Un amor sin secretos - Julia James - E-Book

Un amor sin secretos E-Book

Julia James

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Beschreibung

«Has tenido a mi hijo durante cinco años. Ahora yo también lo tendré». El escalofrío que sintió Alaina Ashcroft al darle el «sí, quiero» a Rafaello Ranieri contrastaba con el fuego que corría por sus venas. Cinco años antes se habían entregado a una aventura apasionada que la dejó embarazada, pero una infancia desgarradora la llevó a tomar la decisión de no decírselo hasta que volvieron a encontrarse por casualidad. Nunca imaginó que Rafaello insistiría en reclamar a su hijo gracias a un frío matrimonio de conveniencia. Pero no había nada frío en la forma en que la miraba su nuevo marido, ni en el ardiente deseo que provocaban sus caricias.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Julia James

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un amor sin secretos, n.º 3121 - octubre 2024

Título original: The Heir She Kept from the Billionaire

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741935

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Alaina Ashcroft vio cómo la limusina se alejaba del sombreado pórtico del hotel y tomaba el largo camino bordeado de hibiscos que llevaba a la autopista.

Se iba.

Regresaba al aeropuerto, regresaba a Italia, a su propia vida, tal como había dicho que haría. Desbaratando todas sus esperanzas de que alargase su estancia en la isla, de que quisiera pasar más tiempo con ella. De que quisiera algo más que una aventura con ella…

«Que quisiera llevarme a Italia con él».

Alaina sentía una opresión en el pecho. ¿No le había advertido su madre, debido a su lamentable experiencia, lo juiciosa que debía ser para no terminar como ella? Queriendo lo que no podía tener, anhelando a un hombre que no la amaba, esperando que fuera así algún día.

Como lo había esperado ella.

Desolada, se dio la vuelta. Sus esperanzas se habían desvanecido. Ahora lo único que podía hacer era seguir adelante. Tenía trabajo que hacer y el trabajo sería su terapia.

«Él se ha ido y esto es el final. Mi vida será la misma de antes. Como si no nos hubiéramos conocido, como si no hubiéramos tenido un romance».

Pero resultó que estaba completamente equivocada.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Cinco años después…

 

Rafaello Ranieri estiró sus largas piernas, relajándose en el espacioso asiento de primera clase, y sacó una revista jurídica del maletín para pasar el rato durante el vuelo a Londres.

Como uno de los mejores abogados de Italia, muy solicitado por las familias más acaudaladas del país, a quienes su bufete proporcionaba servicios inestimables cuando se trataba de asuntos fiscales delicados, conflictos de herencia o cónyuges avariciosos, necesitaba mantenerse al día, no solo con respecto al sistema legal italiano, sino en cualquier país donde sus clientes pudieran necesitar su respetada y altamente remunerada experiencia.

Era por uno de esos clientes por lo que viajaba a Londres, para consultar con el bufete homólogo con sede en esa ciudad. Llegaría demasiado tarde para verlos esa noche y, como tenía que volver a Roma al día siguiente, había decidido pasar la noche en un hotel cercano al aeropuerto. Una breve visita al Reino Unido, como de costumbre. Así era como le gustaba vivir su vida, con calma y sin problemas.

Su rostro se ensombreció por un momento.

«Con calma y sin problemas» no era como su infeliz madre había vivido. Su padre, jubilado del próspero bufete familiar, cuya dirección había confiado a Rafaello, siempre la había tachado de neurótica.

El desastroso matrimonio de sus padres solo servía para confirmar que el camino que había elegido, aventuras breves con mujeres que nunca quisieran más de lo que él estaba dispuesto a ofrecerles, era lo más sensato.

Sin embargo, hubo una mujer…

En una isla caribeña, con playas de arena blanca y palmeras meciéndose con la brisa tropical, un lugar perfecto para el romance. Y ella había sido perfecta para el romance en un lugar así. Bella, apasionada, ardiente. La había deseado desde el momento en que la vio y su aventura había sido perfecta.

Hasta que ella dejó entrever que quería algo más de lo que él estaba dispuesto a ofrecerle.

Entonces se alejó de ella en la elegante limusina del hotel, hacia el aeropuerto que lo llevaría de regreso a Italia, a la vida que le convenía. Tranquila y serena, sin sobresaltos.

 

 

Alaina estaba nerviosa, pero intentaba disimular. Como subdirectora del hotel, estaba acostumbrada a presentar un aire de serena competencia. Los clientes no debían saber que estaba atendiendo la recepción porque dos miembros del personal habían enfermado, pero llegaba tarde a recoger a Joey en la guardería.

