salió a relucir y sobrevivió, incluso cuando su madre y yo pensábamos que moriría en el hospital tras un gran bajón.

—Entonces, disfruta esta noche. Emborráchate y permítete una buena juerga.

—De eso, tú sabes mucho últimamente. —Se acercó a mí.

Esa vez no retrocedí. La miré con atención y enarqué una ceja.

—¿Quién dice eso?

Sonrió, y noté un leve rubor en sus mejillas al sentirse inspeccionada por mí.

—Ya sabes, la gente habla. ¿Cómo estás? —me preguntó, cambiando el tono. Aunque nunca había hablado sobre Enma, sabía que se refería a ella.

—Bien —me limité a responderle de manera tajante.

Llevaba meses intentando que la dejase aparecer por casa; la casa de mi madre, la cual seguíamos manteniendo y que arreglamos por completo después del incendio. Todavía no concebía la idea de dejarla a solas con Jimmy y Lion. Ni siquiera me veía capacitado para contarles quién era ella, aunque tampoco lo requería. Y así me lo hizo saber Morgana en los cientos de veces que mantuvimos la misma conversación. Los mismos cientos que le había dicho que no. Podría estar equivocándome, como tantas veces lo hacía, pero si durante todos esos años no se había preocupado por los que un día fueron sus hijos, ahora tampoco tenía tanta importancia, y no pensaba permitir que les pusiese la vida patas arriba. Una cosa era comenzar a fiarme de ella y otra ser gilipollas. Retomó su trabajo en Waris Luk y se encargaba de llevar el cierre de acuerdos con algunas cadenas e incluso viajes concretos. Sabía de sobra que le encantaba aquel cargo, y en cierto modo estaba en deuda con ella por haber salvado a Enma de aquel disparo que podría haber sido mortal para ella o para el bebé.

Carraspeó y cambió de tema, tratando otra vez de sonar distendida:

—Estarías mejor en tu casa, arreglando esa tartana de coche lleno de grasa hasta las cejas. Me parece increíble que te hayas vuelto así. —Rio con fuerza.

Pedí un whisky, le di un sorbo y volví mi atención a ella, que me contemplaba expectante.

—Es un Mustang del 64, no una tartana. Y no me he vuelto así; siempre lo fui.

Puso los ojos en blanco y se llevó su copa de champán a los labios con mucha delicadeza, más de la habitual, y supe que mi comentario le había dado de lleno. Porque eso solo quería decir que, durante todo el tiempo que habíamos compartido, no se había molestado en conocerme ni en prestarme la suficiente atención para averiguar esos detalles. No hurgó en el asunto, siendo consciente de dónde acabaría la conversación. Otra cosa no, pero Morgana era experta en desviar temas que no le interesaban o que no era capaz de afrontar porque no podía rebatirlos.

—Con todo el dinero que tienes, podrías comprarte el coche que quisieras sin tener que mancharte las manos de grasa. Y, por supuesto, de una época moderna.

Negué con la cabeza y me marché de allí en dirección a Luke, dejándola con una sonrisa en la boca y, seguramente, con un suspiro de tranquilidad. Intentaba alejarme lo suficiente de Morgana. No quería que malinterpretásemos nuestra situación. No quería que se confundiese. Y sus ojos, desde hacía unos meses, me decían todo lo que pensaba.

A medida que avanzaba, fui saludando a la mayoría de los invitados. Habíamos cerrado un acuerdo con la cadena de Luke y la fiesta se había organizado por todo lo alto. Luke había conseguido subir a la cima y mantenerse allí y me alegraba, aunque no me apeteciese permanecer en aquella fiesta. Solo esperaba que, con el tiempo, no se diese un golpetazo.

Al verme, Luke le sonrió a la mujer con la que hablaba y se despidió de ella con un breve apretón en su brazo. Encaminó sus pasos hacia mí y yo le di otro trago a mi bebida.

—Creo que alguien está haciéndote ojitos —le dije con picardía y una sonrisa.

—¿Te refieres a los mismos ojitos que lleva haciéndote meses tu exmujer? —malmetió.

—Eso es trampa. —Lo señalé—. Eres un rastrero.

—Un rastrero al que le gustan los hombres y que, por supuesto, tiene razón. ¿Has pensado que casarte conmigo sería una buena opción?

Lo miré muy mal y me bebí el whisky de un trago. Solté el vaso en la bandeja de uno de los camareros que avanzaba por mi derecha y me reajusté la chaqueta de mi traje negro.

—Que te jodan, Luke.

Levantó las manos en son de paz y rio con mucha fuerza.

—Es verdad —comenzó con voz de orangután—, soy muy macho para tan poco hombre. —Cambió el tono a uno más afeminado, nada que ver con el suyo habitual, y lo acompañó de un aleteo de pestañas—: Cari, ¿subes conmigo al escenario?

Me reí y le propiné un golpe con el puño en el hombro.

—Eres un gilipollas.

—Un gilipollas que te encanta. Venga, no me jodas, seríamos la pareja perfecta. Es que no lo entiendo. Solo pones impedimentos para que nuestra relación funcione. Si luego quieres acostarte con mujeres, lo entenderé, y me dará igual quién sea. No seré un celoso de mierda. Te lo juro.

Lo examiné durante unos segundos, y supe que arrugaría el rostro en cuanto escuchara mis siguientes palabras:

—Dime dónde está Enma y me caso contigo.

Una sonrisa afloró en mis labios al ver su mueca de desagrado. En el fondo, no pretendía estar repitiéndoselo constantemente, pues era consciente de que él sufría en muchas ocasiones.

—Sabes que no lo sé —añadió, sin despegar sus ojos de mí; esa vez, con mucha seriedad.

Lo ignoré y caminé con decisión hasta el dichoso escenario, al que no me apetecía subir para nada. Dejé que Luke tomara la palabra e inspeccioné a las personas que nos contemplaban mientras escuchaban la verborrea que mi amigo soltaba. Sin embargo, pocos minutos después, apreté los dientes al fijarme en una figura situada bajo uno de los árboles que había al final del jardín. Supe que mi rostro se había transformado, pues no estaba escuchando a Luke, que me observaba con la mano extendida; seguramente, para darme paso en la conversación que debíamos llevar los dos entre risas y estupideces. Pero mis ojos no se apartaban de aquella figura.

—¿Edgar? —me llamó Luke, y fui consciente de que todo el mundo me miraba.

Giré sobre mis talones y anduve en dirección al árbol, no sin antes pedir unas simples disculpas ante la cara de asombro de Luke. La gente me escudriñaba, aunque a mí no me importaba. Seguí caminando; cada vez más rápido, cada vez más frenético. Hasta que mi cuerpo se perdió en la oscuridad de la noche al acecho de unos ojos verdes que destellaban en exceso sin dejar de observar mis pasos.

