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Su venganza solo sería completa… cuando ella luciera su anillo de compromiso. Para salvar la empresa familiar, la directora ejecutiva Eve Chevalier tenía que conseguir que su rival, Gage Caron, le hiciera una oferta de adquisición. Siete años atrás, ella había roto su relación secreta con él, por lo que se enfrentaba a una difícil negociación. Lo que no esperaba era que la cláusula no negociable fuera convertirse en la prometida de Gage. Gage necesitaba recuperar la buena imagen de su compañía y, desde su punto de vista, eso era lo mínimo que Eve le debía. La explosiva química que los abrasaba mientras mantenían un compromiso ficticio… nunca debía haber formado parte de la ecuación.
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Seitenzahl: 187
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Kali Anthony
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Novia por contrato, n.º 2854 - mayo 2021
Título original: Bound as His Business-Deal Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-353-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Entonces
–¿Te has hecho daño?
Eve se estremeció al tiempo que Gage le echaba su abrigo por los hombros y protegía su cuerpo calado. Un chorrito de agua le caía desde el cabello por la espalda. Se llevó un dedo a la sien para tocarse la zona dolorida.
–Tengo un chichón, pero estoy bien.
–¿Dónde? –preguntó Gage, iluminándola con la linterna. Eve parpadeó.
–Aquí –se señaló ella.
Gage le acarició la zona y Eve se estremeció, pero no de frío.
–Lo siento –dijo él. Y le besó la frente. Dejó la linterna en el suelo y el haz los iluminó como si estuvieran en una cápsula espacial–. ¿Algún otro sitio?
Eve negó con la cabeza.
–¿Y tú?
Gage iba conduciendo cuando el coche derrapó por culpa de la lluvia torrencial. Conducía a alta velocidad porque Eve estaba segura de que su hermana, Veronique, le había visto salir a hurtadillas de casa para encontrarse con él y fugarse.
–Estoy bien –la tranquilizó Gage.
Eve escrutó su rostro en la penumbra del edificio abandonado en el que se habían refugiado, tras tomar sus mochilas y abandonar el coche. Parecía encontrarse bien, pero con Gage nunca podía estar segura, porque siempre intentaba protegerla.
–¿Teníamos que abandonar el coche? –preguntó ella.
–No arrancaba así que no nos servía de nada. Como ha caído por el talud esperemos que no lo vean.
Gage abrazó a Eve y esta se acurrucó contra su pecho mojado mientras la lluvia golpeaba el tejado metálico y se colaba por varios agujeros.
–Todo irá bien, cher. Tenemos algo de dinero –Gage apretó un bolsillo del abrigo. Dos mil dólares era poca cosa, pero los llevaría hasta su destino–. Pasaremos aquí la noche y mañana a primera hora tomaremos un autobús a Montgomery. Allí nadie podrá impedir que nos casemos, ni tu familia ni la mía.
La voz de Gage se tiñó de tristeza. Él amaba a sus padres, pero los Caron y los Chevalier estaban enemistados desde que Eve y Gage tenían uso de razón. Los padres de este habían censurado su relación con Eve y, a pesar de que les había dicho que se amaban y que todo lo demás daba lo mismo, no los había convencido.
En cuanto a la familia de Eve… A esta se le contrajo el estómago. No quería imaginar lo que sus padres dirían cuando se enteraran. Se abrazó con fuerza a la cintura de Gage.
–¿Estás seguro de esto? –preguntó.
Gage iba a perder el apoyo de su familia, a la que adoraba. Él se echó hacia atrás para mirarla. La luz amarillenta de la linterna intensificaba el increíble azul de sus ojos.
–Te amo. Y en Alabama no necesitamos el permiso de nadie para casarnos.
De haber tenido ella veintiún años, no habrían necesitado huir. Pero no podían esperar. Eve temía la fila de pretendientes que su padre había empezado a hacer desfilar ante ella, y después de que la matriculara en un colegio para señoritas en Francia, solo les había quedado una alternativa: o escapaban juntos o no se verían en al menos un año. Y esa idea era inconcebible. Para ella, la decisión había sido relativamente fácil. Para Gage no tanto, pero no había manifestado ninguna duda.
Gage se pasó la mano por el cabello rubio que el agua oscurecía. A Eve no se le escapaba la tensión que llevaba meses percibiendo en sus ojos.
–No te habrán entrado dudas, ¿verdad? –preguntó él.
–En absoluto.
