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eLit 360 Ally Sloan se sintió halagada cuando un atractivo desconocido la invitó a cenar. Libre al fin tras años de cautiverio en un matrimonio sin amor, una vertiginosa noche de pasión era todo lo que necesitaba para recobrar la confianza en sí misma, y recordar que la vida podía ser una aventura apasionante. Al día siguiente, rumbo a las Bahamas, Ally se sintió aliviada por no tener que volver a ver a Raúl. Después de todo ¡ella era mayor que él! Pero se encontraría con más de una sorpresa en el cálido ambiente caribeño…
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Seitenzahl: 195
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2000 Anne Mather
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una noche de deseo, n.º 360 - noviembre 2022
Título original: All Night Long
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1141-058-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
El hombre la estaba mirando.
Ally, ligeramente incómoda, se movió en su taburete frente a la barra del bar, mientras volvía su mirada hacia la copa que tenía frente a ella. A pesar de que había bajado al bar con la intención de flirtear con el primer hombre atractivo que encontrara, la realidad estaba resultando mucho más prometedora de lo que había imaginado. Sin embargo, aunque estaba prácticamente segura de que él la estaba mirando, también cabía la posibilidad de que estuviera mirando alguna cosa que hubiera detrás de ella. Los hombres jóvenes como aquel no solían perder el tiempo con mujeres de mediana edad divorciadas, en especial, cuando la divorciada en cuestión era la menos atractiva del lugar. Ally respiró hondo y se arriesgó a mirar disimuladamente hacia él una vez más. Esta vez, sus miradas coincidieron, y ella sintió el calor en sus mejillas mientras retiraba rápidamente la vista de él.
Dios santo, pensó, mientras tomaba la copa entre sus manos y bebía un trago de vodka y tónica para darse ánimos. Él la miraba. ¿Pero por qué? Estaba claro que no podía pensar que se trataba de una turista rica, teniendo en cuenta las joyas y la ropa que llevaba. Respiró hondo. El problema era que ella no estaba acostumbrada a aquello. Hacía más de veinte años que no había salido sola por la noche, y no tenía ni idea de cómo comportarse en una situación como aquella. Era cierto que se había sentido suficientemente complacida con su aspecto cuando se miró en el espejo de la habitación del hotel. Su pelo castaño, bien cortado y peinado, y con mechas rubias le sentaba bien. Pero no se había hecho ilusiones sobre la posibilidad de que ni su pelo ni su figura, que estaba lejos de ser la de una modelo, pudieran ser material para los sueños eróticos de ningún hombre. Era, o mejor, había sido esposa y madre durante demasiado tiempo, como para poder volver a considerarse una mujer soltera y atractiva.
Pero esa era precisamente la razón por la que estaba allí, se recordó a si misma. La razón por la que estaba pasando la noche en aquel lujoso hotel del aeropuerto de Heathrow antes de tomar el avión de la mañana con destino a Nassau, y desde allí a la pequeña isla de San Cristóbal. Aquellas vacaciones pretendían ser su oportunidad para escapar, al menos durante unas semanas, del dolor y la humillación del último año.
Entonces, ¿a qué se debía tanta timidez, solo porque un hombre, un desconocido, mostrara interés por su persona? Probablemente no volvería a verlo tras aquella noche. Y además, era demasiado joven para ella. Si la estaba mirando, era probablemente simple curiosidad. Ally se encontraba tan fuera de lugar que pensó que seguramente él estaría preguntándose qué hacía ella allí sola.
—¿Es esto suyo?
La voz la sobresaltó. Tras fijarse en el hombre que estaba al otro extremo de la barra, se había sumido en sus propios pensamientos, y aquella pregunta la tomó completamente por sorpresa.
Era él. Mientras ella había estado absorta en identificar las razones por las que él no podía interesarse por ella, él había abandonado su taburete, se había colocado junto a ella y tenía su bolso negro entre las manos.
—Oh… —¿cómo podía haber tomado su bolso sin que ella se diera cuenta?, pensó Ally—. Sí… sí, es mío —y con un movimiento rápido le arrebató el bolso de las manos—. Gracias.
