Sin sentimientos - Helen Brooks - E-Book

Sin sentimientos E-Book

Helen Brooks

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Beschreibung

Sephy Vincent estaba muy contenta como secretaria del departamento de atención al cliente de Quentin Dynamic cuando le dijeron que tenía que sustituir por enfermedad a la secretaria del mismísimo señor Quentin. Teniendo en cuenta que nadie quería el puesto, la cosa no prometía ser fácil. Conrad, el todopoderoso jefe de la empresa, y conocido rompecorazones, se había quedado impresionado por la inteligencia de Sephy y la quería con él a toda costa. Pero no solo como su secretaria, sino también como amante. ¿O era más que eso?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2000 Helen Brooks

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sin sentimientos, n.º 1194- agosto 2022

Título original: The Mistress Contract

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1141-087-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Yo? — exclamó Sephy mirando horrorizada a la señora Williams, la secretaria ayudante de la empresa—. ¿Yo? ¿Ser la secretaria del señor Quentin? No creo que pueda, Pat, quiero decir…

—Por supuesto que puedes —la interrumpió Pat Williams haciendo ver que eso estaba fuera de discusión—. Eres muy brillante, Seraphina, aunque te empeñes en ocultarlo siempre que puedes y, después de seis años en Quentin Dynamics, sabes tanto como yo de la empresa y sus procedimientos. Probablemente hasta más, después de haber trabajado para el señor Carter en Atención al Cliente durante cuatro años.

Sephy sonrió tímidamente. El departamento de Atención al Cliente era, por su propia naturaleza, uno de los más movidos de la empresa y, en su puesto de ayudante del señor Harper, un hombre pequeño, regordete y genial, pero de la clase de jefe que llega tarde, se marcha pronto y dedica al almuerzo más de tres horas al día, estaba acostumbrada a tratar con la gente empavorecida todos los días a su manera. ¡Pero el señor Harper y el departamento de Atención al Cliente eran una cosa y Conrad Quentin, el empresario millonario fundador de la empresa otra muy distinta!

Respiró profundamente y dijo con firmeza:

—De verdad que no creo que sea buena idea, Pat. Lo siento, pero estoy segura de que debe haber alguien más apropiado para el puesto. ¿Y Jenny Brown, la secretaria del señor Eddleston? ¿O Suzy Dodds? ¿O… O tú misma?

Pat agitó una mano.

—Esas dos chicas no durarían ni diez minutos con el señor Quentin y lo sabes muy bien; y, con la contabilidad de fin de año tan cerca, yo no puedo dejar al señor Meadows. No, tú eres ideal. Conoces los intríngulis del negocio y estás acostumbrada a tratar con clientes molestos todo el día, así que el señor Quentin no te echará. Podemos conseguir una buena secretaria temporal para sustituirte hasta que vuelva la del señor Quentin.

—¿No podemos conseguirle una secretaria temporal directamente a él? —preguntó Sephy desesperada.

—¡Se la comería cruda! Ya sabes lo impaciente que es él. No tiene tiempo para nadie que no sepa del negocio. Además, espera que prácticamente su secretaria viva aquí, y la mayoría de las chicas tienen….

Se interrumpió de repente al darse cuenta de su falta de tacto, ya que Sephy se puso colorada.

—La mayoría de las chicas tienen novios, maridos o lo que sea —terminó Sephy por ella.

Nunca había ocultado el hecho de que apenas salía y de que su vida social no era precisamente muy atractiva, así que no era raro que Pat, y seguro que todos los demás, pensara que ella no tenía nada mejor que hacer que trabajar todo el día.

—Bueno, sí —murmuró Pat.

—¿Y Marilyn?

—Fue la primera en probar y duró una hora.

—¿Philippa?

—Se puso a llorar en el servicio y luego se marchó a la hora de comer diciendo que tenía una migraña. No está acostumbrada a que los hombres la griten como lo hizo el señor Quentin.

Sephy pensó en la hermosa rubia que era la secretaria del jefe de ventas y que siempre tenía hombres esperándola fuera en deportivos caros y asintió.

—Ya, me lo puedo imaginar. Y tú crees que yo sí lo estoy, ¿no?

