Y quiéreme - Angy Skay - E-Book

Y quiéreme E-Book

Angy Skay

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Beschreibung

Cuando el amor golpea devastadoramente tu corazón y se hace paso sin pedir permiso, la pasión y el desenfreno ciegan detalles muy significativos de una pareja.  Detalles que cuando salen a la luz atormentan. Bryan no podrá vivir sin ella, pero ¿y ella? ¿podrá vivir con inesperados y sorprendentes percances que transcurrirán, dejándola fuera de lugar?  Conoceremos a Annia por completo, sin embargo, ¿qué pasa con Bryan? Esta historia abrirá muchos caminos y, con ellos, demasiadas dudas.  Tras el impresionante Provócame, llega la esperada segunda parte de la Serie Solo por ti. ¿Podrás quererme?

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Y quiéreme

Y quiéreme

Serie Solo por ti vol.2

Angy Skay

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cual-quier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Angy Skay 2014

© Editorial LxL 2014

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición original: agosto 2014

Sexta edición: septiembre 2021

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-943832-2-9

índice

Agradecimientos

1

Bryan

Annia

2

3

Bryan

Annia

4

5

6

Bryan

7

Annia

8

Bryan

Annia

9

10

Bryan

Annia

11

12

13

14

15

Bryan

16

Annia

17

18

19

20

Bryan

Annia

21

22

Continuará...

Continúa la serie solo por ti:

Biografía de la autora

Agradecimientos

Me gustaría agradecer a las únicas personas que realmente han estado conmigo en este sendero lleno de ilusión y alegría para mí pero muy complicado algunas veces. Me habéis hecho ver que no todo es negro y que siempre hay un rayito de luz al final del camino.

Primero quiero dirigirme a mis lectores, sobre todo a mis provocadoras, porque sin ellas nada sería posible. Gracias por confiar en mí y en mi historia.

Seguidamente, paso a agradecer a mi madre Merche y a mi hermana Patricia. A mi marido Luis, y a mis dos pequeños soles: Bryan y Eidan.

Os lo merecéis todo y mucho más. Simplemente, os quiero.

Besotes.

Angy Skay

1

Bryan

—¡Espera, espera! ¡Any! —chillo desencajado detrás del taxi en el que ha entrado.

¡Mierda!

Max me sujeta del brazo, intentando calmarme.

—Tranquilízate, tío. Déjala respirar.

—¿Y si no vuelve? —Lo miro con ojos asustados, sin pretenderlo—. ¡Joder!

—Volverá —me asegura convencido.

He corrido como un loco escaleras abajo, pero ha sido más rápida que yo. Si no hubiera una puta parada de taxis en la puerta de mi edificio, la habría alcanzado.

¡Maldita sea!

No dejo de darle vueltas. No sé qué cojones ocurre con su pasado. Sé que es imposible que me lo cuente, pero tengo que enterarme. ¡Ya está bien! Aunque, ciertamente, hay cosas del mío que no le he desvelado. Y, visto lo visto, es mejor que ni lo sepa.

—¡Se te ha escapado! ¡Qué lástima! —malmete sarcástico Román mientras chasquea los dedos cuando entro en mi edificio.

—¿Cómo dices? —le pregunto de malas formas, y acelero el paso para darle una buena hostia.

Max se interpone entre nosotros, tratando de evitar una pelea monumental.

—¡Eh, eh! Tranquilízate, Bryan.

—¡Cierra la puta bocaza que tienes si no quieres que te la rompa, Román! —le siseo, señalándolo con el dedo y pegándome a Max, que me coge de la camiseta para separarme de mi hermano.

Román me mira con desdén y se ríe satírico.

—Estás cegado por esa zorra. —Niega enérgicamente con la cabeza.

Abro los ojos de par en par y me abalanzo sobre él, pero Max me coge al vuelo y mi puño no llega a estamparse en su cara.

—¡Bryan! ¡Román, lárgate! —le chilla Max, sin soltarme.

Me dedico a soltar todo tipo de improperios por mi boca. Veo cómo Román se da la vuelta y se marcha riéndose y diciendo adiós con aires de superioridad. Me dirijo al dormitorio para cambiarme de ropa e irme al trabajo, no sin antes llamar a Any un millón de veces sin obtener respuesta.

—No contesta, Bryan. Dale tiempo.

Max bloquea su teléfono después de intentar llamarla.

—No sé qué cojones le ocurrirá, pero pienso averiguarlo.

—¿La has investigado?

—No…

Me quedo mirándolo un momento, gesto que a él le extraña bastante.

—¿Qué ocurre?

—Abigail me dejó una carpeta en el despacho cuando tuvimos la última charla.

—¿Y la has visto? —se interesa.

—No, la metí en el cajón —le respondo ceñudo.

—Bryan, no te fíes de lo que ponga. Sabes que esa mujer es capaz de manipular a quien sea para que le prestes la atención que quiere.

—Lo sé, pero quizá encuentre alguna respuesta.

Salimos del apartamento y nos dirigimos a mi empresa, TheSun, donde pienso ojear esa carpeta en cuanto me siente en la mesa. Sin embargo, cuando llego, la oficina es un caos. Una de las empresas que teníamos previstas para la compra está arrepintiéndose a escasos días de la firma del contrato. Max y yo nos ponemos a ello de inmediato y así pasamos el resto de la mañana. Decidimos cogernos unos sándwiches de la tienda de la esquina para comer y seguimos con el tema, hasta que por fin zanjamos algunos asuntos.

Entonces, abro el cajón de mi escritorio y ahí está…, conforme la dejé. Ahí sigue la dichosa carpeta. La saco y me recuesto en el sillón de mi despacho mientras la abro. No me fío de lo que haya dentro, pero, aun así, la curiosidad me puede. En ella hay una ficha técnica de Any: su fecha de nacimiento, apellidos, los lugares en los que ha vivido a lo largo de su vida, nombre de sus familiares, etcétera. Todo muy completo. Está el tema de las drogas, cómo no, y algo más que me deja fuera de lugar.

Decido no darle importancia hasta que ella me lo cuente. Para todo hay una explicación. Pero mi sorpresa es aún mayor cuando paso a la última hoja del informe.

Joder…

—¿Te lo crees? —me pregunta Max mientras lee la misma carpeta que segundos antes he leído yo diez veces.

—No lo sé… —Me mantengo pensativo mirando la nada.

—Tal vez deberías preguntárselo. Es algo bastante serio que no puedes tomarte a la ligera, Bryan, tanto por ti como por tu estatus social en Londres. Cuando la prensa se entere de esto…

—Lo sé, pero ¿cómo se supone que tengo que preguntarle eso? ¿Qué le digo? Oye, tú has…

No me da tiempo a terminar cuando me suena el teléfono y veo que es ella. Lo cojo enseguida, desesperado.

