Serendipity - Marissa Meyer - E-Book

Serendipity E-Book

Marissa Meyer

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Beschreibung

¿Acaso no vivimos por los clichés románticos? Amigos que se aman en secreto, enemigos que se desea y esos que fingen salir para causar celos. Por no hablar de los que descubren con sorpresa que solo hay una cama. O los que quieren expresar sus sentimientos con un gran gesto romántico destinado al fracaso. La fabulosa autora de Las crónicas lunares, Heartless y Renegados, Marissa Meyer, reúne a un combo explosivo de autores en esta antología que toma lo mejor de las historias de amor y lo reinterpreta. ¿El resultado? Un libro que va a robarte el aliento. Y el corazón. NUEVO LIBRO DE MARISSA MEYER, autora best seller de LAS CRÓNICAS LUNARES, RENEGADOS Y HEARTLESS

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Para todos los románticos incorregibles –M.M.

ADIÓS, PIPER BERRY

(La relación falsa)

JULIE MURPHY

PIPER

Todas las películas icónicas para adolescentes que mis papás me hicieron ver me prepararon para el momento en que un chico arrojara piedritas a la ventana de mi habitación en plena noche. Pero nunca pensé que sería yo la que arrojaría las piedras ni que sería a la ventana de Gabe Rafferty a las cuatro de la madrugada. Aunque fue de ayuda el hecho de que, para tirar piedras a la ventana de Gabe, solamente tuve que abrir la mía, y en lugar de piedras, estaba lanzando cuentas de plástico de un juego para hacer brazaletes que me dio mi tía Sylvia porque piensa que todavía tengo once años.

–Chsss, Gabe –llamé–. ¡Chsss!

Se encendió una luz en la habitación de Gabe, al tiempo que su silueta se levantaba a los tumbos de la cama. Después de un minuto, abrió la ventana para hablar conmigo, como tantas otras veces.

–Él lo siente mucho –juró Gabe por millonésima vez mientras se frotaba los ojos y se ponía las gafas de marco negro–. ¿Qué hora es?

–Sí, lo he escuchado decir esa frase muchas veces, pero no creo que entienda lo que significa –dije, mientras me asomaba por la ventana a respirar el aire húmedo de la noche–. Él podrá sentirlo todo lo que quiera –le dije a Gabe–. Pero lo nuestro se terminó. Se terminó en el momento en que tuvo la idea de meterle la lengua hasta la garganta a Carolyn Daniel.

El grueso labio inferior de Gabe se frunció.

–Esto es una mierda. Estamos empezando el último año. Se supone que deberíamos divertirnos como nunca. Todos juntos.

–No hagas de cuenta que fui yo la que arruinó del todo nuestro grupo de amigos, Gabe.

–Bueno, si estás tan decidida a no perdonarlo, ¿por qué estás arrojando porquerías contra mi ventana como si fueras una ardilla enojada con un solo objetivo en mente?

Me reí, sentada en el marco de la ventana con una pierna colgando de un lado.

–¡Yo no tengo nada de ardilla, Gabe!

–¿Qué quieres, Piper? –dijo él con un bostezo.

–Sé que lo sabías.

Gabe Rafferty nunca supo mentir, desde aquella vez en que los dos teníamos seis años y él intentó encubrirme y hacerse cargo cuando hice caca en la piscina durante la fiesta de cumpleaños de Victoria Treviño. La señora Treviño le vio la cara redonda con las mejillas sonrojadas y enseguida se dio cuenta, igual que yo en este momento.

–¡Lo sabía! –chillé en voz baja–. Gabe Rafferty, eres un desgraciado. ¡Lo sabías! ¡Lo supiste todo este tiempo!

–No es justo –dijo él–. Conoces todo lo que me delata.

–Llamar a la forma en que todo tu cuerpo reacciona cuando están a punto de pescarte mintiendo “lo que te delata” es muy generoso. Tu rostro se convierte en un cartel luminoso.

–Empiezo a sentirme bastante victimizado –dijo Gabe mientras pasaba con dificultad su cuerpo grandote por la ventana abierta. Aterrizó en el césped con un golpe seco, y se quejó al ponerse de pie. Antes dejaba un cajón de madera entre nuestras casas para poder pararse sobre él, pero ahora era tan alto que podía asomarse por mi ventana como si fuera una jirafa en un safari en auto.

–Gabe, hablo en serio. ¿Cómo no me dijiste que Travis me engañaba?

Él metió la cabeza por la ventana y juntó las manos en un gesto de oración.

–Dijo que pasó una sola vez, Pipe. Lo juro. Además, ya se habían besado en el escenario… Supuse que no sería muy distinto.

–Bueno, obviamente fue distinto –dije, intentando sin éxito disimular el dolor en la voz.

Gabe siempre defendía a Travis primero. Así como yo siempre defendía a Maisie, pero ella tenía un año más que nosotros y ya había comenzado su primer semestre en la Universidad de North Texas. Los cuatro habíamos sido amigos desde que nuestras bicicletas tenían cuatro ruedas en lugar de dos. Y aunque Gabe le debía lealtad a Travis antes que a nadie más, igual dolía saber que el vecino de al lado, tierno y crónicamente divertido en quien podía confiar, se había enterado de los engaños de Travis y no me había contado nada en todo este tiempo. Ahora que Maisie no estaba, que Travis resultó ser una basura infiel y que Gabe lo había encubierto, yo no tenía a nadie.

Se me empezaron a llenar los ojos de lágrimas al tiempo que se me estrujaba el pecho con un dolor nuevo.

–Ay, Pipe, no llores.

Gabe se levantó y se deslizó sin nada de gracia por mi ventana. Había un cincuenta por ciento de probabilidades de que mis padres lo oyeran y derribaran la puerta para defenderme de un intruso.

No pude contener la risa ante la imagen de él arrastrándose por el suelo de mi habitación, pero salió como un sollozo.

–¿Qué haces? Tenemos que ir a la escuela dentro de tres horas.

–Tú fuiste la que empezó con esas piedras o nueces o lo que sea que arrojaste contra la ventana.

–Cuentas. Eran cuentas para hacer brazaletes de la amistad. Y no te preocupes, las voy a recoger antes de que Ziggy se las coma –le dije, hablando del pomerania de su mamá, mientras él se ponía de pie.