—Seraphina, por favor. Inténtalo por lo menos esta tarde.

A pesar del «por favor», era más una orden que una súplica y Sephy la miró exasperada.

Pat Williams era la única persona que conocía, aparte de su madre, que insistía en llamarla por su nombre completo, aun cuando sabía que ella lo odiaba. Pero eso iba con el estilo militar de la mujer.

Durante sus dos primeros años de trabajo en la empresa, a Sephy, como al resto del personal, Pat le había caído muy mal, pero una vez que se habían quedado las dos solas trabajando hasta tarde, se la había encontrado llorando en el servicio.

Todas las defensas de Pat se habían derrumbado y, cuando Sephy conoció su historia, desde el orfanato, donde había conocido a su marido, al que adoraba, que había desarrollado una esclerosis múltiple justo después de que se casaran y que lo tenía desde entonces en una silla de ruedas, empezó su amistad con ella.

Entonces suspiró y accedió:

—Una tarde —dijo—. Pero no me veo durando más que las otras, Pat. Es sabido que Madge Watkins le es tan devota que lo deja todo por él. ¡Y lleva décadas siendo su secretaria! ¿Cómo puede alguien ocupar su lugar?

—Lleva treinta años siendo su secretaria —la corrigió Pat alegremente—. Y no te estoy pidiendo que ocupes su lugar.

—¿Cuánto tiempo se supone que va a estar en el hospital?

—No es seguro. La llevaron a toda prisa con dolor de estómago y se dice que le van a hacer una exploración hoy o mañana.

Maravilloso, pensó Sephy y dejó a Pat que fuera ella quien informara a Ted Harper de que su mano derecha había sido elegida para un futuro mucho menos deseable, por lo menos para ella. No le iba a gustar, ya que tendría que ponerse a trabajar en serio para ganarse ese sueldo envidiable que tenía, pero no discutiría. Todo el mundo caía a los pies del ilustre jefe de Quentin Dynamics y a nadie se le ocurriría negarle nada a Conrad Quentin.

Para ser sincera, no tenía nada en su contra, pero era del conocimiento general que, hacía trece años, con veinticinco, Conrad Quentin había ascendido meteóricamente en el mundo de los negocios y su poder y fortuna eran legendarios. Lo mismo que su gusto por las mujeres hermosas. Era el auténtico ejemplo de la clase de hombre que las tomaba y las dejaba, pero a juzgar por la cantidad de veces que salía en la prensa del corazón del brazo de alguna belleza, tenía que dar por hecho que su atractivo debía sobreponerse a su reputación.

¿O tal vez la clase de mujeres que elegía eran de las que les gustaban los retos? Lo que fuera, a pesar de sus numerosos ligues, ninguna de ellas había conseguido cazarlo todavía.

¿Y qué hacía ella perdiendo el tiempo pensando en la vida amorosa del señor Quentin? Entonces Pat salió del despacho de Ted Harper y le dijo alegremente:

—Muy bien, ya está arreglado. Le he dicho que mañana tendrá una secretaria temporal y se las podrá arreglar solo por esta tarde. ¿Estás lista?

¿Para ir a ver a Conrad Quentin? Por supuesto que no lo estaba.

—Sí, lo estoy —mintió con toda la calma que pudo, resistiendo la tentación de encerrarse en el retrete.

Se miró al espejo y pensó que, para la chica de mediana altura, bonitos ojos y cabello oscuro y hasta el hombro que vio allí, aquello no iba a significar ninguna diferencia.

Sabía que no era fea, pero sí… podía pasar desapercibida. Sus ojos color miel, cabello castaño y nariz pequeña y un tanto respingona eran muy agradables, pero nada del otro mundo, y además, tenía una gran cantidad de pecas que la hacían parecer más joven que los veintiséis años que tenía.

—Ya estamos —dijo Pat cuando salieron del ascensor y se dirigieron a la zona de la planta que ocupaba la oficina personal del señor Quentin—. Tu hogar a partir de ahora.

—He dicho que solo por esta tarde, Pat —susurró Sephy cuando la otra abrió la puerta que tenían delante.

