No nos extrañará el sistema - Antonio Malpica - E-Book

No nos extrañará el sistema E-Book

Antonio Malpica

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Beschreibung

Lorenzo escribe lo que vive, lo que ve en una ciudad vigilada por helicópteros y habitada por personas que no existen si no tienen cédula. El sistema intenta controlarlo todo, desde los semáforos hasta la loca idea de que existieron los árboles. En una ciudad desbordada donde los congestionamientos duran días, Lorenzo encuentra a María. También encuentra la confianza, la soledad, la muerte.

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A BERNARDO RUIZ

The increase in the world's populationrepresents our victory against death.

Julian Simon, Doom-Slayer

 

no sé

darle razón a este boli y esta plaqueta

Contar, por ejemplo, que mirar a los roñas por la ventana es gratificante. Usar palabras como gratificante.

o nomás escribir por escribir por escribir por escribir

todo lo que me pasa por la mente como:necesito una mina.

Me revienta tener que subir siempre al dobleú de la azotea.

La noche es bacán.

por ejemplo

o también...

Recién terminé el libro que me prestó el profesor.

Eso. Y así. Sin preguntarme más. Así. Dejar que todo fluya por la plaqueta igual que fluye por mi cerebro.

Así.

así

 

Recién terminé el libro que me prestó el profesor. No puedo decir que me haya gustado. Ese tipo de historias me desorientan, tal vez porque no son posibles, porque no me gusta que nadie pretenda hacerme creer cosas que no pueden ocurrir. Pero igual le dije a él que me gustó. Solo porque es buena persona y porque seguro que es lo que estaba esperando oír. Además, se esmeró mucho hablándome de los dos primeros volúmenes, tratando de construir la historia que yo debía continuar en el tercero, que es el que me prestó, hablándome de todos esos hobbits, magos y elfos que le fascinan tanto. De cualquier modo me dio gusto leer el libro completo, porque aquí nadie lee. Excepto el profesor, claro. Y como él es el mejor tipo de este lugar, yo, tal vez por parecerme un poco más a él que a todos los demás, acepté su propuesta de echarme el libro por las noches. Casi tres meses me llevó la hazaña. Así que recién terminé el libro, fui a su colchoneta en la cocina y lo toqué en el hombro para despertarlo. Le dio tal gustazo saber que ya lo había terminado que quiso platicarlo de inmediato. Y volvió a entristecerse por no contar con los otros dos volúmenes. Un buen tipo el profesor. Un buen

tipo

y así

ayer descubrí a dos besándose. Uno al que le decimos el Greñas y otro que casi ni habla. Todos creemos que es extranjero porque cuando llega de trabajar nomás saluda sin decir nada y se va a acostar. Ya todos estaban dormidos y yo me paré al baño. Oí un ruido y apreté los ojos para luego ver mejor en la oscuridad. El Greñas y el extranjero se besaban y se metían mano. No es que esté en contra de esas cosas. Al contrario, creo que cada quien tiene derecho de hacer lo que quiera con quien quiera. Pero sí me puse a pensar que a ver si al final no acabamos todos de imbugas a falta de mujeres. Uno nunca sabe.

Venía como a las nueve de la noche del trabajo y me detuvo un roña en la calle, en la esquina de Miguel Laurent con Insurgentes. Nomás te ven uniformado y creen que los puedes ayudar. Sobre todo cuando no eres policía, porque piensan que tienes algo que ver con el gobierno o con el sistema. Me dijo: “Vale, consígueme laburo, ya no aguanto dormir en la calle”. Y hasta eso que se veía bien. No se veía somado, ni borracho, ni nada. Pero yo ni me detuve. Pensé en echar mano de una parte de los ochenta pesos que llevaba de circulante, porque sí me dio buena espina el compañero. Pero ya no insistió y mejor los guardé. Nunca se sabe para qué puede servir el dinero después.

a la hora de la cena Sherman, Luis y el Greñas se pusieron a contar chistes de negros enfrente del Cambujo. Pero hasta eso que agarró la onda el moreno. Y luego él se puso a contar chistes de borrachos. Me gusta cuando estamos así, cuando nadie se pelea con nadie y todos agarran la onda de que aquí nos tocó y es mejor apretados que en la calle. Además, con tener trabajo ya está uno del otro lado. Por lo menos vas al baño y comes y duermes sin broncas. Hasta el profesor se rio de uno que otro chiste. Bacán.

