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La relación de Alison y Jessie parece consolidarse, hasta que un doble tic azul en la conversación con Jess_92 remueve en Alison sentimientos que creía superados. Su necesidad por descubrir quién se esconde tras ese nickname despierta en Jessie viejas inseguridades, y el deseo de cerrar por fin ese capítulo se mezcla con el miedo que le da perder a Alison si se conocen en persona. Ambas se enfrentan a una pregunta cuya respuesta tiene el potencial de romperlas o de hacerlas más fuertes: ¿en el amor es suficiente con que haga click tan solo una vez? En Al primer click, la autora planta las semillas de la montaña rusa de emociones de Al segundo click. Tras Cosas del destino y El Plan C, Anna Pólux vuelve a traernos una historia que va más allá de lo romántico, con toques de intriga y giros inesperados en la trama.
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Anna Pólux
Anna Pólux nació en Logroño, es licenciada en Historia y en Psicología, y en la actualidad se dedica profesionalmente a esta última. Desde siempre ha sido aficionada a la lectura y la escritura: sus libros favoritos pertenecen al género de suspense y policíaco (Agatha Christie, Douglas Preston y Lincoln Child), pero uno de sus pasatiempos favoritos es escribir relatos de tinte romántico con toques de humor. Publicó su primera historia en el año 2009 bajo el seudónimo de Newage, y desde entonces ha continuado compartiendo sus escritos en distintas plataformas online. A Anna le gusta explorar el mundo emocional de cada uno de sus personajes y dedica gran parte de su tiempo libre a confeccionar las tramas de sus historias y las relaciones que podrían establecerse entre sus protagonistas. Comparte con Cris Ginsey el blog La bollería de Ginsey.
@newage1119
@labolleriadeginsey
Ilustración de portada: Mara Saturio @marasaturio
La relación de Alison y Jessie parece consolidarse, hasta que un doble tic azul en la conversación con Jess_92 remueve en Alison sentimientos que creía superados. Su necesidad por descubrir quién se esconde tras ese nickname despierta en Jessie viejas inseguridades, y el deseo de cerrar por fin ese capítulo se mezcla con el miedo que le da perder a Alison si se conocen en persona.
Ambas se enfrentan a una pregunta cuya respuesta tiene el potencial de romperlas o de hacerlas más fuertes: ¿en el amor es suficiente con que haga click tan solo una vez?
En Al primer click, la autora planta las semillas de la montaña rusa de emociones de Al segundo click. Tras Cosas del destino y El Plan C, Anna Pólux vuelve a traernos una historia que va más allá de lo romántico, con toques de intriga y giros inesperados en la trama.
Al segundo click
Anna Pólux
Primera edición: septiembre de 2021
© Anna Pólux, 2021
© Letras Raras Ediciones, S. L. U., 2021
© Mara Saturio, ilustración de la portada, 2021
LES Editorial pertenece a Letras Raras Ediciones, S. L. U.
www.leseditorial.com
ISBN: 978-84-17829-50-6
IBIC: FA, FP, FRD
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).
A mi hermana,me encanta compartir contigo los genesy el amor por la escritura.
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Tras dejarse convencer por su amiga Gail, Alison Carter se crea una cuenta en la aplicación online de ligues más popular del momento: Click. Allí conoce a Jess_92, una chica de su misma ciudad que se encuentra estudiando un máster en otro estado; ambas tienen muchas cosas en común y un ochenta y siete por ciento de compatibilidad entre sus perfiles, de modo que los siguientes seis meses se los pasan hablando a todas horas, intercambiándose fotos y enamorándose a lo bestia.
Gail no se cansa de advertirle que vaya con cuidado, le repite una y otra vez que esa chica esconde algo, pero Alison la cautela se la dejó olvidada en la primera o segunda conversación y se muere por que llegue ya el momento de conocerla en persona. Días antes de que Jess_92 regrese a Seattle, mientras desayunan en el Starbucks de siempre, se la encuentran allí y, al hablar con ella, Alison descubre que la chica de la que lleva enamorándose los últimos seis meses ha utilizado las fotografías y el nombre de esa desconocida para crear su perfil en Click. La de verdad se llama Jessie Stevens y no tiene ni idea de quién es ella, su «Perdona, ¿nos conocemos?» se le clava bien profundo.
Cuando Alison confronta a Jess_92, esta desaparece sin darle una explicación, dejándola a merced de un vacío de los devastadores, desorientada y sintiéndose profundamente imbécil, a solas con la gigantesca mentira que parecen haber sido los seis últimos meses. Su conversación en WhatsApp acumula decenas de mensajes repletos de súplicas en forma de «Por favor, no me hagas esto», patéticos y sin leer.
Jessie Stevens intenta dejar atrás una relación de cuatro años a la que puso punto final tras la infidelidad de su novia. Le está costando pasar página, su hermana Riley y su mejor amiga Elsa insisten en que se dé la oportunidad de conocer a otras chicas, pero para ella no es tan fácil como lo pintan. Eso de volver al mercado del romance le está saliendo regular hasta que una desconocida se le acerca en la cola del Starbucks al confundirla con alguien. La chica en cuestión se llama Alison, pero le llama más la atención su amiga Gail, así que alentada por Riley y Elsa trata de iniciar algo con ella solo para descubrir que no tienen nada en común y que ha empezado a enamorarse de Alison sin apenas darse cuenta.
Al principio, Alison ve en Jessie el físico de Jess_92 y le hace daño que lo de dentro sea distinto, pero, poco a poco, comienza a gustarle su voz y su forma de hacerla reír con tonterías originales. Le encanta que le lleve zumos de frutas a la salida del gimnasio y cómo la mira. Cuantas más cosas conoce de la verdadera Jessie más pequeña se hace la herida abierta por Jess_92 y entre telescopios, noches en blanco, nebulosas y cine clásico van dejando sus malas experiencias atrás mientras se enamoran.
Jessie ya no espera las llamadas de su exnovia y Alison ha dejado de pensar en Jess_92, en Click no tendrían un ochenta y siete por ciento de compatibilidad, pero en la vida real encajan tan jodidamente bien que a ninguna de las dos les importa. Nunca se habían enamorado tan rápido y profundo antes.
Alison está tan segura de que Jessie es su nebulosa definitiva que decide cerrar del todo su capítulo con Jess_92, pero cuando se dispone a borrar sus conversaciones del móvil descubre que su último mensaje suplicando una explicación ha sido leído.
Un doble tic azul que la revuelve entera y hace evidente que Jess_92 no ha desaparecido del todo. Un doble tic azul que pregunta muy alto «y ahora, ¿qué?».
«Quiero ser solo yo».
Y no le importaba que Alison lo supiera, todo lo que aquella frase implicaba era verdad y le había salido en un momento bastante comprometido, así que se lo repitió después para que la rubia no pensara que solo lo había dicho para ponerla aún más cachonda y conseguir que se corriera.
La noche anterior había sido muy intensa y no se acordaba exactamente de cuándo se quedó dormida, pero recordaba a Alison mirándola de esa forma que la hacía sentir de algodón de azúcar por dentro mientras se le cerraban los párpados. Siempre le había parecido que dormirse al lado de alguien tenía algo de vulnerable, no en plan dormir en un trasporte público rodeado de gente, sino dormir con alguien a solas. Una especie de acto de confianza hacia la otra persona, porque una vez dormido estás indefenso. A lo mejor era una gilipollez, pero lo pensaba a veces.
