Todo sobre la casa - Anatxu Zabalbeascoa - E-Book

Todo sobre la casa E-Book

Anatxu Zabalbeascoa

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Beschreibung

Las bañeras, las cocinas y los tenedores esconden una historia. La vida privada dice tanto de una civilización como el análisis de sus batallas y contiendas. Todo sobre la casa desgrana, estancia por estancia, la evolución de la vivienda a lo largo de la historia y nos descubre el origen de nuestros arraigados hábitos domésticos. Si los romanos comían acostados y durante la Edad Media se impuso la costumbre bárbara de comer sentado alrededor de una mesa, los reyes renacentistas, en cambio, solían comer solos frente a un numeroso séquito que permanecía de pie a su alrededor. Las primeras camas construidas eran estructuras elevadas para evitar humedades, corrientes y ratas, y más que un mueble destinado al descanso, para la nobleza medieval el lecho fue uno de los epicentros de la actividad social de la corte, donde se recibían visitas o se trataban asuntos de Estado. Los baños no gozaron de un espacio propio en la vivienda hasta bien entrado el siglo xx, cuando convergió la generalización de las tuberías, el agua caliente y las doctrinas higienistas Anatxu Zabalbeascoa narra en este libro una crónica amena y apasionante de aquellos hechos que, como éstos, han configurado la evolución de la casa y de nuestros hábitos domésticos. Arquitectura, tecnología y vida privada confluyen en esta obra transdisciplinar que, partiendo de un análisis social y antropológico, nos narra la historia de seis espacios baño, cocina, dormitorio, jardín, salón, comedor para desvelarnos la evolución de nuestra propia cotidianidad. Por sus páginas no sólo desfilan Le Corbusier y Chippendale, el estilo Imperio y los jardines colgantes de Babilonia, sino también inventores y decoradores, políticos y monarcas, así como nobles, burgueses y campesinos. El estudio de la autora discurre en paralelo a las potentes ilustraciones de Riki Blanco, que han sido minuciosamente creadas para este relato, y logran captar y trasladar al lector a ambientes pretéritos con excepcional agudeza.

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Índice

introducción

baño

cocina

comedor

dormitorio

jardín

salón

bibliografía

agradecimientos

introducción

“Nuestras casas saben bien cómo somos”

Juan Ramón Jiménez, Espacio

Las alcobas y los tenedores cuentan una historia. Se puede saber tanto de la historia de la civilización analizando sus batallas como observando sus hábitos privados. Por eso la historia de la casa encierra muchos de los secretos de los hombres. Datos con frecuencia aparcados por los historiadores como qué se comía, cómo y con cuántos se dormía, cuándo se bañaba la gente o cómo eran las ventanas de los hogares desvelan cómo son los seres humanos tanto como el lugar, la fecha y el botín de las batallas que sí figuran en los libros de historia al uso. La antropología, que centra su análisis en la evolución del comportamiento humano, es una ciencia joven, mucho más que la arquitectura. Pero revela que las mejores fuentes para averiguar cómo se vivía provienen de la época en la que sucedieron las cosas. Así, escritos, edificios, cerámicas, pintura y tradiciones ayudan a descifrar de dónde venimos.

Es cierto que en muchos lienzos se retrataba la mejor cara de una sociedad, su rostro engalanado cuando no disfrazado. Por eso el análisis de la vida doméstica basado en su representación más perfecta podría dar lugar a equívocos si los juicios no fueran contrastados. Evidentemente, eran muy pocas las casas holandesas del siglo XVIII que tenían alfombras persas o turcas como las que aparecen, incansablemente expuestas sobre mesas, en el retrato de los interiores domésticos de la época. Pero es un dato que las casas pudientes tuvieran la costumbre de mostrarlas en mesas y no en el suelo.

Las viviendas chinas se construían con la madera procedente de la tala de sus bosques. Por eso nada queda que permita reconstruir cómo era allí la vida doméstica hace siglos. Nada hasta que alguien da con otra vía de conocimiento. El cariz conservador de la sociedad china permite aventurar que la dinastía Ming (1368-1644) no construía de manera muy distinta a como lo hacían sus remotos antepasados, aunque sea imposible comprobarlo. Se ha comprobado, en cambio, que durante la dinastía Han, doscientos años antes de Cristo, cuando se levantó la Gran Muralla, los poderosos enterraban en sus tumbas maquetas de barro de sus viviendas. Éstas dan una idea de cómo vivían los pudientes. Finalmente, lo que sabemos de la vida cotidiana china, y de las viviendas de la Antigüedad también, nos ha llegado por la literatura de una cultura que se ex-presó antes con la caligrafía que con la arquitectura.