—¡Any! ¡¿Dónde cojones estás?! —le pregunto con genio.

No oigo a nadie hablar al otro lado, pero escucho cómo un hombre dice:

—Está bien.

Pero ¿qué…?

—Annia Moreno, ¡¿con quién coño estás?! —le repito de nuevo, echando humo.

Se me hiela la sangre, y el enfado que comienza a crecer en mí es imparable. Max ve mi reacción y enseguida me quita el teléfono para poner el manos libres.

—Escucha, capullo —dice un hombre—, si quieres ver a tu novia con vida…

—¡¿Qué?! —lo interrumpo—. ¡¿Quién cojones eres?! ¡¿Dónde está Any?! —grito.

No escucho nada. Estoy poniéndome de los nervios, Pero ¿dónde está?, ¿qué ocurre? Afino mi oído.

—¡Habla, imbécil! —dice el hombre que hay al otro lado de la línea.

—¡Bryan, no lo escuches! ¡No hagas nada! —oigo cómo grita Any, y de repente, un fuerte golpe…

¿Están pegándole?

—¿Dónde estás? ¡¡Any!! —chillo.

—¡Escucha y cállate! —grita el individuo—. Si la quieres viva, ten preparadas mañana tres millones de libras a las ocho de la mañana y déjalas en el 35 de Hamber, en el BMW negro que estará aparcado en la misma puerta, ¿entendido? —Esto último lo expresa con énfasis—. O, si no, lo que te llevaré a tu apartamento serán los pedazos de ella, uno a uno —recalca con tranquilidad cada palabra—. Allí mismo dejaré una llave con la dirección en la que la encontrarás.

Oigo que Any se deja la voz chillando para que no lo haga y escucho también cómo le pega. ¡Hijo de puta!

—¡Allí estarán! —sentencio—. Y ten por seguro que como tenga un solo arañazo, te mataré.

—Eso está más difícil, amigo —contesta, y me cuelga.

Me quedo chillando al lado del teléfono todo tipo de insultos, pero el hijo de puta me ha cortado. ¡Dios! ¿Dónde está? Joder, joder, joder. La puta cabeza va a estallarme. ¿Y si está herida? Tengo que encontrarla cuanto antes.

Me pongo las manos en la cara, bramando como un loco, y tiro al suelo todo lo que hay sobre la mesa. Empiezo a dar puñetazos en ella hasta que Max se acerca a mí y me zarandea por los hombros para que lo mire.

—¡Cálmate, Bryan! ¡Escúchame! Tenemos que encontrarla, así que deja de pagarlo con la mesa. ¡Así no vas a conseguir nada! ¡Joder!

Me suelta y comienza a andar de un lado a otro por el despacho; se le nota que está igual de nervioso que yo. Como le suceda algo…, me muero. No sé dónde está, no sé quién la tiene, no sé… nada.

—Está bien —comienza, andando hacia mí—, vamos a repasar cómo, cuándo y dónde ha estado desde que salió de tu apartamento. Después llamaré a unas personas que me deben un par de favores e inventaremos un plan para rescatarla sin tener que darle el dinero. O eso, o llamamos a la policía.

—El dinero no importa, Max. ¡Me importa una mierda el puto dinero! La quiero a ella, y la quiero viva. —Me derrumbo en mi silla y me cojo la cabeza con ambas manos.

—Eh, tranquilo, la rescataremos cueste lo que cueste. Pero ese cabrón no va a llevarse ni tu dinero ni el mío. Además, puedo asegurarte que no es un profesional. No estás solo, Bryan.

Empezamos un trabajo horroroso para encontrar el paradero de Any. Nos presentamos en casa de Nina, a la cual alteramos más de lo debido. Con rapidez, localiza a la niñera para poder venir con nosotros. Es imposible convencerla de lo contrario, así que, al final, los dos claudicamos.

Nina nos cuenta que fue a su nueva empresa y después a ver el apartamento que pensaba alquilar, cosa que yo ni siquiera sabía. Nos presentamos en la sede de London RealGold. Rápidamente, su nuevo jefe, Richard Martínez, nos enseña las cámaras de seguridad, pero no desciframos nada de interés. ¡Esto es una puta locura!

Nos vamos a la inmobiliaria donde Any contrató los servicios y tampoco encontramos nada. Andamos por la zona preguntando en cafeterías y supermercados y en todo lo que encontramos abierto a estas horas, pero seguimos sin resultados, ni una sola pista por parte de nadie.

Voy a casa de mis padres porque Román me ha pedido que por favor vaya. Ha puesto a mi familia al corriente de todo y están dispuestos a ayudar en lo que sea necesario. Sin poder evitarlo, me desespero.

—Tranquilo, hijo, tranquilo —me consuela y me abraza—. Estará bien, no te preocupes. ¿Por qué no llamamos a la policía?

—No, mamá. Nos han dicho que no harán nada hasta que no pasen veinticuatro horas. No tenemos pruebas de que sea un secuestro. La llamada no ha sido grabada, ¡joder! —blasfemo, y las lágrimas se acumulan en mis ojos.

—Hijo, tranquilízate. Solo podemos esperar. No tenemos otra opción —interviene mi padre, tocándome el pelo.

Pasamos parte de la noche intentando trazar un plan, que en cierto modo es un suicidio, porque no tenemos ni la menor idea de qué es lo que pueden haberle hecho, ni siquiera quién puede tenerla secuestrada.

Nina está desconsolada. No nos hemos atrevido a dejarla sola, así que la he traído a casa de mis padres también. Rosaly intenta tranquilizarla, pero todo es un auténtico caos. Quedan tres horas para que entreguemos el dinero y nos digan dónde está Any, pero mi peor temor no para de repetirse en mi cabeza sin descanso.

Mi padre consigue hablar con un viejo amigo de la comisaría que le debe un par de favores y, al final, deciden montar una operación de inmediato para ayudarnos en lo posible.

Max está ido. No para de dar vueltas por el salón de un lado a otro, pensativo. Estamos intranquilos. Ninguno sabemos cómo demonios puede estar, y eso es algo que está consumiéndonos.

—Bryan, hay que tener cuidado con la policía —me avisa Max, apartándome del resto.

—Lo sé, pero no podemos tomarnos esto a la ligera sin saber quién la tiene.

—Como sea alguien del círculo, sabes que puede salpicarnos, ¿verdad? —Lo miro y asiento realmente preocupado. Max prosigue—: Hay que tener cuidado y no hacer nada a la ligera. Sabes lo que podría conllevar eso. Que no se te vaya la cabeza. —Esto último me lo susurra, y sé a lo que se refiere perfectamente.

