Adiós no, hasta luego - Anna Pólux - E-Book

Adiós no, hasta luego E-Book

Anna Pólux

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En No quiero perderme nada, Dani y Robin consiguieron varias de esas cosas que deseaban desde que eran niñas: vivir juntas, tener dinero para comprar toneladas de chocolate y tiempo para jugar. También aprendieron que un segundo puede cambiarlo todo. Tras aquel susto jodidamente enorme del que no hablarían nunca más, deciden que ya no quieren esperar para dar el siguiente paso, pero tal vez el siguiente paso no sea tan sencillo como imaginan. Ambas deberán enfrentarse a un montón de nuevas responsabilidades y descubrirán que la vida adulta no es tan divertida como pasarse las tardes jugando en el jardín. ¿Seguirán eligiéndose la una a la otra? ¿Conseguirán su «para siempre»? ¿A quién le cuenta Robin su historia? Acompaña a Dani y a Robin en el desenlace de la aventura que iniciaron juntas a los cinco años en este último volumen de la saga Recuerdos. Adiós no, hasta luego es la cuarta entrega de la saga Recuerdos, de Anna Pólux. En este cuarto y último volumen, Robin y Dani se enfrentan a la vida adulta, a multitud de responsabilidades y a nuevas ilusiones.

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Anna Pólux

Anna Pólux nació en Logroño, es licenciada en Historia y en Psicología, y en la actualidad se dedica profesionalmente a esta última. Desde siempre ha sido aficionada a la lectura y la escritura: sus libros favoritos pertenecen al género de suspense y policíaco (Agatha Christie, Douglas Preston y Lincoln Child), pero uno de sus pasatiempos favoritos es escribir relatos de tinte romántico con toques de humor. Publicó su primera historia en el año 2009 bajo el seudónimo de Newage, y desde entonces ha continuado compartiendo sus escritos en distintas plataformas online. A Anna le gusta explorar el mundo emocional de cada uno de sus personajes, y dedica gran parte de su tiempo libre a confeccionar las tramas de sus historias y las relaciones que podrían establecerse entre sus protagonistas. Comparte con Cris Ginsey el blog La bollería de Ginsey.

 

@newage1119

@labolleriadeginsey

Ilustración de portada: Margarita H. García @margacong

 

 

En No quiero perderme nada, Dani y Robin consiguieron varias de esas cosas que deseaban desde que eran niñas: vivir juntas, tener dinero para comprar toneladas de chocolate y tiempo para jugar. También aprendieron que un segundo puede cambiarlo todo.

Tras aquel susto jodidamente enorme del que no hablarían nunca más, deciden que ya no quieren esperar para dar el siguiente paso, pero tal vez el siguiente paso no sea tan sencillo como imaginan. Ambas deberán enfrentarse a un montón de nuevas responsabilidades y descubrirán que la vida adulta no es tan divertida como pasarse las tardes jugando en el jardín.

¿Seguirán eligiéndose la una a la otra? ¿Conseguirán su «para siempre»? ¿A quién le cuenta Robin su historia?

Acompaña a Dani y a Robin en el desenlace de la aventura que iniciaron juntas a los cinco años en este último volumen de la saga Recuerdos.

Adiós no, hasta luego es la cuarta entrega de la saga Recuerdos, de Anna Pólux. En este cuarto y último volumen, Robin y Dani se enfrentan a la vida adulta, a multitud de responsabilidades y a nuevas ilusiones.

Adiós no, hasta luego

Adiós no, hasta luego

Recuerdos IV

Anna Pólux

 

Primera edición: noviembre de 2023

© Anna Pólux, 2023

© Letras Raras Ediciones, S. L. U., 2023

© Margarita H. García (IG @margacong), ilustración portada, 2023

LES Editorial pertenece a Letras Raras Ediciones, S. L. U.

www.leseditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-19879-07-3

IBIC: FRD

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

 

Para mi bebé maravilla.

 

 

 

 

¿Quieres escuchar la banda sonora de esta historia?

Anteriormente en No quiero perderme nada

En No quiero perderme nada Dani y Robin se fueron a vivir juntas, entre muchos «sois muy jóvenes» y «es demasiado pronto» descubrieron que ver siempre la misma cara al despertarse les parecía lo mejor del mundo. Les parecía tan jodidamente increíble que querían más.

En realidad, Dani llevaba queriendo más desde los diecisiete, así que decidió cumplir aquello de «se lo pediré en cuanto vuelva de la universidad» y se pasó semanas en busca del anillo perfecto y confeccionando un discurso de los de «vas a flipar». Al final flipó ella, por culpa de un montón de señales que le susurraban «baja intensidad, Dani» y dudas del tipo «¿y si es demasiado pronto de verdad?», pero Robin se encargó de despejarlas en un momento, pisándole la sorpresa y preguntándoselo primero.

Margaret y Christine fundaron la agencia de planificación de bodas «Margarettine Wedding Planner» y se pasaron meses ideando una ceremonia clásica y multitudinaria. Sobre todo, multitudinaria. Dani y Robin tuvieron que utilizar al máximo sus habilidades de negociación, pero al final consiguieron dar el «sí quiero» descalzas bajo su casa del árbol. Lograron tener tarta de chocolate de postre a cambio de invitar a la jodida tía abuela Gladys, un gran éxito en su pulso de poder contra MWP.

Pasaron la luna de miel en la Isla de las Medusas, en temporada baja y toda para ellas, entre mucho sol, sexo, gilipolleces y mensajes enterrados en la arena. Volvieron a casa con intenciones de regresar en diez años. Su cita del futuro.

Pero sus planes se tambalearon cuando esquivaron por poco al monstruo más terrorífico de todos, al que le ganaron la partida gracias a la torpeza innata de Dani, a una caída tonta y un esguince en la muñeca. Sintieron sus garras heladas casi rasgándoles la piel, rasgándolas a ellas, pero Dani no cogió aquel avión y las esquivaron por muy poco.

Se prometieron que no hablarían de aquel susto jodidamente enorme nunca más, pero aquel susto jodidamente enorme les habló a ellas.

«Todo puede acabar mañana, ¿a qué estáis esperando?».

Tenía razón, así que Dani le dijo a Robin «un bebé te queda bien ahora».

Y le quedaba bien, así que decidieron dejar de esperar.

1Veinticuatro años: Con o sin bebé maravilla

A los ocho pensaba que compartir la casa del árbol con Dani era lo más chulo del mundo, pero a los veinte descubrí que convivir con ella en el mismo piso era muchísimo mejor. Cada vez que estrenaba nueva etapa con aquella chica pensaba que era lo más alucinante del universo, hasta que llegaba la siguiente y la desbancaba del primer puesto a base de sonrisas tontas, lágrimas, hipo y palabrotas con acento.

A base de Dani.

Me decía cosas como «es la mejor casa del árbol del mundo, ¿a que sí, Robin?», «es el mejor piso de sesenta metros cuadrados del mundo, ¿a que sí, Robin?», «será el mejor bebé maravilla del mundo, ¿a que sí, Robin?» y una voz parecida a la mía me susurraba por dentro «no sería tan alucinante si la otra mitad no fuera ella, ¿a que no, Robin?».

Y no. No lo sería.

Los veinticuatro fueron tan extraordinarios porque el «estoy embarazada» lo escuché en su voz.

Menudo mazazo emocional.

Mi madre se había pasado la vida repitiéndome frases del estilo «cuando seas madre te van a faltar años para pedirme perdón» y «no le deseo el mal a nadie, pero ojalá tengas una igualita a ti» y yo pensaba «pues te va a salpicar, abuela Margaret».

