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Arte y autoplacer. Feminismos y política. Represión y propaganda. Amor, coacción y persuasión… En estos nuevos muckrakers, Alberto Santamaría y Luna Miguel indagan en dos experiencias vitales que hacen de la existencia un lugar ligeramente más amable: el arte y la masturbación. Por supuesto, los dos merodean por la cara B de estas alegrías sensoriales, y se formulan cuestiones cuya respuesta dará que hablar. ¿Cómo opera la propaganda de derechas? ¿Por qué la masturbación femenina ha sido históricamente un tabú? ¿Es posible un arte sin propaganda? ¿Y de dónde nace el miedo a nuestro cuerpo? En el pack Muckraker 03 encontrarás: VII. El dedo (Breves apuntes sobre la masturbación femenina) Por Luna Miguel VIII. Arte (es) propaganda (Reflexiones sobre arte e ideología) Por Alberto Santamaría
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Seitenzahl: 184
Veröffentlichungsjahr: 2016
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MUCKRAKER 03
Luna Miguel - Alberto Santamaría
MUCKRAKER es la colección digital de Capitán Swing dedicada a la no ficción contemporánea, en un formato que hoy puede sonar disparatado como es el reportaje largo, y con un interés especialmente orientado a escritores locales y actuales. Por eso tu apoyo a estas obras es definitivo: con él avivamos la mejor tradición de periodismo crítico e inteligente, y al mismo tiempo aupamos voces nuevas en el terreno de la no ficción. A todos los lectores y lectoras que hacéis esto posible: gracias.
© De El dedo: Luna Miguel
© De Arte (es) propaganda: Alberto Santamaría
Edición en ebook: marzo de 2016
© De esta edición:
Capitán Swing Libros, S.L.
Rafael Finat 58, 2º4 - 28044 Madrid
Tlf: 630 022 531
www.capitanswinglibros.com
ISBN DIGITAL: 978-84-945043-4-1
© Diseño gráfico:
Filo Estudio www.filoestudio.com
Corrección ortotipográfica: Carlos Vidania
Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico www.caurina.com
© Queda prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
© Bajo Licencia Creative Commons Reconocimiento–CompartirIgual (by-sa): Se permite el uso comercial de la obra y de las posibles obras derivadas, la distribución de las cuales se debe hacer con una licencia igual a la que regula la obra original.
Contenido
Portadilla
Créditos
VII. El dedo
01. ¿Por qué lo llamaban dedillo?
02. La gurú de la masturbación femenina
03. Le mal d'etre femme
04. Heroínas: américa valenzuela
05. Una película muy mala
06. Literatura histérica
07. Heroínas: Marisol Salanova
08. Heidi, Goku y Balthus
09. Las manos húmedas de la poesía
10. Heroínas: Sara Uribe
11. Tu madre también se t
12. Heroínas: Amarna Miller
13. El embarazo feliz
14. Como meditar, pero mejor
15. ¿Y qué saben ellos?
Anexo. El coño de Anna
VIII. Arte (es) propaganda
Sinopsis
Cita
01. ¿Otra propaganda es posible?
02. ¿Y los niños? Y los niños
03. Propagarse
04. El origen de la propaganda y las frases ocupadas
05. Una pregunta. Una respuesta. Contra-propaganda
06. La propaganda que reclama tu cuerpo
07. Spinoza, padre de la contra-propaganda
08. La mujer trabajadora y un ejercicio de contra-propaganda
09. ¿Y tú que opinas, Mark Rothko?
10. ¿Y tú qué opinas, Hans Haacke?
11. ¿Y tú qué opinas, Francisco Franco?