Solo falta una hora para la puta entrega y tengo los nervios a flor de piel. No sé qué va a pasar como vea de frente al cabrón que la tiene, y eso es algo que me asusta bastante. En décimas de segundos, puedo mandar media vida a la mierda.

—Está bien, esto es lo que haremos —nos dice el detective Miller—. Bryan, depositarás el dinero en el vehículo que te dijo el secuestrador. Cuando vaya a cogerlo, estaremos esperándolo y se procederá a la detención del individuo.

—¿Y si están engañándonos? ¿Y si no es la dirección donde está Any? —le pregunto preocupado.

—No tiene pinta de ser un secuestrador profesional. Si lo fuera, habría hecho una amenaza en toda regla. Tampoco te ha dicho en ningún momento que no vayas acompañado o que no llames a la policía, cosa más que suficiente para pensar que no es profesional. Confía en mí, Bryan, tengo experiencia en esto.

Asiento. Si él supiera…

Nos dirigimos hacia el lugar que me indicó el tipo del teléfono. Le digo a Max que deje sus favores para otro momento; quizá los necesitemos. Y si es fácil, como dice la policía, no nos mancharemos nosotros.

Estoy bastante preocupado por la salud de Any. Sé que hasta que no la vea, no va a quitárseme esta agonía. La desesperación por tenerla entre mis brazos está afectándome.

Queda un cuarto de hora para la entrega.

—Tranquilo, Bryan, todo va a salir bien. —Max aguarda junto a mí, en mi coche.

—Eso espero, hermano —le digo, pasándome una mano por el pelo—. Estoy de los nervios. No sé qué haré si la pierdo.

—No la perderás. —Me abraza y continúa—: Espero que le pidas que se case contigo de inmediato —bromea.

Esas palabras hacen que por primera vez en casi un día se dibuje una pequeña sonrisa en mis labios.

—Lo haré. No dudes que lo haré.

Salgo de mi coche y enseguida veo a un hombre musculoso, de gran estatura y con pinta de mafioso en la esquina de una calle. «Este es uno», pienso. No me quita ojo. Antes, Max y yo lo hemos visto desde el coche.

Veo el BMW negro y me dirijo hacia él de inmediato. Una de las puertas está entreabierta y decido abrirla completamente; no hay nadie en el interior. Me quedo un momento con el maletín en la mano y, como había imaginado, mi teléfono suena. Es el número de Any.

—Deja el maletín en el coche y lárgate.

Es el mismo hombre que habló conmigo la primera vez, lo que me confirma que no está solo.

—No pienso dejar nada hasta que no la vea.

—La llave con la dirección la tienes en el asiento —dice malhumorado.

—Quiero verla con mis propios ojos —sentencio.

—Muy bien. —Cuelga.

Oigo cómo se abre una puerta detrás de mí. Hay una enorme nave abandonada. De ella sale un hombre encapuchado con Any inconsciente, agarrándola de malas maneras.

El aire abandona mis pulmones.

Está magullada y llena de heridas. Su ropa y algunas partes de su cuerpo están bañadas en sangre.

Dios mío…

El individuo apunta con una pistola a Any y vocifera:

—¡Suelta el maletín y te la entregaré!

Dejo el maletín en el suelo y, con paso firme, me dirijo hacia donde están. Me giro y veo cómo el hombre que habíamos visto Max y yo lo coge y desaparece por el callejón, pero es atrapado por la policía.

En una fracción de segundo, un agente le da al individuo que tiene a Any un golpe seco, provocando que caiga al suelo. Sin embargo, el tipo es más rápido y, antes de que lo atrapen, desaparece entre los callejones. La policía lo persigue, pero yo me aventuro en dirección a Any sin mirar atrás. Cae a plomo en el suelo y corro hacia ella inmediatamente, sin pensar siquiera en que ese cabrón se ha escapado.

Annia

Alguien me zarandea enérgicamente. Intento abrir los ojos, pero me pesan. ¡Qué dolor!

—¡Any! ¡Any! Por favor, nena, despierta, por favor —escucho que me dice Bryan.

Lo oigo demasiado lejos.

Tras varios esfuerzos por abrir mis pesados párpados, al final lo consigo y la luz me ciega.

—Bryan… —digo con un hilo de voz.

—¡Nena! ¡Gracias a Dios! ¡Mírame! Estoy aquí —dice asustado mientras busca mis ojos, los cuales no enfocan ningún punto fijo.

—Ah… —me quejo.

Abre los suyos de par en par, más atemorizado aún.

—¿Qué te ocurre? ¡Por Dios, Any, háblame! —Está desesperado.

—Me duele…

No consigo decir nada más. Caigo en un profundo sueño del cual ni yo misma sé cuándo despertaré.

Intento abrir los ojos de cualquier forma, pero no puedo. ¡Joder! Oigo a mi hermana, a Bryan, a Max, pero… ¿por qué no los veo? ¿Por qué no puedo abrir los ojos?

Por favor, necesito ver, necesito… a Bryan.

Es insufrible estar despierta y no poder ver a la gente que tienes alrededor. No sé qué demonios me ocurre, pero espero que acabe pronto.

—Te necesito… —oigo en apenas un murmullo. Es Bryan—. Por favor, nena, despierta. No puedo seguir con esta agonía. Te necesito conmigo. No sé qué hacer sin ti.

Escucho cómo Bryan rompe a llorar. Está matándome sentirlo así, a él y a los demás. No sé por qué no puedo despertarme. Intento hacerlo de nuevo.

Vamos…

Ya casi estoy…

¡Dios! La luz me ciega por completo e inmediatamente vuelvo a cerrarlos. Noto que los dedos de las manos me responden, así que toco la mano de Bryan, que sostiene la mía fuertemente. Muevo mis dedos, apretando los suyos un poco.

—¿Any? Any, ¿estás despierta? Por Dios, dime que sí. ¿Nena?

—Bryan… —digo casi sin voz—. La luz…

—¿Qué? ¿Qué pasa con la luz? Por favor, dime algo. —Está desesperado.

—No puedo abrir los ojos. Apágala —murmuro.

Se levanta como un huracán y apaga todas las luces de la habitación. Abro los ojos de inmediato. ¡Por fin! Bryan me mira expectante y se abalanza sobre mí. Empieza a besarme como si le fuese la vida en ello, hasta que me quejo de dolor cuando se apoya en mi barriga.

—Lo siento… Lo siento, tesoro —se disculpa preocupado.

—Tranquilo. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—Tres insufribles días.

—Dios mío… ¿Estás bien? —le pregunto inquieta.

