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El presente volumen sigue paso a paso la producción helenista de Alfonso Reyes (1889-1959) a partir de Junta de sombras, publicada en el anterior, hasta las últimas páginas sobre los historiadores alejandrinos, producción que el autor logró enviar a la imprenta poco antes de morir, a excepción de La filosofía helenística (1959; tomo XX, 1979) y la póstuma Afición de Grecia (1960; tomo XIX, 1968). En este tomo se juntan diversos trabajos helénicos y helenísticos, redactados entre 1942 y 1959, que Reyes agrupó, retocó e hizo imprimir de 1957 al postrer año de su vida, 1959.
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Seitenzahl: 711
Veröffentlichungsjahr: 2024
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letras mexicanas
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 1966 [Primera edición en libro electrónico, 2024]
D. R. © 1966, Fondo de Cultura Económica D. R. © 2000, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México
Comentarios:[email protected] Tel.: 55-5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-968-16-1035-7 (rústico)ISBN 978-607-16-8234-5 (epub)ISBN 978-607-16-8238-3 (mobi)
Hecho en México - Made in Mexico
NOTA PRELIMINAR
CON EL presente volumen se continúa la edición sistemática y cronológica del Reyes helenista, como lo llamó Ingemar Düring. La crítica en la Edad Ateniense (1941) y La antigua retórica (1942) encabezaron la serie de volúmenes dedicada al “pensar literario” de Reyes (XIII-XV); la Religión y la Mitología (XVI) abrieron la nueva serie del “mundo espiritual de los griegos”, que fue proseguida en el volumen anterior (XVII) con la esperada continuación de la Mitología (Los HÉROES) y la primera recopilación que hizo Reyes de sus “estudios helénicos”, Junta de sombras (1949).
El volumen que el lector tiene en sus manos sigue paso a paso la producción helenista de Reyes a partir de Junta de sombras hasta las últimas páginas sobre los historiadores alejandrinos que el autor logró enviar a la imprenta poco antes de morir, con excepción del “Breviario” sobre La filosofía helenística (1959), la póstuma Afición de Grecia (1960) y del material inédito manuscrito, que habrá de publicarse en seguida. Hoy por hoy, hemos logrado juntar en un volumen diversos trabajos redactados entre 1942 y 1959, pero que Reyes sólo agrupó, retocó e hizo imprimir de 1957 a 1959, postrer año de su vida. Las fechas de estos impresos permiten, pues, un riguroso orden cronológico que es el seguido en esta edición, aunque las fechas de origen, que hacemos constar en lo posible, nos lleven a la época de La antigua retórica. En esto, como en otros detalles explicados luego, creemos seguir el criterio de Reyes; a él mismo se debe el texto definitivamente elegido y la disposición y ordenamiento del conjunto. Se publican, en primer término, los Estudios helénicos (1957), segunda compilación de ensayos hecha por el propio Reyes, que bien puede ser el título de todo el volumen, y cuatro cuadernos del Archivo de Alfonso Reyes, los más unitarios y personales: El triángulo egeo (1958), La jornada aquea (idem), Geógrafos del Mundo Antiguo (1959) y Algo más sobre los historiadores alejandrinos (idem). Adelante se describen por separado, al dar cuenta de su contenido e historia particular.
Por lo pronto, me veo obligado a publicar una carta de Reyes, escrita precisamente en el centro de estos años, donde describe con puntualidad sus proyectos y los relaciona con otros escritos suyos del mismo tema, ya publicados. Aunque se refiere en ella a los “trabajos relativos a la historia y a la geografía en la antigüedad”, únicamente es un valioso testimonio de su afán organizador de la obra en marcha y aun de sus ambiciones y desesperanzas de última hora. Por fortuna, casi todos los escritos y proyectos que enumera figuran hoy en este volumen o en otros anteriores de sus Obras Completas. El lector puede utilizarla como guía en varios aspectos de la tarea helenista de Reyes, por más que el destinatario haya aprovechado en las notas todo lo pertinente a la cronología.
México, D. F., 21 de noviembre de 1958.
Mi querido Ernesto Mejía Sánchez: Me pregunta usted sobre mis trabajos relativos a la historia y a la geografía en la Antigüedad. Sí, vale la pena de esclarecerlo un poco, porque yo mismo ya no me entiendo y a veces creo que naufrago en el océano de mis papeles. Vamos por partes.
I. HISTORIA.
1. “La era presocrática: los historiadores”, cap. III del libro La crítica en la Edad Ateniense, 1941, pp. 73-85 [Obras Completas XIII, pp. 74-85].
2. “La historia antes de Heródoto”, en el libro Junta de sombras, 1949, pp. 116-143 [Obras Completas, XVII, pp. 325349]. (Publicado antes en Todo, México 26 de mayo a 14 de julio de 1949). Artículo fechado en 1944.
3. “Los historiadores alejandrinos”, en Estudios helénicos, 1957, pp. 207-215 [En el presente volumen, pp. 173-181]. (Publicado antes en Filosofía y Letras, México, julio a diciembre de 1951). Artículo fechado en 1951.
4. El artículo anterior es un panorama general de la historia entre los alejandrinos. Tengo ya redactados: a) un estudio sobre Éforo; b) unas páginas casi acabadas sobre Teopompo; lo mismo sobre Timeo y Dicearco. Estos historiadores alejandrinos representan la escuela epidíctica y la peripatética (Dicearco), que son por decirlo así los que continúan el tipo tradicional de la historia. [Véase en este volumen “Algo más sobre los historiadores alejandrinos”, I y II, pp. 369-394].
5. También tengo a medio escribir varias páginas sobre la zona intermedia alejandrina: Crátero, los “atidas”, Clidemo, Androción, Fanodemo, Filócoro, el “Mármol Pario”, etcétera. [Idem, III, pp. 395-396].
6. Entre los tipos nuevos de la historiografía alejandrina, algo sobre los narradores de sucesos particulares, y los historiadores de asunto exótico. (Manuscrito). [Ibidem, IV, a [y b pp. 397-407].
7. Lo mismo he comenzado el estudio de lo que llamo la síntesis histórica alejandrina: Polibio, Diodoro, Posidonio [Ib., IV, c., pp. 407-419].
8. De las disciplinas particulares relacionadas con la historia (cronología, mitografía, doxografía, historia de las artes y las letras), sólo he acabado breves páginas relativas a los “Albores del arte de la guerra” (Estudios helénicos, pp. 217222), artículo fechado en 1943 y publicado en versiones anteriores en Defensa, México, IV, 1944 y luego en la cadena ALA de Nueva York, 1956 [Id., pp. 182-187; pero Reyes alcanzó a redactar con posterioridad a esta carta el cap. V de “Algo más sobre los historiadores alejandrinos”, que en parte cumple su programa: Id., pp. 420-432].
9. Para completar el cuadro ofrecido en el Nº 3, aún faltan los viajes, la etnografía y las narraciones novelescas o seminovelescas provocadas por las campañas de Alejandro y sus sucesores.
II. GEOGRAFÍA
1. “De Geografía clásica (Los geógrafos griegos. Astronomía y geografía de los griegos. Fuentes para la historia griega del mar. Las navegaciones romanas”, en Estudios helénicos, pp. 85-111. [Véase en el presente volumen, pp. 69-93]. (Publicado antes en Filosofía y Letras, México, 1948, bajo el título de “Introducción al estudio de la geografía clásica”).