Gage sonrió y el frío se disolvió en calor. Aquella sonrisa siempre la reconfortaba, incluso cuando tenía que subir la música para no oír discutir a sus padres; o los días que su madre, con un té en la mano al que añadía un chorro de ginebra, iba a su cuarto buscando compañía.
Gage le tomó la barbilla y la besó. Sus labios eran tan suaves y delicados que Eve se derritió contra su pecho. No podían seguir así, besándose en un edificio decrépito. Una vez se casaran, buscarían un hotel y harían el amor en una cama de verdad, como unas semanas atrás, cuando se habían metido a escondidas en la casa de invitados de los padres de Gage. Él la había tratado como a una princesa. Y el recuerdo de cómo la había llenado, en cuerpo y alma, hizo que Eve se estremeciera. Ella había gritado de placer en sus brazos, porque le había hecho sentir la perfección cuando en su entorno todo parecía fragmentado.
La lengua de Gage tocó la de ella y Eve enredó los dedos en el cabello de él a la vez que profundizaban el beso. Eve lo necesitaba cerca, lo necesitaba desesperadamente. Gage lo era todo para ella; el único hombre que había deseado. Pronto nadie podría pararlos. Pronto, pensó con un estremecimiento de alegría, sería la señora de Gage Caron.
Gage se separó bruscamente de ella y todo se sumió en la oscuridad al apagarse la linterna.
–¿Qué…?
Gage le hizo callar poniendo un dedo en sus labios. A su espalda, Eve vio el resplandor de una linterna en otra zona del edificio y oyó ¿pasos? Se quedó paralizada con el corazón desbocado. El aliento de Gage la acarició:
–Hay alguien.
Gage se separó de ella. Aunque no lo veía, Eve sabía que no la dejaría. Nunca. Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad, lo vio acuclillado, metiendo cosas en la mochila.
–Tienes que esconderte –susurró Gage.
–Puede que no sea mi padre.
–No podemos arriesgarnos.
–¿Y tú?
Gage sacudió la cabeza.
–Toma el dinero y ve a Montgomery. Nos encontraremos allí. Llámame al llegar. Ahora, arriba.
Eve alzó la mirada hacia las negras y amenazadoras vigas que tenía sobe la cabeza.
–¿Tienes miedo? –preguntó Gage.
«Terror». Pero la pregunta de Gage prendió una hoguera en el estómago de Eve. Desde que se conocieron de pequeños, a través de un hueco en el muro que separaba las propiedades de los Chevalier y los Caron, Gage le había hecho esa pregunta cada vez que ella vacilaba, porque sabía que nunca se echaría atrás ante un reto.
–No es más difícil que trepar al magnolio. ¿Lo recuerdas?
El tono quebrado de Gage le indicó hasta qué punto también él estaba asustado. Eve asintió y volvió a mirar las vigas.
–Lo recuerdo.
Nunca olvidaría estar sentada en las ramas con él, mirando al mundo desde arriba como si algún día pudieran mandar en él. A su madre le habría dado un ataque de saber que su valiosa hija estaba en lo alto de un árbol, con un asqueroso Caron. Pero con Gage todo era posible, por más imposible que pareciera. Allí arriba, en un mundo de fantasía en el que se aislaban del mundo real, la amistad infantil se había transformado en amor.
Gage terminó de llenar la mochila y metió la suya en un hueco en la pared, fuera de la vista.
–Ahora tienes que trepar como si te persiguiera un tigre, cher –susurró Gage mientras las pisadas se aproximaban.
Se oyeron murmullos:
–Salid, salid de donde estéis.
Sonaban como los cazadores de un cuento en el que ella fuera la presa. Eve estuvo a punto de vomitar, pero se contuvo. Gage se acercó y la besó brevemente, sacándola de su ensimismamiento.
–Los distraeré mientras tú huyes –dijo. Y, agachándose, unió las manos delante de sí.
Eve puso el pie en el improvisado estribo, igual que de pequeños, cuando Gage la ayudaba a subir a los árboles. Gage la impulsó hacia arriba y Eve se asió a una viga. Varias astillas se le clavaron en los dedos. Trepó sobre la madera y se encogió, intentando hacerse lo más pequeña posible.
Eso se le daba bien.
La tenue luz del exterior atravesaba los cristales rotos y sucios. Gage le lanzó una última mirada; el haz de varias linternas avanzaban en su dirección. Gage se besó los dedos y le lanzó un beso.
–Hasta pronto.