El arquitecto historiador Stephen Gardiner sostiene que cada pueblo elige su estilo. Los flamencos el gótico, los franceses el manierismo y la gente corriente la desnudez sin afectaciones: las fachadas sin ornamentar. Tanto como los estilos o la técnica, la normativa ha dibujado el tamaño de ventanas y, consecuentemente, el aspecto de las fachadas. Pero el buen diseño supera normas y retos: puede solucionar cualquier problema. En Ámsterdam, la estrechez de los edificios impuso grandes ventanales para poder introducir el mobiliario. Esa necesidad uniformó sus fachadas. Y el deseo de convertir la suma de fachadas de los edificios en una sola cara de la ciudad nació con el crecimiento de las grandes urbes. Se dio, por ejemplo, en Roma en la época renacentista.

El pasado revela más necesidades que caprichos detrás de las grandes decisiones arquitectónicas

Gardiner cree también que la arquitectura evolucionó dando siempre dos pasos adelante y uno atrás. “Cuanto mayor era el paso adelante mayor era también el paso atrás (en la historia) en busca de sabiduría.” Así, Andrea Palladio rebuscó en el pasado y se remontó hasta los romanos para dar orden a la arquitectura. Ni imitó ni negó, analizó. Se atrevió, por ejemplo, a contradecir a Vitruvio asegurando que los techos planos no servían, que producían goteras. Palladio trazó una línea de continuidad. Supo elegir más que idear. Y supo hacer de lo local lo universal. Sus villas se convirtieron en un modelo, no tanto para hacer grandes mansiones como para dibujar las fachadas de edificios. Y a partir de la suma de esos edificios se podía construir una ciudad.

El pasado revela más necesidades que caprichos detrás de las grandes decisiones arquitectónicas. Debió de ser el exceso de sol y la necesidad de ventilación lo que propició la construcción del peristilo griego. Y cuando los españoles llegaron a Sudamérica respetaron la estrechez de las calles para lograr sombra y uniformidad en las fachadas, además de para organizar el paso de aire y las corrientes. La falta de espacio hizo que en las ciudades romanas las viviendas subieran hasta cinco pisos de altura (Augusto puso el límite en 20 metros y Trajano lo bajó luego a 17,5). En esos edificios de vivienda podemos encontrar unorigen remoto de los bloques actuales: para abaratar su construcción, las fachadas no estaban ornamentadas, sólo agujereadas por ventanas.

Pero no siempre fue la utilidad lo que decidió formas y distribuciones. Era típico de la arquitectura occidental destacar la fachada, y de la oriental ocultarla. La simetría habla de voluntad de control, del dominio del hombre sobre la naturaleza en Occidente. En Oriente, el acceso indirecto describe modestia frente a la misma naturaleza.

Aunque los lugares hablen con referencias y valores diversos, además de en idiomas distintos, las alcobas y los tenedores cuentan una historia. Pero si la antropología es una ciencia reciente más podría serlo la que recoge la historia del interiorismo, que tiene a Mario Praz, un profesor italiano de literatura inglesa, como una de sus figuras destacadas. Para el autor de laHistoria ilustradade la decoración interior desde Pompeya hasta el sigloXX, el hombre que no tenía sentimientos hacia la casa era como para Shakespeare el hombre que carecía de sentido musical: un tipo nacido para la traición, el engaño y el robo. “No hay que fiarse de un hombre semejante.”

El propio Thoreau fue juzgado como vagabundo (y encarcelado) aunque hubiera advertido en su Walden que le aterrorizaba pensar en la obligación de quitar el polvo todos los días a las figuras que decoraban su mesa “mientras que el mobiliario de mi mente está aún lleno de polvo”. Thoreau terminó tirando sus figurillas por la ventana. Cosa que hubiera horrorizado a Praz. Para el italiano la casa era el hombre. Muchos escritores compartieron esa opinión que llevó a Gogol a describir en Almasmuertas la solidez de los muebles de la casa de su protagonista Sobakievich como “pesados y fuertes: cada objeto, cada silla, parecía decir: También yo soy Sobakievich”. Praz era feo hasta la deformidad. Pero necesitaba lo armónico y lo hermoso tanto como el aire. Sin embargo, también conocía como pocos las servidumbres de una posesión. Estaba convencidode que la casa era una expresión, y también una expansión del yo. “La casa es para el dueño. Y el dueño para la casa”, sentenció. También, como Bertolt Brecht, escribió que habitar significa dejar huella.