2. “Por los mares antiguos: Predecesores de los griegos en el área del Mediterráneo; Hacia los mares clásicos; Los egipcios; Los minoicos o cretenses; Los fenicios; Cartago; Los carios.—Descubrimiento del Egeo y del Mar Negro: Los Argonautas.—Las aventuras de Odiseo: En general; Cosmografía y geografía de Homero; Identificaciones míticas en la Antigüedad; Identificaciones modernas de los sitios de la Odisea.—La expansión colonial de Grecia y sus esferas de influencia; Hesíodo; Hecateo.” (Publicada bajo distintos titulos en Humanismo, México, de 1952 a 1953). [En Humanismo, efectivamente, publicó Reyes “Por los mares de Grecia: Los Argonautas, I”, 15 de noviembre de 1952, Nº 5, pp. 50-54; II, 26 de diciembre, Nº 6, pp. 44-47; “Por los mares de Grecia: Las aventuras de Odiseo, III”, 15 de febrero de 1953, Nº 7-8, pp. 34-36; IV, marzo-abril, Nº 9-10, pp. 53-56 continuará); V, 29 de agosto, año II, tomo III, Nº 13, pp. 71-73 (continuará); pero nada más.]
3. Por copiar en limpio: continuación de lo anterior: a) “El descubrimiento del Atlántico arriba de las Columnas de Hércules: En general; Hímlico; Pytheas; Los romanos. b) “El descubrimiento del Atlántico, abajo de las Columnas de Hércules: Eutimenes; Hanno; Las Islas Afortunadas; La Atlántida; América, c) La costa asiática del Océano Índico: Los nombres geográficos; Escílax; Nearco.”
La obra debería continuar, según mis notas, con los ulteriores descubrimientos a lo largo del Mar Rojo y costas sud-asiáticas; el periplo del 1er siglo por el Eritreo y el Lejano Oriente; la circunnavegación de África de Neco II a Magallanes, y el misterioso Nilo hasta las modernas exploraciones. Demasiado ambicioso.
4. “La Geografía antigua. Los orígenes; Leyenda y poesía” [Véase en este volumen “Geógrafos del Mundo Antiguo”, I y II, pp. 315-326]. (En las Memorias de la Academia Mexicana correspondiente de la Española, 1958, pp. 235-242, bajo el título: “Albores de la geografía mediterránea”.)
5. Continuación inédita de lo anterior: a) “La geografía tradicional” (Homero y Hecateo); b) Sin terminar: “La época intermedia” (el Seudo-Escílax, otra vez Éforo y Teopompo, Heráclides Póntico, Pytheas, Dicearco y Aristarco de Samos), c) Sin terminar: “La geografía alejandrina (propiamente tal): los viajes y campañas de Alejandro y sus capitanes; El Seudo-Aristóteles, De Mirabilibus; Eratóstenes; Polemón; Hiparco; fragmentos geográficos de Polibio y de Agatárquides; Crates de Malo; Eudoxo; Artemidoro; Estrabón, etc. [Idem, III, IV y V, pp. 327-366].
6. Antes de todo esto, publiqué “El cuento del marsellés” (Pytheas). (Junta de sombras, pp. 225-231). Fechado en 1942 y aparecido antes en Todo, México, 22-X-1942. [Obras Completas, XVII, pp. 422-428.]
Como verá usted, varias veces ataqué los mismos puntos desde diversos ángulos, lo que ha acabado por embrollar mi trabajo de un modo ya irremediable.
Se preguntará usted si espero acabar estos trabajos. Sospecho que no me bastará ya la vida. Otras tareas más urgentes solicitan ahora mi atención. Ahí quedará eso, hasta donde buenamente pueda yo adelantarlo.
Cordialmente suyo.
ALFONSO REYES.
Gran parte del material descrito en la carta, publicado, inédito o proyectado, consta en el presente volumen o en los anteriores, como lo hemos anotado entre corchetes, pues la casi totalidad de los ensayos y estudios aquí reunidos pertenece por su tema al ámbito histórico-geográfico de la cultura griega, si se exceptúan el “Panorama de la religión griega” y “En torno al estudio de la religión griega”, ensayos que sirvieron de base o esquema a los cursos de Reyes en El Colegio Nacional y al tratado de Religión, del volumen XVI de sus Obras Completas, u otros más lateralmente históricos como “El horizonte económico en los albores de Grecia” e “Hipócrates y Asclepio”, todos en Estudios helénicos (1957).
Pasemos ahora a describir el contenido de los cinco impresos que se publican y a contar su historia, valiéndonos de los datos bibliográficos y del Diario de Reyes, tal como él lo hacía en su inconclusa Historia documental de mis libros. En primer lugar nos referimos al volumen de Estudios helénicos, que como en otros casos de obras de Reyes varió de título en el periodo de gestación y después aun de contenido, a medida que se organizaba el material elaborado constantemente. No enviaba Reyes todavía a la imprenta el original de Junta de sombras cuando decidió reunir ciertos “estudios helénicos” en libro aparte. El 26 de febrero de 1948, dice en el Diario: “Comienzo a empuñar de nuevo La cuna de Grecia, abandonada hace años, depurando papeles...” (vol. 10, fol. 142). No debe confundirse este título con el del ensayo inicial de Junta de sombras, que luego ha pasado a El triángulo egeo, pues se trata de una obra diferente, como luego se ve, pero hay que esperar hasta el 13 de agosto de 1953: “Diose a copiar comienzo Cuna de Grecia nueva versión” (vol. 12, fol. 40). El 26 de enero de 1955 surge otro título: “Arreglé algo para el nuevo libro de Páginas helénicas” (id., fol. 158) y el 13 de febrero de 1957 reaparece el primitivo: “Lectura preparatoria del libro La cuna de Grecia” (vol. 14, fol. 18). Pocos días después, se vuelve al segundo, con variante: “Preparo volumen Estudios helénicos desde madrugada” (23 de febrero: id., fol. 21), pues todavía está indeciso el autor entre Páginas y Estudios. El 25 de febrero, escribe: “Le anuncio [a Orfila Reynal] puedo enviarle Mitología griega, 1er tomo: Los DIOSES, cuando guste. Le pregunto si autoriza el Fondo [de Cultura Económica] la publicación por El Colegio Nacional de Estudios helénicos (como lo hace para Burlas Veras), a reserva de incorporarlo en las Opera Omnia” (id., fol. 22). El 8 de marzo, entre varias noticias de sus trabajos, deja ver la primera variante otra vez: “Preparé La sombra de Lucrecio [de R. Waltz]. Sigo con La jornada aquea, corrigiendo en lecturas... Me deja [Orfila Reynal] publicar Páginas helénicas en El Colegio [Nacional]. Espera para la Mitología, porque quiere las dos partes juntas” (id., fol. 25). Por fin, aparece el título definitivo: “Entregué a páginas los Estudios helénicos que daré a El Colegio Nacional” (13 de marzo: id., fol. 26) y el 10 de junio: “Entrega al Colegio Nacional para sus ediciones el original de mi libro Estudios helénicos” (id., fol. 64). A un mes de distancia, encontramos a Reyes en plena tarea de corrección de pruebas, del 18 de julio al 16 de agosto (id., fols. 76, 78 y 85), pero, seguramente fatigado ya el 31 del último mes, encargó la vigilancia de las pruebas a Emma Susana Speratti (id., fol. 91). Sólo el 24 de octubre del año en curso, 1957, recibió “el 1er ejemplar de mi libro Estudios helénicos, edición del Colegio Nacional” (id., fol. 105). Su descripción bibliográfica es la que sigue:
ALFONSO REYES / ESTUDIOS HELÉNICOS / [escudo del Colegio Nacional y monograma] / EDICIÓN DE EL COLEGIO NACIONAL / Calle de Luis González Obregón núm. 23 / MÉXICO 1, D. F. / MCMLVII /
4º, 224 pp. + 2 h., la primera de ellas, para el colofón: “Esta décimacuarta obra de la Biblioteca de EL COLEGIO NACIONAL se acabó de imprimir el día 28 de septiembre de 1957 en los talleres de Gráfica Panamericana, S. de R. L. (Parroquia, 911, esq. con Nicolás San Juan, de la ciudad de México), y su tiro fue de 1 000 ejemplares. La edición estuvo al cuidado de Andrés Cisneros Chávez” (p. 225, s. n.). A pesar de la fecha del colofón (28 de septiembre de 1957) y la del recibo del primer ejemplar (24 de octubre) el libro no parece haber circulado sino a principios del año siguiente, por algún retraso en la encuadernación; Reyes, por lo menos, no recibió los ejemplares de autor hasta el 30 de enero de 1958: “Recibo 10 ejemplares de Estudios helénicos”, apunta en el Diario (id., fol. 121).
