Un corazón roto - Michelle Smart - E-Book

Un corazón roto E-Book

Michelle Smart

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Beschreibung

Él ni se imaginaba que iba a ser padre. Ella no imaginaba que la chantajearía para que se casara con él. El multimillonario Alejandro Ramos había desterrado a Flora Hillier de su vida tras una ardiente noche juntos, nueve meses atrás, porque creía que lo había utilizado. Sin embargo, cuando descubrió que estaba embarazada y esperaba un hijo suyo, le exigió que se casaran... de inmediato. Y entonces, a los pocos minutos de firmar el certificado de matrimonio, Flora se puso de parto. Ramos demostró que podía ser un padre excelente para su hijo, pero a ella la preocupaba lo vulnerable que aquel matrimonio la hacía sentir. Porque una cosa era confiar en Ramos para criar juntos a su hijo, y otra muy distinta confiar en que no acabaría rompiéndole el corazón otra vez.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Michelle Smart

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un corazón roto, n.º 2943 - julio 2022

Título original: Claiming His Baby at the Altar

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-004-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LOS FOGONAZOS de las cámaras eran cegadores. Flora Hillier mantuvo la vista hacia el frente e ignoró las preguntas que le gritaba la horda de reporteros. Un micrófono le rozó la mejilla; otro se le clavó en el cuello. No iba a darle a aquellos buitres carroñeros la satisfacción de reaccionar a sus provocaciones.

Al llegar a lo alto de la escalinata uno de los guardas del juzgado apartó a los reporteros con un brazo y le abrió la puerta para que pasara. La alivió el relativo silencio que había en el interior del edificio, después de la algarabía que había dejado atrás. Se quitó las gafas de sol y se puso una mano en la parte baja de la espalda. Esa mañana el dolor había sido tan fuerte que la había despertado.

Inspiró profundamente, depositó su bolso en la cinta y pasó por el arco de seguridad. No pudo evitar preguntarse si el juzgado de lo penal del principado de Monte Cleure siempre habría tenido esas estrictas medidas de seguridad o si se habrían puesto en marcha expresamente a petición de Ramos. Estaba convencida de que no serían pocos los que harían cola para pegarle un puñetazo a aquel canalla español sabiendo que estaría allí. Ella sería la primera.

Se acercó al mostrador de recepción y le tendió su pasaporte a la mujer que había tras él. Esta lo comprobó con una ceja enarcada antes de teclear algo en el ordenador.

–Mire a la cámara –le pidió en inglés, señalando hacia arriba.

Flora levantó la vista y vio que había una cámara fijada en el techo. Poco después la mujer le entregaba una identificación con su foto y su nombre.

–Vaya a la sala número cuatro –le dijo, indicándole el corredor a mano derecha.

–Gracias.

Flora se colgó la identificación del cuello y recorrió el amplio corredor hasta encontrar la sala. Su hermano Justin ya estaba allí, reunido en torno a una mesa ovalada con sus abogados. Cuando la vio entrar, la saludó con una sonrisa cansada.

Flora respondió con un gesto de la mano. Uno de los abogados se levantó para acompañarla hasta el asiento vacío junto a su hermano y le acercó la silla. Flora le sonrió agradecida y se frotó la parte baja de la espalda para disipar la punzada que había notado al sentarse.

Aquel día comenzaría el juicio, que se esperaba que durase al menos dos semanas. Era poco probable que ganasen, y a Justin podían caerle veinte años de cárcel. Lo peor, además, era que en Monte Cleure solo se aplicaba reducción de condena por buen comportamiento en circunstancias excepcionales, uno de los motivos por los que, sin duda, Ramos había escogido el principado para presentar cargos contra él.

A Flora le dolía lo indecible que las pruebas contra su hermano fuesen irrefutables, pero por desgracia Justin era culpable de lo que se le acusaba, el robo de un millón de euros, y por si fuera poco se había añadido también un cargo por fraude.

Imaginó a Ramos en otra sala del edificio, reunido también con sus abogados, aunque seguramente su equipo legal sería un grupo mucho más nutrido y la sala el doble de grande que aquella. Y sin duda el ambiente en esa sala no sería de resignación, que era lo que veía en las caras de su hermano y sus abogados, sino de expectación. Estarían impacientes por que empezara ese juicio con el que Ramos pretendía no solo castigar a su hermano, sino destruirlo.

Llamaron a la puerta y entró un funcionario que les recordó que en breve iba a dar comienzo la sesión.

