Muerte en Exclusiva - Camilo Villarroel - E-Book

Muerte en Exclusiva E-Book

Camilo Villarroel

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Beschreibung

Un canal de noticias se ve expuesto cuando uno de sus periodistas publica un libro con los oscuros secretos de la élite chilena. Cuando aparece un cuerpo sin vida de alguien del canal, la Fiscalía y la policía recurren a Hugo Catrimán, un psicólogo jurídico con especialización en perfiles criminales. De esta forma, Catrimán se verá involucrado con una serie de personajes pintorescos en una investigación que tiene engaños, chantajes, penas de amor y secretos políticos. Todo en exclusiva…

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Una aventura de Hugo Catrimán MUERTE EN EXCLUSIVA ©Camilo Villarroel Primera edición: septiembre 2022 © MAGO Editores Director: Máximo G. Sá[email protected] ISBN: 978-956-317-708-4 Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Impreso en Chile / Printed in Chile Derechos Reservados

Dramatis personae

A continuación, se presenta en un orden alfabético la lista de los personajes principales que interfieren en esta historia.

Aguilera (75): Senador de la República.

Esteban Barra (40): Periodista y conductor de noticias.

Bosch (45): Comisario de la Policía de Investigaciones.

Nibaldo Campos (64): Senador de la República y abogado.

Hugo Catrimán (34): Psicólogo jurídico. Protagonista de esta historia.

Melisa Heredia (35): Propietaria del Café Brulé.

Yessica Hernández (44): Periodista, escritora y conductora de noticias.

Soledad Kustermann (53): Productora del canal.

Juan Orlandi (64): Periodista, abogado y conductor de noticias.

Teresa Sánchez (44): Periodista de televisión.

José Manuel Silva (57): Periodista y conductor de noticias.

María Silva (35): Actriz.

1

En el fondo, Nibaldo Campos sabía que, si se encontraba en ese momento de completa consternación, era culpa suya.

Desde su posición, en una banca que se desarmaba sola, veía el sol del atardecer escondiéndose entre dos moles enormes de edificios. A contraluz de aquel sol, había un grupo de cinco o seis niños pequeños correteando de un lado al otro; saltaban, se ensuciaban con tierra y se mecían en el columpio de la plaza.

Le parecen unos querubines angelicales. Campos mira la hora en su lujoso reloj de pulsera. Quien lo citó llevaba quince minutos de retraso, lo que lo hacía sentir cada vez peor. Una gota gorda de sudor corrió de su coronilla hasta su redonda mandíbula.

Cualquier persona que pasara caminando por ahí, o estuviese recostada en el pasto de la plaza, lo más probable es que jamás sospecharía que era una persona pública. No, para esas personas a lo mucho pasaría como un abogaducho de tercera.

Lo cierto es que Nibaldo Campos era uno de los fundadores del partido político más conservador de Chile y, además, cumplía cargos como senador, ni más ni menos. Su familia tenía antecedentes de pertenecer a la burguesía, excepto por una tía suya que había salido escritora y a la cual no se le nombraba demasiado.

Nibaldo se consideraba un hombre de mundo, siempre había sido el más despierto de su generación en Derecho, colaborando luego codo a codo con el mismo Augusto Pinochet cuando la dictadura estaba en pañales. Esta colaboración fue premiada a la brevedad, cuando se le otorgó el puesto de alcalde de Santiago cuando apenas entraba a la treintena. Y durante mucho tiempo tuvo poder y dinero en su mano.

Incluso ahora, que estaba sentado en esta banca, que le parecía su silla eléctrica. Su más oscuro secreto estaba a punto de ser revelado, lo que significaba que su carrera política llegaría a su fin en cuestión de meses. Tal vez, días.

Cerró los ojos a la imagen de los niños jugando, pero pudo reconocer que alguien tomaba asiento a su lado con el cuidado que corresponde a un hombre mayor.

—No me digas que estás llorando —le dijo la voz del senador Aguilera, la persona que estaba esperando.