12. Banca y propaganda. O el día que Botín conoció a Grosz
13. Creatividad, política y contra-propaganda
14. Ante el activismo de la derecha
SINOPSIS
«De noche, sola, desposo la cama./ Dedo a dedo, ahora es mía.» Anne Sexton escribe estos versos en homenaje a su cama vacía, donde sola goza más que nadie. Betty Dodson da un cursillo avanzado de masturbación a mujeres de cincuenta años que jamás se han mirado la vulva en un espejo. Amarna Miller finge un orgasmo retorciéndose delante de una cámara. Un doctor del siglo xix receta masajes pélvicos a su paciente, enferma de una profunda histeria. Miles de mujeres embarazadas escriben en el buscador de Google si estimularse el clítoris podría ser peligroso para sus fetos. Y Luna Miguel, con apenas ocho años, descubre un dibujo pornográfico que cambiará su vida para siempre, y que mucho tiempo después la llevará a escribir una historia personal del autoplacer femenino.
Escrito en una intersección entre el periodismo, la divulgación, el género confesional y la ficción, y enunciado con una voz cálida, sosegada e hipnotizante, El dedo constituye una historia íntima de lo que durante demasiado tiempo ha constituido un auténtico tabú cultural: la masturbación de la mujer. O como dice la autora: «no se trata solo de algo sexual; la masturbación es también una meditación sobre el amor en solitario. Una constelación de sensaciones. Un espacio propio en el que refugiarse».
Luna Miguel
es autora de cinco libros de poesía
y redactora en la revista Playground.
@lunamonelle
«When it’s late at night and you’re fast asleep
I let my fingers do the walking».
Pink
01
¿POR QUÉ LO LLAMABAN DEDILLO?
Teníamos siete u ocho años y aquella palabra se propagaba por nuestras bocas como un secreto demasiado vergonzoso. En clase de gimnasia, los niños hacían bromas, se tocaban la entrepierna con la mano y rozaban su dedo índice contra el minúsculo bulto que sus chándales dejaban ver.
«¡Las niñas os hacéis dedillos! ¡Las niñas os hacéis dedillos», gritaban. Y todas nos poníamos rojas y chillábamos, quizá porque aquella manera de referirse al placer era asquerosa, o quizá porque para muchas aún era un acto absolutamente lejano, impensable, prohibido, como un pecado.
Empezando por la misma expresión, «hacerse un dedillo», aquello implicaba algo que sería necesariamente malo. El modo de utilizar el diminutivo recordaba a algo que debería hacerse a escondidas, algo humorístico, una especie de burla hacia los genitales de las niñas. Como si tocárselo fuera sucio, una especie de capricho sin sentido.
Hacerse una paja, sin embargo, era otra cosa. Que las niñas se hicieran dedillos y los niños se hicieran pajas marcaba una gran diferencia: paja era sinónimo de rotundidad, de actitud, de placer. Era imposible pensar que hacerse una paja y hacerse un dedillo formaran parte del mismo acto: lo primero podía proclamarse, lo segundo siempre habría permanecer oculto.
Así que allí estábamos, en la hora de gimnasia cambiándonos en los vestuarios y mirándonos las unas a las otras con el miedo de hablar de aquello que nuestros compañeros acababan de gritar en el patio. Podíamos imaginarnos a los niños hablando de sus penes, mientras nosotras nos tapábamos las bragas de dibujitos con miedo y horror, deseando que ninguna adivinara lo que luego, en casa, hacíamos en la intimidad.
En mi caso particular, la palabra dedillo me causaba desconcierto. Ni siquiera sabía a qué se referían los niños cuando lo mencionaban —lo más probable es que ellos tampoco tuvieran idea—. Ocurre que yo, cuando hasta el momento había sentido placer en mi interior, ni siquiera había necesitado utilizar mis manos.
El orgasmo, en aquellos años, me llegaba siempre de manera casual, habitualmente me despertaba en mitad de la noche, encendida porque mi sexo había rozado el hocico de alguno de los peluches con los que dormía abrazada, y entonces, de manera inconsciente, mis caderas empezaban a girar.