Se colgó la mochila y se marchó a otra zona del edificio, donde hizo sonar sus pasos. Eve tomó aire para intentar calmar su agitado corazón. Todo iría bien.
Entonces oyó gritos.
–¡Aquí está! ¡Aquí!
Rumor de botas. Ruidos. Refriega. Una cacofonía de sonidos.
–¡Lo tengo!
–¡Suéltame!
Eve nunca había oído la voz de Gage sonar tan aterrada. Se asió a la viga y cerró los ojos, intentando distinguir las voces ahogadas por el golpeteo de la lluvia sobre el tejado. Rezó para que Gage solo estuviera fingiéndose asustado.
–¿Dónde está?
Eve contuvo el aliento. Era su padre. Hubo un breve silencio seguido de un golpe y la voz quebrada de Gage:
–Se ha ido.
¿Le habían golpeado? La cabeza le dio vueltas. Eve intentó calmarse. Si se desmayaba se caería y todo habría acabado.
–¿Te ha dejado?
–Nunca la encontrarás. Me he ocupado de ello.
Eve no pudo oír a su padre, solo las voces de los hombres, cada vez más altas. Varias linternas iluminaron la nave a sus pies. Un hombre estornudó tras remover unas cajas y esparcir el polvo. Eve sintió un cosquilleo en la nariz. Tenía que impedir como fuera que miraran hacia arriba.
La lluvia volvió a arreciar. El agua dificultaba la escucha, también la de los hombres.
–¡Nada, jefe! –oyó gritar a uno de los matones de su padre, antes barrer el espacio por última vez con la linterna.
Y todos salieron.
Eve apoyó la cabeza en el puntal que tenía ante ella. Las lágrimas le ardían en los ojos, pero no podía llorar. Gage necesitaba que fuera fuerte. Ya habría tiempo de derrumbarse cuando se reencontraran.
–Chico, tu abuelo era un mentiroso y tu padre un ladrón –la voz de su padre, fría y cruel. Un tono tan familiar–. ¿Ahora pretendes robarme a mi hija? Voy a arruinar a tu familia aunque sea lo último que haga en la vida. Destruiré todo lo que amas.
Aquella voz heló la sangre de Eve. Se mordió el labio para no gritar. El sabor metálico de la sangre le inundó la boca. Hugo Chevalier cumpliría su amenaza.
¿Qué había hecho? No debía haber huido. No debía haber puesto en peligro a Gage y a su familia. Alguien escupió con un gruñido de desdén. Asomó un poco más la cabeza, pero no logró ver nada. Las manos le dolían por las astillas.
Oyó una risa desdeñosa. La de Gage. Eve tembló; habría querido ponerlo en aviso: no podía arriesgarse a provocar a su padre.
–No puedes destruir todo lo que amo, Chevalier, porque nunca recuperarás a Eve. Está a salvo.
El golpe de un puño contra hueso volvió de piedra el estómago de Eve. Aunque quería comprobar desesperadamente si Gage estaba bien, no podía moverse. Gritos, ruido. Gemidos de dolor al recibir Gage una paliza por su culpa. Debía saltar y salvarlo, como él lo había hecho tantas veces por ella. Él siempre le decía que era la persona más valiente que conocía pero, escondiéndose como una cobarde, acababa de demostrarle que se equivocaba.
Ocultó el rostro en la manga del abrigo de Gage; el aroma del hombre al que amaba impregnaba la prenda, recordándole todo lo que podían perder si las cosas iban mal.
Pero no había marcha atrás. Eve lloró contra la tela. La lluvia ahogó el rumor de sus sollozos.
Presente
Eve estaba sentada en la enorme mesa de reuniones con su espectacular vista de Seattle. El impoluto cristal, la madera pulida, el bronce bruñido, todo ello simbolizaba una compañía en la cima; una compañía ganadora que arrasaba con sus competidores. Era el último lugar en el que Eve habría querido estar, pero al que no había tenido más remedio que acudir. Miró el reloj. Diez minutos de retraso. Les estaba haciendo esperar. Eve tamborileó los dedos sobre la mesa para ignorar el nudo que tenía en el estómago y del que dudaba que llegara a librarse el resto de su vida.
–No sé si es una buena idea, señorita Chevalier.
Eve miró con severidad al abogado que había servido a su familia numerosos años y que formaba más parte del problema que de la solución de todo lo que había ido catastróficamente mal. Sin embargo, se había visto obligada a acudir acompañada por él para conseguir que la junta directiva la aceptara. No le resultaba fácil que confiaran en ella, y no estaba segura de llegar a conseguirlo nunca.
–No nos queda otra opción.
De hecho, más que una opción, era un milagro. La compañía familiar, Knight Enterprises, estaba al borde del colapso. Si sucedía lo peor, Eve estaba segura de que podría superarlo. Después de todo, comparado con lo que había padecido en su vida, aquello sería insignificante. Intentó ignorar la punzada de dolor que le atravesaba el corazón cada vez que veía la imagen de un pequeño ataúd blanco en una iglesia vacía…
Había cosas mucho más graves que el fracaso de una compañía, pero su madre y su hermana pequeña se quedarían desvalidas si Knight quebraba. Protegidas y controladas hasta extremos enfermizos, su mundo colapsaría. Ella no permitiría que eso sucediera.
Ella había hecho cosas terribles y dolorosas en su vida, pero destruir a su madre y a su hermana no sería jamás una de ellas.
–Su padre opinaría lo contrario. Él…
Otra mirada acerada de Eve dejó callado al abogado. Desafortunadamente, había adquirido esa habilidad de su padre. ¿Estaría orgulloso de su hija? La mera posibilidad de que fuera así la espantaba.
–Mi padre está inconsciente en el hospital. No puede opinar.
Lo que no habían conseguido sus enemigos, lo había logrado una severa infección que lo tenía postrado en la U.C.I. Eve intentó identificar algún tipo de emoción, pero toda su energía estaba concentrada en ocultar la gravedad del estado de su padre mientras mantenía la compañía a flote.
Su padre los había conducido a aquel desastre al activar una bomba siete años atrás. O la desactivaba en aquella sala, o les estallaría entre las manos. Ella era una artificiera experta. Llevaba toda la vida dedicándose a ello.
–Caron lleva años acosando a su padre. Si hace esto, será el final de Knight. ¿Quiere cargar con ese peso en su conciencia?
Caron Investments no solo los acosaba; era un monstruo ansioso por devorarlos. El odio entre dos familias y dos negocios rivales la había conducido a aquella sala de reuniones. De hecho, estaba recogiendo la cosecha de ese odio; pero en su caso, el castigo era merecido. Había alimentado esa enemistad, echando gasolina al fuego. En muchos sentidos, ella era la culpable de que estuvieran sentados allí.
Finalmente, una de las compañías acabaría absorbiendo a la otra. Y aquel día, aparentemente, Caron iba a ganar la batalla.
–Si alguien me hubiera contado lo que estaba pasando, quizá no estaríamos aquí –dijo entre dientes–. Y sigo sin recibir una explicación de por qué no se me informó de las dificultades por las que la empresa pasaba en Estados Unidos. Ha sido una negligencia de la que tú, en parte, eres responsable.
Tomó el vaso de agua fría que tenía ante sí. Gage estaba siendo premeditadamente grosero al retrasarse. El mensaje implícito era: «Eres nada. No me importas. Tu futuro depende exclusivamente de lo que yo decida».
Podría levantarse e irse; negarse a ser humillada y salir con la cabeza bien alta, dejando que todo colapsara a su alrededor. La idea era tentadora. La compañía que su padre adoraba, destruida por su capricho.
Pero Gage había llamado para solicitar su presencia en la reunión que tendría lugar en las oficinas centrales de Seattle. Bueno, no Gage en persona, sino su ayudante. Eso bastaba para que permaneciera sentada, porque no lo había visto en persona desde la fatídica noche de hacía siete años.
Se abrió la puerta y el corazón de Eve se aceleró. Tragó saliva. No permitiría que nadie notara hasta qué punto le subía la tensión arterial. Tomó aire y se envolvió en la máscara de hielo que había perfeccionado a lo largo de los años, gracias a la que ya nadie le podía hacer daño. Ya no le quedaban lágrimas. Las había derramado todas cuando era una inocente joven de veinte años. El pozo se había secado.
Finalmente, apareció. El aire le golpeó el pecho de Eve, no había oxígeno suficiente para llenarle los pulmones. Todos los años de ver fotografías y de leer sobre sus éxitos empresariales no la prepararon para el impacto de ver a Gage en carne y hueso.
Entró en la sala con la vista fija en su teléfono, ignorando su presencia. Ni siquiera eso podía herirla mientras lo devoraba con la mirada. Su cabello dorado, su traje azul marino, una camisa blanca resplandeciente y una corbata roja y azul. Todo a medida, para quedar a la perfección sobre su magnífico cuerpo. Resultaba más una aparición que un hombre, un ser que poseyera todo aquello que lo rodeaba. Eve intentó seguir respirando y evitar que se notara el efecto que tenía sobre ella porque, a pesar de los años transcurridos, Gage seguía siendo también dueño de su cuerpo.
