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¡Faye Matteson no podía creer que Dante Valenti tuviera tanto descaro! El arrogante italiano le había ofrecido ayuda para su negocio a cambio de que se convirtiera en su amante.Durante su inexperta juventud, Faye le había entregado su corazón a Dante, pero él le robó su virginidad y la dejó destrozada. Ella había jurado que nunca volvería a caer rendida en sus brazos.Pero nadie debería infravalorar la fuerte sensualidad de Dante Valenti…
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Seitenzahl: 175
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2008 Sabrina Philips
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amante por un mes, n.º 1944 - septiembre 2021
Título original: Valenti’s One-Month Mistress
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-692-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
DANTE se preguntaba si ella lo miraría a los ojos y le suplicaría. O si evitaría su mirada, puesto que la última vez que lo había mirado a los ojos había terminado rodeándolo por la cintura con las piernas y entregándose a él. Dante extendió el informe por el escritorio de caoba y apretó los labios. No, lo dudaba. «Renuencia» no era una palabra que pudiera asociarse con Faye Matteson.
Apoyándose en el respaldo de la silla de piel, vio el nombre de ella entre las citas que figuraban en su agenda electrónica. Un mes antes, su secretaria personal había ido a preguntarle si estaría dispuesto a recibirla y, al instante, él había imaginado qué era lo que quería. Sabía que sólo algo como eso habría hecho que ella regresara a Roma. Pero no habría hecho falta que ella se hubiera molestado haciendo el viaje. Su manera de exponerle el caso no marcaría diferencias. Le sorprendía que ella creyera que él estaría dispuesto a ayudarla. Pero claro, ella nunca se imaginaba que las cosas pudieran salir de manera diferente a como ella se las planteaba. Y él dudaba que después de seis años hubiera cambiado. Él sí había cambiado. La que en su día fue una camarera inglesa con mirada de acuéstate conmigo, ya no suponía un peligro. Esta vez él sabía que ella era una bruja.
–La señorita Matteson ha llegado ya, señor Valenti –le dijo la recepcionista por el intercomunicador.
Dante se puso en pie, preparándose para saborear la venganza.
–Hágala pasar.
«Nada ha cambiado», pensó Faye mientras respiraba hondo y se sentaba en el sofá que le indicaba la esbelta pelirroja, el último obstáculo que se interponía entre ella y el despacho de Dante. Quizá su imperio había crecido, pero el escenario era el mismo. Los empleados pululaban a su alrededor y todas las mujeres se desplazaban en su dirección como flores atraídas por el sol.
Faye se estremeció y trató de relajarse. Parte de su tensión se debía al hecho de haber estado sentada mucho rato durante el viaje en avión que había hecho a lo largo de la noche. Miró a su alrededor y comprobó que aquel ambiente ya no le resultaba familiar. ¿De veras había formado parte de aquello? Sospechaba que sólo era otra falsa ilusión. No tenía sentido preguntárselo. Después de todos aquellos años, dudaba de que él recordara su nombre. Pero luego recordó que Dante Valenti no permitía que su secretaria concediera una cita sin que él averiguara primero de quién se trataba. Así que era evidente que la recordaba y por eso había aceptado recibirla. Eso significaba que… ¿Qué significaba? Que el pasado no significaba nada para él, y que el negocio era su prioridad. «Y el negocio es lo único que importa ahora», se amonestó ella en silencio. «Ya es hora de que empieces a pensar de la misma manera». El hecho de que él hubiera aceptado recibirla significaba que al menos existía una posibilidad de que él estuviera dispuesto a ayudarla.
Faye miró el reloj por tercera vez. Aquello tenía que funcionar. Observó que la mujer pelirroja hablaba por el intercomunicador y, sintiéndose insegura, se retiró del rostro un mechón de su cabello oscuro y se lo sujetó con una horquilla. No tenía presupuesto suficiente para acudir a la peluquería, así que tenía que conformarse con aquel peinado.
–El señor Valenti la recibirá ahora –la mujer habló como si le estuviera otorgando un trato inmerecido, y la guió hasta la puerta del despacho.
Faye se alisó la falda del traje gris. Tenía el corazón acelerado. Había pasado seis años convencida de que no tendría que volver a Dante jamás y, sin embargo, había tenido que ir a buscarlo. Pero ¿qué elección tenía? Durante el último año había recurrido a todos los bancos y posibles inversores, pero nadie le había dejado ni un céntimo. Al principio, lo consideraba preocupante, pero empezaba a ser desesperante. No tenía más elección, porque no podía dejar que el restaurante de su familia cayera en bancarrota ante sus ojos. No sólo porque sentía que, como hija, era su deber evitar que eso sucediera, sino también porque adoraba el negocio. Tanto que estaba convencida de que aunque hubiera nacido en otra familia, también se habría sentido atraída por el placer de ver cómo otras personas disfrutaban de una buena comida alrededor de una mesa. Tal y como había hecho la gente en Matteson’s. Por eso, no le quedaba más remedio que entrar en aquel enorme despacho con toda la seguridad que pudiera aparentar.
Dante no dijo nada al verla y Faye se sintió agradecida. Aunque sólo lo había mirado durante un instante, había sido suficiente para quedarse sin habla. Se había preparado para enfrentarse al antiguo Dante, pero no había contado con que el tiempo lo habría cambiado. Había mejorado con los años. Su cabello oscuro parecía más espeso, la forma de su mentón más marcada, y la curva de su labio inferior mucho más sensual. Pero lo que más había cambiado eran sus ojos oscuros que, rodeados de una suave tez color aceituna, habían adquirido una mirada más penetrante, dominante… Heladora. Dante seguía siendo el hombre más sexy que había conocido nunca.
–¿A qué se debe este inesperado placer, señorita Matteson? Sólo puedo imaginarlo.
Ella levantó el rostro y él hizo un gesto para que se sentara en una de las butacas de piel que rodeaban el escritorio. Ella se sentó en el borde de una butaca y deseó que él hubiera permanecido en silencio, ya que su voz le había producido un efecto inesperado, provocando que se le acelerara el pulso y que la sangre circulara más deprisa por sus venas.
–Hola, Dante.
–¿Vas a tutearme, Faye? No tendrías que haber concertado una cita con mi secretaria personal si, después de todo, esto va a ser una llamada personal.
Faye sospechaba que toda aquella locura le habría resultado más fácil si hubiera hablado con Dante por teléfono. Sin embargo, suponía que podía ser más convincente si hablaba con él cara a cara, pero no había contado con el efecto que su presencia física tendría sobre ella.
–Muy bien, señor Valenti –dijo ella–. He venido porque tengo una propuesta de negocio para usted.
–¿De veras, Faye? ¿Y qué podrías ofrecerme que pudiera interesarme?
Faye se sonrojó y sintió que él la miraba de manera penetrante, provocando que ella deseara quitarse la chaqueta del traje. Sin embargo, no se atrevió a hacerlo para que no viera que sus pezones erectos rozaban contra la tela de la blusa. «Continúa con tu discurso. No permitas que se dé cuenta de que su presencia te afecta».
–Mi familia y yo estamos tratando de encontrar un inversor para Matteson’s, a cambio de ofrecerle un porcentaje de los beneficios. Puesto que en su momento mostraste interés por nuestro restaurante, pensé que a lo mejor deseabas ver nuestra propuesta –abrió una carpeta sobre el escritorio y se la acercó.
Él ignoró los papeles.
–¿Desear? –no hacía falta mirarlo a los ojos para percibir su ironía–. Puede que hayas sido lo bastante estúpida como para suponer que, en aquel entonces, estuve interesado en el restaurante –negó con la cabeza–. Pero debes de ser completamente estúpida si crees que no sé que Matteson’s está dando sus últimos coletazos.
Faye se puso tensa, preguntándose si él podría haber dicho algo que le hiciera más daño. Así que todo había sido una fachada. Él había visto la oportunidad de utilizarla, nada más. Y si creía que Matteson era irrecuperable, quizá sería mejor que ella abandonara en ese mismo instante. La idea hizo que se pusiera a la defensiva.
–Por mucho que te complazca pensar que soy estúpida, Dante, te informaré de que Matteson’s no está en las últimas. Admito que necesitamos una inyección de efectivo para poder actualizarnos en algunos aspectos…
–¿Una inyección de efectivo? –intervino Dante–. Necesitas un milagro. ¿Quién invertiría dinero en un negocio que está dando pérdidas?
–No está dando pérdidas.
–Pero deja que adivine… Tampoco está dando beneficios.
Las palabras de Dante provocaron que Faye tuviera la sensación de que el aire de la habitación era cada vez más denso. El padre de Faye había caído enfermo y no había podido dedicarle a Matteson’s el tiempo que necesitaba. Su orgullo le había impedido buscar ayuda y pedirle a Faye que dejara la universidad para compartir la responsabilidad. Faye tragó saliva para deshacer el nudo que sentía en la garganta. Admiraba a su padre por lo que había hecho, al mismo tiempo que le molestaba que hubiera sido tan testarudo. Pero desde su fallecimiento, las cosas habían ido de mal en peor. Por mucho que Faye hubiera intentado solucionar las cosas, los beneficios seguían disminuyendo, y si no conseguía que comenzaran a repuntar, no sería capaz ni de pagar el sueldo a sus empleados.
–Quizá si hubieras adquirido un poco más de experiencia antes de meterte en el negocio, no te habrías encontrado en esta situación, ¿no crees?
El comentario era doloroso. Él había sido el motivo por el que ella no había podido ampliar su experiencia.
–Tenía experiencia. Que no la hubiera adquirido bajo tu orientación, no significa que no mereciera la pena. No eres el propietario de todos los hoteles y restaurantes. ¿O no te has dado cuenta?
–No dudo que hayas adquirido mucha experiencia desde entonces –dijo Dante, mirándola de arriba abajo–. Pero está claro que no ha sido lo suficientemente buena, puesto que estás aquí. Y ambos sabemos que eso significa que estás desesperada.
–Todos los negocios necesitan que se invierta en ellos periódicamente. Las circunstancias piden que Matteson’s encuentre un inversor externo, por primera vez en quince años. No considero que eso sea un fracaso.
–Entonces, abre los ojos. Antes no necesitabas dinero porque Matteson’s era un lugar contemporáneo. Ahora se ha quedado anticuado. La gente necesita cambios.
¿De veras pensaba que era tan tonta como para no saber eso? Ella había hecho todo lo posible por actualizar el local, por cambiar las cosas después de que su padre falleciera. Pero no podía hacer nada más, aparte de emplear la impresora de casa para modernizar los menús, o gastarse los ahorros en pintura para las paredes. Sabía que Matteson’s necesitaba una puesta a punto general, y estaba dispuesta a hacérsela pero necesitaba dinero.
–Nuestra intención es emplear el dinero en renovar la cocina…
–Es demasiado tarde –dijo Dante–. Matteson’s está en declive.
–En ese tema no estoy de acuerdo.
Faye lo miró a los ojos un instante antes de desviar la mirada hacia el horizonte de Roma. Él no dijo nada, pero se alejó de la ventana y se dirigió hacia Faye. Se apoyó en el escritorio y cruzó las piernas.
Ella podía percibir su aroma masculino y recordó imágenes del pasado. Imágenes demasiado dolorosas como para pensar en ellas. Se puso en pie, incapaz de soportar su cercanía. Deseaba gritarle que se alejara de ella, que se mantuviera a un metro de distancia. No tenía sentido que permaneciera en aquella habitación con él, si era evidente que tras aquella reunión no obtendría el resultado que deseaba.
–En ese caso, buscaré otras fuentes de inversión alternativas –dijo ella, inclinándose para recoger la propuesta–. Gracias por dedicarme un momento de tu precioso tiempo.
Él no permitió que diera ni un solo paso hacia la puerta. Antes de que ella se diera cuenta, la había detenido agarrándola por la muñeca. Faye contuvo la respiración.
–¿Te marchas tan pronto? –dijo él con frialdad–. Una vez más has hecho lo que querías hacer, pero no has esperado a oír lo que yo tengo que decir. Qué sorpresa.
–¿Tienes algo más que decir? –preguntó ella, y de pronto se sintió como si fuera la chica de seis años atrás, esperando una explicación que calmara el dolor de su corazón.
–El local está en un sitio excelente.
Dante le soltó la muñeca y se apoyó de nuevo en el escritorio.
–¿Qué?
–No me has preguntado si estoy interesado en algún aspecto de tu propuesta. Como bien has interpretado, no tengo interés en invertir en Matteson’s. Sin embargo, hay algo que me parece muy interesante. El restaurante está en un lugar excepcional. Está en una zona de Londres en la que yo llevo algún tiempo queriendo expandirme. Podría considerar comprar el local por una suma considerable de dinero, si me lo ofertaras, claro.
Faye se volvió para mirarlo. Por eso había aceptado recibirla. Tragó saliva. Tenía intención de acabar con ella, de usurpar su negocio familiar y convertirlo en otro restaurante de lujo, como el que tenía en el centro de Londres.
–Tendrás que pasar sobre mi cadáver. No está en venta.
–Todavía no, quizá –sonrió él–. Pero esperaré.
–¿Qué quieres decir?
–Ah, por supuesto. ¿Cómo he podido olvidar que no sabes lo que es esperar Faye? Lo que quiero decir es que creo que no tardarás mucho en ponerlo a la venta.
Faye sintió que se ponía colorada. Era evidente que Dante sabía más acerca de la situación financiera de Matteson’s de lo que ella esperaba, y no era por que él tuviera interés en el restaurante, o en ella, si no porque había visto una buena oportunidad para sí mismo. La idea le sentó como una jarra de agua helada. Así que, si Matteson’s no conseguía incrementar los beneficios, Dante estaría allí para hacer una contraoferta brutal.
–Bueno, parece que tendré que intentar aplicar mi poder de persuasión en otro sitio, ¿no es así? –contestó ella, arqueando las cejas y dedicándole una amplia sonrisa.
–A lo mejor podemos llegar a algún acuerdo –dijo él.
–¿Qué quieres decir?
–A un acuerdo mutuo.
Faye dudaba que él conociera el verdadero significado de aquellas palabras.
De pronto, se oyó una voz por el interfono.
–Siento interrumpir, señor Valenti, pero ha llamado el señor Castillo, de la oficina de Madrid, y dice que es urgente.
–Gracias, Julietta –contestó Dante. Por favor, pregúntele si sería tan amable de esperar unos minutos. Ya casi he terminado.
–Por supuesto –la voz de la mujer era dulce, reverente.
«Como debía de ser la mía en su momento», pensó Faye. No pudo evitar estremecerse al oír el tono seductor que él había empleado para contestar a su secretaria. Un tono que sugería que no era un bastardo, frío y calculador. Los celos se apoderaron de ella y Faye se odió por ello.
–¿Dónde te estás quedando?
–¿Cómo?
–En Roma, ¿dónde te alojas?
–En un hotel que está cerca del aeropuerto. Pero no es asunto tuyo.
–No, tú no. Enviaré a alguien para que recoja tus maletas y mi chófer te llevará a Il Maia.
¿Il Maia? ¿De qué estaba hablando? Ella no quería ver Roma otra vez, y mucho menos su hotel. Y puesto que él había dejado claro que no tenía intención de ayudarla, había pensado en regresar a casa en el siguiente vuelo.
–Aunque podría permitirme alojarme en Il Maia, no será necesario. Regresaré a casa esta noche.
–No, Faye –dijo él en voz baja–. A menos que quieras sentarte para observar cómo se desmorona el negocio de tu familia. Estoy dispuesto a reconsiderar tu propuesta, bajo mis condiciones. Estaré en el bar del hotel a las ocho, y hablaremos de esto durante la cena. Puesto que recuerdo que no agotaste el plazo de tu estancia previa, pasaré por alto el coste de esta estancia –se acercó hacia la puerta–. Ahora tengo que atender un asunto importante. Julietta te mostrará la salida.
