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Amigos que se aman en secreto, enemigos que se desean o los que empiezan una relación falsa. Por no hablar de los que descubren con sorpresa que solo hay una cama o los que quieren expresar sus sentimientos con un gran gesto romántico destinado al fracaso. La fabulosa autora best seller de The New York Times, Marissa Meyer, reúne a un combo explosivo de autores en esta antología que coge lo mejor de las historias de amor y lo reinterpreta.
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Seitenzahl: 370
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Título original: Serendipity
Traducción del inglés: Vanesa Fusco y Julián Alejo Sosa
Edición revisada y adaptada
Primera edición: mayo de 2022
© 2022, Rampion Books, Inc.
C/ Balmes 188, 08006 Barcelona - www.vreuropa.es
Publicado originalmente por Feiwel Friends. Derechos de traducción gestionados por Jill Grinberg Literary Management LLC y Sandra Bruna Agencia Literaria, SL.
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-84-126224-1-6
Depósito legal: B-2.147-2022
Arte de cubierta: Gia Graham
Diseño de cubierta: Rich Deas y Kathleen Breitenfeld
Maquetación: Valeria Miguel Villar (Olifant)
PARA TODOS LOS ROMÁNTICOS INCORREGIBLES
–M.M.
Todas las películas famosas para adolescentes que mis padres me hicieron ver me prepararon para el momento en que un chico tiraría piedrecitas a la ventana de mi habitación en plena noche. Pero nunca pensé que sería yo quien tiraría laspiedrecitas, y menos a la ventana de Gabe Rafferty a las cuatro de la madrugada. Creo que ayuda que, para tirar piedras a la ventana de Gabe, solo tuve que abrir la mía, y en lugar de piedras, estaba lanzando cuentas de plástico de un juego para hacer brazaletes que me compró la tía Sylvia porque, en su mente, todavía tengo once años.
—Chsss, Gabe —llamé—. ¡Chsss!
Se encendió una luz en la habitación de Gabe mientras se levantaba dando tumbos de la cama. Tras un minuto, abrió la ventana para hablar conmigo, como tantas otras veces.
—Se siente culpable —juró Gabe por millonésima vez mientras se frotaba los ojos y se ponía las gafas de pasta negra—. ¿Qué hora es?
—Sí, lo he escuchado decir esa frase muchas veces, pero no creo que entienda lo que significa —dije mientras me asomaba por la ventana, respirando el aire húmedo de la noche—. Podrá sentirlo todo lo que quiera —le dije a Gabe—. Lo nuestro se acabó. Se acabó en el momento en decidió meterle la lengua hasta la garganta a Carolyn Daniel.
El grueso labio inferior de Gabe se frunció.
—Vaya mierda. Estamos en nuestro último año de instituto, se supone que deberíamos divertirnos como nunca. Todos juntos.
—Ni se te ocurra mencionar que fui yo la que arruinó nuestro grupo de amigos, Gabe.
—Bueno, si estás tan decidida a no perdonarlo, ¿por qué me tiras mierda a la ventana como si fueras una ardilla cabreada con un solo objetivo en mente?
Me reí, sentada en el marco de la ventana con una pierna colgando.
—¡Ni siquiera me parezco a una ardilla, Gabe!
—¿Qué quieres, Piper? —dijo con un bostezo.
—Sé que lo sabías.
Descubrí que Gabe Rafferty no sabe mentir cuando, con seis años, intentó encubrirme y decir que fue él quien hizo caca en la piscina durante la fiesta de cumpleaños de Victoria Treviño. La señora Treviño vio como se le sonrojaban las mejillas y supo que estaba mintiendo, justo como yo ahora mismo.
—¡Lo sabía! —chillé en voz baja—. Gabe Rafferty, eres un desgraciado. ¡Lo sabías! ¡Lo has sabido todo este tiempo!
—No es justo —dijo él—. Conoces todo lo que me delata.
—Decir que la forma en que reacciona todo tu cuerpo es «lo que te delata» es muy generoso. Te conviertes en un cartel luminoso con patas.
—Me siento muy atacado ahora mismo —dijo Gabe mientras se las apañaba para pasar por la ventana abierta. Aterrizó en el césped con un golpe seco y se quejó al ponerse de pie. Antes dejaba un cajón de madera entre nuestras casas, para que pudiera subir, pero ahora era tan alto que podía asomarse como lo hacen las jirafas en los coches que van de safari.
—Gabe, hablo en serio. ¿Cómo pudiste ocultarme que Travis me engañaba?
Él metió la cabeza por la ventana y juntó las manos, como si fuera a rezar.
—Dijo que pasó una sola vez, Pipes. Lo juro. Además, se besaron en el escenario… Supuse que no sería muy distinto.
—Por supuesto que es distinto —dije, intentando, sin éxito, disimular el dolor en la voz.
Gabe siempre defendía a Travis. Igual que yo defendía siempre a Maisie, pero ella era un año mayor y ya había comenzado su primer semestre en la Universidad de North Texas. Éramos amigos desde que aún llevábamos ruedines en la bici. Y aunque Gabe le debía lealtad a Travis antes que a nadie más, me dolía saber que Gabe, el vecino de la casa de al lado, tierno y crónicamente divertido, en quien siempre podía confiar, se había enterado de las transgresiones de Travis y no me había contado nada. Y ahora que Maisie no está, que Travis ha resultado ser un cabrón infiel y que Gabe lo encubrió, no me quedaban amigos.
Se me empezaron a llenar los ojos de lágrimas al tiempo que se me encogía el pecho, que se había llenado con un dolor nuevo.
—Ay, Pipes, no llores.
Gabe se levantó y se deslizó sin nada de gracia por mi ventana. Había un cincuenta por ciento de probabilidades de que mis padres lo oyeran y derribaran la puerta para defenderme de un intruso.
No pude contener la risa ante la imagen de él tirado en el suelo de mi habitación, pero salió como un sollozo.
—¿Qué haces? En tres horas tenemos que estar en el instituto.