Está hecho un desastre, aunque sigue siendo mi dios griego. Lleva ropa de deporte, barba de varios días y tiene los ojos enrojecidos. Me apena verlo así por mi culpa.

—Ahora sí —me contesta con una sonrisa.

Me da un fuerte abrazo junto con un beso apasionado, el cual agradezco. ¡Cuánto lo he echado de menos! En ese momento, entra Max.

—¡Dios mío, Any! —Viene acelerado.

Tiene la misma pinta que Bryan. Me da un fuerte abrazo y, al igual que su amigo, empieza a besuquearme la cara y Bryan sonríe al ver ese gesto eufórico.

—¿Podéis explicarme por qué tenéis esa pinta los dos? —les pregunto, señalándolos a ambos.

Se miran y sonríen. Se ven felices, pero sus caras evidencian que están exhaustos.

—Menos mal que te has despertado ya —bromea Max.

—Any, ¿recuerdas lo que pasó? —me pregunta Bryan, cauteloso.

Asiento con la cabeza.

—¿Qué recuerdas? —interviene Max.

—Todo —afirmo—. ¿Tan grave ha sido la herida para estar en el hospital?

—Perdiste mucha sangre porque la tenías en el abdomen. Aparte, te quedaste inconsciente debido a un gran golpe que te dieron en la cabeza. Y la de magulladuras que tenías por todo el cuerpo…

Max se aclara la garganta; le cuesta hablar. Veo cómo Bryan mira hacia el suelo y se frota la cara con las manos.

—¿Dónde están? —pregunto sin más.

—¿Quiénes? —quiere saber Max.

—Mikel y el hombre que lo acompañaba.

—¡¿Era Mikel?! —brama Bryan con la cara desencajada mientras se levanta de la silla.

—Sí —le confirmo.

Empieza a andar de un lado a otro, pero no dice nada. De pronto, le da un puñetazo a la puerta de la habitación que me duele hasta a mí de lo fuerte que le ha dado. Max evita mi mirada y cierra los ojos a la vez que Bryan golpea de nuevo la puerta.

Oh, oh. Algo no va bien.

—Pues… el gorila está en la cárcel, pero él… —comienza Max, pero se calla de golpe.

—¿Está en Londres?

—¡Más le vale que no! —exclama enfurecido Bryan, pasándose las manos por la cara.

—No lo sabemos, Any. Están haciendo lo posible por encontrarlo, pero parece que se lo ha tragado la tierra —añade Max.

Miro a Bryan, que tiene cara de querer matar a alguien.

—¿Y el dinero?

—Inventamos una estrategia, que por suerte salió bien. No se lo llevaron, pero llevamos el maletín —comenta Max.

—No teníais por qué haberlo hecho. No soy tan importante como para eso —murmuro.

—¿Qué has dicho? —Bryan se gira y viene directo hacia mí con cara de pocos amigos.

—Te dije que no lo hicieras —murmuro.

—¿Sabes la angustia que he pasado por ti mientras estabas en esta cama? ¿Puedes hacerte una pequeña idea? —me pregunta enfadado.

No contesto. Solo lo miro y, debido a su tono de voz, me encojo aún más. Bryan se da la vuelta y se marcha con los ojos rojos.

¡Maldita sea mi boca! Max me pide un segundo y sale en su busca. Me arrepiento de lo que acabo de decir. Puede ser que para él sí sea más importante de lo que yo creo. Pero eso es por el simple hecho de que no conoce mi vida ni el tipo de persona que soy.

A los pocos minutos, entran en la habitación y, por la cara que tiene Bryan, ha estado llorando, cosa que me parte el alma en mil pedazos.

—Os dejo un rato a solas. Avisaré al médico —anuncia Max, y se marcha.

Permanecemos en silencio hasta que el médico aparece y me revisa de la cabeza a los pies. Ve que he mejorado lo suficiente como para que mañana por la mañana pueda irme a casa. Lo único que tengo que hacer es descansar. Me manda varias pomadas para los moratones y la inflamación. El doctor me informa de que me han dado ocho puntos en el abdomen, pero no es un corte muy profundo y en unos días sanará. ¡Menos mal! Lo que no saben es si dejará cicatriz. Lo más seguro es que así sea.

«¡Otra más!», pienso con sarcasmo.

Esa tarde vendrán a verme Nina, Brenda y Ulises. Están aquí desde que estoy en el hospital. Cuando se presentan, le digo a Bryan que se marche a descansar, pero se niega rotundamente.

—Madre mía, Any, no puedo creer que Mikel… —comienza Ulises sin salir de su asombro.

—Yo tampoco lo habría imaginado nunca, Ulises.

—Es completamente surrealista. Sabía que era ambicioso, pero… ¿tanto como para llegar a esto? —se pregunta Brenda.

—Pues no lo sé. Supongo que no sabía dónde me metía el día que lo conocí. Después de todo, no lo conozco tan bien como creía.

De golpe, todos nos quedamos a cuadros cuando escuchamos a Bryan, que se ha mantenido al margen de la conversación:

—Él sí que no sabe con quién acaba de meterse. —Parece pensativo.

Veo cómo Max le echa una mirada de advertencia y ambos salen de la habitación.

Nina está a punto de marcharse cuando entran Anthony y Giselle. Supongo que los que los siguen, a los que aún no conozco, son Rosaly y su marido William. Román no viene con ellos. ¡Qué raro!

—Hola, querida —saluda Giselle, la madre de Bryan, a mi hermana Nina.

—Hola, Giselle. —Le da un abrazo.

—Hola, cielo. Gracias a Dios que has despertado. Mi hijo y todos nosotros casi morimos por la angustia. —Me da un sonoro beso.

—Hola, señora Summers. Siento mucho el mal rato que les he hecho pasar.

—No te preocupes, lo importante es que estás bien. Y, por favor, llámame Giselle, que ya eres de la familia.

De reojo, veo cómo Bryan observa la escena, pero no mueve ni un solo músculo. ¿Estará enfadado? Me presentan a Rosaly y a su marido. La verdad es que son los dos muy majos, y entre todos me hacen pasar un rato muy agradable.

—Any, cuando estés lista para declarar, avísame. Me encargaré personalmente de que esos dos desgraciados se pudran en la peor cárcel. He contratado al mejor abogado de todo Londres para que lleve tu caso —me dice Anthony, el padre de Bryan.

—Gracias, Anthony. No es por despreciarlo, pero no quiero que os toméis más molestias por mí. Esto ya es demasiado.

—Te llevará el caso ese abogado y punto —sentencia Bryan en un tono que no admite réplica.

—Hijo, ten un poco más de tacto —lo reprende Giselle.