—No estoy llorando.

—Sería el colmo, estamos cagados hasta el cuello y tú más encima llorando como las niñitas.

Campos lanzó un suspiro al aire, esperando que este se extinguiera, y apoyó la espalda en el respaldo de la banca.

—¿Tan mal estamos?

—Metieron a Jaime en la de Alta Seguridad. En cualquier momento nos cagan a todos.

Aguilera colocó sus arrugadas manos sobre las rodillas. No parecía tan nervioso como indicaban sus palabras, ni su timbre parecía cambiar. Sonaba siempre sereno, como cuando estaba en la Cámara del Senado.

Al escuchar el destino de Jaime Moretti, Campos tuvo mayor certeza de que su secreto corría peligro de ser revelado. Su secreto, así como el secreto de Aguilera y Moretti, no podía salir a la luz, pues la gente no vería con buenos ojos su particular relación con esos jovencitos. Lo crucificarían, su matrimonio se iría por el inodoro; todo si se difundían sus fotos. Había guardado un enorme álbum con una foto de cada niña con la que estuvo, como una especie de recuerdo al cual poder recurrir en sus momentos de mayor soledad.

Para él no constaba de un crimen como tal, desde joven lo percibió como una condición que debía abrazar, al igual que la homosexualidad o esos hombres que se vestían como mujer. Así se convencía cuando pensaba en sus actos. La razón por la que escondía esto era por la vergüenza que le causaba, vergüenza que Moretti ayudaba a mitigar con las fiestas que organizaba en uno de sus departamentos en Providencia.

Había de todo en ellas. Alcohol, drogas, música con parlantes a todo dar y menores de edad que les bailaban desnudos; les servían copas de champaña y otros les otorgaban trabajos sexuales. Había visto niños y niñas cumpliendo estos trabajos, todos en edad en que recién le salían espinillas en el rostro; y entre la clientela también había de todo: miembros de su mismo partido, miembros de la oposición, actores de famosas teleseries, futbolistas y escritores. Si había que acreditarle algo a Jaime Moretti, era que podía ser un maestro al momento de organizar fiestas dignas de recordar… o de no recordar.

En una ocasión, el mismo Moretti lo recibió en una de esas propiedades suyas. Una casa colonial donde figuraban los juegos de luces y música bailable. Estrechó su mano y le mostró una sonrisa con dientes blanquísimos.

—Pasa, compadre. Hay whisky, ron o lo que quiera.

Mientras el millonario le hablaba, junto a él se detuvo una niña de no más de quince años, maquillada de forma exagerada y vestida de uniforme escolar que dejaba al descubierto toda su figura. Le lanzó una sonrisita traviesa.

—Hola, preciosa, ¿cómo te llamas?

Un suspiro se le escapó a la jovencita cuando contestó una simple palabra: su nombre era «Heidi». Campos musitó el nombre como cautivado por la niña, posando una de sus manos morenas sobre sus senos pequeños.

Nunca supo con certeza cuál fue el momento en que Moretti les dejó a solas, con el senador sentado en un sofá de piel y con Heidi echada sobre sus piernas. Empezaba a moverse de adelante hacia atrás, lento. Le bastaron dos minutos de caricias para pasar al siguiente nivel con Heidi.

¡Vaya fiestas!

Hace unos cinco meses atrás, sin embargo, la publicación de un artículo con el título simple de Oscuras fantasías había entregado detalles de las fiestas que realizaba Jaime Moretti, su consumo de cocaína desmedido e incluso de su presunto tráfico de armas.

Si bien el artículo no aportaba pruebas concretas, bastó para que la Policía de Investigaciones abriera una investigación formal que llevaría al arresto de Moretti por posesión de drogas y pornografía infantil.

En retrospectiva, ahora le parecía demasiado descuidado —o quizás muy confiado de su posición social— el proceder del empresario. Pensando que jamás lo alcanzarían las garras de la justicia por su dinero.

—¿Qué vamos a hacer? —se animó a preguntar.