Se las había arreglado para llamar a su amigo Ryan, cuya hija, Betsy, iba a la misma guardería, y él había accedido a recoger al niño. Les daría la merienda y, después de llevar a Betsy a casa de su madre, que no vivía lejos con su segundo marido, llevaría a Joey al hotel. Para entonces, el personal de noche ya habría ocupado su sitio y ella estaría libre.

Ese acuerdo con Ryan funcionaba bien, aunque a veces, como aquel día, era estresante. Pero le permitía hacer su trabajo, que era tanto económicamente necesario como deseable desde una perspectiva profesional. Aunque ser madre trabajadora con un niño pequeño no era nada fácil.

Y, a diferencia de Ryan, que compartía la custodia con su exesposa, ella era madre soltera.

«Pero esa fue tu elección».

Porque, de lo contrario, habría tenido que revelar la existencia de un hijo que nunca había sido planeado a un hombre que no tenía ningún interés en ella. Por mucho que Alaina lo hubiera deseado.

«Pero no fue posible, dejémoslo así».

La entrada de una avalancha de clientes provenientes de la lanzadera del aeropuerto, uno de los secundarios de Londres, lejos de la capital, exigió toda su atención.

Acababa de registrar a los nuevos clientes cuando oyó que las puertas se abrían de nuevo. Alaina levantó la mirada, esbozando una sonrisa profesional. Pero cuando vio al hombre que acababa de entrar en el hotel, la sonrisa se congeló en sus labios, reemplazada por una expresión de absoluta incredulidad.

Rafaello se detuvo en seco. Inconscientemente, apretó con más fuerza el asa de su equipaje de mano.

–¿Alaina?

Caminó hacia ella, consciente de las emociones encontradas en su interior. La sorpresa era de esperar, pero había algo más. Algo que no tenía tiempo de analizar.

Vio que ella palidecía, pero luego, como él, adoptó una expresión serena.

–¡Rafaello! ¡Qué casualidad que volvamos a vernos!

Intentaba mostrar serenidad, pero se dio cuenta de que tenía que hacer un esfuerzo. Parecía tensa y sus ojos estaban velados.

–Bueno, estas cosas pasan –dijo él, enarcando una ceja.

–No estás en mi lista de reservas –murmuró ella.

–No he reservado, pero supongo que tendrás alguna habitación libre.

La vio tragar saliva y supo que estaba intentando disimular su inquietud. Podía ver el pulso latiendo en su garganta, el leve rubor que teñía sus mejillas y realzaba su belleza…

Habían pasado cinco años desde que esa belleza lo había seducido en la isla caribeña donde uno de sus mejores clientes había requerido su presencia para iniciar un nuevo proceso de divorcio. Después de tratar con el cliente, se había permitido disfrutar de unas cortas vacaciones y también de un agradable romance.

Alaina no trabajaba en el hotel en el que se hospedaba, uno de los legendarios hoteles Falcone, sino en uno más modesto. La había visto tomando el sol en la playa una tarde y no hizo falta nada más.

Ella había sido tan receptiva a su interés. Quizá demasiado.

Alaina habría querido que su encuentro se convirtiera en algo más que una simple aventura de vacaciones, pero él se había apartado, como hacía siempre. Era lo más prudente.

Sin embargo, por prudente que fuera, sentía un gran pesar mientras se dirigía al aeropuerto para volver a Roma, a su vida.

Ella había madurado en esos cinco años, pensó, y parecía enérgica y profesional, con un traje impecable, el pelo recogido en una trenza francesa y un mínimo de maquillaje.

A pesar de sí mismo, un recuerdo apareció en su mente. Ella acostada en la cama, su gloriosa melena oscura despeinada, sus luminosos ojos clavados en él, su exuberante boca suave como el terciopelo…

Rafaello aplastó tan inapropiados recuerdos.

–Sí, claro que tenemos habitación.

Su voz sonaba entrecortada y él sabía por qué. Y sabía por qué bajó la cabeza para mirar la pantalla del ordenador.

–¿Prefieres una habitación con vistas al jardín o al lago? –le preguntó amablemente.

–¿Cuál es más tranquila?

–Ambas son tranquilas, pero las habitaciones con vistas al lago están más cerca del aparcamiento.

–Con vistas al jardín entonces. Solo por una noche.

Ella asintió distraídamente mientras tecleaba. Sin molestarse en preguntarle su nombre, que conocía perfectamente, ni su nacionalidad.

