Tras la frontera - Fernando Lalana - E-Book

Tras la frontera E-Book

Fernando Lalana

0,0
4,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Tras la frontera: La frontera que separa el más aquí del más allá. La que separa lo real de lo irreal, el sueño de la vigilia, la cordura de la locura, el bien del mal, el infierno, el purgatorio, la tierra, el cielo y la gloria. Esa raya difusa es el territorio en el que se sitúan las cinco historias del único libro de relatos para mayores publicado por Fernando Lalana. Cinco historias independientes, pero con un hilo común, tan tenue como la seda de la saliva de la araña.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016www.metaforic.es

© Fernando Lalana, 2006www.fernandolalana.com

ISBN: 9788416873470

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Director editorial: Luis ArizaletaContacto:Metaforic Club de Lectura S.L C/ Monasterio de Irache 49, Bajo-Trasera. 31011 Pamplona (España) +34 644 34 66 [email protected] ¡Síguenos en las redes!  

FERNANDO LALANA

TRAS LA FRONTERA

DESDE EL INFIERNO

MAURICIO AMIGO MÍO

Aunque llegué a apreciarle enormemente, no hay por qué negar que Mauricio siempre fue un don nadie. Parecía permanentemente empeñado en no llamar la atención por circunstancia alguna. Siempre correcto en el trato, sin las estridencias ni salidas de tono de algunos de sus compañeros. Siempre aseado, aunque jamás resplandeciente. Siempre firme, pero sin llegar a la estúpida rigidez militar de que otros hacían gala. Respetuoso con sus superiores pero nunca rastrero ni adulador.

Resultado de esa mediocridad -indiscutiblemente meditada, levantada a pulso- era su casi perfecto pasar desapercibido. A veces me pregunto si alguien más, aparte de nosotros, tenía constancia de su existencia.

Por eso se sorprendió sobremanera -yo diría que casi, casi se alarmó- cuando aquel día lo llamaron del Alto Mando.

Es cierto que ni siquiera se molestaron en avisarle personalmente: se limitaron a colocar su nombre en el tablón de anuncios, con la seguridad de que él, como buen suboficial, estricto cumplidor del reglamento, lo leería a diario.

La realidad era muy otra. Mauricio no había prestado atención al tablón de anuncios desde hacía siglos. Literalmente. Justo desde que se examinó de las oposiciones restringidas para ascenso a oficial por la escala de complemento. Eso sí, aún recordaba, con una mezcla de nostalgia y resquemor, aquella época en la que, nada más levantarse corría cada mañana hasta el tablón, esperando que hubiese aparecido la relación de aprobados.

Cuando, al cabo de dos semanas de angustiosa espera, se hizo pública la dichosa lista, Mauricio no figuraba en ella.

Aquella misma noche, en su apartamento, tiró a la basura los libros y los cuadernos, los apuntes y los temarios y también, claro, el precioso uniforme de oficial, a la medida, que se había hecho confeccionar anticipadamente, en un arrebato de optimismo.

Como consecuencia de todo ello, a partir de ese momento el tablón de anuncios oficiales dejó de ser objeto de su interés.

Por suerte, aquella mañana su amigo Diógenes echó un vistazo a los llamamientos del Alto Mando, vio su nombre y, cuando ambos coincidieron en la cafetería a la hora del desayuno, puso a Mauricio al corriente de la noticia.

Buen muchacho, este Diógenes. Y con futuro, ya lo creo. Un auténtico demonio de primera clase, ambicioso y sin escrúpulos, de los que día a día ascienden en el escalafón haciéndose con más y mayores influencias. Diógenes es hábil y astuto; y no me cabe duda alguna de que no pasará mucho tiempo antes de que disponga de su propio despacho. Y, con un poco de paciencia... ¿quién sabe? Satanás podrá ser eterno pero los siglos no pasan en balde y de todos es sabido lo mucho que cansa ejercer el poder absoluto.

Y, frente a la juventud y demostrada valía de Diógenes, la insustancial madurez de Mauricio.

En el fondo, un pobre diablo.

Una auténtica preciosidad de secretaria, de melena caoba, con grandes ojos inyectados en sangre, lo condujo hasta una antesala y, con siniestra sonrisa, le rogó que tuviera la maldad de aguardar unos instantes.

Durante la espera, Mauricio se preguntó por enésima vez acerca de las razones de aquel inesperado llamamiento. Sabía, eso sí, que no podía tratarse de nada bueno. En el Averno no hay felicitaciones, ni palmaditas en la espalda. Sólo broncas. Broncas infernales.