Flora se levantó y posó sus ojos en el rostro demacrado de su hermano, que se había levantado también. Le ajustó la corbata, aunque estaba perfecta, le limpió una mota imaginaria de la solapa de la chaqueta y lo besó en la mejilla.

–Te quiero –le susurró a su hermano, que había sido para ella como un padre, más de lo que su propio padre lo había sido.

Él sonrió con tristeza.

–Y yo a ti.

No había nada más que decir. Cuando abandonaron la sala el corredor se había llenado de gente y de un runrún continuo de conversaciones. Era poco habitual que el tribunal de lo penal de Monte Cleure fuese el escenario de un juicio tan sonado. Sin embargo, el principado sí estaba acostumbrado a ver enjambres de los medios en torno a la familia real –propensa a escándalos– y los personajes ricos y famosos que lo habitaban, y cuando entraron en la sala donde se iba a juzgar el caso, Flora vio que los reporteros y fotógrafos ya habían ocupado su lugar y miraban en todas direcciones, como hienas, a la espera de que apareciera la estrella principal del espectáculo.

No tuvieron que esperar mucho. Poco después entraba en la sala Alejandro Ramos, alto, apuesto y sofisticado, con un traje azul marino, en compañía de sus abogados.

Flora se sintió incómoda cuando, nada más posar sus ojos en él, el corazón le palpitó con fuerza al recordar el apasionado beso con que se había despedido de ella la última vez que se habían visto, pero se llevó las manos temblorosas al vientre e inspiró profundamente para tratar de calmarse.

Más apropiado fue el resentimiento que la invadió cuando lo vio sentarse con sus abogados en el banco de la acusación. En Inglaterra no habría sido más que un testigo. El tipo que Ramos tenía sentado a su lado le susurró algo al oído, y él asintió con una sonrisa socarrona. ¿Cómo podía sonreír cuando iba a hacer que condenaran a su mejor amigo a décadas de prisión?

«Vamos, mírame si te atreves», lo instó mentalmente.

En ese momento el juez entró en la sala y todo el mundo se puso en pie. El juez ocupó su asiento y dio permiso para que volvieran a sentarse, pero Flora, con la mirada fija en Ramos, permaneció de pie.

«Mírame, bastardo», lo instó de nuevo. Y entonces, como si hubiera sentido el peso de su mirada, Ramos alzó la vista hacia el palco del público, donde ella se encontraba. Había escogido cuidadosamente su atuendo para aquel día: un vestido sencillo de manga corta y color crema que se ajustaba a su figura. No quería que nada distrajera la atención de su embarazo. Ramos se puso rígido y Flora, apretando los dientes para evitar que ninguna emoción se trasluciera en su rostro, señaló su vientre hinchado con ambos índices antes de sentarse.

Si la situación no fuese tan desesperada y dolorosa, Flora se habría divertido con la reacción de Ramos. Mientras uno de sus abogados se ponía en pie y empezaba su exposición en francés, el arrogante Ramos, que siempre se mostraba muy seguro de sí mismo, parecía aturdido. Pobrecito…

Solo cuando el abogado volvió a sentarse pareció recobrar la compostura y le susurró algo al oído al hombre sentado junto a él, que a su vez le siseó algo al abogado que había hecho la exposición. Este se levantó de nuevo para ir junto a Ramos y cuchichearon unos segundos entre sí. Finalmente Ramos garabateó algo en un papel, el abogado se lo entregó al juez, y después de leerlo este se levantó para decir que se suspendía la sesión hasta nueva orden.

La sala se vació lentamente entre murmullos, y por las miradas que los reporteros lanzaban hacia donde ella estaba, Flora supo que su estratagema no había pasado desapercibida. No había querido llegar a eso, pero no le había quedado otro remedio.

En vez de unirse a la marea de gente que abandonaba la sala, se quedó sentada, cerró los ojos y trató de calmarse, inspirando y espirando, mientras se frotaba el vientre con movimientos circulares. ¿Seguiría ignorándola Ramos como había hecho durante esos ocho meses? ¿O daría por hecho que el hijo era de otro? Lo creía capaz de cualquier cosa.

Si la ignoraba o se negaba a admitir que el padre era él, tampoco le importaría. Se había mentalizado para enfrentarse a cualquiera de esas dos posibilidades. En ese momento lo único en lo que pensaba era en que tenía que mantenerse fuerte para apoyar a Justin hasta el final del juicio.

