Un amor envenenado - Princesa atrapada - Olivia Gates - E-Book

Un amor envenenado - Princesa atrapada E-Book

Olivia Gates

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Beschreibung

Un amor envenenado Aram Nazaryan solo necesitaba una cosa para conseguir el cargo que ambicionaba: una esposa adecuada. Aunque el multimillonario estaba dispuesto a todo por regresar a Zohayd, el país del desierto que era su casa, casarse con la princesa Kanza Aal Ajmaan era un precio demasiado alto. O eso creía hasta que conoció a Kanza. Todo parecía ir sobre ruedas cuando pidió la mano de su princesa. Pero entonces Kanza se enteró de la verdad. Aunque ella se había casado por amor, los votos de él estaban contaminados por la ambición. Princesa atrapada Mohab Aal Ghaanem había tenido a Jala y la perdió. Años después, se le presentó la oportunidad de acabar con la enemistad que había entre sus dos reinos y cumplir la promesa que le había hecho a la princesa de Judar de convertirla en su esposa. Seis años atrás, él la había salvado de un secuestro. Ahora aparecía de nuevo en su vida y pretendía forzarla a un falso matrimonio. ¿Se trataba de una segunda oportunidad con el hombre al que no había conseguido borrar de su mente o de que su corazón volviera a quedar hecho añicos?

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Seitenzahl: 342

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 480 - octubre 2021

© 2013 Olivia Gates

Un amor envenenado

Título original: Conveniently His Princess

© 2014 Olivia Gates

Princesa atrapada

Título original: Seducing His Princess

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2014

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1375-965-4

Índice

 

Créditos

Índice

Un amor envenenado

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Princesa atrapada

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Publicidad

Capítulo Uno

–¿Quieres que me case con Kanza el Monstruo?

Aram Nazaryan se estremeció al oír su propia voz.

Shaheen Aal Shalaan le había hecho más de una proposición inaceptable a lo largo de su vida, pero la de ahora no podía describirse con palabras en ninguna de las cuatro lenguas que conocía.

Su mejor y único amigo se había convertido en un casamentero insoportable en los tres últimos años. Parecía como si, tras su feliz matrimonio con Johara, la hermana pequeña de Aram, no tuviera otra cosa mejor que hacer que intentar sacar a su cuñado de aquella «vida vacía» que, según él, llevaba.

Aram creía que Shaheen se había pasado por su despacho para hacerle una simple visita rutinaria, pero en los diez minutos que llevaban hablando le había sometido ya a todo un chantaje emocional.

Sin más preámbulos, había empezado pidiéndole que volviera a su hogar, en Zohayd.

Él le había contestado que Zohayd ya no era su hogar, pero Shaheen no se había dado por vencido y le había hecho una proposición difícil de rechazar. ¡Nada menos que ser ministro de economía de Zohayd!

Él se había echado a reír al principio, pensando que Shaheen estaba tomándole el pelo. Solo un zohaydiano de sangre real podría asumir ese cargo, y él era un simple americano de origen franco armenio.

Pero Shaheen no estaba bromeando. Tenía un plan. Un plan descabellado para conseguir que Aram se convirtiese en un miembro de la realeza: casarle con una princesa de Zohayd.

Antes de que él hubiera podido poner la menor objeción, su cuñado ya le había revelado la identidad de la candidata que consideraba perfecta para él. Eso fue la gota de agua que colmó el vaso.

–¿Has perdido la cabeza, Shaheen? De ninguna manera pienso casarme con ese monstruo.

–No sé de dónde has sacado esa idea. La Kanza que yo conozco no es ningún monstruo.

–Entonces hay dos Kanzas diferentes. La que yo conozco, Kanza Aal Ajmaan, la princesa de la familia real por vía materna, se ha ganado ese apodo a pulso. Y algunos otros más.

Shaheen se quedó mirándolo fijamente como si fuera un loco.

–Sólo hay una Kanza… y es encantadora.

–¿Encantadora? –exclamó Aram con ironía–. Está bien, aun admitiendo que lo sea, ¿estás en tu sano juicio para proponerme una cosa así? ¡Es solo una niña!

–¿Una niña? ¡Tiene casi treinta años!

–¿Qué…? No es posible. La última vez que la vi debía tenía poco más de dieciocho.

–Sí, pero eso fue hace más de diez años.

¿Tanto tiempo había pasado?, se preguntó Aram. La última vez que la había visto había sido en aquella fiesta fatídica, pocos días antes de que él se marchara de Zohayd.

–En todo caso, los once o doce años de diferencia que hay entre ella y yo no se han reducido con el paso del tiempo.

–¡Tonterías! Yo soy ocho años mayor que Johara. Hace diez años, vuestra diferencia de edad podría haber sido un obstáculo, pero ahora no.

–¡Oh, vamos, no puedes estar hablando en serio! Esa mujer es un monstruo, te lo digo yo.

–Y yo te aseguro que estás muy equivocado.

–La Kanza que yo conozco era una criatura adusta que hacía que la gente saliera corriendo nada más verla. De hecho, cada vez que clavaba los ojos en mí, tenía la impresión de que me hacía dos orificios en el cuerpo allí donde fijaba su mirada negra y penetrante.

–Por lo que veo, te dejó una gran impresión. Después de más de diez años, aún conservas un recuerdo muy vivo de ella, capaz de suscitarte esas reacciones tan intensas.