Gabe dio un paso adelante y me estrechó contra el pecho en un abrazo que se sintió como si me estuviera escurriendo; como si todo su cuerpo fuera una esponja y él absorbiera todo el dolor y el sufrimiento.

–Lo siento muchísimo –dijo, con la voz áspera y apagada por mi pelo.

–Bien –dije haciendo un mohín; y luego di un paso hacia atrás para poder verlo a los ojos–. Bien, porque estás en falta conmigo.

La sospecha le cruzó el rostro como una nube. Así como yo sabía que Gabe no podía mentir, él sabía que yo me aferraba al rencor como si fuera un salvavidas.

–¿De qué hablas?

–Ya sabes de qué hablo. Dejaste que fuera a todos esos ensayos de Adiós, Birdie como una imbécil total. ¡Soy la ayudante de camerino de Carolyn! Tengo que ayudar a la chica con la que me engañó quien fue mi novio durante tres años a ponerse y sacarse el vestuario para que se suba al escenario y lo vuelva a besar.

Gabe hizo una mueca de angustia.

–La verdad es que Travis interpreta muy bien a Albert Peterson.

Travis nos había explicado a ambos, mientras se preparaba para las audiciones, que Conrad Birdie en realidad no era el mejor papel de Adiós, Birdie. ¿Para qué le habían puesto a un musical el nombre de un personaje que ni siquiera es el protagonista?

–¿Podríamos dejar de tratar a Travis como si fuera un dios por un bendito segundo? –pregunté–. Sí, interpretará muy bien al Albert ese, a él todo le sale bien. ¡Hasta hacer cosas a escondidas! Pero no tanto como para que no lo descubran y yo termine humillada delante de toda la escuela. ¡Y tú ni siquiera me avisaste!

–Bueno, bueno –dijo Gabe con un fuerte suspiro–. ¿Qué quieres que haga?

–Fácil. Sé mi novio –respondí sencillamente. No sabía si la venganza era una de las etapas del duelo, pero solo me llevó unos días de lágrimas decidir que quería desquitarme de Travis, y quería que le doliera.

Las mejillas de Gabe se volvieron de un rojo intenso al tiempo que se frotaba las cejas con el dorso de la mano, y era evidente que la mera idea de verme como interés romántico lo ponía terriblemente incómodo. Realmente me subía la autoestima ver que a uno de mis amigos de larga data yo le pareciera tan pero tan desagradable.

–¿Q… qué? ¿Qué quieres decir?

–No mi novio de verdad –aclaré mientras daba un paso hacia adelante, mirándolo con detenimiento–. Nada más que un novio falso durante unos días.

–A, es una idea espantosa. B, ¿no podríamos al menos esperar a la semana que viene, que ya habrá terminado Adiós, Birdie?

–No –le dije–. De hecho, es por eso que no podemos esperar. ¿Qué dices, Gabe? ¿Quieres ser mi novio?

GABE

Según Piper, los novios iban a buscar a sus novias a la escuela. Yo sabía que no era del todo cierto porque Travis solamente tenía la camioneta de su mamá los martes y jueves, pero Piper dejó bien claro que en lo nuestro las apariencias eran fundamentales.

No tendría que haber aceptado, pero resulta que es imposible decirle que no a la chica que has amado desde primer año. Seguramente mi vida hasta ese momento parecía una tortura: mi mejor amigo estuvo de novio con el amor de mi vida por tanto tiempo que estuvieron prácticamente casados durante la secundaria. Pero yo supe desde un principio que, para mí, Piper existiría dentro de una caja de cristal. Yo podría estar cerca de ella y disfrutar de su compañía y su irónico sentido del humor, pero ella nunca sería para mí. Era el chico regordete con cuerpo de papá que no tenía mucha chance con chicas como Piper, en especial si había tenido que competir por ella desde que se mudó junto a mi casa y Travis y yo fuimos corriendo a conocer a la niña de pelo castaño largo, un hermano sabelotodo y dos papás.

Yo me enamoré de ella primero, pero Travis fue el primero en revelar lo que sentía cuando, en cuarto año, le dio una cajita de chocolates en el Día de San Valentín con un pterodáctilo de peluche con la leyenda “¡Eres dino-mita!” en la barriga. Hasta el día de hoy, aún me molesta muchísimo que el chiste del pterodáctilo ni siquiera tuviera sentido. Los pterodáctilos no son dinosaurios. En fin. Observé que esa cosa horrible seguía colgada del tablero de ella cuando me metí por su ventana esta madrugada. Quedé casi estupefacto de que ella no se hubiera deshecho de todo lo que estuviera relacionado con Travis, pero en el instante en que me pidió que fuera su novio falso, lo supe. Esto no era para vengarse de Travis ni hacerlo sufrir tanto como había sufrido ella. Esto era para conquistarlo otra vez.

Piper se quedó callada todo el viaje a la escuela. Quizás estaba agotada por haber dormido nada más que unas horas o se sentía tan incómoda como yo por lo que estábamos a punto de hacer.

Estacioné y apagué el motor; la voz de Taylor Swift se cortó en la mitad de Lover. (Seré swiftie hasta la muerte).

–¿Lista, Pipes? –pregunté.

Ella asintió con la cabeza y dijo:

–Tendríamos que haber llegado más temprano para conseguir un lugar mejor. Para que esto funcione, la gente nos tiene que ver.

Inspiré hondo y me bajé de la camioneta, preparándome para traicionar por completo a mi mejor amigo. Piper se encontró conmigo a mitad de camino, delante del vehículo, y yo hice lo más tonto que hice en la vida. La tomé de la mano. Ella bajó la mirada con aire burlón y observó nuestros dedos entrelazados, perfectamente ubicados como si por fin estuvieran donde debían estar.

–Hay que ser convincentes, ¿no? –pregunté.

Ella asintió con la cabeza, y me apretó la mano apenas.

Entramos a la escuela; las cabezas se volteaban y comenzó a oírse el murmullo de las charlas.

–Deja que nos miren –susurré acercándola a mí.

Ella apoyó la cabeza en mi hombro, y mi corazón… remontó vuelo.

Travis tardó una sola hora de clase en darse cuenta.

