Una mujer sofisticada - Bj James - E-Book
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Una mujer sofisticada E-Book

BJ James

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Beschreibung

Con solo ver a Haley Garret, Jackson Cade supo que esa mujer iba a traerle problemas. Aquella sofisticada y bellísima veterinaria era exactamente el tipo de mujer del que había jurado mantenerse alejado... por mucho que ella hiciera que se despertaran en él todos y cada uno de sus instintos masculinos. Iba a luchar con todas sus fuerzas porque sabía que Haley era la única mujer que podría romper la barrera que había alrededor de su corazón.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Bj James

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una mujer sofisticada, n.º 1138 - agosto 2017

Título original: The Taming of Jackson Cade

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-050-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

En un escaso momento de paz, Jackson Cade estaba frente a la puerta del granero, tan rígido como una estatua. En aquella repentina y bendita tranquilidad, recorrió con triste mirada la tierra que se extendía hacia el horizonte, pero no veía nada.

Su mente estaba demasiado llena de pena y sufrimiento como para apreciar lo hermosos que estaban los pastos a la luz de la luna. No olía el perfume de la noche sureña, que flotaba en la brisa que acariciaba su acalorada piel con un refrescante beso.

En otro momento, habría contemplado aquella vista con orgullo por todo lo que veía. Aquello era River Trace, su tierra, su hogar, un lugar que él había convertido en lo que era. Sin embargo, aquella noche, no había orgullo, ni satisfacción por lo conseguido, sino solo la sensación de que había entablado una batalla feroz y frenética… y había perdido.

A causa de su fracaso y de su empecinada altanería, una magnífica criatura iba a morir. Y con ella, todos sus sueños.

Sonaron unos pasos a sus espaldas y una mano le agarró por el hombro. Jesse Lee, un buen amigo y experto en caballos, le preguntó con voz ronca:

–¿Qué haces aquí de pie?

–Supongo que pensando que ojalá pudiera cambiar las cosas –respondió Jackson, encogiéndose de hombros.

–Creo que los dos desearíamos poder cambiar un montón de cosas –afirmó Jesse–, pero el caso es que no podemos. Y no hay vuelta atrás. Solo se puede ir hacia delante.

–¿Y cómo lo hago? –preguntó Jackson, con una amarga sonrisa.

–Se hace entrando en la casa y realizando la llamada de teléfono que te has negado a considerar. No sé si vas a conseguir algo con eso, pero debes intentarlo. Y si salvas al pobre animal que está sufriendo en ese establo, o al menos alivias su sufrimiento, ¿qué es eso comparado con el esfuerzo que tendrías que hacer?

–No te tragas las palabras, ¿verdad, viejo?

–No lo he hecho nunca. Y tienes razón en lo que has dicho. Ya soy demasiado viejo para comenzar.

Jackson asintió, pero no apartó la vista del horizonte. Aquello era más que River Trace. Era su sueño. El trabajo de toda una vida. La inversión de todo lo que tenía, de su corazón, de su sangre, de su sudor y de sus lágrimas. Después de años de lucha, solo faltaban uno o dos potros para que se cumplieran sus sueños más ansiados, unos potros que podrían no nacer nunca. A menos que una llamada de teléfono consiguiera el milagro.

–A menos que… –musitó él, dando un paso al frente.

–¿Qué significa eso? –le preguntó Jesse, mientras dejaba caer el brazo.

–Exactamente eso, Jesse. A menos que –dijo Jackson, tristemente, mientras iba en dirección hacia la casa, que estaba algo descuidada, siempre por favorecer a los establos y a los caballos.

–¿Dónde demonios vas, Jackson Cade?

–A hacer una llamada de teléfono. A rezar.

–¿Te importa si me uno a ti en lo de rezar?

–Hazlo –respondió Jackson. Cuando estaba al lado de la escalera que llevaba a la puerta trasera, se dio la vuelta–. Gracias por venir esta noche, Jesse. Sé que lo has intentado.

–Los dos lo hemos hecho, Jackson, pero lo que podíamos hacer no era suficiente.

Jackson respiró profundamente y asintió. Entonces, se dio la vuelta y empezó a subir los escalones de piedra.