A veces era el chorro de la ducha el que me provocaba temblores; otras, el simple hecho de haberme sentado de una u otra manera en el pupitre, en la bicicleta, o sobre los cojines que mi madre colocaba en el sofá del salón. Cualquier roce era mágico, y hacía sacar una parte de mí que yo desconocía.
Con el tiempo, esos movimientos e impulsos se fueron sistematizando, aunque a menudo pensaba que el centro del placer no estaba dentro de mi sexo, sino fuera de él, en el bajo vientre o en la carne del pubis.
Tanto desconocía mi propio cuerpo que muchas veces esperaba a tener muchas ganas de orinar para poder masturbarme. Yo pensaba que, cuanto más lleno y abultado estuviera mi vientre, más placer sentiría al presionarlo, hasta que un día me di cuenta de que aquellas descargas venían de más abajo, de un sitio estrecho y húmedo que apenas me atrevía a tocar.
Fue entonces cuando entendí el significado de hacerse un dedillo. Si quería masturbarme de verdad, sentir de verdad, notar toda la electricidad que durante mi infancia había venido experimentando sin esfuerzo, el siguiente paso era sacar la mano, levantar el dedo y empezar a hurgar allí dentro.
Tenía siete u ocho años, y al verme a mí misma haciendo el gesto con el que los niños del colegio se burlaban de todas nosotras, aparté la mano enseguida, me bajé la falda del vestido y supe que lo que quería estaba mal. Que no tenía que volver a hacerlo. Que daba asco.
02
LA GURÚ DE LA MASTURBACIÓN FEMENINA
Cuando sientes vergüenza de tu propio cuerpo, pueden ocurrir dos cosas: que con el tiempo aprendas a superarlo o que, por el contrario, tu miedo crezca tanto que te convierta en alguien incapaz de amarse.
Lamentablemente, el número de personas que se odian a sí mismas, especialmente mujeres, es enorme. Detestando a su cuerpo, son incapaces de disfrutarlo, y con ello, muchas veces, de disfrutar las relaciones con los demás.
Desde hace décadas, esta viene siendo una de las más grandes batallas de Betty Dodson.
La autoproclamada «gurú de la masturbación femenina» se ha convertido en una de las sexólogas y artistas más importantes en este campo gracias a sus ensayos, artículos y terapias, con los que pretende demostrar al mundo la necesidad de una educación sexual que al fin haga visible el cuerpo de la mujer, su derecho a darse placer y la importancia de esto último en el desarrollo de su personalidad. Si no conocemos nuestro cuerpo, no somos libres.
Si tenemos miedo a tocarlo, no somos libres.
Si no sabemos cómo funciona, nunca podremos decidir cómo, con quién o para qué queremos utilizarlo. Dodson señala estas cosas en su obra, pero también en los numerosos documentales que se han realizado sobre ella y sobre sus curiosas terapias de educación sexual en su consulta de Manhattan.
En uno de los vídeos que se pueden encontrar tecleando su nombre en YouTube, la autora de libros como Sexo para uno: el arte del autoerotismo o El orgasmo en 4 actos aparece sentada en su consulta, contando cómo se ha decidido a ayudar a tres mujeres de Reino Unido que han experimentado problemas muy diversos, todos relacionados con su imposibilidad de llegar al orgasmo.
Cada una de ellas tiene un trauma, y Betty Dodson se ha propuesto solucionarlo, averiguarlo, darle a esas mujeres de distintas edades y condiciones sociales la facilidad para encontrar dónde nace su problema y cómo pueden empezar a deshacerse de él.
Para ello, Dodson las cita en su pequeño «templo de la masturbación» y ya solo en la primera de las citas logra averiguar qué es lo que pasa con cada uno de sus cuerpos.
Su procedimiento es el siguiente: la sexóloga escucha el problema de sus pacientes, y a continuación las invita a desnudarse y a sentarse con las piernas abiertas delante de un espejo redondo.
Cuenta Dodson que ha tenido pacientes de todas las edades, y que muchas de ellas, sobre todo las más mayores, ponían rostro de sorpresa al mirarse en el espejo; entonces admitían que era la primera vez en toda su vida que se habían visto así su propio sexo.
