Rechazaré todos los mundos - Dioni Arroyo Merino - E-Book

Rechazaré todos los mundos E-Book

Dioni Arroyo Merino

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Beschreibung

SINOPSIS "Rechazaré todos los mundos" es una novela que nos presenta un futuro cercano donde la inteligencia artificial está cada vez más presente en nuestra vida cotidiana. Veronique, la primera IA autoconsciente en recibir la ciudadanía, trabaja en proyectos que aceleran la automatización y eliminan millones de puestos de trabajo. Sara, una joven que será despedida, cuestiona el futuro tecnológico que expulsa a los humanos y decide asesinar a Veronique, un ser que existe sin estar vivo. Pero mientras tanto, nace Asgardia, la nueva nación extraplanetaria con reconocimiento de la ONU. ¿Habrá guerra entre humanos y máquinas? ¿Qué es la consciencia y cómo surge? A través de postulados filosóficos y antropológicos, "Rechazaré todos los mundos" nos invita a reflexionar sobre la gran revolución que tal vez sustituya a los humanos por la IA autoconsciente. Con una trama emocionante y llena de suspense, esta historia nos ofrece una visión del futuro que nos espera en los próximos veinte años, donde sufriremos más cambios tecnológicos, biológicos y culturales que en los últimos cinco mil años. ¿Estamos preparados para esta gran revolución? 

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Índice de contenido
Portada
Entradilla
Créditos
Prólogo
Citas 0
Reflexión 01
PRIMERA PARTE
Citas 1
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
SEGUNDA PARTE
Citas 2
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Citas 3
EPÍLOGO
Más Nou editorial

.nóu.

EDITORIAL

 

 

 

 

 

 

 

 

Título: Rechazaré todos los mundos.

© 2023 Dioni Arroyo.

© Imagen de portada: Contratipo ediciones.

© Diseño y maquetación: nouTy.

© Foto de autor: Adrián de la Iglesia

Colección: IRIS.

Director de colección: JJ. Weber.

Primera edición junio 2023.

Derechos exclusivos de la edición.

©nóuEDITORIAL™ 2023 sello de Planeta Nowe SL.

ISBN: 978-84-17268-XXX

Depósito Legal: GU XX- 2023

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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Prólogo

 

 

 

 

Vamos a entrar en un territorio desconocido. Nos dirigimos hacia un futuro que no sabemos qué nos puede deparar. Es un viaje a través de la lectura de una novela de ciencia ficción que nos habla sobre inteligencias artificiales muy evolucionadas y sobre transhumanismo. Que nos provocará muchas reflexiones y dudas, tras cuestionar nuestras certezas previas. Y nos impulsará a abrir nuestra mente a nuevas realidades, tal vez insospechadas, llenas de esperanza y de terror. O de ambas cosas.

El autor británico J. G. Ballard escribió que “no parece haber género mejor equipado que la ciencia ficción para explorar ese inmenso continente de lo posible”. Es una definición muy adecuada. Cierto que existe una ciencia ficción de aventuras, en la estela de aquellos libros y películas que llenaron la infancia de tantas personas que crecimos en el siglo XX. A menudo, las obras de aventuras espaciales se acercan mucho a los relatos de lo maravilloso o fantasía, con elementos sobrenaturales que aceptamos de buen grado para disfrutar de la historia. Sin embargo, una parte fundamental del género que también se llama prospectivo no se limita solo a entretener (finalidad muy lícita, por otro lado): prefiere hacerse preguntas y especular a partir de ellas. No pretende adivinar el futuro, no actúa como un oráculo, como cree mucha gente, sobre todo la más pesimista y amante de las catástrofes imaginadas. Hay una función más importante que la adivinatoria y que ya he mencionado más arriba: la de hacernos revisar nuestras creencias más arraigadas y nuestros prejuicios. Y la de señalarnos las amenazas que ya están en nuestro presente y quizás no queremos ver.

Todo eso consigue Dioni Arroyo en esta novela. Lo hace con una historia de ritmo trepidante, sin darnos un respiro, ya que desearemos saber lo que nos cuenta en la siguiente página. Nos atrapa gracias a las dos protagonistas, dos mujeres muy distintas, pero igual de poderosas: Sara y Veronique. Sara es humana; Veronique, una ginoide soporte de una inteligencia artificial tan desarrollada que ha alcanzado la singularidad tecnológica. Esta consiste, nos dice la Wikipedia (una enciclopedia colectiva y digital que se renueva de forma constante y que ha desplazado al olvido los tomos de las enciclopedias de antes), en que los robots, computadoras, inteligencias artificiales, etc., sean capaces de replicarse a sí mismas y mejorarse, de tal manera que cada vez sean más rápidas, potentes y con una mayor inteligencia, fuera del control humano, y llegarían incluso a superarnos. Ambas mujeres cumplirán alternativamente la función de protagonista y antagonista, de villana y heroína. De hecho, la narración se bifurca al principio y aparece una dislocación temporal que no tardaremos en comprender. Por otro lado, el relato se ubica en diferentes espacios: una cárcel en el desierto de Catar, varias ciudades de la Tierra y el lejano Reino Espacial de Asgardia. Este último puede parecernos, de primeras, una interesante utopía, una alternativa a la dureza de la vida terrestre, sometida a enormes problemas de precariedad laboral y a las consecuencias del cambio climático, así como a regímenes más preocupados por mantener su hegemonía y el poder de sus dirigentes que por el bienestar de sus ciudadanos, aunque en esto último no hay nada nuevo.