Aguilera, que nunca sonreía, le devolvió una mirada con el labio torcido. Aquella mueca le pareció la primera sonrisa que le conocía, en treinta años.

—Negarlo todo. A Jaime se lo cagaron por no usar la cabecita, nada más. Piensa: ¿qué nos puede hacer esta cabrita a nosotros? Naaada. Si es una periodista de cuarta que de pura suerte le salió una historia bonita.

A Campos comenzaba a frustrarle la seguridad del anciano, al punto que le alzó la voz por los nervios.

—¡Pero si es verdad!

Aguilera, con la velocidad de una gacela, le cubrió la boca con su mano. Los niños ya se habían ido y el cielo se tornaba de un rosa poco usual.

—Baja la voz, imbécil. Escúchame… aquí no importa si es verdad o no. ¿Crees que a los que defienden los derechos de los niños y las mujeres les importa la presunción de inocencia? ¡Es un chiste! Ante cualquier cosa, niégalo todo.

Aguilera alejó su mano, sacó un pañuelo de su largo abrigo con la otra y se limpió con cuidado. Dobló el pañuelo con el cuidado de un objeto de costo invaluable. Luego, volvió a posar la mano sobre su rodilla con lentitud. Fijó su mirada en el columpio vacío.

—Mañana saldrá la segunda parte del artículo. Sí que es posible que siga acusando a personas. Cuando aparezcan nuestros nombres, solo si aparecen, lo niegas y pones una denuncia por difamación e injuria.

Nibaldo asiente. Sabía tan bien como Aguilera que podían apelar a eso, total la periodista que escribía los artículos podía decir y acusar a quién quisiera, pero no existían pruebas que la respaldaran. Era su palabra contra la de ellos. «Moretti tuvo mala suerte, nada más» se dijo.

Entonces, pensó en una persona que había visto en ocasiones en las fiestas de Moretti. Dicha persona era periodista también y por lo que sabía trabajaba con la mujer en cuyas manos estaba su ruina. A esta persona le gustaba que sus compañeros sexuales le llamaran «René», y con ese nombre era conocido entre los asistentes a las fiestas.

—¿Qué sabes de René? —preguntó, rompiendo el silencio que se había formado entre los dos hombres.

Aguilera carraspeó antes de hablar. Una brisa los alcanzó para calmar ese caluroso atardecer.

—René está igual de nervioso que tú, el problema es que no puede zafar tan fácil como nosotros. Te recomendaré una cosita: olvídate de los otros picantes que viste en esas fiestas, debemos apoyarnos entre nosotros y salvarnos solitos.

El senador Aguilera ahora dejó caer su mano senil, con su característico cuidado, sobre la rodilla de Nibaldo.

—¿El partido nos apoya? —pregunta este. Necesita saber si les cubrían las espaldas.

—El partido nos apoya y el presidente también. Tranquilo con eso. ¿Trajiste el pendrive?

Campos había guardado todo registro de su álbum en un pequeño pendrive con forma de lápiz, que entregó a Aguilera con una mano algo temblorosa. Acordaron que el anciano se haría cargo de las presuntas pruebas, pues conocía personas —que le debían más de un favor— capaces de esconderlas hasta que la tormenta pasara. Campos accedió a no hacer más comentarios; se daba perfecta cuenta que Aguilera le tomaba por imbécil, pero le convenía tenerlo como aliado en ese momento.

Aguilera escondió el pendrive en un bolsillo interno y se puso de pie, aludiendo que se daba por terminada la reunión. Nibaldo tuvo un revolcón en la boca del estómago y se obligó a llamarlo una última vez.

—¿Qué haremos si las denuncias no bastan? ¿Si esta cabra insiste en meterse en nuestras cosas?

Unos ojos celestes se posaron sobre él, y el senador creyó que aquella mirada correspondía a la de alguien dispuesto a matar a sangre fría.

—Bueno, Nibaldo, los accidentes pasan. Sabes a lo que me refiero.