Dani decía «será el bebé maravilla más alucinante de todos» y lo realmente alucinante fue cuando dejamos de hablar en futuro. Cuando me dijo «te queda bien ahora» y el suelo desapareció bajo mis pies.

En ese momento supe que mi corazón no volvería a latir despacio nunca más.

Dani quería mis genes recesivos y yo quería los genes recesivos de Dani, pero la biología es una mierda, de verdad, así que tuvimos que conformarnos con el cincuenta por ciento y dedicamos un par de meses a documentarnos a fondo acerca de técnicas de reproducción asistida. Visitamos un par de centros en Cleveland y otro en Columbus y nos aprendimos de memoria los pasos del método ROPA.

Elegimos mis óvulos y los genes recesivos de un donante de características físicas semejantes a las de Dani. Un donante con ojos verdes. Pensé que no serían tan bonitos como los suyos, pero estaba segura de que los de nuestro bebé maravilla serían los más preciosos del mundo.

Iba a enamorarme de aquella personita diminuta muy rápido.

Iba a enamorarme de Dani más y muy fuerte.

En fin de año, se quedó frita a mitad de un interesantísimo «Robin, dicen que durante el embarazo te pones supercachon…» y yo dediqué unos quince minutos a observarla respirar suave y acompasado.

Antes de cerrar los ojos tuve que inspirar hondo, porque recordé lo primero que me había dicho justo después de besarme tras la entrada al nuevo año y un cóctel explosivo de impaciencia y muchas ganas me encogió los pulmones a lo bestia.

«Este año lo vamos a flipar, ¿a que sí, Robin?».

Tres.

Dos.

Uno…

***

Robin y Dani a los seis años

Enero

No entendía por qué sus madres no habían querido dejarlas solas aquella tarde mientras iban a tomar café a casa de una compañera de trabajo de Christine. Ya tenían seis años, por Cristo bendito, luego Margaret bien que le decía que era lo suficientemente mayor como para hacer su propia cama.

Cuánta hipocresía.

Así que, en vez de en su casa tomando toneladas de chocolate mientras veían sus dibujos favoritos, estaban en el salón de una tal Felicity compartiendo espacio y tiempo con sus hijas. Dos niñas de diez años que tenían la misma cara y llevaban la misma ropa.

Dani le había dicho bajito al oído que le recordaban a los gatos simameses de La dama y el vagabundo, que seguro que eran simamesas también. En aquel momento, ella tuvo que taparse la boca con las dos manos para aguantarse la risa, pero la cosa había dejado de tener gracia hacía dos o tres vidas ya.

A las simamesas les gustaban los dibujos más aburridos de la historia de la televisión y los bocadillos de la merienda se los habían comido en tensión, entre terribles advertencias del tipo «si tiráis migas al suelo, mamá os las hará recoger con la lengua». Encima Dani había echado más leña al fuego con un «no quiero chupar el suelo, Robin, seguro que las simamesas lo han pisado descalzas», así que la mantequilla de cacahuete le sentó regular.

Media hora después de haberse terminado la merienda, despegó la vista del televisor y cayó en la cuenta de que su mejor amiga no estaba a su lado en el sofá, así que escaneó el salón hasta localizarla en una esquina. Estaba sentada en el suelo al estilo indio y acariciando delicadamente a la mascota de las simamesas, una perrita que se llamaba Nala y que, en aquellos momentos, casi roncaba en su cama mientras Dani le hacía mimos de los suyos.

Skippy también se quedaba dormido cuando la morena lo acariciaba así.

—No le toques mucho la barriga.

Una de las simamesas lo dijo en voz alta a su lado en el sofá, Dani retiró la mano de la tripa del animal a toda prisa y miró a aquella niña con gesto preocupado.

—¿Por qué? ¿Está malita?

—No, pero va a tener perritos y papá dice que tenemos que tratarla con cuidado —contestó la otra.

Perritos. Se levantó a toda prisa del sofá y se sentó junto a su mejor amiga en el suelo para acariciar la cabeza de Nala.

—¿A qué hora los va a tener?

Lo preguntó mirando a las dos niñas con gran interés, porque si los tenía antes de que se marcharan, a lo mejor Margaret le dejaba llevarse alguno a casa. Lo llamaría Spider, dormiría en la cama con ella y haría pis en la de Glenn. Las simamesas se miraron entre ellas con gesto divertido, como si su pregunta les hubiese hecho gracia, y ella parpadeó un par de veces, inmune a sus estúpidas sonrisitas y en espera de una respuesta.

¿Podría llevarse un perrito para que se hiciera pis en las deportivas de su hermano o no?

—No los va a tener hoy, tonta.

—¿Por qué no? —Quiso saber, profundamente desilusionada por aquella maravillosa oportunidad perdida.

—Porque los tiene que llevar en la barriga dos meses.

La simamesa número uno lo explicó como si aquello fuera vox populi y, después, centró la vista en la televisión, dejándola a solas con su mala suerte. Dani colocó la mano con cuidado sobre el abdomen de Nala y cerró los ojos en señal de intensa concentración, así que ella le dio unos segundos de margen antes de que la impaciencia la obligarse a interrumpirla.

—¿Qué haces, Dani?

—Quiero ver si se mueven. Mi mamá dice que cuando estaba en su tripa me movía mucho y le daba patadas.

¿Patadas? ¿En serio? ¿Danielle Nichols? Aquella información le sorprendió bastante, la verdad, pero no quiso cuestionar la palabra de su mejor amiga. Se limitó a apoyar suavemente la oreja sobre la barriga de Nala y cerró los ojos igual que había hecho la morena.

—¿Qué haces tú? —preguntó Dani en tono divertido.

—Quiero ver si ladran, mi mamá dice que ya le contestaba mal desde la barriga.

Casi no le dio tiempo ni de terminar de decirlo, su mejor amiga apoyó la cabeza junto a la suya a la velocidad de la luz y las dos se sostuvieron la mirada desde muy cerca mientras esperaban escuchar a los cachorros. Se pasaron por lo menos un minuto entero observándose parpadear y casi conteniendo la respiración para no perderse el espectáculo.

—¿Los oyes? —susurró la morena al cabo de un rato.

—No.

—Yo tampoco. A lo mejor es que no son tan maleducados como tú.

Dani sopesó aquella posibilidad regresando a su posición original sentada en el suelo y ella la imitó fijando su vista en Nala.

—No se mueven y no ladran. Tener cachorros es aburrido —opinó acariciando distraídamente el costado del animal.

—Es muy aburrido. —Estuvo de acuerdo su mejor amiga.

***

Robin y Dani a los veinticuatro años

Enero. Día 0

En el interior del coche, Steven Taylor entonaba el estribillo de Crazy1, Dani miraba distraídamente por la ventanilla del copiloto y ella dividía su tiempo entre fijar la vista en la carretera y controlar la velocidad del vehículo mientras intentaba gestionar todo lo que sentía dentro. De vez en cuando echaba una rápida ojeada a su mujer, quería preguntarle «¿notas algo?», pero era una gilipollez, así que se mordía la lengua y centraba su atención en las señales de tráfico que confirmaban que dejaban Cleveland atrás.

Hacía media hora que salieron de la clínica de reproducción asistida y los primeros quince minutos los había dedicado a interrogar a su mujer al máximo, al estilo que llevaban cultivando toda la vida.

«¿Te ha dolido?», «¿ha sido desagradable?», «¿qué has sentido?», «¿te notas rara?», «¿de verdad tenemos que esperar tanto para saber si estás embarazada?», «¿estás cansada?», «¿te apetece pizza y peli esta noche?».

