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Michelle Smart

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Beschreibung

Francesca Pellegrini, que tenía que viajar a una peligrosa isla del Caribe, se encontró bajo la protección de Felipe Lorenzi, un magnate de las empresas de seguridad. Sus órdenes enfurecían a Francesca, pero cada mirada de Felipe la tentaba para que le entregara su inocencia... Felipe no tenía tiempo para los juegos de seducción de Francesca... hasta que lo cautivó irremediablemente y el lobo solitario que había en él decidió olvidarse de sus propias normas, por muy estrictas que fueran…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Michelle Smart

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Poder y fortuna, n.º 158 - noviembre 2019

Título original: Protecting His Defiant Innocent

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-711-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Me apoyáis? –Francesca Pellegrini se estiró la coleta y miró con el ceño fruncido a los dos hombres que se sentaban enfrente de ella en el cuartito del castillo familiar–. ¿Vamos a trabajar juntos y a construir el hospital en homenaje a Pietro?

Daniele levantó las manos.

–¿Tenemos que hablar de eso en este momento, en mitad de su velatorio?

–Estoy hablando de construir un legado perdurable por nuestro hermano –le recordó ella con rabia.

Francesca ya había sabido que iba a tener que convencer a Daniele y Matteo, pero estaba segura de que acabaría consiguiéndolo. El huracán Igor había arrasado la isla caribeña de Caballeros solo hacía diez días. Habían muerto veinte mil personas y solo habían quedado siete hospitales en activo para una población de ocho millones. Pietro, el mayor de los hermanos Pellegrini, había visto la devastación en las noticias y se había puesto manos a la obra de esa manera que ella siempre había admirado.

Él, aunque dirigía un despacho de abogados internacional, siempre había buscado la manera más práctica de ayudar a las víctimas de desastres naturales; donaba dinero, organizaba recaudaciones de fondos y se manchaba las manos. Se le había ensalzado por su filantropía y ella siempre había estado orgullosa de poder decir que era su hermana. No podía creerse que no volvería a verlo, que había perdido la vida cuando su helicóptero tuvo un accidente en medio de una niebla muy espesa.

–No estoy pidiéndoos nada del otro mundo –siguió ella–. Solo os pido que aportéis vuestros conocimientos para construir el hospital que Pietro estaba proyectando en un país que lo ha perdido todo, y hacerlo en homenaje a nuestro hermano.

Daniele tenía una fortuna, ¡acababa de recibir un yate nuevo!, pero ¿qué uso le daba? ¿Su hermano solo servía al dios del dinero?

Sabía que estaba siendo injusta con su hermano, que siempre la había mimado, pero le daba igual. Pietro estaba muerto y lo único que podía hacer para sobrellevar el dolor era seguir su plan y que así trascendiera su legado.

–No digo que sea una mala idea –replicó él–. Solo digo que no deberíamos precipitarnos. Para empezar, hay problemas de seguridad.

–El país ha quedado arrasado. Los únicos problemas son el cólera y la disentería.

–No seas tan ingenua, es uno de los países más peligrosos y corruptos del mundo y pretendes que mande a mis trabajadores a que trabajen allí y que Matteo mande sus empleados.

Matteo Manaserro, su primo, tenía clínicas privadas por todo el mundo occidental y ofrecía servicios para los presumidos que no querían envejecer con dignidad. También había lanzado toda una gama de productos rejuvenecedores que lo habían hecho famoso en todo el mundo e inmensamente rico. La madre de Francesca era una incondicional de todos los productos y aseguraba que solo se había hecho un par de retoques desde que los usaba. Pietro había dicho muchas veces que Matteo podría haber sido uno de los mejores y más eminentes cirujanos del mundo, pero que había renunciado a serlo a cambio del dinero, como Daniele.

–Mañana salgo hacia Caballeros y comprobaré si tus temores sobre la seguridad son fundados –le comunicó ella sin dejar de mirarlo a los ojos.

–Ni lo sueñes –replicó Daniele poniéndose amoratado.