La obra está compuesta por 13 ensayos o estudios, repartidos en tres secciones de muy desigual extensión: I) siete piezas que, en la actual edición, se reducen a cinco porque se eliminan dos, la 2 y la 4, que pasan o pasaron, de acuerdo con Reyes, a sitio más adecuado en las Obras Completas: “Grecia en el tiempo y en el espacio” es hoy el texto C de la “Introducción” a la Religión griega (Obras Completas, XVI, pp. 30-37). Y “El secreto de Minos”, que fue luego la pieza XII de El triángulo egeo (1958), se publica en este mismo volumen, un poco más adelante; II) cuatro estudios, de los cuales el último, el más breve, se compone de “Dos comunicaciones”, como lo dice el propio título; y III) dos únicas piezas que al igual de las 4 de la sección anterior conservan aquí idéntico lugar.
En cuanto a la cronología de los Estudios helénicos vale advertir que Reyes en el índice y al calce de cada uno de ellos dejó la fecha de composición y los datos bibliográficos de su aparición en la prensa periódica y en publicaciones especializadas. Aquí conservamos en su sitio las fechas de composición y acarreamos los datos del índice, junto con los que nuestra investigación agregó, a la última nota al pie de cada uno. Un examen rápido de los mismos nos lleva a trazar el bosquejo cronológico que sigue. La pieza más antigua del volumen es “Albores del arte de la guerra”, fechada en 1943 pero retocada en 1956. Según el índice referido, se publicó en Defensa, de México, junio de 1943, la primera versión, mes y año en que fue redactada; sin embargo, Reyes, en la carta antes trascrita, da otra fecha de publicación en Defensa, “abril de 1944”, ninguna de las cuales hemos podido consultar: en defecto, restablecemos al calce el mes y el año de ambas versiones. Nos detenemos en este asunto mínimo porque entre esas fechas extremas se elaboró todo el libro y porque “Albores del arte de la guerra”, en el conjunto de ensayos del libro, fue el primero y el último que reclamó la atención de Reyes.
Le sigue inmediatamente el amplio “Panorama de la religión griega”, de 1947, y “De geografía clásica”, de 1948. De 1949 son la “Presentación de Grecia”, “Reflexiones sobre la historia de Grecia” y “El horizonte económico en los albores de Grecia”, y de 1950, “Grecia en el tiempo y en el espacio” y “En torno al estudio de la religión griega”. La “Interpretación de las Edades Hesiódicas”, “Hipócrates y Asclepio” y “Los historiadores alejandrinos” fueron escritos en 1951. Las “Dos comunicaciones”, en 1953. “El secreto de Minos” en 1954. La segunda versión de los “Albores del arte de la guerra”, que cierra el volumen, cierra también el proceso de redacción de sus páginas, en 1956.
El carácter más técnico y menos literario de estos trabajos, lo que en modo alguno quiere decir descuido estilístico, nos ha convencido por demás de juntarlos con los cuadernos monográficos del Archivo de Reyes, lo que a la vez da unidad cronológica y formal a este volumen. Todos ellos son, en rigor, “estudios helénicos”, mucho más que los profundos y tersos ensayos de Junta de sombras, como quiso el subtítulo.
ARCHIVO DE ALFONSO REYES / [doble barra] / Serie D (Instrumentos) Número 7 / EL TRIÁNGULO / EGEO / MÉXICO, 1958 /
4º, 112 pp. + 2 h. de índice y de pie de imprenta: “Impreso en Gráfica Panamericana S. de R. L., Parroquia 911, México 12, D. F.” (p. 215, s. n.); en la p. 2, s. n., el Copyright y “Primera edición, 1958 / 150 ejemplares”. En las pp. 3-4, la lista de “Estos cuadernos” y al final la “Nota sobre este cuaderno”, firmada A. R., que nosotros dejamos en simple “Nota” y fechamos en 1957, pues ya el 19 de febrero de este año el original estaba copiado en limpio.
El triángulo egeo se compone de XVI capítulos, de los cuales el primero es el más antiguo, “La cuna de Grecia”, de 1944, que también fue el ensayo inicial de Junta de sombras y pasó a ocupar su lugar definitivo en esta “monografía de conjunto”. “La aparición de Creta” y “Las Edades Helénicas” son de mayo de 1948, capítulos II y III, respectivamente. El trabajo fue interrumpido entonces y reanudado en Cuernavaca a fines de 1949. El 28 de diciembre de este año, Reyes anota en su Diario: “Sólo estudio el Egeo prehistórico, con escasa esperanza de poder convertir mis notas en curso para El Colegio Nacional, como quisiera, pues el asunto es muy arduo y técnico” (vol. 10, fol. 14). De regreso a México, el 16 de enero de 1950 sigue estudiando el tema: “Alfonso Caso me ofrece bibliografía de etnología y religión indígena para mis estudios sobre el Egeo primitivo” (vol. 11, fol. 16); pero la redacción no debió progresar mucho.
Hasta el año 1954 en adelante no parece volver a los mares egeos; “El secreto de Minos”, que será el cap. XII, extraído de los Estudios helénicos, data de abril de ese año, y el cap. VI (“La urbe, las casas, los palacios”) se publicó en julio, con el título “Evocación de Creta”. Sólo en febrero de 1957 reaparecen las noticias en el Diario y por vez primera se lee el nombre del cuaderno: 18 de febrero, “Sigo preparando Triángulo egeo” (vol. 14, fol. 20) y el 19 “Acabé de copiar, para mi Archivo, porque no todo es lo bastante original, lo que al fin se llamará El triángulo egeo” (id. & ib); el 8 de septiembre apuntó un proyecto editorial que no realizaría: “...arreglé, para Ábside, El triángulo egeo” (id., fol. 95), pero esa revista en 1957 no publicó de Reyes más que su “Correspondencia con Raymond Foulché-Delbosc” (Nos. 1 a 4). Finalmente, decidió Reyes imprimirlo por cuenta propia, 26 de diciembre: “Envío a Archivo imprimir El triángulo egeo” (id., fol. 115). Entre el 16 de febrero y el 2 de marzo del nuevo año de 1958 corrigió personalmente las pruebas (id., fols. 126 y 130); mientras tanto, los capítulos VII y VIII, “La apariencia humana y la indumentaria” y “Las artes en general”, respectivamente, aparecieron en la prensa periódica del Contienente, distribuidos por la cadena ALA. El 16 de mayo Reyes apuntó en su Diario: “Llegan mis 150 ejemplares del Triángulo egeo” (id., fol. 150). Comenzaría a obsequiar de inmediato los ejemplares de costumbre, ya que el 29 de mayo un servidor acusó recibo en esta forma: “Ayer recibí su precioso Triángulo, que me leí de un tirón.” Si únicamente se tratara de una impresión privada, que hoy no pudiera justificar en público, me habría evitado la cita; por el contrario, todo lo que ahí se sugiere de riqueza y amenidad es demostrable en cualquier momento y sin mucho esfuerzo.