—Has sido tú la que ha empezado con esas piedras o nueces o lo que sea que hayas tirado contra la ventana.
—Cuentas. Eran cuentas para hacer brazaletes. Y no te preocupes, las voy a recoger antes de que Ziggy se las coma —le dije, hablando del Pomerania de su madre, mientras él se levantaba.
Gabe dio un paso adelante y me estrechó contra su pecho para darme un abrazo, aunque más bien pareció que me estuviera escurriendo; como si todo su cuerpo fuera una esponja y absorbiera todo el dolor y el sufrimiento.
—Lo siento muchísimo —dijo con la voz áspera y apagada por mi pelo.
—Bien —dije haciendo pucheros; y luego di un paso hacia atrás para poder mirarlo a los ojos—. Bien, porque me debes una muy gorda.
La sospecha le cruzó la cara como una nube. Así como yo sabía que Gabe no podía mentir, él sabía que yo me aferraba al rencor como si fuera un salvavidas.
—¿De qué hablas?
—Ya sabes de qué hablo. Dejaste que fuera a todos esos ensayos de Bye, Bye, Birdie y ahora todo el mundo piensa que soy imbécil. ¡Soy la ayudante de camerino de Carolyn! Tengo que ayudar a la chica con la que me engañó quien fue mi novio durante tres años para que se suba al escenario y lo vuelva a besar.
Gabe hizo una mueca de angustia.
—La verdad es que Travis interpreta muy bien a Albert Peterson.
Travis nos había explicado a ambos, mientras se preparaba para las audiciones, que Conrad Birdie no era el mejor papel de Bye, Bye, Birdie. ¿Por qué le pusieron a un musical el nombre de un personaje que ni siquiera es el protagonista?
—¿Podríamos dejar de tratar a Travis como si fuera un dios por un bendito segundo? —pregunté—. Sí, actuará muy bien, ¡pero es que todo le sale bien! ¡Hasta hacer cosas a escondidas! Pero no tanto como para que no lo descubran y me acabe humillando delante de todo el instituto. ¡Y tú ni siquiera me avisaste!
—Bueno, bueno —dijo Gabe con un fuerte suspiro—. ¿Qué quieres que haga?
—Fácil. Sé mi novio —respondí sencillamente. No sabía si la venganza era una de las etapas del duelo, pero después de llorar un par de días a lágrima viva, decidí que quería vengarme de Travis por todo lo alto.
Las mejillas de Gabe se tiñeron de un rojo intenso mientras se frotaba las cejas con el dorso de la mano. Era evidente que la mera idea de verme como interés romántico lo ponía terriblemente incómodo. Ver que a un amigo de toda la vida le parecía tan pero tan desagradable me dio un chute de confianza.
—¿Q… qué? ¿Qué quieres decir?
—No mi novio de verdad —aclaré mientras daba un paso hacia delante, mirándolo con detenimiento—. Solo que finjas serlo durante un par de días.
—A, es una idea horrible. B, ¿no podemos esperar a que acabe Bye, Bye, Birdie? Solo queda una semana.
—No —le dije—. De hecho, por eso no podemos esperar. ¿Qué dices, Gabe? ¿Quieres ser mi novio?
Según Piper, los novios iban a buscar a sus novias al instituto. Yo sabía que no era del todo cierto porque Travis solo podía usar la camioneta de su madre los martes y jueves, pero Piper dejó muy claro que en nuestro caso las apariencias eran fundamentales.
No tendría que haber aceptado, pero resulta imposible decirle que no a la chica de la que llevas enamorado desde primero. Supongo que ahora mismo parece que toda mi vida ha sido una tortura: mi mejor amigo y el amor de mi vida prácticamente casados durante toda la secundaria. Pero yo supe desde el principio que, para mí, Piper era inalcanzable. Yo podría estar cerca de ella y disfrutar de su compañía y su irónico sentido del humor, pero ella nunca sería para mí. El típico chico regordete no tenía ninguna posibilidad con chicas como Piper, sobre todo porque había competido por ella desde que se mudó a la casa de al lado y Travis y yo fuimos corriendo a conocer a la niña de pelo castaño largo, su hermano sabelotodo y sus dos padres.
Yo fui el primero en enamorarme de ella, pero Travis fue el primero en revelar lo que sentía cuando, en cuarto, le regaló una caja de bombones el Día de San Valentín, con un pterodáctilo de peluche con la frase «¡Eres dino-mita!» en la barriga. Me sigue molestando que el chiste ni siquiera tuviera sentido. Los pterodáctilos no son dinosaurios. En fin. Para mi consternación, sigue teniéndolo en su cuarto. Esperaba que se hubiera deshecho de todo lo que estuviera relacionado con Travis, pero en el instante en que me pidió que fuera su novio falso, lo supe. Esto no era para vengarse de Travis ni hacerlo sufrir tanto como ella había sufrido. Esto era para conquistarlo otra vez.
Piper estuvo callada todo el viaje. O quizá solo estaba agotada por haber dormido un par de horas. O estaba tan incómoda como yo por lo que estábamos a punto de hacer.
Aparqué y apagué el motor; la voz de Taylor Swift se cortó en la mitad de Lover (swiftie hasta la muerte).
—¿Lista, Pipes? —pregunté.
Ella asintió con la cabeza y dijo:
—Tendríamos que haber llegado más pronto para conseguir un sitio mejor. Para que esto funcione, la gente tiene que vernos.
Respiré hondo y me bajé de la camioneta, preparándome para traicionar por completo a mi mejor amigo. Nos encontramos a mitad de camino, delante de la camioneta, y yo hice lo más estúpido que haré en la vida. Le cogí la mano.
Ella bajó la mirada con aire burlón y observó nuestros dedos entrelazados, encajados perfectamente, como si por fin estuvieran donde debían estar.
—¿Tenemos que convencerlos, no? —pregunté.
Ella asintió con la cabeza y me apretó la mano.