¿Lo pensaría Alison? Lo fácil que le resultaba quedarse dormida a su lado mientras ella la miraba. ¿Podría leerlo entre las líneas de su «Quiero ser solo yo»? Riley, Elsa, Gail, su madre… todos lo veían. ¿Lo veía ella también?
Se movió perezosa bajo las sábanas y escondió todavía más la cara contra la almohada, tenía que ser de día, porque aun con los ojos cerrados podía percibir la luz rodeándola por todos lados. Con Alison siempre era la primera en dormirse y también en despertarse, poco a poco había ido descubriendo que a la rubia le gustaba remolonear por las mañanas y eso de abrir los ojos después de una noche de sueño en su caso era un proceso lento y complejo. Que realizar por pasos. Protocolizado al milímetro. Casi burocrático. Poder contemplarlo desde la primera fila era jodidamente alucinante.
Alison se desperezaba al revés del mundo y a ella le encantaba saberlo, seguro que no mucha gente había tenido la suerte de poder verlo. En vez de estirarse y destaparse para salir de la cama, la rubia se acurrucaba aún más y desaparecía bajo las sábanas, a veces asomaban mechones de pelo rubio esparcidos sobre la almohada, otras no quedaba ni rastro de ella en la superficie. La primera vez que se despertaron juntas intentó destaparla, error de novata, porque Alison se levantó de mala gana y con mal genio y le costó como veinte minutos borrar las arrugas que se habían formado en su entrecejo. La segunda vez probó a despertarla sensualmente, besando su abdomen de camino a un maravilloso sexo oral de buenos días y terminó recibiendo un rodillazo inintencionado, pero bastante doloroso, en el abdomen cuando Alison se revolvió para que dejara de molestarla. Segundo error de novata.
Ahora sabía que a aquella chica le gustaba que bajaran a buscarla, que bucearan con ella bajo las sábanas de la cama y la llamaran bajito, besos suaves por la cara también eran bienvenidos. Un microuniverso calentito y escondido donde abría los ojos cuando no le quedaba más remedio, solía sonreír primero si sabía que la miraba, como avisando de que aquel azul espectacular estaba a punto de regresar a la tierra. A ella le encantaba verlo llegar. Las mañanas que iniciaba así con Alison se habían convertido en sus favoritas.
Así que se desperezó como una persona normal y abrió los ojos, dispuesta a iniciar los trámites que las llevarían a ambas a pasarse varios minutos besándose de forma lenta y perezosa, escondidas bajo las sábanas. Frunció el ceño al descubrir su lado de la cama vacío, era la primera vez que dormía con Alison y no se la encontraba junto a ella al despertarse. Entrecerró los ojos, porque le molestaba un poco la luz, y se incorporó sobre el colchón echando un vistazo a la habitación. Desvió la mirada a la puerta del baño, pero estaba abierta y este vacío.
Pensó en llamarla en voz alta, pero le pareció una potencial pérdida de tiempo y prefirió levantarse de la cama y buscarla. Se puso unos pantalones de chándal negros, una camiseta gris de tirantes, de las que ya solo usaba para estar en casa, y salió de la habitación. El piso estaba demasiado silencioso y empezó a pensar que tal vez la rubia se había marchado pronto, que quizá le surgió algo y no había querido despertarla. Estuvo a punto de regresar sobre sus pasos para consultar el móvil, pero en el último momento la localizó sentada en el sofá del salón y frunció el ceño extrañada encaminándose hacia ella.
Todo era bastante raro, porque Alison volvía a llevar puesto aquel vestido negro y se limitaba a mirar el teléfono como si no hubiera visto uno en su vida.
—Ey… —la saludó al llegar a su altura.
La rubia no debía de haberla oído levantarse, porque se sobresaltó al escucharla y la miró como si fuera la última persona que esperaba encontrarse allí. Se recompuso enseguida y le dijo «Ey…», después le sonrió o intentó sonreírle al menos, pero enseguida devolvió la vista a la pantalla del teléfono, como si el verla a ella le quemase. Una sensación difusa y molesta comenzaba a tomar forma en su interior por debajo del algodón de azúcar, de las estrellas y de las nebulosas. La ignoró y se sentó a su lado en el sofá, sonriéndole de lado y un pelín confusa. Lo último que recordaba de la noche anterior era a Alison mirándola de ese modo en que lo hacía ella, como si pensara que no podía ser real y quisiera asegurarse de que sí que lo era examinando al milímetro cada una de sus facciones.
—¿Tanto he roncado? —bromeó y la rubia solo sonrió a medias.
—No podía dormir y no quería molestarte —explicó dejando el móvil a un lado.
—¿No te cansé lo suficiente anoche? —insinuó.
Se inclinó para besarla y ella se dejó besar. Solo eso. Se dejó besar. Cuando se separaron, conectó sus miradas y Alison debió de ver algo en la suya que la hizo reaccionar, le acarició la mejilla con la yema de los dedos y le devolvió el beso.
—¿Estás bien? —se lo preguntó directamente en cuanto sus miradas conectaron de nuevo.
—Estoy bien —aseguró y asintió también con una suave sacudida de cabeza.
—¿Seguro?
—Seguro. Es solo que no podía dormir y me ha entrado el agobio por la exposición. Me he puesto a pensar en todo lo que me queda por hacer…
—Y cuanto más lo pensabas más te agobiabas y cuanto más te agobiabas más lo pensabas y ya no podías pensar en otra cosa, así que te has levantado, te has puesto otra vez ese vestido tan sexi y te has venido aquí, al sofá mágico en el que los sueños se hacen realidad, para que haga esa exposición por ti —completó su argumentación.
—Exacto.
Alison sonrió al decirlo y aquella molesta sensación comenzó a diluirse entre el algodón de azúcar. Besó su sonrisa y le susurró «Buen plan, pero siento decirte que su especialidad es el arte renacentista» antes de levantarse del sofá.
—No es que no me encantes con ese vestido, pero seguro que estás más cómoda con…
—Seguro, pero tengo que irme, Jess —lo dijo mientras empezaba a colocarse los zapatos, debía de haberlos dejado preparados a los pies del sofá.
—¿Ahora? Creía que íbamos a…
A pasar el día juntas. Pensaban pasar el día juntas y Alison llevaba la semana entera encerrada entre el museo y la biblioteca para adelantar trabajo, enterrada en manuales de arte impresionista y casi sin respirar. Entre página y página le había mandado como mil wasaps anticipando lo increíble que iba a ser tener el domingo para ellas dos. El día anterior todo seguía en pie… ¿qué había cambiado en una noche?
—No quería marcharme sin decirte adiós —la interrumpió levantándose y ella se limitó a mirarla sin saber muy bien qué decir—. Pero tengo muchísimas cosas que hacer, en serio.
La besó fugazmente al pasar por su lado y, de nuevo, aquella molesta sensación se le despertó por dentro. La sentía en la boca del estómago, cocinándose a fuego lento. Porque su «Tengo muchísimas cosas que hacer» le había sonado a «necesito salir de aquí» y debía de tener tanta prisa por hacerlo que ni siquiera se estaba tomando el tiempo de disfrazarlo un poco mejor. Miró por un par de segundos el sofá vacío antes de darse media vuelta y seguirla hacia la puerta de salida.
—Alison… ¿qué pasa? —lo preguntó mientras la rubia salía al descansillo dispuesta a llamar al ascensor.
—Te lo he dicho, la exposición tiene que…
—No. Qué pasa de verdad —insistió.