La inspección podría parecer sencilla, pero en realidad todas las pacientes parecen llevarse sorpresas. Algunas no sabían para qué servían algunos de sus pliegues, varios de sus agujeros. Otras nunca habían acariciado su clítoris directamente. Y otras, incluso, era la primera vez que se atrevían a introducirse ellas mismas ciertos aparatos que Dodson les facilitaba.
En resumen: Betty Dodson ha visto pasar por su consulta a cientos de mujeres que durante toda su vida no fueron capaces de preguntarse qué es aquello que tenían entre las piernas o para qué servía más allá de para dar placer a sus parejas, hacer sus necesidades o parir a sus hijos.
03
LE MAL D’ÉTRE FEMME
Así lo llamaban. El mal de ser mujer. El mal de tener útero. La desgracia de haber nacido con un agujerito que durante siglos serviría solo para las exigencias de los hombres: dejarse penetrar, parir una y otra vez, mantenerse muy limpias incluso cuando la sangre —símbolo demoníaco y vergüenza de Dios— cumplía su ciclo natural.
Enunciarlo así suena exagerado, pero en realidad no lo es tanto. Desde siempre, los genitales femeninos han causado repulsión y fascinación a partes iguales. Por un lado, aquel triángulo cubierto de vello oscuro era el suave y perfecto origen del mundo y, por el otro, también el origen de muchos pecados.
Para las mujeres, además, tener un coño era como tener a un animal desconocido en el centro de su anatomía. Y el placer, sin la ayuda del hombre, les estaba terminantemente prohibido.
No es extraño que hasta inicios del siglo xx aún se creyera que una mujer no podía llegar al orgasmo sin la penetración de su compañero sexual. Y no es extraño tampoco que los libros de medicina incluyeran verdaderas barbaridades a propósito del funcionamiento de los órganos femeninos.
Sin ir más lejos, el útero era una especie de fantasma que las mujeres llevaban dentro para poder dar a luz, pero que, cuando estaba descontento, podía viajar a lo largo y ancho del cuerpo produciendo dolor, espasmos, cansancio y ansiedad. Ser mujer, durante siglos, ha significado ser una desconocida, un personaje de cuento de hadas en cuyo interior vivía un diablillo.
Al mal de ser mujer también se lo llamó “histeria”, una enfermedad asociada al órgano reproductor femenino que repercutía en el ánimo y en la psicología de las mujeres. La histeria fue la excusa perfecta para esconder cualquier otro tipo de falta —¿soledad, aburrimiento, una vida sexual increíblemente aburrida?— que ellas pudieran padecer.
Diagnosticadas como histéricas, las mujeres recibían tratos completamente distintos a los de los hombres. Si su salud flaqueaba, ¿para qué analizar las verdaderas razones, si directamente podía achacárseles a que tenían una especie útero endemoniado?
De hecho, etimológicamente, las palabras útero e histeria comparten un mismo origen. Sorprende encontrarse textos científicos que van desde Platón a Galeno, en donde los autores se refieren al aparato reproductor femenino como el origen de todos los grandes problemas que azotaban la salud de una mujer a lo largo de su vida.
Leído ahora resulta hasta cómico, pero durante todo ese tiempo la única cura verdadera para la histeria fue la masturbación —incluso si entonces los profesionales no la denominaban así—. Es decir: por un lado, los médicos negaban que las mujeres pudieran sentir placer sin penetración, pero, por el otro, estimulaban sus sexos hasta el orgasmo, porque aquel era el único modo para acabar con sus dolores.
Masajes a la vulva, aceites especiales, chorros de agua con distintas presiones e incluso pequeñas máquinas vibradoras que funcionaban con electricidad fueron algunos de los métodos utilizados por la medicina para aliviar a las pacientes, que en su mayoría eran viudas, solteras o mujeres con una vida entregada a la religión.