–Nuestra mala suerte es que tu hermano no esté aquí. La buena es que hay otra persona. Llama –susurró Jesse–. Arriésgate. Lo que consigas con ello podría valer su peso en oro.

Capítulo Uno

 

Los gritos. Todavía podía escuchar los gritos…

Haley Garrett se aferró al volante y, tratando de olvidarse de la incongruencia de su elegante vestido negro y del perfecto recogido con el que se había peinado su cabello rubio platino, apretó el pie sobre el acelerador.

Era muy tarde. La luna llena brillaba en el cielo. Sin embargo, Haley no pensó en la bella noche sureña mucho más que en la fastuosa fiesta o en el atractivo hombre al que había abandonado para acudir a aquella llamada. Solo pensaba en su destino y en el misterio que allí la aguardaba.

Por fin, pasó a través de una verja abierta que precedía a una larga avenida de robles. Más allá, había vallas que guardaban los pastos de River Trace, uno de los mejores criaderos de caballos de todo el sur. Sabía que la tierra era magnífica y que los animales eran extraordinarios, pero, a pesar de su belleza, para Haley, aquella tierra estaba desgarrada por los gritos de un único caballo, unos gritos agónicos, enloquecidos, que resonaban sin cesar en su memoria.

A pesar de que, a través del auricular del teléfono, habían sonado algo amortiguados, se habían convertido en un lúgubre acompañamiento a la petición de ayuda que había escuchado. Jackson Cade tenía que estar completamente desesperado para buscar la ayuda de Haley, recién llegada a Belle Terre y, por lo tanto, la veterinaria de la que menos referencia se tenía en la ciudad.

Al fin, iluminada por la luz de la luna, llegó al rancho. La casa había visto días mejores, pero, todo el conjunto podría haber sido sacado de las páginas de un libro de Historia. Detrás de la casa encontró la única nota discordante: el establo principal. A pesar de que estaba construido en un estilo tradicional, se notaba que era completamente nuevo. Seguramente sus instalaciones serían de las más modernas.

Tras detener su furgoneta, Haley saltó del vehículo. Solo se tomó el tiempo necesario para cambiarse las elegantes sandalias que llevaba puestas por unas botas de goma y se colocó unos guantes. Sin prestar atención a lo ridículo de su atuendo, agarró su maletín. No obstante, decidió que, en lo sucesivo, llevaría siempre unos vaqueros y una camisa en el maletero.

Rápidamente, se dirigió hacia el establo. Al llegar, notó que el interior estaba profusamente iluminado. Entró y se detuvo en la puerta. Tal y como había pensado, las instalaciones eran de última tecnología.

–Doctora –le dijo un hombre, desde el final del impecable pasillo.

–Jesse –respondió Haley, al reconocer al vaquero que trabajaba como capataz en Belle Reve, el rancho que Gus Cade, el patriarca de la familia, dirigía con mano de acero.

No le sorprendió la presencia de Jesse Lee, dado el amplio conocimiento que tenía sobre los caballos. Haley se habría imaginado que, en ausencia de Lincoln Cade, su socio en la consulta de veterinaria, Jesse hubiera sido el primero al que se recurría.

Se preguntó dónde estaría él. Él. Jackson Cade, el hermano de Lincoln, el tercero de los hijos de Gus Cade, el hombre que, desde el principio, había mostrado una abierta antipatía hacia ella y que siempre había rechazado que Haley se ocupara de sus caballos. Hasta aquella noche.

–¿Cómo está? –preguntó ella–. La situación parecía urgente. He venido tan rápidamente como he podido.

–A mí me parece que ha venido demasiado rápido –bromeó Jesse, recorriendo con la mirada el vestido negro que Haley llevaba puesto.

–¿Está tratando de demostrar algo, doctora? –le preguntó una segunda voz, a sus espaldas, en un tono muy diferente al de Jesse.

Cuando Haley se dio la vuelta para enfrentarse con su acusador, vio que la mirada de Jackson Cade era todavía más fría que su tono de voz. La joven veterinaria trató de guardar la compostura y no responderle en el tono insultante que él había efectuado la pregunta, sin sentirse intimidada ni provocada.

–Estoy aquí porque usted me ha llamado, señor Cade. Aparte de eso, no tengo nada que demostrar.