Además, ella había cumplido con su deber de asegurarse de que Ramos supiera que iba a tener un hijo. El resto dependía de él. Para ella lo mejor sería que Ramos reconociese a su hijo y se ofreciese a ayudarla con su manutención –preferiría no tener que recurrir a la justicia para obligarlo– y que se limitase a poder visitarlo de vez en cuando. Estaba segura de que no tendría el menor interés en ejercer de padre. Interferiría con su estilo de vida.

–¿Mademoiselle?

Flora abrió los ojos y vio que había un funcionario a su lado. Estaría pidiendo a los rezagados que salieran. Se levantó e iba a dirigirse a la sala que habían asignado a su hermano y sus abogados, cuando el funcionario le tocó el brazo y le dijo:

–Venga por aquí, mademoiselle, por favor. Monsieur Ramos quiere hablar con usted.

Flora vaciló antes de seguirle. Parecía que Ramos no iba a ignorarla después de todo… Al cabo de un rato llegaron a una puerta cerrada. El funcionario llamó con los nudillos, abrió, se hizo a un lado para dejarla pasar y se marchó, volviendo a cerrar tras de sí.

Era una sala de espera con una máquina de café, dos sofás y un par de sillones. Y aunque sabía que Ramos estaría allí, el corazón se le subió a la garganta cuando lo vio. Estaba sentado en un sillón orejero, inclinado hacia delante, con los antebrazos apoyados en los muslos y las manos entrelazadas.

Sus ojos negros la atravesaron en cuanto sus miradas se encontraron. Flora se había imaginado aquel momento tantas veces… Se había dicho que mantendría una actitud despreocupada y solo hablaría del bebé en términos prácticos, que no diría ni haría nada que pudiera hacerle pensar que sentía algo más que desprecio por él.

Sin embargo, se vio sobrepasada por las emociones que se agitaban en su interior: odio, furia, desesperanza, deseo… Esa última emoción era la peor de todas. ¿Cómo podía seguir deseándolo después del modo en que la había tratado? ¿Cómo podía siquiera haberse dejado engatusar por él?

Conocía a Ramos desde que ella tenía once años y su hermano Justin y él dieciocho. Por entonces Justin había empezado a llevar a su nuevo amigo a casa, cada vez con más frecuencia, y Ramos incluso había pasado un par de veces el día de Navidad con ellos.

Ramos, que estaba mirándola con la mandíbula apretada, masculló:

–Deberías sentarte.

Flora resopló.

–¿Eso es lo primero que me vas a decir, que debería sentarme?

–Imagino que de pie no estarás muy cómoda.

¡Qué considerado!, pensó ella con sorna, se preocupaba por su bienestar… Se sentó en el sofá de cuero de dos plazas que tenía más cerca, irritada por lo torpes que resultaban sus movimientos, por el avanzado estado de su embarazo, ante un tipo tan sofisticado como Ramos.

Hasta ese día había encontrado un cierto placer en lo de estar embarazada. El embarazo la hacía sentirse menos sola en el mundo ahora que su madre había muerto, que no podía confiar en el inútil de su padre y que su querido hermano podría acabar en la cárcel.

Sin embargo, en ese momento no sentía esa magia, solo el pesar de que el padre del bebé que llevaba en su vientre fuese un hombre que no era digno de ello.

–¿Cuándo sales de cuentas? –le preguntó Ramos.

–Dentro de tres semanas –respondió ella, intentando que no le temblara la voz.

Ramos suspiró e inclinó la cabeza.

–Y supongo que, de ese numerito tuyo en la sala, debo deducir que el padre soy yo, ¿no?

–Sí.

Si le hubiera preguntado cómo sabía que el bebé era suyo, le habría lanzado el bolso a la cabeza.

–¿Y debo deducir también que con ese numerito pretendías que todo el mundo se enterara?

Ella se quedó mirándolo boquiabierta. Sacudió la cabeza con incredulidad y se rio.

–¿En serio crees que lo hice por eso?

Ramos volvió a apretar la mandíbula.

–¿Qué otra cosa se supone que debía creer? Habría bastado con que le pasases una nota a mis abogados.

–Lo habría hecho si hubiese pensado que la leerías. Me he pasado siete meses intentando decírtelo.

Ramos enarcó una ceja y la miró con escepticismo. Aquello casi hizo estallar a Flora, pero se contuvo, e inclinándose hacia delante le dijo:

–Bloqueaste mi dirección de e-mail y el número de mi móvil. Llamé a dos de tus propiedades y hablé con el ama de llaves de ambas. También hablé con tu secretaria; tres veces. Y te escribí cuatro cartas; cuatro. Y en cada una de ellas, y en los mensajes que te dejé en la oficina, te decía que estaba embarazada y que tú eras el padre. Y entonces, un día, cuando llamé a tu oficina para hacer un último intento, el empleado que habló conmigo me dijo que habías dado instrucciones de que cualquier mensaje que te dejara o te enviara fuera ignorado o destruido. Por eso he tenido que llamar tu atención en público. Era el único modo de asegurarme de que te enterarías.

Las apuestas facciones de Ramos se tensaron. Flora contrajo el rostro al notar una nueva punzada en la parte baja de la espalda. Tenía que intentar mantenerse tranquila por el bien de su hijo. El amor que sentía por esa pequeña vida que crecía en su vientre le daba fuerzas ahora que ya no tenía a su madre y que su hermano estaba en apuros. Había encontrado en su interior una fortaleza que nunca había sabido que tenía, y no iba a dejarse amilanar por Ramos.

Si no fuese por el dolor en la espalda, que aún no había remitido, se habría puesto de pie en ese mismo momento para marcharse. Quería salir de allí, alejarse de aquel hombre que la había llevado al cielo y luego la había dejado caer hasta los infiernos.

–Bueno, pues ahora ya sabes lo del bebé –masculló, soportando a duras penas el dolor–. Cuando haya terminado el juicio continuaremos hablando.

Ramos se inclinó un poco más hacia delante.

–¿Que continuaremos hablando de qué?

–De si querrás formar parte de algún modo de la vida del bebé… –murmuró ella con un suspiro, cerrando los ojos y apretándose el puente de la nariz con el índice y el pulgar–. Eso es cosa tuya, pero sí necesito que me ayudes con la manutención, y cuanto antes lleguemos a un acuerdo, mejor –añadió, dejando caer la mano y abriendo los ojos de nuevo para mirarlo.

El contrajo el rostro, como repugnado.

–Así que por eso montaste esa escenita antes… Vas tras mi dinero.

Flora apretó los dientes y se esforzó de nuevo por reprimir la ira que sintió.

–He tenido que ayudar a Justin para que pudiera pagar los honorarios de sus abogados. Si no te hubieras asegurado de que congelaran sus activos, y no hubieras forzado un juicio en un país que no ofrece una defensa legal gratuita a los acusados, tal vez ahora no me encontraría en la situación en la que estoy –le espetó–. Para poder pagar a sus abogados he tenido que rehipotecar mi casa y pedir un préstamo. Así que, sí, estoy sin blanca y necesito que acordemos una manutención, aunque sea el mínimo que fija la ley, para que nuestro hijo no tenga que saber lo que es la pobreza. Y si por eso vas a pensar de mí que lo que estoy es intentando sacarte los cuartos, me da igual. Y si lo que quieres es pelea, pues muy bien. Cuando vuelvan a rodearme los periodistas les contaré que me sedujiste, que acudí a pedirte ayuda y que te negaste a pasarme una pensión para que tu hijo pudiera vivir dignamente.

Las facciones de Ramos se endurecieron de nuevo y entonces, de repente, una sonrisa cruel asomó a sus labios.

–¿Y les contarás también cómo te prostituiste?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LAS GÉLIDAS palabras de Ramos fueron como una bofetada para Flora, que sintió que le ardían las mejillas.

–¿Y dices que yo te seduje…? –Ramos sacudió la cabeza y torció la sonrisa–. ¡Qué memoria tan selectiva tienes! Deja que te la refresque: fuiste tú quien viniste a mí. Te tomaste una copa conmigo, y mientras tus labios me suplicaban que mostrara clemencia con tu hermano, me devorabas con esos bellos ojos castaños –su voz se tornó aterciopelada y cruel–. Fuiste tú quien te inclinaste hacia mí para besarme…

Flora cerró los ojos con fuerza para bloquear los recuerdos de ese momento, el momento en que había caído bajo el hipnótico embrujo de los ojos de Ramos.

–Y esperaste a que estuviéramos los dos desnudos para mencionar que eras virgen –añadió él con una risa amarga–. Sí que debías querer a tu hermano para vender tu virginidad de esa manera…

–No fue así y lo sabes –murmuró ella, aún con los ojos cerrados.