Con eso, se dio fin a ese encuentro que «oficialmente jamás ocurrió». El cielo se tornaba ahora de un color azul oscuro, cayendo la pronta oscuridad sobre la figura de un hombre devastado que yacía sentado en una banca que se desarmaba sola.

2

Yessica Hernández salió de la sala con una fuerte jaqueca; su respiración parecía agitada como si llevase una hora de trote continuo y, sin percatarse, se mordía la uña del pulgar. Cuando se dio cuenta de todo esto, aun así, no se sintió cómoda haciéndoselo saber a su abogado.

Siendo honesta consigo misma, podía definir la audiencia en dos palabras. Desastre y Total. Para su desconcierto, la defensa de los senadores Aguilera y Campos fue arrolladora y bastante buena, en apenas media hora logró desacreditar las fuentes de Oscuras fantasías y poner una denuncia por difamación en su contra. Fue un ejemplo gráfico de dar vuelta la tortilla.

Aquello no le complicaba demasiado, ya tenía experiencias de ese tipo. Su vocación periodística fue, desde pequeña, siempre registrar la verdad hasta la médula, destacando por ser una niña inquieta a nivel intelectual y con claros rasgos obsesivos que la habían llevado a priorizar su vida profesional antes de la sentimental, acabando con los sueños de su padre de alguna vez convertirlo en abuelo. Gracias a esta vocación, ascendió de ser una simple columnista a convertirse en conductora de prensa en un canal nacional de noticias al más estilo de la CNN.

Sin embargo, nunca fue del tipo de obedecer a sus superiores, a quienes criticaba por adherirse a las versiones sesgadas de los ricos; y esto la llevó a más de un enfrentamiento con compañeros, editores y directores. Era un arma de doble filo, pues esas actitudes eran las que le agradaban a la gente.

Asimismo, para nadie era un secreto su postura de izquierda y su historia de persecución por parte de la dictadura de Pinochet. Aquel fue material incluso para uno de sus libros, titulado El holocausto del dictador, en el que criticaba sin censura los procedimientos por parte de Augusto Pinochet, la DINA y la CNI. Y si eso pareciera poco, durante muchos meses asistía a estaciones radiales para comentar sobre sus críticas a los crímenes contra los derechos humanos.

—Es más, Karen, hemos vivido en una total mentira política —había expresado en una ocasión en una radio FM—, porque creímos que con la partida de Pinochet tendríamos un gobierno de verdad democrático. La alegría ya viene y todo eso, pero es falso. Después de que se fue Pinochet, todos los presidentes (de izquierda y de derecha) que ha habido hasta ahora, velan solo por llenarse los bolsillos y no les importan los chilenos. Sí es increíble que tengamos una institución «policial» como los pacos… perdón, Carabineros de Chile, que solo sirven para pegarle a los más pobres. No olvidemos que son los poderosos quienes los mandan, les dicen: oye, anda y pégale al que más se parezca a ti.

Como es natural, después de esas declaraciones, Carabineros de Chile impuso una denuncia en su contra por dichos maliciosos y exigieron que la periodista presentara pruebas que respalden aquellas graves acusaciones. Yessica tuvo que asistir a juicios interminables durante medio año, hasta que accedió a pagar una multa. «Ser periodista y que no te demanden quiere decir que no eres periodista» era su frase predilecta.

Entonces, si no era la denuncia lo que le producía ese extraño sentimiento de ahogo, ¿qué era? Sintió su corazón sobresaltarse cuando a pocos metros de la salida de Tribunales vio al tumulto de periodistas —muchos de ellos viejos conocidos— esperándola con su opinión del fallo. Su abogado pareció percatarse de esto.

—No te preocupes, yo me encargo de ellos.

Acordaron que Yessica se alejaría sin decir palabra, que él respondería las preguntas con lo que ya tenían preparado. Y así lo recrearon.