–Ah –replicó él, mirándola de arriba abajo. Sus ojos se entretuvieron más de lo necesario sobre el escote, para luego deslizarse por la falda y terminar sobre las botas–. Entonces, ¿tenemos que creernos que siempre acude a hacer sus visitas vestida como la duquesa de Belle Terre? ¿O, mejor aún, que ha hecho una concesión al recibir esta llamada y que está rebajándose al acudir a River Trace?

–Los dos sabemos muy bien que nunca he venido a River Trace –replicó ella, a pesar de que aquel comentario le había dolido–. Nunca he venido a este rancho porque usted nunca ha querido que viniera. Esta noche, he acudido directamente, tal y como estaba. Por el tono de su voz y por los gritos de su caballo, sentí que la rapidez en acudir a su llamada era más importante que el modo en el que estuviera vestida. Lincoln no está aquí, como bien sabe usted cuando se dignó a llamarme, así que espero que se dé cuenta de que hay situaciones en las que uno no puede ser exigente. Esté o no vestida como usted considera apropiado, soy lo único que tiene.

Haley se irguió y miró fijamente los ojos de Jackson Cade, que podrían haber resultado muy hermosos de no ser por aquella dura mirada. Sin embargo, él decidió mirarla de nuevo de arriba abajo, con el mismo detenimiento que lo había hecho antes.

Haley soportó la situación aferrándose a su compostura. Se negaba a darle a aquel hombre tan insufrible la satisfacción de sonrojarse. La había llamado para que fuera ayudarlo. La situación era muy grave y, sin embargo, él parecía estar perdiendo un tiempo precioso con aquel comportamiento tan machista y tan extraño en él. Se sabía que Jackson Cade era un hombre al que le encantaban las mujeres, sin reserva. No obstante, a las mujeres profesionales, ambiciosas y motivadas como Haley, solía tratarlas cortésmente, con un respetuoso distanciamiento. A todas, menos a Haley Garrett, que parecía merecerse una hostilidad especial. Ella no entendía aquella antipatía, que parecía aumentar cada vez que se encontraban.

Incluso en aquellos momentos, por razones que él solo conocía, la necesidad de humillarla era aún más fuerte que su desesperación, lo que no parecía encajar con su amor por los caballos. Como propietario de algunos de los mejores caballos de la tierra, Jackson Cade no escatimaba ni tiempo ni dinero para asegurar el bienestar de sus animales.

A pesar de que desconfiaba plenamente de la socia de su hermano en la consulta veterinaria, la actitud que demostraba hacia Haley rayaba en lo ridículo. Ella no llegaba a comprender los motivos ni a vislumbrar el origen de los mismos. Sin embargo, dado que había dejado de pensar que él pudiera dirigirse a ella de un modo normal y mucho menos explicarle cuáles habían sido sus pecados, la joven había dejado de tratar de comprender a Jackson Cade hacía semanas.

Si solo fuera por aquel frustrante hombre, se daría la vuelta y se marcharía de allí inmediatamente. No obstante, el que necesitaba su ayuda no era solo el enigmático Cade, sino su caballo. Desde su llegada al establo, Haley había escuchado los sonidos angustiados que provenían de uno de los pesebres. Como no podía darle la espalda a aquella criatura que necesitaba de su ayuda, decidió dejar su resentimiento a un lado y ceder a la compasión.

–Si lo hace sentirse mejor, me disculpo por mi atuendo, señor Cade. Estaba invitada a una cena después de un concierto –explicó–. Cuando me llamó, consideré que la situación era una emergencia. Y así sigo haciéndolo. Si me permite, me gustaría ayudar y, para hacerlo, tengo que examinar al caballo mientras esté tranquilo, lo que, por los ruidos que estoy escuchando, no va a durar mucho.

Jackson Cade pareció avergonzado de su comportamiento, aunque solo por un momento. Al cabo de un segundo, recobró de nuevo su actitud antipática.

–Por supuesto, Duquesa –le dijo, realizando una reverencia al mismo tiempo–. El problema de Dancer ha acabado con nuestros mejores modales

–Ya veo que, como última posibilidad, usted ha decidido darme la oportunidad de diagnosticar la enfermedad.