que se me antojó

salir temprano para el laburo, para antes hacer fila en el mart de la esquina y comprarme un donut. Total, si no, para qué trabaja uno. Y hasta eso, nadie me dijo nada. Me gusta cuando nadie pregunta que por qué haces esto o por qué haces lo otro. No como el licenciado que vivía aquí hace dos meses. Me acuerdo que no podía ni pararme al dobleú a una hora distinta de la de siempre porque luego luego empezaba con sus preguntas. Cochino paranoico. La verdad, qué bueno que lo desemplearon. Sabrá dios dónde andará mendigando ahora. Creo que Luis lo vio una vez por allá por donde trabaja él, cerca del centro. Pero quién sabe. Así que me salí temprano y me fui a formar. Habría apenas cien gentes, porque todavía estaba oscuro y algunos le sacan a irse a formar cuando no hay luz. Yo hace mucho que les dejé de tener miedo a los roñas. Claro que a mí me molestan menos que a otros. A lo mejor por el uniforme o porque estoy joven. Una hora y media y ya tenía el donut en los dientes. Total, si no, para qué trabaja uno tanto. Lástima de los dos mocosos que se me pegaron todo el rato que me tardé en acabármelo.

Hay una mina nueva en el trabajo asignada al corredor C. No está nada mal. Además, el uniforme le viene muy bien, no como a la Flaca que trabaja conmigo acomodando. A ella nada le viene bien, creo. Pobre. Ella qué culpa tiene, de todas maneras. A veces me da lástima, porque es de esas que parece que no valoran tener laburo (aunque sea así de pinche como el nuestro, acomodando gente en el metro) porque siempre está como triste. A veces me mira a lo lejos (ella se encarga del último vagón. Yo, del antepenúltimo) y siempre me viene la idea de que no ha comido en varios días. En cambio la mina nueva, una Morena con todo muy bien puesto en su lugar, hasta me sonríe. Las dos veces que pasé por su corredor para ir al dobleú me sonrió. En una de esas hasta me animo a hablarle.

No podía dormir y me fui a parar a la sala, ahí donde duermen cuatro de los quince que vivimos aquí en el 202. A veces me entretengo viendo por la ventana de la sala a la gente que duerme en la calle. Sobre todo porque no siempre duermen. Algunos comparten el chupe, otros conversan, otros discuten, otros juegan. Me tocó ver una cáscara de futbol. Hasta tomé partido desde lo lejos. Eran las tres de la mañana y ahí estaban esos vales jugando. Chavalos, chavalas y abuelos participaron también. Me dieron ganas de apagar el cigarro y pedirles que me dieran chance de entrarle. Pero ya se sabe cómo es esto. Les da uno la mano y se toman el pie. Nadie puede entablar conversación con un roña o su familia sin que en un ratito ya estén pidiendo dinero o que los dejes meter a tu casa o

Se descompuso el frízer y estuvimos sudando como malditos puercos hasta que lo arreglaron. Con dos horas tuvimos para que el departamento empezara a apestar morongo.

Iba para el trabajo por Insurgentes y

una mina me empezó a seguir por ahí del Eje cinco. Honestamente, a veces le pienso para eso del comercio sexual en la calle. Pues total, qué bronca hay en vaciarse con una desconocida. Nomás te tapas con la chambra que siempre traen encima y ni pierdes tiempo: cinco minutos y ya está. Además, todo el tiempo traigo circulante. Pero me da no sé qué cosa. A lo mejor porque todas casi siempre andan en algo: en el soma, el alcohol o algo peor. O a lo mejor no me late hacerlo con tanta gente alrededor, muy a pesar de la chambra. Quién sabe. El caso es que me venía siguiendo esta mina y yo le empecé a pensar. Pero como ella no traía nada encima, me di cuenta de que no podía ser una exprés. Era otra onda. Total que me dejé alcanzar. “¿Por qué me sigues?”, le dije. Seguro que se sorprendió, porque es bien difícil darse cuenta de que te están siguiendo en estas calles tan llenas de gente. “No te sigo”, contestó. “Sí me sigues. Qué quieres”. Se sacó de onda y se echó a correr. Hasta sentí medio feo, pero ni modo. Hay que andarse con cuidado en esta ciudad.

