Amante por un mes - Un jefe engañado - Desengañados - Sabrina Philips - E-Book

Amante por un mes - Un jefe engañado - Desengañados E-Book

SABRINA PHILIPS

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Beschreibung

Amante por un mes Sabrina Philips ¡Faye Matteson no podía creer que Dante Valenti tuviera tanto descaro! El arrogante italiano le había ofrecido ayuda para su negocio a cambio de que se convirtiera en su amante. Durante su inexperta juventud, Faye le había entregado su corazón a Dante, pero él le robó su virginidad y la dejó destrozada. Un jefe engañado Lee Wilkinson Ross Dalgowan se enfureció cuando descubrió que la mujer con la que había compartido una apasionada noche de amor estaba casada. Pero la verdad era que Cathy estaba divorciada. Solo trataba de ayudar a su hermano haciéndose pasar por su esposa. Y eso la llevó a meterse en un lío, dado que el atractivo desconocido con el que había pasado una noche maravillosa era su nuevo jefe. Desengañados Helen Brooks Blaise West es el nuevo jefe de Kim Abbott y en persona es aún más formidable de lo que los rumores de la oficina le han llevado a creer. Tímida e insegura, Kim siempre ha procurado pasar desapercibida, pero, ante la poderosa presencia de Blaise, se siente femenina y deseada por primera vez en su vida. Es una combinación embriagadora, pero sabe que debe resistirse…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 416 - abril 2021

© 2009 Sabrina Philips

Amante por un mes

Título original: Valenti’s One-Month Mistress

© 2009 Lee Wilkinson

Un jefe engañado

Título original: The Boss’s Forbidden Secretary

© 2009 Helen Brooks

Desengañados

Título original: The Boss’s Inexperienced Secretary

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1375-397-3

Índice

 

Amante por un mes

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

 

Un jefe engañado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

 

Desengañados

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

 

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

DANTE se preguntaba si ella lo miraría a los ojos y le suplicaría. O si evitaría su mirada, puesto que la última vez que lo había mirado a los ojos había terminado rodeándolo por la cintura con las piernas y entregándose a él. Dante extendió el informe por el escritorio de caoba y apretó los labios. No, lo dudaba. «Renuencia» no era una palabra que pudiera asociarse con Faye Matteson.

Apoyándose en el respaldo de la silla de piel, vio el nombre de ella entre las citas que figuraban en su agenda electrónica. Un mes antes, su secretaria personal había ido a preguntarle si estaría dispuesto a recibirla y, al instante, él había imaginado qué era lo que quería. Sabía que sólo algo como eso habría hecho que ella regresara a Roma. Pero no habría hecho falta que ella se hubiera molestado haciendo el viaje. Su manera de exponerle el caso no marcaría diferencias. Le sorprendía que ella creyera que él estaría dispuesto a ayudarla. Pero claro, ella nunca se imaginaba que las cosas pudieran salir de manera diferente a como ella se las planteaba. Y él dudaba que después de seis años hubiera cambiado. Él sí había cambiado. La que en su día fue una camarera inglesa con mirada de acuéstate conmigo, ya no suponía un peligro. Esta vez él sabía que ella era una bruja.

–La señorita Matteson ha llegado ya, señor Valenti –le dijo la recepcionista por el intercomunicador.

Dante se puso en pie, preparándose para saborear la venganza.

–Hágala pasar.

 

 

«Nada ha cambiado», pensó Faye mientras respiraba hondo y se sentaba en el sofá que le indicaba la esbelta pelirroja, el último obstáculo que se interponía entre ella y el despacho de Dante. Quizá su imperio había crecido, pero el escenario era el mismo. Los empleados pululaban a su alrededor y todas las mujeres se desplazaban en su dirección como flores atraídas por el sol.