Gage separó una silla sin dejar de mirar la pantalla del teléfono. Se desabrochó el botón de la chaqueta con parsimonia y se sentó. Solo entonces la miró.
Fue como si sus ojos azules, acerados y gélidos, le clavaran un témpano, una daga helada en el corazón. ¿Estaría pensando en la terrible conversación telefónica que habían mantenido, cuando su padre no le había dejado más opción que decir lo que dijo?
Eve tuvo que contenerse para no levantarse e irse. No había esperado volver a verlo. Se había ocultado en Francia después de que la hicieran desaparecer siete años atrás tras llegar a un acuerdo para salvar a Gage y protegerlo de secretos que lo destrozarían a él y a su familia, y que ella guardaba en su corazón.
–Señorita Chevalier –dijo él con una voz que le hizo pensar en noches cálidas entre sábanas de seda–. Gracias por venir.
Eve se obligó a mirarlo. Sus facciones estaban talladas como no lo habían estado a los veinte años. La suavidad había desaparecido, dando lugar a un perfecto espécimen masculino. La única imperfección era una cicatriz bajo el ojo derecho y un pequeño ensanchamiento en el puente de la nariz, sin duda rota por el golpe de un puño. Eve sintió un cosquilleo en los dedos al sentir el impulso de acariciar esas imperfecciones y susurrarle cuánto sentía lo que había hecho su padre. Pero el frío desdén de la mirada de Gage le indicó que nada haría que la perdonara.
–Gage. Gracias por invitarnos.
Él abrió los ojos y Eve tuvo la seguridad de que todo el mundo le llamaba señor Canon. Pero aunque estuviera dispuesta a suplicar su ayuda, empezaría la negociación como su igual.
–Dame las gracias al final de la reunión, cuando sepas lo que te ofrezco.
–Directo al grano. Me gusta.
–Si los negocios te hubieran importado más, igual Knight Enterprises no se encontraría en una situación tan desesperada.
Eve apretó los dientes. Había intentado tomar las riendas cuando intuyó que las cosas iban mal, pero nadie le había escuchado. Estados Unidos era el dominio de su padre, y este había asumido riesgos que debía de haber evitado, de manera que en aquel momento la compañía era incapaz de sobrevivir a la tormenta que se avecinaba.
–La división de Estados Unidos era responsabilidad de mi padre.
–Sí, tú estás aquí en su lugar.
Eve se tensó, había conseguido ganar tiempo manteniendo la enfermedad de su padre en secreto hasta evaluar los daños. Pero el tiempo se acababa.
–¿Justo donde me querías?
–Casi en la posición ideal. ¿Vas a suplicarme que te ayude a salir del barrizal en el que estás?
El abogado hizo ademán de intervenir, pero ella lo detuvo. Llevaba años defendiéndose y ganando; no necesitaba que la defendieran. Gage enarcó una ceja. Pronto sabría que no era una marioneta.
–Los errores los cometió mi padre. Me niego a asumirlos como míos.
–Me alegro de que defiendas tus propias decisiones, Eve. ¿Vas a asumir la responsabilidad de lo que esté por venir?
Eve tomó el vaso y bebió, logrando que no le temblara la mano. Había luchado y vencido a peores demonios que Gage Caron.
–Siempre he asumido la responsabilidad de mis actos.
Gage rio con desdén. Posó sus perfectas manos sobre la mesa y dijo:
–Deja que sea brutalmente sincero: Knight está al borde de la quiebra. En lugar de crecer estratégicamente os habéis dedicado a comprar cualquier compañía en la que Caron mostrara interés.
–Si le interesaban a Caron, serían buenas inversiones.
Gage le dirigió una mirada de advertencia.
–Las rechacé por ser de alto riesgo y escaso rendimiento.
Su padre, Hugo Chevalier, le había dicho lo contrario, anunciando exultante que había robado otra empresa a Gage. Este volvió a mirarla con crudeza y añadió:
–Me alegré de que Knight se quedara con todas ellas.
–¡Qué listo eres! –dijo ella. Gage lo había planeado todo. Mientras en el pasado había sido su ángel vengador, en aquel momento, la espada que blandía la dirigía hacia ella–. Que sepas que yo también lo soy.