Lo que el espíritu navideño ha conseguido, que no lo jodan los Reyes Magos - Angy Skay - E-Book

Lo que el espíritu navideño ha conseguido, que no lo jodan los Reyes Magos E-Book

Angy Skay

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Beschreibung

La Navidad está en todo su apogeo y se intuye tranquila. Todo lo tranquila que puede celebrarse con la Mafia alrededor de la mesa. Pero les llega una petición descerebrada que puede alterarlo todo y que, posiblemente, provoque la quiebra de una empresa en cero coma dos. Un señorito andaluz que no sabe lo que hace, un rey mago que odia a los niños, una virgen llena de rastas, tres pajes —pajas, según Anaelia— más locas que las cabras y un peculiar acontecimiento que les entorpecerá su misión de ganarse a los mandarines. ¿Amenizamos las fiestas navideñas? ¿Te vienes con la Mafia un rato y le ponemos un poquito de humor? Disfruta de este spin off ¡especial Navidad!, y ríe a carcajadas con nosotros.

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Lo que el espíritu navideño ha conseguido, que no lo jodan los Reyes Magos

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos) Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© Noelia Medina 2020

© Angy Skay 2020

© Editorial LxL 2020

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: diciembre 2020

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-18390-20-3

Lo que el espíritu Navideño

ha conseguido, que no lo jodan los

Reyes Magos

Spin off Serie Mafia de tres

Angy Skay - Noelia Medina

Belén, campanas de Belén, la Mafia viene loca y os hace reír otra vez…

índice

1

El pavo

ANGELINES

2

El portal de beber

ANAELIA

3

La vaca

Ma

4

El roscón de Leyes

Cayetano

Biografía de las autoras

1

El pavo

ANGELINES

—¡El pavo!

—Pavo el que tienes tú —me espetó furioso, pensando que me refería a la edad en la que estaba todo adolescente. Que lo estaba.

—Carlos Albeeerto —llamé al cani con tono de telenovela—, ¡que cojas al puto pavo!

—¡Ya voy yo! ¡Ese hijoputa no se me escapa por...!

—Por quinta vez, Ma, por quinta vez —gruñó Patrick, hasta las narices de vernos correr por la cocina. Se encendió un cigarro y abrió la puerta trasera para echar el humo.

—¡En mi casa no se fuma! —le gritó Kenrick, que aparecía por el pasillo con Pepe en los brazos.

La escena era, cuanto menos, pintoresca. Faltaban dos días para Reyes y habíamos decidido juntarnos Dios y su madre en la casa de Ma y Kenrick. Esa semana, después de pasar juntos los días de Navidad y Nochevieja, se habían marchado Leola, mi familia, los padres de Patrick, los de Anaelia, los de Kenrick y los de Ma. Solo se habían quedado el Pulga y el Linterna, dispuestos a probar el roscón y a ver nuestras carrozas.

Nada más llegar a Murcia de nuevo, los padres de Ma nos habían enviado para la cena un pavo criado de su cosecha. Había llegado en un paquete de MRW 24 horas. Yo había objetado que tenía poca chicha para tantos que éramos, pero Ma me había lanzado una de sus miradas asesinas y yo había optado por cerrar el pico y no liar una gresca. El cani se había quejado de que habíamos comido pavo en Navidad y de que por qué teníamos que comer lo mismo en el día de Reyes. Ma le rebatió con que a caballo regalado no se le mira el diente y le dio a elegir: pavo o un plato de lentejas, que daba buena suerte. Yo pensé que esa tradición era válida para el almuerzo del último día del año, pero me callé de nuevo, porque no estaba el horno para bollos. Al final, ganó la primera opción. Si llegan a ganar las lentejas por culpa del minicolombiano, la cena habría sido su cabeza al limón.