—De nada —su voz tenía un tono ligeramente divertido, como si le hubiese hecho gracia la extraña forma con la que había aceptado su amabilidad—. Estaba en el suelo.
—¿De verdad? —demasiado tarde. Ally recordaba cómo había rozado algo con el codo al girarse en su asiento—. Bueno, se lo agradezco mucho. Habría sentido mucho perderlo.
Lo cual era cierto. Sus cheques de viaje, su pasaporte y sus billetes de avión estaban todos en el bolso. No se había atrevido a dejarlos en su habitación dentro de la maleta cerrada con llave.
—Los accidentes ocurren —dijo él mirándola con unos ojos oscuros de mirada tan intensa que la hizo sentirse incómoda—. ¿Está esperando a su esposo?
«¿Su esposo?»
Ally logró contener el deseo de reírse. Habría sido una risa un tanto histérica, pensó amargamente. Y no tenía ningún deseo de desvelarle a aquel desconocido sus sentimientos.
—No —respondió, con un tono que pretendía mostrar seguridad—. No estoy esperando a mi esposo.
—Entonces, ¿puedo invitarla a una copa? —preguntó señalando con la cabeza la copa medio vacía—. Vodka, ¿no es cierto?
Ally tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le abriera la boca del asombro.
—Yo… qué… bueno, es usted muy amable, pero…
—Pero soy un completo desconocido —alegó dulcemente, mientras se sentaba en el taburete que Ally tenía a su lado—. Eso tiene fácil arreglo. Mi nombre es Raúl, ¿y el tuyo?
Ally dudó. Raúl, pensó, le gustaba cómo sonaba. Pero había dicho solo Raúl, no Raúl y su apellido. Parecía que no tenía más ganas que ella de desvelar su identidad, y aunque eso debía agradarle, no lo hizo.
—Humm… Yo soy Diana —dijo ella eligiendo un nombre al azar—. Diana Morrison.
—Hola, Diana —dijo sonriendo—. Bien… ¿puedo invitarte a una copa, Diana?
—¿Por qué no? —respondió ella—. Gracias.
Él consiguió que el camarero le atendiera bastante más rápido de lo que la había atendido a ella, y pidió vodka con tónica para ella y para él un whisky con hielo. Mientras le escuchaba pedir las bebidas, Ally se preguntó si sería americano. Tenía un acento atractivo. Y no era su acento lo único que la atrajo. Físicamente era uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida. Tenía la piel muy morena, y las facciones algo severas. Pero su boca no era severa, era sensual y su labio inferior se curvaba dibujando una pícara media sonrisa. Su abundante pelo negro le hizo a Ally pensar que debía tener algo de sangre mediterránea en sus venas.
Le resultaba increíble que aquel hombre estuviera dispuesto a invitarla desinteresadamente. Pero, ¿qué sabía ella de hombres después de todo? Muy poco, tuvo que admitir. Se casó con Jeff poco después de salir del colegio y durante los siguientes dieciocho años había estado demasiado ocupada tratando simultáneamente de ayudarle a él, durante sus años de universidad, y de criar a los gemelos, como para poder prestar atención a ninguna otra cosa.
—Aquí tienen.
El camarero regresó con sus bebidas y Raúl, si es que ese era su verdadero nombre, le acercó su copa. Quizá con un par de copas más como aquella, se sentiría un poco menos ansiosa, pensó Ally llevándose la bebida a los labios y obligándose a no bajar la vista cuando él la miró por encima del borde de la copa.
—Supongo que está bueno —dijo él.
Aquel comentario hizo que Ally se percatara de que se había bebido de un sorbo al menos una tercera parte de la bebida, y se apresuró a dejar la copa sobre la barra.
—Perdón —dijo como atontada mientras jugueteaba nerviosamente con los dedos sobre el borde del posavasos. Se concentró en tratar de centrar la copa sobre él—. Está muy bueno.
—Me alegro —también él dejó su copa sobre la barra, y ella se sintió observada—. ¿Te pongo nerviosa?