ARCHIVO DE ALFONSO REYES / [doble barra] / Serie D (Instrumentos) Número 8 / LA JORNADA AQUEA / MÉXICO, 1958 /
4º, 27 pp. + 1 bl. + 2 h. de índice y pie de imprenta: “Impreso en Gráfica Panamericana, S. de R. L., Parroquia 911. México 12, D. F.” (p. 31, s. n.); en la p. 2, s. n., el Copyright y “Primera edición, 1958 / 150 ejemplares”. En las pp. 3-4, la lista de “Estos cuadernos” y al final la nota “Este cuaderno (D. 8: Instrumentos)”, firmada A. R. y fechada en 1958, que aquí titulamos solamente “Nota”.
“Este cuaderno —escribe Reyes— se relaciona con el D. 5 (Troya, 1954) publicado en este mismo Archivo [ahora en las Obras Completas, XVII, pp. 115-179], pero sobre todo con el D. 7 (El triángulo egeo, 1958), cuyo asunto continúa, al punto de repetir aquí algunas frases y conceptos”. Consta de cuatro capítulos breves y su elaboración se remonta a 1944 y 1947, pero sólo años más tarde Reyes pudo corregirla y darle forma definitiva. Hacia el 20 de febrero de 1957 escribe en el Diario: “Preparando La jornada aquea para mi Archivo, pero creo que no sale nada y que más me conviene guardar eso para mi Mitología. Veremos. Me fundé hace diez años en el ya entonces envejecido Grote” (vol. 14, fol. 21). Dos días después: “Preparo la copia y ejemplar de imprenta que enviaré mañana al Fondo de Cultura [Económica] de mi Mitología griega, 1ª parte: Los DIOSES. Sigue copia de La jornada aquea, pero ya se va a injertar en la 2ª pte. de la Mitología: LOS HÉROES (id. & ib.); sin embargo, el 15 de marzo todavía estaba en copia (id., folio 27). El injerto que preparaba debió de retrasar la tarea e incluso detener la narración, como en efecto lo hizo, a la altura de un verso de Hugo (“Booz endormi”), y poner al pie la nota que dice: “En este punto se suspende la ofrecida narración de las leyendas heroicas referentes a los orígenes aqueos, pues todo el material hasta aquí reunido anteriormente, reelaborado y con mayor extensión, pasa a la segunda parte de mi Mitología griega, que se consagra a LOS HÉROES.—1958”. Sólo dos piezas de las cuatro llegaron al público antes de la aparición de La jornada aquea: “Tierra y cielo” [de Grecia] (Cap. I) apareció en La Palabra y el Hombre, abril-junio, y “La hermosa falsificación del pasado” [“Grecia y su hermosa...”] (Cap. II), en Estaciones, verano de 1958, cuando Reyes corregía las pruebas de su cuaderno, pues el 21 de mayo apuntó en su Diario: “Envío a impresión a la Gráfica Panamericana La jornada aquea: Archivo, D.-8” (vol. 14, fol. 151). El 24 de junio todavía estaba con las “Pruebas de La jornada aquea” (id., fol. 157), y agregó entonces al calce de “La hermosa falsificación del pasado” la fecha de “México, febrero de 1944”, la única que figura en los capítulos del cuaderno, con excepción de 1958, en la nota del último.
ARCHIVO DE ALFONSO REYES / [doble barra] / Serie D (Instrumentos) Número 9 / GEÓGRAFOS DEL / MUNDO ANTIGUO / MÉXICO, 1959 /
4º Es un sobretiro, con forro y portada idénticos a los arriba descritos, de la Memoria de El Colegio Nacional de 1958, tomo IV, Nº 1, cuya paginación conserva, pp. 75-118 + 1 mapa del Mediterráneo entre la portada y la p. 75. Al dorso de la portada, los datos bibliográficos del sobretiro, el Copyright y el pie de imprenta: “Impreso y hecho en México [Printed and made in Mexico] por Gráfica Panamericana, S. de R. L.”; en la parte superior: “Primera edición, 1959 / 100 ejemplares”.
Este trabajo, fechado al final en 1942, consta de V capítulos de los cuales los I y II se publicaron con el título de “Albores de la geografía mediterránea” en las Memorias de la Academia Mexicana correspondiente de la Española, México, 1958, pp. 235242, y todos ellos en la Memoria de El Colegio Nacional, antes citada. En una portada mecanográfica, con correcciones manuscritas de Reyes, se pueden observar las variantes que sufrió el título de este cuaderno: Geografía del Mundo Clásico, Geógrafos del Mundo Clásico y finalmente Geógrafos del Mundo Antiguo, el definitivo. El original enviado por Reyes a la Memoria de El Colegio Nacional debió llevar una hoja con la explicación “Este cuaderno”, que no se llegó a imprimir. Hemos encontrado una copia al carbón entre los papeles de Reyes, que ahora publicamos con el título de “Nota”. Tiene la fecha manuscrita de 1959, sin iniciales al pie pero que aquí se restablecen para uniformar los cuadernos.
Entre el 17 de febrero de 1958 y el 20 de julio de 1959, encontramos en el Diario de Reyes algunas noticias sobre la última etapa de copia e impresión de este trabajo. El 17 de febrero de 1958, escribe, “... estoy haciendo copiar ALBORES DE LA GEOGRAFÍA MEDITTERRÁNEA, ex: Edad Alejandrina” (vol. 14, fol. 126), seguramente para la primera publicación en las Memorias de la Academia Mexicana. Un año después, 9 de febrero de 1959, da otra noticia y otro título: “Sesión Colegio Nacional en que entrego noticia de mis labores en 1958, doy trabajo sobre GEOGRAFÍA DE LOS ANTIGUOS para Memoria y ofrezco tres conferencias sobre LAS LEYENDAS GRIEGAS DEL MAR, para marzo” (vol. 15, fol. 11). Entre junio y julio de 1959 corrigió las pruebas junto con las de La filosofía helenística, tarea que lo fatigó extremadamente, como puede verse por este apunte del 23 de junio: “Me traen pruebas de la Memoria de El Colegio Nacional con mi artículo sobre GEÓGRAFOS GRIEGOS. Pero ¿podré corregirlas? ¡Si ayer me fatigó tanto, al parecer, el acabar de despachar las pruebas de Filosofía helenística!” (id., fol. 41). El 10 de julio tiene entre manos otro juego de “Pruebas de GEÓGRAFOS ANTIGUOS para el Colegio Nacional” (id., fol. 44) y el 20 las devolvió juntamente con otras de la Filosofía: “Hoy devolví pruebas de La filosofía helenística y de la Memoria de El Colegio Nacional” (id., fol. 46). Recuérdese que este trabajo se relaciona íntimamente con el “De geografía clásica” que se publica en los Estudios helénicos de este volumen, pp. 69-93.
El último cuaderno de la serie del Archivo de Alfonso Reyes es el titulado “Algo más sobre los historiadores alejandrinos”. Estaba destinado por su autor a ser el Nº 10 de la Serie D (Instrumentos) y cuya portada, datos bibliográficos, Copyright y explicación (“Este cuaderno”) hemos encontrado entre los papeles de Reyes, en copia mecanográfica. Por la lectura del Diario podemos reconstruir este proyecto editorial, interrumpido por la muerte el 27 de diciembre de 1959.