–¿Qué carajos, viejo? –preguntó mientras caminaba pisándome los talones. No podía permitir que me viera a la cara, porque se daría cuenta. Se daría cuenta de que estaba mintiendo, como Piper. Alcé las manos y me encogí de hombros.

–Pasó. Pero tú tienes a Carolyn, así que está bien, ¿verdad?

–Tú… rompiste el código de machos –tartamudeó–. Y yo no tengo a Carolyn. ¡Eso fue algo aislado! ¡Te lo dije!

–Trav, a ti te gusta el teatro y yo soy más fan de Taylor Swift que casi todos en esta escuela. Me parece que el “código de machos” no es para nosotros. Y explícame cómo fue que algo aislado terminó pasando cuatro veces.

–Bueno, entonces, el código de mejores amigos –dijo él, que finalmente se puso a la par de mis zancadas, me sujetó del hombro y me dio media vuelta.

Yo medía como quince centímetros más que mi mejor amigo, pero él era superágil por tantos años de girar y revolear a sus compañeras de baile por el escenario de la escuela secundaria Martindale.

–Siempre pensé que había algo entre ustedes dos –afirmó.

La mandíbula se me cayó al suelo y enseguida traté de levantarla.

–¿Q… qué?

–Ustedes siempre se rieron de las mismas cosas sin sentido y sus cuartos están tan cerca que bien podrían estar durmiendo en la misma habitación. Mierda. No puedo creer que haya confiado en ti todos estos años, viejo, y apenas Piper y yo nos tomamos un tiempo, tú me das la espalda.

–No diría que se tomaron un tiempo –espeté–. La engañaste. Tenías todo, Travis. Piper te adoraba. Te veneraba. Fue a todas y cada una de tus funciones y hasta ayudaba tras bastidores. Era tu “amuleto de la suerte” y renunciaste a todo eso por unos besos sudorosos en el clóset del vestuario. Parece que el problema fuiste tú. No yo. –Las palabras salieron de mi cuerpo tan rápido que no pude detenerlas, como una especie de experiencia religiosa.

Desde que él me había contado del suplicio de Carolyn, me hablaba del asunto como si fuera algo para regodearse. Como si fuera algo para estar orgulloso. Una especie de rito de paso masculino. Odié la situación, y guardar el secreto me revolvía el estómago. De hecho, cuando Piper me había preguntado unas horas antes si siempre lo había sabido, yo le habría contado igual aunque no se hubiera dado cuenta. Porque en el fondo, por razones muy egoístas, quería que Piper se enterara. Durante mucho tiempo la había arrinconado en una parte de mi corazón como alguien que siempre estaría en mi vida: una presencia firme que podría percibir pero jamás tocar. Un recordatorio constante de que la amaba con todo mi ser y que tendría que encontrar cierta alegría en solo saber que la tenía cerca y que estaba feliz, pero que nunca sería mía.

–La necesito, viejo –dijo él finalmente–. La necesito tras bastidores conmigo. El profesor McCoy dijo que abandonó por completo la obra. Pero no puedo salir sin que ella me espere en los bastidores.

–Hace solo unas semanas me decías que te parecía que se estaban distanciando, ¿y ahora de pronto la necesitas?

Él se encogió de hombros y dijo:

–Es mi amuleto de la suerte.

–¿No entiendes, Travis? Piper no es tuya. Y las personas no son amuletos. Son personas. Con sentimientos, corazón y sus propios deseos y sueños. Que te vaya bien, amigo.

Piper y yo no almorzábamos a la misma hora. Ella almorzaba en el primer turno y yo en el segundo con Travis. Pero hoy, Travis no estaba por ningún lado, aunque eso no importaba mucho. Yo ya había dicho lo que tenía que decir.

Me senté con el sándwich que me dieron en el mostrador, porque tenía pavor de almorzar fuera de la escuela y terminar interrogado por algún estudiante de tercer o último año sobre mi estado amoroso. Al menos aquí estaba lleno de estudiantes de primer y segundo año demasiado intimidados por mí como para mirarme a los ojos. Y ni siquiera era un deportista popular, pero ser un tipo corpulento venía con ciertos privilegios.

Mi teléfono se iluminó con un mensaje de Piper.

PIPER “PIPES” BERRY:

Hola, novio.

Sonreí al teléfono, hundiendo el mentón contra el pecho para que nadie pudiera ver y respondí.

Hola, novia.

PIPER “PIPES” BERRY:

Esta noche tenemos una cita. Tú conduces. Yo pago. Roma Trattoria.

Epa, ese lugar es muy elegante. También podemos ir a ese camión de tacos que te encanta en la Quinta Avenida. Me gusta el bajo perfil.

PIPER “PIPES” BERRY:

Los novios y las novias van a buenos restaurantes.

Tu decisión.

PIPER “PIPES” BERRY:

Oye… Estaba pensando que deberíamos establecer algunas reglas básicas. Nada más para que nadie salga herido.

Se me desinfló un poquito el corazón.

Claro.

PIPER “PIPES” BERRY:

Regla 1: Contacto físico solamente con el fin de demostrar afecto en público.

Regla 2: Se permiten los besos en los labios en público, pero SIN LENGUA.

Regla 3: Se acaba cuando yo digo que se acaba.

Mis dedos se quedaron encima de la pantalla por un segundo. La regla 3 no parecía justa para nada.

PIPER “PIPES” BERRY:

No lo olvides. Estás en falta conmigo.

Tenía razón. Tal vez yo no era tan malo como Travis, pero ocultarle la verdad a ella sin duda me convertía en una basura en la escala de porquerías. Así que simplemente escribí:

¿Ese lugar tiene un código de vestimenta?

Había un código de vestimenta y tuve que pedirle prestada una corbata a papá. Todas estaban cubiertas de una fina capa de polvo, pero me decidí por una de color azul marino, unos jeans oscuros y una camisa lavanda, regalo de mi mamá para Navidad.

Piper había llamado con antelación y, cuando llegamos, la anfitriona nos condujo a una mesa iluminada con velas, ubicada junto a una ventana con vista al pequeño centro de Goodnight, Texas.