Al autor deLa casa de la vidase le adelantó, en casi un siglo y medio, elRecueils de décorations intérieures(1812) de Percier y Fontaine, los arquitectosfavoritos de Napoleón. Así, hay quien remonta la historia del interiorismo al nacimiento de la propia materia, a la corte de Luis XIV a finales delXVIIy principios delXVIIIy a una ciudad cuna, entonces, del rococó: París. Pero mucho antes de que París fuera el epicentro de ese estilo decorativo y de que Praz anotara su historia, las viviendas prehistóricas, babilónicas, egipcias, griegas y romanas tenían ya una organización doméstica y, por lo tanto, una organización espacial. En buena medida, esa lógica de la antigüedad doméstica ha llegado hasta nuestros días. Y eso que la única constante de la historia de la casa que se puede encontrar en todas partes es escurridiza: se llama cambio.

Estas páginas intentan trazar la evolución de cada una de las estancias que hoy comprenden una casa. Es un empeño peliagudo porque si algo explica la historia de la casa es la convivencia de usos en un mismo espacio en las más remotas y diversas culturas. Así, el origen de esas habitaciones es casi siempre confuso. Muchas labores domésticas compartieron, durante siglos y en la mayoría de las viviendas, un único escenario. Además, los tabiques de las casas se desdibujan con las épocas: las estancias ganan y pierden importancia de acuerdo con culturas y momentos. Con todo, el anhelo por una “habitación propia” que expresó Virginia Wolf ya lo habían sentido, y expresado, antes muchos individuos.

En el siglo XVIII el sastre progresista Francis Place no describía una habitación propia en la que escribir o pensar. Hablaba de supervivencia física. Y sabía de lo que hablaba. Nacido en una prisión, se empeñó en mejorar la vida de la clase obrera, su educación y sus modales. Y creía que todo eso podía conseguirse con la propiedad de una casa. “Tener que comer y beber, cocinar, lavar, planchar y llevar a cabo todas esas ocupaciones domésticas en la habitación que su marido trabaja y en la que ambos duermen conduce a la degradación de un hombre y una mujer en la opinión de cada uno y en la de ellos mismos”, escribió. Y Catherine Hall lo recogió en el ensayo Sweet Home. Claro que Place se quejaba, en realidad, de tener que escribir presenciando cómo su mujer encen-día el fuego, cocinaba o fregaba el suelo.

¿Se puede hablar de evolución en la vivienda? ¿Sería esa evolución sólo una cuestión cronológica? ¿Técnica? ¿Cultural? ¿O dependería de asuntos estéticos, prioridades funcionales, estilos arquitectónicos o posibilidades económicas? No existe, para estas preguntas una, sino muchas respuestas. Y todas distintas. En la historia de la distribución de la casa tiene tanto que ver la religión como la invención, tanto la ciencia como la creencia.

Los estilos, además de popularizar formas y acabados, ponían de moda materiales, forzaban la aparición de muebles que alteraban las costumbres, potenciaban distribuciones arquitectónicas y, en suma, cambiaban la faz de las ciudades tanto como las casas o la indumentaria de sus ciudadanos. ¿Qué determina entonces un estilo? Para el historiador Peter Thornton no se trata tanto de los objetos o de las artes como de la “densidad de una línea de propuestas”. Lo generalizable ofrece el único recuento posible porque la historia de los estilos domésticos es la historia de una certeza: no hay estilos puros. Éstos se solapan, se transforman, se abandonan y… reaparecen. Los cambios son progresivos en el espacio y en el tiempo. Y la huella de un estilo puede extenderse por varios países durante márgenes tan amplios como dos siglos. Además, los estilos arquitectónicos que lograron colarse en las viviendas lo hicieron, con frecuencia, sólo en las fachadas (elCarpenter gothicen Norteamé-rica) o a través de los muebles (el estilo Luis XIV triunfó en los sillones).

Que la historia del interiorismo haya tenido bastantes estilos con nombre de persona da una idea de lo singular y caprichoso que podía ser el nacimiento de otra manera de amueblar y decorar. Al margen de informar sobre quién tenía el poder, o lo que es lo mismo, la riqueza en cada momento. Así, no es de extrañarque hubiese, sobre todo, reyes con estilo propio (aunque muchas veces fueran sus amantes las que decidieran las líneas de dichos estilos). Luis XIV, el Rey Sol, y Napoleón firmaron estilos más allá de la arquitectura. Sus muebles invadieron las viviendas pero también se convirtieron en elemento de propaganda política comunicando su poderío.