—Para mí no es ninguna molestia. Y haré lo que sea necesario. Acéptalo sin más, Any, te lo pido por favor —se ofrece Anthony, sosteniendo mi mano.

No sé qué decir, así que me quedo mirando sus envejecidos ojos. Bryan se levanta y, sin consideración alguna, empieza a echar a todo el mundo de la habitación. Mi rostro es un poema, debido al asombro por su actitud.

—Bryan, ¿qué haces? —le pregunto anonadada.

—Vamos, mañana podréis ir a verla al apartamento, por hoy ya está bien de visitas.

Cuando consigue desalojar la sala, cierra la puerta de un portazo y viene con paso decidido a la cama. Se pone delante de mí y me mira con una cara que no sé muy bien cómo catalogar. Sigo asombrada por lo que ha hecho. No doy crédito.

—¿Se puede saber por qué has hecho eso? —le pregunto molesta—. Estaba a gusto. No hacía falta que los echaras.

—Llevas todo el día de visitas. Necesitas descansar. Duerme. —Esto último me lo ordena.

—Llevo durmiendo tres días. No quiero dormir más.

Tuerce el gesto y gira su cara; su expresión cambia por completo. Intento incorporarme sentándome en la cama, pero me duele un poco el abdomen al hacer el movimiento.

—Eh, eh. Bryan, estoy aquí, estoy bien. No tienes por qué angustiarte más.

Enmarco su rostro y su atención se desvía a mis ojos.

—No sabes los tres días que he pasado. Creía que te perdía…

Su voz va apagándose. Veo cómo de sus bonitos ojos caen dos enormes lágrimas. Con rapidez, se las limpio con mis manos y lo estrecho junto a mí.

—Pero estoy bien. Me tienes aquí.

Me abraza con más fuerza, hasta que hago una mueca por el dolor, algo que él nota.

—Lo siento, ¿te he hecho daño? —se preocupa.

—No. Ven, entra conmigo aquí como puedas. —Señalo la cama.

Lo ayudo a meterse de manera que quedo apoyada contra su pecho y paso mi mano por encima de su cintura para poder aspirar su aroma. Cuánto he echado de menos este olor… Nos quedamos así, en absoluto silencio un rato, hasta que, finalmente, el sueño nos vence a ambos.

A las pocas horas, me despierto con unas voces atronadoras e histéricas:

—Eh, eh, ¡oigan! ¿Están locos? Puede hacerle daño a la paciente.

Una enfermera chilla desesperada a nuestro lado. Veo la cara de circunstancia de Bryan y cómo arruga el entrecejo. ¡Mierda! Va a soltarle una fresca, así que decido intervenir cuanto antes:

—Lo siento, enfermera, pero es que… Es que…

—¿Es que qué? —me pregunta molesta al verme balbucear.

—Es que me da miedo dormir sola. ¡Ya está! ¡Lo he dicho!

Seguido de esto, hago un puchero y Bryan me mira con asombro.

—Oh, lo siento, señorita, pero solo me preocupaba por su salud —se disculpa la enfermera con remordimiento.

Después de hacer mi teatrillo y soltar dos lágrimas más falsas que las de Judas, la enfermera se marcha. Bryan me mira y yo a él. Ambos estallamos en una carcajada mundial.

—¿Miedo a dormir sola? —me pregunta con guasa, riéndose.

—¿Qué querías que le dijera? —Río también.

A lo largo de la mañana, viene el médico, me reconoce y me hace firmar el alta. Finalmente, puedo irme. Nina y Bryan, que no se han separado de mí ni un solo instante, empiezan a pelearse ante los ojos de Max y Giselle.

—¡No, Bryan! ¡Se viene conmigo! —dice Nina tajante.

—¡No! ¡Ella se viene conmigo! —sentencia el otro.

—¡Es mi hermana! ¡Por el amor de Dios! ¡Se viene conmigo y punto! —chilla, acercándose más a él.

—Me da igual que sea tu hermana. He dicho que se viene conmigo y se acabó. ¡Fin de la discusión!

—¡Ya está bien! Por qué no dejáis que sea ella la que decida. Tesoro, ¿con quién quieres irte? —me pregunta Giselle.

—Yo… Yo…

Miro a ambos, que me observan expectantes.

—Esto es una gilipollez. Vamos, Any. —Bryan coge mi brazo.

En ese momento, Nina agarra mi otro brazo y tira de mí.

—No, ¡de eso nada! ¡Se viene conmigo, Summers!

—¡Ya está bien! —exploto.

Me suelto de los dos de malas formas, me derrumbo en el sillón más cercano que tengo y comienzo a llorar como una niña pequeña.

—Eh, eh, tranquila, preciosa, no llores —me dice Max, acercándose a mí.

—Nena, vamos, no te pongas así. —Bryan besa mi frente.

—Tesoro, no es bueno que te estreses. ¿Quieres venir a mi casa? Yo te acogeré con gusto el tiempo que necesites —me dice Giselle, quitándome de encima a todos.

—Gracias, Giselle, solo quiero estar sola. Solo quiero eso.

Todos me miran. Se han quedado sin habla.

—Any, no puedes quedarte sola. Te han mandado reposo absoluto una semana más. Vamos, vente conmigo a casa —me dice Nina, y Bryan le lanza una mirada asesina.

—Nena, no iré a trabajar en toda la semana. Me quedaré contigo para lo que necesites. —Mira a mi hermana con aires de suficiencia y prosigue—: Además, Nina, tú tienes que trabajar y ocuparte de Helen, así que yo podré atenderla mejor.

Tras un minuto de silencio, Nina mira a Bryan con mala cara.

—Está bien. Pero iré a verte todos los días.

—Claro —afirma Bryan con cara de triunfo.

Mi hermana tuerce el gesto. No entiendo a qué ha venido esta pequeña discusión que han tenido. Sé que están preocupados por mi salud, pero…, ¡joder!, tampoco es para tanto.

Salimos de la habitación, nos despedimos de todos y Bryan y yo nos dirigimos hacia su apartamento.

2

Han transcurrido dos semanas desde que salí del hospital. El detective Miller vino a tomarme declaración al apartamento de Bryan. Menos mal que tardó poco, porque Bryan estaba que se subía por las paredes.

Le expliqué todo paso por paso y le dije de qué conocía a Mikel. También me preguntó por el otro hombre, pero le aseguré que no lo conocía de nada. Finalmente, no han dado con el paradero de Mikel, así que sigue por ahí. Espero no verlo jamás, y si me lo encuentro, que sea para que pague por lo que ha hecho.