El profesor me prestó otro libro. Se llama Rayuela y tampoco tiene portada. Hasta le faltan las primeras páginas. La verdad no le entiendo nada. Voy a hacer como que lo leo unos días y luego le digo que me lo cambie, nomás para que no se sienta manteca, porque habló puras maravillas del libro. Entonces yo, que soy un bocón, le pedí que me lo prestara. Total, me vuelvo a echar el del hobitt y el anillo si no tiene alguno que me guste.

porque nos lo tienen

prohibido. Claro, como en todos los trabajos. Hacer amistad con los otros empleados. Pero igual me aventé. A la segunda vez que regresaba del dobleú le hablé. Me dio pena porque todavía tenía las manos un poco húmedas. No dejó de sonreír. Le dije que qué tenía que hacer saliendo de ahí. Me dijo que nada y la invité a ir por un café. A las ocho, cuando despaché mi último transporte, me fui a esperarla a la salida. Un par de roñas me pidieron un cigarro y tuve que fingir sordera. Claro. Dale un cigarro a uno y en un segundo tienes a toda la calle encima. Por eso me aparté. Y un río de ciudadanos se interpuso entre la salida y yo. Por eso me dio gusto cuando ella salió y me buscó con la mirada. Es una sensación difícil de explicar: saber que una mina como ella sale del metro y va en pos de alguien como yo. Bacán. Le hice una seña con una mano y se dirigió hacia mí. Así que fuimos a hacer fila para el café. Y yo, por hacerme el interesante, dije lo que sabía por el profesor: que antes podía uno tomarlo sentado en un sitio confortable llamado cafetería y que se tomaba bien caliente. Ella me dijo que ya lo sabía y se burló de mi inocencia. Pero no me importó. Ya bastante ganancia era tenerla conmigo, cómo me iba a importar que se burlara o que hiciera lo que quisiera. En media hora alcanzamos la ventanilla y yo pagué con mi cédula. No le sorprendió mi gentileza. Al poco rato, encontramos un sitio para sentarnos en la banqueta donde está la estatua de la Cibeles. Pensé en decirle que ese monumento es idéntico a otro que hay en España aunque sin los rayones de los roñas, pero preferí cerrar la boca y no estropear el momento. Hasta que terminamos el café fue que me animé a decir que antes de la corporativización del campo, antes de los deshielos, los semáforos eran de tres colores nomás. Ella sonrió y no dijo nada pero entendí que era su forma de decir: “Ya lo sabía”. Al menos no se burló.

Se llevaron al Cambujo al Hospital. Todo inició por una cápsula de cielo que estaba sobre el lavabo que Gerardo tomó. Después de unos minutos el Cambujo la reclamó como suya. El otro le pegó un combo. Y ahí se armó todo. El extranjero se metió porque Gerardo ya le había convidado cuando empezó el lío. Al final hasta yo tuve que meterme porque el extranjero agarró al Cambujo de los cabellos y lo comenzó a golpear contra el dobleú hasta que le abrió la frente. Tuvimos que pedir ayuda por la multi. Cuando los paramédicos llegaron, nadie dijo nada. Ni siquiera el Cambujo: insistió en que se había resbalado en el baño. Morongo cuando pasan estas cosas me dan ganas de largarme al carajo. Me pregunto si las mismas broncas habrá en los departamentos de mujeres o en donde viven varias familias. Chance y es hasta peor.

El profesor estaba tan nervioso que le invité una coca-cola que tenía escondida para ver si así se tranquilizaba. Me fui a sentar a su colchón con él, en la cocina. A veces lo envidio porque es el único que puede cerrar la puerta para tener algo de privacidad. Pero se lo merece. Y es el único de aquí que no es un bueno para nada, a pesar de que también es el único que no trabaja. Su cédula de jubilado le da un aire de superioridad. Y bien ganada, porque es el mejor. Me estuvo contando cuando esta colonia era de ricos y cómo, en las noches, las calles se quedaban vacías, hasta que se quedó dormido a la mitad de una frase. Pobre profesor. A veces se me hace como el papá que no conozco. Pobre profesor. Si estuviera casado o tuviera hijos, no tendría que aguantar las morongadas que ocurren en un departamento de hombres solteros. Yo de plano me clavé leyendo el Rayuela, para ver si así me

Ahora la mirada de la Flaca es como que más de amargura. Se me hace que ya sabe que salí con la Morena y se siente celosa o algo. A ver si no me delata porque aquí no nos dejan ni saber el nombre del de al lado, por eso ni se lo pregunté a la Morena, para no fallar en caso de que nos apañen. Pero ni falta que hace saber su nombre, porque las dos veces que fui al dobleú le hice gestos y ella se rio. La verdad, si puedo, la voy a invitar a un cinco minutos lo más pronto que pueda. No hoy.

