Parque inglés - Efraín Villacis - E-Book

Parque inglés E-Book

Efraín Villacís

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Beschreibung

Una hora próxima a la penumbra; una terraza en el subsuelo; el momento ciego del postre; la niña en bicicleta saliendo de una fotografía; un anciano muriendo en la sonrisa de una grada; la lluvia como una peregrinación y hombres y mujeres observados desde el ojo de la cerradura de un baúl abandonado en el balcón de un condominio en el campo; hojas y ramas y árboles caídos sobre el lecho de sus propias flores; el amor como una estación; el miedo es un cruce de caminos, y el delirio un disparo al aire. Una ciudad cúbica en el laberinto de un parque situado en el barranco de un páramo a mediodía y las herramientas de un jornalero contando los segundos que necesita el sol para mentirse; una mujer comprando agua donde hace tiempo que los niños no tienen sed. Esculturas y monumentos, ráfagas de viento dando volteretas bajo la carpa de una mente alucinada, y los lectores acudiendo a sumergirse en la propuesta poética y el estilo narrativo, y compartir su soledad en la muchedumbre, a conmoverse o deshacerse de aquello que solo vuelve en los olvidos, en los vestigios que deja el abrazo estremecido de un peatón urbano que cabalga la cebra de su paso para cruzar el cauce y cambiar su destino. Parque Inglés es prosa y poesía, protesta y postdata, es memoria y mensaje, es la posibilidad de hacerse otros paisajes imposibles en cada lectura.

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PARQUE INGLÉS

PARQUE INGLÉS

© Efraín Villacís

ESTUDIO CRÍTICO

© Eduardo Varas

© Universidad de Las Américas

Facultad de Comunicación y Artes audiovisuales

Campus Granados

Av. de los Granados y Colimes

www.udla.edu.ec

Facebook: @udlaQuito

Quito, Ecuador

PRIMERA EDICIÓN

Junio, 2024

EDICIÓN

Susana Salvador Crespo

Coordinadora editorial UDLA

CUIDADO DE LA EDICIÓN

Fabricio C. Rivas

Analista editorial UDLA

CORRECCIÓN Y ESTILO

La Caracola Editores

DISEÑO DE CUBIERTA

Andrés Láiquez

DIAGRAMACIÓN

Juan Villacís, Estudio Nueve

EDICIÓN

UDLA Ediciones

IMPRESIÓN

Editorial Ecuador

ISBN: 978-9942-779-89-2

TIRAJE: 300 ejemplares

Gracias por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra, sin la debida autorización. Al hacerlo está respetando a los autores y permitiendo que la UDLA continúe con la difusión del conocimiento.

Reservados todos los derechos. El contenido de este libro se encuentra protegido por la ley.

Antes de su publicación, esta obra fue evaluada bajo la modalidad de revisión por pares ciegos.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

La guarida de quien mira en la distanciaEstudio crítico

Parque Inglés

Soy la ciudad

Vestida para un safari

Hogueras imaginarias

Secretos cifrados

Muertos de risa

Soledad sin espectáculo

No ser y estar en vilo

Caminantes antiguos

Rueda moscovita

Pájaros en la cabeza

Cuzco con casa

Futurismo tardío

Sensación reiterada

Hombre semidesnudo

Mandril que ríe

Nada más se movía

Tres Luces

¡Estamos vivos!

Pérdida

Tarde medieval

Un tiro detrás de la cabeza

Se salva quien puede

Ruido blanco

Javert me persigue

Oráculo imposible

Superstición

Cristales de sal

Espíritu maligno

La soledad es un collage

Animal mitológico

Atemporalidad

No quiero a nadie

Narciso

Persistencia

Demonios

Gigantes caídos

Romería

Velocidad de crucero

Canciones

Hombres escapando

Migración

Cortejo fúnebre

Personajes

Corazón de condominio

Magia oriental

Silla vacía

Abundancia

Cuchillos de hielo

Certeza

Indiana Jones

Máquina de escribir

Memoria

Tienda de abastos

Bille Guañuna

Árbol de mandarinas

Fila india

Jornada

La Ronda

Trío en mi menor

Encrucijada

Sitio en alerta

Sueño de zinc

Mutación

No hay a dónde ir

Creyentes

Esculturas

Llegará a tiempo

Magníficas lluvias

Cacería

LA GUARIDA DE QUIEN MIRA A LA DISTANCIA ESTUDIO CRÍTICO

Eduardo Varas

UNIVERSIDAD DE LAS AMÉRICASDOCENTE NODO

All along the watchtower

princes kept the view

while all the women came and went

barefoot servants, too.

