Si quieres casarte con mi hija, debemos hablar - Carlos Cuauhtémoc Sánchez - E-Book

Si quieres casarte con mi hija, debemos hablar E-Book

Carlos Cuauhtémoc Sánchez

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Beschreibung

Un hombre se dirige al novio de su hija para hablar claro sobre temas cruciales de la pareja: dinero, sexo, discusiones, trato cotidiano, hijos, calidad de vida... Esta carta es fuerte, emotiva, inspiradora. Rompe todos los mitos respecto a lo que un suegro debería decir. Conmoverá y desafiará al lector. Cada tema expone también retos para mujeres. Jamás se ha publicado algo igual. Si quieres casarte con mi hija es imprescindible para jóvenes enamorados, pero también para matrimonios con años de rutina. Si usted cree en la familia, no puede dejar de leer este libro. Llegará a considerarlo un legado invaluable; el ABC del matrimonio.

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez

SI QUIERES CASARTE

CON MI HIJA

debemos hablar

tengo que hacerte

12 preguntas

“Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros medios sin el permiso de la editorial”.

Edición ebook © Mayo 2015

ISBN: 9786077627722

Edición impresa - México

ISBN: 9786077627685

Derechos reservados: D.R. © Carlos Cuauhtémoc Sánchez. México, 2015.

D.R. © Ediciones Selectas Diamante, S.A. de C.V. México, 2015.

Mariano Escobedo No. 62, Col. Centro, Tlalnepantla Estado de México, C.P. 54000, Ciudad de México.

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QUERIDO AMIGO:

Yo tengo una bala en el pecho.

A medio centímetro del corazón.

El sujeto que me disparó a bocajarro escondía un arma de bajo calibre; casi muero. Se me colapsó el pulmón. Siempre llevaré el proyectil conmigo; insertado, encapsulado; no se puede extraer. Los médicos dijeron que mi cuerpo lo aceptaría como huésped inocuo. Tanto que me olvidaría de él. Y así ha sido. Durante varios meses. Pero últimamente ha comenzado a producirme punzadas recordatorias de mi vulnerabilidad. Es entonces cuando tiendo a hablar más claro. Y la gente se incomoda. Espero que tú no.

Amigo, la vida pasa muy rápido. Y es frágil. No podemos desperdiciar tiempo andando por las ramas.

He decidido escribirte una carta muy especial, de hombre a hombre, pero como amigos. Ahora que la relación entre tú y mi hija se ha vuelto más seria, necesitamos abordar ciertos temas. Te expondré mis pensamientos con total transparencia; como el jugador de naipes que baja sus cartas y muestra la mano que tenía. Soy aficionado al dibujo y tal vez acompañe algunas ideas con ilustraciones en tinta. Después de que leas esta carta, me gustaría que nos reuniéramos para charlar a solas.

Mejor antes que después.

No pretendo confrontarte, hacerte advertencias o juzgarte. Al contrario; de entrada quiero decirte que te aprecio y respeto. Por una razón muy simple: mi hija te eligió. Ella ha esperado durante años a una persona especial, de modo que si se ha fijado en ti y te considera un buen hombre, es porque debes de serlo. No voy a poner en tela de juicio tu calidad humana; sólo voy a plantear algunos temas importantes de conversación.

Creo que tú y yo somos parecidos.

EXISTEN DOS TIPOS DE HOMBRES.

Sé que cuando nos referimos a personas no podemos hacer una clasificación tajante ni dicotomías absolutas tipo blanco y negro, pues hay muchos tonos de gris y todos tenemos diversas etapas de fortaleza y debilidad —a veces estamos más de un lado del espectro y en ocasiones nos movemos al otro extremo—, pero en términos ilustrativos me gusta entenderlo así:

Existen dos tipos de varones.

Los hombres—HOMBRES.

Esos cuya palabra vale: honestos, valientes, vigorosos, seguros, sensibles, enfocados en sus prioridades, coherentes, íntegros; fuente de ayuda e inspiración para otros; negociadores inteligentes; capaces de luchar por su princesa y conquistarla día a día.

Los hombrecitos.

Esos que dicen una cosa y hacen otra; mentirosos, cobardes, lloricas, inseguros, egoístas, agresivos; evasores de problemas; acostumbrados a echarle la culpa a su mujer —a quien no saben proteger ni conquistar—, de todo lo malo que pasa en sus vidas.