Estoy prácticamente curada. La herida del abdomen producida por el corte que Mikel me hizo está cicatrizando a la perfección, pero sin duda dejará marca. Bryan no se ha separado de mí en todo este tiempo. Me trata como a una reina y su humor es bueno, dependiendo del día. Es un tanto especial; lo mismo está bien que le molesta cualquier tontería. Supongo que será por el agobio que tiene encima. Estar con el trabajo y cuidando de mí no es compatible.

Toda la familia de Bryan ha venido a verme muy a menudo, menos Román. Este hombre cada día me tiene más intrigada. No se le ve nunca, solo en fiestas y cosas similares. Debe llevar una vida muy ajetreada, ¡el simpático! Nina ha estado cada dos por tres también conmigo, y Max igual que ella.

Desde que llegué al apartamento de Bryan, no ha querido ponerme una mano encima. Ese es uno de los temas principales por los que discutimos. No entiende que ya estoy bien y que no va a pasarme nada por un polvo, ¡por Dios!

Dispuesta a no dar mi brazo a torcer, como siempre, sigo insistiendo. Esta mañana, parece que se ha levantado de mejor humor. Me dirijo hacia el baño. Está duchándose.

Mmm…

Silenciosamente, me quito la ropa y abro la mampara con mucho cuidado para que no me oiga. Está de espaldas, así que no me ve. ¡Ja! Lo abrazo por detrás y noto cómo se tensa de inmediato. Desde que llegué, no ha querido ducharse conmigo, según él, por miedo a hacerme daño. Me ha obligado hasta a dormir con ropa. ¡Es increíble!

Paseo mi mano hacia abajo, notando que está duro como una piedra. Da un respingo y se aparta para salir.

—¿Adónde vas? —le pregunto alucinada.

—A trabajar. Hoy tengo una reunión —me dice secamente.

Pongo los ojos en blanco.

—Bryan…

—Any…

—¡Oh, venga ya! ¿Por qué huyes de mí? —le pregunto molesta.

—Ya hemos discutido esto un millón de veces. Cuando estés completamente bien, entonces, y solo entonces, tendrás mi cuerpo para saciarte hasta desmayarte.

Me quedo plantada en la ducha viendo cómo sale del baño. ¡Será posible! Pero no estoy dispuesta a ceder. Este se va a enterar.

Termino de ducharme y salgo como un vendaval, sin mirarlo siquiera. De reojo, me observa desde el vestidor. Me voy del dormitorio pegando un fuerte portazo que me retumban hasta los oídos. Abajo está Max, esperándolo para irse con él al trabajo.

—Buenos días, preciosa, ¿cómo estás?

—Bien —suelto malhumorada.

—¡Vaya! No te has levantado de muy buen humor —bromea.

—Lo siento, Max, pero es que… ¡estoy harta! —grito, poniendo las manos en el aire.

—¿Qué te pasa? —me pregunta sorprendido.

—¿Que qué me pasa? ¡Qué no me pasa! —Me mira sin entender nada y empiezo a andar de arriba abajo en el salón. No da crédito a mi enfado—. ¿Puedes creerte que no me ha puesto la mano encima desde hace dos semanas? ¡Dos semanas! —Levanto dos dedos—. ¡Nada! Es desesperante, ¡por Dios!

—Tendrá miedo de hacerte daño. —Se ríe.

—Pues se va a enterar…

Me pongo un dedo en la barbilla, pensativa.

—Miedo me das… —Se ríe a carcajadas.

En ese momento, entra Bryan en el salón. Va perfectamente vestido con su traje de chaqueta de color gris, su camisa blanca y su corbata fina negra. Suelto un suspiro cuando lo veo. Se va hacia la cocina y se sirve un vaso de zumo sin quitarme los ojos de encima.

Empiezo con mi tarea. Max me mira expectante.

Subo al dormitorio y elijo un vestido blanco que me llega más o menos hasta la mitad de los muslos. Voy al vestidor y me decido por la lencería más provocativa que tengo. Me recojo el pelo en un semirecogido y me dirijo al salón de nuevo.

Los dos me miran cuando desciendo con lentitud la escalera con un estilo igual que el de las modelos. Voy hacia el gran ventanal que hay cercano al televisor y lo abro para poder salir a la terraza. Justamente al cruzar la puerta, a dos pasos, hay un tendedero alto. Guio mis pies hacia él y me estiro lo máximo que puedo para recoger las dos únicas toallas que hay. El vestido se me sube y queda al descubierto el liguero que llevo puesto de color negro con encaje atado a mi tanga. De reojo, compruebo cómo los dos están mirándome con la boca abierta. ¡Ja! Y acabo de empezar… Si es que los hombres son tan predecibles…

Descuelgo las toallas y, muy provocativa, me siento en la tumbona que tengo enfrente. «Torpemente» se me cae una de las toallas al suelo. Abro mis piernas al máximo para cogerla, dejando expuesto mi sexo, cubierto por la fina tela de encaje, y miro de frente a Bryan. Me muerdo el labio y, con sensualidad, me agacho poco a poco para recoger la toalla que «sin querer» se me ha resbalado de las manos. Al final, la extiendo en la tumbona en la que estaba sentada y, poniéndome de perfil, me quito el vestido a cámara lenta.

Muevo mi cabeza a ambos lados, haciendo que las ondas de mi pelo bailen con la brisa. Entro en el salón con mi conjunto de infarto y dejo el vestido encima del sofá. Me dirijo a la cocina, cojo un vaso y voy hacia el congelador. Me agacho tentadoramente exponiendo mi trasero, el cual está dándoles unas vistas impresionantes. Saco dos cubitos que introduzco en mi vaso y lo lleno de agua con la jarra que hay preparada. No los escucho ni respirar, pero sé que ambos están observándome.

De manera intencionada, otra vez, se me cae un poco de agua justo en el canalillo y comienza a bajar hasta mi pubis. Deslizo una mano seductora entre los pechos y llego hasta el final de mi cuerpo. Escucho que sueltan un suspiro desesperado y cómo Max carraspea. Los miro a ambos.

—¡Uy! Qué torpe soy… —digo con una sonrisita—. Voy a tomar el sol un rato. Hace buen día.

Me miran con los ojos como platos y asienten a la vez. Antes de darme la vuelta, veo cómo Bryan se desanuda un poco la corbata y cómo Max lo mira atónito. Están embobados. En mi interior, suelto una carcajada. Sé que para tomar el sol hay que ponerse el bikini, pero como yo soy Miss Provocadora, me pongo el mejor conjunto de lencería que tengo.

Según estoy llegando al ventanal, escucho lo que dicen:

—Max, adelántate tú. Ahora iré yo —dice entrecortadamente Bryan.

—Claro —le contesta su amigo sin quitarme la vista de encima y soltando un suspiro.