Faye se estremeció y trató de relajarse. Parte de su tensión se debía al hecho de haber estado sentada mucho rato durante el viaje en avión que había hecho a lo largo de la noche. Miró a su alrededor y comprobó que aquel ambiente ya no le resultaba familiar. ¿De veras había formado parte de aquello? Sospechaba que sólo era otra falsa ilusión. No tenía sentido preguntárselo. Después de todos aquellos años, dudaba de que él recordara su nombre. Pero luego recordó que Dante Valenti no permitía que su secretaria concediera una cita sin que él averiguara primero de quién se trataba. Así que era evidente que la recordaba y por eso había aceptado recibirla. Eso significaba que… ¿Qué significaba? Que el pasado no significaba nada para él, y que el negocio era su prioridad. «Y el negocio es lo único que importa ahora», se amonestó ella en silencio. «Ya es hora de que empieces a pensar de la misma manera». El hecho de que él hubiera aceptado recibirla significaba que al menos existía una posibilidad de que él estuviera dispuesto a ayudarla.

Faye miró el reloj por tercera vez. Aquello tenía que funcionar. Observó que la mujer pelirroja hablaba por el intercomunicador y, sintiéndose insegura, se retiró del rostro un mechón de su cabello oscuro y se lo sujetó con una horquilla. No tenía presupuesto suficiente para acudir a la peluquería, así que tenía que conformarse con aquel peinado.

–El señor Valenti la recibirá ahora –la mujer habló como si le estuviera otorgando un trato inmerecido, y la guió hasta la puerta del despacho.

Faye se alisó la falda del traje gris. Tenía el corazón acelerado. Había pasado seis años convencida de que no tendría que volver a Dante jamás y, sin embargo, había tenido que ir a buscarlo. Pero ¿qué elección tenía? Durante el último año había recurrido a todos los bancos y posibles inversores, pero nadie le había dejado ni un céntimo. Al principio, lo consideraba preocupante, pero empezaba a ser desesperante. No tenía más elección, porque no podía dejar que el restaurante de su familia cayera en bancarrota ante sus ojos. No sólo porque sentía que, como hija, era su deber evitar que eso sucediera, sino también porque adoraba el negocio. Tanto que estaba convencida de que aunque hubiera nacido en otra familia, también se habría sentido atraída por el placer de ver cómo otras personas disfrutaban de una buena comida alrededor de una mesa. Tal y como había hecho la gente en Matteson’s. Por eso, no le quedaba más remedio que entrar en aquel enorme despacho con toda la seguridad que pudiera aparentar.

Dante no dijo nada al verla y Faye se sintió agradecida. Aunque sólo lo había mirado durante un instante, había sido suficiente para quedarse sin habla. Se había preparado para enfrentarse al antiguo Dante, pero no había contado con que el tiempo lo habría cambiado. Había mejorado con los años. Su cabello oscuro parecía más espeso, la forma de su mentón más marcada, y la curva de su labio inferior mucho más sensual. Pero lo que más había cambiado eran sus ojos oscuros que, rodeados de una suave tez color aceituna, habían adquirido una mirada más penetrante, dominante… Heladora. Dante seguía siendo el hombre más sexy que había conocido nunca.

–¿A qué se debe este inesperado placer, señorita Matteson? Sólo puedo imaginarlo.

Ella levantó el rostro y él hizo un gesto para que se sentara en una de las butacas de piel que rodeaban el escritorio. Ella se sentó en el borde de una butaca y deseó que él hubiera permanecido en silencio, ya que su voz le había producido un efecto inesperado, provocando que se le acelerara el pulso y que la sangre circulara más deprisa por sus venas.

–Hola, Dante.

–¿Vas a tutearme, Faye? No tendrías que haber concertado una cita con mi secretaria personal si, después de todo, esto va a ser una llamada personal.

Faye sospechaba que toda aquella locura le habría resultado más fácil si hubiera hablado con Dante por teléfono. Sin embargo, suponía que podía ser más convincente si hablaba con él cara a cara, pero no había contado con el efecto que su presencia física tendría sobre ella.