–¿Intensas? Intensamente desagradables, querrás decir. Ya es bastante que me estés proponiendo un matrimonio de conveniencia, pero recomendarme además a esa… criatura aterradora que me ponía los pelos de punta con solo verla…

–¿Aterradora? ¿No te parece que estás exagerando?

–Está bien, tal vez esa no sea la palabra correcta. Quizá sería mejor decir… perturbadora. No sabes el miedo que me causó verla una vez con el pelo morado, el cuerpo todo pintado de verde y las lentes de contacto de color rosa. En otra ocasión, se me apareció como un conejo albino, con el pelo blanco y los ojos colorados. Y la última vez que la vi tenía el pelo azul y llevaba un maquillaje de zombi. Fue algo realmente espeluznante.

Shaheen esbozó una sonrisa indulgente como si estuviera ante un niño pequeño.

–Y además de la rareza de su maquillaje y del color de su pelo y de sus ojos, ¿qué más cosas te desagradaban de ella?

–La forma en que solía pronunciar mi nombre. Era como si me estuviera lanzando una maldición. Siempre tuve la impresión de que anidaba dentro de ella algo así como… un duende.

–No me digas más. Creo que ella es justo lo que necesitas. Llevas más de veinte años sin sentirte vivo de verdad, como si estuvieras metido en un frigorífico. Ya es hora de que alguien te descongele.

–Debería meterme directamente en una incineradora. Sería más rápido y menos doloroso.

Shaheen miró a su cuñado y amigo compasivo, dispuesto a sacarle de la vida estéril en la que llevaba sumido tanto tiempo.

–No me mires con esa cara de lástima –añadió Aram–. Me encuentro perfectamente y me siento a gusto tal como estoy… Soy un hombre adulto y maduro.

–Johara te nota frío y distante. Y yo también. Tus padres están desesperados. Se sienten culpables de que te quedaras en Zohayd, sacrificándolo todo, para tratar de ayudarles a sacar a flote su matrimonio.

–Nadie me obligó a ello. Decidí quedarme voluntariamente con mi padre porque sabía que él no conseguiría sobrellevar solo la ruptura con mi madre.

–Y cuando finalmente se reconciliaron, tú ya habías sacrificado tus deseos y ambiciones. Desde entonces, te has encerrado en tu caparazón, observando nuestras vidas desde tu soledad.

–Fue mi decisión y nadie debe sentirse culpable por nada. Me siento a gusto con mi soledad. Agradezco tu preocupación, pero me gustaría que te ocupases de tus cosas y me dejases en paz.

–Lo haré cuando consideres seriamente mi proposición.

–No tengo nada que considerar.

–Dame una buena razón para ello. Y no cites cosas trasnochadas de Kanza de hace más de diez años.

–Está bien. Buscaremos una más actual. Ella tiene ahora… veintiocho…

–Cumplirá veintinueve dentro de unos meses.

–Y supongo que aún no se ha casado, ¿verdad? Claro. ¿Qué hombre se atrevería?

–No, no se ha casado –replicó Shaheen, con gesto huraño–. Ni siquiera está comprometida.

Aram sonrió con satisfecho.

–A su edad, según la tradición de Zohayd, debería estar ya fosilizada.

–Eso no ha sido muy amable por tu parte, Aram. Creí que eras un hombre de ideas avanzadas. Nunca pensé que discriminases a una mujer por su edad, y mucho menos que considerases eso un hándicap para el matrimonio.

–Sabes de sobra que no comparto ninguna de esas sandeces. Lo que trato de decir es que el hecho de que ningún hombre se haya acercado a ella, siendo una princesa, es una prueba evidente de que todo el mundo la ve como un bicho raro y no como un ser humano.

–Eso mismo se podría decir también de ti.

–Escúchame con atención –dijo Aram–, porque voy a decírtelo solo una vez y no voy a repetírtelo. No voy a casarme. No pienso hacerlo, ni para convertirme en ciudadano de Zohayd, ni para ser tu ministro de economía. Pero si realmente me necesitas, sabes que tanto Zohayd como tú podéis contar siempre con mis servicios.

–Si aceptases el cargo, la dedicación tendría que ser completa. Tendrías que vivir en Zohayd.

–Como sabes, tengo mi propio negocio…

–Sí, pero lo has organizado tan bien y has formado a tus colaboradores y directivos con tanta eficacia que la empresa funciona casi por sí sola. No necesitarían tu presencia física más que de vez en cuando. Esa habilidad tuya para rodearte de las personas adecuadas y conseguir sacar lo mejor de ellas es exactamente lo que necesito en Zohayd.

–Tú nunca has tenido una dedicación completa en tu trabajo –señaló Aram.

–Porque mi padre me ha estado ayudando desde su abdicación. Pero ahora está pensando en apartarse por completo de la vida pública. Incluso con su ayuda, no me ha sido nada fácil conciliar el trabajo con la familia. Y ahora que tenemos otro bebé en camino, me resultará aun más difícil. Por otra parte, Johara se está involucrando cada vez más en proyectos humanitarios que requieren también mi atención. Sinceramente, no sé cómo podré compaginar tantas actividades.

–Y, por eso, debo sacrificar mi vida para hacerte la tuya más fácil, ¿no es así?