BOB DYLAN, ALL ALONG THE WATCHTOWER

Es la mirada la que hace el traslado, una mirada que se filtra a través del lenguaje. Las palabras son fichas de lego para edificar una torre. Un lugar para vivir, piezas de jenga en forma de prosa poética.

El lenguaje es la forma de experimentar el mundo, de construirlo, de inventarlo; a veces también es la herramienta para derruir lo que existe y sobre esas ruinas elevar otro altar. Parque Inglés, de Efraín Villacís, es un libro que hace de la idea de la observación, del recuerdo y de la prosa poética una alternativa para alterar y reformular la realidad.

Y en el fondo, con ese acto, contenerla.

Villacís ha construido lo que muy bien definió Josefina Ludmer (2007) hace más de dieciséis años en su ensayo Literaturas postautónomas. Una escritura de la diáspora, del viaje y de la transformación. Una realidad afectada por la ficción, por el exceso de información y estímulos que van de un lado al otro. De esta manera, el autor crea —recrea— un parque en una zona popular de Quito, pero la convierte en algo más, a través de un punto de vista.

La focalización como alfa y omega.

Escribe Ludmer:

[E]stas escrituras diaspóricas no solo atraviesan la frontera de «la literatura» sino también la de «la ficción» [y quedan afuera-adentro en las dos fronteras]. Y esto ocurre porque reformulan la categoría de realidad: no se las puede leer como mero «realismo», en relaciones referenciales o verosimilizantes. Toman la forma del testimonio, la autobiografía, el reportaje periodístico, la crónica, el diario íntimo, y hasta de la etnografía (muchas veces con algún «género literario» injertado en su interior: policial o ciencia ficción, por ejemplo). Salen de la literatura y entran a «la realidad» y a lo cotidiano, a la realidad de lo cotidiano [y lo cotidiano es la TV y los medios, los blogs, el email, internet, etc.]. Fabrican presente con la realidad cotidiana y esa es una de sus políticas. La realidad cotidiana no es la realidad histórica referencial y verosímil del pensamiento realista y de su historia política y social [la realidad separada de la ficción], sino una realidad producida y construida por los medios, las tecnologías y las ciencias. (2007, párr. 4)

El ojo que mira en Parque Inglés es la voz que narra, que cuenta y reproduce. Se trata de un ser que está viendo desde una especie de torre, cerca del parque, y observa las cosas que pasan. Hay un presente y una distancia, como si mirar hacia el exterior también fuera mirar hacia atrás.

La voz que Villacís presenta es como si se tratara del L. B. «Jeff» Jefferies de Alfred Hitchcock, interpretado por James Stewart, en La ventana indiscreta. Una voz que lo mira todo a través de un artefacto con el objetivo de capturar cada detalle, para así evitar una tragedia; en este caso, la tragedia sería la no existencia, porque nada existe si no está la palabra para enunciarlo.

No es necesariamente una existencia plácida. Se trata de contener ese todo sobre todo, y cada visión que intenta dar orden a esa cantidad interminable de seres y hechos se topa de frente con la entropía. La escritura es enfrentarse al vacío.

Entonces, la ficción entra para llenar esos espacios que la observación no consigue llenar. En Parque Inglés hay que estar en un lugar donde no se ha podido estar.

La voz que aquí usa Villacís establece la dirección a seguir; una que no es del todo clara.

Porque se trata de habitar un nuevo espacio y eso significa alterar de manera definitiva la realidad. Esta es una de las condiciones intrínsecas de la literatura, como explica Andrés Gómez Morales (2016) en un texto sobre la obra de Samuel Beckett:

A través de la expresión estética, en especial por medio de la literatura, es posible de-construir la noción unitaria de realidad que el sentido común supone, dándole voz a aquellos que están en la periferia. Aún más, a través de la escritura es posible aproximarse a ese punto original desde donde surgen todas las manifestaciones humanas, ya sean científicas o estéticas. El lugar de donde surgen todos los libros. La realidad puede ser entonces tratada, desde la literatura, no como una unidad de sentido terminada sino como un conjunto abierto de causas y efectos. (párr. 1)

Así, este libro quisiera ser dos libros al mismo tiempo. Por un lado, el que pasa revista a lo que se tiene enfrente; por otro, el que añora lo que ya no está. Esto, sin necesidad de que haya una estructura que se pueda explicar. No hay orden riguroso, peor una intención de establecer un eje narrativo lógico. Parque Inglés es como si Marcel Proust quisiera detenerse en Quito por un momento y escudriñar lo que sucede en este importante espacio del norte de la ciudad.