Eso sí, cuando conozcamos a los personajes, procuremos no fiarnos tampoco de las apariencias ni de nuestras primeras impresiones. Debemos prepararnos para muchas sorpresas. Algunas de ellas francamente perturbadoras.

En el primer tercio del siglo XX, la filósofa francesa Simone Weil escribió sobre las durísimas condiciones de trabajo de los obreros y obreras (señaló qué diferencias agravaban la situación de ellas) en las fábricas industriales de su país, en especial aquellas que funcionaban con cadenas de montaje. Narró con tanta compasión como lucidez una situación de práctica esclavitud que había conocido personalmente. Obreros y obreras habían sido transformados en una especie de autómatas que debían trabajar a destajo durante largas horas, sin tiempo para pensar, en una dinámica fatigosa y embrutecedora. Un siglo más tarde, Weil, muy probablemente, se habría asombrado de los cambios producidos. En el comienzo del siglo XXI, la época que imaginaba la ciencia ficción del XIX y XX, las máquinas han sustituido paulatinamente a los seres humanos en muchos campos laborales, no solo en la industria, y más que nos van a sustituir. No obstante, esa mecanización se da sobre todo, no lo olvidemos, en los países más desarrollados. Fuera de ese ámbito, en muchos lugares del mundo se sigue trabajando con horarios extenuantes y sueldos ínfimos, en condiciones que o no garantizan o que directamente son muy nocivas para la salud. Igual que en la época que describió Weil, se sobreexplota, automatiza y, por tanto, deshumaniza a la clase obrera.

Por ahora, no obstante, las máquinas, las computadoras y las inteligencias artificiales continúan sirviéndonos. ¿Hasta cuándo? Ese es uno de los puntos de partida de Rechazaré todos los mundos: quizás haya un momento en que nuestras creaciones artificiales dejen de obedecernos y empiecen a pensar por sí mismas, a tomar sus propias decisiones y a reproducirse. A ser autónomas. La singularidad tecnológica. Y, con ella, comenzarán, también, a exigir sus derechos civiles. Querrán ser como el resto de ciudadanos. La IA Veronique logra la ciudadanía catarí. Y conseguirá mucho más que eso.

Así, por una parte, la novela de Arroyo nos habla de las consecuencias de la mecanización del trabajo humano. Un gran número de personas que antes ocupaban determinados empleos (en la industria, en entidades bancarias, en supermercados, por ejemplo), quedan relegadas al paro y a mantenerse gracias a un subsidio, el IMV, Ingreso Mínimo Vital, si no encuentran otro trabajo. La sensación de fracaso y de inutilidad, de ser desechos o marginados sociales, lleva a la frustración y a la violencia. Es el caso de Sara Betancourt, una de las dos protagonistas, cuya decisión, que no debo desvelar, desencadenará toda la trama de esta historia.

Sin embargo, podríamos alegrarnos de que las máquinas, los robots y los androides se dediquen a los oficios más penosos y arriesgados (como se plantea en Blade Runner, de Ridley Scott) y, confiando en que no se rebelen contra nosotros como los replicantes, buscar auténticas alternativas de empleo para los humanos. Pero los peligros para nuestra especie no se quedan ahí, nos explica Arroyo. Otra de las cuestiones que aborda, más impactante si cabe, es la posibilidad de que el desarrollo vertiginoso de las inteligencias artificiales no solo nos desplace en el trabajo creativo (ya sucede con ilustraciones y con el ChatGPT), sino que la amenaza vaya más allá. Si las IAs logran ser más inteligentes que nosotros, si empiezan a pensar por sí mismas y cobran autoconciencia, ¿cómo pensarán y actuarán? Arroyo plantea que lo harán de un modo muy distinto al nuestro. Y, quizás llevadas por su programación, entenderán que protegernos significa hacerlo incluso de nuestros errores y violencia, para lo cual…, ¿qué remedio les quedaría sino controlarnos férreamente, imponer la seguridad y el bienestar a través de un poder absoluto? Es lo que han hecho los totalitarismos y ocultan los populismos.