–Podríamos decir que así es.

Cuando levantó la cabeza de aquella ridícula reverencia, a Haley le pareció que tenía cierta expresión de burla en aquellos ojos azules. En la brevedad de lo que duró aquel momento, Haley pudo ver más allá de la furia y del miedo. Jackson Cade casi había perdido la cabeza de la preocupación por lo mucho que se interesaba por sus animales. Sus caballos eran mucho más que un negocio para él. Por muy poco que le gustara, efectivamente, Haley Garrett era su última posibilidad.

–En ese caso, es mejor que lo haga bien, ¿no es así? –replicó, antes de darse la vuelta para dirigirse al otro vaquero–. Jesse, si no te importa acompañarme al pesebre de Dancer…

–Iré yo –bufó Cade, acercándose a ella. A pesar de ser el más bajo de sus hermanos, le sacaba muy a gusto una cabeza.

–No –replicó Haley, armándose de valor–. Gracias, pero no. Necesito a alguien que piense con frialdad. Usted está demasiado implicado emocionalmente.

–Esta es mi tierra y Dancer es mi caballo, doctora Garrett.

–Sí, es su caballo, pero también es mi paciente, señor Cade. ¿Estás listo, Jesse?

–Nunca lo he estado más. Los muchachos se han llevado a los otros caballos a los pastos. El ataque que tuvo Dancer resultaba contagioso. Parte del ruido que escuchó por teléfono eran ellos. Se estaban poniendo cada vez más y más nerviosos, aunque no parecían ver lo que Dancer se estaba imaginando. Por cierto, ¿ha dicho que estaba en un concierto? –añadió, cambiando de tema muy abruptamente, mientras acompañaba a Haley al pesebre del caballo–. Supongo que eso significaba que tenía usted una cita. Una potrilla tan guapa como usted, tan bien vestida… Sería una pena si no fuera así…

Tanto si se trataba de una cita como si no, aquello no parecía ser asunto de Jesse Lee. Sin embargo, era casi tan famoso por su habilidad por los caballos como por su curiosidad, así que a Haley no la sorprendió.

–Gracias por el cumplido, Jesse. Me alegra mucho saber que crees que soy una potrilla muy guapa –dijo Haley, con una sonrisa en los labios–. Y sí, efectivamente tenía una cita para ir a ese concierto. Y también para cenar.

–Supongo que es imposible que fuera Daniel Corbett, dado que él hubiera estado dirigiendo la orquesta.

–Era música de cámara, Jesse, no la orquesta. Daniel no era el que dirigía.

–¿No?

Preguntándose el porqué de tanta curiosidad, que era excesiva incluso para Jesse, Haley trató de cambiarse el pesado maletín de mano. Sin embargo, antes de que pudiera completar el movimiento, alguien se lo quitó de las manos. Era Jackson Cade.

Mientras andaba a su lado, Haley se dio cuenta de las profundas ojeras que tenía en el rostro. En aquel momento, casi le excusó por su insolencia. A pesar de todo, era consciente de que lo último que aquel hombre fuerte y testarudo quería de ella era simpatía, por lo que volvió a centrar su atención en Jesse, que no había dejado de hablar ni un solo momento.

–¿Cómo dices, Jesse? Lo siento, pero me temo que no estaba escuchándote.

–Aquí no tiene que sentir nada, señorita. Y, considerando que Jackson es más bien perro ladrador, tampoco tiene que tener miedo de él. Lo que le decía es que, con eso de ser director de orquesta, ese Daniel debe de ser muy interesante.

–Daniel es, efectivamente, muy interesante.

–Supongo que esa breve respuesta significa que no va a decirme exactamente quién era la persona con la que había salido.

–De hecho, no. He venido a ocuparme de un caballo, no a hablar de mi vida social.

Al ver el gesto de frustración de Jesse, no pudo evitar una sonrisa. De repente, el vaquero se detuvo ante la puerta de una cuadra y la abrió. Cuando Haley vio lo que se ocultaba en su interior, sintió que la sonrisa se le helaba en los labios.

En los círculos más especializados, se conocía bien al magnífico semental de Cade. Haley nunca había tenido el placer de verlo en persona, pero había leído mucho sobre él en las revistas de veterinaria. Sin embargo, si le hubieran dicho que la agotada criatura que tenía ante sus ojos era aquel legendario caballo, nunca lo habría creído.