Alison llamó al ascensor y regresó sobre sus pasos, la tomó por la camiseta con ambas manos y aquel gesto le resultó tan familiar que solo con eso la sensación de «algo va jodidamente mal» bajó en un par de puntos su intensidad.
—Jess, de verdad, estoy muy agobiada, tengo mil cosas en la cabeza y necesito ir a casa —se lo dijo mirándola a los ojos, le sonó cien por cien sincera y no había mencionado el trabajo ni una sola vez—. Te llamo.
Le dio otro de esos besos rápidos y se alejó hacia el ascensor. Antes de que entrase tuvo que decirlo, porque no podía pensar en otra cosa, y no tenía sentido, pero es que nada de aquello tenía sentido en realidad, así que, al menos, no desentonaría con el contexto.
«Quiero ser solo yo».
«Estoy muy agobiada».
—¿Te molestó algo de lo que pasó anoche?
Alison se paró en seco al escucharla, como si de pronto se hubiera dado cuenta de lo que todo aquello podía parecer desde fuera. De lo que podía parecerle a ella. Le dio la impresión de que eso de largarse a toda prisa había dejado de ser lo primero en su lista de prioridades y la miró mientras caminaba de vuelta a ella, dejando que el ascensor se cerrara a su espalda.
—Jessie… —iba a decir algo y volvía a sujetarla de ese modo por su camiseta.
La interrumpió, porque si todo aquello estaba yendo demasiado deprisa para Alison necesitaba saberlo. Si no quería lo mismo que ella.
—Algo de lo que dije o algo de lo que hice…
—No, no. Escúchame. —Alison le tomó la cara entre las manos y ella la miró—. No me molestó nada de lo que hiciste ni nada de lo que dijiste anoche. No tiene nada que ver con eso.
Quería preguntarle «¿Pues con qué tiene que ver?», con aquel estúpido nudo apretándole el estómago, porque de repente el exceso de trabajo ya no era la razón. De repente había otra, Alison había mentido antes y la que empezaba a agobiarse ahora era ella. Quería preguntárselo, pero la rubia no parecía en disposición de poder contestar nada y la miraba como si necesitase que le confirmara que había entendido el mensaje. Que no había hecho nada mal.
Antes de que pudiera reaccionar, o precisamente porque le costaba hacerlo, Alison la tomó por la nuca y atrapó sus labios en una suave embestida. Al principio no le correspondió, simplemente se dejó besar, aturdida y confundida. Acababa de despertarse y no entendía lo que estaba pasando. Aquel domingo no lo habían planeado así. La rubia se acercó más e intensificó la fuerza con que le sujetaba la nuca, atrapó sus labios de forma más intensa. «Bésame de vuelta, por favor», algo así. Y lo hizo, aceptó su siguiente acometida con los labios entreabiertos y se la devolvió sujetando entre ellos el suyo inferior. Alison le acarició la nuca inclinando ligeramente la cabeza a un lado para poder besarla desde otro ángulo y sintió cómo le acariciaba la mejilla. Su siguiente embestida fue tan jodidamente firme, tan Alison entregándose al cien por cien, que a ella le sonó a «todo va a ir bien».
Si la rubia la estaba besando así, aquello no podía ser tan malo.
¿Verdad?
***
«Por favor, Jessie, no me hagas esto».
Ya no era «Jessie» y el «esto» se lo hizo de todas formas. Desapareció, sin dar explicaciones, simplemente se esfumó de su vida como si nunca hubiera estado allí o como si formar parte de ella no fuera tan importante como le había hecho creer.
Seis meses. Seis putos meses hablando con ella a todas horas. De confidencias, de susurros en mitad de la noche y de cosquillas en el estómago. Seis meses de «me gustas mucho». Es que le gustaba mucho de verdad. Le encantaba su voz y escuchar su risa al otro lado del teléfono, fastidiarla porque no le gustaba el café, que le preguntase todos los días por cómo le había ido en el museo y que protestase porque su profesora de Tecnologías de Marcado para Textos Digitales ponía ochos con nueve y debería estar penado legalmente. Que su corazón se saltase un latido cada vez que le llegaba una notificación a WhatsApp solo por la posibilidad de que pudiera ser suya. La sensación de intimidad. Las cosas que le había contado y las que Jess_92 le había dejado escuchar. Habían follado solo a través del teléfono y aun así se sintió más cerca de ella que de muchas de sus parejas sexuales anteriores.
Especial, durante seis putos meses se había sentido increíblemente especial.
«Tengo muchas ganas de verte».
ALISON: Te he visto esta mañana en el Starbucks Reserve.
ALISON: Al menos vi a la chica de tus fotos y se llama Jessie.
ALISON: Cuando me acerqué a saludarla me dijo que no sabía quién era yo.
ALISON: ¿Puedes explicármelo?
No podía, así que desapareció sin más. Fin de la historia.
Y mientras ella imaginaba miles de razones y motivos, mientras intentaba buscarle sentido a algo que quizá no lo tuviera en realidad, mientras lloraba y se enfadaba y comprobaba su teléfono una y otra vez esperando encontrar una respuesta, mientras se rompía de mil maneras diferentes porque su móvil seguía apagado, la chica de sus fotos, que se llamaba Jessie, la que no sabía quién era ella aquella mañana cuando la abordó en el Starbucks, le preguntaba «¿Qué es lo tuyo?» en el estudio de tatuajes de su hermana pequeña y ella apenas podía mirarla a la cara sin que doliera demasiado. Porque tenía sus ojos y su sonrisa, tenía su pelo y sus manos y una voz diferente. Porque era ella físicamente, pero no era ella en nada más. Y después dejó de ser ella en absoluto, después fue solamente Jessie y la invitó a un perrito caliente en el Olympic. Después zumos de frutas a la salida del gimnasio y noches en blanco visitando nebulosas y planetas y constelaciones. Después descubrió que cuando Jessie sonreía sus pulsaciones se sentían más fuertes y que le encantaban las arrugas que formaba su ceño fruncido. La sensación de intimidad, las cosas que le había contado y las que Jessie le había dejado escuchar. Lo completa que se sentía mientras la miraba dormir después de romperse entre sus brazos.
Así que se había marchado de su piso con demasiada prisa y caminaba hacia su casa restregándose los ojos con el dorso de la mano y con el estómago revuelto. Porque la noche anterior, mientras Jessie respiraba acompasadamente a su espalda, ella había descubierto que la historia no se había terminado de verdad. Que, al final, Jess_92 no había quemado todos los puentes, porque todavía quedaba uno en pie. Un puto doble tic azul lo había despertado todo de golpe otra vez y una oleada de rabia la golpeó jodidamente fuerte, porque algo tan pequeño no podía ser suficiente. Un doble tic azul y miles de «¿y si?» de nuevo en su cabeza.
Y devolvió el móvil otra vez a la mesilla. Se dijo a sí misma «esto se termina aquí» a pesar de que no había borrado su contacto. Se acercó a Jessie, a su calor, dándole la espalda al teléfono, como una declaración de intenciones, dibujando una metáfora en algún lugar de su cabeza, y se dedicó a mirar sus facciones sin tocarla, porque no quería hacerla gruñir. «Todo lo demás es solo la historia que me ha traído hasta ti», se lo dijo a ambas en silencio, pero por primera vez en mucho tiempo su corazón no iba así de rápido por ella. Estudió sus pestañas, la forma de sus cejas y la curva que recorría su labio inferior. Los labios de Jessie mientras dormía parecían estar a punto de hacer pucheros en cualquier momento y a ella el espectáculo le acariciaba por dentro y le daban ganas de besarla suave. Pero el pecho le dolía de tanto intentar mantenerlo a raya. No quería pensarlo, porque ya le daba igual…
¿Y si en realidad había una explicación? ¿Y si Jess_92 seguía pensando en ella? Había pensado en ella al menos una vez. Había encendido aquel teléfono. Lo había leído. Todo. Sus patéticas súplicas y su desesperación. Lo había leído. Todo. ¿Cuándo?