La abertura está ahí. Lo que Efraín Villacís intenta es revalidar su visión dotando de causas y efectos a esta parte de la ciudad.

Aquí sucede algo propio. Lo que es y lo que no está, lo que no es, lo que no será, la posibilidad de mirar lo colectivo desde la posición de una sola fuerza. Esta realidad del libro es una reafirmación del poder divino detrás de la escritura, de la forma en que lo explica María de Lourdes Bueno Pérez en su texto «La palabra como fuerza generadora de la realidad en Borges» (1998), al analizar el cuento «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius»:

Esa realidad creada por el hombre, como conjunto humano, puede, en la ficción, llegar incluso a sobreponerse y borrar el mundo creado por Dios. (p. 19)

La escritura se convierte en una acción de pertenencia. Se crea un mundo propio, se observa el mundo propio, se asienta, se vuelve mucho más fuerte. La realidad nunca va a ser suficiente.

El verdadero parque Inglés son seis hectáreas en medio de la avenida Fernández Madrid, las calles Vicente Anda Aguirre, Machala y Hernán Cortés. Un espacio que repite el modelo de los parques europeos y que los dueños de lo que se conoció como la hacienda San Carlos replicaron como gesto de pertenencia y no pertenencia a Ecuador.

El parque Inglés hoy es un lugar donde familias completas, madres con hijos y ancianos caminan, se integran; el lugar al que —durante el confinamiento— mucha gente salió, violentando la norma de que nadie dejara la casa para reducir el porcentaje de contagios por el coronavirus. Hay material fotográfico que da cuenta de esto.

Efraín Villacís parte de allí. No es que este libro sea uno más que encuentra en la pandemia su justificación. Solo Dios sabe que se ha escrito demasiado sobre eso.

Si bien estos textos se empezaron a escribir durante el confinamiento, no fueron el resultado de un aislamiento urbano. Una ventana hacia la calle funcionó como punto de partida, sí. Pero hubo otro acontecimiento.

A diferencia de otros libros que tienen que ver con el distanciamiento social producto de la pandemia, Villacís, que vive en esa zona, abandona el lugar común de la soledad y la distancia —pese a que están ahí— y lo convierte en un terreno de indagación, de nostalgia sobre el presente.

La indagación literaria tiene otro matiz, tal como explica Teodosio Fernández en su ensayo «Ernesto Sábato y la literatura como indagación» (1983). Se produce una búsqueda por lo personal, por lo propio. No es solo recrear una realidad, es también descubrir qué se es en esa nueva materialidad que es la escritura. Escribe Fernández:

La búsqueda de la verdad o del conocimiento de toda realidad exterior terminaría así constituyendo ya no solo una interpretación subjetiva de esa realidad exterior, sino una indagación, quizás indirecta, en el propio sujeto, en la condición humana. (p. 39)

Villacís parece entender que el parque Inglés es como la magdalena de Proust. La observación de lo que sucede alrededor abre las opciones y se convierte en una puerta hacia algo más, a una recuperación de la idea original de un parque que pertenece a la voz que narra el libro, pero que también es colectivo. Parque Inglés es la explosión necesaria, como si Villacís hubiera querido contar cada uno de los acontecimientos y personas que son parte de la flora y fauna de ahí. Y lo hiciera para generar un nuevo lugar, formado por palabras. Una narración que trata de encontrar lo que se esconde; esa prosa que crea imágenes sobre lo que se queda en silencio, como si no existiera nada.

Como si la voz no tuviera más remedio que, desde la observación y la palabra, asumir el poder de la escritura. Uno que genera nuevas planicies sobre las cuales habitar.

Una escritura que en el fondo revela algo sobre ese autor, sobre esa voz que narra todo, sobre ese mundo personal que se vive en cada renglón.