–No tendrías que sacrificar nada. Tu negocio continuaría como siempre. Serías el mejor ministro de economía imaginable. Tendrías una posición envidiable y una familia. Algo que sé que siempre has deseado.

Sí. A los dieciocho años, ya había planeado casarse, tener media docena de hijos, conseguir un trabajo y buscar un lugar donde echar raíces fuertes y profundas.

Y, sin embargo, allí estaba, con cuarenta años, solo y desarraigado.

–Hace tiempo que decidí no casarme, ni tener una familia. Sé que la idea puede resultarte inconcebible en tu estado actual de nirvana familiar, pero no todo el mundo está hecho para la felicidad conyugal. De hecho, considerando las estadísticas de divorcios y separaciones, diría que los que están hechos para el matrimonio son una minoría. Yo no me cuento entre ella.

–Yo pensaba lo mismo que tú antes de reencontrarme con Johara. Y ahora mírame… estoy radiante de felicidad. No te estoy pidiendo que te cases mañana mismo. Solo te pido que consideres la posibilidad.

–No necesito considerar nada. Me encuentro muy a gusto tal como estoy.

–Pues por tu aspecto, cualquiera diría lo contrario.

Aram sabía que su amigo tenía razón. A pesar de lo bien que se conservaba a sus cuarenta años, era solo una sombra de lo que había sido.

–Gracias, Shaheen –replicó él con ironía–. Siempre has sido muy sincero.

–Debes aceptar las cosas como son, Aram. Y si piensas que he sido desconsiderado contigo, tendrías que haber oído lo que Amjad dijo de ti la última vez que te vio.

Amjad era el rey de Zohayd, el hermano mayor de Shaheen. El Príncipe Loco convertido en el Rey Loco, y uno de los mayores exponentes de la estupidez humana.

–Sí, estaba allí cuando dijo de mí que «parecía el residuo de un ratón que un gato hubiera cazado, masticado y vomitado». Gracias por recordarme sus palabras. No le guardo ningún rencor por ello. Pero tengo que rechazar de plano tu atractiva oferta matrimonial y laboral. Por nada del mundo, estaría dispuesto a trabajar para él.

–Trabajarás conmigo, no con él.

–No, no lo haré. Puedes estar seguro de ello.

Shaheen no pareció darse por vencido y lo intentó de nuevo.

–Sobre Kanza…

–No me hables más de ella ni de sus abominables hermanas mayores. No solo te fijaste en Kanza el Monstruo para que fuera mi pareja ideal, sino también en Maysoon, su hermanastra.

–Tenía la esperanza de que lo hubieras olvidado. Pero supongo que eso era pedir demasiado. Maysoon era un poco… temperamental.

–¿Un poco? Esa mujer era una de las Furias de la mitología. Aún no sé cómo conseguí escapar ileso de sus garras.

Ella había sido la razón por la que él había tenido que marcharse de Zohayd, abandonando a su padre y renunciando a su sueño de formar allí un hogar y una familia.

–En todo caso, Kanza es el polo opuesto.

–En eso tienes razón. Maysoon era una arpía desequilibrada, pero era una mujer deslumbrante. Mientras que Kanza era solo un esperpento.

–No comparto en absoluto tu opinión. Puede que no sea tan sofisticada como las demás mujeres de la familia, pero es más humilde y menos pretenciosa. Tal vez esas virtudes no te parezcan atractivas, pero harían de ella la esposa ideal para ti. Sería una mujer fiel y responsable. Todo lo contrario de esas a las que estás acostumbrado.

–Con esas palabras, solo estás consiguiendo que rechace tu proposición. No me gustaría aprovecharme de la solterona apocada y mojigata que me acabas de describir.

–¿Quién habla de aprovecharse de nadie? Eres uno de los solteros más codiciados del mundo. Kanza recibiría con entusiasmo la idea de ser tu esposa.

–No, Shaheen. Dejémoslo. No quiero volver a hablar de ello.

Shaheen comprendió que sería inútil insistir y que lo mejor sería continuar la conversación en otra ocasión.

Aram tomó a su amigo del brazo y lo acompañó hasta la puerta.

–Ahora vuelve a casa, Shaheen. Y dales un beso a Johara y a Gharam de mi parte.

–Está bien, Aram. Lo único que te pido es que te lo pienses bien antes de tomar una decisión definitiva.

Aram suspiró resignado. Shaheen era tenaz y perseverante.

–No te preocupes, Shaheen. Ya he tomado una decisión.

Shaheen sonrió convencido de que, a pesar de sus palabras, no estaba todo perdido.

Cuando salió, Aram cerró la puerta y se dirigió al salón. Se dejó caer en el sofá, decidido a pasar allí otra noche. Él no necesitaba «volver a casa». No tenía hogar en ninguna parte.

Miró hacia el techo, pensativo.

Tenía que reconocer que la oferta de Shaheen era tentadora. Se aseguraría el futuro para toda la vida.

Había un obstáculo: tener que casarse para convertirse en ciudadano de Zohayd.

Pero… ¿era eso realmente un obstáculo? Tal vez un matrimonio de conveniencia era justo lo que necesitaba.

Y la candidata podía ser la mujer adecuada.

Ella era de sangre real, pero no ocupaba un puesto muy alto en la jerarquía monárquica. Tampoco la fortuna de su familia podía compararse con la suya. Él era todo un multimillonario de éxito.