En esos momentos intentábamos acabar con su vida, pero el dichoso animal se nos escapaba de las manos cada vez que intentábamos tirarle del cuello. Avancé con paso decidido hasta el cajón de los cuchillos y cogí el más grande. Me giré con cara de asesina en serie y Patrick abrió los ojos como platos. Ma, por su parte, llevaba una pistola de calambres, regalo de Papá Noel gracias a su padre. Después le decíamos que tenía papitis, pero es que el señor se la ganaba a pulso. Todo eso sabiendo que el pavo venía de camino a nuestra casa y que tendríamos que apañárnoslas para poder cocinarlo.

—Angelines —la potente voz de Patrick se alzó con retintín en medio del caos—, ¿no crees que con el estado tan avanzado de tu embarazo deberías soltar el cuchillo y dejar que otro se encargue?

Lo medité durante unos segundos, pues a mí eso de matar a los animalillos me daba una lástima increíble, aunque no estuviera demostrándolo. No era tan exagerada como Anaelia, que se encontraba al borde del desmayo, pero me daba pena.

—¡Lo mismo lo mata con la barriga! ¡Te pillé, cabrón! —gritó Ma, con un ataque de risa histérica y maquiavélica.

El pavo —obviamente, un ochenta por ciento más listo que nosotros y viendo que su vida peligraba—, extendió sus alas y consiguió escaparse de las zarpas de su verdugo antes de que le propinara un calambrazo. Con ese acto, Cous Cous, el perro del demonio, lo atrapó de una de las alas y las plumas volaron por todo el salón. Ignoré a Patrick y elevé mis manos hacia delante cuando el pavo saltó como un malabarista experimentado y se subió a la cabeza del Pulga, que estaba sentado en el suelo, meditando, o eso aseguraba él, para intentar recuperar al amor de su vida. Estaba convirtiéndose en una réplica de Anaelia. Decía que «Cosas en comunes, many posibilidades», o algo así. Mira que había conocido yo a hombres insistentes, pero lo de este tenía que ser genética o algo.

Y hablando del amor de su vida, Anaelia se encontraba en una esquina de la estancia, con la cabeza enterrada en el hombro de Alejandro, quien le frotaba la espalda como si tuviese una esponjita. Lloriqueaba en su papel de dramática total, hasta que la escuchamos decir:

—Eso es maltrato animal. ¡Después de haber pasado sus últimas horas en un paquete! ¿No os da pena, asesinos?

—Míralo por el lado bueno: ha viajado, ha conocido mundo. Murcia, Vera, Almería... —la «reconfortó» Alejandro con su mejor intención. El muchachote se esforzaba, pero la vena romántica y empática seguía semioculta y muchas veces su buena intención empeoraba las cosas. Era una de esas ocasiones, porque Anaelia levantó un párpado y lo fulminó. Por suerte, su pena era mayor que su rabia y no le respondió.

—Podemos comprar un pollo asado y ya está —lloriqueó, volviendo a la postura acongojada inicial. Como si al pollo que se compraba directamente le hubieran quitado la vida con suspiritos de amor y no con un calambrazo en el pescuezo—. ¡No hay que matar a nadie! Estáis poseídos con ese instinto asesino que no os deja vivir.

—¿Qué dice la zumbada esta? —preguntó Ma al aire—. ¡Pulga, que se te escapa!

El aludido abrió el ojo y el otro lo dejó guiñado, sin despegar los dedos pulgar y corazón, tal y como le habían enseñado los tutoriales de YouTube.

—Yo no poder. Yo meditar para new year. Para conseguir futurros proyectos very good.

Ojeó a Anaelia de soslayo y con cara lasciva. Ella se encogió y soltó un quejido cuando Roberto topó con sus cuernos contra el pavo y este volvió a saltar despedido sobre el sofá. A Hulk ya estaba tocándole los huevos el Oidhche y lo miró muy mal. Muy muy mal. Después, para apaciguar la mirada asesina, elevó la mano que no tocaba a su amada y, con un dedo, se delineó el cuello simulando un perfecto corte. El Pulga cerró el ojo e hizo como que no había visto nada y volvió a su meditación.

—Ya podría funcionar esa amenaza con el bicho este. —Patrick señaló al pavo.

Posicionado el animal y sin nadie a la vista, puse a prueba mi puntería y lancé el cuchillo como una experta tiradora de dardos, dando de lleno en el antebrazo del sofá relajante de nuestro militar favorito.

—¡Por los pelos! —bramó Ma, impulsada por un demonio extraño.

Los ojos ya no eran verdes, sino amarillos, y destellaban algo que no sabría descifrar. Quise achacarlo a que llevaba mucho tiempo sin ir a la huerta de su padre y la sed de sangre estaba consumiéndola, pero es que parecía poseída. La cara de Hannibal Lecter se me vino a la cabeza.

—¿Has roto mi sofá? ¡Has roto mi sofá de masaje! —vociferó Kenrick, moviendo a Pepe con tal ímpetu que parecía estar en una atracción de feria. Si no vomitaba, era de milagro, porque yo estaba mareándome solo con ver esos traqueteos. Pobre chiquillo. Nadie elige dónde nacer.

—Daños colaterales —murmuró Patrick, y después puso los ojos en blanco.

El chulo de mi futuro marido pasó por mi lado como si él fuese a ser capaz de coger al pavo en un santiamén. Ma y yo lo miramos con desdén. Anaelia lo hizo con tal odio que lo habría dejado de pegatina en el recibidor si las miradas matasen. Su mejor amigo estaba incumpliendo una de sus más sagradas normas, y en ella se encontraba el pavo desvalido.

—Yo tener idea para vestir. Poder ir todos de gold —sugirió el Linterna de repente, sin venir a cuento.

—¿Eso no es para terminar el año? —apunté, pero él movió la mano en un claro gesto de no ser un detalle significativo.

—¿En plan burbuja? —le preguntó Anaelia, sorbiéndose la nariz y negando al ver que Patrick se acercaba peligrosamente al animal, que se había apostado sobre la lámpara de pie de la entrada. Estaba triste, pero si hablábamos de dar el cante con un vestido dorado, ya su ánimo era otro.

—Sí, como Freixenet. Eso cosa para beber, ¿no? —El Linterna sonrió con entusiasmo. Había llegado de Escocia con una euforia descomunal por la moda, obsesionado con los outfits y con triunfar en las redes como diseñador influencer. Eso sí, el español se le daba peor que antes. Era como si el tiempo lo hiciera ir para atrás.

—Claro, y yo me pongo un vestido de globo color oro —solté con sarcasmo, mirándome la barriga.

—Tú serás la auténtica burbuja —me dijo el cani, con esa sinceridad que los adolescentes aún no conocen como dañina. Le sonreí con todo el sarcasmo del que fui capaz.

—No te hubieras preñado —me espetó Ma, achicando los ojos en dirección al animal.

—Preñado, como si fuese una vaca —susurró Anaelia con mala leche.

—No preocupar, amigau Argelines. Marrisa saber usar goma Eva. Ella hacer traje for you.

Miré al Linterna con cara de querer estamparle el cuchillo en mitad de la frente. La voz de Patrick me distrajo de mi cometido:

—Pavito, pavito... —lo llamó el alemán como si fuese gilipollas. El pavo. Y él.

Yo ya había dicho que era más listo que todos nosotros, y juraría que pude ver en los ojos de aquel bicho con alas, que lo miró desafiante, las ganas de coserlo a picotazos. Después le dio rienda suelta a la imaginación y comenzó a pegarlos de verdad en la mano que Patrick acercaba para llamarlo.

—¡Su puta madre!

El cani soltó una carcajada tremenda y Patrick lo aniquiló con la mirada. Dio un paso y, por supuesto, su padre se interpuso antes de que el alemán le desencajara la mandíbula a aquel niñato que se reía a su costa.

—¡Corre, Angelines, que va hacia ti! —me dijo Ma.