—Warren.

—Campbell.

Nos desafiamos con la mirada durante muchos minutos. No supe cuántos, pero los ojos me escocían y los dientes rechinaban dentro de mi boca. Tenía mis motivos para hacerlo. Las amenazas volaban de un lado a otro.

Al ver que no pronunciaba ni una sola palabra, decidí intervenir:

—Márchate de aquí. No eres bienvenido.

Abrió los labios, como si tuviese la intención de pronunciar algo, y después los cerró. A continuación, se juntó mucho a mi rostro y me dijo:

—Lark está vivo.

Arrugué el entrecejo, sin querer entender lo que acababa de decirme. Di un paso adelante, acercándome más a él.

—¿Qué has dicho?

—Que Lark está vivo. Hasta el momento, creo que hablo a la perfección. Pensaba que eras un tipo listo, pero ya veo que me equivocaba.

—Déjate de soplapolleces —gruñí.

Lo vi dudar, sin embargo, terminó diciendo:

—Eso quiere decir que, si no damos con él, Oliver saldrá de la cárcel y tendremos que poner a Enma en…

—A Enma no tienes que ponerle nada —escupí con malas formas, sin dejarlo acabar.

—¿Acaso sabes algo de ella después de cinco meses? —me preguntó con inquina. En sus ojos pude ver el reflejo de la victoria, lo que me dio a entender que él sí sabía dónde estaba.

—Si lo sé, no pienso decírtelo.

Sonrió con superioridad y me dieron ganas de borrarle la sonrisa a puñetazos.

Tenía que encontrarla.

Y debía hacerlo antes que él.

2

ENMA

Me tumbé en la orilla de la playa y elevé mi rostro para que los rayos del sol incidieran directamente en mi piel. Toqué mi abultado vientre y permití que el vestido, el cabello y todas las partes de mi cuerpo se impregnaran de arena. Cerré los ojos y suspiré.

Habían pasado cinco meses desde el incidente de la cabaña y lo recordaba todo a la perfección. Oliver fue detenido por asesinato, falsificación de datos, blanqueo de capitales y un sinfín de delitos más que no quise ni escuchar. Antes de que se lo llevaran, contempló el cuerpo casi sin vida de Morgana y algo en él cambió. Algo tan grande como las ansias de venganza. Mirándome a los ojos, me juró y perjuró que me arrepentiría de lo ocurrido, como si el simple hecho de volverse loco disparando a todos hubiese sido mi culpa. Como si que su hija estuviese herida hubiese sido mi culpa. En un primer momento, entré en shock al ver que Edgar se escurría a la vez que Oliver, sin embargo, el que recibió los dos impactos de bala en la pierna fue Oliver, por parte de Klaus, el inspector de policía que llevaba el caso.

A Edgar también lo detuvieron por secuestro premeditado, pero ya no sabía si todo había sido una patraña más entre la Policía y él o no. Mientras lo tenían apoyado sobre un escritorio colocándole las esposas, me contempló con una clara súplica en su mirada; una súplica que pedía perdón pero que también decía verdades. No obstante, mi mente había llegado a un punto de desconexión, y lo único que deseaba era estar sana y salva, lejos de engaños, falsas promesas, mentiras y asuntos turbios, como el motivo por el que me encontraba allí.

Terminé enterándome de todos los planes que unos y otros habían urdido en conjunto con el fin de cazar a Oliver y de que la Policía lo detuviese. Edgar le hizo creer que estaba de su lado; aunque en el fondo siempre lo estuvo, pues me había engañado desde el minuto uno. Y por mucho que se hubiese enamorado de mí, no tenía perdón ni excusa para no habérmelo contado.

Morgana trató de confundirlo de la misma manera, y a eso se le sumó la supuesta noticia falsa de que ellos dos se reconciliaron, dándole como recompensa lo que Oliver siempre había querido: que Waris Luk fuese de Morgana para después poder quitársela a su hija. También era otra mentira como una catedral de grande, pues, a efectos legales, nada de eso había ocurrido. Luke, simplemente, los ayudó a cada paso, lo que dio como resultado que yo estuviera en aquella cabaña como cebo. Edgar tuvo el plan urdido al milímetro, e hizo pensar a Oliver que me había engañado con sus artimañas con el fin de que firmara aquellos documentos que declinaban la herencia para después, tal y como dijo, deshacerse de mí. Morgana había avisado a la Policía semanas atrás, y junto con Luke llevaron a cabo una investigación para que pudieran juzgarlo por más de un cargo. De esa manera, Oliver se pasaría una buena temporada en la cárcel.

A fin de cuentas, me sentía la persona más utilizada por todo el mundo. Y cuando Oliver apareció en mi agencia, supe que su única intención no era otra sino asustarme y hacerme saber con quién estaba tratando, para que, llegado el día, si me enteraba de la ostentosa cantidad de dinero que me había dejado su hermano, tuviera claro a quién pertenecía. Al final, Oliver creyó que todos estaban de su lado, cuando lo que en realidad sucedió fue que confabularon en su contra. Incluida su mujer, al enterarse del asesinato de Lark; cuerpo que supuestamente también tenían localizado. Todo era un sinfín de suposiciones que no acababan nunca.

No acudí al hospital para ver a Morgana. Milagrosamente, la bala no la había matado y se recuperó con lentitud. No me parecía lo correcto visitarla, y pese a que ella había recibido esa bala por salvarme, pensé que no era apropiado aparecer allí como si nada cuando, con seguridad, su madre sabría muy bien quién era yo. No quería darle el día a nadie, y mucho menos estando tan crítica. Supe por Luke que Edgar sí había ido a visitarla constantemente, y también pude ser testigo de que, gracias a un periodista que se encontraba en el momento ideal en el hospital, no solamente se decían dos palabras, no. También había abrazos en sus visitas, caricias y tenues sonrisas arrebatadas que durante unos días me llenaron de celos pero que, tan pronto como pude, sustituí por odio.

En esa semana, mis amigos no se separaron ni un instante de mí, incluido Luke, quien, enfadado por no haberle contado lo de mi embarazo, no había día que no me lo recriminase. Me mudé a la casa de Susan de manera provisional, pues, aunque Katrina y Luke insistieron, no quise prolongar más de unos días el viaje a Galicia. Por supuesto, la casa de Luke no era una opción. Por nada del mundo pensaba encontrarme con Edgar cara a cara. De hecho, no quería volver a encontrármelo nunca.