Ni mañana.

Un día.

Se hizo una de esas escaramuzas de pánico que hacía mucho que no veía. Fue en el cruce que hacen Insurgentes y el segundo piso del viaducto. Un camión se fue de lado contra la barda y cayó desde el segundo piso hasta una banqueta de Insurgentes. Morongo. Aplastó a tres vales roñas que estaban tomando ron ahí y a otros que iban pasando. Ocho muertos y eso comenzó la histeria. La gente empezó a correr y atropellarse. El tráfico se paró por completo. Si de por

en la casa vi en la

multi que el tráfico no se compuso en toda la noche. Vaya que así fue: aquí sobre Miguel Laurent la fila de coches nunca se deshizo. Los vales prefirieron apagar los motores y echarse a dormir en sus coches. Hasta los roñas extrañaron el asfalto que usan para tirarse a dormir, ahora tan apretujado de coches.

Me puse a ver lo que hacían el Greñas y el extranjero a media noche. Cada quien. Pero el otro día el profesor me contó que por la Viga hay departamentos para imbugas. Ellas y ellos. Según yo, alguien debería decirles que

Hoy pasaron por Sherman en un coche. Y me dijo que si no quería un aventón al metro. La verdad acepté nada más porque hace más de tres años que no me subo a uno. Eran las cinco de la mañana y a pesar de que me tocaba bañarme a mí, le cambié el día al güero de las carnes, porque sí se me antojó volver a ver qué se siente. Pero fue una decepción. Nada más para salir a Insurgentes desde aquí desde Moras, quince minutos. Y luego, tres cuartos de hora para llegar al Eje cinco. Además, la plática del amigo de Sherman me tenía mareado, porque resultó uno de esos creídos que no dejan de mirarse en el espejo. Además, no paraba de hablar con otros idiotas iguales que él por la multi del coche. Me asqueó. “¿Qué le pasa a ese vale?”, le preguntó a Sherman cuando ya estaba yo echado en el asiento trasero. “Nada. Es un purro”, contestó él. Le di un buen combo en la cabeza a Sherman y me bajé del coche. Es cierto que las calles están llenas de roñas y es cierto que a veces para avanzar hay que empujar todo el tiempo, pero siempre serán mejor opción que tener que aguantar las estupideces de un manteca pelo relamido.

mal día en el metro.

Nos avisaron de la descompostura de un convoy. Tuvimos que acomodar a un cuarto de los que ya tenía asignados en el que llegó después (los otros tres cuartos se fueron a la calle a volverse a formar). Morongo. Casi rostizo a una señora que no entraba y no entraba. Y cuando empezaron las quejas y las amenazas de los otros pasajeros de plano me tuve que ir a quejar con el supervisor. Hasta que le dije que era imposible hacer entrar a la señora en ese transporte y que se quejara con quien quisiera fue que se dignó a ir. La mujer había recibido cuatro descargas y estaba llorando. Un par de señores me dijeron hijo de puta y purro comemierda, cuando me vieron aparecer de nuevo con el supervisor. En las otras puertas había problemas semejantes. No sé cómo le hizo la Flaca para cerrar su vagón. Fue entonces que el supervisor, que sí es un verdadero hijo de puta, me pidió la porra y le dio a la señora. Más gritos. El que me llamó comemierda se bajó y la tomó en nuestra contra. Los polis tuvieron que intervenir y lo sacaron del andén. Fue gracias a ese nuevo espacio que la señora entró. Cuando por fin se marchó el convoy me di cuenta de que la Flaca y yo nos mirábamos y nos sonreíamos. Eso sí fue sudar y desquitar el salario.

Ya le dije al profesor que me preste otra vez el libro del hobbit del anillo. Ese de Rayuela no lo entiende ni el que lo escribió. El del hobbit no me gusta pero por lo