—La semilla del diablo —dijo Dani de pronto abandonando su escrutinio al exterior para mirarla a ella—. Y La profecía.

Sonrió de lado al escuchar aquellas dos propuestas que sumar a su particular lista de «películas que ver mientras estás esperando». Habían pactado unos estrictos criterios de inclusión para confeccionarla. Los largometrajes seleccionados tenían que encajar en los géneros de terror y/o suspense y debían incluir el tema que las ocupaba en el momento presente: los niños y el embarazo. Necesitaban muchas y en lo que llevaban de viaje casi habían cubierto la mitad del cupo.

Muchos días.

Muchas películas.

Muchas toneladas de ansiolíticos iba a necesitar para convencer a su corazón de que latiera más despacio.

—Apuntadas —respondió dedicándole media sonrisa.

Dani le devolvió el gesto y cuando ella regresó la vista a la carretera pudo sentir que su verde favorito le recorría el perfil, así que se sujetó con un poco más de fuerza al volante y se humedeció los labios antes de preguntar.

—¿Qué?

Notó cómo los dedos de su mujer iniciaban un suave masaje a su nuca y con la siguiente inspiración llevó un poco más de oxígeno a sus pulmones. El contacto físico con aquella chica siempre le ayudaba a respirar mejor en momentos de importante tensión emocional.

—¿Estás nerviosa? —preguntó Dani en tono suave sin dejar de mirarla, y ella mantuvo la vista fija en la carretera mientras se debatía entre sincerarse o hacerse la fuerte.

Medio segundo después decidió que la morena la conocía demasiado bien como para tragarse cualquier otra cosa que no fuera la verdad, de modo que tragó saliva y asintió con un suave movimiento de cabeza antes de mirarla.

—¿Y tú?

Su mujer sonrió de lado. Una sonrisa pequeña y empapada de «joder, sí, mucho», de «estar así de nerviosa contigo es lo mejor del mundo», y terminó asintiendo con la cabeza a imitación de su respuesta anterior.

—No pasa nada si no sale bien a la primera, Dani —dijo en voz alta con la esperanza de convencerse ella también por el camino.

—Ya lo sé —suspiró la morena colocándose bien en su asiento—. Del sesenta y cinco al setenta por ciento de posibilidad de éxito en el primer intento.

Es que las estadísticas se las sabían de memoria.

—Espero que mis genes Brooks se agarren a tu útero muy fuerte.

—Espero que sí.

Dani contestó en aquel tono mitad entusiasmado mitad preocupado y ella le acarició el muslo en un gesto cargado de afecto y de «pase lo que pase vamos a estar bien». No quería que su mujer cargara con una responsabilidad que no era suya. En una de sus charlas de madrugada entre las sábanas de la cama abrieron barra libre para compartir miedos y preocupaciones y Dani terminó confesándole que, aunque era una gilipollez, a veces tenía miedo de decepcionarla si aquello no salía bien.

Decepcionarla. Dani. Sí que era una gilipollez, pero en su turno reconoció que le preocupaba no saber estar ahí de la forma en que ella necesitara que lo estuviera durante aquellos nueve meses, así que esa noche decidieron que las dos quedaban empate en estupidez.

—¿No te parece raro que ahora mismo haya algo mío dentro de ti?

Lo preguntó mirándola fugazmente y con aquel pellizco suave en la boca del estómago, porque cada vez que lo pensaba le parecía aún más increíble que la anterior. Estar compartiendo aquello con Dani hacía que lo sintiese todo el doble de íntimo.

El triple de cómplices.

Su mujer se moría por tener una versión suya en miniatura y a ella le burbujeaba el pecho cuando la escuchaba hablar de esa forma, porque todo a su alrededor sonaba a «¿la estás oyendo? Está loca por ti». Se le revolucionaba el cuerpo entero, como cuando de pequeñas Ronda decía «se piensa que Robin es la mejor, porque además de inglesa es tonta». Y Dani lo pensaba de verdad, que ella era la mejor, así que su mirada comenzó a hacerla sentir especial a los cinco años y no había parado desde entonces.

Miró fugazmente el vientre de su mujer y devolvió la vista a la carretera con aquella sensación nueva y excitante estimulándole las terminaciones nerviosas. Con un poco de suerte, en unos días les dirían que su bebé maravilla estaba ahí, con sus genes Brooks y con las hormonas Nichols tratando de suavizar el desastre. Solo tendrían nueve meses de margen, así que ya podían ponerse las pilas.

—Algo tuyo dentro de mí, menuda novedad…

La morena lo dejó caer en tono pervertido mientras miraba por la ventanilla del copiloto y ella se rio haciéndole cosquillas en el costado sin desviar su atención de la calzada. La escuchó protestar entre risas y dos segundos después las dos guardaron silencio absoluto cuando el teléfono de Dani comenzó a sonar en el manos libres.

Anunciaba una llamada entrante de Christine.

Intercambiaron una mirada de las de «vaya por Dios», porque nadie sabía que habían viajado a Cleveland aquella tarde. En realidad, nadie sabía que habían viajado a Cleveland muchas tardes durante los últimos meses. Las visitas médicas, las distintas pruebas y los múltiples análisis los fueron guardando bajo secreto de sumario.

—Puta mierda —masculló Dani y ella suprimió una sonrisa al oírla jurar—. Va a preguntar qué hacemos en el coche.

—¿Y si no se lo cogemos?

—Te llamará a ti, luego a Margaret y luego al FBI. Respira hondo y déjame hablar a mí.

Su mujer se hizo cargo de la situación con tono confiado y pulso firme. Le maravillaba la sangre fría que tenía a veces, contrastaba al máximo con aquellos ridículamente cobardes «Robin, me hago pis. Acompáñame al baño, por favor» con los que interrumpía cada una de sus sesiones de cine de terror.

Dani se aclaró la garganta antes de descolgar la llamada y ella apretó con un poco más de fuerza el volante y tragó saliva. Ocultar todo aquello a Margarettine Baby Planner estaba resultando un desafío de los gordos, porque tenían una puntería de la hostia.

Eso o realmente terminaron colocándoles aquellos geolocalizadores a los dieciséis.

El día que le extrajeron los óvulos, Margaret llamó a su teléfono tres veces mientras ella estaba sedada. Después probó suerte con Dani y la morena le dijo que se había ido de cervezas con sus amigos a las cuatro de la tarde. Cuidando su reputación. Su madre chasqueó la lengua en plan «por Dios, esta niña» y casi le pasó el contacto de un grupo de ayuda de Alcohólicos Anónimos.

—Hola, mamá.

Su mujer contestó la llamada retomando las caricias a su nuca y ella optó por guardar silencio adoptando el rol de espectadora pasiva en toda aquella historia.

—Hola, mi amor. Acabo de hablar con tu tía Sharon y está disgustadísima. ¿Tú sabías que tu primo Liam fuma hierba?

Sonrió al escuchar a su suegra y buscó la mirada de Dani con un divertido «menudo plot twist» asomando a su azul.

—¿No lo sabíais vosotras? Tiene un campo de marihuana de foto de perfil en Facebook, mamá.

—Pensábamos que era hierbabuena y que le gustaba la jardinería. Tu tía Sharon está muy disgustada, no sabe qué hacer con él.

Ella se tuvo que aguantar la risa al escucharla y Dani le pegó en el costado como reprimenda.

—A lo mejor no debería haberle dejado cultivar «hierbabuena» en el balcón de su habitación a los diecisiete. —Probó suerte la morena en plan irónico.

—Te repito que pensábamos que le gustaba la jardinería, Dani. ¿No te acuerdas de lo preciosísimas que tenía las caléndulas del jardín de los abuelos?