Sephy había ido a la planta alta varias veces por asuntos de trabajo y siempre había encontrado la decoración un tanto surrealista, dado el lujo y la ostentación que había por allí.

—Seguro que me va a tratar como a los demás —dijo.

—¿Y cómo trato a los demás, señorita…?

Sephy oyó a Pat contener la respiración, pero todos sus sentidos estaban enfocados en el hombre alto y moreno que, evidentemente, estaba a punto de abandonar la habitación cuando ellas abrieron la puerta. Había hablado algunas veces con él en los seis años que llevaba en la empresa, unas breves y educadas palabras en la consabida fiesta de Navidad de la empresa y en las raras ocasiones en que habían coincidido en los ascensores, pero ella siempre se había puesto muy nerviosa ante la perspectiva de decir algo equivocado y se había alejado tan pronto como le había sido posible. Pero ahora estaba claro que había dicho algo equivocado de verdad y no había ninguna posibilidad de retirada.

Miró desesperadamente a esas duras facciones, donde los ojos azules destacaban contra su piel morena, con una expresión cruelmente irónica.

Y eso le causó algo, una especie de ira que se le agarró al estómago, así que antes de darse cuenta de lo que hacía, le dijo muy contornadamente y manteniéndole la mirada:

—Eso lo sabe usted mucho mejor que yo, señor Quentin.

Pat pareció como si se fuera a desmayar allí mismo y, por primera vez en su vida, oyó balbucear a esa mujer, que tenía fama de comerse cruda a la gente.

—Señor Quentin, esta es Seraphina, de Atención al Cliente. Lleva seis años con nosotros y he pensado que podría ser una buena sustituta temporal para la señorita Watkins. Por supuesto, si usted cree que…

El hombre levantó una mano autoritariamente e, inmediatamente, Pat se calló.

—¿Cree que trato injustamente a mi personal, Seraphina? —preguntó suavemente.

A Sephy le pasaron por la cabeza un montón de cosas a toda velocidad. No se podía creer que le hubiera hablado así a Conrad Quentin y el corazón le latía como un tambor mientras el pánico le recorría el cuerpo. Ese podía ser el fin de un trabajo muy interesante y bastante bien pagado. Y también podía serlo de su piso nuevo al que se acababa de mudar y que tanto había tardado en encontrar. Y si la echaba, eso sería una marca desfavorable para ella, si él no quería que el señor Harper diera buenas referencias de ella, ¿cómo iba a poder encontrar otro trabajo?

Todo el mundo sabía que Conrad Quentin era un tipo despiadado, ¡y la gente no le hablaba así! ¡Ni siquiera respiraban si él no lo decía! La única explicación era que debía haberse vuelto loca. ¿Si se disculpaba y se rebajaba lo suficiente él se olvidaría del asunto?

Y entonces algo en esa mirada helada le indicó que él sabía exactamente lo que estaba pensando y que estaba esperando que lo hiciera.

Y entonces, sin saber cómo, Sephy se oyó decir:

—Eso parece, si todo lo que he oído es cierto, señor Quentin, pero por supuesto, como no he trabajado personalmente con usted, no lo puedo decir con certeza.

Cuando terminó, levantó desafiantemente la barbilla mientras esperaba que la tormenta se desatara sobre su cabeza.

Él la miró fijamente durante un rato, pero Sephy le mantuvo la mirada.

Por fin, Conrad Quentin se dignó a hablar.

—Entonces será mejor que rectifiquemos ese pequeño punto para que pueda juzgar basándose en los hechos más que en lo que se dice.

Luego inclinó la cabeza hacia Pat y añadió:

—Gracias Pat, estoy seguro de que Seraphina es muy capaz de arreglárselas sola.

—Sí, por supuesto, le iba a mostrar donde está todo, pero… —balbuceó de nuevo Pat y retrocedió hasta la puerta.

Luego salió de allí a toda prisa y cerró de nuevo la puerta, dejándola a solas con el jefe de Quentin Dynamics.

Era muy alto. Y grande, musculoso. Con una esbeltez que indicaba que se cuidaba bastante y se mantenía en forma.

—¿Así que ha trabajado para nosotros desde hace seis años?

Su voz era profunda, inolvidable. Sephy respiró profundamente varias veces hasta que estuvo segura de que tenía controlada la voz.

—Sí, es cierto. Esa es una de las razones por las que Pat pensó que usted me preferiría a mí en vez de a una temporal.

—Yo no utilizo trabajadores temporales.

Esos ojos azules que parecían láseres no habían dejado de mirarla a la cara ni por un momento y a ella le estaba costando mucho trabajo no bajar la mirada.

—Oh…

—Mi secretaria siempre hace coincidir sus vacaciones con las mías y casi nunca se enferma. Eso no encaja con mi agenda.

A Sephy eso le pareció gracioso y dijo justo antes de ver un destello de diversión en los ojos de él:

—Está de broma.

—Más de una verdad importante se ha dicho de broma, Seraphina.

Conrad se dirigió entonces a los archivos y dijo:

—Póngase al día inmediatamente con todo esto. Los archivos más confidenciales están en mi despacho. Hay dos juegos de llaves. Yo tengo uno y la señorita Watkins el otro. Con suerte, no será necesario que tengamos que pedírselo, espero que esté pronto trabajando de nuevo con nosotros.

No tanto como ella, pensó Sephy. De repente, su antiguo trabajo con el señor Harper le pareció como un oasis en el desierto y sintió nostalgia de él.

El señor Harper podía ser un vago y pasarse soñoliento la mayor parte del tiempo, aparte de que su higiene personal dejara mucho que desear a veces, pero era un tipo genial y muy dedicado a su familia.

Por otra parte, Conrad Quentin era como una brillante estrella negra que mantenía a sus planetas orbitando febrilmente a su alrededor. No se trataba solo de que fuera un multimillonario con una bien ganada reputación de despiadada arrogancia, que exigía el cien por cien de compromiso por parte de sus empleados, era él, el hombre en sí mismo lo que la impresionaba.

Su viril masculinidad era enfatizada más que ocultada por la ropa cara que llevaba, y ese aura de poder y dinero que lo rodeaba era tan real que la podía saborear. Él era todo lo que no le gustaba en un hombre.

Pero no tenía que gustarle, se recordó a sí misma cuando vio que él estaba esperando su respuesta. Sonrió y le dijo educadamente:

—Seguro que así será, señor Quentin.

Con un poco de suerte, Madge volvería antes de que terminara la semana.

No era que ella tuviera muchas posibilidades de durar tanto tiempo, la mitad de un día ya sería bastante, pensó.

Él asintió y cerró la puerta que comunicaba el despacho exterior con el suyo propio mientras decía:

—Veinte minutos, Seraphina, luego quiero que pase con la carpeta Breedon, la Eithorn, papel y lápiz.

Cuando se cerró la puerta, Sephy se apoyó por un momento en la mesa maldiciendo a Pat por haberla coaccionado para que aceptara ese trabajo.

Pero se enderezó inmediatamente cuando la puerta se volvió a abrir y él asomó la cabeza y le dijo:

—¿Por qué no la he visto antes si lleva trabajando aquí seis años?

Ella estuvo a punto de contestarle que porque no era del tipo de mujer fatal, rubia y con una figura de las que hace volverse a los hombres con las que él solía salir, sino una chica muy normal, con ojos castaños y con algún kilo de más, pero pensó que eso sería tentar demasiado a la suerte, así que sonrió y respondió tranquilamente:

—Me ha visto, señor Quentin. Hemos hablado por lo menos en dos o tres ocasiones.

—¿Sí? No lo recuerdo.

Estaba claro que él pensaba que era culpa de ella, así que respondió con una aspereza difícil de contener:

—No hay ninguna razón para que lo haga, ¿verdad? Después de todo, es un hombre muy ocupado y no puede conocer a todos los que trabajan para usted, y teniendo en cuenta la forma en que se ha expandido con los años…

—Espero que se esté refiriendo a la empresa, no a mi cintura —dijo Conrad sonriendo.

Solo fue un leve destello de dientes blancos y enseguida cerró de nuevo la puerta, pero fue más que suficiente como para dejarla estupefacta por unos momentos. Esa sonrisa había transformado su rostro por completo… Había sido algo devastador. Y eso la preocupó más que nada de lo que le había sucedido ese día.

Pero no podía pensar en ello en ese momento, así que respiró profundamente y miró a los archivos. Estaba allí para sustituir a la formidable Madge y tenía que hacerlo razonablemente. Había sido ella quien había llevado casi todo el peso de la sección de Atención al Cliente durante cuatro años, así que podía hacerlo. Tenía que hacerlo.

Veinte minutos más tarde en punto, llamó a la puerta del despacho interior con las carpetas y papel y lápiz bajo el brazo.

Deseó haberse puesto algo más nuevo y bonito que la sencilla blusa blanca y falda negra que llevaba, pero ya era demasiado tarde.

Dejó de pensar en esas tonterías cuando él la hizo pasar.

Conrad Quentin no la iba a mirar a ella, sino a la eficiente máquina que quería que fuera.

Entró y se dirigió al fondo del despacho, donde él tenía su enorme mesa de despacho. Antes de llegar, vio la vista que se apreciaba desde los ventanales de casi todo Londres. El lujo que había en esa habitación hacía que el despacho del señor Harper pareciera una cueva.

—Siéntese, Seraphina.

—La verdad es que es Sephy —dijo ella mientras se sentaba delante de su mesa.

Luego cruzó las piernas, se obligó a mirarlo y añadió:

—Nunca utilizo mi nombre completo.

—¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo?

Conrad había estado trabajando en unos papeles, pero se echó atrás en su sillón y cruzó las manos tras la cabeza, un gesto que hizo que se le marcaran los músculos de los brazos, y la miró con los párpados entornados.

También se había aflojado la corbata y abierto los botones superiores de la camisa, dejando ver una sombra de vello en la base del cuello.

Sephy se aclaró la garganta, que se le había secado de repente.

—No me pega. Incluso mi madre tuvo que admitir que se había equivocado, pero yo nací el doce de marzo y, en el santoral, era el único nombre femenino que hay en esa fecha.

Él no dijo nada, así que Sephy añadió:

—Aunque podía haber sido peor, ya que en esos días también hay nombres como Gertrudis o Eufemia, así que tal vez deba estar agradecida. Pero Seraphina sugiere una criatura etérea, cosa que yo no soy.

Él se echó hacia delante, recorriéndola con la mirada.

—Yo creo que Seraphina le pega y ciertamente, no tengo ninguna intención de llamarla por ese ridículo sobrenombre que es Sephy. Es la clase de nombre que se le puede poner a un caniche. ¿Tiene un segundo nombre?

—No.

—Es una pena. Bueno, ¿cómo de familiarizada está con el proyecto Einhorn?

Por suerte, se había pasado las semanas anteriores viéndoselas con los problemas inherentes a ese asunto en particular, y los últimos veinte minutos repasando la carpeta para ver si había alguna cosa confidencial que no hubiera pasado antes por su sección.

—Mucho —respondió.

—¿De verdad? —le preguntó él levantando una ceja—. Cuénteme lo que sabe.

Ella se quedó pensando un instante, tratando de poner en orden lo que sabía, y luego habló tranquilamente, describiendo lo que había sido algo desastroso desde el principio, por una serie de errores que pensaba que debía poner de manifiesto.

Mientras la escuchaba, él bajó la mirada frunció el ceño. No la miró ni una sola vez hasta que acabó. Cuando lo hizo, levantó la cabeza y le dijo:

—¡Cerebro y belleza! Bueno, bueno, bueno. ¿Es que he encontrado un tesoro aquí?

Luego añadió antes de que ella pudiera responder:

—¿Así que opina que debemos ir a por todas en esto?

Probablemente no fuera muy inteligente por parte de ella decirle que su empresa había cometido un montón de errores en algo que podía haber sido muy sencillo cuando llevaba menos de media hora trabajando para él, pero respiró profundamente y le dijo:

—Sí, eso creo.

—¿Y el informe del señor Ransome, en el que recomienda que simplemente debemos reducir el coste del nuevo software?

El tal señor Ransome lo que había tratado era de tapar sus propios fallos, pero Sephy decidió no ser tan clara.

No respondió inmediatamente y él entornó de nuevo los párpados antes de que ella dijera tranquilamente: