Amante ocasional - Katherine Garbera - E-Book
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Amante ocasional E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

¿Se tenía que hacer pasar por su amante? Cuando el hombre de sus sueños le propuso ser su amante, Jayne Montrose no pudo negarse. El millonario Adam Powel era su jefe y se trataba de una situación temporal, pero Jayne no estaba segura de que su corazón fuera a soportarlo. Con cada uno de sus besos, Jayne se enamoraba más y más. ¿Podría seducirlo hasta hacerle concebir el matrimonio como una posibilidad? El que le pidiera a Jayne que se hiciera pasar por su amante había sido sólo una cuestión de trabajo. Pero lo que ahora tenía Adam en mente no podía estar más alejado de los negocios. De pronto su eficiente ayudante se había convertido en una sensual sirena y él se estaba dando cuenta de que fingir que eran amantes ya no era suficiente; quería que lo fueran de verdad. Y eso era muy peligroso...

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Katherine Garbera. Todos los derechos reservados.

AMANTE OCASIONAL, Nº 1352 - agosto 2012

Título original: Mistres Minded

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0773-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

–Pasquale, lo has hecho muy bien –dijo Didi cuando me materialicé ante su mesa.

–Muñeca, llámame Ray –le contesté yo.

Cuando estaba en el mundo de los vivos, no había dejado que nadie me llamara por mi nombre de pila, pero Didi era diferente.

No me gustaba aquello de no poder controlar lo de aparecer y desaparecer de repente, pero ir al infierno, que era la alternativa, era mucho peor.

En mi vida en la Tierra fui un capo de la mafia, pero uno de mis hombres de confianza me traicionó y me mató.

Justo antes de morir, recé para ir al Cielo y por eso estoy ahora ante Didi, que es un serafín de Dios, una especie de ángel con mucho poder.

Con ella hice un pacto: unir en el amor a tantas parejas como enemigos asesiné por odio, así que podría estar haciendo esto bastante tiempo.

Hay días en los que no está tan mal, pero lo malo es que Didi me pone de los nervios. Además, no es de fiar. Valga como ejemplo que una vez me hizo un cumplido y, acto seguido, me mandó a la Tierra convertido en mujer.

–Por algo me llamaban «Il Re» –le dije muy seguro de mí mismo.

Sí, el rey. Al fin y al cabo, ya había conseguido unir a tres parejas, así que había decidido llamarme el rey de corazones.

–¿Ah, sí? ¿Y por qué era?

–Sabes perfectamente que es porque hago bien todo lo que me propongo, muñeca.

–¿No te he dicho mil veces que no me llames muñeca?

–¿Te lo he vuelto a llamar? Madre mía, perdona, Didi. Ya sé que no te gusta –contesté muy satisfecho de haberla molestado–. ¿Qué tengo que hacer ahora?

En ese momento, apareció un montón de sobres de colores sobre su mesa, junto a los bombones.

–Elige uno –me dijo.

Hasta aquel momento, había elegido un sobre de arriba y dos de en medio, así que elegí uno de abajo, que era de color azul, y Didi me lo arrebató.

–¿Dónde tengo que ir esta vez? –quise saber.

Didi me entregó la hoja de papel. Tenía que ir a una isla del Caribe. Qué maravilla. Además, la pareja que me había tocado esta vez, Adam Powell y Jayne Montrose, ya trabajaban juntos.

–Esto va a ser pan comido.

–No te creas que vas a tener tiempo de ir a la playa, Pasquale. Esta misión no va a ser fácil. Esta misión es diferente.

¿Y cuál lo había sido? Aquello de hacer de celestina era realmente difícil.

–¿A qué te refieres?

Cuando la vi sonreír, sentí que me daba un vuelco el estómago. No confiaba en ella en absoluto cuando la veía tan contenta.

–Esta vez, voy contigo –me dijo.

–¿Es un castigo?

–No, muñeco, es un premio.

Antes de que me diera tiempo a contestar, había desaparecido.

Una cosa era tener que hacer de casamentero y otra muy diferente tener que compartir la misión con un ángel tiquismiquis y marimandón.

Madre mía, aquello iba a ser un infierno.

Capítulo Uno

Adam Powell maldijo y tiró el teléfono móvil al asiento de cuero que había al lado del suyo.

Su avión estaba listo para despegar, sus invitados estaban a punto de llegar e Isabella había elegido aquel preciso momento para decirle que daba por finalizada su relación porque no le daba lo que ella necesitaba.

Lo cierto era que no podía darle nada más. Si los diamantes, los abrigos de piel y un Jaguar nuevo no eran suficiente, tendría que irse a buscar lo demás a otro sitio.

La verdad era que, normalmente, no tener pareja no le importaba. Era un hombre hecho y derecho y podía vivir sin sexo, pero las dos siguientes semanas eran importantes para su empresa.

Llevaba cinco años intentando comprar La Perla Negra Resort y no lo había conseguido.

El propietario, Ray Angelini, se había negado siempre a vender el complejo hotelero, pero la semana pasada lo había llamado para invitarlo a pasar unos días en él y aprovechar para hablar de la posible venta.

Por supuesto, Adam había aceptado la invitación encantado.

Angelini le había dicho que se llevara a su esposa, lo que había dado lugar a una conversación un tanto extraña.

Angelini quería que una pareja felizmente casada se hiciera cargo del complejo, exactamente igual que su mujer y él habían hecho durante los últimos veinte años.

Adam siempre había estado dispuesto a hacer lo que fuera para cerrar un trato, pero fingir que estaba casado le había parecido demasiado, así que le había dicho que iría con la mujer con la que vivía.

Angelini le había advertido que, si no se convencía de que era un hombre que entendía el amor y las relaciones, no le vendería el complejo.

–Entiendo que las dos son cosas del pasado –murmuró.

Acto seguido, se puso en pie y salió del avión.

Iba a tener que inventarse algo para excusar a Isabella y ver si Jayne Montrose, su ayudante personal, podía encontrar a otra mujer que estuviera dispuesta a ir con él al Caribe.

¡Qué calor hacía! Desde luego, Nueva Orleans en verano no era el mejor sitio para estar. La humedad lo hacía transpirar y no le llegaba el aire a los pulmones con normalidad.

Aquello le recordaba los tiempos en los que había trabajado en los pantanos con la vieja piragua de su tío haciendo de guía para que los turistas vieran caimanes.

Su situación había mejorado mucho desde entonces y pretendía que siguiera haciéndolo y ninguna mujer se lo iba a impedir.

–Uy, uy, uy, por aquí huele a enfado –bromeó Jayne al verlo.

Había contratado a aquella mujer porque era inteligente y rápida. Gracias a ella, la oficina funcionaba de maravilla y, además, lo hacía reír.

–No te burles de mí, Jayne –le advirtió–. Isabella no viene y nos están esperando.

–Lo siento, pero ya te dije que no contaras con ella –contestó su ayudante sacando unos documentos de su bolso–. Necesito que me firmes esto antes de irme de vacaciones.

–No te puedes ir de vacaciones hasta que no haya encontrado a otra mujer que quiera venirse conmigo al Caribe.

–A ver, jefe, ya hemos hablado de esto. Ya te dije una vez que no es parte de mi trabajo buscarte mujeres –le recordó entregándole una pluma Mont Blanc.

Jayne no era una mujer especialmente alta, pero tenía el porte de una amazona. Había hombres muy poderosos de la industria hotelera que se doblegaban ante ella cuando negociaba con ellos.

Contratarla había sido una idea genial y lo cierto era que a Adam le daba miedo que algún día se cansara de trabajar para él y se fuera.

–Sólo te he pedido una vez que me consiguieras un número de teléfono –le recordó.

Aquello había sido un gran error y Jayne había estado a punto de dejar el trabajo. Menos mal que había conseguido convencerla para que no lo hiciera.

Jayne era una persona con una integridad muy fuerte, que estaba dispuesta a hacer lo que fuera por su jefe siempre y cuando no comprometiera sus principios morales.

–La primera y la última –le espetó su ayudante.

Jayne era la mejor ayudante que había tenido jamás y llevaba trabajando para él más que todas sus predecesoras... casi ocho meses.

Adam se quedó mirándola y le firmó los documentos.

Tenía el pelo castaño y lo llevaba corto, con dos mechones detrás de las orejas. Tenía los ojos azules y en ellos se reflejaba su inteligencia y su sentido del humor.

Su boca era ciertamente demasiado grande para su rostro y, en lugar de tener los labios delgados, tenía unos labios exuberantes que hacían que los hombres quisieran besarla.

Dado que Adam era partidario de una política de tolerancia cero en lo concerniente a la confraternización en el trabajo, intentaba evitar mirarle la boca, pero no siempre lo conseguía.

–¿Por qué me miras? –le preguntó Jayne.

–No te estoy mirando –contestó Adam firmando el último documento.

Iba a tener que cancelar el viaje.

Había otros complejos hoteleros en el Caribe, pero ninguno tan elegante como La Perla Negra.

Bueno, ya encontraría otro...

–Mira, Jayne, voy a cancelar tus vacaciones porque, sin Isabella, Angelini no va a querer ni hablar conmigo.

Jayne lo miró con los ojos entornados.

–Desde que empecé a trabajar para ti, no me he tomado más que un día libre.

–Podrás tomarte unos cuantos dentro de un par de semanas, pero ahora te necesito aquí para ayudarme. Te prometo que te merecerá la pena.

–¿Ah, sí?

–Pon un precio –contestó Adam.

Desde muy pequeño, se había dado cuenta de que todas las personas tenían un precio, sobre todo a la hora de hacer cosas que no les apetecía hacer.

Jayne puso los ojos en blanco.

–Será mejor que terminemos cuanto antes con este asunto. Saca tu agendita negra y llama a otra de tus amigas.

–No tengo ninguna agenda negra. Eso es un tópico y, además, a las mujeres no les gusta.

–Pero la habrás tenido alguna vez en tu vida, ¿no?

–No –contestó Adam sinceramente.

Nunca había necesitado una agenda porque siempre se le había dado bien recordar los números de teléfono.

Jayne tenía razón. Podía hacer unas cuantas llamadas y arreglar el asunto, pero no quería hacerlo.

Estaba harto de todo aquello.

¡Y él que creía que con Isabella sería diferente, que ella sería capaz de llenar el vacío que siempre había sentido en su interior!

Ninguna de las mujeres que conocía le valía para aquel viaje al Caribe. Angelini era un hombre al que había que tratar con mucho cuidado y Adam no quería arriesgarse.

Necesitaba a alguien que entendiera lo que estaba en juego.

La solución perfecta era que Jayne fuera con él.

–Jayne...

–¿Sí?

–¿Quieres venirte conmigo y ser mi novia?

Jayne se sonrojó y se quedó mirándolo con la boca abierta.

–No –contestó.

–¿Por qué no?

Aparte del incidente con el número de teléfono, aquélla era la primera vez que Jayne se negaba a algo.

–No puedo ser tu novia porque... ¿qué pasa con la política de confraternización de Powell International?

–No serías mi novia de verdad, sólo lo fingiríamos, así que no vamos a confraternizar de verdad. Sólo sería una cuestión de trabajo.

–No saldría bien. No me gusta fingir ser algo que no soy. Además, tengo que volver a la oficina para dejar estos documentos antes de ir al aeropuerto. En cualquier caso, tengo un billete para Little Rock que no puedo anular porque no me devolverían el dinero.

–Yo te lo pago y te prometo que te regalo un billete en primera clase para que vayas a Little Rock una semana entera en cuanto volvamos.

–No sé... –dudó Jayne mordiéndose el labio inferior y poniéndose unas gafas de sol que sacó del bolso–. No, Adam, lo siento, pero no puedo posponer mi viaje a Arkansas.

–Jayne, eres mi última esperanza –le rogó Adam–. Llevo cinco años esperando este momento.

Dos horas después, Jayne se dijo que era mejor no analizar las razones por las que estaba al lado de Adam en su avión con destino al Caribe.

Le había dicho que ya hablarían de los detalles cuando llegaran, lo que no le había gustado porque a ella le gustaba tenerlo todo bien planeado, le gustaba saber exactamente lo que iba a hacer antes de hacerlo porque, así, no había sorpresas y podía controlarlo todo.

Su intención había sido decirle a Adam que no, pero al final no había podido, así que allí estaba, comiendo caviar, que lo odiaba, y bebiendo Moët con los Angelini.

Era la tercera vez que estaba en el avión de empresa de Adam, pero siempre había sido para asegurarse de que todo estaba bien. De hecho, la segunda vez que había montado en aquel avión había sido aquella misma tarde para llevar el equipaje de Isabella a la habitación que había al fondo.

Los Angelini eran una pareja muy extraña.

Didi era una mujer delgada que llevaba un vestido suelto de un color que no le sentaba nada bien. Ray era bajito, más bien gordito y se estaba quedando calvo, pero tenía una sonrisa encantadora que hizo que Jayne se sintiera inmediatamente a sus anchas.

Además, les habían dicho a Adam y a ella que los llamaran por sus nombres de pila y los tutearan.

Habían volado a Nueva Orleans y Jayne los había llevado a conocer la ciudad. Se había llevado a Didi de compras mientras Adam intentaba convencer a Ray de las ventajas de hacer negocios con su empresa.

Jayne tenía la desagradable sospecha de haber cometido el peor error de su vida al acceder a ir con Adam, porque se había enamorado de él nada más verlo.

No había sido su belleza cajún lo que le había llamado la atención, aunque tenía un pelo negro y rizado que era para volverse loca.

Tampoco había sido su dinero porque Jayne procedía de un mundo en el que el dinero era lo único que se suponía que daba la felicidad.

Tampoco había sido su inteligencia porque ella se había graduado cum laude en la carrera de Empresariales en Harvard y tenía amigos que eran auténticos genios.

No, lo que le había gustado de Adam Powell había sido que se distanciaba de todo el mundo.

Jayne había sabido darse cuenta de que eran almas gemelas, pero había decidido no hacer nada, simplemente soñar con su jefe y trabajar para él.

Sin embargo, aquel viaje lo cambiaba todo. Tendría que haber dicho que no y, de hecho, habría dicho que no si se lo hubiera pedido cualquier otro hombre que no hubiera sido Adam.