Como sabía tantas otras cosas mucho más íntimas.

De nuevo, para su disgusto, sintió que un recuerdo lo distraía. Alaina conocía cada centímetro de su cuerpo, sabía cómo le gustaba el café, cuáles eran sus platos favoritos.

Cómo le gustaba hacer el amor…

Y él sabía muchas cosas sobre ella. Habían descubierto mucho el uno sobre el otro. No solo sobre su estilo de vida o sus preferencias sexuales sino algo más que eso.

Información sobre lo que cada uno quería de la vida.

Y el uno del otro.

Rafaello sacudió mentalmente la cabeza. No debía pensar en ello.

–¿Cenarás en el hotel esta noche?

La pregunta de Alaina fue más que oportuna.

–Sí.

Ella introdujo la información en el ordenador antes de darse la vuelta para alcanzar la llave de la habitación.

Por un momento, Rafaello estuvo a punto de decir: «cena conmigo».

Su buen juicio se lo impidió. Para empezar, era poco probable que le permitieran cenar con un cliente y, de todos modos…

Ver a Alaina de nuevo no tenía importancia. Esos días con ella en la isla habían sido estupendos, memorables incluso, pero habían pasado cinco años. Entonces había tomado la decisión de no llevar las cosas más lejos y no había razón para cuestionarla.

Rafaello la miró mientras le entregaba la llave con una sonrisa. ¿Notó cierto temblor en su mano?

–Espero que disfrutes de tu estancia aquí –dijo Alaina, en un tono impersonal, profesional.

Él respondió con una sonrisa igualmente impersonal mientras tomaba la llave y se dirigía a los ascensores, al otro extremo del vestíbulo. Tal vez debería haber hecho algún comentario inofensivo, alguna broma. Y se preguntó por qué no lo había hecho.

Alaina lo miró mientras se alejaba, con el corazón acelerado. Los recuerdos daban vueltas en su cabeza; recuerdos de su breve, pero inolvidable aventura con Rafaello Ranieri en esa mágica isla caribeña.

Había estado a punto de desmayarse al verlo de nuevo.

–¡Mamá!

Ella dejó escapar un gemido ahogado. Joey estaba entrando en el hotel, de la mano de Ryan, pero se soltó y corrió hacia el mostrador.

Horrorizada, Alaina sintió que el mundo giraba a cámara lenta, paralizándola.

Joey llegó al mostrador y se puso de puntillas para mirarla con una sonrisa radiante, pero ella no estaba mirándolo. Sus ojos habían ido, como por voluntad propia, hacia los ascensores.

Vio que Rafaello iba a presionar el botón. Vio que dejaba caer la mano y se daba la vuelta. Vio que sus ojos se dirigían a Joey.

–¡Mamá! –gritó el niño de nuevo para llamar su atención.

Alaina vio que Rafaello se quedaba inmóvil.

–Aquí tienes al pequeñajo –dijo Ryan, revolviendo el pelo del niño en un gesto familiar.

Ella no podía responder. Era incapaz de hacerlo. Incapaz de hacer nada salvo intentar respirar.

Rafaello no había entrado en el ascensor, cuyas puertas acababan de abrirse, y se dirigía hacia ella. Hacia Joey.

Alaina intentó pensar a toda velocidad. Le daría a entender que Ryan era el padre de Joey… cualquier cosa para ocultar la verdad. Pero cuando miró a su hijo supo que tratar de hacerlo pasar por el hijo de Ryan, tan rubio, tan completamente diferente, sería imposible.

La paternidad de Rafaello era evidente, indiscutible. El pelo oscuro, los ojos oscuros, la forma de su rostro, todo lo dejaba claro. También había algo de ella en el niño, pero era hijo de Rafaello. ¿De qué serviría negarlo?

Rafaello clavó la mirada en Joey cuando llegó al mostrador y Ryan se alejó, tal vez pensando que era un cliente. Joey se apartó un poco y miró con curiosidad al recién llegado, pero sabía, porque Alaina se lo había enseñado, que cuando mamá estaba trabajando no debía interrumpir.

Durante unos interminables segundos, Rafaello siguió mirando a Joey con gesto inexpresivo, helado. Luego la miró a ella.

–¿Te importaría explicarme esto?

Intentaba mostrarse sereno, pero su corazón latía como un martillo pilón.

Ella estaba pálida, blanca como una sábana. Había visto a testigos en los tribunales con ese mismo aspecto, cuando sus coartadas eran demolidas y sus mentiras descubiertas.