La figura del arquitecto, como la cabeza intelectual de un equipo de albañiles, fontaneros y carpinteros, no surgió hasta el siglo XVIII

La figura del arquitecto, tal como la entendemos hoy, como la cabeza intelectualde un equipo de albañiles, fontaneros y carpinteros, no surgió hasta el sigloXVIII.Y, en general, lo hizo para construir viviendas, no para diseñarlas por dentro. Yaen elXIX,Edmond de Goncourt advirtió que el hombre, “so pena de acabar domes-ticado, debía reconquistar la casa venciendo a las mujeres, sacerdotisas de lo cotidiano”. Y es cierto que éstas jugaron una baza capital en la historia del interiorismo, fuera como organizadoras de las labores domésticas –y por lo tanto de su ubicación–, como anfitrionas o como instigadoras de cambios. El sigloXIXvio aparecer los primeros libros de decoración dirigidos a las mujeres, cuando no escritos por ellas. Pero ya antes, con autoría reconocida o no, algunas cortesanas habían desempeñado un papel fundamental en la renovación de los palacios europeos: igual que madame de Rambouillet montó un salón literario, madame de Pompadour impulsó, y luego negó, el rococó.

Para el XIX, la casa y sus estancias ocupaban las mentes más ocupadas. La escritora Edith Wharton firmó, junto al arquitecto John Ogden Codman, el libroThe Decoration of Houses (1897), donde describe la figura del interiorista profesional, defiende el papel del arquitecto y critica la nociva influencia de las modas en los decoradores. Durante el siglo XIX, buena parte de los libros sobre decoración, y fueron muchos los que se publicaron entonces, iban dirigidos a las mujeres y llevaban títulos a veces paternalistas, como “Domestic Duties or Instructions to Young Married Ladies” (1828), del británico William Parker, y otras veces reafirmantes, como The American Woman´s Home (1869), de las hermanas Catherine, yHarriet Beecher StoweoThe House Book(1840), de Eliza Leslie. Todas estas autoras contribuyeron a hacer del interiorismo una disciplina seria. Y con historia. Y algunas rivalizaron por el puesto de la decoradora del momento. Así, la periodista Elsie de Wolfe organizó reuniones en las que los decoradores daban consejos que ella compiló en The House in GoodTaste (1910), antes de convertirse en decoradora de gran éxito, superados los cuarenta años. Cuatro años después, su gran rival, Ruby Ross Goodnow, trató de acercarse a la gente con otra estrategia: su libro se llamó The Honest House.

A las presumibles batallas entre clientes y profesionales, la historia del interiorismo suma las que hubo entre tapiceros –los decoradores de los siglos XVII y XVIII– y los arquitectos, empeñados en llegar al detalle de los espacios interiores. El arquitecto Nicolás Le Camus de Mézieres abogó por distinguir las obligaciones de ambas profesiones considerando que las camas debían ser diseñadas por los arquitectos y ejecutadas por tapiceros. Y el historiador inglés William Mitford llegó a argumentar que los intereses de ambos grupos eran opuestos, ya que mientras el arquitecto defendía la larga vigencia de un edificio,el tapicero se beneficiaba de los continuos cambios en las decoraciones que contribuían a crear estilos caprichosos y pasajeros.

Pero puede que Mitford sobrevalorase la permanencia. La historia demuestra que si algo es la arquitectura es cambio. Frente al concepto de permanencia y solidez asociado durante siglos a la arquitectura, por el uso de la piedra empleada como refuerzo constructivo en los lugares más expuestos, al principio, y luego como material estructural, aunque antes en las tumbas que en las casas, la historia de la casa revela que ésta es reconstrucción continua, para reparar lo levantado o para redistribuir el espacio.

Frank Lloyd Wright se hizo más urbano, y en consecuencia más cartesiano y menos orgánico, con el paso de los años. Lo contrario le sucedió a Le Corbu-sier, el hombre que había definido la casa como una máquina de habitar. Su disciplina pudo ser autoimpuesta, y llegada una edad se liberó con formas expresivas que ofrecían más preguntas que respuestas. Louis Kahn describió lo que era el arte dibujando una línea. A un lado quedaba la verdad: matemáticas, ingeniería, hechos y cosas de ese tipo. En el otro, las aspiraciones humanas, los sueños, los sentimientos. El punto en común era el arte, que carecía de sentido si no contenía una verdad. ¿Sabía de lo que hablaba? Toda su vida convivió con dos familias: la visible y la oculta. ¿Dónde está la verdad?

El filósofo Immanuel Kant atribuía a la casa la única posibilidad frente al horror de la nada. Y relacionaba libertad con estabilidad y errancia con criminalidad. En ese sentido, la historiadora Michelle Perrot recuerda la realidad política de una casa: “No hay votante sin domicilio”. Y los últimos tiempos han recordado como nunca que la casa puede ser propiedad y objeto de inversión. Aunque como apuesta vital resulta algo fallida: por la posesión de una casa los herederos son capaces de despedazarse entre sí.