Apenas atravesaron la salida, aquel tumulto se abalanzó con sus micrófonos y cámaras sobre Yessica, exclamando cosas que apenas pudo comprender. Sin mirar a nadie, caminó a una orilla y encendió un cigarrillo. Dios sabía que lo necesitaba, más que nunca la verdad. ¿Por qué tenía esta sensación de alarma?

—Repito: mi clienta no contestará preguntas —alcanzó a escuchar decir a su abogado—. Nos mantenemos con la historia de que ella solo expresó la existencia de una red de pedofilia con la cual, aparentemente, tiene nexos el señor Nibaldo Campos y otras personas más. Nunca se señaló que fueran clientes, muchas gracias.

Su cigarrillo estaba por extinguirse cuando vio aparecer un auto negro que le pareció bastante caro. Avanzó con lentitud delante de ella y supo la razón de esto cuando una de las ventanas traseras se bajó, asomando el rostro de ave de rapiña del senador Aguilera. Él la miró; ella mantuvo la mirada sin pestañear. En su mente fue un tiempo eterno, aunque sin dudas duró apenas cinco segundos. De repente, Aguilera sonrió y le señaló al chófer que acelerara.

¡Qué ser más repugnante!

Dejó la colilla en un basurero de plata cuando su abogado la alcanzó. La invitó a un café que quedaba a unas cuadras de allí, las suficientes para dejar todo aquello atrás.

Una vez en el café, pidieron dos sándwiches con mocaccinos grandes. Estuvieron repasando los papeles de la audiencia por una hora, momento en el cual su abogado dijo que debía dejarla.

—Igual, no dudes en llamarme cualquier cosa —le dijo antes de abandonar el local.

Y allí se quedó Yessica Hernández, sola en una mesa con un vaso de café a medio beber. No se había dado cuenta, pero estaba de frente a un televisor colgado del techo. Para su jodida mala suerte el tema principal era su metida de pata con el senador Nibaldo Campos, hombre de respeto en la llamada burguesía chilena. En ese instante, recordó que su madre le había mencionado cuando comenzó con la historia: «Te estás metiendo con los perros bravos, mijita».

— No dudo de la capacidad periodística de la señora Hernández —Nibaldo Campos había sido abordado por los canales de televisión—, pero uno siempre debe reconocer dónde se está equivocando y lo mínimo que se debe hacer en esos casos es disculparse. No sé si la señora Hernández tiene conocimiento de que mi familia, mi padre fue uno de los hombres que ayudaron a forjar el Chile de hoy, con nuestras buenas costumbres y valores. Este tipo de acusaciones de las que soy víctima son irresponsables. Una total falta de respeto.

Mientras veía lo que contestaba Campos, Yessica pudo sentir como se le tensaba el rostro de pura cólera. Un timbrazo del celular la hizo regresar de golpe. Era Esteban quien llamaba, pero se negó a contestar. No quería hablar con nadie, su cabeza parecía un nido de avispas.

Además, con lo que sabía, tampoco estaba segura en quién confiar. Sus investigaciones referentes a la red de pedofilia no solo apuntaban al ingeniero comercial Jaime Moretti y a políticos de ultraderecha. Existían varios puntos que no se había atrevido a colocar en Oscuras fantasías, como la existencia de un cliente al que solo llamaban René.

De este René no sabía gran cosa, si era hombre o mujer o qué relación lo vinculaba con Moretti. Pero lo que sí le confirmaron sus fuentes era que trabajaba con ella en el canal.

Una completa locura.

En junio de 2018, ocho meses atrás, Yessica se encontraba haciendo un reportaje sobre el misterioso ingeniero Jaime Moretti cuando una de sus fuentes más antiguas la puso en contacto con dos hermanas que señalaban «haber vivido algo complicado con este hombre».

Alicia y Pamela Suárez le contaron que el señor Moretti se apareció en su vida con la intención de comprar un dibujo hecho por Alicia, la mayor de las hermanas —con dieciséis en ese entonces—, y le ofreció mucho dinero para que fuera a su casa en La Dehesa para hacerle un retrato. Sospechoso o no, necesitaba el dinero y partió con su hermana por seguridad. Le contaron que, una vez terminado el dibujo, Moretti las habría presionado para hacerle caricias en sus genitales.