Por supuesto, considero que somos del primer tipo.

Y los hombres-HOMBRES se ponen de acuerdo.

Muchas veces ocurre que los socios de un proyecto quieren hacer aclaraciones fundamentales cuando las cosas están avanzadas y es demasiado tarde para desandar el camino. Ésa es la razón por la que ocurren tantas fracturas entre gente buena.

Como socios, hablemos sobre nuestras preocupaciones, expectativas, roles y estrategias en ese importantísimo proyecto común: la felicidad de la mujer a quien los dos adoramos: mi hija, y tal vez, tu futura esposa…

Sé que esta iniciativa de mi parte puede parecer intrusiva y hasta anticuada. ¿Qué tengo que ver yo en el tema del romance de mi hija (una persona adulta) con otra persona adulta (tú)? ¿No acaso el amor de pareja concierne sólo a la pareja? ¿No se supone que las reglas de sentido común obligan a los familiares políticos (sobre todo, suegros) a mantenerse al margen de las relaciones amorosas de sus hijos para beneficio de las mismas relaciones?

Yo entiendo esos paradigmas y coincido con buena parte de ellos; no te preocupes. Sé que en el futuro, estaré obligado a callarme y alejarmeparaque mi hija y tú arreglen sus asuntos SOLOS. Sé que deberán aprender, madurar y crecer como pareja sin la intervención o supervisión más que de ustedes mismos y de sus propias conciencias.

Pero ese momento no ha llegado todavía.

Éste es el momento en el que tú y yo tenemos que hablar claro.

Desde hace años he pensado en escribir esta carta. No sabía quién sería el destinatario. Tampoco quería anticiparme a los hechos hasta conocerlo. Pero el tema me robó la paz muchas noches y fue motivo para mí de innumerables insomnios.

En mis duermevelas, entre amargas y emotivas, he imaginado la siguiente escena:

Un hombre joven, vestido de traje oscuro y peinado con esmero, está de pie, ante el altar, mirando hacia el pórtico de la iglesia. Mucha gente ataviada con elegancia observa expectante. Algunos asoman sus cámaras para fotografiar el pasillo. Se escucha música solemne. Comienzo a caminar despacio, apretando los dientes para evitar que el nudo en la garganta me haga mostrar un gesto contrariado. Tomada de mi brazo camina mi hija. Avanzamos juntos para hacer algo que sólo pensarlo me estremece: entregarla.

¡Entregarla!

En algunas ceremonias, el culto establecido obliga al ministro a formular una pregunta más aclaratoria y (si se me permite el adjetivo) hasta incisiva. Para que no quede duda alguna, en frente de todos los congregantes, de pie, la máxima autoridad pregunta:

—¿Quién entrega a esta mujer?

Entonces el papá de la novia contesta:

—Yo, su padre —dice su nombre completo, y a veces agrega—: junto con su madre.

El ministro sienta a la gente y se escucha un canto.

Entre sonrisas y fotos, en una escena pública que pretende ser romántica, pero en realidad es cruel, al padre le es arrancada una parte de su corazón.

¿Estoy exagerando? No lo creas. Lo entenderás cuando tengas una hija.

Hablando en plata:

El más grande tesoro de mi vida es esa princesa.

Voy a decírtelo en términos que cualquier hombre-HOMBRE, dispuesto a abrirse paso en el mundo financiero, puede comprender:

Tú sabes lo que es invertir tiempo, trabajo y dinero en un negocio o en una obra creativa. Lo has hecho. Mientras más de ti has dado en un proyecto, más lo amas. Por ejemplo, cuando has invertido todo lo que tienes en la casa donde vives, no querrás venderla; pero si necesitaras hacerlo, nunca nadie podría pagarte lo suficiente por ella; la casa en la que has depositado una parte invaluable de ti no tiene precio.

A las personas también se les invierte, Por decirlo así.

Desde que nació mi princesa, he invertido en ella todo mi capital emocional, afectivo, intelectual, económico y espiritual. Trabajando para ella, pensando en ella, comportándome con dignidad para honrarla y generando recursos para tener algo mejor que darle; soñando con su futuro, desarrollando estrategias y tomando acciones con el fin de ayudarla a ser más feliz.

Nada de lo que he logrado en la vida vale tanto ni es tan importante como mi hija.

