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¡Enamorándose de su enemigo! Las familias Valfort y Holden llevaban años enemistadas. Pero cuando murió la abuela de Laura Holden Tate, justo antes de la Navidad, el millonario francés Nic Valfort fue el portador de la noticia. Al acudir a Niza para recibir la herencia que Irene le había dejado, Laura tuvo que alojarse en casa de Nic y, a pesar de que era el enemigo, Laura temió no ser capaz de controlar los sentimientos que despertaba en ella. Y cuando averiguó que la disputa entre las dos familias no tenía el origen que siempre había creído, fue consciente de que aquella Navidad podía transformar sus vidas para siempre.
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Seitenzahl: 178
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Rebecca Winters
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Nuevas vidas, n.º 5430 - noviembre 2016
Título original:At the Chateau for Christmas
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-687-8983-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Si te ha gustado este libro…
EL DISTRITO financiero de San Francisco era conocido como el Wall Street del oeste. Nic bajó de la limusina y entró en el rascacielos que albergaba las oficinas centrales de Holden Hotels.
Aunque no nevara en la bahía, a los americanos les encantaban los árboles de Navidad. El que había en el vestíbulo estaba decorado con bolas, ángeles y luces rosas. La cadena hotelera creada por Richard Holden se había convertido en una de las más exclusivas de California.
Nic se había registrado en uno de sus establecimientos, próximo al aeropuerto, tras llegar medía hora antes, a las tres de la tarde. También allí había un árbol de Navidad con un enorme Papá Noel en lo alto. Era imposible no admirar el ambiente navideño que creaban los americanos y que hacía las delicias de los niños de todas las nacionalidades. En otro tiempo, también a él le habría gustado, pero en el presente, las Navidades solo le causaban dolor.
Un guarda de seguridad le preguntó:
–¿Puedo ayudarlo, señor?
–Vengo a ver a la señorita Laura Holden Tate, la directora del departamento de marketing.
–¿Tiene cita?
–No, se trata de un asunto de negocios urgente y necesito hablar con ella lo antes posible.
–¿Su nombre?
–Señor Valfort. Ella lo reconocerá.
–Un momento, por favor. Voy a llamar a su secretaria.
Nic tuvo que esperar unos minutos a recibir una respuesta.
–Tome asiento –dijo el guarda mirándolo con curiosidad–. La señorita Holden bajará enseguida.
Nic se alegró de que estuviera en el despacho y de no tener que ir en su busca.
El apellido Valfort probablemente le habría dado un ataque al corazón. No había dicho su nombre a propósito, para que se preguntara de cuál de ellos se trataba. Pero a Nic no le extrañaba que estuviera dispuesta a dejarlo todo para averiguar el motivo de aquella intrusión lejos de los oídos de su personal. Por su parte, tenía que admitir que sentía curiosidad por la mujer que no había manifestado en todos aquellos años ni interés ni amor, ni tan siquiera curiosidad, por el bienestar de su abuela. Demostraba una frialdad que le costaba concebir.
–Por favor, sírvase un café mientras espera.
–Gracias –pero Nic no quería ni café ni sentarse. Ya había hecho las dos cosas en el vuelo desde Niza.
Quería dar por concluida lo antes posible la misión a la que lo había enviado su abuelo, Maurice. Estaba seguro de que iban a saltar chispas, pero confiaba en que la señorita Tate lo escuchara. Si era tan severa y rencorosa como su madre, estaba a punto de enfrentarse a un reto.
Miró hacia los ascensores preparándose para la batalla. Cada vez que oía un timbre, se fijaba en el grupo de gente bien vestida que salía del ascensor correspondiente. Aunque no tenía una fotografía de la señorita Tate, sabía que era una ejecutiva de rango medio, de veintisiete años, y que era rubia, eso era todo.
Justo cuando empezaba a pensar que algo la había retenido, observó a una mujer de cabello sedoso y rubio-ceniza que caminaba hacia él con un elegante traje de chaqueta azul y unas piernas espectaculares.
Nic sintió una súbita atracción física hacia ella; una reacción que no había sentido con aquellas fuerza desde hacía años hacia ninguna mujer.
¿Aquella era la mujer por la que había cruzado el Atlántico?
Quizá acudía el encuentro de otra persona, aunque Nic miró y vio que estaba solo. Más de cerca, pensó que tenía el aspecto y la figura que debía haber tenido su abuela Irene a su misma edad. Irene había sido una mujer excepcionalmente hermosa.