Entramos al instituto; la gente se giró y comenzó a oírse el murmullo de las charlas.
—Deja que nos miren —susurré mientras la acercaba a mí.
Ella apoyó la cabeza en mi hombro y mi corazón… remontó el vuelo.
Travis solo tardó una hora de clase en darse cuenta.
—¿Qué coño, tío? —preguntó mientras caminaba pisándome los talones.
No podía permitir que me viera la cara porque se daría cuenta. Se daría cuenta de que estaba mintiendo, como Piper. Levanté las manos y me encogí de hombros.
—Simplemente pasó. Pero tú tienes a Carolyn, así que no pasa nada, ¿no?
—Has… has roto el código de hermanos —tartamudeó—. Y yo no tengo a Carolyn. ¡Solo fue cosa de una noche! ¡Ya te lo dije!
—Trav, a ti te gusta el teatro y yo soy más fan de Taylor Swift que todos nuestros compañeros juntos. Me parece que el «código de hermanos» no es para nosotros. Y explícame cómo una cosa de una noche acabó pasando cuatro veces.
—Bueno, pues entonces has roto el código de mejores amigos —dijo él, que finalmente me alcanzó, me sujetó del hombro y me obligó a dar media vuelta.
Yo medía como quince centímetros más que mi mejor amigo, pero él era muy ágil después de haberse pasado toda la secundaria bailando con sus compañeras encima de un escenario.
—Sabía que había algo entre vosotros dos —afirmó.
La mandíbula se me cayó al suelo y enseguida traté de levantarla.
—¿Q… qué?
—Siempre os reís de las mismas cosas sin sentido y vuestras habitaciones están tan cerca que prácticamente dormís juntos. Mierda. No puedo creer que haya confiado en ti todos estos años, tío, y, en cuanto Piper y yo nos damos un tiempo, tú me das la espalda.
—Yo no llamaría a eso «darse un tiempo» —espeté—. La engañaste. Lo tenías todo, Travis. Piper te adoraba. Te veneraba. Fue a todas y cada una de tus funciones y hasta ayudaba tras bastidores. Era tu «amuleto de la suerte» y renunciaste a todo eso por unos besos sudorosos en el vestuario. Parece que el problema fuiste tú, no yo. —Las palabras salieron de mi cuerpo tan rápido que no pude detenerlas, como una especie de experiencia religiosa.
Siempre que me hablaba del lío con Carolyn, se regodeaba. Como si fuera algo de lo que estar orgulloso. Una especie de rito masculino. Odié la situación y guardar el secreto me revolvía el estómago. De hecho, cuando Piper me preguntó si lo sabía desde el principio, supe que en algún punto se lo hubiese contado por mi cuenta. Porque en el fondo, por razones muy egoístas, quería que Piper se enterara. Durante mucho tiempo la había relegado en mi corazón como alguien que siempre estaría en mi vida: una presencia firme que podía percibir pero jamás tocar. Un recordatorio constante de que la quería con todo mi ser y que tendría que encontrar cierta alegría en saber que estaba cerca y era feliz, pero que nunca sería mía.
—La necesito, tío —dijo él finalmente—. La necesito tras los bastidores conmigo. El profesor McCoy dijo que ha abandonado la obra, pero no puedo salir sin que ella me espere entre bastidores.
—Hace solo unas semanas me decías que te parecía que os estabais distanciando, ¿y ahora de pronto la necesitas?
Él se encogió de hombros y dijo:
—Es mi amuleto de la suerte.
—¿No lo entiendes, Travis? Piper no es tuya. Y las personas no son amuletos. Son personas. Con sentimientos, corazón y sus propios deseos y sueños. Que te vaya bien, amigo.
Piper y yo no almorzábamos a la misma hora. Ella estaba en el primer turno y yo en el segundo, con Travis, aunque hoy no estaba por ningún lado. Yo ya había dicho lo que tenía que decir.
Me senté en la cafetería con el sándwich sloppy joe que me dieron en el mostrador, porque tenía pavor de almorzar fuera y que algún estudiante de tercero o cuarto me hiciera el tercer grado sobre mi estado amoroso. Al menos esto estaba lleno de estudiantes de primero y segundo, demasiado intimidados para mirar a alguien a los ojos. Yo ni siquiera era deportista o popular, pero ser corpulento tenía sus ventajas.
Mi teléfono se iluminó con un mensaje de Piper.
PIPER "PIPES" BERRY: Hola, novio.
Sonreí al teléfono, hundiendo el mentón contra el pecho para que nadie pudiera verlo.
Hola, novia.
PIPER "PIPES" BERRY: Esta noche tenemos una cita. Tú conduces. Yo pago. Roma Trattoria.
Epa, ese sitio es muy elegante. También podemos ir a ese sitio de tacos de la Quinta Avenida que tanto te gusta. Y no quiero llamar la atención.
PIPER "PIPES" BERRY: Las parejas van a restaurantes buenos.
Tú decides.
PIPER "PIPES" BERRY: Oye… Creo que deberíamos establecer algunas reglas básicas. Para que nadie salga herido.
Se me desinfló un poquito el corazón.
Claro.
PIPER "PIPES" BERRY:
Regla 1: Contacto físico solamente con el fin de demostrar afecto en público.
Regla 2: Se permiten los besos en los labios en público, pero SIN LENGUA.
Regla 3: Se acaba cuando yo digo que se acaba.
Mis dedos se quedaron encima de la pantalla por un segundo.
La regla 3 no me parece muy justa.
PIPER "PIPES" BERRY: No lo olvides. Me lo debes.
Tenía razón. No había sido tan malo como Travis, pero ocultarle la verdad sin duda me convertía en una mierda de persona. Así que simplemente escribí:
¿Este restaurante tiene algún código de vestimenta?
Sí, había un código de vestimenta. De esos que te obligan a pedirle prestada una corbata a tu padre. Todas estaban cubiertas de una fina capa de polvo, pero escogí una de color azul marino, unos vaqueros oscuros y una camisa de color lavanda que me regaló mi madre las navidades pasadas.
Piper había llamado para reservar y, cuando llegamos, la recepcionista nos condujo a una mesa iluminada con velas, situada justo al lado de una ventana con vistas al pequeño centro de Goodnight, Texas.
—Es la primera vez que vengo a este restaurante —susurré mientras la camarera me daba el menú, que estaba encuadernado en cuero y pesaba tanto que al principio calculé mal y casi se me cae.
Piper sonrió y dijo:
—Las únicas veces que he venido fueron para celebrar los cumpleaños de la abuela de Travis. —Miró el menú—. Solo quiero algo que lleve mucho queso.
Piper estaba perfecta esta noche. No es que de normal no lo estuviera, pero esta noche llevaba un vestido azul pastel que se abría a la altura de la cintura y me daba ganas de hacerla girar sobre los talones para ver cómo se movía. Llevaba el pelo, aún un poco húmedo de la ducha, recogido en un moño y se había puesto un bálsamo labial rojo cereza. Inevitablemente, me pregunté qué sabor tendría.
Después de pedir la comida, me incliné sobre la mesa y admití:
—La verdad es que nunca había tenido una cita así.
Ella volvió a sonreír y dijo.
—Travis solo me llevaba a sitios como este en mi cumpleaños o el Día de San Valentín. —Se encogió de hombros—. Estamos en el instituto. ¿Quién tiene dinero para estas cosas?
—Hablando de… En realidad, no tienes que pagar.
Ella metió la mano en la parte delantera del vestido y sacó una reluciente tarjeta de crédito con el nombre Parker Berry impreso en la parte inferior.
—¿Le has robado la tarjeta de crédito a tu hermano mayor? —pregunté.
—«Robar» es una palabra muy fea. Más bien la he cogido prestada. Además, me lo debe por todas las veces que me quitó dinero de la hucha para pagar la gasolina.
—Bueno, creo que eso sí lo puedo entender.
Piper desmigó el pan y lo arrastró por el plato de aceite.
—Me gusta la corbata.
—Es de mi padre. Últimamente no usa muchas.
—Creía que ya había encontrado trabajo —dijo Piper en voz baja, con la voz surcada de preocupación.
—No lo cogieron —respondí, negando con la cabeza—. Pero sigue buscando. O eso dice mi madre.
—Ya aparecerá algo —dijo ella con absoluta seguridad. Su mirada se arrastró por la ventana y luego por encima de mi hombro hasta la puerta—. ¡Ay, ay, ay! —Se arrimó al borde de la silla y me cogió la mano; los suaves dedos se entrelazaron con los míos, haciendo que me palpitara el corazón—. Ya ha llegado. Hazme ojitos.
—Eh… —Miré por encima del hombro y vi a Travis, sus padres y la abuela entrando al restaurante—. ¡No me has dicho que era el cumpleaños de su abuela!
—Eres su mejor amigo —dijo ella—. ¡Deberías saberlo!
—¡Era!
—¿Eras? ¿Cómo que eras?
—Hemos tenido una pelea —le dije—. N… no me gustó lo que te hizo, Piper. Y debería habértelo contado antes.
Dejó caer los hombros, todo su cuerpo se ablandó mientras ponía unos ojos como platos y formaba un círculo con los labios.
Piper se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre la mesa, y sentí que mi cuerpo se movía para encontrarse con ella en el centro, hasta que nuestros culos apenas tocaban las sillas, flotando sobre la pequeña mesa circular. La llama de la vela parpadeaba mientras la sombra le bailaba en los labios. Piper cerró los ojos y yo la imité. Y entonces pasó.
Sus labios se posaron sobre los míos y tuve que rogar a mi cerebro que recordara la regla 2. La sensación de sus labios fundiéndose con los míos era electrizante, y el bálsamo labial sabía al té de rosas que bebía mi abuela.
—¿Piper? ¿E… eres tú, Gabe?
Los dos nos dejamos caer en las sillas y vimos a la señora Fletcher, la madre de Travis, que se entretuvo en nuestra mesa mientras el señor Fletcher y la abuela se iban a la suya, y Travis quedó deambulando entre las dos, mirándonos mientras resoplaba.
Pero Piper no me sacaba los ojos de encima, con las mejillas sonrojadas y los labios ligeramente separados, como si algo la hubiera aturdido. Con un par de parpadeos, su expresión cambió y se giró hacia Travis y su madre.
—Hola, señora Fletcher —dijo con una amplia sonrisa.
—Me alegro de veros —respondió la señora Fletcher mientras pasaba la mirada de su hijo a nosotros.
—Deséale un feliz cumpleaños a la abuela de mi parte —dijo Piper mientras miraba por encima del hombro de la señora Fletcher y directamente a Travis.
Travis se marchó en un arrebato de ira hacia un comedor privado que había en la parte trasera del restaurante. La señora Fletcher lo siguió unos segundos después.
—Siempre me ha odiado —soltó Piper en cuanto la señora Fletcher ya no pudo oírla. Inspiró hondo y dejó escapar un largo suspiro—. Vale, perdón. Volvamos a nuestra cita.
—Si solo has venido para eso, podemos irnos —dije—. No tiene sentido gastar dinero en una cita falsa.
—Pfff, de ninguna manera. Esta cita está patrocinada por Parker Berry y vamos a comer como reyes.
Gabe y yo entramos en una rutina. Él me recogía cada mañana y me acompañaba a la primera clase. Por la noche, nos acostábamos en la cama con las cortinas abiertas mientras hablábamos por teléfono.
Esa primera noche después de la cita, hablamos por teléfono para planificar el resto de la semana, y creo que me gustó tanto tener a alguien con quien hablar que también lo llamé la noche siguiente. Y la siguiente. Y la siguiente hasta que llegó el jueves, la noche anterior al estreno de Bye, Bye, Birdie.
—Mañana es un gran día —dijo Gabe—. ¿Ya tienes listo el as que te has estado guardando bajo la manga?
Podía oír el crujido de sus sábanas. Observé su silueta mientras se tapaba hasta el pecho con la manta.
—Si por «as bajo la manga» te refieres a que llevaré el vestido que más le gusta a Travis, entonces sí.
—¿Por qué el vestido que más le gusta a él?
—Ya sabes por qué —dije con voz monótona—. Quiero que recuerde lo que me hizo y lo que se está perdiendo.
—¿Estás segura de que es eso? —preguntó él en voz baja.
—¿Qué quieres decir? ¿Crees que quiero volver con él? Ni loca.
—Entonces, ¿por qué no te pones el vestido que más te gusta a ti? ¿Acaso la idea no es que tú tengas la última palabra?
No me gustaba hacia dónde iban estas preguntas.
—Solo es un vestido —dije con firmeza.
El teléfono se quedó en silencio por un segundo.
—Vale.
Y en ese momento, me di cuenta de todas las cosas que no habíamos dicho durante la semana. Seguía dándole vueltas, tratando de seguir el ritmo de todo lo que había pasado desde el momento en que me incliné sobre esa mesa y lo besé en nuestra supuesta cita. El corazón se me subió a la garganta y, de repente, Travis y la familia estaban allí y tuve que obligarme a recordar lo que estaba haciendo en realidad y que Gabe me seguía el juego por pura generosidad… o porque lo había hecho sentir culpable.
Desde entonces, me inundaba un zumbido cuando lo veía, y el calor se extendía desde la yema de los dedos hasta la punta de los pies cada vez que nos cogíamos de la mano.
—Gabe. —El nombre salió entrecortado de mis labios—. Te… te agradezco mucho que hagas esto por mí. Es… Eres un buen amigo. Te prometo que cuando cortemos, le diré a todo el mundo que fuiste tú quien cortó conmigo y que besas muy bien.
—No te he besado de verdad, así que ¿cómo vas a saber si beso bien? —preguntó riéndose.
—Me lo puedo imaginar —dije con seguridad—. Pero no puedes andar por ahí dando besos babosos después de que le diga a todo el mundo lo maravilloso que eres.
—Haré todo lo posible por estar a la altura de tus elogios.
Me reí un poco, pero no pude pasar por alto los celos que me invadieron al pensar en Gabe con una futura chica misteriosa.
—Estoy segura de que podría escribir una excelente carta de recomendación.
—La universidad... —dijo él con un quejido.
—Shh, shh, shh. No lo vuelvas a decir y ni se te ocurra decirlo tres veces delante de un espejo en una habitación a oscuras.
—Lo único peor que ser perseguido por tu pasado es ser perseguido por tu futuro —dijo él.
—Ay. —Me agarré el pecho, aunque dudo que él pudiera ver el sutil movimiento—. Eso ha dolido.
Gabe bostezó al teléfono, pero no dijo que iba a colgar. Él nunca era el primero en hacerlo, por muy cansado que estuviera.
—Me voy a la cama —dije, dejándolo libre al fin—. Mis padres siempre hacen burritos para desayunar los viernes. Ven unos minutos antes para comer uno.
—¿Cuántos minutos exactamente? No bromeo cuando se trata de comida envuelta en tortillas.
En un pueblo pequeño como Goodnight, cada evento era un EVENTO, en mayúsculas, así que los musicales de otoño siempre llenaban las tres noches que se representaban. También ayudaba el hecho de que la obra siempre coincidía con la semana de descanso del equipo de fútbol.
Mientras Gabe y yo ocupábamos nuestros asientos en primera fila, gracias a las dos entradas que Travis había reservado para mí semanas atrás, Gabe se giró hacia mí y dijo:
—Bonito vestido.
Mientras me arreglaba esa noche, había dejado dos opciones sobre la cama. Una era un vestido negro ceñido que Travis había elegido en una de las pocas veces que me había acompañado de compras, y la otra era un vestido de hilo color vino con escote en forma de U que siempre me hacía sentir cómoda y preciosa. Inevitablemente, la voz de Gabe resonó en mis oídos cuando elegí el vestido color vino.
—Gracias —dije—. Es el que más me gusta.
Las luces empezaron a atenuarse y, aunque seguramente nadie podía verlo, la mano de Gabe buscó mis dedos.
Se la cogí y acerqué aún más su grueso brazo para poder apoyar la cabeza en él. Había estado con Travis durante toda la secundaria, pero tenía que reconocerlo: en varias ocasiones había visto a Gabe al otro lado de una habitación y había pensado en cómo sería apoyarme en esos hombros anchos.
Cuando se encendieron las luces del escenario, un escalofrío de placer me recorrió la columna vertebral. Travis siempre había dicho que, para él, el público era un agujero negro y que el único recordatorio de que las personas estaban allí era el sonido de sus vítores o risas. Pero desde bastidores, me había percatado de que la luz bañaba las primeras filas, casi invitando a esos pocos miembros del público a romper la cuarta pared y formar parte de la obra. Aunque lo había descartado, suponiendo que las luces del escenario eran demasiado deslumbrantes una vez que se estaba debajo de ellas.
Sin embargo, resultó que Travis sí podía ver al público, al menos a unos poco. Porque en el momento en que entró en el escenario caracterizado de Albert Peterson, sus ojos recorrieron brevemente el público y se abrieron como platos al verme acurrucada contra el brazo de su mejor amigo. Esto era más que una puñalada en el estómago. Era retorcer el cuchillo. Y me encantaba la sensación.
Travis rodeó el borde del escenario y Gabe se apartó un poco, lo suficiente para que yo le apretara más la mano. Llevábamos una semana con esta farsa y, cuando «cortáramos» y siguiésemos siendo amigos, yo iba a quedar aún más destrozada. Chico engaña a chica. La chica finge salir con el mejor amigo del chico. ¿Quizá la chica empezó a enamorarse de este amigo? No había manera de sobrevivir a este doble revés emocional.
