Rendida al millonario - Helen Brooks - E-Book

Rendida al millonario E-Book

Helen Brooks

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Beschreibung

Bianca 2027 Willow Landon está decidida a demostrarse que puede ser una mujer independiente que ha sido capaz de escapar de una relación asfixiante. Ciertamente, no necesita ayuda de Morgan Wright, su arrogante vecino... A pesar de que Morgan goce del físico y la apostura de una estrella de cine, tenga una preciosa mansión en el campo y disponga de millones en el banco, Willow no está interesada. Sin embargo, Morgan está completamente decidido a mostrarle a Willow cómo se debe tratar a una dama...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2010 Helen Brooks

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Rendida al millonario, bianca 2027 - enero 2023

Título original: Sweet Surrender with the Millionaire

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411415743

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LO había conseguido. Por fin le pertenecía. Un lugar en el que, después de todos los hechos traumáticos y tristes de los últimos años, Willow Landon podría al fin aislarse de todo y refugiarse en su propio mundo. No tendría que responder ante nadie. No importaba que fuera a tardar años en poner en orden su nueva casa. Podría hacerlo a su propio ritmo, ocuparse de ello por las tardes y los fines de semana. Además, si hubiera estado lista para entrar a vivir, jamás habría podido permitírsela.

Lanzó un suspiro de satisfacción y soltó una carcajada de felicidad. Volvía a controlar su propia vida y no iba a volver renunciar a su independencia nunca más.

Contempló el pequeño y vacío salón como si con sus ralos tablones del suelo y su papel pintado medio despegado fuera un palacio. Se dirigió hacia las puertas que daban al jardín, cuyos cristales estaban rajados y con la pintura agrietada, y se asomó a la espesa selva que era su jardín. Las malas hierbas y la hiedra lo cubrían todo, por lo que resultaba imposible ver hierba o sendero alguno, pero le pareció ver un pequeño cobertizo al fondo de lo que el agente inmobiliario le había dicho que eran casi mil metros cuadrados de jardín.

Cerró los ojos y se lo imaginó como sería cuando hubiera terminado de arreglarlo. Las rosas y la madreselva cubrirían las paredes de piedra. Había bancos y un balancín. Una pequeña fuente vertería sus cristalinas aguas sobre un estanque. Habría flores de todas clases y colores por todas partes. Además, crearía su propio huerto. Sin embargo, esos planes tendrían que esperar. Por el momento, se limitaría a limpiar un poco el terreno, dado que lo más urgente era ocuparse de la casa. Esto se llevaría la mayor parte de su fuerza, su paciencia y sus recursos económicos. Con las dos primeras ya contaba. Lo tercero tendría que esperar a ver qué era lo que le quedaba mes a mes después de pagar la hipoteca y las facturas.

Su teléfono móvil comenzó a sonar. Se lo sacó del bolsillo de los vaqueros y suspiró al ver el nombre de la persona que llamaba.

–Hola, Beth –dijo, con un tono de voz deliberadamente alegre.

–Willow, acabo de llamar al piso y una de las chicas me ha dicho que te has mudado hoy. No me puedo creer que no nos dijeras que era este fin de semana cuado te ibas a mudar. Ya sabes que Peter y yo queríamos ayudarte.

–Y ya os dije que ni hablar estando tú embarazada de siete meses. Además, vosotros aún no habéis terminado de instalaros –replicó Willow. Beth y su esposo se habían mudado a su nueva casa hacía poco más de dos semanas–. Se ha ofrecido mucha gente a ayudarme, pero no es necesario. Disfrutaré limpiando y ordenando las cosas a mi ritmo. Tengo una cama y unos pocos muebles que me van a traer esta tarde. Como hay tanto que hacer aquí no quiero comprar muchas cosas para no tener que ir moviendo cosas a medida que voy arreglando las habitaciones.

–Pero mudarte tú sola… Bueno, ¿tienes comida para el fin de semana?

Antes de que Willow pudiera responder, oyó que alguien le hablaba a Beth.

–Peter me está diciendo que me comporto como si tuvieras ocho años en vez de veintiocho. Eso no es cierto, ¿verdad?