Me recuesto en la tumbona y me pongo las gafas de sol en los ojos. Los cierro, pero, de pronto, noto una fuerte respiración cerca de mí. ¡Soy una máquina! Me coloco una medallita.

Bryan tira de mi mano con fuerza y me coge en peso. Entramos en el salón, me suelta y me coloca delante de él.

—¿Te has divertido? —gruñe.

—¿Yo? ¿Por qué dices eso? —le pregunto inocente.

Me mira desafiante. Se ha quitado la chaqueta y la corbata, y su camisa tiene desatados varios botones que dejan expuesto su duro torso. ¡Ay, Dios mío! Lo tengo a doscientos por hora. Estoy segura.

Enreda mis piernas en su cintura y me apoya con brusquedad en lo alto del frío cristal de la mesa del comedor. Levemente, un pensamiento pasa por mi cabeza: «Podríamos haber partido el cristal...». Sin embargo, el pensamiento desaparece igual de rápido que ha llegado cuando, feroz, se apodera de mi boca, y enredo mi lengua con la suya sin esperar ni un segundo más.

Escucho el ruido de su cremallera y cómo sus pantalones caen al suelo. Me separa las piernas todo lo que puede, me aparta el tanga y, sin mediar palabra, da una estocada contra mí y se mete hasta el fondo. ¡Oh, sí! ¡Por fin!

—¿Esto es lo que quieres? —Me mira desafiante, sin detener sus acometidas.

—¡Dios! —chillo. Entra y sale de mí a una velocidad increíble—. Sííííí —gimo. Qué gusto.

No cesa en sus ataques brutales. Saborea uno de mis pezones, tira de él con fuerza y grito de puro gozo. La sensación de dolor y placer al mismo tiempo es brutal.

No duramos demasiado, puesto que, después de dos semanas sin nada de sexo, estamos los dos igual de desesperados. Doy un grito de infarto cuando me corro y, seguidamente, Bryan hace lo mismo. Jadeando, lo miro y agarro su cara entre mis manos.

—Ya era hora. —Contemplo sus bonitos ojos.

—Eres una provocadora. No haces nada más que tentarme. —Se ríe.

—De alguna manera tenía que provocar una reacción en ti. —Sonrío con picardía.

Sin borrar la sonrisa, niega con la cabeza, pues no da crédito a lo que escucha. Sale de mí y, cuando lo hace, lo sujeto por la camisa y tiro de él hasta acercármelo de nuevo. Me mira sorprendido.

—Señor Summers… —me hago la remolona y le pongo ojitos—, sé que tiene usted una reunión y sé que llega tarde, pero… —lo miro con ojos lujuriosos— creo que voy a tener que presentarme en su oficina si no curo mi ansiedad.

Me levanto de la mesa y lo empujo hacia el sillón hasta que cae y se queda sentado. Me coloco a horcajadas sobre él y noto que ya está listo para mí.

—Así está mejor. Mmm… —gimo de placer.

—Vas a matarme. —Me besa.

—Espero que no. —Sonrío traviesa.

Comienzo un baile lento encima de él para saborearlo poco a poco. Me deja hacer, y yo me siento como si estuviera tocando las estrellas.

Lo deseaba, lo necesitaba, lo ansiaba…

Es imposible estar cerca de Bryan y no poder tocarlo ni tenerlo. Es una tortura.

Nos movemos sin control y, cuando estamos a punto de llegar al clímax, me susurra, pegado a mis labios:

—Te quiero más que a mi vida.

—Más te quiero yo.

Estallamos entre gemidos y gritos y, juntos, llegamos al paraíso.

Un paraíso donde solo estamos Bryan y yo.

Los días transcurren y todo parece que cada vez va mejor. Me he enamorado de este hombre hasta las trancas; de eso no cabe la menor duda. Estábamos predestinados a querernos, por mucho que ninguno quisiera dar su brazo a torcer.

Esta mañana, cuando Bryan se ha ido a trabajar, he decidido acostarme un rato. Qué dormilona soy algunas veces. Me despierto sobre las cuatro de la tarde. ¡Dios! Y lo hago porque las tripas me rugen. Voy directa a la cocina. ¡Qué hambre! Me suena el teléfono según estoy llegando y me acerco a cogerlo.

—Dime, Nina.

—Nana...

La noto extraña.

—¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

—Necesito decirte que…, que…

—¿Qué? ¿Qué ocurre? —le pregunto desesperada.

—Mejor voy para el apartamento de Bryan.

—Estás asustándome.

—Ahora hablamos. —Cuelga.

Me quedo observando el teléfono un rato sin saber qué demonios le ocurre a mi hermana. Espero que no tarde, o los nervios me consumirán.

A los veinte minutos me llama el portero y le digo que la deje subir. Cuando entra, me quedo pasmada. Viene echa un desastre, y está horrible de tanto llorar.

—Pero ¿qué te ha ocurrido? —La abrazo.

—¡Ay, Any…! —Empieza de nuevo a llorar.

La consuelo como puedo y, poco a poco, la llevo hasta el sofá. No deja de sollozar, así que voy a la cocina y le preparo una tila. No puede ni hablar. No sé qué le sucede, pero solo espero que no sea nada grave.

Cuando salgo de la cocina, entra Bryan por la puerta y se queda estupefacto al ver a mi hermana así.

—Nina, ¿estás bien? —le pregunta mientras se acerca a ella con rapidez—. ¿Te ha sucedido algo?

Esto provoca que llore más fuerte aún y que Bryan me mire preocupado. Con la poca paciencia que he tenido toda mi vida, decido sacárselo como sea:

—Nina Moreno, ¡basta! ¿Qué cojones te ocurre? —la presiono malhumorada.

Bryan me contempla con cara de asombro; no me conoce todavía. Nina se tranquiliza un poco después del bufido que le doy y me mira.

—¿Te acuerdas de John? —me pregunta, sorbiéndose la nariz.

—Pues claro, ¿qué ocurre? Estabas saliendo con él, ¿no?

Asiente y vuelve a llorar. Bryan no se ha separado de su lado desde que ha llegado. Yo, al contrario, estoy frente a ella, y mi paciencia ha llegado al punto final. Me agacho para estar a su altura y la zarandeo por los hombros.

—¡¿Qué cojones te ocurre?! —le chillo.

Bryan no da crédito al ver mi reacción.

—¡¿Quieres calmarte?! —Su masculina voz me sorprende—. Así no la dejas explicarse.

—Pues que deje de llorar y hable, si no, no podremos ayudarla —lo encaro de malas maneras.

Nos enfrascamos en una riña los dos hasta que, de repente, la escucho decir:

—Estoy embarazada… —murmura.

