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El 3 de enero de 1923, tras una larga enfermedad, falleció Jaroslav Hašek, uno de los grandes escritores checos del siglo XX. Pocos meses después, los amigos con quienes había fundado el Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley en 1911, se reunieron para homenajearle y comenzar la titánica empresa de recuperar su obra. Mi tienda de perros tenía que ser el primero de varios tomos pero, a pesar de las buenas intenciones, nunca hubo un segundo. Desde La Fuga ediciones asumimos la tarea que ellos empezaron, y esperamos llevarla a cabo con un poco más de suerte. Así, después de Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, El buen soldado Švejk antes de la guerra y Cómo encontré al autor de mi necrológica, ahora ofrecemos por primera vez en castellano el que había de ser el primer tomo de sus obras completas: una recopilación de cuentos escritos antes de la Gran Guerra.
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En Serio,
20.
Título original: Můj obchod se psy (a jiné humoresky)
Primera edición digital: marzo de 2023
© de la traducción: Montse Tutusaus, 2023
© de la presente edición: La Fuga Ediciones, 2023
© de la imagen de cubierta: Chini 2023
Con ilustraciones de Josef Ulrich
Corrección: Olga Jornet Vegas
Revisión: Iago Arximiro Gondar Cabanelas - Leticia Clara Cosculluela Viso
Maquetacióm digital: Iago Arximiro Gondar Cabanelas
Diseño gráfico: Tactilestudio comunicación creativa
ISBN: 978-84-125737-6-3
La traducción de esta obra ha recibido una ayuda financiada por el Ministerio de Cultura de la República Checa.
Este libro forma parte del proyecto Cien Años de Humor en la Literatura Europea que cuenta con la financiación de la UE a través del programa Europa Creativa.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright.
Todos los derechos reservados:
La fuga ediciones, S.L.
Passatge Pere Calders 9
08015 Barcelona
www.lafugaediciones.es
Jaroslav Hašek
(1883 - 1923)
Nacido en Praga en una familia arruinada a causa de los problemas de alcoholismo del padre, Jaroslav Hašek tuvo siempre una vida al límite. En 1911 fundó el Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley y se presentó como candidato a las elecciones generales. Durante la I Guerra Mundial combatió en las filas del ejército austrohúngaro (experiencia que narra en su única novela Las aventuras del buen soldado Švejk), desertó y se incorporó al ejército revolucionario ruso, donde llegó a ser comandante de todas las operaciones en Siberia. Tras esa experiencia volvió a Praga en 1920, pero tuvo que trasladarse a causa del empeoramiento de su estado de salud al pueblo de Lipnice, donde murió en enero de 1923.
Otros títulos:
- Cómo encontré al autor de mi necrológica
- Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley
- El buen soldado Švejk antes de la guerra
Este libro ha sido traducido por:
Montserrat Tutusaus Romeu
Licenciada en Filosofía y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, se dedica a la docencia y a la traducción literaria del checo al castellano y al catalán.
En 2014 ganó el Concurso de Traducción Susanna Roth para traductores noveles del checo y, desde entonces, para La Fuga Ediciones ha traducido las obras de Jaroslav Hašek Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, El buen soldado Švejk antes de la guerra y Cómo encontré al autor de mi necrológica; así como la antología de cuentos de varios autores Humor en serio, y Evangelio esquizofrénico, de Bohumil Hrabal.
Jaroslav Hašek
Mi tienda de perros
y otras historias humorísticas
Con ilustraciones de Josef Ulrich
traducción de Montse Tutusaus
Prólogo
El 3 de enero de 1923 fue un día negro para la literatura humorística checa. Ese día moría, de forma prematura y en su casa de debajo del antiguo castillo husita de Lipnice nad Sázavou, Jaroslav Hašek.
No quisiera convertir la primera página de estas obras completas en una exposición de datos biográficos del autor; preferiría hablar de su obra vital y exponer las razones que han hecho posible recopilar y volver a publicar toda esta obra, por otro lado tan fragmentada.
Si he asumido la tarea de prologar las obras de Hašek es, por una parte, porque me unían a él más de veinte años de sincera amistad y, por otra, porque he seguido su obra desde el principio mismo y hay pocos relatos o cuentos que, una vez publicados, me hayan quedado por leer.
El don de Hašek para el humor era verdaderamente único. En su mocedad siguió con religiosidad los pasos del escritor americano Mark Twain pero, después, su humor encontraría de forma natural un carácter propio así como unas armas propias con las que, en interés del lector, atacar.
Si dejamos a un lado las sátiras políticas, que por diferentes razones solo podremos incorporar de forma esporádica, y los relatos humorísticos de viajes, de los que se hablará más adelante, por lo general Hašek seleccionaba a sus personajes de los ambientes más corrientes y ordinarios, advertía los defectos y los deslices grotescos de aquellos con que tratamos a diario.
¡Y de qué manera! Tenía una forma bien curiosa y extraordinaria de hacerlo: no solo no rehuía los asuntos cotidianos sino que los dotaba de un encanto nuevo y personal. Cuando el lector menos se lo esperaba su ingenio estallaba como una bomba.
No temió escribir relatos humorísticos sobre profesores despistados o suegras mordaces que acosan un hogar joven, temas sobre los que ya se había escrito con mayor o menor éxito. Los suyos, sin embargo, eran un profesor o una suegra peculiares; con su incomparable presentación esas figuras adquirían otra personalidad y causaban en el lector una impresión y una gracia nuevas.
Todos sus trabajos menores ya están caracterizados por esa inagotable jocosidad y humor sin miramientos, aparentemente amables e indulgentes pero a la larga agresivos y peligrosos, que culminan en Las aventuras del buen soldado Švejk que es la cima de su obra.
Es una lástima que no se le concediera terminar tan divertida anábasis. Bajo una superficie informal, a ratos radicalmente sencilla, se escondía su desprecio por la servidumbre de la guerra y por los últimos ataques de impotencia de una Austria agonizante, y lo mostraba de una forma tan extraordinariamente peculiar como solo habría podido hacerlo él, que lo era tanto no solo como humorista sino también en su vida. Las aventuras del buen soldado Švejk contiene seguro gran parte de sus propias vivencias, es la guerra mundial vista por unos ojos humorísticos y Švejk no es más que un propagador bondadoso aunque socarrón de las ideas de su autor y un intérprete de su sarcasmo.
La sangre inquieta y el carácter inclinado sobremanera a la aventura que tenía Hašek lo llevaron a emprender varios viajes, tanto largos como cortos. Además de los cuentos de carácter más serio recopilados en Dos docenas de cuentos, también son fruto de esos viajes algunos relatos cortos y humorísticos de carácter marcadamente haškiano.
Tanto si con una sonrisa ancha nos cuenta de la provinciana y ridícula justicia de Baviera como si lo hace de la suerte de un pobre oso al que, una vez muerto y despojado de sus extremidades, arrojan a la corriente de un arroyo de los Cárpatos y termina en un pueblo de montaña atrasado cuyos habitantes lo toman por los restos de una persona asesinada y lo entierran con toda la pompa eclesiástica pertinente, siempre sorprende lo que puede sacar Hašek de la anécdota de viaje más nimia.
Como cabría esperar, la sátira política tampoco quedó ajena a su espíritu combativo. Desgraciadamente, para las Obras completas solo puede conservarse una ínfima parte de esta producción, y eso por motivos personales por un lado y, por el otro, porque la mayor parte fue escrita como glosa de unos acontecimientos políticos que perdieron ya hace tiempo su vigencia y que la mayoría de lectores ni recuerda.
Pasemos ahora a presentar el programa de las Obras completas de Jaroslav Hašek.
Además de los libros que se publicaron antes de la guerra y que llevan tiempo agotados (Mi tienda de perros, El guía turístico, Los sufrimientos del señor Tenkrát y a ser posible El buen soldado Švejk antes de la guerra), también tenemos intención de incorporar —siempre que sean accesibles y se puedan emplear para nuestro propósito— los relatos humorísticos y cuentos que han quedado esparcidos por diferentes revistas.
De ser posible, se incluirá toda la obra humorística de antes de la guerra (a excepción de la sátira política). También se incorporará todo lo que se pueda conseguir de la producción escrita mientras estuvo cautivo en Rusia.
En cambio, de la obra que produjo a su vuelta, se incluirá solamente lo que no sean libros publicados por separado. Queda una buena serie de relatos humorísticos, amables y alegres, que Hašek no llegó a incluir en ningún libro.
Pero lo que, junto a su obra, queremos presentar con esta recopilación es la propia figura del humorista así como esa clara y pícara visión del mundo que no solo le reportó una numerosa comunidad lectora sino que también lo hizo inolvidable para todos los que lo conocían y se les concedió el poder llamarse amigos suyos.
En Praga, 16 de septiembre de 1924
Gustav R. Opočenský
Mi tienda de perros
I.
Mi debilidad por los animales, de la clase que fueran, venía de lejos. A temprana edad ya traía ratones a casa y una vez aguanté jugando con un gato muerto el total de horas de clase que me salté.
Las serpientes también me interesaban. Un día cogí un ejemplar en una cuesta pedregosa del bosque y me la guardé con la idea de ponérsela en la cama a mi tía Anna, a la que no quería mucho. Por suerte intervino un guardabosques y, tras constatar que era una víbora, la mató y se la llevó para que le dieran su legítima recompensa.
De los dieciocho a los veinticuatro años mostré predilección por los animales de gran tamaño. Me interesaban los camellos y los elefantes de todo tipo.
Entre los veinticuatro y los veintiocho, sin embargo, mi entusiasmo por estos animales fue poco a poco decayendo y empezaron a despertar mi interés el ganado vacuno y los caballos. Deseaba tener una cuadra o un criadero de vacas simmental pero, como la cosa no pasó de mera ensoñación, tuve que limitar mi amor a animales más pequeños y di preferencia a los perros por delante de los gatos. Alrededor de mis treinta, entre mis parientes y yo surgieron algunas divergencias: se me reprochaba que no me ganara el pan debidamente y que, hasta el momento, no me hubiera preocupado de coger las riendas de mi vida.
Al poco tiempo anuncié a mi familia que, en consideración a mi interés y afecto por los animales, pondría una tienda de perros.
Hay que decir que a mis parientes no les hizo gracia.
II.
Cuando pones un negocio es evidente que hay que calificarlo de algún modo. El tipo de establecimiento que yo había elegido suele recibir el nombre de «perrera», pero a mí no me gustaba porque tengo un pariente lejano en un ministerio y seguro que protestaría.
La denominación común «tienda de perros» tampoco me convencía, pues mi intención era llevar el negocio a un nivel superior. En un diccionario didáctico di con el término «cinología» referido al estudio de los perros y, cuando después pasé por delante del Instituto Agrónomo, la cuestión quedó resuelta. Le puse Instituto de cinología. Era un nombre soberbio, cultivado y apropiado y lo estampé en grandes carteles que rezaban así: «Cría, venta, trueque y compra de perros en base a la cinología».
Hasta yo me maravillaba de esos grandes anuncios en los que las palabras Instituto de cinología se repetían tantas veces. El que no lo ha vivido no sabe qué orgullo se siente ni lo mucho que eso le sube a uno la moral. En ellos prometía consultas especializadas en todo lo referente a los perros y también que quien comprara una docena de canes recibiría un cachorro de regalo. Después decía que un perro es el regalo idóneo para celebrar tanto santos como confirmaciones o pedidas de mano, y también como regalo de boda o de aniversario; asimismo decía que para los niños es un juguete que no se rompe ni se desmonta a la primera; que es un guía fiel que no te ataca en el bosque, y que teníamos en stock cualquier clase de perro. Además, contábamos con contacto directo en el extranjero. Ofrecíamos instrucción para perros desobedientes con la promesa de que en un plazo de quince días le quitábamos la costumbre de ladrar y morder hasta al perro más rabioso. ¿Que alguien no sabía qué hacer con el perro durante las vacaciones? Que lo dejara en el Instituto de cinología. ¿Que dónde aprendía un perro a levantarse sobre las patas traseras en tres días? Pues también en el Instituto de cinología.
Cuando un tío mío terminó de leer la publicidad, meneó alarmado la cabeza y dijo:
—Tú, chaval, no estás bien de la cabeza. ¿No te duele a veces la parte trasera, la zona del cogote?
Yo, sin embargo, miraba esperanzado el futuro y, si bien no había tenido nunca perro, aguardaba ansioso el primer pedido. También puse un anuncio para encontrar un mozo honrado y decente que estuviera eximido del servicio militar, así no tendría que irse una vez encariñado con los perros.
III.
El anuncio llevaba por título «Se busca mozo para cría y venta de perros» y recibió muchas solicitudes, algunas de ellas escritas con el corazón en la mano. Un guardia de pueblo jubilado prometía que, si conseguía el puesto, enseñaría a los perros a saltar por encima de una vara y a andar bocabajo. Otro escribía que sabía tratar con perros porque había trabajado para el lacero de České Budějovice; al final, sin embargo, el lacero lo había despedido por dispensar un trato demasiado amable a los muertos. Otro aspirante confundió el Instituto de cinología con el de ginecología (para enfermedades femeninas) y me refería que había servido un tiempo en la sala de partos de una maternidad. Del total de aspirantes, quince eran graduados en derecho y doce en pedagogía. También llegó un escrito de la «Asociación para el bienestar de los presidarios puestos en libertad» solicitando que me pusiera en contacto con ellos, pues me tenían preparado para cubrir el puesto a un exladrón de cajas fuertes muy decente. Algunas solicitudes eran harto tristes y desesperanzadas. Por ejemplo, escribían: «Aunque de entrada sé de cierto que no conseguiré el puesto...». Entre el montón de solicitudes también había la de un hombre que sabía español, inglés, francés, turco, ruso, polaco, croata, alemán, húngaro y danés. Otra de las cartas estaba en latín. Y después llegó una solicitud simple pero franca que decía así:
Muy honorable señor:
¿Cuándo dice que tengo que empezar?
Con todos mis respetos,
Ladislav Čížek,
Košíře, Casa Medřický
Con esa pregunta tan directa, el solicitante no me dejaba más remedio que contestarle que lo esperaba el miércoles a las ocho de la mañana. Me sentí muy agradecido de que me librara de tener que hacer un largo y fastidioso proceso de selección.
El miércoles a las ocho, pues, entró a trabajar mi mozo. Era un hombre de estatura menuda, marcado por la viruela y muy vivaz, en cuanto me vio me tendió enseguida la mano y me dijo:
—Hasta mañana no aclarará. Y ¿ha oído que en la avenida Plzeň han vuelto a chocar dos tranvías?
Después se sacó una pipa corta del bolsillo y me contó que se la había regalado el chófer de la empresa Stibral y que fumaba tabaco húngaro. A continuación, me contó que en Casa Banzet, en Nusle, había una camarera llamada Pepina y me preguntó también si por casualidad no habíamos ido juntos a clase. Después empezó a hablar de un perro salchicha. En caso de que lo compráramos, habría que cambiarlo de color y baldarle las patas.
—Entonces ¿usted entiende de perros? —le pregunté todo animado.
—Pues claro, he vendido unos cuantos, si bien por ello he tenido un problemilla en los juzgados. Verá, me estaba llevando a casa un bóxer cuando de repente me para un señor en la calle y me dice que el perro es suyo, que lo ha perdido hace dos horas en la avenida Ovocná. ¿Y cómo sabe que es el suyo?, le digo yo. Pues porque se llama Mupo. ¡Ven, Mupo! No se imagina con qué alegría brincó mi perro. Bosko, lo llamé yo. Esto no se hace, Bosko. Y empezó a saltarme a mí con la misma alegría. Era un bobalicón. Lo peor fue que en el juicio olvidé que aquel día lo había llamado Bosko. La verdad es que también respondía al nombre de Buberle y se te acercaba igual de contento. ¿Quiere que le busque perros?
—No, Čížek, esto será un negocio limpio. Esperaremos a tener comprador. De momento miremos qué se vende y qué clase de perros hay anunciados en la sección Animales. Mire, aquí una señora quiere vender un spitz blanco de un año por falta de espacio. Parece que estorba, ¿tan grandes son? Bueno, vaya pues a la calle Školská de Praga y cómprelo, aquí tiene treinta coronas.
Čížek se despidió asegurándome que volvería cuanto antes. Volvió al cabo de tres horas, pero ¡en qué estado! Llevaba el sombrero enfundado por encima de las orejas, se tambaleaba de un lado al otro como si anduviera en pleno temporal por la cubierta de un barco y sujetaba con firmeza una correa que arrastraba tras de sí. Miré el extremo de la correa y no había nada.
—Bueno, y ¿qué me dice? Un ejemplar bonito, ¿verdad? Espero no haber vuelto demasiado pronto. —Čížek empezó a hipar chocando con la puerta de la habitación—. Mire qué orejas —continuó—. Ven, zoquete. Cómo se levanta, ¿verdad? No querían vendérmelo.
En esas mi mozo se giró, miró el extremo de la correa y puso unos ojos como platos. Entonces cogió el extremo con la mano y lo palpó.
—Hace u... una hora estaba ahí... —hipó intentando sentarse en una silla de la que al instante se cayó. Entonces trepó por mis piernas, se levantó y, victorioso como si hubiera resuelto un misterio, exclamó—: Parece que se nos ha escapado. —Dicho lo cual volvió a sentarse y empezó a roncar.
Ved su primer día de servicio.
Yo miré por la ventana a la calle. Había varios perros correteando de aquí para allá. A mí me parecía que todos estaban en venta, y ¡el mozo durmiendo a pierna suelta! Probé a despertarlo, estaba convencido de que en cualquier momento aparecería un comprador y querría, no un perro, sino al menos doce docenas.
Lo cierto es que no vino nadie y, de todos modos, tratar de despertar al mozo era inútil. Lo único que conseguí es que se escurriera de la silla.