–Nunca he estado en este lugar –susurré mientras la anfitriona me ofrecía el menú, que estaba encuadernado en cuero y era tan pesado que al principio calculé mal el peso y casi se me cayó.

Piper sonrió y dijo:

–Nada más vine aquí a festejar los cumpleaños de la abuela de Travis. –Miró el menú–. La verdad es que lo único que quiero es cualquier cosa con queso.

Piper estaba perfecta esta noche. Ella siempre lo era, pero hoy llevaba un vestido de color celeste pastel que se abría a la altura de la cintura y me daba ganas de saber cómo hacerla girar en una pista de baile o de tener una razón para hacerlo. Tenía el pelo recogido y aún un poco húmedo por estar recién lavado, y llevaba un bálsamo labial rojo cereza. Inevitablemente, me pregunté qué sabor tendría.

Después de pedir la comida, me incliné sobre la mesa y admití:

–La verdad es que nunca había tenido una cita así.

Ella volvió a sonreír y dijo.

–Travis nada más me llevaba a lugares así para los cumpleaños o el día de San Valentín. –Se encogió de hombros–. Estamos en la secundaria. ¿Quién tiene dinero para estas cosas?

–Hablando de... En realidad, no tienes que pagar.

Ella metió la mano en la parte delantera del vestido y sacó una reluciente tarjeta de crédito con el nombre Parker Berry impreso en la parte inferior.

–¿Le robaste la tarjeta de crédito a tu hermano mayor? –pregunté.

–“Robaste” es una palabra muy fuerte. Más bien “tomaste prestada momentáneamente”. Además, él todavía me debe por todas las veces que asaltó mi alcancía para pagar la gasolina cuando estaba en la escuela media.

–Bueno, creo que eso sí lo puedo entender.

Piper arrancó un trozo de pan y lo arrastró por el plato de aceite de oliva.

–Me gusta la corbata.

–Es de mi papá. Últimamente no usa muchas corbatas.

–Creía que había encontrado otro trabajo –dijo Piper en voz baja, con la voz surcada de preocupación.

–No resultó –respondí, negando con la cabeza–. Pero sigue buscando. Al menos, eso le dice a mi mamá.

–Ya aparecerá algo –dijo ella, con una seguridad absoluta. Su mirada se arrastró por la ventana y luego por encima de mi hombro hasta la puerta–. ¡Ay, ay, ay! –Se arrimó al borde de la silla y me tomó la mano; los suaves dedos se entrelazaron con los míos, haciendo que me palpitara el corazón–. Ya llegó. Hazme ojitos.

–Eh... –Miré por encima del hombro y vi a Travis, sus padres y la abuela entrando en el restaurante–. ¡No me dijiste que era el cumpleaños de la abuela!

–Eres el mejor amigo –dijo ella–. ¡Deberías saberlo!

–¡Era!

–¿Eras? ¿Cómo que eras?

–Nos peleamos –le dije–. No… no me gustó lo que te hizo, Piper. Y yo debería haber hablado antes.

Los hombros de ella cayeron, todo el cuerpo se ablandó mientras los ojos se abrían y los labios formaban un suave “Oh”.

Piper se inclinó hacia delante apoyando los codos sobre la mesa, y sentí que mi cuerpo se movía para encontrarse con ella en el centro, hasta que los dos quedamos apenas sentados en las sillas y flotando sobre la pequeña mesa circular. La llama de la vela parpadeaba bajo nosotros mientras la sombra bailaba en los labios de ella. Cerró los ojos y yo la seguí. Y entonces sucedió.

Sus labios se posaron sobre los míos y tuve que rogar a mi cerebro que recordara la regla 2. La sensación de sus labios fundiéndose con los míos era electrizante, y el bálsamo labial rojo cereza sabía al té de rosas que bebía mi abuela.

–¿Piper? ¿E… eres tú, Gabe?

Los dos nos dejamos caer en las sillas y vimos a la señora Fletcher, la madre de Travis, que se demoró en nuestra mesa mientras el señor Fletcher y la abuela seguían camino a la suya. Travis quedó deambulando entre las dos, mirándonos mientras resoplaba.

Pero los ojos de Piper estaban fijos en mí, con las mejillas sonrojadas y los labios ligeramente separados, como si algo la hubiera aturdido. Bastaron unos pocos parpadeos para que su expresión cambiara y se volviera hacia Travis y la madre.

–Hola, señora Fletcher –dijo con una amplia sonrisa.

–Qué lindo verlos –dijo la señora Fletcher mientras los ojos saltaban de nosotros a Travis.

–Dígale a la abuela que le deseamos un feliz cumpleaños –dijo Piper mientras miraba por encima del hombro de la señora Fletcher y directamente a Travis.

Travis se marchó furioso hacia un comedor a puertas cerradas en la parte trasera del restaurante, y la señora Fletcher lo siguió unos segundos después.

–Ella siempre me odió –soltó Piper en cuanto la señora Fletcher ya no pudo oírla. Inspiró hondo y dejó escapar un largo suspiro–. Bien, perdón. Volvamos a nuestra cita.

–Si nada más viniste para eso, podemos irnos –dije–. No tiene sentido gastar dinero en una cita falsa.

–Pfff, de ninguna manera. Esta cita está patrocinada por Parker Berry y vamos a comer como reyes, carajo.

PIPER

Gabe y yo entramos en una rutina. Él me recogía por las mañanas y me acompañaba a la primera clase y, por la noche, nos acostábamos los dos en la cama con las cortinas abiertas mientras hablábamos por teléfono.

Esa primera noche después de la cita, hablamos por teléfono para planificar el resto de la semana, y creo que me gustó tanto tener alguien con quien hablar que también lo llamé la noche siguiente. Y después la siguiente y la siguiente hasta que llegó el jueves, la noche anterior al estreno de Adiós, Birdie.

–Mañana es un gran día –dijo Gabe–. ¿Ya tienes listo el as bajo la manga?

Podía oír el crujido de sus sábanas. Observé su silueta mientras se subía las mantas hasta el pecho.

–Si por “as bajo la manga” te refieres al vestido mío que más le gusta a Travis, entonces sí.

–¿Por qué el vestido que más le gusta a él?

–Ya sabes por qué –dije con voz monótona–. Quiero que recuerde lo que me hizo y lo que se está perdiendo.