–Voy a ir. Todo está organizado. Pietro ya había elegido el solar para levantar el hospital, le había asignado dinero, había concertado reuniones con representantes del gobierno y…

–No vas a ir. Ni siquiera tienes la autoridad…

–Sí la tengo –ella sacó el as que tenía guardado en la manga–. Natasha me ha dado un poder por escrito para que actúe como su representante, por ser el pariente más cercano de Pietro.

Su cuñada, que estaba en la reunión como un espectro silencioso, pareció asombrarse un poco al oír su nombre. Francesca sabía que se había aprovechado de su estado mental para que le hiciera el poder, pero sofocó el remordimiento de conciencia. Era el legado de Pietro y haría cualquier cosa para sacarlo adelante, tenía que hacerlo. Si terminaba lo que había empezado Pietro, quizá dejara de tener esos sueños dominados por el sentimiento de culpa.

Lo lamentaba muchísimo, había sido sin querer. Pietro era el mejor de todos ellos y ella lo había adorado. Solo quería que la perdonara.

–¡No es seguro!

Daniele dio un manotazo tan fuerte en la antigua mesa de roble que hasta Matteo dio un respingo.

Francesa, sin embargo, no estaba dispuesta a escuchar. Lo sabía, pero no podía evitarlo. Se sentía como una niña pequeña que estaba en el fondo de una piscina y necesitaba las pocas fuerzas que tenía para llegar a la zona poco profunda y encontrar allí el perdón.

–Acompáñame y protégeme si te preocupa tanto. El hospital se va a construir contigo o sin ti, aunque tenga que construirlo yo misma.

Daniele iba a explotar, y quizá hubiese explotado si Matteo no hubiese levantado una mano, hubiese suspirado y se hubiese inclinado hacia delante para intervenir.

–Puedes contar conmigo. Trabajaré con Daniele, si él acepta, para idear los primeros pasos. Además, cuando se haya terminado la construcción, iré personalmente para ponerlo en marcha, aunque solo durante un mes y porque quería a Pietro.

–Fantástico.

Francesa habría sonreído si sus mejillas hubiesen podido elevarse.

–Sin embargo –siguió Matteo–, estoy de acuerdo con Daniele. Estás menospreciando lo peligroso que puede ser Caballeros. Propongo que incorporemos a Felipe.

Daniele se puso rígido, miró a Matteo y asintió lentamente con la cabeza.

–Sí, me parece bien. Podrá proteger a Francesca cuando esté dando órdenes a dictadores y también protegerá a los trabajadores que contratemos.

–Un momento –intervino Francesa–. ¿Quién es ese tal Felipe?

–Felipe Lorenzi es un español experto en seguridad. Pietro utilizó muchas veces sus servicios.

–No he oído hablar de él.

A ella, sin embargo, no le extrañó mucho. Solo llevaba unos meses de prácticas en el despacho de Pietro y, hasta su muerte, no había participado directamente en sus asuntos filantrópicos privados.

–Es un antiguo miembro de las Fuerzas Especiales españolas que ha creado una compañía que ofrece servicios de seguridad a empresas y personas que tienen que viajar a sitios a los que nunca iría alguien en su sano juicio… y ha ganado un dineral. Pietro tenía muy buen concepto de él y me imagino que habría acudido a él para garantizar la seguridad de su proyecto si…

Si viviera.

–Entonces, que se incorpore –aceptó Francesca al cabo de una pausa que fuese dolorosa para todos ellos.

No lo reconocería jamás, pero la idea de viajar sola a Caballeros le asustaba un poco. No había viajado sola nunca, pero sería valiente, como siempre lo había sido Pietro.

–Sin embargo, no necesito una niñera –añadió Francesca.

–A lo mejor deberías esperar unos días a que él organicé a sus hombres –comentó Matteo–, pero, mande a quien mande, también habrán pasado por las Fuerzas Especiales y estarán formados para lidiar con cualquier situación.

–No puedo esperar –replicó ella–. No quiero poner inconvenientes, pero mañana tengo concertada una cita sobre la venta del terreno. Si la cancelo, no sé cuándo podré volver a concertarla y no podemos retrasarnos.

Todo el proyecto dependía de que consiguiera que le vendieran esos terrenos. Sin ellos no habría ni hospital ni legado. Tenía que conseguirlos.

–Y tú no puedes correr riesgos.

–Pietro sí los corrió y puedo decidir yo misma lo riesgos que estoy dispuesta a correr. Además, creo que se exageran los riesgos.

–¿Qué?

Matteo volvió a levantar una mano para apaciguarlos.

–Francesca, los dos entendemos que quieras honrar la memoria de Pietro, como todos, pero tienes que entender que a nosotros solo nos preocupa tu seguridad. Felipe tiene una red muy extensa de gente que trabaja para él y estoy seguro de que no tendrá ningún inconveniente en que mañana haya alguien esperándote en Caballeros.

Ella se dio cuenta de que Matteo dirigía una mirada de advertencia a Daniele y de que este asentía disimuladamente con la cabeza antes de volver a dirigir la atención hacia ella.

–Harás lo que te digan, no correrás riesgos innecesarios. ¿Lo has entendido?

–¿Quiere decir eso que vais a participar?

–Sí –Daniele suspiró–. Participaré. ¿Podemos volver ya con el resto de la familia? Nuestra madre nos necesita.

Francesca asintió con la cabeza y la opresión del pecho remitió un poco. Les había sacado todo lo que había querido y ya solo quería abrazar con fuerza a su madre.

–Para resumir, yo me ocuparé de la parte legal, Daniele se ocupará de la construcción y Matteo se ocupará de la parte médica. ¿Y tú, Natasha? ¿Quieres ocuparte de la publicidad?

Aunque solo había estado casada un año con Pietro, habían estado comprometidos durante seis y le parecía que su tímida cuñada debería tener la posibilidad de participar si quería. La publicidad era importante, atraía donaciones y les daba a conocerse.

–Puedo hacerlo –susurró Natasha encogiéndose de hombros.

–Entonces, hemos terminado.

Francesca se levantó y giró los hombros como si quisiera aliviar la tensión. Tener a Matteo y Daniele a bordo significaba que ya, aunque solo fuese durante una noche, podía llorar al hermano que tanto había querido.

El trabajo agotador empezaba a partir del día siguiente.

 

 

Francesca subió al avión con las gafas de sol puestas para que el sol no le alcanzara los ojos hinchados y le recibió una tripulación abatida. Su hermano había inspirado devoción y lealtad a sus empleados y le emocionó que estuviesen visiblemente afectados.

Si no estuviese tan apenada y no tuviese el cerebro tan embotado por todo el vino que había bebido y el par de horas de sueño que había conseguido rascar en el gélido cuarto donde había dormido siempre cuando se quedaban en el castillo durante su infancia, estaría emocionada por volar en el avión privado de Pietro. No había volado nunca y le entristecía pensar que ya no viajaría con él.

El documento que había firmado Natasha le daba carta blanca para que hiciera lo que quisiera y para que utilizara lo que necesitara de la fundación y del patrimonio personal de Pietro con tal de que sacara adelante el proyecto. Sabía que Daniele estaba enfadado porque se aprovechaba de la fragilidad de Natasha y sentía cierto remordimiento, pero, sinceramente, si le hubiese pedido a Natasha que le hubiese cedido su casa, su coche y su cuenta bancaria, ella se los habría cedido con esa misma mirada ausente. Antes de marcharse del velatorio, había hecho un aparte con Matteo y le había pedido que la vigilase un poco. Matteo no era solo un primo para ellos. Había vivido con ellos desde que tenía trece años y como era de la misma edad que Pietro había sido su amigo más íntimo. Él, como todo el mundo, lo había adorado y cuidaría a Natasha.

La llevaron a la zona principal del avión, que era tan lujosa como se había imaginado. Sin embargo, se quedó atónita al ver que había un hombre sentado en uno de los magníficos asientos de cuero y que manejaba el ordenador portátil que tenía sobre una mesa plegable que le tapaba lo que parecían unas piernas increíblemente largas.

Se quedó parada en seco.

No había esperado viajar con nadie y miró a la azafata, que no parecía extrañada por la presencia del desconocido. Se fijó en ese hombre y vio que tenía unos ojos marrones muy oscuros en la cara más atractiva que había visto en su vida. Se quedó sin respiración y le pareció que había pasado un siglo antes de que él hablara.