Deseó fervientemente que la suya no fuese demasiado grande.

Condenado lugar...

El aire acondicionado mantenía la temperatura bien por encima de los cincuenta grados. Pese a ello, Mauricio no pudo evitar que unos molestísimos escalofríos le recorriesen intermitentemente la espina dorsal. No sólo el intenso calor sino también el olor a azufre que casi llegaba a hacerse molesto, indicaba a las claras que uno se hallaba en la zona principal. En las Bajas Esferas. Así pues, tras las innumerables puertas del famoso Pasillo de la Izquierda, se encontraban los jefazos. Casi nada. El Mai en persona.

Mientras paseaba a grandes zancadas por la estancia, llamaron su atención unas grandes litografías colgadas de la pared, en las que se representaba la compleja composición del Infierno. En aquel gigantesco plano a escala, Mauricio buscó su Sección, representada por un minúsculo cuadradito y un número de seis cifras. Lo contempló con cariño y una cierta dosis de orgullo. Apoyó sobre él su dedo índice y musitó:

–¿Sabes? Las cosas serán como sean pero aquí, tú eres el jefe.

Naturalmente, su Sección de Calderas (SCal) estaba incluida en un Sector (Sec) y este, en una División (Div). Seis Divisiones -nueve, en casos excepcionales- formaban una Región Infernal (Rlnf). Actualmente, según era bien sabido, el Infierno estaba constituido por seiscientas sesenta y seis Regiones Infernales. No obstante, no faltaban voces que aseguraban que, en realidad, lo que ellos llamaban Infierno no era sino una parte del auténtico Gran Averno, que estaría formado por Satán sabe cuántos pequeños Infiernos como el que ellos conocían.

–¿Quiere acompañarme? El Jefe de Personal le espera.

Mauricio no logró contestar ni sí, ni no. Simplemente, se levantó de la silla como impulsado por un muelle y siguió los pasos de la secretaria. Mientras lo hacía, sintió que le temblaban las rodillas y, por primera vez en su dilatada vida, comenzó a sudar. ¡El Jefe de Personal, nada menos! ¿Qué podía querer de un sencillo e insignificante Suboficial Encargado de Sección de Calderas (SubEnSCal) como él? Debía de tratarse de algo espantosamente terrible.

Y, efectivamente, así fue.

–Siéntese, suboficial Mauricio -dijo el Jefe de Personal con sibilante pronunciación.

–Con su permiso, señor.

–¡Oh! No es preciso que me llame señor. No soy militar de carrera, como usted, sino un simple funcionario. Puede llamarme jefe.

–Sí, jefe.

–Bien... le he mandado llamar porque desde hace algún tiempo hemos observado ciertas... irregularidades en su Sección.

Mauricio permaneció impasible. Petrificado, más bien. Y con la mirada clavada en la punta de la nariz del Jefe de Personal quien, tras una pausa y un carraspeo, se decidió a continuar.

–Por ejemplo, y para ir directamente al asunto: la semana pasada una de sus calderas permaneció incomprensiblemente apagada durante media jornada. Se trata de un episodio realmente insólito... y usted ni siquiera informó a su inmediato superior. Tendrá alguna explicación para ello, supongo.

Ahora fue el jefe quien miró fijamente a Mauricio. Al fondo de los ojos. Mauricio pareció quedarse en bianco durante unos segundos. Luego, vaciló angustiosamente.

–Puede que... que fallase el suministro y...

–¡Déjese de comedias! -ladró el jefe con dureza-. Usted sabe que el suministro de energía a las calderas es prioritario y que nunca ha fallado ni fallará. Si esa caldera permaneció apagada fue, simple y llanamente, porque usted lo permitió. Dígame la razón.

Mauricio sintió que sus nervios se serenaban de golpe. Ahora ya conocía el motivo por el que se encontraba allí. Y, al comprender que todo fingimiento sería inútil, le invadió una oleada de tranquilidad. Además, se percató de que su actitud, por muy antirreglamentaria que fuera, no lo avergonzaba en absoluto.

–Verá, jefe. Hice una apuesta... y perdí. Eso es todo.

El Jefe de Personal dejó caer la mandíbula inferior como si hubiese recibido un garrotazo entre los cuernos.

–¿Cómo? ¿Que usted...? -logró balbucir, al fin.

–Los condenados de la caldera número diez me apostaron media jornada de descanso a que podían adivinar mi edad en un máximo de seis intentos. Me pareció poco probable que lo consiguieran. Trato de conservarme en plena forma y no represento los años que tengo...

–¡Al grano!