–¿Estás segura de que es eso? –preguntó él en voz baja.

–¿Qué quieres decir? ¿Dices que estoy tratando de volver con él? Ni loca.

–Entonces, ¿por qué no te pones el vestido que más te gusta a ti? ¿Acaso la idea no es que tú tengas la última palabra?

No me gustaba hacia dónde iban estas preguntas.

–Es un vestido nada más –dije con firmeza.

El teléfono se quedó en silencio por un segundo.

–Está bien.

Y en ese momento, pude sentir todas las cosas que habíamos dejado sin decir durante la semana que pasó. La mente me venía dando volteretas, tratando de seguir el ritmo de todo lo que pasó desde el momento en que me incliné sobre esa mesa y lo besé en nuestra supuesta cita. Sentí que el corazón me había saltado a la garganta y, de repente, Travis y la familia estaban allí y tuve que obligarme a recordar lo que estaba haciendo en realidad y que Gabe me seguía el juego por pura generosidad... o por la culpa que yo le había hecho sentir.

Desde entonces, sentía el zumbido de mi cuerpo cuando lo veía, y el calor que se extendía desde las yemas hasta los dedos de los pies cada vez que nos tomábamos de la mano.

–Gabe –El nombre salió entrecortado de mis labios–. Te... te agradezco mucho que hayas hecho esto por mí. Es... Eres buen amigo. Te prometo que cuando cortemos, le diré a todo el mundo que tú cortaste conmigo y que besas muy bien.

–No te he besado de verdad, así que ¿cómo vas a saber qué tan bien beso? –preguntó riéndose.

–Me lo puedo imaginar –dije con seguridad–. Pero no puedes andar por ahí dando besos babosos después de que le diga a todo el mundo lo maravilloso que eres.

–Haré lo posible por estar a la altura de tus elogios.

Me reí un poco, pero no pude pasar por alto los celos que surgieron al pensar en el futuro Gabe con una futura chica misteriosa.

–Seguro podría escribir una excelente carta de recomendación.

–La universidad... –dijo él con un quejido.

–Shh, shh, shh. No lo vuelvas a decir y ni se te ocurra decirlo frente a un espejo en una habitación oscura tres veces.

–Lo único peor que ser perseguido por tu pasado es ser perseguido por tu futuro –dijo él.

–Ay. –Me agarré el pecho, aunque dudo que él pudiera ver el movimiento sutil–. Eso dolió.

Gabe bostezó al teléfono, pero no dijo que iba a cortar. Él nunca colgaba antes, por muy cansado que pareciera.

–Me voy a la cama –dije, liberándolo al fin–. Los viernes hay burritos de desayuno, ven unos minutos antes y come uno.

–¿Cuántos minutos exactamente? No bromeo cuando se trata de comida de desayuno envuelta en tortillas.

En un pueblo pequeño como Goodnight, cada evento era un Evento con E mayúscula, así que los musicales de otoño siempre se presentaban durante tres noches a sala llena. También ayudaba el hecho de que el programa del teatro siempre coincidía con la semana de descanso del equipo de fútbol.

Mientras Gabe y yo ocupábamos nuestros asientos en primera fila, gracias a las dos entradas que Travis había reservado para mí semanas atrás, Gabe se volvió hacia mí y me dijo:

–Lindo vestido.

Cuando me vestí esa misma noche, había dejado dos opciones sobre la cama. Una era un vestido negro ceñido al cuerpo que Travis había elegido en una de las pocas veces que había ido de compras conmigo, y la otra era un vestido de hilo color vino con escote en forma de U que siempre me hacía sentir cómoda y bonita. Inevitablemente, oí la voz de Gabe resonar en mis oídos cuando elegí el vestido color vino.

–Gracias –dije–. Es el que más me gusta.

Las luces empezaron a atenuarse y, aunque seguramente nadie podía ver, la mano de Gabe avanzó por el apoyabrazos, buscando mis dedos.

Le tomé la mano con la mía y acerqué aún más su grueso brazo para poder apoyar la cabeza en él. Había estado con Travis durante toda la secundaria, pero tenía que reconocerlo: había habido varias ocasiones en las que había visto a Gabe al otro lado de una habitación y había pensado en cómo sería nada más posarme sobre sus hombros anchos.

Cuando se encendieron las luces del escenario, un escalofrío de placer me recorrió la columna vertebral. Travis siempre había dicho que el público era un agujero negro para él y que el único recordatorio de que las personas estaban allí era el sonido de sus vítores o risas. Pero desde el lugar que yo ocupaba muchas veces en los bastidores, esperándolo, me había percatado de la forma en que la luz bañaba las primeras filas, casi invitando a esos pocos miembros del público a romper la cuarta pared y formar parte de la obra. Aunque lo había descartado, suponiendo que las luces del escenario eran demasiado deslumbrantes una vez que se estaba debajo de ellas.

Sin embargo, resultó que Travis podía ver al público, al menos a algunos de nosotros. Porque en el momento en que entró en el escenario caracterizado de Albert Peterson, sus ojos recorrieron brevemente el público y se abrieron como platos por un momento al verme acurrucada en el brazo de su mejor amigo. Esto era más que una puñalada en el estómago. Era retorcer el cuchillo. Y la sensación era genial.

Travis rodeó el borde del escenario y Gabe se apartó de mí apenas un poquito, lo suficiente para que yo le apretara más la mano. Habíamos mantenido toda esta farsa durante una semana entera, y para cuando “cortáramos” en muy buenos términos, yo iba a quedar aún más destrozada. A la chica la engañó un chico. La chica fingió estar de novia con el mejor amigo del chico. ¿La chica empezó a quizás enamorarse del mejor amigo del chico? No había un guion para sobrevivir a este doble revés emocional.

Pero todo lo que yo necesitaba de Gabe era esta noche. Solamente teníamos que continuar esto una noche más, y entonces podría arreglar las cosas con él y Travis, y Gabe se libraría de mí y de mi drama desastroso.

Sentí que los dedos de Gabe se aflojaban cuando Travis salió del escenario.

–Esto es muy raro –murmuró.

–Sí, es un musical bastante desquiciado.

–Sabes que no me refiero a eso.