En 1951 había redactado y publicado en Filosofía y Letras un cuadro general de “Los historiadores alejandrinos” (ahora en los Estudios helénicos de este volumen, pp. 173-181) y todavía el 29 de julio de 1952 tenía el propósito de publicar en la misma revista esta continuación, que entonces se llamaba no más Historia alejandrina o Historiadores alejandrinos (vol. 11, fol. 181); pero el trabajo se interrumpió por seis años. A fines de 1958 lo reanudó; el 21 de diciembre apunta en el Diario: “Sigo el Teopompo de los HISTORIADORES ALEJANDRINOS” (vol. 14, fol. 193). El 24 de diciembre, a la “Madrugada: los historiadores helenísticos” (id., fol. 194). El 10 de enero de 1959 “Siguen copias HISTORIADORES ALEJANDRINOS” (vol. 15, fol. 3). Pero surgió una nueva interrupción por atención prestada a otros trabajos acometidos al mismo tiempo. El 25 de octubre de 1959 hizo un corte de caja de los “libros prestos al acabar octubre”. Entre los de tema helénico o helenístico estaban los siguientes: “Organizado: La afición de Grecia... Para la Memoria del Colegio Nacional de este año, ALGO MÁS SOBRE LOS HISTORIADORES ALEJANDRINOS (que irá en separata a mi Archivo)... Muy adelantada la Mitología griega: terminado el tomo de LOS DIOSES y en marcha el de LOS HÉROES.Idem. La Religión griega. Y callo lo aún atrasado” (id., fols. 71-72). En noviembre de 1959 se dedicó a organizar definitivamente este cuaderno; el día 10 tenía ya “Páginas preparatorias para ALGO MÁS SOBRE LOS HISTORIADORES ALEJANDRINOS, para la Memoria anual del Colegio Nacional” (id., fol. 76). El 22 estaba listo el original para la imprenta: “Entregaré al Colegio Nacional para la Memoria anual ALGO MÁS SOBRE LOS HISTORIADORES ALEJANDRINOS, 75 páginas” (id., fol. 81). Ya no pudo ver las pruebas ni la Memoria, tomo IV, Nº 2, pp. 97-155, que imprimió su trabajo. Pero ya tenía preparado el sobretiro y aun lo daba por hecho: “Primera edición: 1960 / 100 ejemplares”, se lee en la página del Copyright, en una copia mecanográfica. Y en la “Nota bibliográfica” de La afición de Grecia, que apareció póstumamente en 1960, puso una nota al pie de los títulos de sus Geógrafos del Mundo Antiguo y de Algo más sobre los historiadores alejandrinos: “Las dos últimas monografías, incorporadas en mi Archivo, se recogen primeramente en los años respectivos de la Memoria del Colegio Nacional de México” (p. 7). La verdad es que sólo los Geógrafos se llegaron a imprimir en sobretiro como Nº 9 de los Instrumentos del Archivo. El último trabajo de Reyes sólo apareció en la Memoria referida, y de ahí pasa a sus Obras Completas, en este volumen, todo él practicamente desconocido para el gran público, pero no menos sabio y erudito que los anteriores.
ERNESTO MEJÍA SÁNCHEZ
Instituto Bibliográfico Mexicano.
OFREZCO aquí una colección de estudios elementales, notas y resúmenes destinados a la divulgación y a la enseñanza. La mayoría ha aparecido anteriormente en revistas, periódicos y colecciones misceláneas, como lo explica el índice. En algunos, me he limitado a condensar páginas ajenas: “El horizonte...” procede de G. Thomson, sobre la antigua sociedad griega; “De Geografía...” procede de W. W. Hyde, sobre los marinos griegos; y “En torno...” procede de W. K. C. Guthrie, sobre las divinidades helénicas.
A. R.
[1957]
EL ORBE histórico al que pertenecemos es producto del genio filosófico y artístico de Grecia, completado por el genio religioso de la gente hebrea y el genio político y jurídico de la gente romana. En el origen de nuestra civilización está Grecia, y nuestra civilización ha venido extendiéndose paulatinamente por la tierra, y tiende a cubrir con su manto los vestigios de otras civilizaciones arruinadas. Si, en el peor supuesto, admitiéramos que la civilización hoy por hoy se encamina a un cambio de frente, o siquiera a un considerable desvío —y ya es mucho conceder en el actual estado de comunicación y continuidad entre los pueblos—, todavía hay que reconocer que las coordenadas de esta curva están en Grecia, y que la torsión sólo es explicable cuando a Grecia se la refiere.
Grecia está en el origen de nuestra vida, nuestro pensamiento, nuestra arquitectura lingüística, nuestros hábitos. Grecia es el embrión, pero un embrión que presenta dos singularidades casi increíbles. En primer lugar, por cuanto a su valor propio, los embriones suelen ser cosa titubeante, indecisa, para cuya justa estimación hace falta, al menos, tanta tolerancia como respeto. Aún no sabemos si pararán en dechados o en monstruos. Y sucede que Grecia, en el orden filosófico y artístico, sigue siendo un término ejemplar. Todavía tenemos mucho que aprender en sus modelos no superados. En segundo lugar, por cuanto a su sentido, los embriones suelen ser poco o nada orientadores. No sabemos para dónde van a crecer ni adónde nos pueden llevar. Y sucede que Grecia es ya una rosa de los vientos, una estrella náutica, un centro de rumbos definidos. Basta con prolongar sus líneas, con seguir los caminos que ella dejó trazados, para cubrir la telaraña del mundo.
Aun la caridad y la necesidad de un Dios justo —en que insistirá Israel— tienen ya su sitio preparado en la mente griega. Y cuando, en la cuba materna del Egeo caigan las urgencias emocionales de Oriente sobre los esquemas dibujados por Grecia, se irá definiendo la figura del Cristianismo en San Pablo; más tarde, en San Agustín, y todavía más tarde, en Santo Tomás, todos discípulos de Grecia. A Roma le tocó solamente prestar la fuerza de propagación y dar a la criatura el bautismo de viabilidad.
Pues la religión de Grecia dista mucho de ser mera mitología, cuentos fabulosos, historias alegres y revolcaderos de dioses. La religión de Grecia tiene dos pisos. El piso superior, el más conocido y difundido por su mismo encanto literario y su comodidad sismbólica —la antropoteología olímpica en suma—, viene a ser algo como un ritual cívico muy comparable a nuestras fiestas y celebraciones nacionales. Detrás de las vistosas imágenes —a veces, verdaderos intermediarios y santos patronos— se reconoce algo universal, fatal y eterno; se implora a una fuerza superior que el espíritu humano acaba por aislar en la noción de un Dios único, omnipotente e intachable.
Por eso los filósofos griegos sólo usan del mito como alegoría expresiva —y a veces lo inventan para explicarse, como lo hizo Platón, el mayor genio religioso de Grecia—; pero quedan en libertad de reírse, cuando les place, del antropomorfismo entendido al pie de la letra. Pues en Grecia no hubo dogma, ni credo articulado, ni catecismo, ni Iglesia como hoy la entendemos, ni verdadero sacerdocio a la moderna. Cada padre de familia era un sacerdote, contaba con su ara doméstica; y a lo largo de los años, los meses, los días, oficiaba en una serie nutridísima de celebraciones sagradas, que ningún moderno resistiría, ni los que más y mejor cumplen con los mandamientos de su profesión religiosa.
Tal es el piso superior de la religión griega. El piso inferior, prendido aún a la magia agrícola, a las fiestas y orgías de las estaciones, conserva y prolonga el verdadero fondo étnico de las creencias, alcanza temperatura mística en el orfismo y los llamados Misterios. Pero un día el mundo griego pierde la brújula ante la ruina de los antiguos Estados-Ciudades y a causa de la conquista extranjera: Macedonia, Roma. Se desconcierta entre los ensanches de los nuevos descubrimientos geográficos y los nuevos pueblos y maneras que afloran a la historia. Sobreviene un desquiciamiento de la antigua economía social y cuanto ella significa. Entonces, abandonados ya los inútiles altares cívicos de antaño, sube como marea la religión del segundo piso. Casi diríamos: suben de las catacumbas los Misterios. Las aguas se mezclan con los ardientes acarreos asiáticos; “proliferan” las aberraciones místicas; y entre todo ello, triunfa y se define un solo Misterio, el Cristianismo, herencia depurada y enriquecida, pero herencia legítima —por justa evolución histórica— del saldo que arrojan las vicisitudes religiosas de Grecia. Así lo explican sumas autoridades eclesiásticas y humanísticas, sin por eso atentar a la doctrina de la Revelación. Y así, en nuestra concepción de la vida y de la muerte, del mundo y del trasmundo, otra vez aparece Grecia.