Tal vez la oferta de Shaheen fuera razonable. Ella le daría el estatus que él necesitaba y, a cambio, ella disfrutaría del lujo que él podía proporcionarle con su dinero. Y todo sin complicaciones sentimentales.

Residir en Zohayd, el único lugar que había sido su hogar, estar con su familia y ser ministro de economía…

Era un cuento de hadas. Un mundo de fantasía.

Shaheen no había vuelto a insistir más sobre el tema.

Él único contacto que había mantenido con Aram, en las últimas dos semanas, había sido para invitarle a la fiesta que Johara y él iban a celebrar esa noche en su suite de Nueva York. Una invitación que él había declinado.

Aram se dirigía al hotel donde se hospedaba cuando recibió una llamada. Era Johara.

–Aram, por favor, dime que no estás trabajando ni durmiendo.

Sin duda, quería hablarle de la fiesta, y él odiaba contrariar a su hermana.

Rogó al cielo que no reiterara la invitación. Sabía que le sería imposible decirle que no.

–Voy en el coche de vuelta al hotel, cariño. Supongo que estarás ya preparada para la fiesta, ¿verdad?

–Sí… ¿Has llegado ya? Si es así, no te molesto más. Buscaré otra solución.

–¿De qué me estás hablando, Johara?

–Uno de los invitados me dio un documento muy importante para que lo estudiara. Habíamos pensado analizarlo durante la fiesta, pero, por desgracia, me lo dejé en el despacho, en el edificio Shaheen, y no puedo ir ahora a por él. Por eso, me estaba preguntando si podrías ir y traérmelo… No puedo confiar a otra persona el código de acceso de mis archivos. Te prometo que no trataré de convencerte para que te quedes a la fiesta.

Aram dejó escapar un suspiro de resignación.

–Dime lo que tengo que ir a buscar.

Veinte minutos después, Aram estaba en el último piso del rascacielos del edificio Shaheen.

Se extrañó al ver abierta la puerta del despacho de Johara.

Escuchó un golpe. Se quedó inmóvil con los sentidos en alerta. Era evidente que había alguien dentro revolviendo en los archivos.

Pero no. No era posible que alguien pudiera haber accedido allí, saltándose todos los controles de seguridad. Salvo que los vigilantes lo conocieran.

Se acercó a la puerta con sigilo y se asomó por la rendija, dispuesto a enfrentarse con el presunto intruso. Pero lo que vio le dejó perplejo.

Era una mujer. Joven, menuda y esbelta. Tenía una abundante melena caoba que relucía como llamas de fuego y no parecía preocupada en absoluto de que pudieran sorprenderla hurgando en la mesa de Johara.

–¿Se puede saber lo que anda buscando?

La mujer se sobresaltó y dio un pequeño salto. Se volvió hacia él.

La miró fijamente y sintió como si el tiempo se hubiera detuviera.

La palidez del rostro de la mujer denotaba sorpresa y consternación. Con su camisa lisa negra y sus pantalones igualmente negros parecía un pequeño duende indefenso. Sintió una extraña desazón en la boca del estómago.

Pero esa sensación no fue nada comparada con la que sintió cuando ella, tras recuperarse del susto inicial, lo miró con sus fieros ojos negros que parecían taladrarle la piel.

–¿Qué te trae por el despacho de tu hermana estando ella fuera? ¿Es que nadie puede estar a salvo de los asaltos de El Pirata?

Capítulo Dos

Aram se quedó extasiado mirando a la criatura que tenía frente a él. A pesar de su pequeña estatura parecía irradiar toda la fuerza de la naturaleza.

El Pirata era el nombre que la prensa sensacionalista, las mujeres despechadas y sus rivales en los negocios habían divulgado de él.

–Has irrumpido en el despacho de Johara, ¿debería llamarte La Ladrona?

–¡Oh, perdón! Me olvidé por un momento cómo conseguiste ese apodo y que aún sigues tratando de borrar tu pasado.

–¿Ah, sí? Estoy muy interesado en escuchar tu disección. Me gustaría conocer la percepción que otra mente criminal tiene de mí.

–Te ganaste el apodo a pulso, tratando a las personas como simples mercancías para aprovecharte de ellas y luego tirarlas a la basura cuando ya no podías sacar más de ellas. Pero te reservaste un ultraje mayor para aquellas que tuvieron la desgracia de llegar a tener una relación más estrecha contigo, despreciándolas con tu indiferencia.

La descripción mordaz que Aram acababa de oír coincidía con la imagen que tenía en el mundo de los negocios y entre las mujeres con las que había estado.

¿Estaría ella tratando de decirle de manera subliminal que él no la recordaba cuando tenía motivos sobrados para saber quién era?

No era posible. ¿Cómo podría haber olvidado aquellos ojos que podrían fulminar a cualquier hombre, o esa lengua que podía hacerle trizas, o ese ingenio?

De ninguna manera. Si hubiera intercambiado unas palabras alguna vez con ella, no solo la habría recordado, sino que probablemente conservaría sus marcas. Después de estar expuesto solo unos minutos a sus ojos y a su lengua, sentía que no le había dejado una sola parte ilesa en todo el cuerpo.

Y eso le encantaba.

Deseando provocarla, le hizo una reverencia de fingida gratitud.