¡No había sido en absoluto así! Simplemente había ocurrido, sin más. En un momento habían estado hablando, y al siguiente… No, no quería pensar en eso, no quería recordar la experiencia más excitante y embriagadora de toda su vida. Lo peor era el recuerdo de haberse despertado en la cama de Ramos, en una burbuja de felicidad, y que había sido tan estúpida como para creer que sentía algo por ella.

–Sí, Flora, fue exactamente así –replicó él con tirantez–. Viniste a mí con la intención implícita de seducirme para que tuviera compasión de tu hermano… y casi lo conseguiste.

Flora abrió los ojos, aturdida. Ramos esbozó una media sonrisa y sacudió la cabeza.

–Leí el mensaje de tu hermano –dijo.

–¿Qué mensaje?

No tenía ni idea de a qué se refería.

–El mensaje que tu hermano te mandó por la mañana, mientras dormías. Yo me levanté sin hacer ruido y bajé para hacer el desayuno. Quería darte una sorpresa llevándotelo a la cama –le explicó él, sacudiendo la cabeza–. Y entonces, al llegar al piso de abajo y pasar por el salón vi tu bolso encima de la mesita, con la mitad de lo que había dentro desparramado sobre ella.

Se había volcado la noche anterior cuando, al levantarla él en volandas para llevarla arriba, a su dormitorio, el pie de Flora había chocado con el bolso.

–Cuando estaba metiendo las cosas en el bolso la pantalla de tu móvil se iluminó y vi que te había llegado un mensaje de tu hermano. Decía: «¿Novedades, Flo? ¿Funcionaron tus encantos con él?» –continuó Ramos, antes de soltar una risa amarga–. Debería haber imaginado, cuando te presentaste tan seductora ante mi puerta, que era tu hermano quien te enviaba.

–No puedo creer que lo interpretaras de esa manera… –murmuró ella con voz ronca–. Además, Justin no me envió. Sabía que iba a ir a verte para intentar convencerte de que lo perdonaras porque se lo había dicho, pero la idea fue mía.

Había ido en un coche alquilado desde la prisión de Monte Cleure hasta la frontera con España, y de allí a Barcelona, con el rostro demacrado de su hermano en la retina, preguntándose desesperada cómo podría convencer al implacable Alejandro Ramos de que mostrara compasión hacia su mejor amigo. Sabía que Justin merecía ser castigado, pero también necesitaba ayuda.

Su hermano siempre había estado ahí para ella. De niño había jugado a las muñecas con ella, solo para darle gusto. De adolescente la había acompañado cada día al colegio, le había preparado el bocadillo y la había ayudado con los deberes cuando su madre estaba trabajando. Por esa época también le había enseñado a jugar al ajedrez, y el día de su fiesta de graduación en el instituto había llegado tarde por quedarse a acabar una partida de Scrabble con ella. Y luego, unos años después, le había enseñado a conducir y la había perdonado cuando había estampado su preciado coche contra una farola al dar marcha atrás.

Sí, siempre había estado ahí para ella, y ella siempre estaría ahí para él, aunque la culpa y la vergüenza por lo que había hecho pesaran como una losa sobre él.

–«¿Funcionaron tus encantos con él?», eso era lo que ponía –repitió Ramos entre dientes. Y Flora vio que ahora sí que estaba furioso de verdad.

–¿De verdad crees que te entregué mi virginidad para salvarle el pellejo a mi hermano? –inquirió espantada.

Ramos se quedó mirándola, y solo al verlo apretar los labios supo lo que estaba pensando. ¡Por amor de Dios…, de verdad creía que lo había hecho por eso! Aquel mensaje de Justin –el móvil era el único efecto personal que le habían permitido conservar en la prisión de Monte Cleure– no había sido más que una broma por parte de su hermano, que desde un principio había considerado que no serviría de nada que le suplicase a Ramos que lo perdonase.

–¡Jamás me habría esperado que pudiera pasar lo que pasó entre nosotros! –exclamó, lanzando los brazos al aire con desesperación–. Cuando fui a verte no sabía si me abrirías siquiera la puerta.

–Pero lo hice –replicó él, impasible–. Y fuiste tú la que dio el primer paso… tú, que siempre me habías tratado con tanto desdén… No sé si no pretendías que la cosa llegara tan lejos como llegó –añadió encogiéndose de hombros–, pero quien juega con fuego acaba quemándose.

–¿Y por eso a partir de ese día me hiciste el vacío?