Nic se quedó atónito ante el asombroso parecido. Eso explicaba que le hubiera resultado tan atractiva. Tenía la elegancia de su abuela y llevaba un collar de perlas, tal y como Irene solía hacer, cuyo brillo se reflejaba en su cabello.
La similitud entre ambas mujeres era inquietante. Aunque la nieta tenía los labios más voluptuosos, y sus ojos eran de un azul más claro.
Además, en lugar de la expresión afectuosa que caracterizaba a Irene, Nic percibió animosidad y desdén en la mirada de su nieta.
–Soy Laura Tate. ¿Qué Valfort es usted?
Nada como ir al grano.
–Nicholas. Mi abuelo Maurice se casó con su abuela Irene.
Nic le oyó contener el aliento. Muy a su pesar, el gesto llamó su atención hacia una figura cuyas curvas no podía disimular ni el más sofisticado traje. Definitivamente, era digna nieta de Irene.
–Paul ha dicho que estaba aquí por un asunto urgente. Debe tratarse de algo de vida o muerte para que haya hecho un viaje tan largo hasta territorio enemigo.
Nic cambió de opinión. Aquella mujer no se parecía en nada a su encantadora abuela, lo que hizo que se irritara aún más consigo mismo por la inesperada reacción física que le había provocado su presencia.
–Preferiría hablar en la limusina donde nadie podrá escucharnos –al notar que ella vacilaba, añadió–: No voy a secuestrarla. No es el estilo Valfort, por mucho que en su familia se rumoree lo contrario.
Al percibir que se tensaba, decidió anunciarle el motivo de su viaje.
–He venido a notificarle que su abuela falleció anteayer en Niza.
En cuanto oyó la noticia, la fachada de Laura se derrumbó por un instante, como una flor que hubiera perdido los pétalos. Nic era consciente de que la información había sacudido su mundo, y aunque no pudiera explicárselo, sintió pena por ella. Las lágrimas asomaron a aquellos cristalinos ojos y con ellas brotó en él un inesperado deseo de protegerla a pesar del rechazo que le causaba la cruel indiferencia que había demostrado hacia su abuela.
–Mi abuelo ha querido que usted y su madre recibieran la noticia en persona. Consciente de que no sería bienvenido, me ha enviado a mí. Si sale conmigo a la limusina, se lo explicaré todo.
Irene Holden había sido la razón de ser de su abuelo. También Nic estaba todavía en proceso de asimilar su pérdida. Había adorado a Irene y su muerte dejaba un enorme vacío que su insensible nieta no podría entender.
¿Era posible que la abuela a la que apenas había conocido estuviera muerta?
De haber sido su estilo, Laura se habría desmayado. Aquel alto y atractivo hombre francés era portador de una noticia que sacudía los cimientos de su vida.
Debía tener treinta años y llevaba alianza de casado. Además, hablaba con un sensual acento francés, probablemente el mismo con el que el canalla de su abuelo había seducido a su abuela. Un hombre así no tenía derecho a ser tan… fascinante.
¿Habría pensado lo mismo Irene de Maurice? La situación era tan surrealista que Laura apenas podía respirar.
Sin necesidad de que Nic repitiera su oferta, lo siguió al exterior. Una vez la ayudó a entrar en la limusina, se sentó frente a ella.
Aparte de un lustroso cabello negro y de sus facciones marcadas, Laura solo podía concentrarse en sus ojos grises, que la observaban como si fuera un difícil acertijo que ni quería ni podía resolver.
–He traído conmigo estas fotografías de Irene. Puede quedárselas. Corresponden al último año, antes de que enfermara de neumonía.
Nic abrió un sobre y le entregó media docena de fotos. En cinco, su abuela aparecía sola. La última la mostraba en un jardín, con el que debía ser su segundo marido, Maurice.
Era evidente que el atractivo hombre sentado frente a ella había heredado su figura atlética y su altura. Pero al contrario que este, el hombre de la imagen tenía el cabello plateado.
Laura observó las fotos detenidamente y la emoción le atenazó la garganta.
–He traído su cuerpo en el avión privado de la empresa. Maurice ha contactado con la funeraria de Sunset, aquí en San Francisco, para que lo recogieran. Esta es su tarjeta de visita.