–Tu testimonio de deshonor me honra y tus difamaciones inflaman mi corazón de piedra.

–¿Pero tienes corazón? Pensé que los de tu calaña no venían dotados con órganos superfluos.

Aram sonrió abiertamente.

–Tengo una cosa más rudimentaria en otra parte.

–Como un apéndice, ¿no? –replicó ella en tono despectivo–. Algo que podría ser extirpado y sin el cual funcionarías mejor. Para lo que te sirve, no sé por qué no te lo quitaste. Debes tenerlo podrido.

Como impulsado por un fuerza misteriosa, Aram avanzó unos pasos para ver más detenidamente a aquella diminuta mujer que era unos treinta centímetros más baja que él, pero que, increíblemente, parecía estar a su misma altura.

–No te preocupes por eso. No hay razón alguna para una intervención quirúrgica. Hace mucho que debe estar calcificado. Pero mi rudimentario corazón te agradece el consejo de todos modos. Resulta reconfortante poder confirmar por alguien tan cruel como tú que estoy haciendo las cosas mal tan a la perfección.

Aram se quedó esperando su respuesta airada, pero ella se limitó a dirigirle una mirada asesina y prosiguió buscando en los archivos.

Parecía evidente que no estaba haciendo nada a espaldas de Johara. No era ninguna ladrona.

De repente, le vino a la memoria quién era aquel torbellino con apariencia de mujer.

Era ella. Kanza. Kanza Aal Ajmaan.

Se quedó paralizado, conteniendo la respiración y observándola, mientras ella seguía hurgando en los archivadores del despacho con la agilidad de un personaje de dibujos animados. No acertaba a comprender cómo la había reconocido. Tal vez los insultos que le había dirigido le habían despertado los recuerdos.

Ya no llevaba la ropa ni el maquillaje ni las lentillas ni el pelo de extraterrestre con los que parecía la bruja de El mago de Oz . Parecía una mujer completamente distinta con aquel vestido oscuro, las zapatillas deportivas blancas, el rostro limpio de maquillaje y su rebelde pelo caoba que debía llevar años sin pasar por las manos de una estilista.

Sin duda, no le interesaba gran cosa resaltar sus atractivos. Tampoco tenía muchos. Era pequeña y con aspecto aniñado. Las únicas cosas grandes que tenía eran el pelo y los ojos. Tenía unos ojos enormes.

Sin embargo, sus facciones, la forma de sus labios, la línea de sus pestañas, la ligereza de sus movimientos… la hacían una mujer mucho más interesante que simplemente guapa.

Única. Especial. Fascinante.

Y lo más singular y atractivo de ella eran sus ojos negros como la noche, que provocaban una profunda turbación cuando se la miraba fijamente más de un par de segundos.

De pronto, le asaltó una sospecha.

¿Cómo era posible que hubiera estado diez años sin verla y, de pronto, a las dos semanas de que Shaheen le hubiera hablado de ella, se la hubiera encontrado por casualidad? Era demasiada coincidencia. Eso solo podía significar que…

Pero no podía haber sido solo cosa de Shaheen. Johara debía estar también en el ajo.

Creyó empezar a comprenderlo todo.

Kanza debía estar allí con la misma misión que él. Era evidente que su hermana y Shaheen le habían preparado una encerrona.

¿Se habría percatado ella de la conspiración al verlo entrar por la puerta?

De ser así, eso la haría aún más interesante a sus ojos. No era vanidoso, pero como Shaheen había dicho, era uno de los solteros más codiciados del mercado. No podía imaginar que hubiera una mujer que no desease ser su esposa. Aunque solo fuese por su posición social y su riqueza.

Kanza, sin embargo, parecía inmune a todo eso. Lo que despertaba su interés. Además le intrigaba saber por qué Johara y Shaheen habían llegado a la conclusión de que esa criatura llamada Kanza era perfecta para él.

De repente, la susodicha criatura alzó los ojos y le dirigió una de sus feroces miradas.

–No te quedes ahí parado como un pasmarote. Ven a hacer algo más útil que quedarte ahí luciendo el palmito.

Él abrió la boca para responder, pero ella le endosó una gruesa carpeta para que buscara allí el documento que Johara le había pedido.

Luego, sin levantar la vista, siguió buscando entre los archivadores.

–Supongo que lo de palmito es una descripción demasiado ligera para ti. Imagino que estarás acostumbrado a oír cosas más atrevidas de las mujeres con las que sueles alternar.

–Si te digo la verdad –replicó él–, si algo esperaba de ti, no era precisamente un piropo.

–¿Por qué no? Después de todo, tienes acaparado el mercado de halawah.

Halawah, literalmente «dulzura», era la palabra que se usaba en Zohayd para describir la belleza.

–¿De dónde has sacado eso? –replicó él, volviéndose hacia ella.

Ella le lanzó una mirada fugaz y cerró de golpe otra carpeta con un suspiro de frustración.

–Es lo que las mujeres de Zohayd solían decir de ti. Me pregunto qué dirían ahora que tu halawah está tan exacerbada por la edad que podría incluso provocar diabetes.

Aram no pudo evitar una carcajada.

–Aprecio tu cumplido. Saber que mi dulzura puede causar diabetes a una mujer supone un nuevo hito en mi carrera de conquistador.

–No te hagas el humilde. Sabes demasiado bien lo guapo que eres.