Willow sonrió tristemente. Adoraba a su hermana y, desde que sus padres murieron en un accidente de automóvil hace cinco años, se habían unido aún más. Sin embargo, tenía que admitir que sentía un profundo alivio por el hecho de que, muy pronto, Beth fuera a tener un bebé del que ocuparse. Con treinta años, Beth tenía edad más que suficiente para ser madre.

–Por supuesto que no –mintió–. Mira, me he tomado unos días de vacaciones que me debían. Iré a verte muy pronto.

–Genial. Vente el lunes y quédate a cenar.

Una vez más, Willow suspiró. La oficina de urbanismo en la que trabajaba desde que dejó la universidad estaba muy cerca de la nueva casa de Beth y no lejos de la que había compartido hasta aquel día con sus tres amigas. La casa, por el contrario, estaba a más de una hora de distancia en coche. La última parte del trayecto se realizaba por una carretera comarcal llena de curvas. Hasta que conociera bien el terreno, preferiría conducir a casa mientras aún era de día. Como estaban ya a finales de septiembre, las tardes se iban haciendo más cortas. Sin embargo, si le sugería a Beth una comida en vez de una cena, perdería un día completo de trabajo en la casa.

–Buena idea –dijo–. Llevaré el postre, pero no será casero. Lo siento.

Estuvieron charlando un rato más. Cuando terminó la conversación, Willow se sentó en los escalones que daban al jardín y respiró el cálido aire de la mañana con el rostro levantado hacia el sol. El día era maravilloso, lo que parecía augurar un buen comienzo para su nueva vida.

Aquello era precisamente lo que significaba aquella casa: el comienzo de su nueva vida. El pasado había quedado atrás. No podía cambiar el hecho de que había cometido un error con Piers, pero, tras librarse de él, el presente y el futuro le pertenecían a ella. Dependían de ella. Hacía sólo unos pocos meses, había querido que el mundo terminara. La vida había perdido todo su atractivo y cada día había supuesto tan sólo un infierno que superar antes de poder tomar una de las pastillas que el médico le había recetado para poder desconectar un poco. Entonces, lentamente, había dejado de tomar las pastillas que la ayudaban a dormir, había vuelto a comer, había podido concentrarse en un programa de televisión o leer un libro sin recordar a Piers ni los terribles hechos de la última vez que estuvieron juntos. Le había llevado tiempo, pero al fin había podido retomar su vida y comprarse aquella casa. Se sentía muy agradecida por ella. de hecho, probablemente le había impedido perder la razón. Fuera lo que fuera, volvía a ser ella misma, aunque menos joven y más sabia.

Se levantó y volvió a entrar en la casa. Su Ford Fiesta estaba aparcado frente al pequeño jardín de entrada que, como el trasero, presentaba un aspecto descuidado. El coche estaba lleno a rebosar con sus pertenencias y una caja que contenía artículos de limpieza y la nueva aspiradora que había comprado el día anterior. Tenía poco más o menos cuatro horas antes de que llegaran sus escasos muebles y debía aprovechar cada minuto.

Cuatro horas más tarde, vació la bolsa del aspirador por milésima vez. Al menos, había conseguido retirar el polvo que había sobre el suelo y la mayoría de las superficies estaban aceptablemente limpias. La casa no era grande. Tenía un salón, una cocina y un baño en la planta de abajo y dos dormitorios en la de arriba. Junto a la cocina había una especie de lavadero en el que parecía que la anciana que había vivido allí antes había almacenado el carbón y la leña para el antiguo fogón que había en la cocina. No obstante, la instalación eléctrica había sido renovada no hacía mucho tiempo, lo que era de agradecer a la vista de todo lo que tenía que hacer en la casa.

La furgoneta llegó por fin y Willow ayudó al alegre conductor de la misma a llevar su cama y su cómoda a uno de los dormitorios de la parte de arriba. Allí había un armario empotrado y por eso lo había elegido para ella. Un sofá de dos plazas, un cómodo sillón y una mesa de café completaban el mobiliario. En el coche estaban su pequeña televisión y el microondas.