Dejando eso en claro, entenderás por qué desde hace años he soñado (a veces como pesadilla) en el día que alguien (un perfecto desconocido) llegue a pedirme que se la dé. Y peor aún, en el día en que camine con ella por el pasillo adornado para dársela…

No estoy sugiriendo que ella sea “un objeto sin voluntad susceptible de ser dado o recibido en posesión”. ¡De ninguna manera! Mi hija es una persona autónoma, independiente; se casará con quien ella elija bajo total libertad. Yo no soy nadie para pretenderme su dueño. En términos reales no voy a “dártela”. Si ella se daa ti, lo hará porque quiera hacerlo. Pero en términos simbólicos de protección y cuidado directo, sí. Yo te la entrego con la condición de que sepas valorarla, de que la ames de verdad…

¡Y nunca en mi vida he usado el verbo amar con más amplitud y fuerza!

Porque si algo sé del amor, me lo ha enseñado ella.

Cuando me balearon y estuve a punto de morir, no se separó de mi lado ni de día ni de noche. Yo luchaba por superar los efectos de una reciente hemorragia interna y por entender lo que no tenía explicación. Junto a la cama del hospital, vi entre nubes el rostro de mi princesa, dulce y cariñoso, bañado en lágrimas, pero siempre animándome.

Días antes, manejaba despreocupadamente por la avenida que conduce a mi casa. Había oscurecido. Las lámparas urbanas alumbraban la calle con un haz amarillento; había poco tráfico. En un crucero frente al semáforo en rojo, observé con asombro a tres sujetos persiguiendo a un joven que acababa de atravesar la avenida corriendo y saltando como liebre por el camellón. Vi que lo alcanzaron para derribarlo frente a mi auto. Ya en el suelo, comenzaron a golpearlo. Primero toqué el claxon tratando de evitar que lo molieran a patadas. Luego me bajé del coche. La escena era grotesca, inadmisible. ¿Cómo podían esos tipos arremeter con tal furia para lastimar a un joven endeble que parecía tan indefenso? ¿Y por qué? Si el muchacho había cometido algún ilícito bastaba con detenerlo y llevarlo a la policía. No era necesario golpearlo de esa forma.

Me acerqué y grité que dejaran al jovencito en paz. Puse mi mano en la espalda del maleante más sanguinario para tratar de calmarlo, pero se dio la vuelta y me disparó. Jamás vi el arma escondida en su chaqueta. Tampoco anticipé su movimiento. Todo ocurrió muy rápido. Al momento del estallido sentí que mis costillas se fracturaban como si hubiesen sido embestidas con una barra de hierro. Caí al suelo sin poder respirar. Ahí recibí otro balazo en el abdomen. Mi pulmón izquierdo se colapsó y el orificio en el bajo vientre comenzó a drenar la sangre del torrente circulatorio.

¿Por qué ocurrió eso? Estuve en el lugar equivocado con las personas incorrectas en el momento inadecuado. Pero aun lo más extraño del ayer suele tener una lógica y un propósito que sólo entendemos a largo plazo. Quién sabe; tal vez de no haber pasado yo por ahí, tú habrías muerto ¡y mi hija no estaría pensando en casarse contigo!

Porque el muchacho a quien esos tipos estaban golpeando eras tú.

Cuando los delincuentes huyeron, la víctima original se convirtió en rescatador y el rescatador se volvió víctima. Te moviste rápido. Conseguiste los primeros auxilios que me salvaron. ¡Y permaneciste cerca durante el tiempo que estuve en terapia intensiva! Ahí conociste a mi hija. La viste llorando de rodillas junto a mi cama, tomándome de la mano y suplicándome que me esforzara por vivir.

También te encontraste con mi esposa. Enfrentaste a las autoridades, hiciste declaraciones y diste la cara con valor; pudiendo evitarte problemas, permaneciste presente, atento a mi recuperación. Pensé que tu presencia estaba motivada por un sentimiento de gratitud, pero hoy entiendo que había otras razones: el flechazo de Cupido; los primeros indicios de cariño hacia una mujer cuyo amor, por otro lado, ha motivado a su padre a vivir y a mantenerse en pie la mitad de su existencia.

Interesante convergencia.

¿Quién entrega a esa mujer?

—Yo, su padre…

(Mmmh).