Estuvimos en silencio durante la mayor parte del primer acto, y Gabe no volvió a separarse de mí. Incluso se rio un par de veces, y yo también. Por un breve momento, hasta olvidé que odiaba a Carolyn. Era casi como si estuviéramos en una cita. Una cita muy normal.

Había llegado el último número antes del intervalo, la repetición de “Muchacho sano, normal y estadounidense”, una de las canciones de la obra que más le gustaban a Travis.

–Quiero que me beses –le susurré a Gabe.

Él se volvió hacia mí, con el ceño fruncido por la incertidumbre.

–¿Qué?

–Que me beses.

Se le abrieron los ojos de par en par mientras analizaba mi expresión. Por un momento, pareció que solo había silencio. No había musical ni público. Solo Gabe y yo. Incliné la cabeza hacia atrás y él apretó los labios contra los míos.

Suspiré contra la boca de Gabe mientras él me enganchaba con los dedos un lado del cuello y el pulgar me rozaba la mandíbula de arriba abajo. Con insistencia, mis labios se abrieron contra los suyos y deslicé la lengua dentro de su boca. Todo se detuvo durante un breve segundo y luego Gabe me acercó a él mientras su lengua se movía contra la mía, dándome escalofríos en el cuerpo. Cuando todo esto estuviera dicho y hecho, no saldrían mentiras de mi boca cuando hablara de lo bien que besaba Gabe Rafferty. Todo lo que quería era sentir este beso con todo el cuerpo. Quería arrancar el apoyabrazos del auditorio y quitarlo del medio para poder pegarme a él. Parecía urgente. Parecía necesario. Parecía...

Un fuerte estruendo nos separó y nos detuvimos a tomar aire justo a tiempo para ver a Travis cayendo del escenario al foso de la orquesta. Detrás de él, Carolyn soltó un grito desgarrador.

Ay, Dios mío. Lo primero que pensé fue en correr hacia el foso para ver cómo estaba, pero en cuestión de segundos la música se detuvo con un chirrido y el auditorio se quedó a oscuras. A nuestro alrededor, los tramoyistas trataban de sortear esta catástrofe no ensayada mientras el público murmuraba y susurraba. Pronto la orquesta empezó a tocar la música del intervalo y se encendieron las luces.

Me tapé la boca con una mano para reprimir la risa.

–Dios mío, Gabe, ¿viste eso?

Pero cuando me volví hacia Gabe, él ya estaba de pie, con los hombros echados hacia atrás y rígidos.

–Me voy –dijo, mientras se abría paso entre la multitud y avanzaba por el pasillo.

–Espera –le pedí, al tiempo que intentaba no perder de vista su inconfundible cabeza de pelo castaño.

No podía irse. No habíamos cortado. Yo no estaba preparada.

–Disculpe, disculpe –dije a todo el que se encontrara en mi camino hasta que me liberé, entré al vestíbulo y salí por la puerta principal.

Gabe caminaba demasiado rápido. Tenía las piernas demasiado largas o tal vez había hecho que la multitud le abriera paso mágicamente.

–¡Gabe! –grité–. ¡Gabe!

Por fin, con la mano en la manija de la puerta de la camioneta, se detuvo y se volvió hacia mí.

Corrí hacia él, con las botas vaqueras chapoteando en los charcos.

–No puedes irte así como así.

–Puedo y me voy –dijo él, dejando poco lugar para la discusión.

Pero para una Berry, querer es poder.

–No es nuestra culpa que él se haya caído. –Extendí la mano para tomarlo del brazo, pero él dio medio paso atrás. Bueno, podía ver que la actuación de novio había terminado por completo. Eso dolió.

–No es eso solo. Quiero decir, eso fue horrible y seguramente me sentiré mal por ello el resto de mi vida, pero tú... rompiste una de tus propias reglas, Piper.

–¿Qué…? –Y entonces me di cuenta–. ¿Sin lengua? ¿Esto es por lo de sin lengua? –Empecé a resoplar mientras perdía los estribos–. Lo siento, ¿sí? Lamento que te parezca tan desagradable que me haya olvidado de las reglas durante medio segundo y te haya besado con un poco de lengua. Lamento que te haya parecido tan espantoso.

Entonces él se precipitó hacia adelante, cerrando el corto espacio que nos separaba.

–¿No lo entiendes, Piper? ¿No ves lo que está pasando aquí? ¿Lo que ha estado pasando desde el día en que te conocí? Estoy enamorado de ti, Piper Berry, y es una maldición de esas con las que tendré que vivir el resto de mi vida, lo cual estaba bien. ¡Estaba bien! Me había acostumbrado a ser tu amigo y verte enamorada de Travis… era suficiente. Pero esta última semana ha sido como estar en el cielo, Piper.

El corazón me estallaba dentro del pecho y se me hizo un nudo en la garganta por todas las cosas que no sabía cómo decir. ¿Él me amaba? ¿Gabe Rafferty me amaba?

–Gabe… –Todo lo que pude decir fue su nombre.

Él negó con la cabeza y frunció los labios. Toda su expresión y la forma en que se mantenía erguido eran dolorosas.

–Por favor, no. No digas que lo lamentas o que no sientes nada por mí. Sé que es verdad, pero eso no significa que tenga que oírlo, ¿sí? Pensé que podría sobrevivir a esta semana y a ser una especie de pieza de ajedrez entre tú y Travis, pero fue demasiado. Además, conseguiste lo que querías. Travis quedó humillado. Le diste donde le duele. Y ahora ya está.

No esperó mi respuesta y, sinceramente, yo no sabía qué decir. Gabe negó con la cabeza y se subió a la camioneta.

–Y para que lo sepas, ese peluche ridículo que te regaló Travis en cuarto año es un pterodáctilo, no un dinosaurio. Así que ese chiste horrible ni siquiera funciona. –Suspiró con fuerza mientras ponía en marcha el motor–. Adiós, Piper Berry.

Miré el resto de la obra desde la última fila mientras la tristeza y la decepción me golpeaban en oleadas. Gabe había estado enamorado de mí desde que éramos niños. ¿Cómo es que no me di cuenta? Nuestras bromas estaban siempre sincronizadas (para fastidio de todos los demás). Él siempre me miraba con ojos de lamento cada vez que Travis y yo nos peleábamos. Siempre saludaba desde su habitación cuando las cortinas de los dos estaban abiertas. Me preguntaba qué me ocurría cuando caminaba por mi habitación con paso enojado o cuando lloraba tan fuerte que él podía oírme.