Joder. Tenía que darle igual.
Pero su corazón seguía latiendo descontrolado y la boca de su estómago estaba protestando por muchas cosas y la sensación resultante era desagradable de verdad. Angustia. Era pura angustia y agobio en mayúsculas. Le había llegado de repente y en el peor momento y no sabía cómo gestionarlo sin romperse allí mismo. «Todo lo demás tiene que ser solo la historia que me ha traído hasta ti». ¿Y por qué demonios le importaba tanto? ¿Por qué estaba sintiéndose así si la tenía a ella delante? Dormida y perfecta. Sus perfectas imperfecciones.
¿Y si todas las veces que Jess_92 le había dicho «me muero por poder estar contigo» lo decía de verdad?
«No podría sentirme así contigo si no se hubiera acabado».
Tuvo que levantarse de la cama y marcharse al salón. De madrugada y sin hacer ruido. Tuvo que alejarse de Jessie porque el estar tendida a su lado con aquellos pensamientos vapuleándola por dentro se sentía sucio e inapropiado. Como si estuviera engañándola a algún nivel. A lo mejor era una gilipollez, pero se sintió así y cuando intentó repetir una vez más eso de «Todo lo demás es solo la historia que me ha traído hasta ti» mientras la miraba dormir se le rompió la voz, aunque solo la escuchaba en el interior de su cabeza.
Se había pasado el resto de la noche en blanco, sentada en el sofá y con el teléfono apagado entre sus manos como si eso pudiera alejarlo todo. Sepultarlo bajo un convencido «siempre le di igual», o convencerse de que le daba igual a ella. Y después Jessie había tenido que levantarse a buscarla en vez de sumergirse bajo las sábanas para anunciarle que ya era hora de salir. Medio dormida y con la ropa descolocada, con el ceño fruncido porque no entendía qué hacía allí, le había preguntado que si se encontraba bien, quería entenderlo, y ella no le había respondido la verdad porque no quería que lo entendiera. Complicado de manejar. Se había marchado tras besarla, la había dejado asomada al descansillo y mirándola con aquella expresión en la cara. Le había dicho «Jess, hablamos luego, ¿vale?» y la psicóloga se había limitado a asentir mientras ella se alejaba de nuevo hacia el ascensor, porque no le dio opción a hacer ninguna otra cosa. Le dolían por dentro las ganas de volver y abrazarla. Y aquella mirada también. Aquella mirada también le dolía dentro.
***
Conversación del 10 de junio de 2017
«Jess_92»
Última conexión 09/08/2017
JESS_92: ¿Puedes explicarme cómo he acumulado tantas cosas en solo seis meses?
ALISON: Se llama «ser compradora compulsiva», es una enfermedad real.
JESS _92: Se llama «no existen suficientes cajas en el planeta».
JESS _92: Voy a tener que quedarme a vivir aquí.
ALISON: No me das pena.
ALISON: Podrías tener que quedarte en un sitio mucho peor que California.
JESS _92: Una afirmación contundente.
JESS _92: Voy a necesitar que la respaldes con un ejemplo.
ALISON: Lago Karachay, Rusia.
ALISON: La Unión Soviética lo usó como vertedero nuclear.
ALISON: El nivel de radiación es tan alto que una hora allí te mataría.
ALISON: Y debe de hacer un frío de la hostia.
JESS _92: Acepto radiación letal y frío de la hostia como respaldo a tu afirmación.
JESS _92: Aun así, no quiero quedarme a vivir en California.
ALISON: ¿Por qué?
JESS _92: Porque quiero volver a Seattle.
ALISON: ¿Por qué?
JESS _92: Ya sabes por qué.
Escuchó la puerta de la habitación de Gail y cerró la aplicación antes de secarse los ojos con el dorso de la mano. Había llegado a casa hacía un par de horas, la encontró vacía y en silencio, así que supuso que la monitora aún dormía y terminó sentada en el sofá, esperando que su interior dejara de retorcerse de esa forma y esperándola a ella. Necesitaba hablar, aunque no sabía qué decir. Contradictorio, pero hacía juego con todo lo demás. Aquella mañana de domingo las cosas no parecían tener mucho sentido dentro de su cabeza. Fuera probablemente tampoco.
Seguro que para Jessie no lo tenían. Diría que en aquel preciso momento se acordó de cómo la había mirado mientras ella se marchaba de su piso y que el corazón se le encogió aún más, pero en realidad no había podido quitársela de la cabeza en todo el tiempo y su corazón no podía hacerse más pequeño sin implicar un riesgo vital inminente y tremendamente importante. Y, a pesar de eso, había necesitado verlo otra vez.
El doble tic azul y todo lo que le precedía.
JESSIE: ¿Lunes complicado en el museo?
ALISON: Te he visto esta mañana en el Starbucks Reserve.
El principio de un fin que, al parecer, no lo era tanto. Y había seguido subiendo en la conversación, aunque no quería recordar. Definitivamente, aquella mañana de domingo las cosas no tenían mucho sentido, y lo que menos tenía era estar leyendo el nombre de Jessie en una conversación que no tenía nada que ver con ella. Jessie nunca le había dicho esas cosas. Ni siquiera la conocía por aquel entonces y aun así su móvil se empeñaba en mostrarle mensajes suyos del tipo «pienso hacer maratón de películas de Billy Wilder mientras pruebo todos los tipos de tés que encuentre en el supermercado». A Jessie ni le gustaba Billy Wilder ni le gustaba el té. Así que se había enfadado con su teléfono y con quien quiera que estuviera al otro lado de aquella conversación y le cambió el nombre. Jess_92.
El miércoles. Estaban a domingo y Jess_92 se había conectado a WhatsApp por última vez el miércoles. Cuatro días antes. Joder, cuatro días. ¿Había visto sus mensajes entonces o se había conectado con anterioridad? Quería saberlo y no se atrevía a mirarlo. Estúpido, porque en el fondo no creía que el cuándo fuera a cambiar nada… ¿lo cambiaría el porqué? ¿Por qué había encendido el teléfono otra vez? ¿Por qué había leído sus mensajes? ¿Por qué seguía sin decirle nada? ¿Y si había una explicación?
—¿Qué haces aquí?
Gail se manifestó en mitad del salón, en pijama y tratando de adecentar su pelo revuelto. Aún no había abierto del todo los ojos y la miraba a través de unas rendijitas ligeramente verdes y bastante estrechas. Esperó ver aparecer a alguien tras ella, no sabía a quién, con la monitora nunca lo sabía, pero a alguien, a cualquiera, porque era domingo por la mañana después de una noche en el Trinity. Un tío con barba de dos días y abdominales para morirse o una chica de las que parecían salidas de algún catálogo de los de «joder…». De la portada del Playboy. Pero no. Gail parecía haber pasado la noche sola, otra vez.
—¿Jessie te gimió tan fuerte al oído ayer que te ha dejado sorda? —preguntó de nuevo al no obtener respuesta.
