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Mirín vive en un mundo mágico, en el que se reciben todos los sueños de los seres humanos. Estos sueños se transforman en pensamientos y se mandan de vuelta a la Tierra. Mirín es recolector de sueños de niños felices, pero un día le cambian de sala de trabajo, y entonces descubre la existencia de niños tristes, lo cual pondrá totalmente "patas arriba" todas sus ideas sobre el mundo de los humanos.
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Mirín, el recolector de sueños
© del texto y las ilustraciones: María del Carmen López Rosa©
del diseño y corrección: Equipo BABIDI-BÚ
© de esta edición:
BABIDI-BÚ libros S.L, 2018
Fernández de Ribera 32, 2ºD
41005 – Sevilla
Tlf: 912 - 665 - 684
www.babidibulibros.com
Producción del ebook: booqlab.com
Primera edición: Diciembre, 2018
ISBN: 978-84-18017-43-8
Depósito Legal: SE 1834-2018
Reservados todos los derechos
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra»
Mirín vive en el mundo de los sueños. Su mundo es ese lugar dónde van a parar todas esas cosas que creamos mientras dormimos, a partir de todo lo que nos ocurre durante el día. Allí los sueños se archivan, se clasifican, se visualizan, se filtran y se devuelven de nuevo a la Tierra como pensamientos.
Mientras dormimos, cada sueño va formando una especie de globo súper ligero e invisible que se desprende automáticamente de nuestra cabeza, y sale volando hacia el Universo. Por eso, las personas casi nunca recuerdan lo que sueñan, excepto cuando se despiertan en medio de un sueño. Cuando esto ocurre, el globo explota y se disuelve, confundiéndose con los pensamientos.
Hay personas que escriben lo que recuerdan justo al despertar, y son capaces de transformar ellos mismos los sueños en ideas, tal y como hacen en el mundo de Mirín, pero es muy muy difícil.
En el mundo de Mirín, transforman el sueño de una persona y se lo mandan como pensamiento a otra distinta. Estos pensamientos generan ideas, y estas ideas, a veces, se convierten en inventos.
Una noche, un señor de China soñó que escribía y escribía sin cesar, y cuando intentaba leer lo que había escrito, no podía porque estaba todo en blanco.
Al día siguiente, a un señor en Inglaterra se le ocurrió frotar un caucho sobre lo que había escrito, y ¡resulta que inventó la goma de borrar!
Otra noche, una señora que trabajaba limpiando mansiones, soñó que su plumero volaba por toda la mansión y se comía el polvo de las estanterías, al día siguiente, un señor empezó a dibujar los primeros bocetos de lo que hoy conocemos como «aspiradora».
Mirín es el encargado de recolectar los sueños de los niños felices; es un trabajo que le encanta. Él también es pequeño, y los niños siempre sueñan las mejores cosas. Sus sueños preferidos son aquellos en los que aparecen animales. En el mundo de Mirín no hay animales, y a él le encantaría tener uno como los que tienen los niños de la Tierra.
Una vez, Mirín vio en un sueño a un animal que cambiaba de color a toda velocidad. Le pareció muy divertido, y se preguntaba si existiría de verdad en la Tierra, o si solo existía en el sueño de ese niño. Tenía una lengua que le daba la vuelta al cuerpo, cuatro patas cada una de un color, y los colores de la cabeza y del cuerpo le iban cambiando de manera intermitente. Sus ojos eran muy saltones y cada uno miraba hacia un sitio diferente.
«Vaya… ¿Qué pensamiento habrá devuelto algo así?», pensaba Mirín
El cuarto donde trabajaba Mirín se parecía a una noche estrellada. Era de forma ovalada y daba la sensación de que las paredes fueran inalcanzables. Eran de un azul oscuro intenso y estaban llenas de lucecitas brillantes como estrellas. Pero no eran estrellas, eran de muchos colores, y cada una brillaba de una forma diferente. Esas lucecitas que brillaban en la oscuridad eran los sueños de los niños felices. Eran tan bonitos que a Mirín le regañan a veces por pasar demasiado tiempo mirándolos y no llevarlos, de inmediato, al lugar donde se convertían en pensamientos felices para los adultos que los necesitaban.