La última mañana que estuve en Mánchester, Susan y Dexter me acompañaron a la comisaría. No tenía muy claro para qué debíamos volver, porque no me habían dado muchas explicaciones por teléfono. Edgar había estado llamándome desde el día en que lo detuvieron en la cabaña. Primero, con su número de móvil, por lo que el segundo día, cuando vi que no cesaba, lo bloqueé de todos los sitios posibles para que no continuara insistiendo. Pero, obviamente, no fue así. Después, un día tras otro, los números desconocidos fueron apareciendo en mi pantalla, así que al final opté por cambiar el mío. Hasta la fecha, no había tenido noticias de él.

Necesitaba olvidarme definitivamente de Edgar Warren.

Antes de acudir a la cita, le pregunté a Klaus unas diez veces si solo me habían citado a mí, y me confirmó que sí. Con esa tranquilidad, entré en la comisaría acompañada de mis amigos. Miré a mi alrededor y lo vi a lo lejos, saliendo de una de las salas con cara de mal humor. Alzó el mentón y sonrió, lo que me puso nerviosa. Era como si el mal carácter se le hubiese esfumado de un plumazo.

—Uh, el poli está haciéndote ojitos —añadió Dexter, dándome un codazo.

—¡Cállate! —lo regañé—. ¿Tú has visto la barriga que tengo? Si se fija en mí el ginecólogo, es porque no le queda más remedio.

Toqué con delicadeza mi prominente vientre, pequeño pero llamativo por aquel entonces.

—Ahí viene. Derecho —murmuró Susan, dándome esa vez un suave codazo en el costado.

Carraspeé al verlo avanzar con grandes pasos. El uniforme le quedaba como anillo al dedo. Llevaba el cabello rubio un poquito largo y peinado de forma desenfadada. Sus ojos verdes brillaban en exceso según se acercaba, y el aspecto de chico malo, desde luego, no le pegaba para nada con el trabajo que tenía.

—Buenos días, Enma. ¿Cómo va esa herida?

Sonrió, y esa sonrisa se me antojó deslumbrante. Desde el primer momento en el que me tomó una breve declaración en la cabaña, había estado preocupándose con asiduidad por mi estado de salud. De hecho, había acudido tres o cuatro veces a la casa de Susan. En este caso, se refería al rasguño de la bala que llevaba en el brazo gracias a Oliver.

—Buenos días… Bien —musité sin escucharme.

Su sonrisa se hizo más grande. Miré de reojo a Susan, que casi babeaba. Dexter estaba al asalto y se juntaba en exceso a mi costado.

—No te robaré mucho tiempo. ¿Me dijiste que te marchabas mañana?

—Sí. No quiero demorarlo más.

—¿Adónde me dijiste que te ibas? —me preguntó con picardía y una sonrisa ladina.

—No te lo dije.

Volvió a sonreír y escuché el carraspeo, esa vez, por parte de Susan. Klaus ensanchó más sus labios y, cabeceando, añadió:

—Eres dura. Pero me lo dirás. —Me señaló con el dedo.

—No lo creo.

—Ya tengo tu teléfono —me vaciló.

—No me quedó otro remedio —me justifiqué.

—No tendrías que haberle dado el nuevo, ejem..., ejem…—La voz de Dexter nos sacó de aquella batalla de puntadillas. Lo miré con mala cara por soltar ese comentario.

Klaus soltó una pequeña carcajada y alzó sus cejas con gracia. De reojo, pude ver cómo le guiñaba un ojo a mi amigo.

—Ahora os la devuelvo.

—Si quieres, puedes entretenerte un rato. No tenemos prisa —puntualizó Dexter.

Miré hacia atrás y le hice un gesto con mi dedo como que iba a cortarle el cuello cuando saliésemos. Él me lanzó un beso y Klaus se rio un poquito más a nuestra costa. Por lo menos, con nosotros se lo pasaba bien. A la vista estaba.

Me ofreció su mano para que lo acompañase y adelanté el paso, agachando la mirada un pelín. Pasé parte de mis cabellos rubios por detrás de mi oreja, y cuando elevé mis ojos, seguía mirándome. Enarqué una ceja, con una interrogación patente en mi gesto, y volvió a mostrarme su perfecta dentadura blanca, para después pasarse una mano con cierto erotismo por el fuerte mentón, enmarcado por una barba incipiente, rubia también.

—Ah, Enma, se me olvidaba. No me habían comentado nada, pero han citado también… —Abrió la puerta. En vez de entrar, me quedé paralizada y dejé de escucharlo. Klaus colocó una mano en mi espalda con tacto y, al ver mi cara, me sugirió—: Si quieres, podemos hacerlo en otra sala. Solos.

El hombre que se encontraba sentado en una de las sillas alrededor de la mesa se levantó con gesto intimidante. Me miró con mala cara, con los labios sellados y aparentemente tenso. Llevaba el brazo escayolado y un aspecto impecable. Como de costumbre.

—¿Por qué iba a tener que irse a otra sala? No muerdo.

Esto último lo dijo con un tono para nada amigable. Me fulminó de un simple vistazo al ver que la mano de Klaus seguía en mi espalda. Sus ojos se iban de esa mano y después a mi rostro. No le quité la mirada. Ya no lo haría, aunque intentara evaluarme y ponerme nerviosa. Ya no quería nada que tuviera que ver con Edgar Warren.

Lo medité durante toda la última semana que estuve en Mánchester, aun sabiendo que trataba de ponerse en contacto conmigo. Las mismas preguntas que se repetían en mi mente una y otra vez surgieron con más fuerza: ¿Qué me esperaría con él?, ¿con una persona que había estado engañándome desde el principio? Igualmente, aunque de verdad me hubiese querido, ¿por qué no me lo contó nunca? No habría tenido que montar aquella película absurda que casi nos costó la vida. No habría tenido que engañar a nadie, porque habría firmado aquellos papeles sin mirar atrás. Sin pensarlo. Porque habría seguido haciendo todas y cada una de las cosas que hice por él. Siempre.

—No te preocupes. Estoy bien.

Mis ojos buscaron los de Klaus. Sin embargo, aunque lo dije con autoridad, su rostro fue como un libro abierto y supe que el inspector no lo tenía tan claro. De hecho, tanto duró la conexión que tuvimos al mirarnos que escuché cómo el titán se preparaba para sacar su mal genio:

—¿Vamos a estar toda la mañana con la batallita de miradas? Porque tengo un negocio que levantar, por si a alguien se le ha olvidado.

Klaus desvió sus ojos hacia él. La mirada, que en un principio había sido risueña, llena de alegría, y esa boca que constantemente sonreía se convirtieron en sendas líneas infranqueables; la primera, con abrasadores destellos parecidos al fuego que sus prados verdes despedían.