Abro los ojos como platos.

—¿Qué has dicho?

—Que estoy embarazada, Any.

Dios mío…

Me quedo sin voz y sin saber qué decir. Me levanto y me tambaleo un poco hacia atrás. Bryan es más rápido que yo y me sujeta del brazo. Me siento en el sofá que tengo justo al lado y miro la nada. Me temo que está así porque no querrá decírselo a John y ya estará dándole vueltas a que otro niño crecerá sin su padre, como Helen.

—¿Vas a decírselo? —le pregunto con tacto.

—Lo sabe.

—¿Qué? —Abro los ojos aún más. Al final, se me saldrán.

Bryan se ha quedado mudo.

—Que lo sabe, Any, joder. No me hagas repetirlo todo.

—Entonces, ¿qué cojones te pasa? —Arqueo una ceja.

—Que me da miedo. No quiero pasarlo mal otra vez… No quiero.

Tras un resoplido, me levanto y la abrazo. Ella me corresponde y, tocándole su mejilla, empiezo a hablar con ella y Bryan me presta suma atención:

—Nina, la vida no es fácil, y eso ya lo sabes. Eres la mujer más fuerte que he conocido nunca. Tú sola has tenido a una preciosa niña, a la cual amo más que a mi propia vida. No has necesitado a nadie. Y ahora que John está contigo, ¿qué temes? Si él está de acuerdo, no tienes por qué sufrir. Vive, Nina, vive. —Le recalco bien estas últimas palabras—. Agota cada segundo de vida que tengas cerca de los que te quieren y dalo todo por ellos. Y si el destino te la juega de nuevo, échate el mundo a la espalda. Sé feliz, te lo mereces. —Suspiro y continúo mientras toco su pelo—: No tienes por qué acobardarte, ya que de todo se sale. Y si sale mal, pues… siempre estaré yo para ayudarte con Helen y con él bebé. A mí siempre me tendrás, tanto para lo bueno como para lo malo; lo sabes. Sé feliz el tiempo que dure, porque puede que no sea eternamente. No te atasques en el pasado; ya no tiene sentido. Hay que avanzar. Y tú, hermana, sabes hacerlo perfectamente.

La miro con ojos cariñosos. A ella han vuelto a llenársele de lágrimas. De reojo, veo que Bryan mira hacia otro lado, imagino que por la tensión del momento.

—Te quiero —susurra mi hermana, abrazándome de nuevo.

—Y yo a ti.

Pasado un rato, John viene a por Nina. Le doy la enhorabuena y se van a su casa tan felices. Me siento en el sofá con Bryan, dispuestos a ver una película. Me hago una fuente de palomitas y me acurruco junto a él.

—Lo que le has dicho a tu hermana es muy bonito —me dice, y me besa el cabello.

—Se merece ser feliz.

—Claro que sí. ¿Puedo preguntarte algo?

—Claro, dime. —Me arrepiento justo después de decirlo. A ver qué va a preguntarme…

Lo hace de manera cautelosa:

—¿Qué le ocurrió a su marido?

Suspiro.

Desde que estuve en el hospital, no he sabido de qué manera hablar con Bryan. Lo amo, pero no quiero que pase por el infierno de mi vida. Además, como le dije a Nina, tampoco deseo que su nombre se vea afectado por eso. Tengo que tomar una decisión.

—Murió en un accidente de tráfico.

—¿Qué sucedió?

Acaricia mi brazo.

—Me enteré de que estaba engañando a Nina y fui a buscarlo a su casa, que es donde vive Nina ahora. —Suspiro de nuevo—. Fui a hablar con él. Mi hermana no sabía nada. Pero cuando llegué, él se marchaba. Llevaba rehuyéndome dos semanas, así que me metí en el coche con él y le dije que no me iría hasta que no me lo confesase y me diera una explicación. Helen era muy pequeña, y a mí se me partía el alma. Jamás lo habría imaginado. —Tomo un poco de aire y prosigo—: Empezamos a discutir, sin embargo, él lo negaba todo. Pero yo no me rendí. Tenía que sacarle la verdad como fuera. —Recordarlo todo me abruma—. Arrancó el coche. Al ver que no me bajaba, me dijo que tendría que buscarme la vida para volver del lugar a donde él iba. Yo no lo escuché y simplemente seguimos discutiendo.

—¿Ibas tú con él cuando murió?

—Sí —le confieso con tristeza—. Me dijo que sí estaba engañando a Nina, que quería a la otra mujer. En ese momento, le pegué un golpe seco en el brazo. —Dios..., cómo me cuesta decirlo—. Norbert apartó la vista de la carretera un momento y me miró… El coche se le fue. No nos dimos cuenta. Solo estábamos chillándonos, diciéndonos de todo. Un camión vino de frente y nos dimos un buen golpe. El coche se hizo añicos. Yo tuve unas cuantas lesiones que con el tiempo se curaron, nada grave, pero Norbert… —Se me escapan las lágrimas—. Norbert murió en el acto.

Bryan me abraza y me besa.

—Eh, cariño, no fue culpa tuya. Ocurrió porque tenía que ocurrir y punto.

—No, Bryan, yo lo distraje. Si no hubiera ido a buscarlo, él estaría vivo. Fue mi culpa. —Me limpio las lágrimas.

—No lo fue —me repite. Me pone a horcajadas encima de él—. El destino no podemos controlarlo, y tú no lo decides, nena. Es hora de que pases página respecto a ese tema. ¿Por eso llevas la cicatriz? —me pregunta mientras limpia mis lágrimas.

¡Joder! Ahora no puedo contarle eso… Ahora no.

—No, Bryan. Lo siento, pero no puedo hablarte de eso ahora, y espero que lo entiendas.

Aparto mi mirada de la suya, pero él, con agilidad, sujeta mi mentón para estar frente a él.

—Te quiero, Any. Nada de lo que me digas va a alejarme de ti. Entiéndelo de una vez. —Esto último me lo dice con calma, despacio. Sus palabras son puro amor.

—Y yo te quiero a ti, más de lo que puedas llegar a imaginar. Pero no sé si esto es lo correcto.

¡Hala! Ya lo he dicho.

—No te entiendo. ¿Respecto a nosotros? —me pregunta con asombro y enfadado.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí, Bryan. Y son cosas que no me gustaría sacar a la luz. Tú no eres una persona normal, y lo sabes.

Estoy poniéndome nerviosa; se me nota.

—¿Qué quieres decir?, ¿que no quieres estar conmigo?

—Sí quiero estar contigo, pero…

—¿Qué, Any? —me pregunta malhumorado, me aparte y se levanta.

—Bryan…, mira, déjalo.