Mentiras por comisión o mentiras por omisión.

Sintió una oleada de emoción, pero la suprimió. Era esencial hacerlo, imprescindible.

Ella no respondió. En cambio, rodeó el mostrador y habló con el hombre que había entrado en el hotel con el niño. El hombre que no era el padre del niño, estaba seguro.

–¿Te importaría llevar a Joey a la cafetería un momento? Pide un zumo de naranja para él –le rogó, antes de inclinarse hacia su hijo–. Ve con Ryan, cariño. Solo serán cinco minutos.

Rafaello vio que el hombre intercambiaba una mirada con ella antes de tomar al niño de la mano.

–Venga, vamos a tomar un zumo.

Se dirigieron a la cafetería, en el extremo opuesto a los ascensores, y Rafaello los observó alejarse, sintiendo esa extraña opresión en el pecho. Aun así, su rostro seguía siendo inexpresivo cuando se volvió hacia Alaina.

Ella se dirigió a una joven empleada para pedirle que atendiese la recepción durante unos minutos y luego volvió a mirarlo.

–Vamos a mi despacho.

Alaina abrió una puerta detrás del mostrador, todo su cuerpo tenso como un cable.

Rafaello la siguió al interior del despacho y cerró la puerta tras él para enfrentarse a la mujer que le había mentido durante cinco años.

–Es mi hijo.

Alaina intentó tragar saliva, pero se le había cerrado la garganta.

–No, es mío. Joey es mi hijo.

¿Algo brilló en sus ojos, en esos ojos oscuros e inexpresivos? No lo sabía. Solo sabía que, de repente, él dominaba el espacio, lo dominaba todo.

«Pero a ti no».

Sus ojos se encontraron con los de él, de lleno.

–Joey es mi hijo, Rafaello –su voz era firme y se enorgullecía de ello porque le estaba costando un mundo mantener la calma–. Cuando nos separamos hace cinco años –prosiguió– fue una separación definitiva tras una aventura pasajera. Tú no tenías ningún interés en mí y yo lo acepté. Lo que pasó con mi vida a partir de entonces no es de tu incumbencia. Lamento que esto haya sucedido. Sé que ha sido una sorpresa para ti, pero es algo que nunca te habría impuesto. No quiero nada de ti, solo que… olvides la situación.

–¿Ese hombre es tu pareja? –le preguntó él, con el ceño fruncido–. ¿Tu marido?

Alaina deseaba con todo su corazón poder dar una respuesta que la protegiese y protegiese a su hijo, pero negó con la cabeza.

–Nos ayudamos mutuamente con el cuidado de los niños. Para recogerlos en la guardería y cosas así. Ryan está divorciado y tiene una niña de la edad de Joey, pero solo es un amigo.

–Ya veo.

Su tono era inflexible, pero parte de la rigidez de sus hombros desapareció. Aunque seguía tenso, conmocionado. Una conmoción que, para ser justos, tenía derecho a sentir.

Pero que no podía compararse con la conmoción que provocaron sus siguientes palabras.

–Entonces no habrá ningún impedimento para nuestro matrimonio.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Rafaello oyó su grito ahogado. Vio que el color que había desaparecido de su rostro volvía a aparecer, cubriendo sus mejillas de rubor. Vio que abría los ojos como si no pudiera creer lo que acababa de decir.

–¿Matrimonio?

Rafaello apretó los labios. En algún sitio, dentro de él, estaba pasando algo. Pero no lo reconocería, no lo permitiría.

–Eso he dicho.

Alaina lo miró con los ojos brillantes. Con esos ojos expresivos que eran parte de su belleza. Pero su belleza era irrelevante. Solo había una cosa que importase en ese momento.

–¿Estás loco?

Ella lo miraba con incredulidad y él hizo un gesto de impaciencia.

–No perdamos el tiempo discutiendo.

Esa emoción subterránea seguía molestándolo, pero debía controlarla. Debía dejar claro cuál sería la inevitable conclusión de aquella situación.

–Ni ahora, ni… –Rafaello hizo una pausa, con intención– ni en los tribunales.

–¿Tribunales?

–Tú has tenido a mi hijo durante cinco años. Ahora yo también lo tendré.

Alaina lo oía hablar, pero su voz parecía llegar de muy lejos. Estaba conmocionada, atónita. Sintió que perdía el equilibrio y…

Una mano salió disparada y la agarró del brazo.

–No te desmayes, Alaina. No es para tanto.