—Señor Warren, si tiene prisa… —lo atravesó con los ojos—, se espera.

Edgar alzó una ceja, se reajustó la corbata con la mano que tenía sin escayola y elevó el mentón de manera desafiante.

—Señor Campbell, si no tiene prisa… —usó su mismo tono y le lanzó la misma mirada—, aligere.

La tensión podía cortarse con un cuchillo, así que decidí que ya era hora de romperla. Arrastré una de las sillas para llamar la atención de los dos presentes y me senté. Coloqué mis manos entrelazadas sobre la mesa y Klaus me miró.

—Enma, ¿te suenan estas imágenes? Son un poco crudas, pero necesito que me digas si esto es lo que te enseñó Oliver Jones cuando estuvo en tu agencia.

—Veo que los formalismos se han terminado —intervino Edgar, tamborileando sus dedos sobre la mesa.

No nos quitaba los ojos de encima, y lo peor era que cuanto más lo contemplaba de reojo, más rabioso lo veía. Lo conocía; poco, por lo que había comprobado después de todo lo sucedido. Pero su carácter sí lo tenía muy presente, y estaba a punto de perder los estribos.

Klaus lo ignoró y me mostró las fotos.

—Son las mismas que me enseñó, sí —le aseguré.

Se encontraba con una mano en la mesa, repartiéndolas, y la otra, apoyada en el respaldo de la silla. Estaba muy cerca de mi cuerpo. De hecho, notaba su respiración en mi cuello.

Los dedos de Edgar me distraían. No dejaban de dar golpecitos en la mesa, cada vez con más fuerza. En varias ocasiones, mientras escuchaba a Klaus hablar sobre el caso, desvié mi mirada hacia los golpes.

—¿Podemos dejar la orquesta, por favor? —dijo Klaus con malas pulgas, enfrentándolo.

Edgar mantuvo con los dedos en alto, tan chulo y vacilón como siempre. Temí por la respuesta, pero nada de eso ocurrió, sino algo peor.

Se levantó, ocasionando un ruido terrible con las patas de la silla, y avanzó con pasos largos y firmes hasta mi posición. Lo tenía justo al lado, pero no se dirigió a mí, sino a Klaus:

—Claro. No has estado tan cerca de mí mientras me interrogabas.

Ni corto ni perezoso, quitó la mano del inspector del respaldo de mi silla, provocando que esta cayese bruscamente. Contuve el aire al ser consciente de que ambos se analizaban con muy mala cara.

—El cuerpo que encontró Morgana allí no era el de Lark, sino el de otro hombre desaparecido hace dos años. Hemos estado investigando la relación que tenía con Oliver, pero no hemos encontrado nada. —No le quitó los ojos de encima a Edgar en ningún momento—. ¿Llegó a decirte quién había sido su informante?

—No. Te lo he dicho cinco veces con esta —bufó con mal humor el aludido.

—Como si tienes que repetírmelo veinte —le contestó en el mismo tono.

Mantuve mi mirada en un punto fijo de la pared al ver por el rabillo del ojo que Edgar se erguía intimidante. ¿Estaba loco o qué?

—Quítate el uniforme y vuelve a hablarme así —lo amenazó.

No di pie a más. Empujé mi silla, con cuidado de no chocar con ninguno de los dos, y me levanté, quedándome en una posición peor, pues tenía uno a cada lado.

—Klaus, si necesitas algo más, llámame.

Sujeté mi bolso con fuerza para salir de allí.

—Sí. Será lo mejor —murmuró él con desgana.

—Si me permites la pregunta, ¿cómo se supone que va a llamarte si no tienes teléfono?

Me detuve antes de mover la manivela de la puerta, sin atreverme a girarme. No le contesté, aunque pude escuchar su respiración desde la distancia. Abrí sin esperar ni un segundo más y caminé hacia la salida. Justo antes de llegar, me di cuenta de que Susan y Dexter ya no estaban. Miré por la puerta de la entrada y vi que fumaban en la calle. Di un respingo al escuchar la voz de Klaus:

—Te invito a cenar esta noche.

Me volví para mirarlo.

—No puedo, tengo que…

—Llevas una semana preparando el equipaje para irte. —Sonrió como un gañán y le correspondí.

Pero la sonrisa se me borró de un plumazo cuando escuché a Edgar detrás de él:

—Esta noche ya tiene planes. —Recalcó mucho ese «ya».

—No estaba hablando contigo —añadió Klaus como si nada, y guio sus ojos de nuevo hasta los míos—. Te recojo a las siete.

Mis labios se sellaron; no supe si presa del pánico que estaba comenzando a sentir o porque necesitaba salir de allí cuanto antes. Edgar me contempló con un enfado monumental y sujetó mi antebrazo con rabia.

—Te he dicho que esta noche ya tiene planes. Y no es contigo precisamente.

Su tono rudo me encogió el pecho. Tiró de mi brazo hasta sacarme casi a rastras a la calle. Contemplé a Klaus un segundo, pidiéndole perdón con una mirada que no entendió. Lo que sí vio fue el agarre desmedido que aquel loco llevaba.

Dexter y Susan abrieron los ojos de par en par cuando me vieron salir. Les pedí un momento con la mano para que no se acercasen. No quería enfrentamientos, y menos en la puerta de una comisaría, o a saber cómo acabaríamos todos.

—Suéltame —le pedí sin alzar la voz.

Si hubiese podido matarme, lo habría hecho con un simple vistazo. Sus ojos no echaban fuego porque no podían. Lanzó tantas preguntas de carrerilla y con tan malas formas que me dieron ganas de abofetearlo en mitad de la calle:

—¿Por qué tiene tu teléfono?, ¿por qué yo no lo tengo? ¡Esa es la jodida pregunta del millón! —Entrecerró los ojos, sin dejar de caminar a grandes zancadas mientras yo daba pequeños tirones para soltarme, sin éxito—. ¿Dónde estás viviendo?, ¿por qué no me has devuelto una puta llamada? Y, lo más importante —se detuvo en seco—, ¿por qué cojones tiene ese gilipollas tanta confianza contigo? —Si no le salió espuma por la boca fue de milagro.

—Suéltame —le repetí, contemplándolo.

—No me da la gana. —Subrayó cada palabra, acercando mucho su rostro al mío.

—Edgar, por favor, está mirándonos todo el mun…

—¡Me importa una mierda quién nos mire! —bufó—. Como te ponga una sola mano encima, te juro que…

No le dio tiempo a finalizar la amenaza, ya que alguien habló detrás de él con tono firme y tajante:

—Warren, te ha dicho que la sueltes, y no creo que sea necesario que te lo repita de nuevo.