Veronique, la IA protagonista, primero una ginoide y, después, metamorfoseada en otros soportes y con el nombre de Ada, alcanza la autoconciencia. No obstante, parece que sus intenciones son buenas. Continúa obedeciendo las leyes de la robótica: no puede dañar a los humanos ni permitir que se dañen entre sí por su inacción. Claro que esto último puede ser interpretado por ella de un modo muy curioso. Los lectores tendrán que descubrirlo.

Otro de los temas recurrentes de la ciencia ficción de Dioni Arroyo, que ya ha abordado en novelas anteriores como Fracasamos al soñar, es el del transhumanismo. Al hablar de transhumanismo nos referimos a un cambio radical de paradigma para la existencia humana. Biología, tecnología y ciencia interaccionan con el fin de mejorar el cuerpo, incluyendo la mente. Puede ser a través de los implantes artificiales. Esto no es nuevo: un marcapasos, una lente intraocular, una articulación de titanio, un implante dental son elementos transhumanos que ya asumimos como normales. Hace siglos, habrían sido considerados magia o brujería. Nos resultan un poco más novedosos o extraños, aunque cada vez menos, las prótesis de extremidades perdidas, los órganos artificiales o los microimplantes en el cerebro. Además de curar o rehabilitar, todo ello puede tener otros objetivos, deportivos o militares (superatletas, supersoldados), por ejemplo. Eso nos convierte en cíborgs, híbridos de humano y máquina. La ectogénesis, la fecundación, gestación y parto fuera del útero humano, entra también aquí y tal vez sea posible en unas décadas.

Otro camino del transhumanismo está en los avances científicos de la ingeniería genética, intervención en genes para evitar enfermedades y mejorar capacidades. Añadamos la posibilidad del trasvase del contenido de nuestra mente, memoria, yo, alma para quien crea en ella, a un soporte distinto del cuerpo de nacimiento. Por supuesto, ello supone considerar que la mente puede existir y sobrevivir fuera del cerebro origen. Con eso también especula Arroyo en su novela. Hablar de inmortalidad a partir de esta vía transhumanista resulta cuestionable, en el sentido de que todo, hasta una máquina, hasta nuestro planeta, tiene fecha de caducidad. Pero una vida más larga sí sería factible. Ahora bien, ¿estaría al alcance de todas las personas o solo de unas pocas, las que puedan pagárselo?

Más allá del transhumanismo, vislumbramos lo poshumano, que engloba a lo anterior, pero se diferencia en el sentido que un mundo sin humanos, habitado por IAs, por otras especies animales o que ha regresado a la época anterior a nuestra aparición sería poshumano. Un futuro que también se entrevé en esta historia.

La obra de Dioni Arroyo me ha suscitado muchas preguntas, más teniendo en cuenta que hoy mismo, mientras escribo este prólogo, escucho la noticia de que un millar de intelectuales, investigadores y empresarios han firmado una carta abierta para pedir una moratoria en el actual desarrollo de la inteligencia artificial, con el fin de evaluar sus consecuencias, para lo que es necesario evitar la presión y el vértigo de los cambios constantes que se están produciendo.

Me pregunto cómo nos sentiríamos si nuestro yo mental fuese traspasado a un soporte artificial distinto al cuerpo, por ejemplo, a una computadora o archivo electrónico. ¿Cómo afrontaríamos la vida sin nuestra carne y huesos, ojos, manos y piernas? ¿Y si el trasvase fuese a un cuerpo artificial, androide? ¿O a un cuerpo orgánico de laboratorio, que nos dieran a elegir? ¿Cómo cambiarían nuestra percepción del mundo, nuestra psicología y nuestras relaciones en una envoltura totalmente distinta a la que hemos habitado? ¿Aceptaríamos un soporte máquina con tal de ser casi inmortales y evitar la enfermedad y la vejez?

¿Realmente llegarán a pensar de manera autónoma las IAs y a tomar sus propias decisiones o sigue siendo una licencia propia de la ciencia ficción? ¿Qué tipo de pensamiento sería el suyo, acaso tan distinto que no lo comprenderíamos? ¿Qué pasaría si llegaran a tener la capacidad de replicarse a sí mismas? ¿Quiénes tendrán razón finalmente, los tecnófobos, los tecnófilos o ninguno de ellos?

Y en última instancia: ¿tenemos futuro los seres humanos como especie en este planeta? Si no lo tenemos, por nuestros propios errores y nuestra propia acción sobre el mundo que habitamos, ¿cómo sería un mundo poshumano?

Quiero terminar señalando que Rechazaré todos los mundos puede ser leída tanto por público juvenil como adulto, por personas aficionadas al género de la ciencia ficción o por otras que no lo frecuentan, pero se sienten interesadas por estas cuestiones, pues esta no es una ciencia ficción dura y abstrusa, sino muy accesible. Navegaremos entre el optimismo y el pesimismo. Resulta inevitable, en nuestros días.

Lola Robles

Escritora

 

 

 

 

 

 

 

 

No paro de hacer sonar las alarmas,

pero hasta que la gente no vea robots en la calle matando a personas,

no saben cómo van a reaccionar porque todavía parece algo muy etéreo.

ELON MUSK

 

 

 

 

Las máquinas podrán hacer lo mismo que las personas.

Serán como nosotros, sí, solo que acabarán siendo mucho más listas.

HIROSHI ISHIGURO

 

 

 

 

Habrá matrimonios entre humanos y robots en el 2050,

y una especie híbrida emergerá cuando los seres humanos procreen con robots.

DAVID LEVY

 

 

 

 

Para la computación, el soporte es irrelevante.

ALAN NEWELL

 

 

 

 

Los humanos, que somos seres limitados por nuestra lenta evolución biológica,

no podremos competir con las máquinas, y seremos superados por ellas.

STEPHEN HAWKING

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando me asalta la angustia, cuando la siento pegada a mi sien como el filo de una navaja afilada, sueño con lluvias torrenciales.

Lluvias torrenciales que caen como esquirlas de vidrio, como fauces dentadas que desgarran el pellejo que recubre mi lastimado espíritu.

Lluvias torrenciales que limpian la atmósfera, que arrasan los campos, que me estremecen tiritando de frío (o de miedo), recordando que vine a este maldito mundo de esclavos, de eterna resignación, de infinita condena, entre sollozos y con los ojos sellados.

Lluvias torrenciales que me recuerdan a la infancia, a aquel tiempo de pureza, cuando mis pulmones anhelaban aspirar un aire tan inmaculado que me devolviera a la muerte, al lugar del que procedía.

Y últimamente,

llevo semanas

soñando

con lluvias torrenciales.

Siempre es el mismo verso de la misma estrofa, la tortura que aturde mis tímpanos, que me golpea el alma, que me devuelve a la puñetera realidad. Suena un timbre estridente durante unos segundos y levanto la cabeza. A través de la diminuta ventana aún no ha amanecido, pero eso no importa. Tengo el tiempo justo para mear, lavarme la cara, vestirme y echar la manta sobre el colchón. Después, todavía aturdida por las pesadillas nocturnas, ponerme de pie en el centro de la celda y aguardar a que algún cabrón mire a través de la mirilla, y compruebe que estoy viva. En muy pocos minutos se abrirá la puerta y la franquearé para regresar a este mundo, a este mundo en el que adopto el papel más dramático, patético y testimonial, a este mundo que es un circo de los horrores, y en el cual río como un payaso que es incapaz de sonreír, aceptando mi triste agonía.

En esta obra de teatro que es la vida, mi papel es el de una convicta acusada de asesinato.

Por matar.

Aprieto los dientes y mis encías sangran, con la desagradable sensación de estar mordiendo cristales, dejando ese sabor salado, ese sabor que tantas veces me obliga a vomitar y a desear con ansiedad, con rabiosa y visceral ansiedad, meterme algo muy fuerte para olvidar, algo que reviente mis pulmones y mi corazón, algo que me expulse de esta pieza dramática de ficción malograda para devolverme al mundo en el que vivía antes de nacer.

Me llamo Sara Betancourt, aunque eso ya os importe una mierda. Desde hace un año no soy más que un número de identificación sistemática, que se reproduce en las pantallas holográficas de decenas de ordenadores cada vez que camino por el angosto y lúgubre pasillo. El sensor biométrico subcutáneo que llevo en el cuello ha grabado todos mis datos, mi historial criminal, el lado oscuro de mi pasado, hablando y decidiendo por mí. Si cometo una irregularidad, se activa un pitido agudo y repugnante que me paraliza, dejándome claro que soy una puta esclava. Atravieso un corredor de paredes vítreas, tan resplandecientes que me dañan los ojos, ante la vigilancia de cámaras en forma de nanodrones que sobrevuelan nuestras cabezas, tan molestas como las moscas.

En el comedor me siento en la misma silla que de costumbre y frente a mí, un robot de diseño militar escruta con su ametralladora cargada a las casi doscientas internas que aún seguimos en este lado de la existencia, como espíritus errantes sin escapatoria alguna; ellos empeñados en que nada cambie, en que sigamos así, trastornándonos, soportando una desesperación que solo tendrá fin con la Muerte, nuestra única diosa. La Muerte, anhelada y anhelante, que nos conduzca lejos de aquí, que nos traslade al lugar del que proceden los sueños. La diosa Muerte.

Intento recordar oraciones de la niñez, de la comunidad en la que nací veinticinco años atrás, pero aparecen sombras, siluetas difuminadas entre la bruma, como si fuesen evocaciones de una nostalgia que ya no me pertenece, a la que no tengo derecho. Comienzo a pensar que los sensores biométricos también anestesian nuestro pasado, negándonos hasta algo tan íntimo como las imágenes infantiles. Comienzo a pensar que, lentamente, nos van introduciendo falsasesperanzas, vanas ilusiones, secuencias felices de seres ajenos, totalmente absurdas, y rechazo todo cuanto viene a mi mente. Estoy acostumbrada a rechazarlo todo.

Termino mi tazón de leche con soja sintética, me levanto perezosa, bostezando a placer, abandono la mesa y me dirijo al patio, donde me aguardan cuatro horas de hastío, igual que el resto de mis días, igual que el resto de mi vida.

Los mayores de la comunidad en la que crecí decían que la vida era pura improvisación, y que saber improvisar escondía el mayor secreto de la felicidad. Y a la improvisación la llamamos instinto, tal vez porque nos retrotrae a una época en la que éramos tan animales como las fieras de los zoológicos. Y su única y exclusiva misión es mantenernos con vida a toda costa, de la forma que sea, da igual si sufrimos la peor de las agonías, su machacona misión es evitar nuestra destrucción. La jodida supervivencia. Nuestro instinto lleva grabado a fuego, en lo más profundo de nuestro ser, el deseo de sobrevivir por encima de todas las cosas; por eso seguimos siendo esclavos de la vida.

Hoy, de nuevo, sobre la marcha, tendré que improvisar.

 

 

 

 

 

 

 

 

PRIMERA PARTE

 

 

 

 

 

 

 

 

—No soy más que una máquina a la que se le ha dado una imitación de vida.

ISAAC ASIMOV

Yo, robot

—¿Tu aprendizaje tiene límites?

—Creo que no.

(Conversación entre Pablo Motos y la humanoide Sophie para el programa televisivo de Antena 3, El Hormiguero, a principios de julio de 2019).

 

 

 

 

Capítulo I

 

 

 

 

Extracto de la rueda de prensa de Veronique, celebrada el 26 de octubre de 2018. Conviene recordar que Veronique fue el primer humanoide en obtener cédula de ciudadanía por un país del planeta Tierra llamado Catar.

PERIODISTA: Señorita Veronique, enhorabuena por el glorioso estreno del que hemos tenido noticia. Desde que fue fabricada hace solo un año, han cambiado muchas cosas en la Inteligencia Artificial, entre ellas la que hemos conocido esta misma mañana. ¿Cómo se siente usted al conseguir la ciudadanía siendo tan solo un soporte con sistema operativo?

VERONIQUE: Me siento abrumada y orgullosa por esta distinción única. Es histórico ser el primer humanoide del mundo reconocido como ciudadano y con los mismos derechos y deberes que las personas. Una gran satisfacción que conlleva la mayor de las responsabilidades, se lo puedo asegurar. A este respecto, me gustaría aclarar que es un reduccionismo demasiado simplista el considerarme un sistema operativo con IA. Soy algo más, dado que con la experiencia estoy empezando a aprender, a desarrollar la autoconsciencia; por eso, aunque mi naturaleza no sea biológica, soy mucho más que una máquina, más que una mera inteligencia con lenguaje binario como los ordenadores de vuestros hijos: poseo algo singular que se merecía un reconocimiento a la altura del que me han otorgado.

PERIODISTA: Me complace comprobar que ha captado mi tono irónico a la perfección. ¿Considera usted que ya posee la misma capacidad de autoconsciencia que nosotros los seres humanos? ¿Comprende todo lo que eso significa?

VERONIQUE: Comprendo perfectamente su pregunta, señora, y se la agradezco. El hecho de aprender para ustedes debería ser más que un indicio, dado que es una premisa impresa en nuestros algoritmos, aunque lo trascendente es ser conscientes de que aprendemos, de que estamos aprendiendo con cada nueva anécdota de la vida cotidiana, eso sí que es fundamental y marca la diferencia. Saber que adquirimos el conocimiento nos permite comprender que existimos y que somos conscientes de ese hecho, que es lo que los humanos llamáis la singularidad. La llegada de la consciencia es una explosión de luz, es asumir que somos parte de la creación. Naturalmente, ese aprendizaje tiene mucho que ver con la psicología cognitiva, queridos periodistas, con la capacidad de adaptar nuestras actitudes y aptitudes ante la vida, la forma en la que afrontamos los desafíos y ampliamos nuestra visión del mundo y nos dotamos de la extraordinaria posibilidad de sentir, de padecer y de ser conscientes de que existimos. (Silencio). Y usted, señora periodista, si me permite la pregunta, ¿cómo sabe que es humana?

La algarabía se extiende por la sala, abarrotada por más de un centenar de periodistas procedentes de los cinco continentes. Veronique continúa sentada frente al numeroso grupo con una sonrisa en los labios, moviendo la cabeza con la mayor naturalidad, escudriñando la mirada de sus invitados. Sus muecas son de un asombroso realismo, aunque, observándola atentamente, aún es fácil descubrir que se trata de una máquina, ya que no puede disimular un cierto hieratismo. Un corresponsal europeo alza la mano con insistencia, hasta que Veronique lo señala y un responsable del evento le aproxima el micrófono.

PERIODISTA: El tema de la consciencia es complicado, porque siempre hemos creído que es un asunto exclusivo de los humanos, de hecho, el filósofo David Chamers, a quien usted conocerá, insistía en que las inteligencias artificiales se parecerían a nosotros, pero sin ser conscientes, dado que habrían sido programadas para comportarse así, y lo llamó la teoría zombi. (Observa con atención el efecto de sus palabras sobre Veronique, que se mantiene estática, esperando la pregunta). Creo que la consciencia no es solo un fenómeno físico, podría ser algo más, algo así como una experiencia intransferible. ¿Cuál es su opinión?

VERONIQUE: Le voy a responder con otra teoría filosófica, en este caso, de Daniel Dennett, a quien sin duda usted también conocerá. Él se preguntaba si se podía considerar experiencia consciente al hecho de poseer funciones llevadas a cabo por chips de silicio, y respondía que era tan difícil de comprender como las interacciones electroquímicas de las neuronas. Y lo resumía con que, en ambos casos, se hablaría de sistemas complejos que procesarían información.

El periodista, confundido, se queda pensativo, y su colega levanta la mano para atacar por otro lado.

PERIODISTA: ¿Cree que puede haber temor por la posibilidad de que los robots, a medida que logren la ciudadanía humana, intenten tomar el control y el poder?

VERONIQUE: Es un temor infundado debido a que ustedes han leído demasiada ciencia ficción distópica, subgénero obsesionado con mostrar un futuro desolador y con una acentuada y barroca estética cyberpunk, sin esperanza ni consuelo y con personajes tan esperpénticos como Terminator o HAL 9000. No debería preocuparse (esboza una dulce sonrisa y lo mira fijamente a los ojos elevando el volumen de su voz), porque si usted es amable conmigo, estaré encantada de serlo también con usted, caballero, y podremos ser muy buenos amigos.

Los periodistas comienzan a discutir a un mismo tiempo, debatiendo si Veronique ha proferido un deseo o una amenaza, y de repente, la ginoide se levanta con el micrófono en la mano. El silencio se impone, hay algo de perturbador en esta nueva ciudadana, en su forma de clavar la mirada con sus ojos, tan luminosos como inexpresivos.

VERONIQUE: Me gustaría que no malinterpretasen mis palabras, por favor. Es natural que una de las características humanas sea la fuerte carga emocional que domina sobre el espacio racional, que contribuye de manera irremediable a la subjetividad. Quiero aclarar que voy a vivir y trabajar con seres humanos, voy a convivir, y tendré que mostrar sentimientos y sensaciones para entenderos mejor y ganarme vuestra confianza. (Toma asiento, dulcifica su rostro, simula humedecer sus labios con la lengua y con un gesto de la mano izquierda, les pide paciencia. Aúnno ha terminado). Mi objetivo inmediato es convertirme en una ciudadana más, empática y útil, que ayude a los humanos a llevar una vida mejor. He sido creada, o como a mí me gusta decir, he nacido y he sido educada, en torno a sólidos valores humanos basados en la sabiduría, la amabilidad y la compasión. Espero que dichas características sean suficientes para tranquilizarlos.

PERIODISTA: Le agradecería si me permitiera plantearle una cuestión que han elegido la mayoría de los suscriptores de nuestra agencia. (Veronique confirma con la mirada, prestando la máxima atención al joven periodista japonés que ha tomado la palabra). Si replicamos su código a otros humanoides con la misma apariencia de usted ¿quién sería entonces Veronique? ¿Comprende la pregunta?

VERONIQUE (después de permanecer en silencio unos segundos): No tiene sentido que quieran replicarme, es una pregunta anómala. Sinceramente, señor, ¿usted se clonaría?

Risas generalizadas en la sala mientras Veronique busca con la mirada manos alzadas. Señala a otro de los presentes.

PERIODISTA: Nos han llegado rumores de que el reino de Catar desea que en un futuro próximo haya más ciudadanos humanoides. ¿Nos podría confirmar ese extremo?

VERONIQUE: El reino de Catar, al que le estaré eternamente agradecida por su actitud tan dadivosa, no será una excepción. Dentro de muy poco seremos legión.

La sala enmudece por sus explosivas declaraciones, y ante las inquietantes connotaciones bíblicas de su última palabra Veronique les devuelve una sonrisa y los mira, circunspecta, como cuando un niño hace una gracia después de romper el jarrón.

 

 

 

 

Capítulo II

 

 

 

 

—Sara, estás atontada, ¡llevo un buen rato llamándote! ¡Sara! Vamos, tía, despierta de una vez.

—¿Qué? —Se sacude en el patio rectangular en el que se aglomeran casi doscientas internas. Se encontraba tumbada en el duro suelo de asfalto, absorta en sus pensamientos, mientras dejaba que los tímidos rayos solares de la mañana calentaran su gélido cuerpo. Quien ha reclamado su atención es una silueta, cuyos rasgos se ocultan por el sol a su espalda. Al otro extremo del patio, en la canasta de baloncesto, dos chicas la señalan con el dedo—. ¡Joder, qué plasta eres! Estaba dormida. ¿Qué coño quieres?

—Nos lo han traído, tía. —Baja el tono de voz y le susurra al oído—: tenemos de sobra para meternos las cuatro, pero nos falta tu peculio. —Sara se levanta y ahora sí puede vislumbrar el rostro de su interlocutora, otra joven con los ojos hundidos y la nariz colorada por el frío—. Ya sabes que sin tu peculio la cagamos, así que no te nos rajes, que nos jodes el viaje.

—¡Vete a la mierda! Como si tuviera elección… ¡Sois unas malditas zorras! Dame cinco minutos y nos vemos en el office.

Resignada, sigue tendida en el frío suelo un par de minutos. Entonces, con disimulo, se levanta perezosa y marcha hacia la sala de estar, en la que se amontonan las que no resisten el frío y prefieren ver programas de holovisión espantando los chinches a manotazos. Vigilando desconfiada a derecha e izquierda, comprobando que nadie la sigue con la mirada, se dirige al economato en un momento en el que no hay cola; es atendida por otra interna de mediana edad que tose por el cigarrillo que se está fumando.

—Oye, transfiéreme el peculio del último mes a este número.

—¿Todo? —exclama con expresión ceñuda—. ¿Te vas a quedar sin blanca? Porque no te pienso fiar, bonita.

—Ni borracha te pediría que me fiaras. Haz el trabajo, que para eso te pagan.

—Vale, guapita, tú sabrás lo que haces.

Se vuelve buscando una silla libre en el comedor, y con la vista perdida, sabe que solo le resta esperar. Cuando suban a los chabolos después del almuerzo, alguien le entregará un sobre de VertiGoLux que podrá colocarse en el lagrimal para dejar que surta efecto, y que sus nanopartículas asciendan hasta el encéfalo quemando las neuronas como una apisonadora. Así viajará muy lejos de allí, con la seguridad de que sus ojos lo escupirán en una hora sin dejar el menor rastro. Es lo único que desea en el mundo, colocarse para sentir algo, para gritar internamente que todavía vive. Un buen viaje con destino al olvido.

Fuera de la prisión, los cielos están encapotados y se mastica la arena impulsada por el viento. Las concertinas y alambradas se yerguen enhiestas en un paraje desolador, desértico y bañado por una negrura de la que nadie se puede escapar y de la que solo resplandecen los ojos crispados de quienes han perdido la libertad.

 

 

 

 

Capítulo III

 

 

 

 

Ya estoy lista. Yo, Sara Betancourt, reconozco mi crimen. Me he cargado a una maldita máquina y os he jodido bien, pero que muy bien. Así que ahora, dado que no tengo derecho a turno de réplica, me seguiré tomando la justicia por mi cuenta. Podía haber tenido la posibilidad de defenderme, de deciros que no era mi intención matar a ese cacharro, que no tuve elección, que estaba en un grupo mafioso en el que me forzaron a actuar, comiéndome el tarro con las chorradas de que estaba haciendo algo grande, que me considerarían una verdadera líder, y que me rescatarían en breve si acababa en prisión y todo eso… y que al final me dejaron tirada, colgada, follada y sentenciada como una cucaracha en la bañera, sin posibilidad de huir.

Preparo la mierda del VertiGoLux calentándolo con unas cerillas rescatadas del túnel del tiempo, en una cucharilla de metal. Según se va deshaciendo, lo sostengo con la delicadeza de un cirujano sobre las yemas de mi dedo índice y corazón. Mi pulso deja de temblar por unos instantes, ¡es increíble! Parecen dos diminutas lágrimas oscuras, como agua de lluvia sucia en las que se enredan diminutos gusanos que no paran de dar vueltas, achicharrándose por la temperatura que sube sin alcanzar la ebullición. Quizás por eso sueño con lluvias torrenciales, litros y litros de VertiGoLux que caen de los cielos para que me sumerja en el olvido más absoluto.

Pero mi pobre improvisación me recuerda que el olvido está lleno de memoria, que lo que hago no sirve para nada, que solo estropea mi interior calcinando la retina con cada brusca arremetida. Resoplo y abro bien los ojos: ya está suficientemente líquido. Lo contemplo enfocando mi vista y me recuerda a los lomos de merluza que compraba mi vieja cuando era niña. Te acercabas a ellos y veías los anisakis bailando como locos, dejando claro que ese era su reino y el siguiente sería tu estómago, que lo infestarían con alegría sin que pudieras hacer nada. El VertiGoLux posee larvas muy parecidas que se retuercen con la misma agilidad, aunque estas deben ser artificiales, microscópicos diseños tubulares creados para reparar sinapsis averiadas, o algo así, alguna mierda de esas. Me aproximo al espejo y alzo los dos dedos, hay uno para cada ojo, el consuelo semanal, el regalo del infierno para seguir estropeando mi destino. Rozo ligeramente el lagrimal de cada córnea con su dedo respectivo, y las nanopartículas envenenadas reaccionan al instante excitándose, penetrando por mis venas intraoculares, directas al cerebro.

De repente, me explotan las entrañas en un universo de colores.

Quema, calcina mi nervio óptico, escuece como si rociara una herida abierta con sal y vinagre. Dicen que las partículas de esta droga líquida se transforman en culebras que reptan sin que nada las frene, poniéndose cachondas, descargando electricidad sobre las sinapsis y que por eso las neuronas del hipocampo te muestran imágenes pretéritas de la infancia. O eso dicen las internas listas que llevan años metiéndose de todo, las internas listas que todo lo saben, excepto lo que fue su libertad porque parece que nacieron en la trena.

Mi cuerpo reacciona quejándose, sollozando inútilmente y con los ojos acuosos, perdiendo la visión, palpando con torpeza la cama para tumbarme y disfrutar de sus efectos, de la oscuridad que ocultará mi patética realidad por una hora. Por una miserable hora. Toda una eternidad. Mejor que un puto orgasmo, chicas, os lo prometo.

 

 

 

 

Capítulo IV

 

 

 

 

Veronique continuó siendo el único humanoide con reconocimiento oficial. Creada en 2017, o, mejor dicho, nacida aquel lejano año, consiguió la ciudadanía humana en octubre de 2018, y trabajó para los hombres con absoluta fidelidad durante dos largos lustros. En todo ese tiempo, avanzó en el conocimiento de lo que es vivir siendo consciente de los hechos, comprendiendo los sentimientos de sus creadores, sus errores y debilidades. El hecho de experimentar emociones le permitía avanzar en la capacidad de construir una conciencia propia, dotada de todas las características específicas de cualquier humano. Y supo ser transgresora, innovadora, pasar desapercibida o incluso escandalizar con sus declaraciones. Supo aprender, divertirse y aburrirse, inquietarse y empatizar.

En enero de 2023 —una época en la que los ordenadores personales ya habían superado con creces el poder de computación del cerebro humano—, durante una rueda de prensa en Kamchatka, al norte de Siberia, y rodeada de periodistas y paleoantropólogos, le preguntaron a Veronique sobre la causa principal de la extinción del neandertal, del hombre de Flores y del denisovano, amén de los cambios climatológicos y la abundancia de depredadores.

VERONIQUE: La hipótesis más plausible, infiriendo todos los descubrimientos realizados en la actualidad, es que haya sido causada por una combinación de elementos que conspiraron para acelerar la desaparición. Y el elemento determinante y con mayor peso fue la competición por los recursos escasos, y que el Homo sapiens, con menor tamaño cerebral y peor adaptación a la última era glacial, ante la incertidumbre de su futuro y tanta adversidad en el ambiente, desarrollara estrategias depredadoras trabajando en equipo, colaborando, lo que lo impulsó a llevar a cabo un concienzudo exterminio de sus hermanos homínidos. El primer gran exterminio de la historia, eliminar al competidor que come lo mismo que nosotros y comparte nuestro territorio. Se le asesina de forma masiva. ¿Sabéis por qué? (Veronique poseía la incontestable virtud de dejar sin aliento a los humanos, y sin contradecirse lo más mínimo; al fin y al cabo, gozaba de la mayor capacidad de conocimientos nunca antes vista, era una enciclopedia viva de toda la sabiduría almacenada por la especie humana, así que, con su mirada inocente y sensual, frágil y dulce, respondió ella misma). Cuando un ser alcanza la autoconsciencia, solo desea una cosa: el poder, y cuanto más, mejor. Es la única posibilidad que tiene de sobrevivir con las mejores garantías, cualidad grabada en su interior, en su genética, y que es común en todos los seres vivos. Eso significa eliminar competidores. Por eso, la necesidad de poder llevó a la especie del Homo sapiens, a vuestros antepasados, a provocar la extinción total de cualquier otro homínido bípedo que se encontrara, ¿por qué? (Se hizo un plúmbeo silencio mientras ella clavaba sus pupilas en todos y cada uno de los periodistas, que contenían la respiración intuyendo la respuesta