–¡No voy a aceptar esto cuando lo único que me has dicho es que no aceptarías mi propuesta por nada del mundo! –exclamó ella, alterada por la idea de regresar a Il Maia y de pasar una velada en su compañía. Por un lado, odiaba la idea de poder sentirse en deuda con él y, por otro, los sentimientos que él le había provocado durante el breve encuentro, la aterrorizaban. Pero él ya estaba hablando con Julietta a través del intercomunicador, diciéndole que llamara al chófer y que le pasara con la llamada de Madrid.
–¡Dame un buen motivo por el que debería aceptar tu ridícula propuesta! –soltó ella, mirándolo con desafío.
Dante respiró hondo, se volvió para mirarla y negó con la cabeza.
–Porque que tú aceptes no es un requisito, señorita Matteson. Harás lo que te diga porque te haré una oferta que no podrás rechazar, y porque si no lo haces, te arruinaré.
Y tras esas palabras, atendió la llamada de Madrid.
Dante colgó el teléfono después de haber solucionado sin problema la crisis que Castillo tenía con el proveedor. Faye había salido de la habitación en cuanto él había dejado de prestarle atención, tal y como esperaba. No era la primera vez que una mujer salía de su despacho enfurruñada cuando las cosas no salían tal y como ella quería, y sospechaba que tampoco sería la última. Sin embargo, mientras observaba la silla en la que ella había estado sentada, reconoció que se había equivocado en una cosa. Ella apenas lo había mirado a los ojos durante todo el encuentro, y eso hacía que se sintiera frustrado. ¿Pensaba que podría engañarlo fingiendo ser una mujer modesta?
«Pero la última vez era una chica inocente, ¿no?», le dijo una vocecita. Iba acompañada de algo similar a un sentimiento de culpa que no quería reconocer. Pero su aparente inocencia, que debió de ser lo que había provocado que él sintiera una fuerte atracción hacia ella, no había durado más de cinco minutos. Sí, ella le había demostrado enseguida que estaba dispuesta a liberarse de la caga de su virginidad antes de moverse hacia la siguiente víctima. ¿Cuánto tiempo había tardado? ¿Dos semanas después de haberse marchado ya estaba intercambiando favores sexuales al otro lado del Atlántico?
Pero Faye estaba igual de tentadora que siempre, o incluso más. A pesar de haber ido a pedirle dinero vestida con prendas que él sabía que ella no podía pagar, y con la manicura recién hecha, cuando no solía hacérsela, él todavía la deseaba. La había deseado desde el momento en que había entrado en su despacho. Igual que en el momento en que levantó la vista del menú de Matteson’s, años atrás, y se encontró con una chica completamente distinta a las demás. Una camarera inglesa, tímida y profesional, que tenía el cabello del color de la miel y unas piernas irresistibles que él se prohibió acariciar. Su inocencia resultó ser tan falsa como las uñas que llevaba, pero ella seguía excitándolo.
Decirle que no, decirle que lo único que conseguiría obtener de él sería ver cómo compraba la tierra que tenía bajo los pies, no sería suficiente. Necesitaba tenerla otra vez bajo su cuerpo. Haría que lo mirara a los ojos y pronunciara su nombre gimiendo de placer. Aunque eso significara cambiar sus planes un poco. El resultado final sería el mismo: ella se vería obligada a vendérselo todo, a darse cuenta de que, si hubiera sido capaz de contenerse una pizca, quizá hubiera sido un éxito. Él había llegado a pensar que era una mujer especial, que merecía su respeto, y le había dado la oportunidad de aprender de él. Pero ella había demostrado ser como todas las demás mujeres que habían tratado de atraparlo. ¿Y había ido a pedirle ayuda? Bueno, Faye había hecho su propia cama y él se aseguraría de que se tumbara en ella, cuándo y cómo él eligiera.