Nadie ignora lo que significa el arte de Grecia, todos lo admiran, y es por ventura el aspecto más popular del riquísimo legado helénico. En las angustiosas dimensiones de esta exposición, sólo cabe usar una palabra para caracterizar el arte griego, y esa palabra es “equilibrio”. Lo asombroso es que en tan poco tiempo se haya llegado al arte clásico, tras aquella oscuridad causada por las últimas invasiones llamadas dorias; oscuridad que sólo de lejos ilumina el faro de Homero. Porque Homero es poeta arqueológico, casi equivalente a lo que hoy sería un épico que cantase la Conquista de México.
Es verdad que Grecia no brotó de la nada. Cada vez se excava más en el terreno de esa antesala de Grecia que fue la civilización egea, en su era cretense o minoica, y en su era micénica; así como cada día se descubren con mayor nitidez los antecedentes del Asia Menor y la costa siria, que han reducido mucho la preeminencia antes concedida al solo Egipto en la preparación de Grecia. Pero también es verdad que entre aquellas vetusteces y la Grecia propiamente dicha parece haberse agregado, a ojos de los mismos griegos, la luz de la historia. Al punto que ellos mismos fraguaron una ficción mitológica para hacer veces de prehistoria. Sobre esta etapa previa sabemos hoy más que los griegos de ayer. Y lo que sabemos apenas empezamos a averiguarlo en nuestros días, gracias a la piqueta de Schliemann, de Evans.
Tampoco necesita largo comentario el significado de las letras griegas. A ellas tiene que volver todo escritor, como vuelve el campeón de golf, de cuando en cuando, a los ejercicios de la clava (o club), para corregirse de los vicios que va contrayendo en los links. Acaso al constante contacto con la vida, con sus amarguras y sus goces, sus afanes y triunfos, deben los escritores griegos ese aire de salud general que hace sus obras inconmovibles. Los escritores modernos, junto a ellos, parecen todos alambicados. Aquellos excelsos poetas no conocieron la torre de marfil. La vida pública se les confundía —como a todos los griegos— con la privada; participaban en la asamblea, en el consejo, en los tribunales, en la guerra, y despachaban por sí sus negocios y se ocupaban en su heredad. Eurípides, por ejemplo, ha dejado un centenar de tragedias, ¡y de los veinte a los sesenta años tuvo que cumplir su servicio militar y participar en varias campañas!
La originalidad verdadera nunca busca la originalidad. Los poetas griegos no necesitan lanzar manifiestos —eso lo dejamos a los políticos—; se manifestaban en sus versos. Plenamente vitales, no les hacían falta las drogas para sentirse vivos. No suspiraban por beber vino azul, que ya tenían su vino rojo, y una buena bocanada de aire bastaba para transportarlos. No se les ocurrió cultivar claveles verdes, porque se satisfacían con el lirio silvestre que Safo recogió un día en las laderas. ¿Si eran más primitivas que nosotros? Ciertamente: y estaban más lejos del manicomio.
Pero vale la pena recordar que aquella diminuta Grecia —menor que algunos de nuestros Estados federales—, parece haberse empeñado en darnos el proceso de la historia literaria en un muestrario diminuto e intenso, fácil de abarcar, tan hermoso como comprensible, al modo de un “plano-relieve” que puede ponerse en una mesa. Los géneros se suceden de una en otra época: epopeya, lírica, drama (tragedia y comedia antigua), comedia romántica, ensayo y novela. En cuanto a los oradores, vinculados al desarrollo, los vaivenes y la ruina de la democracia, cuando pierden su utilidad pública se transforman en conferenciantes de salón, y van incurriendo en excesivos lujos verbales. De suerte que los géneros pueden estudiarse por épocas, casi aisladamente, como si los hubiera ordenado así un sumo maestro de la literatura universal, para mejor conducir la educación de los hombres.
La historia, que brota entre las genealogías más o menos míticas y las crónicas locales, sabe conservar, al expandirse con los auténticos historiadores, una objetividad manifiesta que, sin empañar el sentido panhelénico ni el amor a la ciudad patria, les permite decir al pueblo sus verdades. Y tras leerlos, nos reímos de los que pretenden que la historia no da lecciones, sean quienes fueren. Cuando menos, aquellos historiadores nos aleccionan sobre el modo de escribir la historia. Y el respeto a la libertad histórica es una de las prendas más delicadas, más inestables de las culturas: verdadera flor que dura un día, según lo sabemos los contemporáneos. Apréciese lo que era esa libertad de juicio, recordando que el comediógrafo Aristófanes, en plena lucha de la alianza ateniense contra la liga lacedemonia, se permitía censurar y poner en solfa a los demagogos que capitaneaban el partido de la guerra y que aconsejaban, para sostenerla indefinidamente, seguir expoliando a las pobres islas aliadas.
La filosofía griega, la ciencia, la libre investigación, asoman entre aquellos colonos plantados por los litorales del Asia Menor, a quienes grosso modo podemos llamar los jonios. La insolencia de los jonios, al enfrentarse con los terrores sagrados y la mortal solemnidad de los imperios asiáticos, funda el pensamiento científico. Los babilonios aún mezclan la cosmología y la astronomía con la astrología y la magia. Los griegos las emancipan. Los egipcios se contentan con fábulas religiosas y reglas de albañilería o contabilidad para tratar las inundaciones del Nilo, las reparticiones de tierras, las cuentas de las despensas faraónicas. Los desenfadados helenos —que llaman “pastel” a la pirámide, “asador” al obelisco, “chisguete” a la catarata, “gorrión” al Ibis sagrado, y que inscriben con el cuchillo el nombre de sus amantes en los pies del ídolo egipcio—, a nada temen, buscan las causas naturales de los fenómenos, emancipan la teoría geométrica y matemática. Ciencia y filosofía alcanzan las cumbres que todos saben, y aun hoy mismo la nueva física-matemática, las geometrías no euclidianas y la lógica dinámica y post-aristotélica necesitan constantemente dejarse caer del trapecio y reposar en el suelo griego, entre uno y otro acto acrobático.
La economía griega nos deja una lección por lo menos: la agricultura casera y patriarcal produce la sobrepoblación. Su misma virtud acaba por matarla. Los pueblos se lanzan a colonizar el litoral anatolio al oriente; la Italia Meridional y Sicilia al occidente (la Magna Grecia o América de los griegos); y al norte, el temeroso Mar Negro o Ponto Euxino, ya tanteado por el legendario Jasón. Dos ciudades llegan tarde al festín: Esparta y Atenas. Esparta se empeña en resolver el problema conquistando y esclavizando a los vecinos, y así se acuartela entre ellos para siempre y vive en un rigor bélico exagerado que detiene y aun hace retroceder su evolución social y política. Atenas halla otra solución: se lanza al comercio de exportación y a las artes que de él proceden, crea la marina y, para dar entrada a las nuevas clases artesanas, inventa la democracia.
La historia griega, en conjunto, también nos deja una enseñanza. Aquellas patrias chicas o Estados-Ciudades, aunque en discordias continuas, dan un libre juego a la mente y a la acción del hombre, lo que se desvanece visiblemente cuando ellas se vienen abajo. No logran realizar la unidad sino bajo la conquista extranjera. Aristóteles, mente griega, no entiende aquel sueño de un gobierno total a que se lanza su discípulo, el macedonio Alejandro, poeta armado. También a los ojos de Nietzsche los enormes Estados contemporáneos resultan monstruosidades bárbaras comparados con las ciudades griegas. Cuando algunas de éstas se empeñan en realizar la hegemonía, caen en espantosas rivalidades y fracasan. La disputa entre Esparta y Atenas es el comienzo del fin. El imperio ateniense corroe para siempre la democracia de los buenos tiempos. El triunfo de la Liga Lacedemonia conducida por Esparta —la cual no estaba preparada para cosecharlo, por falta de verdadero sentido político— acarrea a la larga la ruina de Grecia. Tucídides tenía razón: la Guerra Peloponesia era una guerra trascendental; no sólo acontecía en un rincón de la tierra, sino en el espíritu humano. Y la verdad es que esta guerra entre Atenas y Esparta no acaba todavía y cubre hoy todo el mundo. Aun la enfermedad que contrajo Grecia a última hora nos ha sellado para siempre.*
Febrero de 1949.