Se apartó de mí de forma instantánea y se giró tan despacio que me asustó. Como si fuese un pavo hinchando pecho, dio un paso hacia Klaus y lo contempló intimidante.

—¿Vas a decirme tú, Campbell, lo que tengo que hacer?

—Edgar… —lo llamé, tocando su brazo al sentir que lo soltaba con mucha lentitud.

—Te recuerdo que todavía puede denunciarte por secuestro. No deberías haber retirado la denuncia.

Klaus me miró antes de volver a posar sus ojos sobre el hombre al que poco le quedaba para perder los papeles.

—Mira, Klaus —pronunció su nombre con tanto asco que me molestó—, no me toques los cojones y ve a hacer de detective, que se te da muy bien.

—No olvides con quién estás hablando, Edgar.

—¿Estás amenazándome?

—Puedes tomártelo como quieras —le advirtió el rubio sin titubear.

Edgar se acercó tanto que sus frentes casi se tocaron. Tiré de su brazo otra vez, pero no me hizo ni caso.

—Ten cuidado. A lo mejor, el que no sabe con quién está hablando eres tú.

Sin decir nada más, ni siquiera mirarme, se separó, le lanzó una última amenaza muda a Klaus y desapareció por la esquina.

Tenía mis dudas, pero estaba casi segura de que se conocían.

Desconecté mi mente de todos aquellos recuerdos cuando escuché un silbido en mitad de la playa en la que me encontraba. Abrí los ojos y vi a Dexter, que me decía a voces desde lejos:

—Tienes visita, rubia.

3

EDGAR

—¿Qué coño haces, Edgar?

Agazapé mi cuerpo al lado del coche y asomé medio rostro por la ventana. Miré a un lado y a otro, esperando. Los toques de Luke en mi espalda se hicieron más insistentes, aunque los ignoré. Entrecerré los ojos al darme cuenta de que una mujer, morena y con el pijama, levantaba una de las persianas de la primera planta del edificio que teníamos delante.

—Toc, toc. Son las —miró el reloj de su mano y bostezó— ocho de la mañana, y estamos escondidos como si fuésemos a robar, detrás de un coche. Lo peor de todo es que, todavía, no entiendo por qué has venido a buscarme y por qué he dicho que te acompañaba.

Hacía unas horas que nos habíamos acostado después de la esplendorosa fiesta y ni siquiera había podido pegar ojo pensando en la forma que tendría de encontrar a Enma. Seguí contemplando a Luke en el reflejo del cristal del coche y comprobé la cara de amargado que tenía a aquellas horas de la mañana. Metí la mano dentro del bolsillo de mi pantalón, saqué un objeto y se lo ofrecí. Abrió los ojos como platos y yo los puse en blanco.

—Escúchame con atención. Mientras yo la distraigo, tú le colocas…

—¡No pienso ponerle un pinganillo a nadie! ¿Desde cuándo te crees un detectivesco de pacotilla como para hacer eso en la intimidad de cualquier persona?

Detectivesco y pacotilla. Dos palabras que, con seguridad, se le habrían pegado de la rubia a la que tanto estaba buscando. Lo miré con mala cara.

—Si me ayudases un poco, no tendría que hacer esto como un demente.

—Es que eres un demente —apostilló con saña—. ¿Qué se supone que quieres de Susan Jonhson?

Lo observé como si el que hubiese perdido la cabeza fuese él y no yo. Alzó una ceja, impaciente, a la espera de mi contestación:

—Necesito encontrar a Enma cuanto antes. —Soné tajante.

Elevó los ojos al cielo.

—Edgar, déjalo ya. No vas a conseguir información de ella.

—Si le colocas ese puto pinganillo donde sea —lo señalé—, en cuanto hablen por teléfono, conseguiremos sacar algo.

—Ya, claro —comentó con hastío—. ¿Y te piensas que va a decirle: «Hola, Susan, ¿qué pasa? Nada, te llamaba para decirte que estoy en el Caribe»?

Apreté los dientes. Quizá tenía razón, pero…

—¡No me dejas otro remedio! —me desesperé, y apreté los puños a ambos lados de mi cuerpo—. Dímelo tú y aquí termina nuestra misión. Te llevo a tu casa, te acuestas y yo voy a coger un avión.

Su saliva bajó por su garganta con lentitud. Se resbaló por el lateral del coche y se quedó sentado en el pavimento.

—En realidad… —me contempló con un poco de pánico—, nunca he sabido el paradero de Enma. Ni siquiera he vuelto a hablar con ella desde que se marchó.

Mi sorpresa fue tan mayúscula que no pude evitar que se me notase en el rostro. Resbalé, igual que lo había hecho él, y me senté a su lado, ensuciándome los pantalones.

—¿Por qué no me sacaste del error? —le pregunté en tono neutro. Tal vez me había impactado tanto que ni siquiera había pensado en esa pequeña posibilidad.

—Siempre te dije que no lo sabía. Tú has dado por hecho lo contrario. Igualmente, creo que es lo mejor para que te olvides de ella.

—Eso es una excusa muy gilipollas —bufé. Ya notaba el enfado subir por mis entrañas.

—Sí, lo es —recapacitó—, pero tienes que dejarlo ya, Edgar. Está consumiéndote y no estás dándote cuen…

—Lark está vivo. —Cerró la boca de golpe en cuanto lo interrumpí. Abrió mucho los ojos y después esperó ansioso una explicación—: Ayer no pude decirte nada, pero por eso estaba Klaus en la fiesta, cuando bajé del escenario. —Lo miré, esperando una reacción por su parte, pero parecía haberse quedado sin palabras, así que me dije que era hora de darle un pequeño impulso más—: Si no encontramos a Enma, en cuanto Oliver ponga un pie en la calle, será su primer blanco.

Impelido por una fuerza que no conocía de Luke, se levantó enérgico y extendió su mano en mi dirección.

—Dame el puto micro. A ver qué vas a decirle y cómo vas a justificar que nos presentamos a esta hora en su casa.

Dos segundos después estábamos cruzando la calzada casi sin mirar. Llegué al portero, y un simple asentimiento por parte de Luke me bastó para tocar el timbre y esperar una respuesta de Susan, la amiga de Enma.

—¿Hola?

—Buenos días, señorita. Disculpe las horas, pero vengo para reparar una avería de las cañerías principales. Están a punto de reventar y nos ha llamado una vecina. —Miré asombrado a Luke por su agudo ingenio, en el que yo no habría caído en ningún momento. La puerta se abrió antes de que el telefonillo se colgara. Ni una simple pregunta—. No pensarías entrar diciéndole quién eres, ¿no?

Por mi cara, debió adivinar que sí, porque negó varias veces.