Henry Thoreauen su libroWaldendescribió su ideal doméstico como unaúnica habitación, vasta, primitiva, sin techo ni molduras, con un hogar

La verdad es escurridiza y, ya se sabe, tiene muchas caras. Por eso es fascinante buscar las descripciones de la verdad arquitectónica. Como revelan los edificios, ha habido muchas maneras de entenderla. Lo orgánico, las leyes del paisaje, ha ostentado muchas veces el liderazgo de esa verdad. “Si crece con naturalidad, la arquitectura se cuidará casi sola”, parecía una máxima incuestionable. Lo natural precisa un mantenimiento mínimo. Henry Thoreau, que fue a la cárcel por negarse a segar su jardín, creía en la libertad de la naturaleza, y en su libro Walden describió su ideal doméstico como una única habitación, vasta, sustancial, primitiva, sin techo y sin molduras, desnuda y cavernosa. Con un hogar. Una casa a la que entrar nada más abrir la puerta, sin ceremonias. ¿Fue o no un hombre moderno?

En suDictionnaire critique, Georges Bataille describió la arquitectura como la expresión de la sociedad, comparándola con la fisonomía como la expresión de un individuo. Puede que Bataille hablara sólo de fachadas, y la arquitectura tiene, bien lo sabemos, otras dimensiones. Pero puede que hablara también de la lectura de un lugar y de un momento igual que el rostro desvela un estado y una manera de entender o estar en el mundo. En ese sentido, la amplia y compleja historia de la vivienda, de las chozas a los palacios, de la domus romana a los bloques de extrarradio, habla tanto de los individuos como de las sociedades. Bataille consideraba que el hombre vivía en su casa como un animal encerrado en una jaula. La metamorfosis, de nuevo el cambio, ofrecería, también entonces, una de las pocas vías de escape.

El cuarto de baño no tuvo una ubicación fija en el interior de las viviendas hasta el sigloXX. A diferencia de otras partes de la casa, la historia del baño no sigue una línea de progreso: hay épocas limpias y épocas sucias. Hay culturas que favorecen la limpieza y culturas, supuestamente pudorosas, que evitan tratar el tema del aseo. Un monje medieval tenía más medios para ser limpio que un europeo del sigloXIX, y un indígena caribeño era más pulcro que cualquiera de los dos. El baño fue asociado a la salud, al placer y a rituales de purificación mucho antes de relacionarse con la limpieza. Tal vez por eso, el historiador británico Lawrence Wright, que glosó a mediados del siglo pasado la historia del cuarto de baño en Inglaterra en el libro Pulcro y decente, sostenía que podía llegar a saberse más de la historia de la humanidad estudiando sus cuartos de baño que analizando sus batallas.

La ducha diaria es una costumbre reciente. Como lo es disponer de agua corriente. Buena parte de los hogares occidentales no vio grifos y tuberías hasta entrado el siglo XX. Históricamente las personas, cuando se lavaban, lo hacían por partes y muchas veces lejos de sus casas. Excusado, retrete, servicio, aseo… son legión los nombres que el cuarto de baño ha recibido a lo largo de su oscilante historia. De cuartucho vergonzante y oculto, el baño ha pasado a convertirse en una habitación pulida en las casas de hoy.

Los ríos fueron a un tiempo las primeras bañeras y las cloacas más primitivas

Que los restos arqueológicos hayan aparecido, con frecuencia, en el fondo de los ríos, revela que las civilizaciones prehistóricas vivían cerca de sus márgenes. Bañarse dependía de algo tan aleatorio como la facilidad para hacerlo. Por eso los climas benignos, tanto como la cercanía de los manantiales, generaron pueblos limpios. Numerosos historiadores consideran que pudo ser el azar, una caída en el agua o una zambullida para mitigar el calor, lo que iniciara la costumbre del baño. La misma corriente sirvió, desde la Antigüedad, tanto para el baño y la bebida como para arrastrar inmundicias y excrementos. Los ríos fueron, por lo tanto, las primeras bañeras y también las cloacas más primitivas. Así, si el mismo río era fuente para beber, vía de evacuación de la basura y a la vez agua en la que bañarse, la organización de las funciones que podían realizarse en el curso de un mismo río provocó una primera y primitiva organización sanitaria.

Con todo, en la Antigüedad la limpieza era un factor anecdótico.Sanitassignificaba ‘salud’, pero el término no incluía la limpieza. Cuando las orillas de losríos se poblaron y dejaron de admitir nuevos inquilinos, el aseo de la población disminuyó. En las comunidades asentadas lejos de los ríos, los baños dejaron de ser frecuentes, hasta que el agua llegó por otras vías con la instauración de los criados (o esclavos) o la instalación de las tuberías, según los ámbitos y las épocas.

El palacio de Cnossos tenía tuberías de terracota cónicas para evitar sedimentos y un alcantarillado y cloacas de piedra suficientemente anchas como para dejar pasar un pocero

Uno de los primeros cuartos de baño que se conocen es el de la reina de Cnossos. Lo mandó construir su marido, el rey Minos, en un anexo al dormitorio de su palacio de Creta. Diseñado, según la leyenda, por Dédalo (el mismo que voló con su hijo Ícaro), disponía de bañeras, construidas a ras de suelo, a las que se descendía por unos peldaños. Su descubrimiento por el arqueólogo británico Arthur Evans reveló que en ingeniería hidráulica los cretenses superaban a los egipcios y a los griegos. El Palacio de Cnossos contaba con tuberías de terracota cónicas para evitar sedimentos y con un alcantarillado y cloacas de piedra suficientemente anchas como para dejar pasar a un pocero. Las letrinas en Cnossos disponían, incluso, de tapas de madera. En el siglo IV a. C. los baños se convirtieron en una práctica social además de higiénica. Todo un arte que ampliarían los romanos construyendo sus baños con grandes ventanales por los que entraban la luz y el sol para caldear las aguas. El resto de Europa no conoció nada semejante hasta el siglo XVIII.

En los cuartos de baño de Mesopotamia la bañera ocupaba toda la habitación. El suelo, de yeso, y las paredes, de ladrillo, se impermeabilizaban con masilla y mosaicos. Los babilónicos eran menos aficionados al baño que los egipcios. Se ha sabido por la Biblia (Éxodo VII, 15) que el faraón se daba un baño diario en el Nilo. También Homero hace referencia al baño en su Odisea y relata el aseo en bañera de Telémaco, Menelao y Pisístrato. El propio Agamenón fue asesinado por su esposa Clitemnestra mientras se bañaba. Pero en general los griegos se enjuagaban al aire libre, con el agua que contenían grandes vasijas instaladas sobre pedestales y ubicadas en las entradas del gimnasio. Se aseaban entonces, antes de hacer ejercicio o antes de recibir lecciones. Tal vez por eso empleaban el agua fría, que es tonificante, y no la caliente, que ablanda los músculos. Con todo, fue Roma la que sofisticó los baños y mezcló la salud y la limpieza con el placer.

También en la antigua Roma el agua fría era considerada un símbolo de salud, virilidad y carácter. Séneca se bañó durante años en el Tíber a pesar de que, poco antes de su tiempo, Agripa inaugurara una era de baños públicos en el año 19 a. C. que acabó con la escasez de balnearios. Se construyó un acueducto para llevar el agua hasta las nuevas termas. Allí se calentaba gracias a un sistema de circulación de agua caliente por entre los muros. Pero más que lamotivación estética que movía a los griegos, era la salud, el placer y la limpiezalo que motivaba a los romanos. En las Termas de Caracalla (216) podían bañarse hasta mil seiscientas personas a la vez, y las de Diocleciano (300) podían acoger hasta tres mil bañistas. Roma estaba abastecida por trece acueductos, casi 500 km de conducciones de las cuales sólo un porcentaje pequeño estaba expuesto y construido en la superficie. Existían fuentes y letrinas públicas, en el siglo III, una por cada 45 habitantes. El baño era una costumbre instaurada y este hecho, y esta proporción, no se repetirían hasta fechas muy recientes.

Los mosaicos combinaban el atractivo artístico con la función aislante, y retrataban composiciones con la fauna local, los dioses del mar y los ríos o escenas extraídas de la vida pública

Así, el espacio más íntimo de una vivienda fue tradicionalmente un lugar inexis-tente o expuesto: los baños fueron antes públicos que privados. En la antigua Roma se podía entrar a la una de la tarde, cuando una campana anunciaba que el agua estaba caliente. Se utilizaban hasta la medianoche, aunque Caracalla dispuso que las termas permaneciesen abiertas toda la noche. En elapodyterium los bañistas se desnudaban y dejaban su ropa. Se pasaba luego al tepidarium, una estancia caldeada en la que se sudaba y los bañistas eran rociados con aceite y arena (el jabón de la época). Preparándose para disfrutar del baño podían elegir entre el calor seco del laconicum o el húmedo del sudatorium.