–Debes de ser Francesa…

Hablaba inglés con mucho acento y sus labios, firmes y carnosos, no esbozaron la más mínima sonrisa. Ella parpadeó para volver al presente y al darse cuenta de que había estado mirándolo fijamente.

–¿Y usted…?

–Felipe Lorenzi.

–¿Eres Felipe?

Cuando Matteo y Daniele le habían hablado del hombre que había estado en las Fuerzas Especiales, ella se había imaginado un matón cuadrado con la cabeza rapada y el cuerpo cubierto de tatuajes que solo llevaba pantalones mugrientos con muchos bolsillos y camisetas negras.

Ese hombre era completamente distinto. Tenía la cabeza completamente cubierta por un pelo más oscuro todavía que los ojos y llevaba una camisa blanca impecable bajo un traje gris liviano y evidentemente hecho a medida con un chaleco a juego y corbata de cuadros verdes.

–¿Esperabas a alguien distinto? –preguntó él arqueando una ceja.

Francesca, alterada por algún motivo que desconocía, se sentó enfrente de él y tuvo que contener las ganas de seguir mirándolo.

–No esperaba a nadie –Francesca se puso el cinturón de seguridad intentando fingir que no se había inmutado por su presencia–. Me dijeron que me encontraría con algunos de tus hombres en Caballeros.

Los teléfonos de Daniele y Matteo habían echado humo durante el velatorio para cerciorarse de que tuviera protección cuando llegara a la isla, pero no le habían dicho que tendría compañía durante el vuelo. Si lo hubiese sabido, no se habría puesto lo primero que había encontrado. Ni siquiera había tenido tiempo para ducharse ni para hidratarse la cara.

La cara que la miraba no se hidrataba, se dijo a sí misma sintiéndose algo mareada. Era una cara muy viril y atractiva, pero curtida en mil batallas. Era una cara que había visto verdaderas atrocidades que se le habían quedado grabadas en los surcos que le rodeaban la boca y los ojos, en el saliente de la poderosa nariz y en las manchas blancas de la tupida barba que le cubría la mandíbula. Era un hombre con un halo de peligro que hacía que la sangre le bullera por algo que no podía entender.

–Caballeros es… inestable. No es prudente ir allí sin protección.

Y menos una mujer como esa. Se habría levantado para estrecharle la mano, pero su visión lo había dejado perplejo.

Los dos hermanos Pellegrini eran guapos y no era de extrañar que la hermana pequeña también lo fuese, pero no se había esperado que fuese tan devastadoramente sexy con unos vaqueros ceñidos y rasgados, una blusa blanca y unas sandalias con lentejuelas.

–No sabía que serías tú en persona –le explicó ella con cautela–. Creía que tú facilitabas los hombres encargados de la protección.

–Así es, pero también hay ocasiones, como esta, en las que lo hago yo mismo.

Había llegado a conocer bien a Pietro durante los años que estuvo protegiéndolo en sus misiones filantrópicas. Durante su trayectoria profesional, había rondado la muerte muchas veces, tantas que casi se había acostumbrado, pero la pérdida de Pietro lo había afectado más de lo que habría esperado. Había sido un hombre excepcional, inteligente y prudente por naturaleza a pesar de su osadía. Había sabido cómo afrontar las situaciones.

Estaba en el bar de un hotel en Oriente Próximo bebiendo el whisky de malta que le gustaba a Pietro, en su memoria, cuando Daniele y Matteo, los dos, lo habían llamado para decirle que la hermana pequeña de Pietro iba a viajar a Caballeros, un país que estaba cayendo en picado en la anarquía, a primera hora de la mañana y que no iba a detenerse ni a retrasarse por nada que le dijeran ellos. Había sabido inmediatamente que tenía que protegerla, que se lo debía a ese gran hombre, y se había puesto en marcha. A las diez horas ya estaba en Pisa, duchado, cambiado y sentado en el avión privado de Pietro. Lo único que no había podido hacer había sido afeitarse.

Francesca se quitó las gafas de sol, las cerró y se las guardó en el bolso. Cuando lo miró, él sintió otra sacudida.

Lo único que tenía como la media era la estatura, todo lo demás era extraordinario, desde la resplandeciente la melena negra que la caía por toda la espalda hasta los labios carnosos y la piel de un leve color oliva. El único defecto eran los ojos, que estaban tan rojos e hinchados que casi no se veía el marrón claro de sus pupilas.

Aunque, claro, había enterrado a su hermano el día anterior.

Se acordó de la advertencia de Daniele sobre su estado. Era una mujer al límite.

–Sentí muchísimo la muerte de Pietro –comentó él en voz baja.

–No tanto como para asistir a su sepelio –replicó ella con desenfado aunque con cierto temblor en la voz ronca.

Él supuso que la tenía ronca de tanto llorar.

–El trabajo es lo primero. Él lo habría entendido.

Pensaba visitar la tumba de Pietro durante su próxima visita a Europa y dejarle una corona de flores.

–Pudiste reordenar tus compromisos de trabajo para estar hoy aquí…

–Es verdad.

Había tenido que sacar de sus vacaciones a uno de sus empleados más antiguos para que se hiciera cargo del trabajo que había estado supervisando él.

–Caballeros en un sitio peligroso –añadió Felipe.

–Para que todo quede claro, trabajas para mí –le comunicó ella en el impecable inglés que hablaban todos los Pellegrini–. Mi cuñada me ha dado un poder para representarla como pariente más cercano de Pietro.

Felipe la miró con los ojos entrecerrados al haber captado el tono desafiante de esa voz ronca.

–¿Cuántos años tienes?

Él tenía treinta y seis años, uno más que Pietro, el mayor de los tres hermanos Pellegrini, y recordaba que una vez calificó a su hermana como «un accidente afortunado».

–Tengo veintitrés años –contestó ella levantando la barbilla para retarlo a que dijera algo sobre su juventud.

–Eres casi una anciana –se burló él.

No se había dado cuenta de que fuese tan joven, pero, una vez que lo sabía, se alegraba el doble por haber reajustado su calendario de trabajo para protegerla. Habría dicho que tenía unos veinticinco años, que solo eran dos más de los que tenía, pero, muchas veces, esos eran los años más formativos en la vida de un adulto. En su caso, lo habían sido. Habían sido los mejores de su vida hasta la misión con rehenes que acabó con la vida de su mejor amigo y con una bala en su pierna que lo retiró del trabajo que adoraba cuando solo tenía veintiséis años.

–Es posible que sea joven, pero no soy estúpida –ella lo miró con el ceño fruncido–. No hace falta que seas paternalista conmigo.

–La edad no está asociada a la inteligencia. ¿En cuántos países has estado?

–En muchos.

–¿De vacaciones con tu familia?

Fabio Pellegrini, el padre de Francesca, había sido descendiente de una familia noble italiana. Hacía tiempo que los Pellegrini habían renunciado a sus títulos, pero todavía tenían una finca inmensa cerca de Pisa y una fortuna igual de inmensa. Vanessa Pellegrini, la madre, también era de una familia adinerada desde hacía generaciones. A los hijos de Vanessa y Fabio nunca les había faltado nada. Cuando Felipe lo comparaba con sus orígenes, la diferencia no podía ser mayor.

–Sí –contestó ella en ese tono desafiante–. He visitado casi toda Europa, América y Australia. Me considero viajada.

–¿Y cuál de todos esos países estaba al borde de la guerra?

–Caballeros no está al borde de la guerra.

–Le falta muy poco. ¿En cuál de todos esos países la sanidad era un problema?

–Llevo pastillas potabilizadoras en el equipaje.

Él disimuló una sonrisa. Ella creía que tenía todas las respuestas, pero no tenía ni idea de dónde estaba metiéndose.

–Eso sería clave, pero no vas a necesitarlas.

–¿Por qué?

–Porque no vas a quedarte en Caballeros. Te he reservado una habitación en un hotel de Aguadilla.

Aguadilla era una isla hispanocaribeña que estaba cerca de Caballeros, aunque se había librado del huracán y era un país relativamente seguro.

–¿Qué…?

–Anulé el cuchitril donde iban a meterte en San Pedro –siguió él como si ella no hubiese dicho nada y refiriéndose a la capital de Caballeros–.Tenemos una avioneta a nuestra disposición para que vayas por las islas y acudas a las reuniones.

Ella se puso roja de rabia.

–No tenías derecho para hacer eso. Ese… cuchitril era donde Pietro iba a alojarse.

–Y habría contratado a mi empresa para que lo protegiera. Él no era tonto, y tú eres una mujer vulnerable que…

–No lo soy –le interrumpió ella en tono tajante.

–Mírate con los ojos de alguien de Caballeros. Eres rica, joven y guapa y, para bien o para mal, eres una mujer….

–¡No soy rica!

–Tu familia sí es rica y Caballeros es el sexto país más peligroso del mundo. Las cosas ya estaban mal cuando la gente tenía tejados sobre las cabezas, pero ahora lo han perdido todo y están desesperados. Pondrán precio a tu cabeza en cuanto pises la isla.

–Pero voy a construirles un hospital…

–Y muchos te lo agradecerán. Caballeros, como todas las islas del Caribe, está llena de personas maravillosas y hospitalarias, pero siempre ha tenido una cara oculta muy peligrosa y más golpes de Estado militares que ningún otro país desde que se independizó de España. Las armas de fuego y la droga están por todos lados y la policía y los políticos son corruptos, y eso ya era así antes de que el huracán Igor destrozara las infraestructuras y matara a miles de personas.

Francesca tardó un buen rato en hablar y lo miró echando fuego por los ojos.

–Ya sabía los riesgos que había y por eso acepté que contrataran a tu empresa, para que me protegiera, no para que fuese mi niñera. No tienes el más mínimo derecho a cambiar lo que he organizado. Te pagaré todo lo estipulado, pero ya no quiero tus servicios. Toma tus cosas y bájate del avión. Estoy rescindiendo tu contrato.

Le habían dicho que reaccionaría así. Tanto Daniele como Matteo le habían advertido que tenía mucho carácter y era tremendamente independiente, algo que la muerte de Pietro había potenciado. Por eso Daniele había hecho lo que había hecho, para protegerla de sí misma.

–Siento decírtelo, pero no puedes despedirme.

Felipe se encogió de hombros con despreocupación y bostezó con más despreocupación todavía. Estaba cansado. Llevaba dos días sin dormir y podía ahorrarse la explosión que estaba seguro que se avecinaba.

–Tu cuñada ha redactado un anexo al poder que te otorgó. Si en algún momento comunico que no estás siguiendo mis consejos en lo relativo a tu seguridad, el poder quedará revocado y el proyecto cancelado –añadió él para dejar el asunto zanjado.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

El pasmo que se reflejó en la cara de Francesca no tenía precio.

–¿Natasha hizo eso? ¿Natasha…?

–Por petición de Daniele. Entiendo que quería que ella revocara el poder por completo y llegaron a este acuerdo.

–Ese manipulador rastrero… –susurró Francesca con un gesto de rabia.

–Tu hermano y toda tu familia están preocupados por ti. Creen que eres demasiado impulsiva como para hacer esto sin meterte en algún lío. Estoy aquí para que no te metas en líos –Felipe se inclinó hacia delante para que entendiera que hablaba completamente en serio–. No quiero ser un tirano, pero, si me alteras o si actúas irreflexivamente o si corres algún riesgo que me parezca innecesario, te mandaré inmediatamente a Pisa.

Ella apretó tanto los labios que se convirtieron en una línea blanca.

–Quiero ver ese anexo.

–Claro.

Él lo sacó del bolsillo interior de la chaqueta y ella se lo arrebató de la mano.

Su rostro fue ensombreciéndose a medida que iba leyéndolo.

–Es una copia –le advirtió él por si estaba pensando en hacerlo pedazos.

Ella lo miró con resentimiento.

–Dediqué cinco años a licenciarme en Derecho y sé cómo es una copia –Francesa tomó aire, dejó el documento sobre el regazo y cerró los puños–. No crea que puede hacer lo que quiera conmigo, señor Lorenzi. Es posible que sea joven, pero no soy una niña. Este proyecto lo es todo para mí.

–Me alegro –replicó él sin alterarse–. Si actúas como la mujer adulta que dices ser, no habrá ningún problema y el proyecto estará a salvo.

La mirada de ella podría haber agriado la leche.

 

 

Estaba tan furiosa que se negó a seguir conversando. Si a Felipe le desquició su silencio, no lo demostró. Trabajó un par de horas con el ordenador portátil mientras se comía un montón de sándwiches y luego pulsó el botón de su asiento que lo convertía en una cama.

Ella hizo lo mismo y también intentó dormir un poco. Solo había echado algunas cabezadas desde que Pietro había muerto en el accidente de helicóptero y se había despertado siempre con sudores fríos y sollozando sobre la almohada. Además no sabía qué le costaba más sobrellevar, si el remordimiento o el dolor. Los dos eran como espectros dispuestos a agarrarla y a arrastrarla a la oscuridad.

¿Realmente solo había pasado una semana desde que su madre los llamó con la noticia de que se lo habían arrebatado tan despiadadamente?

Por primera vez desde su muerte, las lágrimas no le empañaron los ojos en cuanto su cabeza tocó la almohada. Estaba demasiado enfadada como para llorar.

Sabía que tendría que estar enfadada con Daniele y no con Felipe. Su hermano había redactado el anexo que, a todos los efectos, la dejaba en manos de Felipe como si él fuese un profesor y ella una alumna que estaban en un viaje del colegio. Sin embargo, Felipe, ese hombre odioso, lo había firmado y había dejado muy claro que haría que se cumpliera.

Todo sería distinto si ella fuese un hombre. Si fuese Daniele o Matteo, no estaría imponiéndole su autoridad ni tratándola con condescendencia por su falta de experiencia. Su edad y sexo siempre la habían encasillado en su familia y le enfurecía comprobar que pasaba lo mismo en el resto de su vida.

Se daba cuenta de que había sido una sorpresa, de que había nacido diez años después que Daniele y doce que Pietro y su primo Matteo, quien había ido a vivir con ellos cuando ella era todavía un bebé. La diferencia de edad era demasiado grande como para que no influyera en la forma que tenían todos de tratarla. Había sido una princesa para su padre y una muñeca a la que vestir con ropa bonita y a la que mimar para su madre. Daniele también la había mimado, le había comprado caramelos, se había metido con ella, la había llevado, con sus empalagosas amigas, a dar paseos en su sucesión de coches nuevos, había sido su hermanita pequeña entonces y seguía siéndolo en ese momento.

Solo Pietro la había tratado como a una persona hecha y derecha y lo había adorado por eso. Nunca la había tratado como a una mascota. Su reconocimiento había significado un mundo para ella y había seguido sus pasos en el Derecho como un perrillo que seguía los pasos de su dueño. ¿Cómo iba a haber reaccionado cuando se enteró de su muerte? Él se merecía mucho más que eso.

Volvió a pensar en el hombre que la… custodiaba. ¿A quién podía importarle que tuviera una cara que podía derretir cualquier corazón y un físico sexy hasta decir basta? Le había bastado una conversación con él para saber que era un tirano arrogante. Se había pasado la vida intentando que la tomaran en serio y no estaba dispuesta a permitir que ni él ni nadie la pisotearan…

Se puso muy recta. Llamaría a Natasha para que anulara el anexo. ¿Cómo no lo había pensado antes? Tomó el teléfono y pulsó el número. Cuando ya creía que iba a saltar el contestador automático, Natasha contestó con una voz somnolienta.

–Hola, Natasha, siento molestarte, pero tengo que hablar contigo sobre una cosa.

Francesca le explicó sus temores en la voz más baja que pudo para no despertar al hombre que tenía enfrente.

–Lo siento, Fran, pero le prometí a Daniele que no dejaría que me convencieras –replicó Natasha con lástima–. Es por tu seguridad.

–Pero es imposible que sea eficiente si este hombre puede vetar todas mis decisiones.

–No puede vetar nada.

–Sí puede. Si decide que algo no es seguro, puede pararlo. Tu anexo le da esa capacidad.

–No está tan mal.