Tenía el pelaje empapado de sudor y sin brillo alguno, la cabeza inclinada y la cola apagada y sin vida. A primera vista, parecía haber perdido mucho peso, pero, dada la breve duración de su ataque, Haley sabía que sería más bien una aguda deshidratación.

–Jackson –susurró ella, tan alarmada que, sin darse cuenta, lo había llamado por su nombre de pila–, ¿cuánto tiempo lleva así?

–Empezó hace varias horas. Primero se mostró algo letárgico y luego tuvo unos minutos de comportamiento errático. Dancer tiene mucho temperamento. Al principio, parecía más bien un ataque de mal humor. Entonces, empezó a volverse loco. Todos tratamos de calmarlo. Jesse, yo, incluso todos los muchachos… Y nos agotó a todos.

–Cuéntamelo todo. No omitas ni el más mínimo detalle.

Jackson le contó con todo el detenimiento que pudo lo que había tratado de hacer con el caballo. Haley descubrió que había obrado con buen juicio y con detenimiento. Había sabido reaccionar y era sensato y bien organizado, lo que hacía que la reacción que mostraba hacia ella resultara incluso más incomprensible.

Tras escuchar todo lo que tenía que decir, Haley asintió. Entonces, se puso a estudiar al caballo, que constituía solo un penoso recuerdo de la magnífica criatura que en realidad era. Sentía que algo le acicateaba por dentro, algo que Jesse había dicho, acentuado aún más por la explicación de Jackson.

–¡Jesse! –exclamó, de repente.

–Sí, señora. Usted dirá.

–¿Qué fue eso que me dijiste sobre los otros caballos?

–No recuerdo exactamente, pero los otros caballos reaccionaron de un modo similar al de Dancer y los muchachos tuvieron que sacarlos a la pradera –respondió Jesse, echándose hacia atrás el sombrero–. ¿La ayuda eso?

Haley examinó el establo, tratando de encontrar la inspiración que necesitaba, pero nada cambió. Estaba tan confundida como Jesse o Jackson.

«¿Jackson?» En aquel momento fue consciente de que había empezado a pensar en él por su nombre de pila, aunque dudaba que tuviera alguna vez la relación tan cordial que tenía con sus hermanos Adams o Jefferson, que no la evitaban. Rápidamente, trató de apartar sus pensamientos del testarudo y arrogante Jackson Cade y trató de centrarse en el detalle que parecía escurrirse entre los entresijos de su memoria.

–Tal vez me ayude, pero tal vez no –admitió–. Puede que se trate de algo sin importancia.

–Jesse dijo algo más –dijo Jackson, colocándose de repente al lado de Haley. El aroma que desprendía era masculino, agradable y se mezclaba de modo muy agradable con el heno y los caballos.

En aquel momento, el hecho de que sintiera tanto resentimiento por ella pareció molestarlo más que nunca. Jackson habría podido ser un hombre cuya amistad Haley habría valorado mucho, pero sabía que el hecho de que los dos fueran amigos era un ideal imposible de conseguir.

–¿De qué se trata? –preguntó ella, tratando de centrarse en el caballo.

–¿El qué? –replicó Jackson, que también parecía haber perdido la concentración. Entonces, frunció las cejas, que eran ligeramente más oscuras que su cabello castaño.

–Lo siento, no quería hablar como si se tratara de una adivinanza. Solo preguntaba qué más era lo que Jesse había dicho.

–Lo que probablemente te llamó la atención fue el comentario que Jesse hizo sobre que los otros caballos no estaban viendo lo que Dancer estaba imaginando –comentó Jackson, al ver que Jesse se encogía de hombros.

–¿Imaginando? Jesse, ¿te pareció que el caballo se estaba imaginando algo? ¿Y tú? –añadió, refiriéndose a Jackson, antes de que el primero pudiera responder.

–En aquel momento en lo único en que podía pensar era en evitar que Dancer se hiciera daño –respondió Jackson, frotándose uno de los golpes que le había dado el caballo–. Ahora que recuerdo lo que dijo Jesse, efectivamente Dancer se comportaba como si estuviera teniendo alucinaciones. Tal vez estaba teniendo algún tipo de ataque, lo que es ridículo.