Se dejó caer a su lado en el sofá y ella aguantó la respiración porque no sabía qué decir. Admitirlo en voz alta iba a hacerlo todavía más real y ya no podría borrar su contacto, eliminar la conversación y fingir que nunca había pasado. Necesitaba sacarlo de su cabeza, que alguien la ayudara a ordenarlo y llegar a la conclusión de que todo aquello le daba igual. Que la guiaran, que le dijeran que el pensar en un puto doble tic azul mientras estaba en la cama con Jessie no era algo tan horrible. Que no significaba nada. Necesitaba sacarlo fuera y, a la vez, eso implicaba perder el control.
—¿Quieres decir algo, joder? Me estás acojonando…
—Lo ha visto.
Solo le salió eso. «Lo ha visto», conciso, desde luego, pero dudaba de su potencial esclarecedor.
—«Lo ha visto» —Gail lo repitió incorporándose en el sofá para poder mirarla mejor—. ¿Estoy despierta de verdad o es una puta pesadilla de esas en las que te pregunto quién lo ha visto y señalas hacia el pasillo y hay un tío enfermizamente delgado vestido de funeral?
—Jess_92 —lo aclaró sin mirarla.
La escuchó suspirar a su lado, tensó la mandíbula y se le contrajo un poco la garganta. Gail gruñó en un claro tono de frustración y ella la miró tan solo un segundo, quería decirle «por favor, no necesito esto ahora», pero la monitora se tapaba la cara con las manos y no le salieron las palabras. Fijó de nuevo la vista en su teléfono y la garganta se le contrajo aún más, porque Jessie no le había escrito nada desde que se marchó de su casa.
—No me lo creo. Alison, no me lo creo. No me lo puedo creer. Dime que es una broma o una puta pesadilla —lo pidió sin destaparse la cara y ella notó que comenzaban a picarle los ojos.
—Ha visto los mensajes que le mandé —añadió en voz baja—. Se ha conectado a WhatsApp y…
—¿Y qué? ¿Y qué, Alison? Se ha conectado a WhatsApp… ¿y qué?
—Que los ha leído…
—¿Dónde está Jessie?
Gail lo preguntó sin dejar que siguiera hablando, el pecho se le contrajo con fuerza y se le cerró la garganta, porque lo entendía perfectamente y sabía de sobra a dónde quería llegar. «¿Qué coño estás haciendo?», eso quería decir. Como no le contestó nada la monitora siguió hablando.
—¿Llevas todo este tiempo consultando su última conexión?
—No, claro que no —encontró algo de voz para defenderse, pero no le llegó para nada más.
—¿Cómo sabes que lo ha visto entonces?
—Quería borrarlo todo, ayer por la noche cuando Jessie se quedó dormida.
—Bórralo todo ahora —lo dijo mientras se levantaba del sofá—. Ibas a borrarlo todo ayer, bórralo todo ahora —insistió de pie frente a ella.
—No puedo… —lo dijo tan bajo que le sorprendió que su amiga pudiera escucharlo.
—Sí que puedes —la monitora endureció el tono y ella la miró.
—No puedo…
—¿Por qué cojones no puedes? —Gail casi lo gritó y su creciente agobio hizo el resto.
—¡No lo sé! —se le rompió la voz y se echó a llorar.
«Me gusta tu vestido».
«Alison… quiero ser solo yo».
Y no sabía muy bien por qué estaba llorando exactamente, pero se tapó la cara con las manos y lo dejó salir. Quizá descargándolo así conseguía sentirse mejor. Casi de inmediato sintió cómo Gail la estrechaba entre sus brazos y de forma refleja incrementó la intensidad del llanto. Era matemático, pasaba siempre. La monitora le besó el pelo y ella escondió la cara en el hueco de su cuello y quiso decirle «esto es lo que necesitaba», pero tampoco le salió esta vez. Su amiga la abrazaba en silencio y muy muy fuerte, comenzó a acariciarle el pelo, suave y constante, monótono, porque sabía que la calmaba y ella le restregó la nariz en la camiseta del pijama porque sabía que le daría igual. Ya lo habían hecho otras veces. Gail casi siempre era narcisismo del puro en movimiento, poco tacto, arrogancia y ganas de pasárselo bien, «espejito, espejito, ¿quién es la más guapa del reino?» y «mira qué culo me hacen los vaqueros». Casi siempre era así, pero a veces no. A veces emergía esa otra faceta suya, sobre todo cuando ella la necesitaba.
Minutos después solo le quedaban lágrimas solitarias descendiendo por las mejillas y un poco de hipo. Gail volvió a besarla en la cabeza antes de hablar y no aflojó su abrazo, porque sabía que todavía no era el momento.
—¿Por qué estás llorando? —utilizó su tono de voz para casos de extrema sensibilidad y ella se internó aún más en el hueco de su cuello.
—No lo sé…
—Lo sabes. Pero no quieres decirlo en voz alta —puntualizó y a ella le dio el hipo.
—Porque no quiero hacerle daño a Jessie —admitió sorbiéndose la nariz.
—¿Por qué crees que vas a hacerle daño a Jessie?
—No lo sé…
—Alison.
—Porque mira cómo me he puesto por un doble tic azul.
Gail volvió a besarle el pelo y ella la abrazó un poco más fuerte. La monitora dejó pasar unos cuantos segundos de silencio antes de volver a hablar.
—No creo que sepas cómo te has puesto por un doble tic azul. Solo que te has puesto.
Ella respiró profundo. Ya no le costaba tanto trabajo hacerlo y esa angustia insoportable se había hecho menos ambiciosa después de aquel desbordamiento emocional. Ya no le dolía el estómago.
—¿Quieres que analicemos cómo te has puesto? Después del tsunami Carter siempre puedes pensar mejor.
Sonrió un poco, casi imperceptiblemente, al oír eso del tsunami Carter. En su estado era todo un triunfo y a Gail deberían darle una medalla o algo. Se separó de ella y se secó los ojos antes de hablar.
—No esperaba que lo hubiese visto —admitió y dejó que Gail contribuyera a eso de limpiarle la cara con sus pulgares—. Pensaba que ella había cortado de golpe con todo y que nunca iba a poder saber por qué lo hizo.
—¿Y qué significa para ti que lo haya visto?
—Que sigue ahí…
—¿Y tú quieres que siga ahí?
De nuevo se le contrajo el estómago y se le llenaron los ojos de lágrimas mientras asentía con la cabeza.
—¿Quieres que siga ahí por ella o quieres que siga ahí por la posibilidad de saber por qué lo hizo?
—Quiero estar con Jessie —le salió en un sollozo y se sorbió la nariz.
—Eso ya lo sé, Alison.
—Pero no paro de preguntármelo. ¿Y si fue todo real? ¿Y si ella se sentía así por mí de verdad? —De nuevo aquella sensación desagradable en la boca del estómago—. ¿Y si se asustó?
—Pues contéstate. ¿Y si fue así qué? —la retó y volvía a secarle los ojos con los pulgares.
—Que podría haber sido… que podríamos haber…
—¿Y te gustaría que lo hubiera sido? —la cortó—. Distinto.
La miró por un par de segundos, al principio estaban vacíos, pero se llenaron de pronto. «¿Qué es lo tuyo?», «Me refiero a lo de dibujarte desnuda, eso es la gilipollez, no que seas increíblemente… Joder, me estoy poniendo roja, ¿verdad?», «Voy a comprarme un perrito caliente, ¿tienes hambre?», «Porque me he cansado de perseguir estrellas fugaces», «Ha sido mejor que el yogur helado».
«Alison… quiero ser solo yo».
Dos segundos llenos de su forma de mirarla y de la manera en que Jessie sonreía cada vez que conseguía hacerla reír. De manchas en la ropa y de olor a quemado si la dejaba sola en la cocina un minuto de más. De zumos a la salida del gimnasio y canciones de Gaga por todas partes. De su habilidad para hacerla sentir escuchada sin importar de lo que estuvieran hablando y de lo que le hacían sus besos por dentro.
Dos segundos y de repente aquella ya no era la cuestión.
—Ahora ya no —y era verdad. «Ya no».
—Vale. Acabamos de dar un paso importante. Vamos a por el siguiente. —Gail se acomodó contra el respaldo del sofá y ella la imitó sorbiéndose de nuevo la nariz—. ¿Por qué crees que vas a hacerle daño a Jessie entonces?
—Me he pasado la noche entera sin dormir, pensando en mil «¿y si?». Si Jessie se pasara la noche entera sin dormir pensando en sus «¿y si?» con Taylor a mí me dolería —admitió mirándose las manos, las mantenía cruzadas en su regazo y jugueteó nerviosamente con sus dedos—. Me dolería que aún le importara tanto.
Gail hizo una mueca, en plan «buen argumento, hermana» y descansó la parte posterior de la cabeza sobre el sofá para mirar al techo. Las dos permanecieron en silencio unos segundos, después la monitora volvió a hablar.
—¿Qué te ha dicho ella?
—Aún no lo sabe —reconoció.
—¿Cómo que aún no lo sabe? Estabas en su casa, ibais a pasar el domingo juntas, algo le habrás di… —Se paró en seco y alzó una ceja—. Alison Carter… ¿no te habrás largado mientras dormía?
—Claro que no —lo dijo un pelín ofendida, pero es que lo que había hecho no le parecía mucho mejor en comparación—. He esperado a que se levantase y le he dicho que estaba muy agobiada por el trabajo y que tenía que irme —reconoció—. Y me he ido…
Lo que decía… no mucho mejor en comparación.
—¿Le has dicho que estabas agobiada con el trabajo cuando sabe que llevas toda la semana adelantándolo y cuando ayer te sobró tiempo para follar en los baños de un bar de madrugada? —cuestionó aquel curso de los acontecimientos y luego abrió un necesario paréntesis en la conversación—. Sé que no es el momento, pero tienes que contarme cómo fue.
Se lo dijo por si quería apuntarlo en algún sitio para que no se le olvidara luego, pero ella ni se lo apuntó ni tenía ganas de hablarlo en un futuro cercano, así que cerró los ojos y negó suavemente con la cabeza.
—No se ha creído lo del trabajo y se ha agobiado mucho. —Suspiró y se frotó la cara con las manos—. Cuando me he ido parecía ir a echarse a llorar de un momento a otro.
«¿Te molestó algo de lo que pasó anoche?». Otra vez sintió que se le cerraba poco a poco la garganta y tuvo que secarse de nuevo los ojos con el dorso de las manos.
—Voy a hacerle daño, Gail. Ya se lo estoy haciendo…
—Tienes que hablar con ella —lo dijo como si fuera la única opción.
—¿Y qué le digo? ¿Que no puedo parar de pensar en todo lo de Jess_92? ¿Que estoy releyendo otra vez sus mensajes?
—Si es lo que está pasando, sí, deberías decírselo —ella le respondió con un bufido teñido de incredulidad y su amiga la miró—. ¿Crees que es mejor que no tenga ni puta idea de por qué de repente la estás evitando?
—No voy a decírselo, Gail. No quiero hacerle daño, no se merece que esté pasando esto.
Lo dijo mientras se levantaba del sofá con intenciones de escapar de allí e ir a la ducha.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Fingir que no ha pasado nada? ¿Podrías? ¿Intentar contactar con Jess_92 a sus espaldas?
Salió del salón con aquellas preguntas persiguiéndola, dolor de cabeza y ganas de llorar renovadas. Con la certeza absoluta de que quería estar con Jessie y de que la psicóloga no se merecía que ella pensara en Jess_92 ni siquiera medio segundo.
Jessie no se merecía nada de aquello y si lo estuviera haciendo adrede lo habría frenado incluso antes de empezar. Pero no lo estaba haciendo a propósito y no sabía cómo pararlo. La primera vez habían cerrado la puerta por ella, el «se acabó» venía implícito y de regalo, y aun así se había vuelto loca tratando de llegar hasta ella. Quemó todos los cartuchos. Todos. Hasta que no quedaron más y decidió que no quería buscarla si Jess_92 no quería que la encontrase. Que su silencio era suficiente respuesta y que era mejor dejarlo así.
De repente un doble tic azul. Y las preguntas de Gail seguían machacándole la cabeza a pesar de haber buscado refugio en la ducha.
«¿Y qué vas a hacer? ¿Fingir que no ha pasado nada? ¿Podrías? ¿Intentar contactar con Jess_92 a sus espaldas?».
Eso, Alison… ¿qué vas a hacer?
***
«Alison»
Última conexión 19:03
JESSIE: Me aburro, están faltando la mitad de los pacientes.
JESSIE: ¿Qué tal tú? ¿Van Gogh te tiene entretenida?
ALISON: Muy entretenida.
JESSIE: Así que los pelirrojos te gustan de verdad…
JESSIE: Por la hora que es no sé si sigues en el museo. Voy a salir a correr con Riley.
JESSIE: Si al final vas al gimnasio, ¿quieres que me pase cuando salgas?
«Muy entretenida». Dos palabras en lo que iba de lunes y ya eran las ocho menos cuarto de la tarde. El domingo tampoco fue mucho mejor, Alison se había marchado de su casa a eso de las diez de la mañana, envuelta en aquel halo de «tranquila, que no pasa nada, pero no puedo mirarte a los ojos ni un segundo más» o «ha pasado algo que no quiero que sepas», una mezcla de ambas. En su conjunto aquella apresurada retirada le había sonado al típico «no eres tú, soy yo» o a un sucedáneo algo menos dramático, porque su beso de despedida lo había suavizado un poco. Alison le había escrito a media tarde preguntándole qué tal estaba y habían hablado durante unos minutos, le dio la impresión de que la rubia intentaba aparentar normalidad y aquella desagradable sensación se le intensificó, porque parecía que lo estaba intentando demasiado. Unas horas después contestó a su mensaje de buenas noches y le costó una vida entera quedarse dormida, dio vueltas en la cama y miró el techo. Hacía mucho tiempo que no le pasaba eso de que algo la revolviera tanto por dentro como para impedirle conciliar el sueño. La última vez que vio las tres de la mañana despierta en la cama fue después de «lo de Grace».
«Jessie, podemos arreglarlo. Tú y yo podemos».
«Jess, de verdad, estoy muy agobiada, tengo mil cosas en la cabeza y necesito ir a casa».
Alison llevaba desde las once de la mañana sin responder sus mensajes y ella se repetía a sí misma que aquella exposición de arte impresionista la tenía desbordada, rescatando su primera excusa a falta de una mejor, porque no quería pensar demasiado en que había otro motivo. Un sofisticado mecanismo de negación que no le estaba funcionando todo lo bien que debería.
Guardó el teléfono de nuevo en el bolsillo de su chaqueta, había aprovechado para mirarlo mientras Riley se sacaba la piedrecita que se había colado en el interior de su deportiva apoyándose en su hombro para no perder el equilibrio.
—Es la sexta vez que miras el móvil en menos de veinte minutos —observó su hermana sacudiendo la deportiva—. Como cuando esperabas que pusieran la nota de alguno de tus exámenes. ¿Qué pasa?
Se lo preguntó, aunque lo sabía perfectamente. Su modo de decirle «si lo necesitas podemos hablarlo otra vez».
—Que sigue sin contestar —reconoció.
—Será un rollo hormonal… ¿le ha venido la regla? —curioseó mientras hacía equilibrios para colocarse de nuevo su calzado.
—No, no le ha venido la regla, Riley. La tuvo hace un par de semanas y lo único que quería hacer era acurrucarse en el sofá conmigo y comer chocolate —desestimó aquella posibilidad y la sujetó por el brazo para darle mayor estabilidad.
—La regla y el chocolate, todo un clásico.
Retomaron la carrera, corrieron durante uno o dos minutos, a un ritmo constante y en silencio. Su mente aprovechó el momento para repasar una vez más todo lo que había pasado el sábado por la noche, buscaba un indicio que pudiera justificar que Alison llevase prácticamente un día y medio sin apenas hablarle, pero solo encontraba jadeos y gemidos en los baños de un bar, sus manos colándose bajo su vestido en el asiento trasero de un taxi, recordaba a la rubia pidiéndole que la follara más fuerte mientras se restregaba contra su abdomen.
«Quiero ser solo yo».
Todo se reducía a eso una y otra vez, y como se había pasado buena parte de la noche en blanco tuvo tiempo de acordarse de su «Ha sido sorprendentemente fácil convencerte de que te quedes a dormir». «No voy a quedarme a dormir». Y después le había dado por pensar en que había insistido en eso como había insistido en todo lo demás. En impedir que Alison se marchara a casa después de aquella cena en el Kastoori y en perseguirla como una imbécil para robarle su primer beso. En buscarla en la biblioteca por sorpresa cuando sabía que la chica tenía que trabajar.
—Follasteis y os dormisteis, no ha dado tiempo a que pase nada lo suficientemente horrible como para que tengas esa cara de funeral, Jess —escuchó a Riley a su lado y la miró—. No te lo tomes a mal, pero a veces Zoey y tú sois unas putas drama queen. No es vuestra culpa, son los genes de papá.
—Creo que la estoy agobiando —lo dijo en voz alta, porque, aunque al principio no le veía mucho sentido, de tanto darle vueltas de repente tenía todo el del mundo.
—Agobiando. Tú a Alison. —Su hermana sacudió la cabeza y esbozó media sonrisa que quería decir «sí, claro» en tono bastante irónico—. Joder, Jessie, si cada vez que te mira o que habla de ti se le caen las putas bragas al suelo.
—Pues a lo mejor solo quiere que follemos y quedar de vez en cuando, y yo voy a llevarle putos zumos a la salida de su puto gimnasio casi todos los putos días.
—Has dicho «puto» tres veces, mamá te va a lavar esa puta lengua con jabón —Riley lo dijo como si lo que ella acababa de señalar no fuera lo suficientemente importante como para ser tomado en serio.
—Ayer dijo que estaba muy agobiada —insistió.
—¿Y no puede estar agobiada por algo que no seas tú? —exploró aquella posibilidad—. Mira, Jessie, no te lo tomes a mal, pero a veces Zoey y tú os pensáis que sois el jodido ombligo del mundo. No es vuestra culpa, son los genes de mamá.
—Pero tú misma lo has dicho, follamos y nos dormimos. ¿Con qué ha podido agobiarse? —la retó un pelín molesta porque su hermana le había llamado drama queen y egocéntrica en el transcurso de un minuto.
—No lo sé, la psicóloga eres tú —señaló encogiéndose de hombros.
Joder.
—Sabes que al sacarte la carrera de Psicología te dan un título, ¿verdad? Uno normal, de los de papel —lo aclaró—. La habilidad para leer mentes y las varitas mágicas las dan solo en Hogwarts.
—Habría sido una pasada ir a Hogwarts.
—Ahora me vendría de puta madre la varita…
Puede que lo dijera con especial desánimo, porque Riley frenó la marcha poco a poco, como si considerase que había llegado el momento de hablar en serio. La imitó y cuando la miró su hermana puso aquella cara que ponía siempre que la veía baja de ánimo, la de «no me gusta que estés así». Se había convertido en un clásico después de «lo de Grace».
—Jess, las chicas son complicadas, llevas más de diez años ejerciendo el lesbianismo, así que ya deberías saberlo —lo dijo mientras apoyaba ambas manos sobre sus hombros y conectaba sus miradas. Aquella tonalidad gemela de su verde le pareció especialmente cálida y le entraron ganas de darle las gracias por ser su hermana—. No te lo tomes a mal, pero Zoey y tú sois la hostia de sensibles…
—Son los genes de papá… —la cortó sonriendo de medio lado, pero le salió un gesto un poco triste.
—A Zoey la hace ser jodidamente insoportable, pero a ti te queda bien. Te hace ser la mejor psicóloga del mundo y la mejor hermana del universo, pero tiene su lado malo y es este —acompañó el comentario con una mueca del tipo «es lo que hay»—. Te hace sufrir demasiado y a veces te convierte en una drama queen.
—Así que soy una drama queen —lo dijo más animada y Riley sonrió.
—Menos que Zoey.
—¿Y menos que papá?
—Ese hombre es la reina de las reinas del drama, no hay nadie más alto —dio por sentado y después le rodeó los hombros con un brazo—. Vamos, anda. Te echo una carrera hasta el Zum Fitness.
—Riley…
Iba a decirle que no sabía si era una buena idea, porque Alison no había contestado que sí cuando ella había propuesto pasarse por allí a su hora de salida, aunque tampoco había contestado que no. Es que no había contestado nada. Al final dio igual lo que fuera a decirle, porque Riley no la dejó decir nada.
—Jess, puedo entender que Alison esté agobiada. Pero no puede pasar de cien a cero contigo en un segundo sin ni siquiera dar una explicación. Si no hablas con ella hoy, vas a pasarte otra noche apenas sin dormir y cuando no duermes te pones insoportable…
—Drama queen, egocéntrica e insoportable… Recuérdame por qué sigo saliendo a correr contigo.
—Porque las nenas nos miran al pasar y puedes fingir que se fijan en ti. —Ella le dio un codazo en el costado y Riley se rio—. Vamos, que Gail y Alison sudadas me ponen supercachonda.
Le enseñó la lengua y adoptó aquel gesto pervertido que ponía a veces antes de echar a correr cambiando de dirección. Se guardó para ella un «creo que sobre todo Gail», porque no era el momento ni el lugar y necesitaba prepararse mentalmente para la posibilidad de que Alison no le sonriera de la misma forma que siempre cuando se la encontrara allí al salir.
Conversación del 14 de junio de 2017
«Jess_92»
Última conexión 09/08/17
ALISON: ¿Dónde quieres que nos veamos?
JESS _92: Aún faltan tres semanas.
ALISON: Dos y media.
ALISON: Y tengo muchísimas ganas de verte.
JESS _92: Se nota.
ALISON: Si te lo estás replanteando, puedes decírmelo, Jess.
Conversación del 18 de junio de 2017
«Jess_92»
Última conexión 09/08/17
ALISON: ¿Estás nerviosa?
JESS _92: Contigo siempre estoy nerviosa.
ALISON: Entonces, ¿estás más nerviosa que de normal?
JESS _92: Depende…
JESS _92: ¿Tú quieres que esté más nerviosa que de normal?
ALISON: Idiota…
ALISON: ¿Lo estás?
JESS _92: Vamos a vernos en un par de semanas.
ALISON: Lo sé.
JESS _92: Es el paso definitivo… ¿y si no te gusto en persona?
ALISON: Ya me gustas. Me gustas mucho.
ALISON: Jess, me gustas tanto que no puedo esperar a verte.
ALISON: Y yo también estoy nerviosa. Pero todo va a ir bien.
JESS _92: Eso no lo sabes…
ALISON: Sí que lo sé.
Al final había ido jodidamente mal y ahora iba todavía peor. El día anterior le había dado las buenas noches a Jessie por un mensaje de WhatsApp, porque se sentía bastante culpable después de haberse pasado la tarde entera buceando entre sus viejas conversaciones con Jess_92 y la psicóloga se lo habría notado en la voz. Seguro. Jessie ya había notado demasiado. ¿Por qué demonios lo hacía? Releer sus antiguos mensajes buscando entre líneas un «todo fue real» mientras su interior al completo se retorcía en un silencioso «debería darte igual, ¿sabes?». Después se retorcía un poco más porque no se lo daba. No le daba igual.
¿Y por qué no se lo daba? Se repetía a sí misma que era normal querer saber. Que seis meses completos de su vida se merecían una explicación y si no existía una razonable, aceptaría cualquier otra. «Te mentí y me asusté» o «Todo fue tan solo un juego». Que le contara cómo pensaba cenar con ella el sábado por la noche en el Blue C. Sushi con otra cara. Jessie tenía que entenderlo, ¿verdad? Respuestas. Jessie tenía que entender que necesitara respuestas. Un porqué que le diera algún sentido, aunque ya no fuera a cambiar nada.
Y estaba segura de que Jessie podría entender eso.
Pero es que también necesitaba que Jess_92 le aclarase si todos aquellos «me muero por verte» los decía de verdad, si le gustaba tomar té por las mañanas y hacer maratones de cine clásico. Quería que le dijera que sí, que todo fue real. Es que algo le quemaba en la boca del estómago y quería pensar que era pura rabia, y tal vez lo era, pero no estaba segura en realidad.
El 13 de julio. Jueves. Jess_92 había leído sus mensajes el 13 de julio, hacía más de un mes. Los había leído y seguía conectándose, pero en silencio. ¿Y por qué entonces? ¿Por qué un jueves? ¿Por qué ese jueves?
¿Y qué más da ya? Alison, joder.
Un doble tic azul. Hacía más de un mes y solo le había dado eso. Aun así, había conseguido poner su vida de nuevo del revés, con tan poco, y a lo mejor era eso lo que le quemaba en la boca del estómago. Que siguiese afectándole tanto y lo patética que se parecía a sí misma. Jess_92 la había engañado y ella se moría por poder justificarla.
No sabía si Jessie entendería eso también.
«Jess, me gustas tanto que no puedo esperar a verte».
Golpeó el aire con mucha fuerza, y le habría gustado poder pegarle a algo sólido, muy sólido. Morgan la miraba desde el frente de la clase con cara de «tranquila, tigresa» y a ella le daba igual, porque solo quería que todo aquello desapareciera de una vez. Sacárselo de dentro a patadas. Volver a cerrar la puerta o viajar hacia atrás en el tiempo y borrar su maldita conversación antes de que fuera demasiado tarde. Tendría que haber quemado su lado de los puentes cuando tuvo oportunidad y no haberle dado pie a reconstruirlos. Tendría que haber hecho muchas cosas, pero en vez de eso relegó a la psicóloga a ser «Jessie Stevens» y Jess_92 mantuvo su estatus en la agenda de contactos de su móvil.
¿Jessie también tenía que entender eso?
Y que no le contestara los mensajes porque aquella sensación angustiosa se hacía aún más intensa cuando hablaba con ella fingiendo que todo iba bien. Eso también tenía que entenderlo.
Por supuesto.
Claro que sí, Alison.
Terminó la clase sudada y casi hiperventilando y salió de allí deprisa. No quería que Morgan aprovechara la oportunidad para molestarla con comentarios del tipo «dile a Jessie que necesitas más acción», porque en sus actuales circunstancias no iba a hacerle gracia. Se marchó directa a los vestuarios, le dolía el pecho por haberse forzado tanto y no podía respirar con normalidad, bebió un par de tragos de agua y se puso la sudadera para no coger frío al salir. Terminó enseguida, pues al parecer tenía mucha prisa por ir a alguna parte, a su casa para seguir torturándose seguramente.
«Deberías decírselo».
La monitora lo hacía parecer así de fácil. Soltarlo y ya está. Gail es que siempre había sido muy directa, pero ¿cómo se le dice algo así a alguien que te importa? ¿Y qué debería decirle? ¿Que un doble tic azul había sido suficiente para desestabilizarla del todo? La máquina del tiempo más potente de la historia, porque el sábado de madrugada le habían temblado las manos justo igual que tras su apresurada retirada como respuesta a aquel «¿Puedes explicármelo?». ¿Y qué le explicaba ella a Jessie? ¿Que no quería que cambiara nada entre ellas? Porque era verdad, no quería que cambiara nada, pero la morena podría contestarle «ya ha cambiado» y tendría que darle la razón. El sábado por la noche todo era jodidamente perfecto, estaban a lunes y «Muy entretenida» era lo único que le había dicho en todo el día. No hacía falta fijarse mucho para notar la diferencia. Saltaba a la vista.
Salía de los vestuarios con la misma prisa con la que había entrado justo en el momento en el que Gail quería pasar y chocó con su amiga de forma un tanto brusca.
—Ey... —La morena le acarició un brazo al descubrir que era ella—. Morgan dice que hoy en clase le has parecido o muy muy cabreada o hasta el culo de Red Bull.
—Pues no he tomado ningún Red Bull —contestó a medias mientras se ajustaba al hombro la bolsa de deporte. Se apoyó en el marco de la puerta dispuesta a esperar que cogiera sus cosas—. Necesitaba descargarlo todo…
Gail se colocó una de sus sudaderas y la miró mientras cerraba la taquilla.
—Necesitas hablarlo con Jessie, Carter. No quieres oírlo, pero es exactamente eso lo que te tiene así —se lo dijo pasando por su lado y siguió hablando mientras ambas caminaban hacia la salida—. Y te estás machacando por algo de lo que no tienes la culpa.
—La que seguro que no tiene la culpa es ella —lo dijo porque en su cabeza se repetía una y otra vez. Una de las muchas cosas que la hacían sentir así.
—Joder, Alison. No es como si follaras con Jess_92 a sus espaldas. Se ha presentado la oportunidad de tal vez poder saber quién es y por qué lo hizo y quieres saberlo. No creo que vayan a quemarte en la hoguera por eso. Date un respiro porque no es tan horrible.
Y no quiso decirle que lo realmente horrible no era eso, sino lo otro: no estar segura de qué quería en realidad. Saber por qué o confirmar que sí, que Jess_92 le correspondió y que todo fue real. Que le importara tanto. Que tenía claro que quería estar con Jessie, pero que le asustaba lo que pudiera sentir si al final la conocía a ella cara a cara. Y que por eso no quería que la psicóloga lo supiera. Eso era lo verdaderamente horrible. Eso era «lo otro».
Y lo otro no quería decirlo en voz alta.
Lo otro era su cabreo y sus Red Bull.