—Porque la abuela le pagaba cinco libras a la semana por cuidárselas y él quería dinero para comprar «hierbabuena» a otros aficionados a la jardinería.

Eso último la morena lo dijo con una sonrisa evidente en su voz y Christine debió de captarlo al vuelo, porque cambió su actitud a una de madre indignada.

—No sé para qué te cuento nada si todo te lo tomas a pitorreo. A ver si sigues siendo tan lista cuando tengas hijos…

Al escucharla, Dani buscó su mirada y ella hizo lo mismo, así que se encontraron a medio camino de aquel secreto que guardaban desde hacía meses y sonrieron a la vez.

—¿Estás conduciendo?

Christine lo preguntó al percatarse de repente del ruido ambiente y sonó sorprendida. En una ciudad tan pequeña como la suya solían ir caminando a todas partes. Dani cambió su expresión de «vamos a tener un bebé» por otra de «mierda, lo sabía» y miró el manos libres, como si sus mentiras fueran a quedar más convincentes diciéndoselas a la cara.

—Eh…, sí. Eh…, no. Bueno, sí, pero conduce Robin, vamos al supermercado.

«Eh…, sí. Eh…, no. Bueno, sí…». Como inicio sonaba poco convincente, pero había conseguido una recuperación bastante aceptable con la segunda parte. Lo del supermercado colaba seguro y era la excusa perfecta para trasladarse en coche por una ciudad diminuta.

—¿De verdad? Pues me viene perfecto, tu padre ha estado hace un rato y se le ha olvidado comprar las cápsulas del café. ¿Os importa comprar un par de cajas y acercármelas?

Vaya.

Pues había colado del todo, un poco demasiado.

Para no levantar sospechas tuvieron que pasar por el supermercado a por las puñeteras cápsulas del café y de paso compraron palomitas al por mayor para sus próximas noches de cine de terror.

***

Tres días

Quedaban tres días para su cita en la clínica de reproducción asistida y un análisis de sangre les diría si Dani estaba embarazada o si debían intentarlo otra vez. Se habían repetido eso de «no pasa nada si no sale bien a la primera» tantas veces que aquellas palabras habían dejado de tener sentido y ella se pasaba el día mirando el vientre de su mujer cada dos por tres. Estaba convencida de que su bebé maravilla ya estaba ahí.

Seguro que no se sentiría así si no hubiese funcionado.

Observó a la morena en silencio desde su lado de la cama. Llevaba un rato leyendo soporíferos documentos de trabajo como si fueran el cómic de superhéroes más interesante del mundo. Recorrió su perfil con la mirada y sonrió para sus adentros, porque, por mucho que se burlase de lo aburrido que era el derecho le encantaba que a Dani le gustase tanto.

—Llevas mirándome por lo menos diez minutos —dijo la morena de repente sin desviar la vista de sus papeles y ella se incorporó sobre el colchón sustentando el peso de su cuerpo sobre el antebrazo.

—No ha llegado a cinco, pero siempre te has creído muy guay.

Dani sonrió, aún mirando sus documentos, y ella se contagió de su gesto sin dejar de desgastarle las facciones. Se dejó caer sobre la almohada de nuevo y paseó la vista por la camiseta del pijama de su mujer, por la forma en que dibujaba la silueta de sus pechos y su abdomen. Su bajo vientre quedaba oculto bajo el edredón y dedicó un par de minutos a simplemente mirarlo mientras intentaba no pensar demasiado.

Habían pactado que esperarían a tener una confirmación oficial antes de dar nada por sentado. Dani le había dicho muy seria desde el principio que no quería hacerse ilusiones y que después les dijeran que no había funcionado, así que ella le contestó «vale, Dani», pero aguantárselo todo dentro no estaba resultándole tan sencillo como había imaginado.

Y no podía contárselo a nadie más.

Solo lo sabían ellas dos, faltaban tres días para los jodidos análisis y tenía tantas ganas de acariciarle el vientre que le quemaban los dedos. Llevaba demasiado tiempo aguantándoselas y mirándole la tripa a escondidas. Tragó saliva y el corazón se le aceleró un poco dentro del pecho justo en el momento en que su mano se puso en movimiento en aquella dirección prohibida.

Quería tocarlo. Quería preguntarle «¿no lo sientes tú también?», porque necesitaba poder hablarlo con la persona con la que lo hablaba todo y oírla decir «nos van a decir que estoy embarazada, ¿a que sí, Robin?». Y ella siempre había sido una niña de acción, así que tras demasiados días de lucha interna se rindió a sus impulsos y coló la mano bajó el edredón para acariciar el vientre de Dani de una forma inédita. Lo sintió jodidamente distinto bajo su palma. Se sintió diferente por dentro también.

—¿Qué haces? —Su mujer apartó los documentos a un lado para poder mirarla y ella le acarició el vientre un poco más.

—Nada —respondió encontrándose con un verde que insinuaba un «para» bastante evidente.

—Robin…

Sonó a advertencia. Sonó a «quedan tres días» y a «esto es lo que menos necesito ahora mismo», así que se dijo a sí misma «no seas gilipollas y espera un poco más». Estaba a punto de retirar la mano, pero Dani se le adelantó y se cogió un cabreo de los acojonantes en tiempo récord.

De cero a cien en medio segundo.

Su mujer dejó los papeles del trabajo a un lado y se destapó de malas formas echándole el edredón por encima. No pudo verla, pero la escuchó reprocharle «¿en qué quedamos, Robin?» setenta por ciento enfadado, treinta por ciento «joder, voy a llorar» y la sintió levantarse de la cama.

Se destapó a toda prisa con la intención de encontrarse con su mirada y decirle «eh…», un poco descolocada, pero la localizó saliendo de la habitación sin molestarse en encender la luz del pasillo ni nada.

Impresionante.

Observó la puerta durante unos cuantos segundos y después se dejó caer sobre el colchón soltando un gruñido frustrado. Una especie de «así se hace, Brooks» irónico y acusador, porque aquella espera ya resultaba bastante jodida sin necesidad de que nadie te tocara las narices.

Lo sintió en mitad del pecho, la misma sensación de siempre abriéndose paso entre sus costillas y presionando en la superficie. Aparecía sin falta cada vez que Dani se sentía mal por culpa suya y le gritaba al oído «¡arréglalo ya!».

Se levantó de la cama y salió al pasillo encaminándose hacia el salón, se encontró a su mujer sentada en el sofá e iluminada parcialmente por la luz que se colaba a través de las cristaleras del balcón. Por un momento se sintió rara, allí de pie en mitad de la noche, y se rascó la nuca en un gesto nervioso porque no sabía muy bien qué decir.

Era la primera vez que se encontraban a tres días de saber si Dani estaba embarazada y le faltaba práctica en el manejo de aquel escenario.

Se acercó a su mujer sintiendo lo frío que estaba el suelo bajo sus pies descalzos y se sentó frente a ella, sobre la mesita que tenían junto al sofá. Por un par de segundos ninguna de las dos dijo nada y la morena ni siquiera la miró, así que optó por inclinarse despacio hacia ella y acariciarle los muslos de forma suave. Era un silencioso «perdona» que las dos conocían muy bien.

—¿No puedo estar sola ni medio minuto? —murmuró su mujer en tono gruñón.

—¿Quieres estarlo? —respondió con otro interrogante y la morena tensó ligeramente la mandíbula al escucharla, pero no dijo nada, así que ella suavizó el tono antes de insistir de nuevo—. ¿Quieres que me vaya?

A pesar de la poca iluminación, el gesto de la cara de Dani presagiaba lágrimas e hipo y no quería marcharse dejándola así, pero si le pedía espacio, tenía que dárselo. Pasaron un par de segundos en silencio, de modo que tragó saliva y se levantó dispuesta a regresar a la habitación.

—No. —Su mujer la frenó tomándola por la muñeca y ella la miró de pie frente al sofá—. No te vayas.

La morena tiró de su brazo, invitándola a sentarse a su lado, así que se dejó arrastrar acomodándose junto a ella y, de nuevo, guardaron silencio. Quería preguntarle «¿qué te pasa?», pero ya la había cagado bastante por una noche y prefería no presionarla más.

Repetían «si no funciona a la primera, no pasa nada» como unos papagayos, pero Dani no se lo creía de verdad y ella tampoco. Demasiadas emociones y demasiada presión. Aquella parte de «vamos a tener un bebé» no le estaba gustando tanto como se había imaginado.

Respiró profundo preguntándose cómo lo encajarían si no salía bien aquella primera vez, tendría que pensar en algo que decir mejor que un ridículo «no pasa nada».

Sí que pasaba.

—No estoy embarazada.

Dani lo dijo a media voz, pero ella lo escuchó a todo volumen y el corazón se le puso a mil mientras su estómago se encogía de forma brusca y desagradable. Sus pulmones diezmaron su tamaño y frunció el ceño desorientada y confundida.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó en un susurro con la vista fija en su perfil.

—Porque lo sé. Porque no siento nada, así que deja de mirarme así y de imaginarte cosas.

Dani la miró y ella vislumbró un segundo de su verde favorito húmedo y agobiado antes de que su mujer se acurrucara contra su cuerpo buscando refugio en su pecho. La estrechó entre sus brazos, secretamente aliviada por aquella respuesta tan poco concluyente, y le besó el pelo un par de veces antes de hablar.

—Dani, sé que te crees muy lista, pero esto no lo sabes.

—¿Y si en los análisis sale que no? —preguntó sin moverse ni medio milímetro de la posición que había adoptado, acurrucada contra su anatomía, y ella desterró de su vocabulario aquel estúpido «no pasaría nada». Sí que pasaría y sería mil veces mejor pasarlo las dos juntas que hacerlo cada una por su lado.

Dani y ella nunca habían funcionado por separado.

—Si sale que no, tú llorarás con hipo en mi hombro y yo lloraré sin hipo en el tuyo y después lo intentaremos otra vez.

Tras aquella respuesta se quedaron en silencio y sintió cómo la morena se acomodaba aún más en ella y comenzaba a respirar suave y acompasado contra la piel de su cuello. Por un rato no hizo nada más que permanecer inmóvil en mitad de la penumbra de su salón, abrazando a Dani y dejándose abrazar.

—Llorar sin hipo no es llorar —dijo bajito la morena y ella sonrió de lado al escucharla.

—Sí que es llorar, pero a ti te gusta hacerlo todo a lo grande.

Su mujer la miró sin abandonar el apoyo en su pecho y ella ladeó la cabeza para poder conectar con sus ojos, aún estaban húmedos, pero Dani sonrió un poco al conectar con su azul y a ella se le inflamó el pecho al verla.

Cada vez que conseguía hacerla sentir mejor cuando estaba triste era una pequeña gran victoria. Los grandes éxitos de su vida.

—Y a ti te gusta que lo haga así —dijo en plan gallito, pero le salió descafeinado y empañado por el rastro de un par de lágrimas en sus mejillas. Ella le recorrió las facciones con la mirada y le secó una de las mejillas con el pulgar.

—Te quiero, Dani. Digan lo que digan esos análisis. Con o sin bebé maravilla. Voy a seguir queriéndote igual.

Dani bajó la vista a su boca mientras jugueteaba con uno de sus mechones rubios entre los dedos. No le había dicho nada nuevo, su mujer lo sabía de sobra, pero la dilatada historia de su amistad le había enseñado que había momentos en los que necesitaba escucharlo en voz alta.

—Y tú me quieres. Digan lo que digan esos análisis. Con o sin bebé maravilla. Vas a seguir queriéndome igual. Las cosas solo pueden ir a mejor.

—Quiero que vayan a mejor.

—Llevan mejorando desde los cinco, no van a parar ahora. Con o sin bebé maravilla, Nichols.

—Con. —Eligió buscando su mirada.

—O sin —repitió aquella idea, porque le parecía importante que Dani lo escuchara—. O sin, Dani.

—O sin. —Accedió por fin y le acarició la cara con la yema de los dedos.

***

Madre mía.

Menuda inutilidad de ser humano.

Hablaba de Glenn, por supuesto, porque era domingo y por culpa del idiota de su hermano llevaba media mañana desperdiciada en el taller, en lugar de estar haciéndose arrumacos con Dani debajo de las sábanas, reorganizando ficheros y papeles en busca de la información de un cliente al que, al parecer, su hermano había introducido en la base de datos con otro nombre.

Le había dicho miles de veces que, por favor, no tocara el ordenador. Que se dedicara a meterse grasa debajo de las uñas y a manchar el mono de trabajo tan bonito que vestía cada día, pero ¿le había hecho caso? Pues claro que no.

Gruñó por quinta vez consecutiva en menos de dos minutos golpeando con saña las teclas.

¿Odiaba a Glenn? Por supuesto, la duda ofende.

¿Era totalmente culpa de Glenn su mal estado de ánimo? ¿Su nerviosismo? ¿Su irritabilidad? No, la verdad era que no.

La verdad era que al día siguiente Dani y ella tenían cita en Cleveland para aquel análisis de sangre y la espera de los últimos días les estaba pasando factura a las dos. Joder, es que había rezado tanto que podría entrar en El libro Guinness de los récords. La Iglesia debería beatificarla o algo y los de arriba tendrían que escucharla, aunque solo fuera por pesada.

Es que no recordaba haber querido nada con tanta fuerza como deseaba aquello. Ni las ediciones coleccionistas de sus cómics favoritos. Ni que a Ronda la mandasen a un colegio de los chungos en la estepa siberiana. Nada.

Conocía a Dani desde los cinco años y aquella niña siempre había sido un pozo inagotable de entusiasmo y emoción, pero nunca la había visto tan extremadamente emocionada antes.

Es que tenía que salir bien porque sí. Porque tenía que salir bien.

Quería acariciarle el vientre y leerle cómics de Wonder Woman desde el minuto uno. Quería preguntarle «¿qué se siente, Dani?» y dormirse con la cabeza apoyada en su abdomen. Ver cómo le crecía la barriga día a día y repetirle mil veces «estás preciosa, Nichols». Quería que vivieran todo aquello juntas, porque Dani iba a ser la mejor madre del mundo y ella se esforzaría al máximo por estar a la altura.

Joder, iba a rezar otro padrenuestro, por si acaso.

Y dos o tres avemaría. Apelando a la solidaridad entre mujeres.

Tenía que reconocer que, al principio, apenas se acordaba de cómo iban aquellas oraciones, porque habían pasado milenios desde la última vez que Margaret la arrastró al interior de una iglesia. Con lacitos en el pelo y ropa de domingo, a misa no le dejaba llevar sus jerséis de Spiderman y las Tortugas Ninja tampoco eran bienvenidas. Su madre quería que se pusiera vestidos y ella decía que prefería ir desnuda, así que llegaron a un acuerdo medianamente satisfactorio para ambas partes: jerséis de lana celestes o en tono pastel y vaqueros sin rodilleras.

Cada domingo pedía muy fuerte al Señor no tener que volver al siguiente.

Se pellizcó el puente de la nariz y cerró con fuerza los ojos, respirando profundo. Quería matar a Glenn, abrazar a Dani y deshacerse de aquella tensión continua que agotaba sus terminaciones nerviosas. Sacudió la cabeza, se dijo a sí misma «Robin, joder, que eres adulta» y se centró de nuevo en la pantalla del ordenador. Estaba a punto de retomar el trabajo cuando la sorprendió el sonido de la puerta de entrada al taller.

En domingo.

—¿Robin? Soy Claudia, Glenn me ha dicho que estarías aquí.

Al escuchar la voz de la que esperaba que fuera su futura cuñada se levantó de la silla y se asomó a las escaleras metálicas que conectaban la oficina con el resto de la superficie de la nave.

—¿Y te ha dicho que estoy aquí por su culpa? —preguntó mientras bajaba a la planta baja al localizarla cargando con una caja que parecía bastante pesada.

—No. Pero no puedo decir que me sorprenda —bromeó dejando que la ayudase a trasladarla hasta el almacén—. Tu padre me dijo ayer que necesitarían estas piezas mañana a primera hora.

—Y tú las traes en domingo para ganarte al suegro —señaló mientras ambas la depositaban en el lugar correspondiente—. Relájate, a mi padre lo tienes en el bolsillo desde hace tiempo y mi madre te llama «nuera» cuando habla con sus amigas.

—Vía libre a la familia Brooks. —Sonrió Claudia y ella le devolvió el gesto.

—Para cuando quieras.

Le sobresaltó el sonido del móvil en el interior del bolsillo de su sudadera, era el tono de WhatsApp que tenía asignado para Dani. Normalmente, esperaría a despedirse de Claudia antes de consultar el teléfono, pero, en ese preciso momento, su organismo al completo le aconsejó «mejor míralo ya». Se disculpó con su futura cuñada y, al leer sus mensajes, el siguiente latido lo sintió diferente.

DANI

En línea

DANI: Robin, ven a casa.

DANI: Ya.

Se le hizo bastante difícil seguir respirando con normalidad después de leerlo y tragó saliva mientras sentía que sus pulsaciones se aceleraban sin pedirle permiso. La cabeza se le fue sola a aquel «no estoy embarazada», a un verde húmedo y agobiado y a lo frágil que estaba Dani últimamente.

A su bebé maravilla.

Pensó que había pasado algo. «Algo». Así, en abstracto, porque no se le ocurría nada más concreto con lo que quedarse.

—Robin, ¿todo bien? —La voz de Claudia le hizo alzar la vista.

—Sí, bien, pero tengo que ir a casa.

Dicho aquello se dio media vuelta y casi corrió escaleras arriba hacia la oficina. Escuchó la voz de la novia de su hermano a su espalda en un desconcertado «¿seguro que va todo bien?» y pensó que sí, después pensó que no y luego que no lo sabía.

Y, mira, de repente le daba igual el señor del Ford Fiesta y su factura. Si se llamaba Paul Jacobson o Paul Stewart, por ella como si se llamaba Paul McCartney, porque es que le daba lo mismo. Apagó el ordenador, recuperó su anorak con el logotipo del taller del respaldo de la silla y bajó las escaleras de dos en dos mientras se lo ponía.

Claudia la miraba desconcertada junto a la puerta de salida y no le importó desconcertarla un poco más con un impaciente «¿me acercas en tu coche?», porque la del deporte semanal era Dani y ella conocía sus propias limitaciones. Si intentaba correr hasta su piso era altamente probable que se cayera muerta en mitad de la acera a los cinco minutos.

El trayecto hasta su casa estuvo envuelto en un silencio extraño que tendría que explicar a su cuñada más adelante. Se pasó el viaje entero mirando por la ventanilla con el corazón acelerado y latidos en los oídos. Con cada uno de ellos recordaba algo diferente.

A Dani citándola en su casa para anunciarle con una sonrisa de las impresionantes «¡nos quedamos con Skippy!».

A Dani citándola en su casa para decirle «Skippy se ha muerto». Con lágrimas, hipo y la expresión más triste del mundo asomando a su mirada.

«¡No nos volvemos a Inglaterra!»

«Este verano me voy a Londres un mes entero».

«¡Me han cogido en el equipo de balonmano!».

«Mis padres quieren que estudie en la Ivy League».

Ella la abrazaba extrafuerte cada vez, con una sonrisa enorme a juego o dejando que llorase en su hombro.

Las primeras veces que su mejor amiga lloró delante de ella, se puso muy nerviosa, porque no sabía qué hacer. La miraba desde una distancia prudencial parpadeando deprisa y rascándose la barriga para tener las manos ocupadas. Le decía «no llores», «no llores, Dani», pero después descubrió que no tenía que decir nada.

Descubrió que cuando la morena lloraba solo quería abrazos extrafuertes. Descubrió que Dani lloraba cuando estaba triste y cuando estaba contenta.

Y que con ella los abrazos extrafuertes servían siempre.

Claudia detuvo el vehículo justo frente a su portal y ella le dio las gracias mientras se soltaba el cinturón de seguridad. Casi no le dio tiempo a decir nada más, porque dos segundos después se peleaba con las llaves para acceder a su edificio. Un impaciente «Dani, ¿qué pasa?» le quemaba en la garganta y no tuvo paciencia para esperar al ascensor, así que subió los cuatro pisos por las escaleras. Llegó frente a la puerta de su piso con el corazón a mil y la respiración acelerada.

Acertó con las llaves en la cerradura de milagro y al entrar en casa se la encontró en total silencio, así que pasó a escuchar sus latidos el doble de alto. Miró hacia ambos lados del pasillo cerrando la puerta de entrada tras ella y al tragar saliva notó que tenía la garganta completamente seca por los nervios y la carrera.

—¿Dani? —La llamó mientras trataba de normalizar el ritmo acelerado de su respiración—. ¿Danielle?

Se volvió hacia el mueble bajo que tenían junto a la entrada para depositar las llaves en su superficie y el interior al completo se le paralizó en el momento en que posó la vista en una caja pequeña que ocupaba el espacio libre junto al llavero de su mujer.

Abrió la boca para llamar de nuevo a la morena, incapaz de separar su mirada de la jodida caja, pero no le salió la voz. Su fisiología estaba trabajando a plena potencia para gestionar aquel momento. Tomó el envase en su mano y se dio cuenta de que le temblaba un poco el pulso, tuvo que parpadear un par de veces para asegurarse de que lo estaba leyendo bien.

Test de embarazo.

Quiso decir «Dani, es mejor esperar a los análisis».

Quiso decir muchas cosas, pero se dio cuenta de que la caja estaba vacía y el corazón se le desbocó a lo bestia, porque llegaba tarde y justo a tiempo para descubrir por qué lloraba la morena esa vez.

Escuchó un par de pasos a su espalda y se giró hacia aquel sonido con el corazón en pausa y la jodida caja en la mano. Localizó a Dani en mitad del pasillo, justo a la salida de su habitación, y tensó al máximo la mandíbula buscando su mirada mientras suplicaba en silencio «por favor, por favor, por favor» a cualquier ser superior que quisiera escucharla.

Le faltaba el aire y le quemaban los pulmones.

Dani tenía los ojos húmedos y la prueba de embarazo en la mano y, por un par de segundos, le costó distinguir qué más se escondía tras aquel verde cristalino. Estaba tan nerviosa que, por un momento, fue incapaz de reconocer con exactitud la expresión que dibujaban sus facciones.

—¿Dani? —Le salió bajito y sonó a «dame una pista, joder».

Sonó estúpidamente esperanzado y acojonado a partes iguales y, después de decirlo, se quedó congelada en el sitio en espera de una respuesta, sosteniéndole la mirada a su mujer y con la respiración atascada en mitad de la garganta.

Y se terminó la pausa y sucedió.

Dani frunció el ceño de la forma en que lo fruncía cuando iba a echarse a llorar, su labio inferior dibujó el inicio de un puchero de los que lo hacían temblar un poco y la balanza se inclinó por completo a su favor.

—Con.

«Con».

Su mujer lo dijo empapado de emoción y a ella le costó un segundo de más encajar aquella pieza en el hueco correspondiente. Casi antes de que lo procesara del todo, Dani le regaló la sonrisa más increíble que le había visto nunca y repitió «con» echando a correr hacia ella. El organismo entero se le volvió loco en ese mismo momento y se le cerró la garganta, pero se obligó a hablar, porque necesitaba confirmarlo aún más. Como si la cara de su mujer no fuera confirmación suficiente.

—¿De verdad, Dani? ¿De verdad?

Lo preguntó justo cuando la morena le saltaba encima rodeando su cuello con los brazos y su cintura con las piernas y ella la sujetó por el trasero.

—¡Estoy embarazada! ¡Estoy embarazada, Robin!

Escuchó que lo exclamaba alto junto a su oído mientras le estrechaba fuerte entre sus brazos y ella escondió la cara en su cuello. Respiró profundo en busca de algo que la anclase al suelo, porque el corazón le iba a reventar de un momento a otro.

Dani decía «¡vamos a tener un bebé, Robin!», «¡vamos a tener un bebé!», derrochando lágrimas, entusiasmo y energía al cuadrado y podía escuchar la sonrisa más gigantesca del mundo en su voz.

A ella se le cerró aún más la garganta y cada vez que oía que iban a tener un bebé lo sentía más grande y más fuerte, tanta emoción no estaba diseñada para caber en un cuerpo humano, así que aquello la sobrepasó en medio segundo y perdió totalmente el control.

Totalmente. Lo perdió y se echó a llorar allí mismo, sosteniendo a Dani en sus brazos mientras el tsunami emocional más potente del mundo la partía por la mitad.

Un minuto después, su mujer seguía abrazándola extrafuerte, pero en silencio y, al sentir que comenzaba a acariciarle suavemente la nuca, supo que se había dado cuenta de que ella lloraba contra su cuello. Casi de seguido la morena se separó de su cuerpo lo justo para poder mirarla y ella la apoyó de espaldas contra la pared del pasillo, porque empezaba a necesitar una ayuda extra para seguir aguantando su peso.

Cuando sus ojos conectaron, las facciones de Dani se suavizaron aún más al descubrirla llorando y sonrió superbonito acunando su mejilla con la mano que no sostenía la prueba de embarazo. La besó en la frente y aquel gesto tan inocente la hizo llorar un poco más, así que volvió a esconderse en su cuello.

—Estás contenta, ¿no? —Le consultó la morena en tono tonto.

Ella sonrió, pero se limitó a asentir con un movimiento de cabeza sin salir de su escondite y Dani le permitió refugiarse en su calor hasta que estuvo lista de nuevo para enfrentarse a su mirada. A toneladas de sentimientos de los potentes. Le acarició el trasero y su mujer sonrió al sentirlo, estrechando el agarre de sus piernas en su cintura.

—Vamos a tener un bebé, Dani.

Lo dijo porque necesitaba escucharlo otra vez.

—Vamos a tener un bebé —repitió su mujer mientras unía sus frentes.

Sintió el calor de las manos de la morena sobre los laterales de su cuello y la prueba de embarazo que sostenía en una de ellas contra su piel. Positiva. Bajó la mirada a sus labios y una oleada de infinita necesidad la impulsó a atraparlos entre los suyos con una embestida suave, lenta y cargada de muchas cosas.

Dani deslizó una mano para sujetarla delicadamente por la nuca y respondió a su beso de una forma tan íntima que le puso la carne de gallina y el estómago del revés. Tan empapada de sentimiento que todo a su alrededor amenazó con desbordarla de nuevo.

La morena liberó su cintura, ella le permitió posar los pies en el suelo sin separarse de su boca y la apretó contra la pared del pasillo buscando sus labios en una nueva embestida igual de suave y pausada que las anteriores. Sabía dulce y sabía salada.

Sabía diferente, porque, de pronto, ya no eran solo ellas dos.

Se arrodilló frente a ella despacio, sin dejar de mirarla, hasta que sus ojos quedaron a la altura de su vientre y centró la vista en él. Sintió las manos de su mujer acariciándole el pelo y le levantó la camiseta lo justo para dejar aquella zona al descubierto. Se encontró con que lo mismo de siempre de repente era distinto y a todo lo que sentía por Dani se le sumó algo más.

Algo nuevo. Algo pequeño y gigante al mismo tiempo. Ligado a Dani y, a la vez, profundamente íntimo y personal. La semilla de un amor tan enorme que amenazaba con darle la vuelta a todo su mundo sin tan siquiera haber conocido a quien lo provocaba.

Alzó la vista de nuevo y se encontró con aquello mismo reflejado en su verde. Igual de grande e igual de intenso. Pensó que eso de «enamorarnos» nunca iba a acabarse para ellas, llevaba creciendo de mil formas distintas desde hacía años, pero justo en ese momento acababan de encontrarse con la más potente de todas.

La semilla de aquel amor jodidamente enorme. Tan igual para ambas.

Le dedicó a Dani la sonrisa más dulce que había esbozado jamás y depositó sobre su vientre un beso cargado de aquel afecto nuevo dirigido a dos. Escuchó a su mujer sorbiéndose la nariz y sonrió contra la piel de su abdomen.

—Si vamos a comer así a casa de tus padres, se acabó el secreto, Nichols.

—No sé si voy a poder guardarlo tres meses.

—Piensa en Margarettine Baby Planner y seguro que lo guardas nueve —bromeó incorporándose, tomó su cara entre las manos y volvió a besarla con el corazón haciéndole polvo las costillas—. Creo que no voy a poder pensar en otra cosa nunca más, Dani. Solo en vosotros dos.

Se lo confesó en voz baja, sin apenas apartarse de su boca, con la vista fija en sus labios, mientras sentía cómo Dani le acariciaba los antebrazos.

—O en nosotras dos. —La corrigió su mujer y ella sonrió recorriéndole las facciones con la mirada.

—O en vosotras dos. —Accedió así de fácil.

A esas alturas, Dani ya estaba tan ridículamente enamorada de su bebé maravilla que, llegado el momento, iba a darle lo mismo que fuera niño o niña.

 

1. Loco.

2Veinticuatro años: Cuatro milímetros

Robin y Dani a los dieciséis años

Un paraje silencioso y solitario entrada la noche.

Una luna que iluminaba a medias.

Blank Space2 de Taylor Swift como banda sonora en el interior de un coche y la camiseta de Dani aterrizando sobre el salpicadero mientras su dueña se encontraba sentada a horcajadas sobre su abdomen en el asiento trasero. Escaseaba el espacio y encontrar una postura que valiese para ambas resultaba complicado.

Era incómodo y era nuevo. Sus movimientos bastante torpes.

Era íntimo y especial. Sus jadeos se mezclaban con la risa de Dani de puta madre y los gemidos de la morena encajaban perfecto con sus ganas de confesarle «me encanta sentirte así». Se callaba y la besaba, porque le daba vergüenza decirlo en voz alta. Que desde que se acostaron por primera vez hacía unas semanas, no podía pensar en otra cosa.

Dani le sonreía diferente por los pasillos del instituto y buscaba su contacto físico en cuanto se quedaban a solas. Sus ojos brillaban distintos al encontrarse con los suyos entre besos, y cuando entrelazaban los dedos de las manos encajaban aún más perfecto que antes.

Había follado cinco veces con la jugadora más sexi del equipo de balonmano e iban a por la sexta.

Una puta pasada de adolescencia.

—Llevo pensando en esto toda la semana.

La morena lo dijo acompañando aquella confesión con una sonrisa de las que le suavizaban las facciones al tiempo que se inclinaba sobre ella, acercándose peligrosamente a su boca. Tuvo que respirar profundo al oírla y le devolvió el gesto en un evidente «joder, yo también» antes de incorporarse lo justo para atrapar su labio inferior entre los suyos y acariciarlo suave con la lengua. Casi gimió cuando su novia cambió el ángulo del beso, profundizándolo jodidamente bien, y algo muy caliente se derramó en el interior de su bajo vientre al sentir sus manos desabrochándole los vaqueros.

—Es mucho mejor que jugar a los superhéroes —bromeó con voz ronca y Dani sonrió divertida buscando su mirada.

—Ríndete, Wonder Woman.

La morena utilizó la frase estrella de sus peleas épicas y a ella se le encogió la boca del estómago, porque a veces con Dani sentía cosas tan intensas que le costaba entenderlas del todo.

—Ni en un millón de años, Circe.

Le contestó a media voz y la sonrisa de su novia se hizo un poco más amplia. No tenían experiencia en el arte de follar, pero lo demás lo dominaban tan bien juntas que incluso aquellos nuevos escenarios se sentían como terreno semiconocido.

Increíblemente fáciles de explorar.

Cerró los ojos al sentir la mano de Dani colarse dentro de sus pantalones y el calor de sus dedos acariciándola sobre la ropa interior. A su novia le temblaba un poco el pulso y la besó de forma torpe mientras la estimulaba a ciegas.

—¿Cómo te lo haces tú?

Dani lo preguntó bajito junto a su boca y a ella le entró un calor horrible y empezó a arderle la cara. Se obligó a abrir los ojos y se encontró con una versión de la morena parecida a la suya, con las mejillas sonrojadas y la respiración en pausa. Ante su silencio cargado de vergüenza, su novia tragó saliva antes de armarse de valor una vez más.

—Quiero aprender cómo te gusta.

Ay, joder.

Llevaba años hablando con aquella chica de todos los temas imaginables por el ser humano, pero, en aquel momento, sintió la necesidad de taparse la cara con las manos y gruñó «Dani…», porque no sabía cómo contestarle.

Justo en ese momento su teléfono comenzó a sonar a través del manos libres. Como fuera su madre iba a ponerse más roja aún, porque la mano de Dani seguía supercaliente en el interior de sus pantalones. La morena se incorporó lo justo para poder establecer contacto visual con la pantalla táctil del vehículo y ella frunció el ceño al escucharla anunciar «es Sarah».

No le hizo falta preguntarle «¿contestamos?», porque antes de que se diera cuenta Dani había sacado la mano de sus vaqueros y se estiraba entre los asientos para aceptar la llamada. Ella se aclaró la voz sentándose a medias y se clavó en la espalda la parte interior de una de las puertas traseras.

—¿Hola? —respondió sosteniéndole la mirada a Dani, que seguía sentada sobre ella, despeinada y en sujetador.

—Robin, necesito que vengas a mi casa, por favor.

Sonaba bastante agobiada, así que Dani y ella intercambiaron un gesto preocupado y la morena abandonó su regazo para hacerse con la camiseta que se había quitado hacía unos minutos.

—Eh…, sí, claro... —Casi lo tartamudeó mientras se abrochaba los pantalones.

—¿Estás ocupada?

Sarah lo preguntó al darse cuenta de lo exigente de su llamada y ella buscó la mirada de Dani antes de responder lo mejor que pudo bajo aquella repentina presión.

—No, no. Dani y yo estábamos… escuchando música en el coche.

Casi antes de terminar de decirlo la camiseta de su novia se estrelló contra su cara en un silencioso «respuesta equivocada, bocazas» y al encontrarse con los ojos de la morena de nuevo decían muy alto «y luego yo soy la obvia».

Sarah dejó pasar un par de segundos de silencio un pelín significativo, pero enseguida se recompuso y su tono recuperó el mismo nivel de angustia con el que había iniciado la llamada.

—¿Podéis venir?

Con aquel interrogante se hizo evidente que estaba llorando, así que Dani se apresuró a recuperar la camiseta y se la puso a toda velocidad mientras contestaba con aquel tono sorprendentemente tranquilo que utilizaba en momentos de alta tensión emocional. Se lo conocía de memoria. Su novia solía usarlo cuando acudía a ella llorando de rabia tras cada una de sus discusiones con Margaret.

Sonaba a «no pasa nada».

Sonaba a «todo va a ir bien».

—En diez minutos estamos allí. ¿Qué ha pasado, Sarah? ¿Estás bien?

Mientras esperaban su respuesta Dani se coló por entre los asientos delanteros para ocupar el del copiloto y ella salió del vehículo para acomodarse tras el volante y encender el motor del coche de Margaret.

El «¿qué ha pasado?» y el «¿estás bien?» Sarah los respondió de forma maravillosamente eficiente condensándolo todo en un nuevo interrogante.

—¿Podéis comprar una prueba de embarazo en la farmacia?

Cristalino.

Estuvo a punto de exclamar algo así como «hostia puta, Sarah. ¿Qué dices?» acompañado de aún más palabrotas, pero su novia se apresuró a calmar a su amiga con un firme «claro, tranquila. Enseguida estamos allí».

Tuvieron que dar un rodeo para parar en la única farmacia de la ciudad que abría las veinticuatro horas. Dani se encargó de la parte más delicada de aquella misión mientras ella esperaba en doble fila con el corazón acelerado.

La morena tardó como diez minutos en salir, porque, por lo visto, aquella noche se habían producido varias «emergencias» en su pequeña ciudad y no eran las únicas que necesitaban una farmacia a aquellas horas. Una vez fuera del establecimiento, corrió hasta el vehículo con una bolsa en la mano y le dijo «vamos» casi antes de haber terminado de abrocharse el cinturón de seguridad.

Ella condujo en silencio durante un par de minutos, después tragó saliva y le dedicó una mirada fugaz a Dani antes de devolver la vista a la carretera y preguntar.

—¿Crees que estará embarazada? —Estar pronunciando esas palabras le parecía lo más extraño del mundo.

—Lleva como un año follando con Diego, así que no es imposible —dijo su novia y sintió su mirada recorriéndole el perfil—. Pero espero que no.

Ella se limitó a agarrar con un poco más de fuerza el volante y activó el intermitente justo antes de girar en la calle de su amiga. Quedarse embarazada a los dieciséis era una putada de las gordas y tenía ganas de preguntarle a Sarah dónde cojones estuvo durante las tres horas y media de aquel taller para una sexualidad saludable.

Condones, habitantes heterosexuales del mundo. Preservativos o la abstinencia, que la marcha atrás tiene baja fiabilidad.

La cara amarga de la moneda de la heterosexualidad. A ella justo después de perder la virginidad con Dani se le retrasó la regla una semana entera y ni le tembló el pulso.

Una vez frente a la puerta de la casa de su amiga, intercambió una mirada nerviosa con la morena antes de avanzar un paso al frente y tocar el timbre en un rápido movimiento. Inmediatamente después regresó junto a ella, escondiendo las manos en los bolsillos de su sudadera, y respiró hondo al escuchar unos pasos apresurados en el interior de la vivienda.