Alucinaciones. Un ataque. ¿Tal vez se trataba de la reacción a alguna sustancia extraña? Haley ya lo había visto en otra ocasión. El caballo murió en ese caso, pero la autopsia había revelado cuál había sido la causa de la muerte. Tal vez si tenía suerte…

–Jesse, dame una jeringuilla. Jackson, pon mi maletín donde haya buena luz.

Cuando los dos hombres habían hecho lo que ella les había pedido, se puso a preparar la jeringuilla.

–Creo que tuve un caso similar en otra ocasión. Si estoy en lo cierto y actúo con rapidez, tal vez podamos salvar a Dancer, pero espero que comprendas que solo es una conjetura. Todo depende de lo acertada que esta sea. Si tuviéramos tiempo para realizar pruebas…

–Pero no es así –le recordó Jesse.

–Si me equivoco…

–Lo que vas a intentar podría matarlo, ¿verdad? –anunció Jackson, terminando la frase por ella.

–Sí.

–En las condiciones en las que está, se morirá de todos modos si no lo intentas –comentó Jesse. Sin embargo, Haley y Jackson estaban tan pendientes el uno del otro que casi ni lo oyeron.

–Es el último cartucho – murmuraba Jackson

–Eso parece, pero Dancer es fuerte… hay una posibilidad de que esto consiga hacerle reaccionar antes de que el corazón no pueda más.

–No. Tú no lo viste. Aunque el siguiente ataque que tenga sea más ligero, no lo superará.

–En ese caso, ¿confías en mí? ¿Quieres correr este riesgo?

Haley sabía que se encontraba frente al mayor desafío de su carrera. Sabía que todo lo que hiciera para curar al caballo sería pura especulación, tal y como les había advertido. Sin embargo, aquello era lo único que tenían. No quedaba mucho tiempo antes de que el caballo sufriera otro ataque de locura. «De un ataque de locura provocado deliberadamente».

Aquel pensamiento surgió de ninguna parte, pero todo parecía indicar que aquello había sido deliberado. Conocía muy poco sobre el funcionamiento de River Trace y mucho menos de su propietario, aparte de su reputación como un hombre divertido, amable y seductor. Una vez, hacía mucho tiempo, Haley había conocido su amabilidad, pero los tiempos cambian, igual que la gente. Tal vez el joven que había sido tan amable con una Haley Garrett y que, evidentemente, se había olvidado de ella, había cambiando también. Tal vez tenía enemigos…

Dancer empezó a menear la cabeza. Luego trató de dar unos inciertos pasos y empezó a relinchar, lo que parecía el preludio del ataque que todos temían.

Haley se sentía cada vez más segura de que tenía razón. Creía que había esperanza para el caballo, pero no le quedaba mucho tiempo.

Entonces, dio un paso para entrar en la cuadra, pero una fuerte mano se lo impidió.

–No –le dijo Jackson–. Sea lo que sea, viene por etapas. Cuando estaba en el peor momento, es demasiado peligroso como para que te arriesgues. Lo siento.

Un gesto de verdadera pena le cruzó el hermoso rostro, sorprendiendo profundamente a Haley. Antes de que ella pudiera protestar, él la agarró fuertemente de la mano.

–No debería haberte interrumpido la velada, Duquesa –añadió, aunque aquella vez el nombre carecía de la mala intención que había tenido anteriormente. Si no se hubiera tratado de Jackson, tal vez podría haberse considerado un apodo cariñoso, el tipo de nombre que un amigo le habría dedicado a una amiga… ¿Amigos? Aquello nunca podría ser posible entre ellos.

–Tú me llamaste. Llevo mucho tiempo… –dijo Haley, interrumpiéndose secamente antes de poder terminar la frase. Efectivamente, había esperado durante mucho tiempo aquella llamada, que él la necesitara… Decidió pensar en aquella conclusión más tarde, cuando él no la estuviera contemplando con aquellos ojos azules–. He venido aquí con un propósito. Tu caballo necesita atención. Ahora, Jackson, antes de que sea demasiado tarde.

–Es muy peligroso. Demasiado…