Hipócrates había dejado como legado una regla de oro: el bañista no deberá hacer nada por sí mismo. Deberá dejar hacer. El caldarium, la habitación más caliente, marcaba el preámbulo del baño final. En las bañeras cabían doce personas y, como en Mesopotamia y en Creta, a ellas se accedía descendiendo escalones. En la habitación fría, elfrigidarium,continuaba el ritual. Entre tanto, los esclavosvigilaban la ropa de sus amos y cargaban con sus afeites. Los últimos tramos de las termas eran espacios variopintos que, tomados por el entretenimiento y el comercio, bien podrían ser precursores de los parques de atracciones actuales. Se podía hacer deporte o participar de algún festín, comer, leer o incluso presenciar representaciones. Séneca da cuenta en susEpístolas moralesdel mundo de atletas, vendedores de comida y bebidas o poetas que se reunían allí. Empe-radores y arquitectos competían en la sofisticación de los interiores. A la alturade las cúpulas se sumó la decoración de las paredes, la calidad de las columnaso la cualidad escultural de las cornisas. Los mosaicos eran uno de los acabados más usados. Combinaban el atractivo artístico con la función aislante, y retrataban composiciones con la fauna local, los dioses del mar y los ríos o escenas extraídas de la vida pública.

Existían utensilios para facilitar el lavado: un cuenco, un raspador y esponjas. Pero la sofisticación romana iba mucho más allá de los afeites. Construían sus baños donde encontraban manantiales naturales. Cuando no disponían de ellos,empleaban tuberías de barro cocido (tubuli), aunque también las había de ma-dera y de plomo. Una conducción importante tenía un depósito cada cinco o seis kilómetros para que las reparaciones no interrumpieran el abastecimiento y para poder controlar la presión. Los depósitos de agua caliente, templada y fría estaban conectados para ahorrar combustible. Los grifos solían ser de bronce y los surtidores tenían forma de cabeza de animales: leones o delfines.

Además de acabar con los horarios, permitiendo los baños nocturnos, Caracalla terminó con la separación de sexos en los baños. Las mujeres ganaron el acceso sólo durante un siglo. A principios del siglo IV, durante el Concilio de Laodicea, se les prohibió de nuevo el baño en las termas. Fue el principio del fin. Poco después, san Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, decidiría el cierre y la condena de estos establecimientos. Esta prohibición inició el abandono y el declive de muchas de las termas y los baños públicos que los romanos habían construido por su imperio: de Nimes a Cartago pasando por Bath. En la Antigüedad hubo excepciones, como la que propició el papa Gregorio Magno en el año 590 al permitir los baños breves “siempre que no tuvieran un motivo sensual”, así como los que se disfrutaban en el interior de los monasterios, dotados con instalaciones para el baño al tiempo que, en el exterior, la iglesia cristiana prohibía los públicos. Pero con todo, la idea colectiva del baño no resurgiría hasta su recuperación en las casas de baños medievales. Tras la caída del Imperio romano, en Europa la higiene sufrió un retroceso que duraría cerca de mil años.

Durante la época medieval la higiene y la limpieza sufrieron una suerte parecida a la de la cultura: quedaron encerradas en los monasterios. En aquel tiempo, los baños mixtos se juzgaban focos de vicio y el propio aseo tachado de ocupación de ociosos. Los baños fríos eran considerados penitencias, pero en el interior de los monasterios existían ciertos hábitos de limpieza. Al lavado de las manos antes y después de las comidas, que se realizaba con agua fría, sobre una pila de piedra, en el laver o lavatorio, se unían los baños parciales de los pies, el afeitado de la cabeza o el cambio del heno de los colchones una vez al año. Las tinas en las que se bañaban los monjes eran de madera de roble o castaño y el baño se realizaba por orden de veteranía. Como resultado, los monjes ancianos disfrutaban de baños calientes y limpios mientras que los novicios se conformaban con agua fría y ya algo turbia, es de imaginar. Salvo jabón (se utilizaban pétalos de rosa, ya que el jabón no se fabricó hasta el siglo XIV) y agua caliente corriente, los monjes medievales contaban con todas las ventajas de la higiene moderna.