—¿Por qué crees eso? —preguntó con una indignación que dio a su voz mayor seguridad.
—Supongo que porque tengo la impresión de que no estás acostumbrada a… bueno, a esto.
—¿Ligar con hombres en los bares quieres decir? —preguntó controlando el instinto que la incitaba a confirmar su sospecha y a salir del bar aunque fuera con cierta dificultad—. No, no estoy acostumbrada, ¿y tú?
—¿Acostumbrado a ligar con hombres en los bares? —repitió en voz baja—. No mucho.
—Sabes a lo que me refiero —le dijo enfadada—. Ahora te estás riendo de mí.
—No, no es cierto —y viendo que no le creía añadió—: Bueno, tal vez, solo un poco —sonrió mientras volvía a levantar la copa—. Solo trato de conseguir que te relajes. Eso es todo.
—¿Preguntándome que si estoy nerviosa? Ya me siento suficientemente ridícula como para que vengas tú a empeorar las cosas.
—Dime por qué te sientes ridícula. No tienes motivos para sentirte ridícula.
—¿No? Bueno, como tú muy bien has dicho antes, no estoy acostumbrada a este… este escenario.
—¿Qué escenario?
—Este escenario —Ally se permitió mirarlo durante un instante, y después pasó la mirada por todo el local—. Mujeres solas sentadas en un bar, aceptando las invitaciones de completos desconocidos.
—Nosotros no somos unos completos desconocidos —él permanecía serio, pero ella estaba segura de que se estaba riendo de ella—, hemos sido presentados.
—Nos hemos presentado nosotros mismos —corrigió Ally—. No es lo mismo, en absoluto.
—De acuerdo —admitió—. Pero esa etapa, en cualquier caso, está superada. Ya no puedes pretender que no nos conocemos cuando te has bebido la mitad de la bebida que yo he pagado.
—¿Estás sugiriendo que no puedo pagarme mi propia bebida?
—Por supuesto que no. Mira, lo siento si te he avergonzado, ¿de acuerdo? No ha sido mi intención hacerlo. Solo quería que nos conociéramos un poco mejor, y me he equivocado al pensar que tomándote el pelo lo conseguiría. Es obvio que me he equivocado.
Ally se arrepintió de lo que había dicho. No había querido ofenderle. No era culpa de Raúl el que ella hubiera perdido la costumbre de tratar con el sexo opuesto. Ella era la única culpable. Había dejado que Jeff controlara su vida durante tanto tiempo que se había olvidado de cómo divertirse.
—Lo siento —dijo en voz baja, sorprendida de que él no se hubiese ido a probar suerte con otra. En el bar no faltaban mujeres jóvenes y aparentemente solas, y por la forma en la que les habían estado mirando, Ally supuso que estaban preguntándose por qué un hombre como Raúl habría escogido a una mujer como ella—. Me temo que soy demasiado vieja para esto.
Él la miró fijamente.
—Tú no eres vieja —dijo, e hizo una pequeña pausa mientras la miraba con detenimiento—. Lo digo en serio. No debes tener más de ¿qué? ¿treinta y dos o treinta y tres? Eso no significa ser vieja, créeme.
Ally lo miró.
—¿Es ese el viejo truco para lograr hacer que te diga mi verdadera edad? No hace falta. No me avergüenzo de mi edad. Tengo treinta y ocho, casi treinta y nueve, de hecho. Estoy en plena mediana edad.
Él movió la cabeza.
—¿Por qué insistes en humillarte? —preguntó—. No estaba exagerando. No aparentas la edad que tienes, por mucho que te empeñes en creer que sí.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad —Raúl le dirigió una mirada sensual que la hizo sentir incómoda—. ¿Quién te dijo que eras… ¿qué es lo que has dicho?… ¿una mujer de mediana edad? ¿Un hombre?
—¿No es siempre así? —preguntó Ally con sarcasmo. Pero, dado que era una de las pocas cosas por las que no podía culpar a Jeff añadió—: No, de hecho fue Sam, mi hija. Creo que pensó que era un piropo.