A medida que seguía el rastro, comenzó a notar un patrón que consistía en contactar a menores de edad con problemas económicos o en condiciones vulnerables, que le harían «estos favores» al ingeniero.

Profundizó en casos similares y dio con ellos con una rapidez preocupante. Fue complicado llegar a alguno de estos niños y niñas, ya que muchos asumían que era una policía preguntona y arrancaban. Tras varios intentos, en uno de ellos hasta llegó a escapar, con un grupo de las niñas, de los carabineros que amenazaban con golpearlas. Así consiguió ganarse la confianza de una mayoría. A pesar de ello, no todos estaban dispuestos a contar su experiencia con Moretti.

Durante un largo tiempo, creyó que ninguno le contaría qué ocurría, pero sus preocupaciones se calmaron cuando una de las niñas, llamada Constanza, le comentó que quería hablar.

—Yo nunca tuve sexo con nadie en esas fiestas, pero me daban plata si les conseguía más niñas o niños —le había confesado—. Solo yo les he llevado doce niñas, pero las demás, seguro, llevaron más.

Fueron estas redes que la llevaron a las fiestas en Providencia, donde Moretti arrendaba departamentos a los que llegaban todo tipo de personas, siguiendo el testimonio de una muchacha a la que todas llamaban Heidi.

Yessica intentó citar a Heidi a un café para poder conversar más tranquilas, pero la niña expresó que prefería que no las vieran en lugares públicos.

—Ellos son personas importantes. Si nos ven, sonamos usted y yo.

—Entiendo. Veámonos mañana en mi casa, ¿te parece?

Heidi cumplió con su palabra y a la hora citada apareció en el departamento de Yessica, tapada hasta la nariz. Se sentó frente a la periodista y empezó a contar una historia familiar marcada por la violencia y el abandono —tanto literal como afectuoso— y que ese ambiente turbulento la habría empujado a recurrir a las calles para sobrevivir.

Al comienzo, solo como simple ladrona, hasta que se vio inmersa en el mundo de la prostitución infantil. Yessica no tardó en darse cuenta de que Heidi y las niñas que partieron como ella, compartían historias de violencia y pobreza. Pero también su olfato la hacía sospechar de la intervención de organismos como el Sename.

Heidi había comenzado a prostituirse en las calles, recibiendo clientes en vehículos, pasando las peores experiencias, pero con las que ganaba buena plata. Por eso supo que solían ser hombres adinerados quienes solicitaban sus servicios sexuales. A veces la llevaban a moteles, otras a lugares apartados (como cerros, peladeros, etcétera) y las menos disfrutables habían sido en los mismos autos de esos clientes.

Le contó que “subió de nivel, por así decirlo” y su jefe la solicitó para fiestas que se armaban en uno de los departamentos de Providencia.

—Esas fiestas son para los más exclusivos —aseguró la niña—. A esas sí que llega gente importante: gente del gobierno, famosos, escritores, de todo hay.

Le habló de René, a quien jamás había visto pero que había tenido sexo con una de sus amigas; que tenía harta plata y que conducía un canal de noticias.

—Es muy importante que, si sabes cuándo irá este René, me contactes lo más rápido posible.

La niña pareció temerosa, balbuceando unas cuantas palabras que la periodista no consiguió comprender, pero según su lenguaje corporal entendió que era por un profundo miedo. Heidi decía que Yessica no comprendía la dimensión del peligro en el que se metía si se involucraba más de la cuenta con estas personas. La periodista debió tomarla de los hombros y mirarla a los ojos para pedirle que se calmara.

—Que me des esa información que te estoy pidiendo —le dijo—es clave para poder derrumbar a estos tipos, Heidi, necesito que lo entiendas. Tú no tienes que hacer nada más, del resto me encargaré yo y te juro que nunca nadie sabrá que me ayudaste.