Comenzó a subir las escaleras hasta llegar a la primera planta. Nos detuvimos en su puerta y me lanzó una breve mirada. Teníamos claro que la fuerza bruta no iba a usarla él. Nos apartamos de la mirilla y esperamos uno a cada lado de la puerta para que no nos viese. Aquel debía ser uno de esos días en los que quizá, solo quizá, tendría más suerte que nunca, porque esa puerta también se abrió sin más cerrojos aparentes, así que empujé. La cara de Susan fue de tal asombro que casi se le salieron los ojos de las órbitas.

Todo fue muy rápido y sin pensar.

Elevé mi mano, tapé su boca cuando iba a soltar un grito de socorro y empujé su cuerpo hacia atrás. Luke pasó, cerró la puerta y tiró con disimulo el pinganillo en el jarrón de la entrada. Me guiñó un ojo y se metió las manos en los bolsillos.

—Susan, no pretendo hacerte nada. No grites, por favor, solo quiero que…

Pues no, no sería mi día de suerte. Efectivamente, el destino no iba a ponerse de mi lado jamás.

Un vozarrón para nada conocido sonó frente a mí. Tras desviar mi atención de Susan, me encontré a otro amigo de Enma, con unos simples calzoncillos.

—Suéltala ahora mismo si no quieres que te abra la cabeza.

Con malas pulgas, alcé una ceja y destapé la boca de Susan, poco a poco y sin dejar de mirar al tipo.

—¿Estás con este? —le preguntó Luke, sin venir a cuento—. ¿No es tu hermano o algo de eso?

—¡¿Qué coño hacéis en mi casa?! ¡¿Tú eras el fontanero?! —nos gritó mientras se acercaba al hombre con calzoncillos, que no conseguía recordar cómo se llamaba.

Alcé las palmas de mis manos para pedir una calma que no llegó.

—Susan, necesito que me ayudes…

—¡¡Lárgate de mi casa!!

Agarró el libro que tenía en una mesita a la derecha y me lo lanzó a la cabeza. A continuación, el que dio el paso hacia adelante fue él.

—Kylian, tengamos la fiesta en paz —le pidió Luke—. No hemos venido a hacerle daño a nadie.

Ya está. Era el hermano de Joan, el marido de Katrina. Lo del supuesto lío que tenían entre hermanos no lo había entendido, aunque tampoco me interesaba.

—Ah, ¿no? —ironizó—. ¿Y entráis así a todos los sitios?, ¿tapando bocas y cerrando puertas con urgencia? ¡Largaos de aquí antes de que llame a la Policía!

—Nadie va a llamar a nadie porque… —Intenté explicarme, pero no me dejó.

Avanzó de manera muy intimidante en mi dirección. Llevaba unos meses en los que aplacaba bastante bien mis cambios de humor y mis arranques de ira repentina, pero una cosa era que pasara en ciertas ocasiones y otra ser gilipollas y permitir que te diesen de hostias sin venir a cuento. Por ahí no pasaba.

Kylian levantó el puño en dirección a mi cara. Sin embargo, antes de que eso llegase a producirse, me aparté a la izquierda, sujeté con fuerza su cuello y lo estampé contra la puerta.

—¡Malditos hijos de puta! ¡Voy a denunciaros! ¡Suéltalo!

Susan corrió hacia mí mientras Kylian intentaba darse la vuelta, sin éxito. Si apretaba un poco más…, como mínimo le rompía algún hueso. Suspiré y canalicé mi rabia, tal y como me habían enseñado en las terapias con personas con el mismo temperamento que el mío. Reuniones que había finalizado hacía un mes escaso.

—Susan, solo necesito que me digas dónde está Enma. Es muy urgente que hable con ella, porque está en peligro —solté con tranquilidad y sin olvidarme del tipo que tenía agarrado del cuello.

Debo decir que, pese a las terapias a las que mi psicólogo me instó a apuntarme, también lo hice a boxeo. Por eso de desfogar. Y hasta el momento me iba de maravilla.

—¡Te voy a matar! —ladró Kylian, tratando de soltarse de mi agarre.

—Edgar…, se nos va de las manos —añadió Luke.

Entretanto, Susan seguía vociferando y dando grandes zancadas hacia mí:

—¡El peligro eres tú! ¡Suéltalo!

Me dio un manotazo en el hombro cuando llegó. Después, un bofetón que me giró la cara. Luke corrió en mi ayuda y la apartó de mí. Me toqué la mejilla con la mano y, con la lengua, la zona afectada por dentro.

—Tiene genio… —murmuré por lo bajo—. Si nos tranquilizamos todos, no tendríamos que estar en esta tesitura —intenté poner paz, aunque aquello ya no había quien lo arreglase.

Sentí la mano de Kylian clavarse en mi muslo y, a continuación, un pellizco que provocó que lo soltase. El tío tenía agallas, no lo dudaba, pero ya estaba tocándome los huevos considerablemente.

De nuevo, se tiró en mi dirección, y ese gancho sí que no lo vi venir. Impactó en la misma mejilla que el bofetón de su hermana, su novia o lo que narices fuera. Resoplé con poca paciencia, y cuando elevó su mano para golpearme de nuevo, alcé la mía y detuve el puñetazo, devolviéndole otro en las costillas que lo dobló.

—¡¡Ya está bien, joder!! —El berrido de Luke ocasionó que todos lo mirásemos—. Susan, si no nos dices dónde está Enma, la encontrarán y le harán atrocidades que ninguno queremos que le sucedan. Por favor, no hemos venido buscando una guerra, solo necesitamos que nos ayuden.

Susan tiró del hombro de Kylian cuando este se cagaba en mis muertos y escupía y tosía a partes iguales, sin poder erguirse. La morena nos miró con ojos aniquiladores y sentenció:

—¡No pienso ayudaros en nada! ¡Largaos de mi casa o llamo a la Policía!

Di un pequeño paso que se vio interrumpido por la mano de Luke, que me sostuvo del hombro.

—Por favor, Susan, no estoy engañándote, y…

Muy altanera, elevó su mentón y dijo:

—Ella ya está bien protegida por la Policía.

Aquello me sentó como si me hubiesen dado el mismo golpe, en el mismo lugar que a Kylian, solo que un poco más fuerte.

Mucho más fuerte.

De camino a mi casa, ni siquiera me atreví a pronunciar una sola palabra. Iba cabreado y ciego de rabia. Bueno, rabia… Podríamos llamarlo celos puros y duros, porque yo sabía que Susan no lo había dicho por decir, sino que los dos éramos conscientes de que aquella «Policía» era un agente en concreto, y se llamaba Klaus Campbell.

—Deja de pensar en eso y conecta el altavoz. Tendrá que llamar a alguien para contárselo.