En el ensayo La tecnología del orgasmo, la escritora Rachel P. Maines explica la evolución de la histeria a lo largo de los siglos y cómo ha sido tratada y definida por los profesionales. Entre los síntomas que muchos de los médicos mencionaban, se encontraba el nerviosismo, la excitación y las convulsiones. Algo que, observado hoy, hace pensar en una mujer insatisfecha. Como señala la propia Maines, ¿qué podríamos esperar de un mundo en el que el disfrute de ellas era lo de menos, y cuya visión de la sexualidad siempre ha sido profundamente androcéntrica?
04
HEROÍNAS: AMÉRICA VALENZUELA
Cuando pregunté a América Valenzuela si le apetecía responderme a unas preguntas a propósito de la masturbación femenina, respondió que sí encantada y me contó una historia que yo nunca había oído:
Un apunte curioso que puede tener que ver con la masturbación: el mito de la escoba voladora de las brujas tiene su origen en ungüentos de belladona. Encontrar la dosis adecuada de belladona con el rudimentario instrumental de aquellos tiempos era muy difícil y se corría peligro de muerte si se ingería. Por eso se utilizaba por vía tópica. Untaban palos en la crema y se lo aplicaban en la vagina o en el ano. Cuando la droga surtía efecto, alucinaban y creían volar.
América Valenzuela, que es periodista, científica y también modelo, sorprende sobre todo porque, sea cual sea el tema sobre el que le preguntes, siempre tiene una pequeña historia, una curiosidad o un dato increíble que aportar.
No es extraño que Valenzuela se haya convertido en una de las divulgadoras científicas más importantes de España y más reclamadas por la prensa nacional. Su pluma, y también su voz, ha pasado por casi todos los periódicos, revistas y radios más importantes del país, y desde hace ya unos años también es habitual ver su cara en programas de televisión donde comenta temas de actualidad, siempre con esa pasión por indagar y descubrir que la caracteriza.
¿Te masturbas? ¿Cuándo empezaste a hacerlo y cómo ha evolucionado tu relación con tu cuerpo desde entonces?
Sí. La primera vez que lo hice sabiendo lo que hacía creo que fue a los catorce o quince años. No lo recuerdo muy bien. Lo hacía con afán exploratorio. Para experimentar aquello que había leído en las revistas femeninas y novelas. Para saber dónde me tenían que tocar los chicos para que me gustase y entender qué es lo que se supone debía experimentar cuando estuviera con ellos.
Hoy en día lo hago sin darle la importancia que le daba cuando estaba conociendo mi cuerpo. Es cierto que tampoco he dejado la curiosidad a un lado y a veces pruebo a tocarme en sitios nuevos o de manera distinta, a imaginar o recordar algo concreto para saber si me gusta más o salta algún nuevo resorte placentero que desconocía.
La mayoría de las veces lo hago cuando el cuerpo me lo pide. Las razones pueden ser de lo más diversas. Forma parte de mi vida sexual habitual.
Cuando uno lee o busca ensayos científicos a propósito de la masturbación femenina, es increíble la cantidad de aproximaciones que encuentra desde lo negativo: la historia de la masturbación como un «gran terror», la relación entre el autoplacer de las mujeres y la enfermedad... ¿A qué crees que se debe la oscuridad que durante siglos ha envuelto este acto?
Cada época y cultura tiene sus razones. En Occidente el oscurantismo en la masturbación femenina tiene que ver con la represión asfixiante que imponía la religión católica. La sociedad vivía inmersa en la culpa. El placer sexual se vinculaba con algo malo. Con la excitación y el orgasmo perdías el control y dejabas de sentir el peso de la mirada de Dios. Disfrutar sin un fin honroso para Dios era perversión. Las relaciones sexuales debían tener un objetivo muy claro, que era tener hijos y satisfacer al varón. Una mujer sintiendo hondo placer durante el acto sexual causaba desconfianza. Una mujer dándose placer sola daba miedo. Era una temeraria que jugaba con la ira divina. Y si era reincidente, tenía un trastorno mental.