Aquella noche, cuando se acostó, se quedó dormida en cuanto tocó la almohada con la cabeza. Por primera vez desde que dejó a Piers, no tuvo pesadillas. Cuando se despertó a la mañana siguiente, el sol entraba a raudales por la ventana, dado que no tenía cortinas. Permaneció un rato en la cama, escuchando cómo los pájaros cantaban en el exterior y disfrutando de la paz y la soledad. El piso que había estado compartiendo con sus amigas estaba en una calle muy ruidosa, aunque esto no había sido nada comparado con el ruido que había en el interior de la casa la mayor parte del tiempo. Y antes de eso…

Se sentó en la cama. No iba a volver a pensar en los años que había pasado con Piers. Iba a volver a empezar. Podía hacerlo. Siempre había tenido una gran fuerza de voluntad.

Se pasó los dos días siguientes limpiando y frotando todas las habitaciones. Cuando llegó el momento de marcharse a cenar con su hermana, sintió que había hecho los suficientes progresos como para poder marcharse sin remordimientos. El interior de la casa resultaba aceptable y, como el dinero no le permitía comprar más muebles, decidió que trabajaría en el jardín durante el resto de sus vacaciones.

Llegó a casa sin novedad tras una agradable velada con Beth y Peter y, al día siguiente, comenzó a trabajar en el jardín. Cuando llegó el fin de semana, tenía arañazos por todas partes y le dolían todos los músculos, pero había limpiado una buena parte de su terreno. Como el domingo el sol seguía brillando en el cielo, decidió hacer una fogata. Después de todo, eso era lo que la gente hacía en el campo.

Preparó una base para la fogata con trozos de madera que encontró en el jardín y periódicos viejos y comenzó a apilar las zarzas y las malas hierbas que había cortado hasta donde pudo llegar. Había colocado la fogata en el extremo más alejado de la casa, al lado de un muro de separación. Al otro lado estaba el jardín de una mansión que, en el pasado, había sido la residencia del terrateniente local. Su casa había sido simplemente la vivienda del guardés. En aquellos momentos, la cuidada y lujosa mansión era, según el agente inmobiliario que le había vendido la casa, propiedad de un rico hombre de negocios.

Después de prender la fogata, Willow comenzó a disfrutar. Resultaba tremendamente satisfactorio quemar toda la basura. Sin embargo, al ver la altura que alcanzaba la hoguera, comenzó a alarmarse. Los trozos chamuscados de los periódicos flotaban en la brisa, algunos de los cuales aún estaban ardiendo, y volaban hacia el otro lado del muro. Trató de aplastar un montón de periódicos para que dejaran de arder, pero sólo consiguió avivar el fuego. Alarmada, se dirigió rápidamente al interior de la casa a por un cubo de agua para apagar las llamas que, en aquellos momentos, se dirigían al cielo con gran fuerza y ferocidad.

Aún estaba llenando el cubo en la cocina cuando oyó gritos. Cerró el grifo y agarró el cubo a medio llenar para volver corriendo al jardín. Allí, llegó a tiempo para ver cómo un hombre saltaba por encima del muro.

–¿A qué diablos está jugando? –le preguntó al verla–. ¿Ha perdido usted la razón?

Qué grosero. Willow había estado a punto de disculparse, pero, ante la actitud del recién llegado, cambió de opinión. Se miró en un par de ojos tan azules que resultaban casi deslumbrantes y se detuvo en seco, lo que provocó que gran parte del contenido del cubo se vertiera sobre sus sucias zapatillas de deportes.

–Ésta es mi casa –dijo, fríamente–. Y no se trata de una zona libre de humos.

–No tengo nada en contra del humo –replicó él–, sino contra su determinación de iniciar fuegos por los alrededores, con el peligro que esto supone para todo ser vivo que esté en la zona. De hecho, a uno de mis perros se le ha chamuscado el pelo.

–Lo siento –repuso ella no muy sinceramente.

–Ya lo veo –le espetó él, agachando la cabeza justo al tiempo que un trozo de papel ardiendo le pasaba cerca del cabello–. Hay trozos de papel ardiendo chamuscado flotando en mi piscina y por todo el jardín. Y mis pobres perros parecen estar jugando a una especie de ruleta rusa. Apáguelo, por favor.