Pero solo necesitaba esta noche. Solamente teníamos que continuar esto una noche más, y entonces podría arreglar las cosas con él y con Travis, y Gabe se libraría de mí y de mi drama.
Sentí como los dedos de Gabe se aflojaban cuando Travis salió del escenario.
—Esto es muy raro —murmuró.
—Sí, es un musical bastante loco.
—Sabes que no me refiero a eso.
Estuvimos en silencio durante la mayor parte del primer acto, y Gabe no volvió a separarse de mí. Incluso se rio un par de veces, y yo también. Por un breve momento, hasta olvidé que odiaba a Carolyn. Era casi como si estuviéramos en una cita. Una cita muy normal.
Ya iban por el último acto antes del intermedio, la repetición de Healthy, Normal, American Boy, una de las canciones de la obra que más le gustaban a Travis.
—Quiero que me beses —le susurré a Gabe.
Él se volvió hacia mí, con el ceño fruncido por la incertidumbre.
—¿Qué?
—Que me beses.
Se le abrieron los ojos de par en par mientras analizaba mi expresión. Por un momento, parecía que solo había silencio. No había musical ni público. Solo Gabe y yo. Incliné la cabeza hacia atrás y él apretó los labios contra los míos.
Suspiré contra la boca de Gabe mientras él me ponía una mano en el cuello y me rozaba la mandíbula de arriba abajo con el pulgar. Con decisión, mis labios se abrieron contra los suyos y deslicé la lengua dentro de su boca. Todo se detuvo durante un breve segundo y luego Gabe me acercó aún más mientras su lengua se movía contra la mía, dándome escalofríos. Cuando todo esto estuviera dicho y hecho, no saldrían mentiras de mi boca cuando hablara de lo bien que besaba Gabe Rafferty. Quería sentir este beso con todo el cuerpo. Quería arrancar el apoyabrazos y quitarlo del medio para poder pegarme a él. Parecía urgente. Parecía necesario. Parecía…
Un fuerte estruendo nos separó y nos detuvimos a coger aire justo a tiempo para ver a Travis cayendo del escenario al foso de la orquesta. Detrás de él, Carolyn soltó un grito desgarrador.
Ay, Dios mío. Lo primero que pensé fue en correr hacia el foso para ver cómo estaba, pero en cuestión de segundos la música se detuvo con un chirrido y el auditorio se quedó a oscuras.
A nuestro alrededor, los tramoyistas trataban de sortear esta catástrofe no ensayada mientras el público murmuraba y susurraba. Pronto la orquesta empezó a tocar la música de la media parte y se encendieron las luces.
Me tapé la boca con una mano para reprimir la risa.
—Dios mío, Gabe, ¿has visto eso?
Pero cuando me volví hacia Gabe, él ya estaba de pie, con los hombros echados hacia atrás y rígidos.
—Me voy —dijo mientras se abría paso entre la multitud y avanzaba por el pasillo.
—Espera —le pedí al tiempo que intentaba no perder de vista su inconfundible mata de pelo castaño.
No podía irse. No habíamos cortado. Yo no estaba preparada.
—Disculpe, disculpe —dije a todo el que se encontrara en mi camino hasta que me liberé, entré al vestíbulo y salí por la puerta principal.
Gabe caminaba demasiado rápido. Tenía las piernas demasiado largas o tal vez había hecho que la multitud le abriera paso mágicamente.
—¡Gabe! —grité—. ¡Gabe!
Por fin, con la mano en la manija de la puerta de la camioneta, se detuvo y se volvió hacia mí.
Corrí hacia él, con las botas camperas chapoteando en los charcos.
—No puedes irte así sin más.
—Puedo y me voy —dijo él, dejando poco lugar para la discusión.
Pero para una Berry, querer es poder.
—No es culpa nuestra que él se haya caído. —Extendí la mano para cogerlo del brazo, pero él dio medio paso hacia atrás. Me di cuenta de que la farsa había acabado. Dolió.
—No es solo eso. Quiero decir, ha sido horrible y seguramente me sentiré mal por ello el resto de mi vida, pero tú… rompiste una de tus propias reglas, Piper.
—¿Qué…? —Y entonces me di cuenta—. ¿Sin lengua? ¿Esto es por lo de sin lengua? —Empecé a resoplar mientras perdía los estribos—. Lo siento, ¿de acuerdo? Lamento que te parezca tan desagradable que me haya olvidado de las reglas durante medio segundo y te haya besado con un poco de lengua. Lamento que te haya parecido tan espantoso.
Entonces él se precipitó hacia delante, cerrando el corto espacio que nos separaba.
—¿No lo entiendes, Piper? ¿No ves lo que está pasando aquí? ¿Lo que lleva pasando desde el día en que te conocí? Estoy enamorado de ti, Piper Berry, y es una maldición de esas con las que tendré que vivir el resto de mi vida, pero no me importaba. ¡No me importaba! Me había acostumbrado a ser tu amigo y ver lo enamorada que estabas de Travis… Para mí era suficiente. Pero esta última semana ha sido como estar en el cielo, Piper.
El corazón me estallaba dentro del pecho y se me hizo un nudo en la garganta por todas las cosas que no sabía cómo decir. ¿Él me quería? ¿Gabe Rafferty me quería?
—Gabe… —Solo fui capaz de decir su nombre.
Negó con la cabeza y frunció los labios. Toda su expresión y la forma en que se mantenía erguido eran dolorosas.
—Por favor, no. No digas que lo sientes o que no sientes nada por mí. Ya lo sé, pero eso no significa que tenga que oírlo, ¿vale? Pensé que podría sobrevivir a esta semana y a ser una especie de pieza de ajedrez entre Travis y tú, pero esto es demasiado. Además, ya has conseguido lo que querías. Has humillado a Travis. Le has dado donde le duele. Y ahora ya está.
No esperó mi respuesta y, sinceramente, yo no sabía qué decir. Gabe negó con la cabeza y se subió a la camioneta.