—¿Tienes una hija? —dijo de forma educada, pero precavida, y Ally se preguntó si estaría especulando sobre su esposo—. Bueno, los hijos pueden ser muy… muy…
—¿Honestos?
—No —dijo volviendo a sonreír—. Iba a decir crueles. Y a veces no ven más que lo que quieren ver. ¿Cuántos años tiene… Sam?
Demasiado tarde, Ally se dio cuenta de que le había dado el verdadero nombre de Sam.
—Tiene veinte —admitió con cierto recelo, y después, convencida de que era muy improbable que lo que le dijera saliera de allí, añadió—: Se va a casar el año que viene. Creo que quiere hacerme abuela —cambió de expresión—. Supongo que asume que ya no me queda nada mejor que hacer.
Raúl movió la cabeza.
—No se puede decir que tengas muy buena opinión de ti misma —hizo una pausa antes de añadir—: ¿Está tu esposo de acuerdo con ella?
Ally apretó los labios.
—Su padre y yo estamos divorciados.
—Ah.
Su respuesta fue típica, y Ally sintió renacer la determinación que la había llevado a comprar el billete a San Cristóbal.
—¿Qué quieres decir con «ah»? —preguntó acalorada—. ¿Es que acaso el hecho de estar divorciada lo explica todo? ¿Es eso lo que piensas? ¿La mujer abandonada y todas esas pamplinas? Bueno, pues déjame que te diga que me alegro de haber terminado esa relación.
—Si tú lo dices.
—Lo digo —Ally se sentía incómoda por tener que defenderse frente a aquel hombre—. Y ahora, si me perdonas…
—¡Espera! —mientras se bajaba del taburete, él la tomó por la muñeca con sus fuertes y bronceados dedos. Ally sintió cómo se le aceleraba el pulso—. No te vayas —suplicó, mirándola con sus cálidos y atractivos ojos oscuros—. Si te he ofendido, lo siento, no era esa mi intención.
—Lo cual me lleva a preguntar ¿Cuál era tu intención al acercarte a mí? —replicó Ally tensa, y después, consciente de que su discusión estaba llamando la atención de los allí presentes, agregó en voz baja—: Por favor, déjame marchar, tengo una mesa reservada en el restaurante.
—Yo también.
—¿Y?
—Podríamos cenar juntos…
—Creo que no.
—¿Por qué no? —a pesar de su negativa, él seguía aferrado a su brazo—. Los dos estamos solos, ¿no es cierto? ¿Por qué no compartimos una mesa?
—¿Se te ha ocurrido pensar que yo podría no querer? —preguntó—. ¿Y por qué estás tan seguro de que estoy sola? Podría estar con… con alguien. Solo porque esté divorciada…
—¿Lo estás?
—Ya te he dicho que sí.
—No, quiero decir ¿estás con alguien? —preguntó suavemente, y al enfrentarse con sus seductores ojos, Ally sintió cómo su resistencia desfallecía.
—Yo… podría estarlo.
Él asintió con la cabeza.
—¿Pero lo estás?
Ella suspiró resignada.
—No.
—¿Entonces? —preguntó mientras acariciaba su muñeca con el pulgar—. ¿Me permites que te invite a cenar?
Ally movió la abeza.
—No se por qué quieres hacerlo.
Él sonrió.
—Atribúyelo a mi idiosincrasia —dijo—. ¿Vamos?
El restaurante estaba abarrotado, y el camarero se alegró de poder sentarlos juntos en una de las mesas pequeñas. La mesa que les asignó estaba junto a la pared del fondo, y la presencia de un arco aumentaba la sensación de privacidad.
Pero a nadie parecía importarles su presencia. El resto de los comensales parecían estar muy ocupados con sus propios asuntos como para prestar atención a las dos personas que compartían la mesa de la esquina. Ally se obligó a calmarse, y se secó el sudor de las palmas de las manos en la falda.
—Deja de comportarte como si prefirieras estar en cualquier otro lugar del mundo —le dijo Raúl en voz baja, después de que el camarero pusiera dos cartas sobre la mesa—. Estás empezando a acomplejarme.
Ally puso gesto de compasión.
—Sí, claro.
—Lo digo en serio —insistió con mirada divertida—. Tengo que decirte que normalmente no necesito forzar a las mujeres que me gustan para que admitan mi compañía.
A Ally se le secó la boca al oír aquel inesperado piropo, pero decidió ignorarlo:
—No tengo la más mínima duda —dijo deseando poder comportarse de manera más espontánea—. Humm… nunca había estado aquí.
—¿Dónde?, ¿en el aeropuerto o en este restaurante?
—En este restaurante —aclaró—. Ya había estado en Heathrow antes. Nosotros… quiero decir —había estado a punto de mencionar a Jeff y se mordió la lengua—… en familia —corrigió—, hemos ido a Grecia y a Florida.
—¿A Disneyworld? —preguntó él. Ella sonrió.
—Sí, a Sam y a Ryan les encantó.
Él frunció el ceño.
—¿Ryan? ¿Es tu…?
—Mi hijo —terció rápidamente Ally—. Sam y Ryan son gemelos.
—Ya veo —añadió él—. ¿Así que tienes dos hijos?
—Así es —Ally se mordió el labio inferior—. Ahora ya lo sabes todo sobre mí.
—Apenas —murmuró él.
Ally no pudo evitar preguntarse qué estaría él pensando, y si el hecho de tener dos hijos la haría menos atractiva. Pero aquello era ridículo, pensó, independientemente de lo que él dijera, ella no podía creer que realmente se sintiera atraído por ella. Simplemente era para él una novedad, eso era todo. Tal vez aquella era la noche de la semana en la que acostumbraba a ser amable con los perros descarriados y con las cuarentonas.
A Ally le resultaba difícil decidir qué era exactamente lo que quería comer. A pesar de que en los últimos dos años había perdido quilos, todavía le preocupaba su gordura. En las últimas semanas había perdido prácticamente el apetito, y la única razón que la había obligado a comer era la preocupación que Sam mostraba ante su inapetencia, por eso se decidió a pedir una sopa de espárragos, y un aguacate relleno con salsa holandesa.
—¿Eres vegetariana? —le preguntó Raúl con curiosidad cuando señaló su elección.
—No.
—Pero prefieres comida vegetariana.
Ally suspiró:
—No tengo hambre —murmuró dejando a un lado el menú—. ¿Qué vas a pedir tú?
—Algo simple, supongo. Me apetece una ensalada y un filete.
De hecho, a Ally también le apetecía, pero el pensar en las calorías la echó para atrás. Además, estaba tan nerviosa que no se sentía segura de poder comer nada.
Les llevaron el vino, pidieron la comida, y Ally hizo todo lo posible por relajarse. Le resultaba más fácil hacerlo con una copa de Chardonnay en las manos, y decidió que ya era hora de que, para variar, fuera él el que respondiera a algunas preguntas.
—Tú no vives en Inglaterra, ¿no es cierto?
—¿Qué te hace pensar eso?
—Bueno… —no podía hacer referencia a su bronceado por ser una cuestión muy personal— Tu acento —exclamó aliviada—. No me parece del todo británico.
—Me ofendes. Creía que hablaba muy bien el inglés.
—Y así es —se apresuró a afirmar—. Solo algunas veces… —se interrumpió avergonzada—. Lo siento, no es de mi incumbencia.
—¿Por qué no? —la forma en que él la miraba los labios hizo que Ally sintiera una vez más que la inundaba el pánico—. No me importa decírtelo. Mi hogar está en el Caribe, y tanto mi padre como mi madre son de origen hispano.
—Ah —Ally, nerviosa, bebió un sorbo de vino, y agregó—: Yo también voy al Caribe, mañana. Bueno, a Nassau. Supongo que tampoco es estrictamente el Caribe, ¿no es cierto?
—No estrictamente —corroboró él—. Pero está suficientemente cerca —hizo una pausa—. ¿Vas de vacaciones?
Ally apretó los labios deseando no haber hablado tanto, pero ya era demasiado tarde así que…
—Sí —admitió a regañadientes. Y sintiendo la necesidad de aclarar que ella no era el tipo de mujer que viaja sola, añadió—: Voy a casa de unos amigos.
—¿En Nassau?
«No, en San Cristóbal», pensó, pero no le contradijo.
—Sí, en Nassau —mintió, mirando hacia su copa mientras lo hacía para que los ojos no la traicionaran—. ¿Has estado allí alguna vez?
—Oh, sí. He estado allí. He estado por todo el Caribe. Mi… quiero decir la compañía para la que trabajo alquila barcos a compañías de viaje y a individuos privados. Solía pasarme las vacaciones trabajando como parte de la tripulación de algunos de estos barcos.
Ally sintió curiosidad.
—Suena divertido.
—Lo era —asintió—. Pero también era un trabajo duro, en especial si nos tocaba mal tiempo.
—¿Huracanes, quieres decir? —preguntó Ally con los ojos muy abiertos.
—No, casi nunca —dijo sonriendo—. No es posible tratar de pasar a través de un huracán. Si el barómetro desciende, y tienes a bordo a un grupo de turistas inexpertos, sales corriendo hacia el puerto más cercano.
—Ya veo —Ally se sintió como una tonta.
—Eso no quiere decir que no encontráramos buenas tormentas de vez en cuando —afirmó amablemente—. Llueve, sabes, incluso en el Caribe.
Ally consiguió esbozar una pequeña sonrisa.
—Espero que no mucho.
—No —dijo negando con la cabeza—. Y normalmente nunca en esta época del año. Supongo que estarás deseando dejar atrás el mal tiempo.
—Humm —Ally volvió a relajarse. La perspectiva de pasar el resto del mes de enero y la mayor parte de febrero en un clima más cálido la emocionaba—. Yo no he estado nunca en el Caribe.
—Te encantará —le aseguró, en el momento en el que llegaba el camarero con el primer plato—. Mucho sol, cálidas aguas, y algunos de los mejores pescados y mariscos del mundo.
Ally sonrió, mientra tomaba la cuchara para comer su sopa.
—¿No es un buen sitio para los vegetarianos entonces?
—No —dijo bromeando—. ¿Crees que estoy siendo parcial?
—¿Por qué no ibas a serlo?
—Sí —dijo probando su ensalada—. Tengo que admitirlo. Odiaría tener que vivir en cualquier otro lugar.
Ally se limpió los labios.
—¿Has estado en Inglaterra de vacaciones? —preguntó sorprendida de lo fácilmente que salían las palabras de su boca. Pero ¿qué demonios?, pensó con determinación. Era muy probable que no volviera a verlo nunca más, y era tan fácil hablar con él.
—De hecho, he estado en Londres haciendo negocios —respondió con naturalidad. Era obvio que la pregunta no le había ofendido—. Vine a visitar la exhibición de barcos de Earl´s Court. ¿La conoces?
—Bueno, conozco Earl´s Court —dijo Ally—. Pero nunca he estado en la exhibición de barcos. Yo no vivo en Londres, sabes. Vivo en el norte de Inglaterra. Por eso voy a dormir aquí esta noche. Habría sido demasiado arriesgado tratar de hacer la conexión de los dos vuelos por la mañana.
—Ah —asintió con la cabeza—. O sea, que tus vacaciones han empezado un día antes.
—Se puede ver así —Ally se dio cuenta de que había terminado su sopa, y se sorprendió. Hablando con Raúl, se había olvidado por completo de los problemas que había estado teniendo con la comida, y casi deseó haberse arriesgado y haber pedido el filete con patatas. Después de dejar la cuchara en el plato, tomó un sorbo de vino y añadió—: Estaba buenísimo.
—Me alegro de que te haya gustado.
—Oh, sí —puso los codos sobre la mesa y apoyó la cabeza en las manos. Después, sintiéndose extrovertida explicó—. De hecho había perdido el apetito últimamente, con todo el… el jaleo.