–Nadie me había acusado de una cosa así hasta ahora.

–Es comprensible. La gente prefiere usar términos como «atractivo» o «apuesto» para referirse a la belleza de un hombre. Pero tú dejas todos esos calificativos a la altura del barro. Eres guapo a rabiar. ¡Es repugnante!

–¿Repugnante?

–Sí, asquerosamente repugnante. ¡La de dinero que debes destinar a mantenerte así! –exclamó ella, mirándolo de arriba abajo–. Cuidar tanto el atractivo, cuando el aspecto físico no es el medio de vida de una persona, es un exceso que debería estar penado por la ley.

–Mis amigos más allegados me dicen que soy uno de los hombres más descuidados del mundo.

Ella le dirigió una mirada cáustica.

–¡Ah! ¿Pero existen personas que pueden soportar estar cerca de ti? Transmíteles mis más sentidas condolencias.

–De tu parte –replicó él con una sonrisa.

–A Johara, se las transmitiré yo personalmente. No me extraña que parezca tan agobiada últimamente. Debe ser un suplicio tenerte por hermano y estar viéndote a todas horas.

Aram se quedó mirando a aquella mujer por un instante.

¿Quién era realmente?

Debía de ser la nueva socia de Johara. Recordó los elogios encendidos de su hermana hacia la mujer que había conseguido dar a su empresa su reputación actual. Un auténtico gurú del marketing financiero. Pero nunca había mencionado su nombre.

¿La habría mantenido en la sombra para no alertarle de sus intenciones, a fin de que no se predispusiese en su contra? Sin duda, su hermana lo conocía mucho mejor que Shaheen. Él le había llenado la cabeza con el nombre de Kanza sin conseguir nada positivo. Era evidente que Johara había tomado el mando de la operación y la estaba enfocando con mucha más discreción y acierto.

Pero eso significaba que Kanza no estaba al tanto de la conspiración, ni de que su encuentro había sido algo más que una simple coincidencia.

Sintió un deseo irrefrenable de contarle la verdad. Deseaba ver la cara que pondría.

Pero ¿qué pasaría si, después de enterarse, se volviese más reservada y menos espontánea? ¿Y si se volviese más agradable? Eso sería incluso peor. No podía soportar la idea de que después de su apasionante duelo dialéctico, su mordaz rival comenzase de repente a dorarle la píldora para congraciarse con él, aspirando a convertirse en su prometida.

También cabía otra posibilidad. La peor de todas y tal vez la más plausible: que ella le rechazase de plano.

–Estoy empezando a preocuparme. Todo el mundo me dice que nunca me ha visto con peor aspecto. Y el espejo parece confirmar esa opinión.

–He dado una colleja a más de uno por menos que eso –replicó ella, mirándolo con los ojos entornados–. No hay nada que me moleste más que la falsa modestia. Así que mira bien lo que dices si no quieres que te estropee ese peinado tan artístico que llevas.

–Te estoy hablando en serio. Hace más de un año que no me gusta nada mi aspecto y me veo cada vez peor.

–¿Quieres decir que has tenido un aspecto mejor incluso que el de ahora? Deberían haberte arrestado por eso.

–No creas que le doy tanta importancia a mi aspecto. Pero tú has logrado lo que nunca creí posible: que me sienta halagado por tus palabras.

–¡Vaya! ¿Acaso no me expreso correctamente? Te puedo asegurar que no te halagaría ni aunque me apuntaran con una pistola.

–Siento si esto te causa alguna reacción alérgica, pero eso fue exactamente lo que hiciste. Y te lo agradezco, dado el estado en que me encuentro últimamente.

–Sí, ahora que me fijo mejor, creo que tienes razón. Pero las arrugas que se aprecian en tu cara te confieren un atisbo de humanidad que no tenías con esas facciones tan lustrosas de antes.

–Veo que no te caigo bien, Kanza. ¿Puedo saber qué he hecho para merecer tu desprecio?

Los ojos de ella se iluminaron fugazmente al oír su nombre en los labios de Aram.

–¡Aleluya! ¡Me ha reconocido! Y aun después de ello tienes la desfachatez de hacerme esa pregunta. ¿Crees acaso que tus delitos han prescrito con el tiempo?

–¿De que delitos estás hablando?

–Habría muchos donde elegir. ¿No te imaginas a cuáles me puedo estar refiriendo?

–Aunque encuentro delicioso e incluso terapéutico el vapuleo que me estás dando, mi grado de curiosidad está llegando al límite. Te agradecería que me sacaras de dudas y me dijeras cuál fue ese pecado tan grande que cometí en el pasado por el que estoy pagando ahora tan alto precio.

–¿De verdad lo has olvidado? Pues ya puedes empezar a devanarte los sesos, porque no pienso ayudarte a refrescar la memoria.

–No recuerdo haberte hecho nada malo en el pasado que merezca un resentimiento tan prolongado por tu parte. Ello me induce a creer que no se trata de ti sino de Maysoon.

–¡Vaya! ¡El Pirata aún conserva la memoria! Desde luego, eres único en tu especie, Aram Nazaryan –exclamó ella apartándose de él.

Era evidente que ella no deseaba proseguir esa conversación.