—Y para que lo sepas, ese peluche ridículo que te regaló Travis en cuarto es un pterodáctilo, no un dinosaurio. Así que esa mierda de chiste ni siquiera funciona. —Suspiró con fuerza mientras ponía en marcha el motor—. Adiós, Piper Berry.
Miré el resto de la obra desde la última fila mientras la tristeza y la decepción me invadían. Gabe llevaba enamorado de mí desde que éramos niños. ¿Por qué no me había dado cuenta? Nuestras bromas siempre se sincronizaban (para fastidio de los demás). Siempre me miraba con pena cada vez que Travis y yo nos peleábamos. Siempre saludaba desde su habitación cuando las cortinas de los dos estaban abiertas. Me preguntaba qué me ocurría cuando caminaba por mi habitación dando zancadas o cuando lloraba tan fuerte que él podía oírme.
En el segundo acto, Travis pareció recuperarse por completo, como si no hubiera pasado nada, y no supe decidir si eso mejoraba las cosas o las empeoraba.
Sabía que me estaba metiendo en un terreno peligroso con mis propios sentimientos. Sabía que nunca volvería a mirar a Gabe de la misma manera, pero no me había detenido a pensar ni una sola vez en lo que esto significaría para él. Sí, él seguramente arreglaría las cosas con Travis. Quizá esta historia compartida los uniría todavía más.
Pero nunca quise herir a Gabe. Nunca quise jugar con él. Y, sin embargo, no importaba lo que había querido hacer. Solo importaba lo que había hecho.
Después de la ovación final, las luces del auditorio se encendieron y caminé despacio a través del gentío en dirección al aparcamiento. Les había mandado un mensaje de texto a mis padres para ver si uno de ellos podía recogerme después de su cita doble con el señor y la señora Gupta, pero no había recibido respuesta. No pasaba nada. Podía caminar y sentirme aún más sola. Me lo merecía.
—¡Piper! —llamó una voz detrás de mí.
Me giré, esperando que fuera Gabe, aunque sabía que no iba a ser él.
Travis, todavía caracterizado, salió corriendo por la puerta de salida del escenario y vino hacia mí.
Aunque quería lanzarle un millón de insultos, lo único que conseguí decirle fue:
—El señor McCoy te va a matar por no haberte quitado el vestuario antes. —El profesor de teatro era muy estricto con sus normas y preservar la magia del escenario era lo principal, por lo que todos los actores tenían que quitarse el vestuario antes de aventurarse a salir de los bastidores después de una función.
—No me importa —dijo Travis sin aliento mientras se acercaba—. Piper, tienes que saber cuánto lo siento. Carolyn y yo… fue un gran error, y sé que estás con Gabe, aunque la verdad es que no lo entiendo. No tiene sentido. Pero haría cualquier cosa para que vuelvas conmigo y dejar todo esto atrás. No sé quién soy sin ti.
Y ahí estaba. La disculpa que había estado esperando. El gimoteo. El ruego. Pero nada de eso me satisfizo. No era lo que yo quería. Ahora lo sabía.
—Te perdono —respondí finalmente—. Pero no quiero volver contigo. Ni siquiera un poco. —Me llevé una mano a la boca, como si pudiera borrar las palabras de algún modo. Pero ahí estaba la cuestión. No quería volver con Travis y quizá nunca lo quise.
—Ah —dijo él, sorprendido. Quizá esperaba que yo arremetiera contra él, o quizá tenía el ego tan inflado que esperaba que lo recibiera con los brazos abiertos, pero no importa lo que Travis pensara que yo iba a decir: no fue lo que dije.
—Que hayamos estado juntos tanto tiempo no significa que lo que teníamos funcionara, Travis. Te besaste con otra persona. Eso no es precisamente buena señal.
Él asintió con inseguridad y señaló:
—Yo… sentía que las cosas estaban cambiando, pero pensé que llegaríamos hasta la graduación, al menos…
—No me arrepiento de lo nuestro —dije con tono suave—. Pero no podemos volver atrás. No hay nada a lo que volver.
Travis lo pensó por un momento y luego asintió:
—Supongo que esto es lo mejor.
—Será mejor que me vaya —le dije mientras me giraba hacia la calle—. Será mejor que empieces a averiguar quién quieres ser sin mí, Trav. No te preocupes. Tienes tiempo.
—¿Piper? —dijo, pronunciando mi nombre una última vez.
—¿Sí?
—¿Te importaría saltarte las dos próximas funciones?
Pasé el resto del fin de semana con las cortinas bajadas y el móvil apagado. Travis. Piper. Quien fuera. No quería saber nada de ellos. El domingo por la mañana, mi madre empezó a preocuparse de verdad. Ella no lo dijo, pero me di cuenta. Creo que le recordaba demasiado a mi padre y la depresión en la que lleva sumido desde que se quedó sin trabajo en enero.
Por eso supongo que no fue una sorpresa tan grande cuando el domingo por la noche me avisó por el pasillo de mi habitación:
—¡Tienes visita!
Me preparé cuando la puerta se abrió con un chirrido y dejé escapar un suspiro silencioso al ver entrar a Travis.
—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en la fiesta del elenco? —pregunté con un gruñido, sin moverme del escritorio y de la enorme cola de vídeos de YouTube que había estado consumiendo. En ese momento, me encontraba en una sesión de buceo en un lago en la que un tipo se grababa a sí mismo buceando y encontrando cosas raras. Era tan anticlimático como parecía. Un entretenimiento perfecto para un episodio depresivo, ya que mi vida parecía tan turbia y espantosa como el fondo del lago donde el hombre acababa de encontrar un iPhone viejo.
—Viendo cómo está mi mejor amigo —dijo Travis. Todavía tenía partes de maquillaje pegadas a la piel, incluida la raya de ojos, que tardaba días en irse del todo—. Además, la fiesta del elenco empieza cuando yo digo que empieza. —Hizo una pausa para que me riera, pero no me reí, porque no era gracioso—. Me han contado que… eh, ya no estás con Pipes.