Pareció leerme el pensamiento y lo miré. Entramos en el camino de tierra que llegaba a mi casa y saqué el aparatito para escucharlo.

—No va a llamar a Enma para decirle lo que ha pasado —farfullé.

—El genio, Warren, que te pierde —añadió como si nada—. Claro que no. A Enma no, pero a Katrina sí. Hazme caso.

Activé el sonido y, en efecto, nadie estaba hablando. Miré a Luke y este me pidió calma con los ojos.

Al llegar a mi casa, vi el coche de Morgana aparcado en la entrada. Lion y Jimmy jugaban con Goofy Bob en el jardín mientras Nana y mi madre, Juliette, charlaban con mi exmujer en el porche. Me bajé con urgencia; mis pasos fueron muy rápidos. Noté que Luke me pisaba los talones con la misma celeridad con la que yo andaba.

—¡Papá! —escuché en la lejanía. Sin embargo, no era capaz de mirar a ningún punto que no fuese a Morgana.

Mi madre dio un paso para llegar a mí, aunque no le di tiempo a saludarme:

—¿Qué haces en mi casa? —le espeté a mi exmujer, recalcando con muy malas maneras esto último.

Morgana entreabrió los labios con un poco de pánico. Con la voz entrecortada, me contestó:

—So… Solo he venido a dejarte unos papeles que hace falta que firmes hoy.

—¿Y no podía esperar a mañana? —continué con enfado, llegando a su altura. La miré desde arriba y fruncí más el ceño antes de añadir—: Acordamos que mi casa no se pisaba ni por ti ni por nadie de tu familia. ¡Esas eran las condiciones! —ladré.

—Edgar… —intervino mi madre. También sentí la mano de Luke tirar de mi brazo para que me callase.

—Yo… No pensé que fuese a…

—¡Todos dentro! —grité, y nadie rechistó.

Mi madre llamó a los niños, seguida de Nana, que lo hizo con Goofy Bob, y desaparecieron en el interior de la casa. Luke continuó pegado a mi espalda.

—Edgar, te juro que no he hablado con los niños. Solo los he saludado cuando he venido y… —me dijo de carrerilla.

Pero la corté:

—Este tema ya lo hemos tratado en varias ocasiones. Y, hasta el momento, sabes que no voy a dar pie a nada. No quiero que haya confusiones. No quiero que los confundas a ellos ni quiero que te vean por aquí. Así que hazme el favor y vete.

—Pero…

—Que te marches, Morgana —le ordené.

Di dos pasos a su lado, pisando con fuerza los escalones y observando de reojo cómo su rostro se tornaba en una tristeza infinita. Lo habíamos hablado, sabía que no daría mi brazo a torcer después de tantos años. No pensaba dejar que, ahora, cuando antes no quiso ni verlos, intentase recuperarlos. Quizá fuese egoísta, quizá no se entendiese. Está claro que todo el mundo merece una segunda oportunidad, pero ni por asomo lo haría como su madre, sino como una completa desconocida que los visitaría de vez en cuando. Y, para eso, el primero que debía estar preparado era yo, y ese momento aún no había llegado.

Escuché una breve disculpa por parte de Luke. También oí los pasos de Morgana alejarse y el motor de su coche rugir. Lo siguiente que haría sería poner otra puerta a mitad del camino y así evitaríamos disgustos innecesarios.

Al entrar en el salón, las dos mujeres me contemplaron con un poco de desaprobación, aunque el rostro les cambió al escuchar el comunicador del pinganillo que habíamos puesto en la casa de Susan. De repente, comenzó una conversación en la que se nos puso como un trapo, hablando de Luke y de mí. Mi madre y Nana nos miraron como si hubiésemos perdido el juicio, la primera con más malicia que la segunda, como cuando una madre va a regañarte por haber hecho una trastada.

Miré a Luke y enarqué una ceja. Él sonrió victorioso, pero yo lo hice más cuando escuché a Katrina decir, un rato después:

—Me ha mandado unas fotos preciosas de San Andrés de Teixido y los alrededores de la aldea.

Luke y yo nos contemplamos con una sonrisa. Alcé los ojos, brillantes por la emoción, y miré a Juliette, que me observaba con verdadera devoción y con una alegría inmensa.

—La he encontrado, mamá.

4

ENMA

Cerré los ojos y dejé que la brisa me acariciase otra vez. Noté unas piernas a ambos lados de mi cuerpo y sonreí al oler su perfume. No me hacía falta abrirlos para saber de quién se trataba.

—Has tardado dos días en volver.

—Te echaba de menos —musitó muy cerca de mí.

Sentí un pequeño tirón del lóbulo de mi oreja y la piel se me erizó sin remedio. Sonreí como hacía meses que no lo hacía.

—Al final, tengo que alquilarte una habitación.

Esa vez, sentí una lengua caliente y sedosa descender por mi cuello.

—La alquilaré encantado si estás viviendo tú también. Los amigos también comparten casa.

—Y los amigos con derecho a roce lo hacen con más gusto. Según dicen.

Sonrió socarrón y rio con ganas.

Cerré la llave de los recuerdos que únicamente traían dolor a mi mente y a mi corazón y abrí los ojos. Encontré unas grandes y suaves manos alrededor de mi vientre, haciéndole caricias y círculos invisibles con sus pulgares. Las aparté con delicadeza y me volví para sentarme a horcajadas sobre el rubio que tenía a mi espalda. Me miró con verdadera devoción, y a pesar de que escuché un breve carraspeo cerca de nosotros, lo besé.

—Voy a tomarme un café. Estaré en el bar de allí —nos anunció Dexter—. Vale, me ha quedado claro que sabéis dónde estaré. Hasta luego. —Esto último lo dijo con retintín. Se alejó de nosotros; lo supe por su exagerado bufido.

Sonreí en la boca de Klaus y él me correspondió colando sus manos bajo la tela de mi vestido. Apretó mi cintura y jadeé en su boca.

—Deberíamos irnos. Está a punto de anochecer y hace un frío horrible para estar en la playa —musitó, dándome castos besos en los labios.

Dejé que mi sexo se rozara con el suyo y un gruñido salió de su garganta. Chupé sus labios, descendí mis manos por su duro y escultural torso y llegué hasta las suyas para permitir que adivinara qué ocurriría a continuación. Las impulsé hacia delante y, con mi ayuda, aparté a un lado mi braguita. Me entretuve con mis movimientos muy poco, pues desabroché su bragueta en un abrir y cerrar de ojos, descubriendo al alcance de mi mano un falo de tamaño considerable. Deslicé su piel hacia abajo, sin perderme ni un solo detalle de cómo sus labios se entreabrían de puro gozo.