En los monasterios, sobre las letrinas, se construyerondivisiones laterales para ganar privacidad

Alejados de los monasterios, en los castillos también existía la costumbre de lavarse las manos antes y después de las comidas. Era posible lavarse en la mesa con el agua que un criado vertía desde una jarra sobre un aguamanil. Había aguamaniles de oro y plata, ornamentados con el escudo de armas del propietario y otros sencillos de latón o peltre. El lavado de cabeza se realizaba sobre una palangana de poca hondura de cobre o estaño que servía de espejo. El cuerpo desnudo hasta la cintura se colocaba sobre ella y se vertía agua con una jarra. Este sistema ya aparece dibujado en la decoración de ánforas griegas. También uno de los grabados de La vida de la Virgen de Alberto Durero (1509) muestra un depósito de agua esférico, portátil y con grifo que cuelga de un asa en un dormitorio.

En los monasterios, sobre las letrinas, se construyeron asientos de madera y divisiones laterales para ganar privacidad. Cada asiento podía tener detrás una ventanita para facilitar la ventilación y la iluminación, aunque a veces la clausura obligó a tapiarlas. En los castillos, los retretes se construían aprovechando los contrafuertes de los muros, en estancias estrechas y, en ocasiones, junto a la sala de banquetes. Monasterios y castillos protagonizan así un intento temprano por llevar el aseo al interior doméstico. Las tuberías medievales estaban hechas con láminas de plomo soldadas o con troncos de olmo huecos. Para limpiar las cañerías se empleaban grupos de ramas cortas llamadas purgatoria. En aquella época se pensaba más en la reparación que en la planificación. Los poceros limpiaban los depósitos de las letrinas. Leonardo da Vinci ideó un retrete con asiento plegable y giratorio e incluso uno que se limpiaba con agua corriente. Pero no tendría imitadores ni seguidores. De modo que, durante siglos, sus inventos pasaron por excentricidades que, en muchas ocasiones, no llegaron a desarrollarse hasta el sigloXX, el de la democratización del baño y el aseo.

Fueron los cruzados los que descubrieron con asombro las maravillas que habían levantado los romanos en Bizancio. Un libro,El canon de la medicina, escrito por el galeno persa Avicena en el sigloXIy traducido al latín un siglo después, contribuyó a recuperar el gusto por el baño. Avicena aconsejaba gimnasia, masajes y baños fríos y calientes de forma alterna. El París del siglo XIII,con setenta mil habitantes, contaba con veintiséis casas de baños. Muchas pinturas medievales reflejan el ritual de los baños mixtos y los festines que tenían lugar en las propias tinas en las que familias e invitados entraban juntos en el agua. Hasta entrado el sigloXVI, de la misma manera que se compartía un dormitorioo el caldero de la comida, se compartía la bañera. Para evitar el roce de la madera, ésta se cubría con una tela almohadillada. Había tinajas de gran tamaño –de lamas de madera sujetas con hierro– y otras menores, individuales o para uso de parejas. Las tinas se cubrían con toldos que podían cerrarse para guardar la intimidad, pero, sobre todo, se desplegaban para no dejar escapar el calor.

Hasta el siglo XVI, de la misma manera que se compartía un dormitorio o el caldero de la comida, se compartía la bañera

Los baños se calentaban por un sistema de calderas que dejaba pasar el vapor caliente por tuberías de madera. Con el tiempo, el número de actividades que se desarrollaron en estos centros aumentó. Uno podía afeitarse y cortarse el pelo. Se podían alquilar camas y encargar cenas. El barbero era también el cirujano que ejecutaba sangrados para desinfectar a los bañistas. Así, con la variedad de usos, los baños fueron pareciéndose cada vez más a las tabernas, aunque la desnudez no se aceptaba en todas partes y en algunos separaban a los bañistas por sexos.

En la Francia medieval, por ejemplo, los baños se abrían a hombres o mujeres en días alternos. Como en la época romana, una señal anunciaba que estaban calientes. La relajación y la compañía romana fueron sustituidas por el festín medieval. Y ese ambiente licencioso y promiscuo terminó por hacer que se cerraran de nuevo estos establecimientos cuando llegaron las epidemias de sífilis. Enrique VIII mandó cerrar los baños ingleses y Francisco I hizo lo propio con los franceses. El sigloXVI,la humanidad vio cómo se clausurabantambién los alemanes y así, país a país, se fue acercando una de las épocas más oscuras y sucias de la historia.

La desnudez, tan popular y natural durante la época medieval, escandalizaba al final del sigloXV. Con la desaparición de los baños públicos y la negligencia de la higiene íntima, el fin del Renacimiento vio cómo las personas se volvían a cubrir y, en el sigloXVI, los pocos establecimientos que continuaron abiertos se convirtieron en salones de belleza o meublés.

En el sigloXVIILuis XIV, el Rey Sol,mandó instalar baños de mármol y una gran bañera que hacía cubrir con metros y metros de tela las pocas veces que la usaba. Era frecuente que los