En el segundo acto, Travis pareció recuperarse por completo en el escenario, como si no hubiera pasado nada, y no pude decidir si eso mejoraba las cosas o las empeoraba.

Sabía que me estaba metiendo en un terreno peligroso con mis propios sentimientos. Sabía que nunca volvería a mirar a Gabe de la misma manera, pero no me había detenido a pensar ni una sola vez en lo que esto significaría para él. Sí, él seguramente resolvería las cosas con Travis. Tal vez incluso terminaran uniéndose más por compartir una historia conmigo.

Pero nunca quise herir a Gabe. Nunca quise jugar con él. Y, sin embargo, no importaba lo había querido, sino lo que había hecho.

Después de la ovación final, las luces del auditorio se encendieron y caminé despacio a través del gentío en dirección al estacionamiento. Les había enviado un mensaje de texto a mis papás para ver si alguno de ellos podía recogerme después de su cita doble con el señor y la señora Gupta, pero no había recibido respuesta. Estaba bien. Podía caminar y quedar aún más sola con mi culpa. Me lo merecía.

–¡Piper! –llamó una voz detrás de mí.

Me volteé, esperando que fuera Gabe, aunque sabía que no iba a ser él. Travis, todavía vistiendo parte del vestuario, salió corriendo por la puerta de salida del escenario y vino hacia mí.

Aunque quería lanzarle un millón de insultos, lo único que conseguí decirle fue:

–El señor McCoy va a matarte por no haberte quitado el vestuario antes.

El profesor de teatro era muy estricto con sus normas y preservar la magia del escenario era lo primero y principal, por lo que todos los actores tenían que quitarse el vestuario antes de aventurarse a salir de los bastidores después de una función.

–No me importa –dijo Travis sin aliento mientras se acercaba–. Piper, tienes que saber cuánto lo siento. Carolyn y yo... fue un gran error, y sé que estás con Gabe, cosa que ni siquiera entiendo. No tiene sentido para mí. Pero haría cualquier cosa para tenerte de vuelta y dejar todo esto atrás. No sé quién soy sin ti.

Y ahí estaba. La disculpa que había estado esperando. El gimoteo. El ruego. Pero nada de eso me complació. No era lo que yo quería. Ahora lo sabía.

–Te perdono –respondí finalmente–. Pero no te quiero de vuelta. Ni siquiera un poco. –Me llevé una mano a la boca, como si pudiera borrar las palabras de algún modo. Pero ahí estaba la cuestión. No quería a Travis de vuelta y quizás nunca lo había hecho.

–Ah –dijo él, sorprendido. Tal vez esperaba que yo arremetiera contra él, o quizás tenía el ego tan inflado que esperaba que lo aceptara de nuevo. Pero, sin importar lo que Travis esperara que dijera, sin dudas no fue lo que finalmente dije:

–Que hayamos estado tanto tiempo juntos no significa que lo que teníamos funcionara, Travis. Estabas besando a otras personas. Esa no es precisamente una buena señal.

Él asintió con inseguridad y señaló:

–Yo… sentía que las cosas estaban cambiando, pero pensé que llegaríamos hasta la graduación, al menos...

–No me arrepiento de lo que tuvimos –dije con tono suave–. Pero no podemos volver atrás. No hay nada a lo que volver.

Travis lo pensó por un momento y luego asintió:

–Supongo que, de alguna extraña manera, todo esto es lo mejor.

–Será mejor que me vaya –le dije mientras me volvía hacia la calle–. Será mejor que empieces a averiguar quién quieres ser sin mí, Trav. No te preocupes. Tienes tiempo.

–¿Piper? –dijo, pronunciando mi nombre una última vez.

–¿Sí?

–¿Te importaría saltarte las dos próximas funciones?

GABE

Pasé el resto del fin de semana con las cortinas bajas y el teléfono apagado. Travis. Piper. Quien fuera. No quería saber nada de ellos. El domingo por la mañana, ya estaba empezando a asustar a mi mamá. Ella no lo dijo, pero yo me di cuenta. Creo que le recordaba demasiado a mi papá y la depresión en la que ha estado sumido desde que se quedó sin trabajo en enero.

Por eso supongo que no fue una sorpresa tan grande cuando el domingo por la noche me avisó por el pasillo de mi habitación:

–¡Sube una visita!

Me preparé cuando la puerta se abrió con un chirrido y dejé escapar un suspiro silencioso al ver entrar a Travis.

–¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en la fiesta del elenco? –pregunté con un gruñido, sin moverme del escritorio y de la enorme cola de videos de YouTube que había estado consumiendo. (En ese momento, me encontraba en una sesión de buceo en un lago en la que un tipo se grababa a sí mismo buceando y encontrando cosas raras. Era tan anticlimático como parecía. Un entretenimiento perfecto para un episodio depresivo, ya que mi vida parecía tan turbia y espantosa como el fondo del lago donde el tipo acababa de encontrar un iPhone viejo).

–Veo cómo está mi mejor amigo –dijo Travis. Todavía tenía partecitas de maquillaje pegadas a la piel, incluido el delineador de ojos, que siempre tardaba días en quitarse del todo–. Además, la fiesta del elenco empieza cuando yo digo que empieza–. Hizo una pausa para que me riera, pero no me reí, porque no era gracioso–. Me contaron que... eh, se terminó todo con Pipes.

Me encogí de hombros y respondí:

–Para empezar, nunca fue real. Fue solo un gran espectáculo para ponerte celoso.

–Funcionó –dijo él con un resoplido.

–Demasiado bien –murmuré–. Lo siento. Fue una mierda hacerte eso.

–Pedirte que mintieras por mí también fue una mierda.

–Sí. No puedo decir que no estás en lo cierto con eso.

Travis se sentó en el borde de la cama y dijo:

–Supongo que debo agradecerte, en cierto modo. Las dos últimas funciones fueron geniales. Creo que lo del amuleto de la suerte no era real. Ayudó también que Piper no se estuviera besando con alguien en la primera fila.