En aquel momento, estaría rumbo a Arkansas, visitando otro estado, tal y como se había propuesto hacer porque quería visitarlos todos.

Los Angelini hablaban en voz baja y Adam le pasó el brazo por los hombros y la estrechó contra sí. Cuando le dio un beso en la cabeza, Jayne se quedó de piedra.

No iba a sobrevivir a aquellas dos semanas. Le temblaban tanto las manos que se le derramó un poco de champán al beber.

–Tranquila –le susurró Adam.

Jayne intentó relajarse, pero no podía, así que se incorporó y dejó la copa de champán sobre la mesa para limpiarse la boca.

Adam la miraba con aquellos ojos grises suyos y Jayne sintió que el deseo se apoderaba de su cuerpo. En sus ojos vio que a él le estaba pasando lo mismo.

¿Eso quería decir que sentía algo por ella? ¿Estaba dispuesta a arriesgar el corazón?

No estaba segura. Nunca le había gustado correr riesgos. Más bien todo lo contrario. Le gustaba ir despacio y moverse metódicamente hasta alcanzar sus objetivos.

Sin embargo, tenía casi treinta años y, aunque nunca le había parecido importante casarse, cada vez pensaba más en ello.

Había estado a punto de contraer matrimonio una vez, pero las cosas no habían salido bien. Tal vez, se arrepintiera de lo que sucediera con Adam, pero decidió que, mientras estuvieran juntos, iba a disfrutar de sus fantasías, iba a explorarlas y, tal vez, saliera bien parada.

Lo cierto era que siempre había conseguido todo lo que se había propuesto.

Una vez tomada aquella decisión, apoyó la cabeza en el hombro de Adam.

Lo cierto era que no sabía muy bien cómo tratarlo porque no se parecía a ninguno de los hombres con los que había salido.

Aquellas relaciones se habían basado en intereses comunes y en buen sexo, pero ninguna de ellas había sido tan intensa como estar al lado de aquel hombre.

La tenía abrazada de los hombros y Jayne cerró los ojos, como si estuviera descansando. Fue un gran error porque la presencia de Adam la invadió. Sentía sus dedos en el hombro y su aroma en el cerebro.

Abrió los ojos y se puso en pie.

Era imposible. Aquello no iba a salir bien. Era obvio que, si Adam y ella se embarcaban en una relación personal, acabaría tarde o temprano y se encontraría sin trabajo.

Adam la estaba mirando con una ceja levantada.

–Voy a...

–¿Cambiarte? –dijo él mirando a sus invitados–. Disculpadnos un momento, pero Jayne no ha tenido tiempo de cambiarse después de llegar de la oficina.

–Por supuesto –sonrió Ray.

Jayne se preguntó qué se iba a poner porque Isabella era más alta que ella y tenía mucho más pecho, así que su ropa no le iba a estar bien.

Adam la agarró de la cintura para guiarla hacia la parte trasera del avión. Una vez en su dormitorio, la soltó y se pasó una mano por el pelo.

–Madre mía, en el lío en el que nos hemos metido. No creo que se hayan creído que somos pareja.

–Pues no creo que nos vaya a ayudar mucho que me vean con la ropa de Isabella.

–No te preocupes por eso. Mientras tú ibas a la oficina a dejar los documentos, he hecho que te compraran algunas cosas.

Jayne miró la cama y vio que estaba completamente cubierta de cajas y bolsas. Aquello la emocionó. Aunque sabía que era lo mismo que hacía con cualquiera de las mujeres con las que salía, pero ningún hombre le había comprado ropa nunca.

–Utiliza las maletas de Isabella para meter la ropa. Te dejo para que puedas cambiarte.

–Adam.

–Dime.

–Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que esto salga bien.

–Lo sé, chérie.

–¿Chérie? –repitió Jayne con el corazón latiéndole aceleradamente.

–Es una palabra cariñosa.

–Ya lo sé, pero, ¿por qué me llamas así?

–Porque se supone que nos queremos.

Aquel «se supone» la molestó, pero Jayne se recordó que todo aquello era una gran farsa.

–¿Te puedo llamar yo querido semental?

–Si quieres que te dé con el látigo en el trasero...

–Eso ha sonado un poco erótico festivo, Adam.

Adam se acercó a ella, se inclinó y Jayne sintió su aliento cerca de la boca. En aquel momento, hubo una turbulencia y Jayne le puso las manos en los hombros para no perder el equilibrio.

Adam la agarró de la cintura con fuerza y, durante unos segundos, Jayne dejó que la frontera entre la ficción y la realidad se borrara y apoyó la mejilla en su pecho.

–¿Estás bien, chérie?

Jayne asintió.

Adam le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos como si fuera capaz de leerle el pensamiento y de conocer todos sus secretos.