UNA PRESENCIA QUE INVENTA UN PEDAZO DE CIUDAD

La ensayista y filósofa española María Zambrano, en su texto «Del escribir» (1985), habla del escritor como mediador, como un ser invisible y necesario para que una ciudad o sus espacios existan. Pero tiene una buena razón para esto:

Una ciudad sin escritores queda vaciada de su esencia de ciudad, y aparece como un complejo aglomerado, como algo que puede cambiarse, transmutarse o desaparecer sin que su vacío se note. Una ciudad sin escritor es un templo vacío, una plaza sin centro, o quizá con el centro desplazado y puesto al margen, esquinado, para dejar su lugar, todo el lugar, a algo cuyo nombre no está siquiera bien catalogado, algo para lo que, en realidad, no hay palabra. (párr. 2)

Si el parque Inglés existe no es porque lo veamos o sepamos de su existencia. Existe porque, a la vista de Efraín Villacís, se ha convertido en palabra.

Es como si fuese una voz que decidió apropiarse de ese terreno y transformar su esencia.

Una esencia en forma de varias historias, de relatos en los que se ejecuta una nueva verdad, una topografía renovada.

Son poemas sobre la observación, a veces desesperada. Hay personajes que son máquinas, que requieren de satisfacción y receso. El parque Inglés de San Carlos es el germen de la invención para Villacís. Madres que sostienen a hijos como si estuvieran en su punto de ebullición, señores que van con maletines, personas que cruzan como si nada más tuviera presencia; las representaciones sirven para agotar lo real. No es necesaria la verosimilitud aquí. Lo que funciona en el libro es la acción de entender que detrás de la distancia está la búsqueda de pertenencia a través de la construcción de uno. Dice la voz: «[N]o tengo recuerdos que otorgar a eso que no me pertenece, invasor poseído por la nostalgia de una ilusión».

Esa ilusión está en todo el libro.

Una forma de ilusión que mueve los deseos. Casi como una pulsión, como se la llamaría desde el psicoanálisis. No interesan la acción, la verdad, ni el cúmulo de hechos; la misión es colmar la expectativa, convertirla en instrumento, en energía dirigida a un objetivo determinado: hacer de la literatura la casa que inventa todo.

Eso hace que la voz que Villacís usa, como un narrador que está escribiendo para sí mismo —como la crónica de lo que ya no hay—, arme una guarida para sostenerse, jugar al equilibrio en cada renglón, en esos gestos y decisiones que se han basado en la observación y que delimitan otra realidad.

El resultado es una ciudad o un espacio de esa ciudad concebido a través de las palabras.

En Parque Inglés las palabras lo consumen todo, arrastran a un nuevo espacio. Uno que no es debidamente el más feliz. No se trata de recrear un mundo mejor porque el que se contempla sea terrible. No es ese tipo de ficción. Aquí la voz que surge no busca endulzar nada, quiere dejar por sentado que su acción es también un ejercicio de contención, de orden, y para eso debe padecer. Dice: «No me gusta salir porque me alegro». Es como si esa voz, esa creación del escritor quisiera quedarse en ese espacio, alejada. Una especie de Salinger alejado de todo ruido y conminado a encerrarse por una fuerza superior. No es que exista decisión clara para ejercer esta distancia, solo la certeza de que, a través de la palabra, de reformular la realidad y el entorno en textos variados, esa voz que cuenta todo lo que ve podría acercarse a la felicidad.

Sin embargo, la voz de este libro observa todo desde una torre de marfil deficiente. Una que no separa la realidad de la creación, sino que la permea y se permite asumir esa distancia a través de la ficción. Parque Inglés sería una libreta de apuntes sobre lo que se ve y se fabula. También podría ser como esa escritura en los márgenes de los libros, que no es más que imponer el peso de la lectura sobre lo que se ha convertido en sentencia. Villacís dialoga y pone su voz por encima de un espacio que existe y, así, la voz y los seres que pueblan el libro parecen rebelarse ante la realidad que el autor genera. Es una batalla en la que gana un sentido de invención.

La invención detrás del tiempo que se ha perdido o del tiempo que se ha interrumpido. Porque si bien estamos ante un libro que se fue creando como reacción ante el confinamiento, es un grito para doblegar la realidad a través de la literatura. ¿Y cómo lo hace? Cuando se conversa con Efraín Villacís —con un café de por medio— hay una certeza: «Lo único eterno, sin haber eternidad, es el instante», dice el autor. ¿Qué hay detrás de esas palabras? Encontrar, en el momento en que las cosas suceden o se mueven frente a uno, la oportunidad de hacer literatura.

Así, la literatura de Villacís es la que trata de hacer historia o una historia que hable de un tiempo pasado —no tan remoto— que se mantiene en el tiempo. Tal como Martin Heidegger explica en Ser y tiempo (1927):

Sea como fuere, lo histórico en cuanto pasado es comprendido siempre en una relación de eficacia —positiva o privativa— con respecto al «presente», en el sentido de lo que es real «ahora» y «hoy». El «pasado» tiene entonces una curiosa duplicidad de sentido. Lo pasado pertenece irrevocablemente al tiempo anterior; perteneció a los acontecimientos de ese entonces y puede, sin embargo, todavía «ahora» estar-ahí, como lo están, por ejemplo, los restos de un templo griego. Con él, un «trozo del pasado» está «presente» aún. (p. 365)

Es posible que Villacís no lo quiera reconocer, pero hacer literatura desde lo que propone Heidegger es un pensamiento optimista. Mirar desde lo alto y reconstruir el tiempo particular de un espacio de la ciudad, desde la prosa que se cruza con el verso, tiene un sentido subversivo de belleza, especialmente cuando él mismo dice —en una conversación que mantuvimos— que «la ciudad solo es admisible en verso».

Porque es un ente vivo. Eso es Parque Inglés: dar forma a un ser vivo amorfo detenido en un tiempo, que solo puede contenerse a través del verso.

Un verso que inventa, recrea, reformula. Ese verso que cuenta, que narra la vida urbana de un momento en específico, que sostiene a una ciudad a través del lenguaje.

UNA ESPECIE DE DICCIONARIO

La escritura de este proyecto llegó a Villacís como un acto de rebeldía política. Porque oficialmente, en marzo de 2020, debimos encerrarnos por una orden del Estado. Sí, era para no contagiarnos de una nueva enfermedad, pero era un encierro, una decisión desde el poder político que obligaba a que todo el mundo se quedara en sus casas.

Así, el parque surge como punto de arranque y punto final. Un centro del que sale todo, pero al que se regresa. Y algo así pasó para que este libro existiera, porque Villacís debió dejar su casa en ese momento de la pandemia, ese espacio en el que vive, cerca del parque Inglés, para tomar un trabajo en una zona rural del país. De esa manera, absolutamente lejos de todo lo urbano, el narrador siguió haciendo de la prosa una ventana para mantenerse en la ciudad. Un pasado en su memoria que se tradujo en palabras.

Así, se crea lo que está por venir, lo que debe seguir. Nuevamente, Heidegger lo dice mejor:

Además, historia no significa tanto el «pasado», en el sentido de lo pasado, sino tener su origen en el pasado. Lo que «tiene una historia» está dentro del contexto de un devenir. (1927, pp. 365-366)

Es un juego intelectual de estar y no estar ahí para ir más allá. Una experiencia en la que hay gritos, emoción, detalles que conmueven. Por un lado, están el verde, el café, la distancia de la ciudad; así como la escritura una vez que las ocupaciones laborales terminaban. Entonces el puente estaba servido y ahí la escritura fue inevitable, como una acción desenfrenada para unir la conciencia del espacio y tiempo en el que ya no se vivía. Para ser ese escritor de ciudad, para tomar ese pasado y volverlo presente y futuro, Efraín Villacís debió salir de Quito.

Este es un libro de comparaciones. Campo y ciudad, vida y muerte, parque y explanada. Adentro y afuera, antes y ahora.

Sí, repito, Villacís escribió sobre la ciudad cuando no estaba en ella, cuando el encierro por una enfermedad era inevitable, cuando había cuerpos que no resistieron. Como si se tratara de aprovechar una ruptura, de abrir fuego, de controlar lo que sucedía. No es que Parque Inglés sea un libro que se pueda tomar como una venganza, más bien es aprovechar un resquicio para que suceda cierta conciencia.

No como explicación, ni como consejo.

Nada de eso es posible. Pero sí hay definiciones. Parque Inglés es un libro que crece para hacer entender algo en medio de la distancia, de las idas y vueltas. Porque una vez que Villacís volvió a la ciudad, luego de ese tiempo en la zona rural, no pudo parar de escribir. Como si no hubiera más remedio que seguir contando, desde esa voz que va y viene, lo que significa estar vivo cuando todo se está cayendo a pedazos.

Así, el dolor se contiene, es presente y devenir. Escribe Villacís:

El dolor requiere de abandono para consumirse. El dolor del alma reniega de experiencias parecidas, de saberes de pacotilla, de cantos de carrizo, de valentías membretadas. El dolor por los muertos es nada más el temor a constatar que cada uno está solo a pesar de que el planeta esté abarrotado de buenas intenciones, y de espectadores dispuestos a vitorear al ganador de una contienda que de antemano estuvo arreglada. Cuando una vida se siega nada queda, cuando todo se siegue quedará lo mismo. Ningún dolor, ninguno mío.

Desde esa guarida en que la voz se ha plantado, el mundo pasa y se detiene. A través de las palabras, ese espacio sigue existiendo en el tiempo. Esa es la forma de crear un libro sobre el dolor, sobre dramas, tragedias y representaciones de la realidad.

BIBLIOGRAFÍA

Bueno Pérez, María de Lourdes. 1998. «La palabra como fuerza generadora de la realidad en Borges». Anuario de Estudios Filológicos, 21: 9-25. https://tinyurl.com/3fvyn3tm

Fernández, Teodosio. 1983. «Ernesto Sábato y la literatura como indagación». Cervantes Virtual. https://tinyurl.com/ymx8sxjh

Gómez Morales, Andrés. 2016. «Samuel Beckett: Literatura y vacío». Revista Contestarte, 16. https://tinyurl.com/2kss8edt

Heidegger, Martin. 1927. Ser y tiempo. Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS. https://tinyurl.com/3r8psjky Ludmer, Josefina. 2007. «Literaturas postautómas». Ciberletras, 17. Julio. https://tinyurl.com/4mw7z86n

Zambrano, María. 1985. «Del escribir». El País. 16 de junio. https://tinyurl.com/4pncyvba

PARQUE INGLÉS

Chocho:

Campo de cirios verdemares

bajo flamas púrpuras.

Mitades de luna llena

unidas en un abrazo de agua.

SOY LA CIUDAD

Un grupo de hombres y una mujer, envuelta como una virgen entre el agua helada corriendo bajo sus pies y las nubes rugientes, castigados por el clima, planean el paso a seguir y soportar el resto del día. Se frotan las manos cerca de un fuego que no hay, en el vacío circular que dejan sus cuerpos. Veo las sílabas elevarse una detrás de otra, persiguiéndose para continuar siendo las palabras que se dicen, y no logro escuchar. Una risa entrecortada es señal de humo, mensaje a lo lejos: cunde la desesperación, el frío cala los huesos caribeños. Se deciden y caminan flotando encima de los adoquines, libres, en la intemperie defectuosa: construcción que se inició con optimismo y ahora, perdido el aliento, avanza —al parecer avanza— hacia su definitivo deterioro. No muy lejos, en las alturas, un resplandor indeciso, necio, aún quiere entrometerse.

Haber dejado de ser antes, sabiendo que pudo haber sido, el tiempo duda entre surgir o caer. La ciudad apenas tiene medio milenio y ha envejecido con las edades de la Tierra, con las primeras maldiciones, y con el largo y temeroso ruego en todas las lenguas, invadida por los actos fallidos de mujeres y hombres. Es tiempo de pruebas para obtener el acierto de la especie; ya no hay qué fundar, ni descubrir, queda sostenerse. La nueva odisea solo puede empezar en otro planeta, no en el otro mundo.

Esta ciudad, como yo, somatiza los miedos, muere definitivamente, aunque crea que los siglos y los milenios son un sitio que espera y se expande. Soy la ciudad y todo tiene que ver con la decadencia, aunque me construyan torres que nadie habitará porque ya no habrá energía ni el anhelo de ascender a la cumbre. Las cimas son la metáfora de los sueños donde caemos, y caemos, disfrutando del delicioso vértigo de la mortalidad. La especie siempre se ha hartado de estar viva mientras se está muriendo, solo que ahora ya no hay adónde correr o esconderse, ni quedan fuentes para peregrinaciones.

No sé. Me hablo, me digo a mí mismo, murmurando como un loco, recitando olvidos. Son palabras de la muchedumbre que imagino van diciendo los que piensan y creen que conversan de optimismos, y son importantes para el reflejo deteriorado de sus cuerpos en los charcos evaporándose desde el pavimento. Se hace una oquedad y se azula apenas a un lado de la bóveda, allá. Veo un dependiente viejo que nada tiene para vender en su quiosco de latón; sin embargo, no ha perdido la costumbre de abrir y esperar a los clientes. Sacerdotes y sacerdotisas, vestidos de blanco, llevan flores bordadas en la faja que ajusta sus cinturas, caminan orgullosos, níveos de mente y espíritu, buscando entre la marea humana a quién expoliar, salvando su alma. Al parecer no tienen frío.