Hace tiempo que había olvidado la bala albergada en mi pulmón. No me había causado el más mínimo dolor. Pero esta semana ha comenzado a punzarme: desde que te paraste en mi oficina para decirme que amas a mi princesa y que tienes “intenciones serias” con ella.

¡Intenciones serias! Eso dijiste. Simple y llano. Sentí una leve punzada como discreto alfilerazo en el tórax y te prometí que hablaríamos después.

Como en mi cabeza hay un hervidero de ideas, antes de que charlemos quise escribirte esta carta.

Existen ciertos temas que quiero discutir contigo. Hice la lista. Son doce. Doce conceptos para poner sobre la mesa. Doce preguntas cruciales que todo hombre-HOMBRE deberá formularse alguna vez en la vida y que yo te voy a hacer. También te daré mis propias reflexiones al respecto; después quiero que nos reunamos a solas y me des tus impresiones. Te voy a escuchar, pero primero voy a hablarte. Y tú me vas a escuchar. Me lo debes.

¿Comenzamos?

Pregunta crucial #1 ¿SERÁS CAPAZ DE APOSTAR TODO POR ELLA?

Hace varios meses supe que mi hija tenía un romance contigo.

Creí que se trataba de algo sin mucha importancia, o al menos prematuro. Hoy veo que no. Ayer platiqué con ella cariñosamente y pude detectar en su mirada un brillo de ilusión; está enamorada de ti, pero también tiene miedo. Aunque cree que eres el hombre de su vida, te ha notado inseguro y temeroso respecto a la ruta hacia la que vas a dirigirte.

Hay una analogía muy popular.

Explica la diferencia entre estar comprometido y estar involucrado. Seguramente la conoces; pero te la recuerdo:

Un cerdo y una gallina platicaban en el traspatio de la cocina. La gallina, muy oronda, presumía:

—Hoy, los dueños de la casa van a desayunarse huevos con jamón. De ninguna manera podrían comer ese manjar si no fuera por mí. Soy imprescindible, ¿no te parece, amigo?

El cerdo, contestó:

—Tu aportación es muy pobre, gallinita, porque esta mañana sólo vas a dar los huevos. Yo, en cambio, para que ellos tengan jamón, voy a dar la vida.

De eso quiero que charlemos, para empezar: ¿darás la vida por lo que amas o sólo pondrás los huevos? (En el buen sentido… y en el malo también).

Voy a hablarte un poco de tu novia.

La conozco mejor. Ella siempre ha sido soñadora. Le gustan las aventuras osadas.

Hace muchos años (era una niña con caireles) la vi jugando con avioncitos que sobrevolaban su habitación. Hizo que se lanzaran al vacío, en paracaídas, una Barbie y un Ken mientras el avión se estrellaba y la pareja de enamorados caían en una tierra extraña e inhóspita.

Aunque hoy la veas realizada, en el fondo sigue anhelando hallar al príncipe que la conquiste y con quien pueda lanzarse al vacío para emprender una aventura arriesgada y apasionante a su lado.

A eso me refiero con apostarlo todo.

La diferencia entre casarse y simplemente vivir juntos es una cuestión de actitud, tamaño de apuesta y nivel de compromiso.

Cuando un hombre-Hombre pide matrimonio...

Tácitamente le dice a la mujer: “Estoy dispuesto a todo por ti, vales la pena, me juego la vida entera con tal de estar a tu lado; quiero que crezcamos juntos, y lloremos juntos en los momentos difíciles y riamos en la prosperidad; quiero protegerte, cuidarte y darte lo mejor; imagino formar contigo una familia hermosa (¡claro que se puede!, ¿por qué no?), quizá con hijos a quienes cuidaré y guiaré ayudado por la compañera y complemento de mi vida”.

Cuando un hombrecitole pide que vivan juntos...

le da este mensaje: “Me reservo el derecho de arrepentirme sin dar explicaciones a nadie de nuestro posible fracaso, porque no estoy seguro de ti, ni de tu calidad como persona a largo plazo, ni de que me llenes lo suficiente; de modo que esto es una prueba (yo te voy a probar y tú a mí), serás mi mujer en exclusiva, me servirás y me darás tu cuerpo sin condiciones todas las noches (claro que tú también tendrás el privilegio de disfrutar el mío); si con el tiempo nos damos cuenta de que no pasamos la prueba, tú te vas por tu lado y yo por el mío sin que se te vaya a ocurrir exigirme derecho alguno”.