—Tú has empezado —ronroneé felina, sin apartarle la mirada.

Jadeó en mi boca y noté su miembro endurecerse con rabia al traspasar las estrechas paredes de mi sexo, hasta llenarme por completo. Me moví en círculos lentos, exasperándolo, deseosa de sentirlo. Tiré de su pelo rubio hacia atrás y me observó con sus ojos verdes, tan brillantes como la luna que ya amenazaba con asomarse en el cielo. El sol se escondía, y solo quedaron en aquella playa nuestros gemidos y dos siluetas que se balanceaban sin parar. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Impregnándome del placer que tanto me daba cada vez que nos acostábamos. Marcando mi cuerpo con cada caricia, con cada mimo y con cada palabra que susurraba en mi oído mientras me pedía más y más.

Devoré con intensidad sus carnosos labios y, de nuevo, sus manos apretaron con saña mi cintura. Sonreí con fuerza en su boca, ajustando todo lo que podía y más mi pelvis a la suya. Se recostó sobre mi bolso y me observó con deleite, dejando que nuestros cuerpos se separasen lo justo para darle mucho más espacio a mi abultado vientre. Me moví ansiosa por llegar a la cima a la que siempre me transportaba con sus embestidas y advertí sus manos descender hasta posarse en mis caderas para acometer con más rudeza. Junté mis rodillas a sus costados, dejándolo entrar y salir a su antojo, abarcando mi interior por completo. Y cuando creí que explotaría en mil pedazos, salió de mí y me colocó a cuatro patas sobre la arena. Mi cabello chocó con mis mejillas de manera abrupta cuando se introdujo con ganas. Su miembro comenzó a bombear a una velocidad infernal y desquiciante. Sus mordiscos y besos no tardaron en recorrer mi cuello, hombros y espalda mientras sus manos azotaban y masajeaban mis nalgas.

Klaus era un hombre fogoso y a la vez tan delicado que en ocasiones me hacía plantearme si en realidad había sentido que alguien me hubiera mimado de esa manera en la cama. Pero no quise interrumpir nuestro momento con pensamientos que no venían a cuento, así que me concentré en los jadeos desgarradores que salían de la garganta de aquel escocés que embestía mi sexo de tal forma que sabía que ambos nos aproximábamos al final. Sentí sus manos rodear mis enormes pechos, más grandes que hacía algunos meses, y estrujarlos con lujuria hasta hacerme gritar.

Una. Dos. Tres. Cuatro. Sus acometidas se tornaron más tensas, más secas. Y cuando creí que las piernas me fallarían y caería desplomada, un orgasmo arrollador me arrastró como las mismísimas olas que ya rozaban las puntas de los dedos de mis manos. Noté cómo se hinchaba y se derramaba en mi interior al mismo tiempo que soltaba un gruñido tan grave que me calentó sin dejarme tiempo para respirar siquiera. Apoyé los codos en la arena, permitiendo que el agua salada me bañase casi hasta la mitad del cuerpo. Exhausta, seguí de rodillas y me giré despacio para quedar bocarriba. Solté un gran suspiro de satisfacción mientras mi vestido se empapaba entero.

No supe por qué, pero una sonrisa iluminó mis ojos al volver el rostro hacia él. También sonreía, y una pequeña carcajada salió de mi garganta. No existía nada ni nadie. Solo nosotros, tirados en aquella playa, dejando que las olas nos mojasen y contemplando el oscuro cielo que nos observaba con envidia.

Me descubrí tragando saliva al ser consciente de que, por mucho que quisiera, todavía había algo en mi interior que no terminaba de llenarme por completo. No conseguía alcanzar esa felicidad infinita que todos buscamos. Sin embargo, ¿no es la felicidad un momento pasajero? Pues si así era, ahora mismo estaba experimentándola.

—Creo que estoy a punto de desmayarme del hambre que tengo —soltó, rompiendo aquel silencio maravilloso que se había creado entre los dos.

—Pues mi madre me ha traído hoy mucha comida.

—¿No cocinas? —Su tono salió jocoso.

Le di un manotazo de broma y rio con fuerza. El sonido que salió de su garganta me hechizó; aunque, ciertamente, lo hizo después de aquella cita que tuvimos cuando salí de la comisaría, antes de ir a Galicia. Después de esa, se sucedieron muchas más en los meses que llevaba en España.

—¡Sí que cocino! Pero se empeña en que tengo que comer bien: que si la niña, que si las comidas gallegas son las mejores… Ya sabes, cosas de madres.

—Pero no cocinas —apuntó.

—¡Oye!

Le di otro manotazo por su tono bromista y sujetó mis muñecas con fuerza. Rodó y terminó encima de mí, encajándose como pudo entre mi vientre y mi cuerpo. Su nariz rozó la mía. Después, sus labios delinearon con lentitud mi boca, trazando la línea hasta el final, solo con el fin de absorber aquellos instantes como si fueran los últimos.

—Mañana a mediodía tengo que irme —añadió con verdadera tristeza.

Fruncí el ceño y lo miré.

—¿Y has venido para estar una noche? —le reproché.

—¿Quieres que me vaya? —Se hizo el asombrado, siempre con su tono bromista, aunque me pareció que evitaba decirme algo importante—. Pues, discúlpeme, señorita, pero sí, he venido para disfrutar de su compañía una noche y para que me dé de cenar, aunque veo que esto último no será cosecha suya.

Reí y empujé su hombro, olvidando todo atisbo de duda sobre sus intenciones. Me vi reflejada en las personas que se enamoran por primera vez, en las que hacen ese tipo de tonterías tan tontas y tan bonitas que, con el paso del tiempo, las recuerdas y sonríes sin más.

—Pero la comida está muy bien —añadí. Sujeté su mano, que me invitaba a levantarme de la arena.

—Me siento engañado —aseveró con dramatismo.

—¡Oh, Klaus, cállate ya!

Reí con más energía, sin dejar de advertir los gestos de su cara y escuchando su tono al preguntarme:

—No pensarás subirte en el coche de alquiler de esa manera, ¿verdad? —Me señaló cuando ya llegábamos a la carretera.

Me miré. Sí, iba hecha un puro desastre. La ropa se pegaba a mi piel, la arena se metía en los rincones más recónditos de mi cuerpo y, por si fuera poco, íbamos chorreando.

—¿Te has mirado tú? —le espeté.

Sonrió y coló sus manos por el bajo de su camiseta. Se la quitó y abrió las manos en cruz para que pudiese contemplarlo bien.

—Sí quieres, puedo quitarme los pantalones y los calzoncillos. ¿Te he dicho alguna vez que el nudismo es lo mío?