Por primera vez, a través de la niebla que parecía obstruir su cerebro, notó en su voz algo parecido a una emoción. Luego sintió que la empujaba suavemente hacia una silla y se dejó caer en ella, con las piernas como gelatina.

–Baja la cabeza, deja que la sangre llegue a tu cerebro.

Alaina lo hizo y, poco a poco, la niebla se disipó. Cuando levantó la cabeza, él estaba mirándola. Parecía diferente. No sabía cómo ni por qué, pero lo era. Su tono también era diferente.

–Podemos ser civilizados, pero tendrás que cooperar conmigo. No tengo ningún deseo de recurrir a procedimientos legales, pero lo haré si no aceptas que debemos casarnos. Te daré tiempo para que lo aceptes, pero no demasiado.

Ella lo miró, sin comprender, mientras se sentaba tranquilamente en otra silla y sacaba el móvil del bolsillo de la chaqueta, cruzando una larga pierna sobre la otra.

–Quiero saber muchas cosas, pero comenzaremos por lo esencial. ¿Cuál es tu dirección?

 

 

Rafaello estaba tumbado en la cama del hotel, mirando el techo. Había mucho por hacer y necesitaba concentrarse, pero él sabía cómo hacerlo. Eso era lo que hacía cuando estaba trabajando en el bufete y debía tratar lo que había sucedido esa noche del mismo modo desapasionado: analizando la situación y deshaciéndose de todo lo que no fuera necesario para llegar a la conclusión más lógica.

Por ejemplo, cómo debía procesar la existencia del hijo que había tenido con una mujer a la que jamás creyó volver a ver. La existencia de un hijo que ella le había ocultado.

Apartó de su mente lo que no importaba en ese momento y se centró en lo que sí importaba. Lo que él le había dicho con brutal, pero esencial, franqueza, que debían casarse.

Comenzó a trabajar mentalmente en la lista de cosas que debía hacer para poner orden en aquella situación, para establecer sus derechos.

La emoción que había experimentado al ver al niño volvió a atravesar su pecho, dejándolo sin respiración por un momento, exigiendo atención, exigiendo que la reconociese.

Pero, con feroz autodisciplina, Rafaello la desafió.

No era el momento de pensar en eso.

Volvió a enumerar todas las cosas que debía hacer para organizar el apresurado matrimonio. Sobre eso, ni Alaina ni él tenían elección.

 

 

Alaina estaba tumbada en su cama, envuelta en el edredón, tratando de olvidar el desastre.

«Hace cinco años tuve que decidir y me he aferrado a esa decisión».

Se había resistido, aunque le había costado mucho, a la abrumadora tentación de hacerle saber que su aventura había resultado en un embarazo. Habría sido un medio para volver a su vida, pero ella sabía que Rafaello no recibiría con agrado la noticia.

«Él no me quería y ciertamente no habría querido un hijo».

Esa era la cruda realidad que había marcado su vida desde entonces. Era una madre soltera que hacía malabarismos para trabajar y darle a su hijo la mejor vida posible.

Pero ahora…

Ahora una pregunta martilleaba en su cabeza. Había estado martilleando desde que Rafaello dijo que la llamaría al día siguiente para discutir los detalles.

Ella se quedó en el despacho, aturdida por un momento, pero luego se levantó de un salto y salió corriendo al vestíbulo. ¿Iba a buscar a Joey? El miedo se había apoderado de ella, pero Rafaello ya estaba subiendo al ascensor.

Entró corriendo en la cafetería, donde Joey estaba terminando su zumo de naranja. Ryan levantó la cabeza y en sus ojos había una pregunta, pero no le dio ninguna explicación. No podía hacerlo con Joey allí. Alaina le dio un beso a su hijo, intentando desesperadamente parecer normal.

–¿Has terminado, pequeño? Entonces, dale las buenas noches a Ryan.

En la puerta del hotel, Ryan le había dicho en voz baja:

–Estoy aquí si me necesitas.

Ella había negado con la cabeza. Su preocupación debía ser evidente ¿pero qué podría decirle? ¿Que una bomba acababa de explotar en su vida, haciéndola añicos?

Por suerte, Joey estaba muy cansado y se quedó dormido enseguida. En su cabeza, dando vueltas como buitres, se repetían las frías e inexpresivas palabras de Rafaello:

«No perdamos el tiempo discutiendo. Ni ahora, ni en los tribunales».

¿Sería capaz?

«¿Qué voy a hacer, Dios mío?».

La pregunta seguía dando vueltas en su cabeza, pero no encontraba respuesta.