NO HACE falta meterse en “ismos” comprometedores ni infeudarse en tal o cual secta para reconocer que el estudio histórico de los pueblos no es completo mientras se prescinda de su evolución económica y de las agencias económicas. El materialismo histórico sólo es falso cuando pretende ser una explicación total y exclusiva, reduciendo así a determinaciones exteriores lo mucho de invento, de libre y desinteresada iniciativa que caracteriza a la conducta humana, y todo eso que ha llamado Croce la libertad del acto histórico.
Declarar, por ejemplo, marxista o siquiera precursor del marxismo a Benjamin Franklin, que no era más que una criatura predilecta del buen sentido, sería una verdadera monstruosidad. Y Franklin, con todo, en sus reflexiones teóricas lo mismo que en su estrategia política (no olvidemos que fue el negociador de su naciente república ante el rey de Francia), nunca perdía de vista el factor económico que motiva, junto a otros estímulos, las decisiones de los hombres. Así, acostumbraba repetir que, “en estado de pobreza extrema, aun la honradez resulta difícil, y el morral vacío no puede mantenerse de pie”. Enseñanza de nuestro grande maestro Perogrullo, mucho más sabio de lo que suele concedérsele.
En el caso de la antigua Grecia —verdadero campo experimental para el estudio de la civilización de Occidente, expresivo y fácil como un ejemplo de enseñanza primaria hasta por haber sido un orbe limitado y pequeño, verdadera brújula que deja trazados los rumbos para los siglos venideros—, se ha insistido hasta la saciedad en la historia heroica y la política, en la cultural, en la artística. Pero por lo mismo que estas fases de la vida helénica son tan fascinadoras, no siempre se otorgó la consideración debida a la historia económica y social.
Los dos focos orientadores de Grecia, y aun puede decirse “los dos polos”, que lo son como todos saben Atenas y Esparta, se entienden y se sitúan mucho mejor si, al lado de su índole peculiar —supuesto abstracto y que no se entiende por sí solo— se toma cuenta de sus vicisitudes económicas. Lo explicaremos brevemente:
La Grecia arcaica vivió de la agricultura doméstica, en régimen paternal y casero. Útil y provechoso en su hora, este régimen desarrolló inmensamente la población, y de aquí su fracaso, hijo directo de su éxito. La gente ya no cabía en la Grecia peninsular, “la Grecia continua”, que decía Éforo.
Grecia era un semillero de Estados-Ciudades y nunca logró, por suerte o por desgracia, la unificación política ni la religiosa, ya que fracasaron los intentos imperialistas de sus capitales —Atenas, Esparta, Tebas—, y los intentos atractivos y conciliatorios de sus Panegirias, sus Oráculos, sus Grandes Sagrarios y sus Anfictionías, las cuales acabaron corrompidas por la intriga extranjera. Tal unificación sólo se obtuvo por imposición ajena y a manera de vasallaje. Fallida también la empresa conquistadora de Persia, tocó realizar la unidad política de los helenos —a cambio de su libertad—, primero a Macedonia y después a Roma.
Pues bien, ante el problema de la sobrepoblación, la mayoría de aquellos Estados griegos independientes se lanzó a una serie de colonizaciones sucesivas: al Mar Negro o Ponto Euxino, y de aquí la expedición de los Argonautas en busca del fabuloso Vellocino de Oro; a la costa del Asia Menor, la antigua Anatolia, y de aquí la Guerra de Troya y la epopeya homérica; a Italia y a Sicilia, y de aquí la fundación de esa América de los griegos que fue, en el Occidente Mediterráneo, la llamada Magna Grecia.
Pero algunos Estados, y por ventura los que habían de alcanzar mayor relieve histórico, Atenas y Esparta, llegaron, tarde a la colonización. Y se dijeron, como en los versos de Peza: “¡Ya compraron mis hermanos / Toda la juguetería!” De algún modo había que resolverlo.
Esparta decidió extenderse sobre las tierras vecinas, sobre sus hermanos de raza, en vez de navegar, como los otros, en busca de tierras despobladas y bárbaras. Se metió en un callejón sin salida; se arrojó a las guerras de Mesenia; perturbó su ser para siempre; tuvo que vivir acuartelada entre pueblos hostiles; se agotó a lo largo de ocho siglos en una conquista que nunca pudo consumar; atajó defintivamente su posible evolución democrática; vivió por y para la guerra; se quedó presa en formas e instituciones crueles y atrasadas; contuvo su natural respiración al punto de sofocar los vuelos de la poesía, que para la lírica, por ejemplo, había amanecido augurando auroras radiosas; mantuvo a lo largo de su dura existencia una rigidez y una miopía manifiestas; nunca pudo entender los intereses y los ideales panhelénicos de ensanche y de libre expansión; no veía claro lo que pasaba más allá de sus puertas; hasta acudía de mala gana a las guerras en que se decidía la vida o la muerte de la gran familia griega; aun cayó en traicioneras alianzas con el tradicional enemigo persa... Cuando las ciudades griegas se encaminan victoriosamente hacia la historia, Esparta se repliega hacia la prehistoria. Entre la luz y la armonía de Grecia, la negra máscara de Esparta gesticula dorolosamente.
Atenas, por su parte, también asfixiada con su plétora interna, dio con la solución que sería la base de su grandeza y le daría su sentido ideal. ¿No bastaba ya la agricultura casera para el alimento de su pueblo? ¡Pues inventó el comercio de exportación! Derivó en reforma constitucional los amagos de la revolución latente. Dio cabida en el gobierno a las nuevas clases obreras. Creó la marina mercante para exportar sus productos; y para acarrear su aceite, fomentó su industria de alfarería. Se hizo artesana, como corresponde a la ciudad protegida por la diosa Atenea. (Cuando el dios marino Posidón y la diosa Atenea se disputaron, en concurso, el patronato de Atenas, aquél inventó el caballo, rara maravilla, pero ésta invento el olivo, futura riqueza de la ciudad, y plantó el primer arbusto en la Acrópolis). La industria, la navegación y la democracia ateniense se sostenían entre sí como las tres Gracias enlazadas.
Por supuesto que las soluciones históricas son transitorias. Los pueblos están en movimiento incesante. Los factores del presente éxito determinan los fracasos de mañana. La tela de Penélope incesantemente se teje y se desteje. Cuando Atenas, por su misma virtud panhelénica, quede por verdadero capitán de todas las Grecias como premio a su conducta en la Guerra Persa —victoria que Esparta se dejó arrebatar por falta de ideales, pues aunque tenía manifiestas superioridades tácticas nunca supo por qué ni para qué combatía, y se fue borrando en la penumbra—, Atenas misma caerá por aquel derrumbadero que la llevó a convertirse en un yugo intolerable de las islas aliadas, y al fin, al desastre de Sicilia. Entonces la tradicional Salvadora de Grecia —como la llamaba Heródoto— incurrirá en la tiranía y el despotismo, y paradójicamente, Esparta se ofrecerá como guardadora de las libertades helénicas. Ilusión de un día, pero ella fue causa de aquella larguísima y aleccionadora Guerra Peloponesia con que comenzó el desastre de la nación griega. Tuvo razón Tucídides al considerar que aquella guerra era la más trascendental hasta entonces conocida en la historia. ¡Como que dura todavía! Atenas y Esparta siguen peleando en todo el mundo. Los errores de las democracias victoriosas permiten que las fuerzas oscuras levanten otra vez la marea. Ante los ensombrecidos horizontes, se oye el lamento de los filósofos y de los poetas. Eurípides, despechado, llora sobre su intachable Atenas de antaño, “su Atenas coronada de violetas”. Aristófanes parece que ríe, pero con las lágrimas en los ojos. Platón, el inmenso Platón, se refugia en las frías aberraciones de una República artificial que ha comenzado ya a tener miedo hasta del gozo y de la belleza.