Finalmente, Čížek se despertó por sí mismo al cabo de tres horas.
—Creo que me he portado mal —dijo con voz ronca mientras se frotaba los ojos.
Empezó entonces a recordar los pormenores, se extendió hablando del spitz, de lo bonito que era y lo barato que se lo había sacado a la señora. Como le dijo que estaría en buenas manos, solo le pagó diez coronas. Después me contó que el perro no quería seguirle y le pegó. Pasó rápido al siguiente punto: abajo en Smíchov conocía a un tabernero y pasó a verlo. En la taberna se encontró varios conocidos. Tomaron unos vinitos y licor. Somos criaturas frágiles, dijo.
—Está bien —corté yo—, sabe perfectamente que le he dado treinta coronas así que devuélvame las veinte restantes.
No se turbó lo más mínimo.
—Ciertamente, debería devolverle veinte coronas, pero pensé que le daría una alegría si pasaba por Švihanka y le avanzaba diez coronas por unos cachorros a un tal Krátký.Tienen una hembra rara, muy interesante, que está preñada. Tengo curiosidad por ver qué alumbra. Lo importante es que están reservados. Después pasé por Paliárka, hay unos conejos en venta que son una hermosura...
—Déjese de pamplinas, Čížek, mi negocio es de perros.
—¿He dicho conejos? Me he equivocado. Quería decir una hembra de pastor escocés. También está preñada. El adelanto que he dejado, sin embargo, en este caso no es por los cachorros sino por la hembra misma. Es que los cachorros se los queda el dueño. Iremos a buscarla en cuanto para. Después he pasado por la calle Krocínova...
—Con los bolsillos pelados...
—Correcto, entonces ya sin blanca. Pero de haber tenido dinero... hay allí un señor Novák que tiene en venta un perro grande peludo... yo también le daría un anticipo para que quede a nuestra disposición. Ahora me repongo y volveré a la calle Školská, seguro que el chucho ha vuelto a casa. En una hora habremos regresado.
Čížek cumplió su palabra. No había pasado todavía una hora cuando llegó totalmente sobrio y jadeando. Para mi sorpresa traía un spitz negro.
—¡Infeliz! —exclamé—. ¡Pero si la señora decía que vendía un spitz blanco!
Čížek miró perplejo el perro y se lo llevó sin decir palabra. Regresó al cabo de dos horas con un spitz blanco que iba de barro hasta las orejas y ponía cara de pocos amigos.
—Me había equivocado de perro —dijo Čížek—. Es que la señora esta de Praga tenía dos spitzs, uno negro y uno blanco. Se ha puesto muy contenta cuando le he devuelto el negro.
Miré la placa del perro. Era una placa de Žižkov. Me entraron unas ganas repentinas de llorar pero me dominé. (Čížek entretanto le quitó la placa al animal alegando que son un peligro).
Por la noche me despertó un rasgar en la puerta. Abrí y el spitz negro, el viejo conocido de la mañana, entró en el piso ladrando alegremente. Quizá nos echaba de menos, o su casa quedaba demasiado lejos... El caso es que entonces teníamos dos perros. Solo nos faltaba un comprador.
IV.
El comprador apareció a la mañana siguiente a eso de las diez.
—Y ¿dónde tiene los perros? —preguntó después de echar una ojeada por el piso.
—No los tengo aquí —dije—, excepto dos spitzs, uno blanco y uno negro, que estoy adiestrando y que tiene apalabrados el archiduque de Brandýs. Los perros están en el campo y así tienen aire fresco y no cogen sabandijas ni sufren pústulas, cosas de las que en la ciudad no se libra ni el vendedor más escrupuloso. Nuestro Instituto de cinología ofrece por principio la posibilidad de que los perros campen a sus anchas. Por la mañana un mozo va a las perreras y los dispersa por la zona. Los perros no vuelven hasta la noche. Este método tiene la ventaja de que así aprenden a ser autónomos, pues durante el día se procuran alimento ellos mismos. Tenemos arrendados unos cotos grandes, o sea que pueden cazar piezas de todo tipo. Tendría que ver lo cómico que es un perro ratonero enano luchando con una liebre.
Al señor aquello le gustó mucho porque asintió con la cabeza y dijo:
—Y ¿no tendrá para vender un perro muy malo que esté adiestrado para hacer de guardián?
—Sí, claro. Tengo unos que de tan terribles no se los puedo ni mostrar en fotografía, ¡trabajo tendríamos para que no descuartizaran al fotógrafo! Algunos, de hecho, ya han despedazado a un ladrón.