Me encogí de hombros y respondí:
—Para empezar, nunca fue real. Fue solo un gran espectáculo para ponerte celoso.
—Funcionó —dijo él con un resoplido.
—Demasiado bien —murmuré—. Lo siento. Hemos sido muy crueles.
—Igual que pedirte que mintieras por mí.
—Sí. No voy a negártelo.
Travis se sentó en el borde de la cama y dijo:
—Supongo que debo darte las gracias en cierto modo. Las dos últimas funciones han salido genial. Creo que lo del amuleto de la suerte no era real. También ayudó que Piper no se besara con nadie en la primera fila.
—Qué considerado de su parte.
—Estás loco por ella, ¿eh? —me preguntó.
—Solo estábamos fingiendo —respondí, negando con la cabeza.
—¿En serio? Porque creo que hay sentimientos involucrados.
—No vienen de ahora —le dije—. Siempre estuvieron.
—Lo sé —dijo con esa voz de imbécil prepotente, como si fuera el más listo de la habitación.
—¿Lo sabías? —Me giré por completo para mirarlo—. ¿Sabías que ella me gustaba y te dio igual?
Travis negó con la cabeza y respondió:
—No podía cambiar lo que sentías por ella, pero sabía que no intentarías robármela.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Porque tu mejor amigo gordo nunca podría robarte a una chica?
—No. Porque mi mejor amigo gordo no creía que pudiera, pero vi a Piper el viernes después de la función. No puede dejar de pensar en ti, Gabe. —Hizo una pausa mientras se levantaba y empezaba a caminar—. Sé que estamos en terreno pantanoso. No estoy intentando liarte con mi exnovia o algo por el estilo, pero sí que tienes que empezar a verte como lo hago yo. Eres divertido. No estás mal de cara. Estás gordo, pero ¿a quién le importa? Eso ni siquiera es malo, y odio cuando actúas como si lo fuera. Quizá Piper te habría elegido a ti en lugar de a mí si hubieses creído más en ti.
Quería responderle y decirle que estaba equivocado. Era más que eso. Pero yo pensaba en ese pterodáctilo tonto de peluche más de lo que quería reconocer, e inevitablemente me preguntaba qué habría cambiado si hubiera sido yo quien le hubiera dado un regalo de San Valentín sin sentido.
—Tal vez deberías arriesgarte —dijo Travis—. No puedes conseguir un papel si no te presentas a la audición.
Sonreí ante la frase trillada.
—De acuerdo, basta con esta mierda inspiradora del Departamento de Teatro. Ve a tu fiesta. Nos vemos mañana.
—¿Estamos bien? —preguntó Travis.
—Estamos bien —dije—. Pero no vuelvas a hacer estupideces.
Me di la vuelta, tirando de las mantas cuando oí un fuerte golpe seco contra la ventana. Casi sonó como un granizo. Volví a quedarme dormido, y entonces oí otro golpe.
Me di la vuelta y miré la hora en el móvil. Habían pasado seis minutos de las tres de la madrugada. Apenas me había dormido, pero fue suficiente para sentir la cabeza aturdida y los ojos pesados.
Después de un tercer golpe, me senté en la cama y me froté los ojos antes de ponerme unos pantalones cortos.
Subí las cortinas y me encontré con una ardilla del tamaño de una persona en el estrecho espacio que separaba nuestras casas. ¿Estaba drogado? O peor aún, ¿estaba muerto? Con un resoplido, abrí la ventana.
—No sé qué quieres ni quién eres —dije—, pero aunque el perro de mi madre sea diminuto, es una fiera y sabemos que se ha comido ardillas.
La ardilla gigante se agarró la cabeza y se la quitó.
—No me asusta Ziggy, y la mayoría de las ardillas de nuestra calle son más grandes que él —dijo Piper mientras se metía la cabeza de ardilla bajo el brazo.
—¿Qué demonios haces fuera de mi habitación vestida de ardilla? —pregunté, aunque lo que realmente quería era cavar un agujero e hibernar en él hasta que Piper se fuera a la universidad para no tener que volver a verla después de confesarle que llevaba toda la vida enamorado de ella. Y todo por no haber podido soportar un poco de lengua.
—Estoy tirando bellotas a tu ventana —dijo ella, abriendo una mano para revelar un puñado—. Como una ardilla desquiciada.
—Ah, sí, bueno, eso suena absolutamente cuerdo —dije; el corazón me palpitaba en silencio al recordar aquella noche, hacía poco más de una semana, cuando ella me despertó en plena madrugada para urdir su plan.
—Gabe, lo siento. Lo siento mucho. Todo esto empezó por la razón equivocada, pero en algún momento de la semana pasada, empezó a parecerme… bien. Que hubiera un nosotros me pareció bien.
Mi ira se desvaneció rápidamente al verla. En especial con ese bendito traje de ardilla.
—No debería haber aceptado —admití—. Fue mala idea.
—Tienes razón.
—Y sabía que iba a llegar demasiado lejos… en más de un sentido.
—Fue mezquino por mi parte —dijo ella—. Quería que Travis sintiera el mismo dolor que había sentido yo… pero nunca quise hacerte daño. De hecho, estaba tratando de pensar en cómo podría reponerme después de haber cortado con los dos. Con Travis fue más fácil. Estaba enfadada. Pero contigo, Gabe… Me despierto cada mañana y te veo. Llevas dos días con las cortinas cerradas… Y apenas he podido dormir sin nuestras llamadas nocturnas.
—Yo también las he echado de menos —dije en voz baja.
—Gabe, tú… dijiste que me querías, y no puedo dejar de darle vueltas una y otra vez. No puedo poner fin a esto sin saber qué hay entre nosotros. No puedo. Dame otra oportunidad, por favor. Quiero que seas mío. Lo quiero de verdad. —Piper levantó una pata, dejando caer las bellotas al suelo—. Palabra de ardilla exploradora.
Me incliné sobre el alféizar de mi ventana hacia el aire húmedo de la noche.
—¿De dónde demonios has sacado ese disfraz?