–Estaba a punto de hacerlo cuando se ha materializado usted.

–¿Con eso? –le preguntó con mofa–. ¿Es que no tiene una manguera en el jardín?

–No…

–Dios mío…

Él desapareció de nuevo en su jardín. Willow contempló el lugar por el que había desaparecido con las mejillas ardiendo. Tenía un vecino horrible. ¿Cómo se había atrevido a hablarle de ese modo? ¿No se daba cuenta de que lo ocurrido no era más que un desgraciado accidente? No había tenido intención alguna de que el papel ardiendo entrara en el jardín de él.

Al ver que la brisa no hacía más que avivar las llamas, tuvo que darle la razón a su vecino. Y lo habría hecho si él no hubiera entrado de aquel modo en su casa. Echó la poca agua que le quedaba en el cubo y, al ver que no producía efecto alguno, comprendió que estaba librando una batalla perdida.

Estaba a punto de volver corriendo a la casa a por más agua cuando su vecino volvió a aparecer. –Échese atrás –le ordenó él.

–¿Cómo? –preguntó ella sorprendida.

Willow vio la manguera un segundo antes de que un chorro de agua cayera sobre las llamas. Tras unos minutos en los que las llamas no dejaron de chisporrotear y de soltar más humo, la hoguera se apagó por completo.

–Ya está –dijo él mientras le entregaba la manguera a otra persona a la que Willow no conseguía ver–. No debería empezar nunca una fogata sin tener los medios suficientes para apagarla por si ocurre algo como lo de hoy –añadió con una sonrisa.

Willow lo miró fijamente. Los penetrantes ojos azules formaban parte de un bronceado rostro, más apuesto que hermoso. Tenía un hermoso cabello negro. La sonrisa había dejado al descubierto unos relucientes dientes blancos.

–Me llamo Morgan Wright –dijo, sin dejar de mirarla–. Como ya se habrá imaginado, soy su vecino de al lado.

–Willow Landon –consiguió ella decir por fin–. Yo… me mudé la semana pasada. He estado arreglando el jardín.

Él asintió. Iba vestido con una camisa azul con las mangas remangadas y unos vaqueros negros. Su aspecto era de fuerza y viril masculinidad. Willow sabía que ella estaba muy sucia, con el cabello recogido en una coleta y sin pizca de maquillaje. Nunca antes se había sentido con mayor desventaja en toda su vida.

–Siento mucho lo del fuego –susurró–, pero, como le dije, estaba a punto de ocuparme de él. No obstante, gracias por su ayuda. Siento mucho haberlo molestado –añadió.

–Se trata simplemente del instinto de conservación –replicó él tras un momento de silencio–. Tengo un cenador de madera al otro lado del muro y no me gustaría ver cómo se convierte en humo.

–No creo que eso pudiera haber llegado a ocurrir.

–Su madre debería haberle advertido que no fuera tan simpática –comentó él irónicamente–. Podría dar una imagen equivocada.

Willow tragó saliva y se concentró para que la voz no le fallara cuando contestara.

–Muchas gracias de nuevo. Es mejor que empiece a recoger –dijo. Se dio la vuelta y deseó que él se marchara tan rápidamente como había llegado.

–¿Quiere que la ayude?

–No. Me las puedo arreglar yo sola.

–No me cabe la menor duda, pero dos pares de manos, ya sabe, hacen que el trabajo sea más rápido y más fácil.

–No, en serio.

Volvió a encontrarse con aquellos ojos azules y el impacto que sintió fue como una pequeña descarga eléctrica. Notó que los músculos del vientre se le tensaban. No obstante, su voz sonó serena cuando tomó la palabra.

–Creo que voy a lavarme. Ya recogeré mañana. Así el fuego tendrá oportunidad de apagarse por completo.

–Buena idea. No creo que le apetezca quemarse.

De nuevo, había mofa en sus ojos. Willow se controló para no responder a su provocación y fingió tomarse aquellas palabras en su sentido literal.

–Exactamente. Adiós, señor Wright.

–Llámeme Morgan. Después de todo, somos vecinos.

Willow asintió, pero no dijo nada. Regresó a su casa, consciente de que él no dejaba de mirarla. No se dio la vuelta al llegar a la puerta de su casa, pero sabía que él seguía sentado sobre el muro, observándola. Cuando estuvo en el interior de la casa, se apoyó contra la puerta y cerró los ojos durante un largo instante. Genial. Menuda presentación. Seguramente, él se creía que ella no tenía ni un gramo de sentido común en el cuerpo. Ésta no era exactamente la clase de impresión que a ella le había gustado causar.

Morgan Wright se había estado riendo de ella todo el tiempo, menos al principio, cuando había estado muy enojado con ella. Maldita sea. ¿Cuántos años se creía que tenía Willow?

Se apartó de la puerta. Tenía frío y estaba sucia y empapada. Además, iba a tardar mucho tiempo en recoger todo lo del jardín. Sólo esperaba que el señor Sabelotodo se mantuviera bien alejado de ella. De hecho, esperaba no volver a verlo nunca más.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

MORGAN no se bajó del muro hasta que Willow entró en su casa. Aterrizó de un salto en su jardín, al lado del que era su jardinero y hombre para todo. Éste lo miró con seriedad.

–Tal vez me equivoque, pero me ha dado la impresión de que esa mujer no ha agradecido mucho tu ayuda.

–Pues te has equivocado. Se ha quedado anonadada por mi encanto.

–Ah, sí, claro. ¿Cómo he podido pensar que no era así? Es guapa, ¿verdad?

Morgan sonrió. Jim y su esposa Kitty llevaban a su lado más de diez años, desde que se mudó a la mansión tras ganar su primer millón de libras a la edad de veinticinco años. Ellos vivían en un amplio piso encima del garaje y se ocupaban de que la casa funcionara como un reloj. Kitty era una magnífica cocinera y ama de llaves. La pareja, que pasaba ya de los sesenta años, no había podido tener hijos propios y Morgan sabía que lo cuidaban como el hijo que no habían podido tener nunca. Él, por su parte, les tenía a ambos un enorme cariño.

–En realidad, resulta difícil saber el aspecto que tenía debajo de tanta suciedad –comentó él–. Te ayudaré a limpiar nuestra parte.

Mientras recogía los papeles a medio quemar de la piscina con el recogehojas, estuvo pensando en lo que Jim le había dicho. Ojos verdes y cabello rojizo. Bonita combinación. Además, tenía una bonita figura, pero decididamente había que tener cuidado con ella. El modo en el que lo había mirado… Morgan sonrió. Hacía mucho tiempo que una mujer no lo miraba de aquella manera. Desde que descubrió que, en lo que se refería al negocio inmobiliario, tenía el tacto del rey Midas, normalmente las mujeres caían rendidas a sus pies. No era vanidad por su parte, sino simplemente un cínico pensamiento provocado al reconocer el poder del dinero.

Reanudó su trabajo y volvió a recordar la imagen de su vecina. Bonito trasero enfundado en unos vaqueros. Una sedosa coleta de cabello rojizo meneándose con indignación.

Para sorpresa de Morgan, una cierta parte de su anatomía reaccionó ante aquellos recuerdos.

–Es demasiado joven –dijo en voz alta, como si quisiera protegerse.

Aquella mujer no parecía tener más de veinte años. Además, él prefería a las mujeres sofisticadas, de mundo, a las que les basta con pasárselo bien sin tener por medio promesas de futuro. Trabajaba mucho y era lo suficientemente rico como para que todo funcionara según sus términos.

Por añadidura, el mundo de los negocios le había enseñado que las personas no suelen ser lo que parecen. Lo mismo le había ocurrido en su vida amorosa. A los veinticuatro años, justo antes de alcanzar el éxito, conoció a Stephanie Collins. Rubia, inteligente, hermosa. Cuando comenzaron a salir, Morgan pensó que era el hombre más afortunado del mundo, pero, después de seis meses de felicidad, ella le envió una carta de despedida antes de desaparecer con un multimillonario rico y calvo. Resultaba irónico, en realidad, porque si Stephanie hubiera estado un año más a su lado, él podría haberle dado todo lo que hubiera podido desear. Aquel episodio le había transmitido muchas enseñanzas por las que estaba muy agradecido.