Al menos, él ya sabía ahora de dónde provenía su animosidad. Mientras que él apenas recordaba nada de su fracaso sentimental con Maysoon, ella parecía haber acumulado una gran dosis de prejuicios contra él desde el momento mismo de su efímero compromiso con su hermanastra.

–Ese maldito documento no aparece por ninguna parte –dijo ella, cerrando de golpe otro archivador–. Por cierto, ¿qué demonios estás tú haciendo aquí?

–Esperaba encontrar a Johara aquí trabajando.

–¿No me digas que no sabías que Shaheen y ella iban a dar una fiesta esta noche?

–¿No me digas?

–¿También te has olvidado de eso? A saber qué intenciones tendrías al venir aquí.

Él se acercó de nuevo a ella con la misma precaución que se acercaría a un felino hambriento.

–Tú siempre pensando lo peor de mí, ¿verdad?

–Eres tú el que me da motivos para ello.

–Por los insultos que me has dirigido, cualquiera diría que Maysoon es tu hermana favorita.

–Te habría dicho lo mismo si se lo hubieras hecho a un desconocido o incluso a un enemigo.

–Veo que tu código moral no se ve afectado por consideraciones personales. Encomiable. Pero ¿podrías decirme qué fue lo que hice, según tú?

–¡Vaya! ¡Esto tiene gracia! Con dos simples palabras tratas de convertir una cuestión de hecho en una cuestión de opinión. Anda, inténtalo otra vez.

–Ya lo estoy haciendo, pero no me resulta fácil.

–Entonces el´ab be´eed.

Esto significaba que lo intentara, pero lejos de ella, por supuesto.

–¿No te gustaría, al menos, exponerme los cargos y leerme mis derechos?

Ella sacó el teléfono móvil.

–No. Pasaremos por alto esos prolegómenos e iremos derechos a pronunciar tu sentencia.

–¿No debería gozar de la condicional después de diez años?

–No. Ya te concedí la vida una vez.

Aram apenas podía contener la risa. Casi le dolía la cara. Nunca se había divertido tanto…

–Eres tan menuda…

–Y tú tan grande y despreciable…

Él soltó una carcajada. No acertaba a comprender cómo aquel pequeño duendecillo se las arreglaba para despertar su humor adormecido con aquellos comentarios tan mordaces.

–¿Has dado por terminada tu búsqueda? –preguntó él, acercándose a la mesa de Johara–. Aunque, a la vista de los golpes que has dado a los archivadores, parecía más bien una operación de destrucción masiva.

–En ese caso –replicó ella, buscando un número en la agenda de contactos del móvil–, puedes ir volviendo a colocar cada cosa en su sitio.

–Creo que ni siquiera Johara podría poner esto en orden después del caos que has organizado.

Ella se limitó a fulminarle una vez más con la mirada y luego comenzó a hablar por teléfono sin prestarle la menor atención.

–Hola, Jo. Siento decirte que no he podido encontrar ese documento que me pediste. Y créeme que lo he buscado por todas partes.

–Querrás decir «hemos», ¿no? –apostilló él en voz alta para asegurarse de que Johara lo oyera.

Aram sonrió abiertamente. Sabía que Johara le había oído, pero debía haberse hecho la sorda, pues imaginaba que Kanza se habría puesto como una furia si Johara le hubiera preguntado con quién estaba.

Él había creído que sabía todo lo que había que saber sobre su hermana pequeña. Pero acababa de comprobar que no solo era capaz de prepararle una encerrona, sino también de improvisar sobre la marcha.

–¿Qué quieres decir con eso de que lo deje? –dijo Kanza con el ceño fruncido–. No. Necesitas ese documento y, si está aquí, lo encontraré. Descríbemelo mejor. Podría haberlo pasado por alto sin darme cuenta.

Kanza se quedó en silencio unos segundos escuchando la respuesta de Johara. Él tuvo la sensación de que debía estar contándole una serie de pamplinas. Estaba absolutamente convencido de que ese documento no existía.

Vio confirmadas sus sospechas cuando Kanza colgó el teléfono.

–¡No me lo puedo creer! Johara dice ahora que no está del todo segura de que el documento esté aquí. ¡Y le echa la culpa a las hormonas del embarazo!

–Después de todo, solo hemos perdido una hora poniendo el despacho patas arriba. Aparte del desorden, no hemos causado ningún daño.

–En primer lugar, no hables en plural sobre el asunto. En segundo lugar, yo llevaba ya una hora aquí cuando tú llegaste. Y en tercer lugar, mientras yo estaba afanada buscando el documento, tú estabas ahí tan feliz, como si nada. La buena noticia es que ahora puedo marcharme de aquí tranquilamente y poner fin al suplicio de este encuentro tan desagradable.

–¿No piensas siquiera tratar de paliar la destrucción que has dejado a tu paso?

–Johara insistió en que lo dejara todo y fuera corriendo a la fiesta.

Así que estaba invitada. ¿Quién lo diría? Por la forma en que iba vestida, cualquiera pensaría que iba a sacar la basura.

Pero era evidente que tenía intención de ir a la fiesta. Ese debía haber sido el plan A de Johara y Shaheen.

Kanza se puso una chaqueta roja, se colgó del hombro el maletín con su ordenador portátil y se dirigió a la puerta sin mirar atrás.

Sin embargo, al llegar, se encontró con el cuerpo de Aram bloqueándole el paso. Aram advirtió una cierta expresión de vulnerabilidad en sus profundos ojos negros mientras ella se tambaleaba ligeramente hacia atrás.