El proceso sería muy largo de contar. Tal vez lo desarrollemos un día, aunque sea de modo sumario y tocando sólo las cumbres del fenómeno, para no desviarnos en digresiones eruditas. Entonces podremos acompañarlo desde la Edad de Bronce, desde el cuadro de civilizaciones prehistóricas entrevisto por el poeta Hesíodo, áspero campesino de Ascra —pasando por las repúblicas, las tiranías y su sentido social, las complejidades de la política exterior en Esparta y el significado histórico de su aristocracia “discriminadora”—, hasta la intervención romana en Grecia a fines del siglo III antes de Cristo. Y entonces veremos, a qué punto se aclaran ciertas incoherencias aparentes de que la sola historia heroica no puede dar cuenta y razón. Así la mudanza trascendental en la política del Senado Romano por 201 a 200 a. C., las negociaciones entre el Cónsul Flaminio y Filipo de Macedonia; el filhelenismo de los propios conquistadores que alcanza su auge después de la batalla de Cinocéfalos; la conducta del Senado y de Flaminio para con Nabis, el tirano de Esparta; la calculada maniobra para hacer aparecer a Filipo como el único y verdadero enemigo de Roma; la actitud que asume el Senado con la Liga Aquea (los defensores de Grecia), y otros extremos, como el problema total de la esclavitud entre los antiguos, que los libros populares cuentan simplemente, sin ahondar en las interpretaciones del caso. Pero todo sea en su momento.*
Enero de 1949.
1. HOMERO es un poeta arqueológico. Entre su época probable —siglos VIII a VII a. C.— y la época que nos describen sus dos grandes poemas median cuatro o más centurias: lo que hoy sería una epopeya sobre Cuauhtémoc y Cortés compuesta por un contemporáneo nuestro. Pero, al reconstruir el pasado, Homero no puede menos de inspirarse hasta cierto punto en los ideales de su tiempo. Refleja el pensamiento social de los jonios, la riqueza de las colonias griegas tendidas por el litoral del Asia Menor, y manifiesta su decidida conformidad con el régimen de los príncipes. Hasta es posible que también deje traslucir ciertas rivalidades entre las ciudades griegas de sus días, proyectándolas artísticamente hacia el pasado bajo la forma de diálogos, relatos, episodios y genealogías. Ni siquiera disimula el peligro que se aproxima: hace que Odiseo amoneste a la tropa recordándole los inconvenientes del mando repartido, y acuña esta fórmula que todos los autócratas griegos repetirán más tarde en sus luchas contra la democracia: “Sea uno solo el rey y jefe verdadero.” El monarca en la tierra, como Zeus en el cielo, impera por derecho divino. El deslenguado Tersites, primer rebelde de la literatura occidental, que se ha atrevido a censurar a los reyes, es vapuleado por el sutil Laertíada delante de todos los guerreros y con regocijo de todos. En este argumento, Homero asume una postura definida ante el porvenir. Pero aunque Grecia está destinada a desarrollarse por el camino de la futura democracia, el buen sentido de aquel pueblo (lo que hoy llamaríamos su saludable capacidad “deportiva”) no escatimará a Homero la merecida veneración. Respetará en él al poeta, al hombre de su siglo, sin por eso obedecer sus principios en las prácticas de la política. Sólo Platón parece inquietarse ante los peligros que, en este orden, entraña la frecuentación de Homero y, al sentar las bases de su república ideal —por desgracia tampoco capaz de seducirnos—, aconseja que se lo destierre.
También deja sentir el poeta los ecos del tránsito entre la Edad del Bronce y la Edad del Hierro. Este tránsito ha acontecido antes de sus días, puesto que él vive en la época del hierro y es posterior a las invasiones dorias. Pero no incurre en anacronismos por el hecho de referirse al empleo de ambos metales, pues nadie puede figurarse que los utensilios de hierro se difundieron de repente, haciendo desaparecer como por encanto los utensilios de bronce. El hierro no era todavía el arma de los aqueos, ni de los troyanos, dárdanos y aliados cuyos combates pinta la Ilíada. Las armas eran aún de bronce; sólo el licio Pándaro, por excepción, usaba flechas con púas de hierro, y apenas en la fértil memoria del anciano Néstor quedaba el recuerdo de la singularísima clava férrea en que solía pelear antaño Areítoo el Macero, “así llamado hasta por las mujeres de galana cintura”. Aquiles, entre los premios que ofrece a los vencedores cuando los juegos fúnebres de Patroclo, aporta un lingote de hierro puro a modo de estimable rareza, acaso un meteorito, advirtiendo que podrá servir, no para espadas, flechas o picas, sino para proveer a los instrumentos de labranza durante unos cinco años. Hay otras menciones del hierro.
Por supuesto que atribuir al simple uso general del hierro —como todos lo hacemos por economía del discurso— la superioridad guerrera de los dorios y la victoria de sus invasiones es sin duda una simplificación excesiva. Como hemos dicho en otra ocasión, el triunfo de los dorios puede atribuirse asimismo a su arcaica organización tribal, que permitía repartir armas iguales para todos.* El hierro era más barato y más accesible a las huestes que el bronce, privilegio de los caballeros aqueos. Conviene añadir, por una parte, que la cultura del bronce se venía derrumbando por su propia crisis interior, y por otra, que la resistencia mayor del hierro no debe tomarse al pie de la letra. Aquel hierro no era, ni con mucho, el hierro industrial que hoy conocemos, bien penetrado de carbón y silicio, ni para lograr este producto se contaba ya con los altos hornos, conquista de los medievales.
2. El hablar de la Edad del Bronce y la Edad del Hierro nos lleva a la poesía de Hesíodo. A él debemos estas pintorescas y felices denominaciones. Hesíodo es algo posterior a Homero. Prescindiendo de la “cuestión homérica” y de la “cuestión hesiódica” (atribución y elaboración de las obras que corren a nombre de ambos poetas, autoría, fecha, interpolaciones y corrupciones del texto), y aceptando candorosamente las tradiciones, aunque sea por un momento, podemos decir que los dos han convivido como un viejo y un joven, y hasta que han rivalizado en algún concurso. La concepción del mundo, en Hesíodo, parece a veces más nueva y, a veces, más vieja que la de Homero. Sin duda que el sentimiento político del beocio es más adelantado que el del “ciego de Quíos”; pero su sentimiento religioso y su cosmogonía resultan, junto a la diafanidad homérica, oscuros y atrasados.
En Los trabajos y los días Hesíodo nos ofrece un relato de la vida contemporánea. En la Teogonía nos traslada al tiempo imaginario, orígenes del mundo y los dioses. Poco sabemos de él, más que de Homero en todo caso; pues ha abandonado la objetividad épica de su precursor, suele hablar en primera persona y refiere sucesos de su existencia, que la leyenda se encargará luego de sazonar. Sin embargo, hay que leerlo con reservas; tal vez su hermano Perses, de cuya conducta se queja, no sea más que el “Fabio”, el vocativo poético indispensable a su discurso, a sus reprensiones y censuras. Con Hesíodo, en efecto, la epopeya de guerras y de aventuras pasa a ser —según el espíritu de Beocia, Lócrida y Tesalia— una epopeya moral, didáctica y gnómica,