Ya en la España de finales de los siglos xix y xx el terror divino se ha retroalimentado con la construcción de una sociedad machista. Mantener las apetencias sexuales de la mujer a raya era comodísimo para los hombres. De esta manera ellos no tenían que esforzarse por satisfacerlas ni ellas podrían exigir que les dieran placer adecuadamente. El resultado era mujeres profundamente insatisfechas y confundidas.
La falta de conocimientos científicos también contribuyó a crear falsos mitos sobre la masturbación. Muchas enfermedades que no tenían una explicación clara se atribuían a la masturbación. La impotencia, esterilidad, tuberculosis, ceguera, sífilis. En mujeres se añadía pérdida de la razón, histeria o ninfomanía.
De cuando en cuando, en la prensa de divulgación científica y en la generalista aparecen diferentes estudios sobre la importancia del orgasmo en la salud de las mujeres. ¿Qué nos puedes decir de esto?
El sexo da salud mental. Tener un vida sexual satisfactoria es fundamental para sentirnos plenos. No es imprescindible que sea así siempre —tenemos otros recursos intelectuales para sentirnos llenos—, pero sí que hayamos experimentado esta plenitud en el sexo en alguna temporada de nuestra vida. El orgasmo forma parte de esta plenitud.
El sexo da salud física. Es parte natural de nuestras vidas. Como animales que somos, tenemos un cuerpo diseñado para cumplir una serie de objetivos biológicos. El sexo es parte del camino.
No se trata solo de usar los genitales, sino de usar el circuito neuronal relacionado con el orgasmo. Los orgasmos nacen en el cerebro. Un cóctel de hormonas generado durante la excitación desinhibe las neuronas de la parte baja de la médula espinal, activa los genitales y se producen las contracciones. Estos movimientos envían señales al cerebro, que resultan en la liberación de opioides endógenos que producen euforia y alivio.
No es bueno no tener actividad sexual mientras seamos mujeres en nuestra plenitud física. No hay que dejar morir el deseo. El sexo nos hace sentir más vivos, sentimos la presencia de nuestro cuerpo. Nos reconcilia con la naturaleza más íntima y honesta.
Recientemente se hizo popular otro estudio sobre las distintas maneras en las que se manifiesta la eyaculación femenina. A este respecto el ensayista Pere Estupinyà tiene un artículo en El País con un titular bastante llamativo: «Dos tipos de eyaculación femenina, uno sí es pis». Se habla mucho de si el squirt es realidad o ficción o de si es algo que solo nos encontramos en la pornografía. Si las mujeres pueden «eyacular pis», ¿significa que el squirt, finalmente, existe?
El squirt es realidad. Se ha puesto de moda por el porno y, como casi todo en el porno, está exagerado. Hay hasta clases para enseñar a lograr el squirt. Es algo muy mecánico. Hay que tocar aquí y allá a tal velocidad hasta que aquello salta por los aires.
Creo que es algo que gusta más a los hombres que a las mujeres. Cuando ellos ven que la mujer libera el líquido, creen que sienten más placer, que han logrado proporcionarle un goce inusual y se sienten excepcionales. La realidad es bien distinta. A mí las veces que me ha sucedido no he sentido especial placer. Al contrario, el orgasmo fue más suave.
En cuanto a la composición química del líquido expulsado, es un versión suave de la orina mezclada con algunos compuestos típicos de la lubricación. De hecho, el líquido proviene de la vejiga —donde se almacena la orina—, pero aún no se sabe muy bien por qué se acumula en el momento de la estimulación sexual.
El estudio al que hace referencia Pere distingue el squirt de la eyaculación. Considera la eyaculación un líquido proveniente de las glándulas de Skene —al lado de la uretra—, de composición diferente a la orina. El que vemos en las pelis es el squirt.