–¿Qué te parece si salimos juntos? Puedo llevarte a la fiesta en mi coche.

–No necesito tu coche. ¿Cómo crees que llegué aquí? ¿Andando?

–Un duendecillo como tú podría haber llegado en un abrir y cerrar de ojos.

–En ese caso, podría salir de igual manera.

–Conmigo, podrías ahorrarte tus poderes mágicos.

–Desengáñate. El papel de caballero no te va. No te esfuerces conmigo, sería una pérdida de tiempo. No soy ninguna doncella en apuros. Y si lo estás haciendo para ganar puntos con Johara, ya puedes ir olvidándote de ello.

–No sé por qué tratas siempre de buscar razones ocultas y enrevesadas a mis actos. Soy mucho más simple de lo que crees. He decidido ir a la fiesta y, dado que tú también vas a ir, creo que no hay nada más lógico y natural que te guardes tu varita mágica y vayamos juntos en el coche que tengo aparcado en el garaje. Es un vehículo normal y corriente.

–¡Qué casualidad! Yo también lo he dejado allí. Aunque mi coche es un utilitario de verdad, no como el tuyo. Según he oído, habla, piensa, obedece tus órdenes y aparca él solo. Y además sabe cuándo hay que frenar y adónde hay que ir. Solo le falta prepararte un sándwich y un capuchino para parecer un ser humano.

–Preguntaré en el concesionario si hay algún modelo con esas prestaciones. Pero entretanto, ¿no te gustaría ahora dar una vuelta en mi coche casi humano?

–No. Como tampoco me gustaría estar en tu presencia casi humana. Ahora ann eznak… o mejor aún, men ghair eznak –replicó Kanza, dándose la vuelta y saliendo por la puerta.

Aram se quedó quieto hasta que ella salió del despacho. Con unas cuantas zancadas la alcanzó.

Kanza se puso a revisar los mensajes de su móvil sin prestarle la menor atención. Ni siquiera se dignó a mirarle cuando entró en el ascensor con ella y luego la siguió hasta el garaje.

–¿Te ocurre algo? –exclamó cuando llegó al coche con Aram pisándole los talones.

–Solo estaba tratando de ser amable –respondió él con su mejor sonrisa.

Ella lo miró de arriba abajo sin decir una palabra y luego entró en su Ford Escape. Era de color rojo, igual que su chaqueta. Parecía que el rojo era su color favorito.

Arrancó velozmente con un chirrido. Aram tuvo que dar un salto y echarse a un lado.

Luego sonrió mirando las luces rojas traseras del coche cuando ella frenó a la salida del garaje. Sintió un torrente de adrenalina correrle por las venas.

Ninguna otra mujer había conseguido provocarle una sensación así.

Sin embargo, lo había rechazado. Más aún. Lo había despreciado.

Solo había una cosa que podía hacer ahora.

Darle caza.

Capítulo Tres

Kanza se resistió a la tentación de pisar el acelerador. Aquella rata la estaba siguiendo. Aquella rata asquerosamente atractiva.

Volvió a mirar por el espejo retrovisor.

Sí, aún seguía allí. ¡Maldita sea! Demostraba ser un conductor experto. Sabía que estaba intentando sacarla de quicio para demostrarle que nadie podía rechazarlo, que él se salía siempre con la suya, aunque fuese a costa de pasar por encima de los demás.

Sintió ganas de pisar el freno y obligarle a detenerse justo detrás de ella. Luego se bajaría del coche se acercaría a su ventanilla y… ¿Qué le haría?

¿Morderle? ¿Para qué? Ya había intentado sacarle de sus casillas con sus insultos, pero aquel patán grosero e insensible parecía haber encontrado en ello un motivo de diversión.

Apretó los dientes y continuó su camino hacia la casa de Johara y Shaheen, viendo a través del espejo retrovisor cómo el pertinaz depredador seguía impasible su persecución.

Veinte minutos después, aparcó el coche, tomó aire como si se preparase para un combate y se bajó del vehículo.

Vio con el rabillo del ojo cómo él aparcaba a tres coches del suyo. Parecía estar llevando su broma hasta el final.

Lo mejor sería dejarle que siguiera con su estúpida diversión.

Al llegar al ascensor, se dio cuenta de que se había dejado en el maletero del coche el regalo que había comprado para Johara y Shaheen, junto con el caballito árabe de juguete que le había prometido a Gharam.

Volvió de nuevo al coche, cruzándose con Aram, que había estado siguiéndola a tres pasos exactos de distancia.

Recogió las cajas de los regalos, pero al cerrar la puerta del maletero se dio cuenta de había olvidado quitarse las zapatillas deportivas y ponerse los zapatos.

¡Ese tipo estaba consiguiendo desconectarle las neuronas.

Vio que Aram estaba esperándola muy tranquilo en el ascensor.

Volvió al ascensor con una caja en cada brazo. En contra de lo que esperaba, él no se ofreció a llevárselas. Ni siquiera subió al ascensor con ella. Se quedó allí de pie mirándola con una calma desconcertante mientras ella fingía estar revisando los mensajes del móvil.

Suspiró aliviada cuando las puertas se cerraron finalmente. Podría estar tranquila al menos unos minutos.