–Qué considerado de su parte.

–Estás loco por ella, ¿eh? –me preguntó.

–Es solo una mala situación –respondí, negando con la cabeza.

–¿En serio? Porque me parece que aparecieron sentimientos.

–No aparecieron sentimientos –le dije–. Siempre estuvieron.

–Lo sé –dijo con esa voz de imbécil que se cree muy listo.

–¿Lo sabías? –Me volteé por completo para mirarlo–. ¿Sabías que ella me gustaba y no te importó?

Travis negó con la cabeza y respondió:

–No podía cambiar lo que sentías por ella, pero sabía que no intentarías robármela.

–¿Por qué? –pregunté–. ¿Porque tu mejor amigo gordo nunca podría robarte a tu chica?

–No. Porque mi mejor amigo gordo no creía que pudiera, pero vi a Piper el viernes después de la función. Estás en sus pensamientos, Gabe. –Hizo una pausa por un momento mientras se levantaba y comenzaba a caminar–. Escucha, este es un territorio extraño para nosotros, ¿sí? No estoy tratando de juntarte con mi exnovia o algo por el estilo, pero lo que voy a decir es que tienes que verte como yo te veo, viejo. Eres divertido. No eres mal parecido. Eres gordo, pero ¿a quién le importa? Eso ni siquiera es malo, y odio cuando actúas como si lo fuera. Tal vez todos esos años atrás, Piper te habría elegido a ti en lugar de a mí si te hubieras tenido un poco de fe.

Quería responderle y decirle que estaba equivocado. Era más que eso. Pero yo pensaba en ese pterodáctilo tonto de peluche más de lo que quería reconocer, e inevitablemente me preguntaba qué habría cambiado si hubiera sido yo quien le hubiera dado un regalo de San Valentín que apenas tenía sentido.

–Tal vez deberías arriesgarte –dijo Travis–. No puedes conseguir un papel si no te presentas a la audición.

Sonreí ante la frase trillada.

–De acuerdo, basta con la mierda inspiradora del Departamento de Teatro. Ve a tu fiesta. Nos vemos mañana.

–¿Estamos bien? –preguntó Travis.

–Estamos bien –dije–. Pero no vuelvas a hacer estupideces.

Me di la vuelta, tirando de las mantas cuando oí un fuerte golpe seco contra la ventana. Casi sonó como granizo. Volví a quedarme dormido, y entonces oí otro golpe fuerte.

Me di la vuelta y miré la hora en el teléfono. Habían pasado seis minutos de las tres de la madrugada. Apenas me había dormido, pero fue suficiente para sentir la cabeza aturdida y los ojos pesados.

Después de un tercer golpe, me senté en la cama y me froté los ojos antes de ponerme unos pantalones cortos.

Subí las cortinas y me encontré con una ardilla del tamaño de una persona en el estrecho espacio que separaba nuestras casas. ¿Estaba drogado? O peor aún, ¿estaba muerto? Con un resoplido, abrí la ventana.

–No sé qué quieres ni quién eres –dije–, pero el perro de mi mamá es diminuto y fiero, y sabemos que se ha comido ardillas antes.

La ardilla gigante se agarró la cabeza y se la quitó.

–No me asusta Ziggy, y la mayoría de las ardillas de nuestra calle son más grandes que él –dijo Piper mientras se metía la cabeza de ardilla bajo el brazo.

–¿Qué demonios haces fuera de mi habitación vestida de ardilla? –pregunté, aunque lo que realmente quería era cavar un agujero e hibernar en él hasta que Piper se fuera a la universidad para no tener que volver a verla después de confesarle mi amor. Y todo por no haber podido soportar un poco de lengua.

–Estoy arrojando nueces a tu ventana –dijo ella, abriendo una mano para revelar un puñado de bellotas–. Como una ardilla desquiciada.

–Ah, sí, bueno, eso suena absolutamente cuerdo –dije. El corazón me palpitaba en silencio al recordar aquella noche hacía poco más de una semana cuando ella me despertó en plena madrugada para urdir su plan.

–Gabe, lo siento. Lo siento mucho. Todo esto empezó por la razón equivocada, pero en algún momento de la semana pasada, empezó a parecerme... bien. Nosotros me pareció bien.

Mi ira se desvaneció rápidamente al verla. En especial con ese bendito traje de ardilla.

–No debería haber aceptado –admití–. Fue mala idea.

–Tienes razón.

–Y sabía que iba a llegar demasiado lejos... en más de un sentido.

–Fue mezquino de mi parte –dijo ella–. Quería que Travis sintiera el mismo dolor que había sentido yo... pero nunca quise hacerte daño. De hecho, estaba tratando de pensar cómo podría reponerme después de haber cortado con los dos. Con Travis, fue más fácil. Estaba enojada. Pero contigo, Gabe… Me despierto cada mañana y te veo. Las dos últimas mañanas estuviste con las cortinas cerradas… Y apenas podía dormirme sin nuestras llamadas nocturnas.

–Yo también las eché de menos –dije en voz baja.

–Gabe, tú… dijiste que me amabas, y no puedo dejar de oírlo una y otra vez en mi cabeza. No puedo poner fin a esto sin saber qué hay entre nosotros. No puedo. Dame otra oportunidad, por favor. Quiero que seas mío. Te quiero de verdad. –Piper levantó una pata, dejando caer las bellotas al suelo–. Lo digo por el honor de una ardilla exploradora.

Me incliné sobre el alféizar de mi ventana hacia el aire húmedo de la noche.

–¿De dónde demonios sacaste ese disfraz?

–Lo alquilé –dijo ella, encogiéndose de hombros mientras miraba la cabeza que llevaba bajo el brazo–. Es bastante impresionante para haberlo conseguido a última hora. Todo gracias a la tarjeta de crédito de Parker Berry.

–Piper. –Su nombre salió como una carcajada, y se sintió como agua fría en una garganta adolorida–. Tienes que dejar de robar la tarjeta de crédito de tu hermano para financiar nuestra relación. Eso se llama robo de identidad.

–¿Nuestra relación? –preguntó ella; el regocijo de su voz aumentó con cada sílaba.

–Robo de identidad –repetí.

Ella inclinó la cabeza con escepticismo y dijo: