Seis noches de seducción - Maureen Child - E-Book

Seis noches de seducción E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

¡De secretaria invisible… a sirena irresistible! ¿Cuándo había cruzado la línea? Para Tessa Parker lo más embriagador de trabajar en la destilería Graystone Spirits era su jefe, que era un territorio prohibido. Sin embargo, no había conseguido que Noah Graystone, director de la empresa, la considerara algo más que su eficiente secretaria. Al final, harta, presentó su dimisión, aunque accedió a ir con Noah a Londres de viaje de negocios y aprovecharlo para tener una aventura sin compromiso. Pero ¿esos seis días apasionados serían su última oportunidad?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Maureen Child

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Seis noches de seducción, n.º 2149 - julio 2021

Título original: Six Nights of Seduction

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-687-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

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Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Llama a Matthew –Noah Graystone miró a su secretaria, Tessa Parker–. Quiero saber cómo va la búsqueda de un distribuidor en Míchigan.

Tessa tomó nota en el iPad y dijo:

–Veo que va a llamar a las cuatro para ponerte al día.

Noah volvió a mirarla, esta vez fijamente, a los azules ojos.

–Ya sabemos que no lo va a hacer. Es un estupendo vendedor y tiene buenos clientes, pero informar a la hora convenida no es uno de los puntos fuertes de mi hermano menor.

Los tres hermanos Graystone trabajaban en la destilería Graystone Fine Spirits y habían convertido el sueño de su abuelo en una empresa multimillonaria. Pero Noah sabía, hacía tiempo, que ni su hermano ni su hermana estaban tan comprometidos con el negocio como él.

Su despacho, en la última planta de un edificio de Newport Beach, en California, tenía vistas al puerto y al mar, aunque él pasaba la mayor parte del tiempo mirando la pantalla del ordenador. El despacho era grande y lujoso. En las paredes colgaban fotografías de la destilería y las estanterías estaban llenas de los premios que habían ganado los licores que en ella se producían.

Pero faltaba uno, que Noah estaba resuelto a ganar: el del mejor vodka del mundo. El vodka Graystone era creación de su abuelo, y Noah centraba sus esfuerzos en ganar esa distinción en su recuerdo de él. Cuando lo hubiera conseguido, seguiría ganando todos los premios existentes. No se detendría ante nada.

–Sí, Matthew no respeta los horarios, pero tú eres tan puntual que le sacas las castañas del fuego.

Noah enarcó las cejas.

–¿Es una indirecta?

–Posiblemente –miró la tableta y dijo–: Tu hermana ha mandado un correo electrónico para decirte que tiene que hablar contigo de las ofertas que está llevando a cabo.

Su hermana Stephanie era la directora de operaciones, así que él no tenía por qué actuar como tal.

–Dile que haga lo que mejor le parezca. Además, hoy no tengo tiempo para otra reunión.

–Muy bien. Hablando de reuniones, y de esta no te puedes librar, la que tienes con la empresa que va a realizar las nuevas etiquetas se ha trasladado a las tres.

–¿Qué? –el horario de Noah era inamovible, y él esperaba lo mismo de las personas con las que trabajaba–. ¿Por qué?

–Parece que la canguro de la señora Shipman no puede ir hoy. Se reunirá contigo en cuanto llegue su madre para quedarse con los niños.

¿Por qué las familias con hijos se empeñaban, además, en dirigir empresas? O una cosa o la otra. Las dos a la vez no podían hacerse bien. Era el motivo principal por el que evitaba cualquier clase de compromiso con una mujer. Hacía tiempo que había decidido dedicar su vida a honrar a su abuelo y a enmendar lo que su padre había estado a punto de destruir.

Cuando deseaba a una mujer la tenía, pero no dejaba que se quedara mucho tiempo. Si eso lo convertía en un canalla, al menos era sincero.

Negó con la cabeza y murmuró:

–Me está bien empleado por arriesgarme con un empresa pequeña.

–Recuerda que hicimos un concurso para encontrar una nueva porque nuestro fabricante de etiquetas se había quedado anticuado.

–Lo recuerdo –fue idea de Stephanie. Recibieron miles de propuestas de empresas grandes y pequeñas y la publicidad aumentó las ventas durante meses.

–Pues tranquilízate y dale la oportunidad a la señora Shipman de demostrarte que te equivocas. Tiene muy buena reputación y sabes perfectamente que el logotipo que ha ideado es fantástico.

Noah la miró con el ceño fruncido. Llevaba cinco años trabajando para él. ¿Lo había visto relajarse alguna vez?

–Nada de eso importa, si sus hijos le impiden trabajar.

–No lo hacen. Solo la han retrasado un poco hoy. Y tú vuelves a hacer lo mismo.

–¿El qué?

Ella ladeó la cabeza y el cabello rubio se le desplazó hacia el hombro.

–Lo de que, si las cosas no se hacen como quieres, tenemos una crisis.

Noah la fulminó con la mirada y no le extrañó que ella no se inmutara. Había dejado de hacerlo un mes después de empezar a trabajar y a veces discutía con él, cuando creía que estaba equivocado. Ahora no se equivocaba. Casi nunca lo hacía.

Sin embargo, se había percatado de que le resultaba útil su sincera opinión, aunque él no estuviera de acuerdo con ella.

–Muy bien, la señora Shipman a las tres.

Ella apuntó algo en la tableta. Él fingió que no había visto la sonrisita de satisfacción que esbozó. A menudo, evitaba mirar a Tessa porque, como era su empleada, no era correcto que percibiera el aroma a flores de su cabello ni se fijara en las curvas de su cuerpo, que él no podía tocar. Así que, en vez de despedirla y contratar a una secretaria menos atractiva y eficiente, fingir era su única opción.

–No te olvides de que nos vamos a Londres dentro de unos días.

–Es poco probable que me olvide.

Él tampoco lo haría. Los premios internacionales a los mejores licores del año incluían los que se concedían a los mejores vodkas, y eso no se lo perdería por nada del mundo. Entre las grandes marcas que se presentaban, el vodka Graystone era un recién llegado, por lo que tenía pocas posibilidades de ganar. Pero el concurso era importante, porque se darían a conocer, se hablaría de ellos. Y, al año siguiente, lo ganaría y brindaría a la memoria de su abuelo.

–Tengo que zanjar algunos asuntos antes de que nos vayamos, entre ellos el de la nueva etiqueta. Espero que la señora Shipman venga.

–Lo hará. Y quedará zanjado el asunto a las tres, en vez de a las dos –dijo Tessa. Y añadió–: Creí que serías algo más comprensivo. Callie Shipman dirige la empresa de su difunto esposo. Quiere expandirla y crear algo para su familia. ¿Te suena?

Noah se tragó su respuesta. Claro que le sonaba, ya que era lo que él estaba haciendo con la destilería fundada por su abuelo.

–La diferencia está en que yo mantengo mis citas.

–Y ella también lo hará. A las tres.

Como no podía hacer nada al respecto, Noah se dio por vencido.

–Muy bien.

–El hotel Barrington de Londres nos ha enviado un correo electrónico para confirmar las reservas y asegurarnos que tendrás las cosas especiales que has solicitado.

–Perfecto –sabía que Tessa hacía las cosas bien, aunque a veces lo distrajera, como, por ejemplo, ahora: ¿por qué olía tan bien? Pero era la persona más organizada que conocía. La verdad era que no sabía lo que habría hecho sin ella los cinco años anteriores.

–¿De verdad necesitas sábanas de mil ochocientos hilos? –preguntó ella.

–Si las probaras, no me lo preguntarías.

–¿Es una invitación?

–No.

Ella no estaba flirteando, sino que tenía sentido del humor. Aunque si no fuera su secretaria… Largo cabello rubio, ojos azules como el cielo de verano, piel suave y blanca, alta y con más curvas de las que estaban de moda.

«Y la estás mirando. Basta», se dijo con firmeza.

–De acuerdo. El director del hotel también te ha conseguido el coche que quieres, aunque escapa a mi comprensión que tenga que ser un Aston Martin.

–James Bond –bromeó él.

–Claro –se dio golpecitos en la barbilla con el dedo–. Tal vez pueda conseguirte una reunión con M y Q.

Noah la miró, sorprendido.

–¿Te gusta James Bond?

–En dos palabras: Daniel Craig.

–¿En serio? ¿Es tu tipo?

–Veamos: guapísimo, fuerte, musculoso. Y, además, está el acento.

Él la miró con el ceño fruncido, aunque no sabía por qué le molestaba que a ella le atrajera un actor.

–Bueno, yo lo que quiero es su coche.

–Por supuesto.

–Me parece que no lo apruebas, pero me da igual.

–Muy bien. La embotelladora de Arizona tiene problemas para atender los últimos encargos que le hemos mandado.

–Son buenas noticias, porque eso significa que pronto tendremos que contratar otra embotelladora. Dile a Stephanie que comience a tantear el terreno.

Llevaba años trabajando para dar aquel paso adelante. Estaba muy bien que la familia tuviera dinero, ya que hacía más fácil dirigir la empresa. Sin embargo, reconstruir Graystone Spirits era la fuerza motriz de su vida y no pararía hasta que hubiera llevado la empresa a lo más alto.

–Graystone va a crecer como nunca y nos harán falta empresas que estén a la altura.

–Se lo diré a Stephanie.

–¿Algo más sobre el viaje a Inglaterra? –preguntó él.

Era importante tanto para él como para el futuro de la empresa.

Graystone llevaba veinte años hundiéndose; mejor dicho, hasta el momento en que él, hacía diez años, se había hecho cargo de la empresa y se había esforzado en cambiar de rumbo. Ahora se hallaba en el buen camino. Un día brindaría ante la tumba de su abuelo para decirle que su nieto había salvado su sueño.

Aunque la fortuna familiar procedía del whisky, su abuelo soñó con crear un vodka de primera clase como homenaje a su padre. Pero se dejó vencer por su espíritu competitivo y convirtió el whisky en una marca de fama mundial, y el vodka pasó a segundo plano. Trabajaba en él cuando podía y se juraba que un día sería tan famoso como las distintas clases de whisky de la destilería. Y podría haber sucedido, si el padre de Noah no hubiera tomado las riendas de la empresa y hubiera acabado con aquel sueño.

Jared Graystone quería el dinero de la familia, pero no le interesaba hacerlo crecer ni proteger las empresas que le proporcionaban el estilo de vida que tanto le gustaba. Eso no había afectado a la mayoría de los negocios, porque los protegía la junta directiva. Sin embargo, el vodka Graystone se quedó solo, por lo que a Jared le resultó muy fácil hundirlo.

Se dedicó a las mujeres y la buena vida y murió como había vivido: en un coche, con su última amiga, los dos borrachos, despeñándose por un acantilado y cayendo al mar.

Después de tantos años, a Noah, su padre le seguía produciendo ira y vergüenza.

–¿Noah?

Parpadeó y abandonó sus pensamientos. Tessa lo miraba inquisitivamente.

–¿Estás bien?

–Sí –se obligó a centrarse en el presente y olvidar el pasado.

–Ya –Noah percibió la curiosidad en su voz, pero no iba a satisfacerla. Al final, Tessa se encogió de hombros y siguió hablando.

–Están revisando el avión para que esté a punto para el vuelo. Y tu madre ha vuelto a llamar.

Noah se recostó en la silla. Su madre se había vuelta a casar y vivía en las Bermudas, de lo cual él se alegraba. Era indudable que había tenido que soportar lo indecible por culpa de su padre. Se merecía ser feliz, Sin embargo, él no tenía tiempo ni ganas de oírla decir que estaba desperdiciando la vida por trabajar; de que le recordara que su querido abuelo había pasado más horas en la empresa que con su familia; que el tiempo pasaba y, si no hacía algo pronto, acabaría siendo el multimillonario más solo del mundo.

No se sentía solo. Nunca lo estaba, a no ser que lo deseara. Tenía amigos. Tenía mujeres cuando le apetecía. Y en cuanto a trabajar en exceso, no había hallado otra cosa que lo cautivara tanto como la empresa y su deseo de convertir el vodka Graystone en el mejor del mundo. Y si debía pasarse la vida trabajando para conseguirlo, lo haría.

–¿Ha dejado un mensaje?

Tessa consultó las notas de la tableta.

–Ha dicho, textualmente: «Dile que no puede evitarme eternamente».

No la evitaba. Simplemente, estaba ocupado.

–La llamaré después.

Tessa lanzó un bufido.

–¿A qué viene eso?

–Sabes perfectamente que no vas a hacerlo.

–¿Ah, sí? –contratacó él.

–No quieres que te diga que tienes que tener una vida fuera de la empresa.

–La tengo, gracias.

–Seguro.

Noah alzó la vista y la miró enojado. Tenía el rostro tenso. En los cinco años que llevaba trabajando para él, nunca había observado nada en ella que no fuera profesional. ¿Por qué ese día no era así?

–¿Qué te pasa?

 

 

Tessa respiró hondo.

–Intento hallar el modo de decirte que lo dejo.

–¿El qué? –preguntó él con el ceño fruncido.

Ella puso los ojos en blanco.

–El trabajo, Noah. Renuncio.

–No seas absurda –dijo él riéndose.

–No lo soy –Tessa lo observó, esperando a que procesara lo que le acababa de decir. Cuando lo hizo, la miró desconcertado.

–¿Hablas en serio?

–Totalmente –llevaba varios meses meditándolo y había llegado a la conclusión de que la única manera de tener vida propia era dejando el trabajo y al hombre al que quería. Y cuanto antes, mejor.

–¿Por qué vas a dejarlo? –preguntó él al tiempo que se levantaba de un salto.

No podía explicarle el motivo fundamental de su renuncia. No iba a decirle que llevaba enamorada de él prácticamente desde que habían comenzado a trabajar juntos. Sería penoso.

Así que él dio el segundo motivo, que, en cierto modo, era tan importante como el primero.

–Porque quiero tener tiempo para centrarme en mi negocio. He ahorrado el dinero suficiente para ser autónoma.

–¿Tienes un negocio?

Tessa quiso lanzar un suspiro, pero no se molestó en hacerlo. Ya le había hablado de eso varias veces, en los dos años anteriores, pero, si no tenías «vodka» estampado en la frente, ni te escuchaba ni te veía.

–Sí. Hago velas, lociones y jabones y los vendo en internet. Y las ventas comienzan a subir. Quiero dedicarme a eso.

Él se pasó las manos por el rubio cabello y negó con la cabeza.

–Si has montado el negocio mientras trabajabas aquí, ¿por qué vas a dejar de hacerlo?

Porque no podía soportar seguir llegando al despacho otros veinte años y continuar enamorada y fingir que no lo estaba; porque no le gustaba concertarle citas para cenar con una modelo o una actriz; porque no le gustaba comprar regalos a mujeres con las que se acostaba una noche y mandárselos con una nota de agradecimiento y despedida. Todo tenía un límite.

–Porque, a diferencia de ti, Noah, quiero tener una vida fuera del despacho.

–Acabas de decirme que la tienes.

–No. Lo que tengo son cortos periodos de tiempo que puedo dedicar a mi trabajo, porque estoy de guardia para ti las veinticuatro horas del día, fines de semana incluidos.

–Exageras.

–¿Ah, sí? ¿Dónde estaba el domingo pasado por la noche? En tu ático, porque me llamaste a las once y media para decirme que se te habían ocurrido una serie de ideas para los vodkas varietales que vas a producir la primavera que viene. Me necesitabas para que investigara y me asegurara de que íbamos a crear algo nuevo.

–Fue algo inusual.

–¿En serio? El día antes estaba con una amiga y me mandaste un mensaje para decirme que fuera al despacho a recoger el archivo de Finnegan y te lo llevara a casa.

Había estado en su casa, en los acantilados de Dana Point, innumerables veces durante los cinco años anteriores. Pero, pensó ella, nunca había subido al piso superior ni había estado en su dormitorio. Para ella era la tierra prometida, y probablemente nunca la vería, porque él no la miraba de una forma que le indicara que verdaderamente la veía.

–Era importante. El viejo Finnegan trataba de impedir la fusión y…

Ella no lo dejó acabar porque, cuanto más hablaran de aquello, más le parecería que hacía años que debería haberse marchado. Nada iba a cambiar entre ellos, por lo que seguir allí esperando que las cosas fueran distintas no la ayudaba en absoluto.

–¿No te das cuenta? Siempre es importante, Noah. Dejé a mi amiga en el cine, vine aquí, agarré el archivo y me pasé las diez horas siguientes en tu casa trabajando –frunció el ceño al recordarlo y añadió–: Acabé durmiendo en el sofá del salón porque, por muy motivado que estés, yo necesito dormir. Y, después de todas las molestias, acabé con tortícolis.

–¿Se trata del sueldo? Te lo subiré.

Ella volvió a suspirar, sin poder evitarlo. Él no lo entendía, y estaba segura de que lo hacía a propósito.

–No se trata de dinero.

Él rodeó el escritorio y se detuvo frente a ella. Durante unos segundos, Tessa tuvo la fantasía de que la tomaría en sus brazos y le declararía que la amaría eternamente. Estuvo a punto de echarse a reír.

–¿Quieres un coche de la empresa?

–No me escuchas. Tampoco quiero un coche, sino una vida propia, Noah. Y si sigo trabajando para ti, no la tendré –observó el lujoso despacho y se detuvo a contemplar el mar por los ventanales, antes de volver a mirarlo–. Acabaré como tú, que solo vives entre estas cuatro paredes, sin tiempo para la amistad ni el amor.

–¿Lo dices en serio? ¿Mi madre no ha podido hablar conmigo, pero lo ha hecho contigo?

–Aunque no te lo creas, no me hace falta que tu madre me diga que es importante tener a alguien a quien querer.

–No te impido hacerlo.

Claro que se lo impedía, porque era a él a quien quería. Pero estaba tan ciego a todo lo que no fuera el vodka Graystone que ni siquiera la veía. Para él, era una eficiente pieza del mobiliario del despacho, una buena impresora, un ordenador de primerísima calidad.

–No quiero discutir contigo, sino decirte que me marcharé dentro de quince días. Si quieres que entreviste a candidatos al puesto, lo haré.

–No –se metió las manos en los bolsillos–. No quiero seguir hablando de esto ahora. Llama a Finnegan. Tengo que ultimar algunos detalles.

–Muy bien –Tessa se dirigió hacia la puerta.

–Esto no se ha acabado, Tessa.

–Me temo que sí, Noah.

Salió del despacho sintiéndose como la superviviente de un naufragio que ha alcanzado la playa. Le temblaban las piernas y tenía el pulso acelerado, pero lo había hecho: había presentado su dimisión. Ahora solo tenía que resistir otras dos semanas.

Tessa conocía muy bien a Noah, y sabía que intentaría por todos los medios que se quedase.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Tessa se detuvo y respiró hondo. No había sido fácil, pero lo había hecho. Y había sobrevivido.

Y, al cabo de dos semanas, sería libre . Trabajaría desde casa en su propio negocio. No tendría que ir allí todas las mañanas y estar con un hombre que la miraba sin verla. Aunque no toda la culpa era suya, se dijo. Suponiendo que él se sintiera atraído por ella, como era su jefe, no podía decírselo. Pero Tessa llevaba cinco años pensando eso mismo, y ya no se lo creía. Noah jamás había dado muestras del más mínimo interés por ella. Así que, en vez de seguir deseando a un hombre que no la veía, había llegado el momento de marcharse.

El teléfono de su escritorio estaba sonando.

–Despacho de Noah Graystone.

–Hola, Tessa.

Matthew Graystone llamaba siete horas antes de lo acordado. El hermano de Noah era impredecible.

–Hola, Matthew. ¿Qué tal el viaje?

–Muy bien. Por eso tengo que hablar con el jefe.

–Te lo paso.

–Gracias.

Llamó a Noah para decirle que su hermano estaba al teléfono.

Cuando colgó, se sumergió en el trabajo, cosa que siempre hacía para mantener la mente ocupada. Al cabo de una hora, sin embargo, tuvo que reconocer que esa vez no le servía. Ya que había puesto en marcha su plan, no dejaba de preguntarse si había hecho lo correcto.

Claro que sí. Pero una vocecita en un rincón del cerebro le insistía en que no volvería a ver a Noah, lo cual hacía que se replanteara la situación. Y eso era exasperante, porque la razón de su renuncia era poner distancia entre ambos.