Laura fue consciente del roce de sus dedos cuando tomó la tarjeta y se dijo que no debía estar bien de la cabeza si en medio de una situación tan desconcertante aquel hombre la impactaba de aquella manera.
–Esperan instrucciones de su familia. Cuando su madre rompió todo lazo con Irene, le dijo que ni ella ni mi abuelo serían jamás bienvenidos.
Un profundo dolor atravesó a Laura. No podía creer que su madre hubiera dicho aquellas palabras. Él debía tener su propia versión del escándalo. En cualquier caso, la situación era tan dramática que no supo qué decir.
–Mi abuelo quiere cumplir sus deseos. Esa es la razón de mi presencia aquí.
Eso tampoco podía ser verdad. Si su abuelo no estaba allí se debía a que era un cobarde.
–Maurice piensa que su abuela deber ser enterrada junto a su primer marido, Richard, y rodeada de su familia.
¿Así que llegaba el momento de acordarse de Richard? Laura se enfureció.
–¡Qué considerado! –dijo, sarcástica.
Él replicó con calma:
–Si tiene alguna pregunta, puede localizarme en el hotel Holden del aeropuerto hasta mañana a las siete de la mañana. Por otro lado, su abuela redactó un testamento hace años en el que le dejaba algo. Desafortunadamente, eso significa que tendrá que volar a Niza para ver al abogado en el plazo de una semana. Después, se ausentará dos meses. Irene confiaba en que los sentimientos de su madre no le impidieran aceptarlo. Ella siempre creyó que la reconciliación era posible.
Laura no pudo contener un gemido. Él siguió:
–Si decide venir, llámeme y organizaré su viaje en nuestro avión privado. La recogeré en el aeropuerto y la llevaré al despacho del abogado. Esta es mi tarjeta –se la dio–. Puede localizarme en Valfort Technologies.
A Laura le sorprendió que no trabajara en el exitoso negocio familiar de hostelería, y más aún que se alojara en uno de los hoteles de su familia.
–¿Tiene alguna pregunta, señorita Tate?
Laura estaba sumida en un torbellino de emociones.
–Solo dos –dijo con la voz quebrada–. ¿La conoció bien?
–Muy bien –contestó él.
La tristeza con la que contestó abrió una herida sangrante en Laura. Entornando los ojos, dijo:
–¿Fue feliz con su abuelo?
–Con él, desde luego.
¿Qué quería decir con esas palabras?
–Eso es lo que usted cree.
Nic no respondió. Su sangre fría indignó a Laura tanto como la ausencia de toda explicación sobre los detalles de un matrimonio que había causado tanto dolor a su madre y a ella misma.
Laura miró al exterior. Necesitaba estar sola para asimilar la devastadora noticia de la muerte de su abuela.
No la veía desde los seis años. Año tras año había ansiado visitarla y conocerla. Pero la lealtad a su madre, Jessica, le había impedido establecer contacto con ella. La muerte acababa de robarle esa posibilidad.
Otro gemido escapó de sus labios. Recorrió con un dedo el rostro de su abuela. El dolor de la pérdida le resultaba insoportable, y la lealtad del pasado le parecía de pronto absurda, equivocada. Aun así, tendría que reprimir su enfado y encontrar la forma de decirle a su inflexible madre que Irene había muerto. Miró a Nic con los ojos nublados.
–Estoy segura de que habría preferido evitar este encuentro. Su lealtad a su abuelo merece una medalla. Supongo que lo mínimo que puedo hacer es darle las gracias por traer a mi abuela.
–De nada.
La cortante respuesta de Nic la dejó desconcertada. Por otro lado, y aunque estaba claro que la misión lo repugnaba, no podía negarse que era un verdadero caballero.
Él bajo para abrirle la puerta. Cuando sus cuerpos se rozaron levemente, Laura sintió que la atracción que había despertado en ella se intensificaba perturbadoramente. El hecho de que se tratara de un hombre casado convertía su reacción en inaceptable. Asió el sobre con fuerza y prácticamente corrió al edificio sin volver la cabeza.
–Teléfono, Nic. Línea dos –dijo Robert desde la puerta del despacho.
–Merci, Robert –dijo Nic, que estaba rematando un dibujo en el ordenador.
Después de tres años, todavía se le encogía el corazón cada vez que tenía una llamada. El primer año tras la desaparición de su esposa, siempre había esperado que se tratara del detective Thibault para decirle que la había encontrado.
–Son las cinco. Me voy a casa. Nos vemos después de las Navidades.
Claro, era 23 de diciembre. Robert iba a casa para estar con su mujer y sus dos hijos. A él no lo esperaba nadie. Tres años atrás las había celebrado con la familia de Dorine en Grenoble. Apenas llevaban cinco meses casados cuando desapareció, en enero.
Robert añadió antes de irse.
–Gracias por los regalos para Pierre y Nicole.
–De nada.
–Todos te deseamos lo mejor.
–Muchas gracias, Robert. Felices fiestas.
Una vez Robert cerró la puerta, Nic conectó la llamada y la puso en altavoz para seguir trabajando.
–Aquí Valfort.
–¿Señor Valfort? Soy Laura Tate.
Nic alzó la cabeza. Su acento californiano le recordó a instante al de Irene. Era asombroso que no hubiera conseguido borrar de su mente a aquella mujer cuando, hasta su viaje a San Francisco, el único pensamiento que lo absorbía era la desaparición de Dorine.
En más de una ocasión, mientras hablaban en la limusina, había percibido que contenía el llanto. No había conseguido reconciliar la imagen de la fría señorita Tate inicial y la de la mujer con sentimientos. Se trataba de un enigma en el que no quería pensar. Desde entonces, no había sabido nada de ella.
Las dos preguntas que le había dirigido habían dejado una marca en él. Una vez le contestó que había conocido bien a Irene, le desconcertó que lo que le preocupara fuera saber si había sido feliz con Maurice. Y seguía sin saber si lo habría hecho por hacerle creer que le importaba verdaderamente.
El plazo de siete días que le había indicado ya había pasado, así que no comprendía el motivo de su llamada.
–¿Es mal momento, señor Valfort?
En realidad Nic vivía un «mal momento» perpetuo, o mejor, vivía en un estado de continuo desasosiego desde que su mujer había desaparecido. Le costaba creer que hubiera huido con otro hombre, pero su psiquiatra le había convencido de que era una posibilidad.
Cualquier otra explicación llevaba torturándolo tanto tiempo, que había llegado un momento en el que cualquier noticia, por muy espantosa que fuera, sería mejor que aquel estado de incertidumbre.
Decidió contestar con una pregunta.
–¿Qué puedo hacer por usted, señorita Tate?
–¿Llego a tiempo de ver a su abogado?
Nic hizo una mueca. Así que no había ido a ver a su abuela, pero quería saber qué le había dejado esta en herencia. ¡Qué predecible!
–Se fue de vacaciones hace dos días.
–Lo temía. Me temo que entre su funeral y otros asuntos personales no he podido venir antes.
–¿Cómo que «venir»? ¿Es que…?
–Estoy en el aeropuerto de Niza.
Nic sintió una descarga de adrenalina. Se puso en pie de un salto.
–¿Cómo ha venido? ¿En el avión privado de la empresa?
–No ocupo un puesto tan alto.
–Querrá decir: por ahora.
–Así que asume que soy una mujer ambiciosa que confía en trepar a lo alto del escalafón. Se ve que no ha aprendido que el mundo sigue perteneciendo a los hombres. Su abuelo fue muy generoso al organizar la entrega del cuerpo de mi abuela con la funeraria; no he querido abusar de su amabilidad pidiéndole que me mandara su avión privado.
Nic frunció el ceño.
–Lamento que haya venido en vano. Llámeme en dos meses. Mi abogado habrá vuelto y usted podrá hacer los arreglos pertinentes para recoger su herencia.
–En contra de lo que piensa, no tengo ningún interés en eso –tras una pausa, Laura añadió–. Debía haber llamado antes, pero ya que estoy aquí, ¿cree que su abuelo se pondría al teléfono si lo llamo, o tiene una opinión de mí tan mala como la suya?
Nic se dijo que si lo que pretendía era sonsacarle a Maurice qué le había dejado su abuela, la esperaba una desilusión.
–¿Hola? ¿Señor Valfort, sigue ahí? –preguntó Laura al no recibir respuesta.
–Sí –Nic temía que su abuelo se emocionara demasiado al conocer a la nieta de Irene. No podía correr el riesgo de que le afligiera descubrir que no había heredado la dulzura de su abuela; estaba demasiado vulnerable.
–Ahora mismo mi abuelo no está disponible –añadió–. Deme un cuarto de hora y la recogeré en el aeropuerto.
–No es necesario. Lo llamaré desde mi hotel y volveré a casa por la mañana.
–Sí es necesario si de verdad quiere que los ponga en contacto –dijo Nic enfáticamente.
–Quiere decir que primero tengo que pasar su examen.
–Mi abuelo está devastado, señorita Tate, y quiero protegerlo. Por eso usted y yo debemos hablar. En persona.
Ella pareció sorprenderse.
–Bueno, si no le supone una molestia…
Estaba claro de que no tenía ni idea de hasta qué punto él estaba decidido a saber qué se traía entre manos.
–Mi abuelo no me perdonaría que no me ocupara de usted.
–Pero no quiero importunarlo.
¿A qué venía tanta amabilidad? ¿Era parte del papel que interpretaba? Si era así, era una actriz consumada.
–Al contrario. Puesto que quiere hablar con él, mi abuelo no me perdonaría que la dejara marchar.
Nic no estaba dispuesto a admitir que sentía curiosidad por volver a verla. Quizá para comprobar que no le causaba tanto impacto como el que había sentido al conocerla.
–Sé que esta es otra de esas misiones que preferiría no tener que cumplir.
Nic suspiró.
–Se equivoca. Este es un regalo de Navidad con el que mi abuelo no había contado –si era sincera, su visita podía salvar a Maurice de una depresión. Por eso necesitaba averiguar si era o no la avaricia lo que la había llevado hasta allí–. Espéreme en la puerta de la terminal. Iré en un Mercedes negro.
–Allí estaré.
Nic decidió instintivamente alojarla en su casa para que su familia no se enterara de nada. Siempre habían censurado a Maurice por haberse casado con una extranjera.
Con la llegada de su preciosa nieta… Las cosas podían complicarse. El parecido físico de Laura con Irene les recordaría a la mujer que había robado el corazón de Maurice; y según cómo fueran las cosas, el conflicto familiar podía estallar con renovada fuerza. La situación debía ser manejada con discreción. Su abuelo y él siempre se habían llevado bien. Su lealtad hacia Maurice era inquebrantable.
Tomó la salida del parque tecnológico hacia el aeropuerto. Justo el día anterior había tenido la seguridad de que Laura Tate no iba a ponerse en contacto con ellos, pero no había tenido el valor de decírselo a Maurice. Ya no tendría que hacerlo.
Aunque el sol ya se había puesto, la vio al instante. Igual que Irene, vestía con un gusto exquisito. Llamaba la atención con un traje de chaqueta con falda tubo de tono gris perla, y una blusa con cuello de encaje. De hecho, el impacto que le causó fue aún más intenso que la primera vez.
Nic detuvo el coche y bajó. Laura solo llevaba una pequeña maleta.
–Viaja ligera –dijo tras ayudarla a subir al coche y sentarse tras el volante.
–No esperaba quedarme más que un par de días. Gracias por venir a recogerme, señor Valfort –dijo ella con aparente sinceridad.
–Nic –dijo él, que se había cansado de tanta formalidad.
–Muy bien, pero solo si me llamas Laura. Tengo una reserva en el Boscolo Excedra, ¿puedes llevarme?
–A mi abuelo no le parecería bien. Cuando fui a California me pidió que cuidara de ti. Por ahora, te alojarás en mi casa. Cuando lleguemos, llamaremos al abuelo.
Nic percibió que ella lo miraba.
–¿Has avisado a tu esposa? A ninguna mujer le gusta que llegue un invitado por sorpresa.
Evidentemente, se había fijado en la alianza. Nic se incorporó al tráfico.
–Mi mujer está fuera –no mentía. Otra cosa era que no supiera dónde–. Mi personal se ocupará de ti. Si Dorine estuviera aquí, querría conocerte.
A su mujer le caía bien Irene. Nic se dio cuenta de que llevaba tiempo pensando en Dorine en pasado. Habían explorado todas las vías posibles para encontrarla, pero no había rastro de ella. El primer año había tenido la esperanza de volver a verla; pero los dos últimos, algo le decía que no sería así.
A poca distancia tomó una carretera que discurría entre árboles y conducía a su casa, desde la que se divisaba el mar. Dorine se había enamorado de ella al instante, pero hacía tiempo que parecía una tumba, habitada solo por su marido y el personal doméstico.
¡La quinta esencia de La Provenza!