–Muy bien, señor Valenti –dijo ella–. He venido porque tengo una propuesta de negocio para usted.

–¿De veras, Faye? ¿Y qué podrías ofrecerme que pudiera interesarme?

Faye se sonrojó y sintió que él la miraba de manera penetrante, provocando que ella deseara quitarse la chaqueta del traje. Sin embargo, no se atrevió a hacerlo para que no viera que sus pezones erectos rozaban contra la tela de la blusa. «Continúa con tu discurso. No permitas que se dé cuenta de que su presencia te afecta».

–Mi familia y yo estamos tratando de encontrar un inversor para Matteson’s, a cambio de ofrecerle un porcentaje de los beneficios. Puesto que en su momento mostraste interés por nuestro restaurante, pensé que a lo mejor deseabas ver nuestra propuesta –abrió una carpeta sobre el escritorio y se la acercó.

Él ignoró los papeles.

–¿Desear? –no hacía falta mirarlo a los ojos para percibir su ironía–. Puede que hayas sido lo bastante estúpida como para suponer que, en aquel entonces, estuve interesado en el restaurante –negó con la cabeza–. Pero debes de ser completamente estúpida si crees que no sé que Matteson’s está dando sus últimos coletazos.

Faye se puso tensa, preguntándose si él podría haber dicho algo que le hiciera más daño. Así que todo había sido una fachada. Él había visto la oportunidad de utilizarla, nada más. Y si creía que Matteson era irrecuperable, quizá sería mejor que ella abandonara en ese mismo instante. La idea hizo que se pusiera a la defensiva.

–Por mucho que te complazca pensar que soy estúpida, Dante, te informaré de que Matteson’s no está en las últimas. Admito que necesitamos una inyección de efectivo para poder actualizarnos en algunos aspectos…

–¿Una inyección de efectivo? –intervino Dante–. Necesitas un milagro. ¿Quién invertiría dinero en un negocio que está dando pérdidas?

–No está dando pérdidas.

–Pero deja que adivine… Tampoco está dando beneficios.

Las palabras de Dante provocaron que Faye tuviera la sensación de que el aire de la habitación era cada vez más denso. El padre de Faye había caído enfermo y no había podido dedicarle a Matteson’s el tiempo que necesitaba. Su orgullo le había impedido buscar ayuda y pedirle a Faye que dejara la universidad para compartir la responsabilidad. Faye tragó saliva para deshacer el nudo que sentía en la garganta. Admiraba a su padre por lo que había hecho, al mismo tiempo que le molestaba que hubiera sido tan testarudo. Pero desde su fallecimiento, las cosas habían ido de mal en peor. Por mucho que Faye hubiera intentado solucionar las cosas, los beneficios seguían disminuyendo, y si no conseguía que comenzaran a repuntar, no sería capaz ni de pagar el sueldo a sus empleados.

–Quizá si hubieras adquirido un poco más de experiencia antes de meterte en el negocio, no te habrías encontrado en esta situación, ¿no crees?

El comentario era doloroso. Él había sido el motivo por el que ella no había podido ampliar su experiencia.

–Tenía experiencia. Que no la hubiera adquirido bajo tu orientación, no significa que no mereciera la pena. No eres el propietario de todos los hoteles y restaurantes. ¿O no te has dado cuenta?

–No dudo que hayas adquirido mucha experiencia desde entonces –dijo Dante, mirándola de arriba abajo–. Pero está claro que no ha sido lo suficientemente buena, puesto que estás aquí. Y ambos sabemos que eso significa que estás desesperada.

–Todos los negocios necesitan que se invierta en ellos periódicamente. Las circunstancias piden que Matteson’s encuentre un inversor externo, por primera vez en quince años. No considero que eso sea un fracaso.

–Entonces, abre los ojos. Antes no necesitabas dinero porque Matteson’s era un lugar contemporáneo. Ahora se ha quedado anticuado. La gente necesita cambios.

¿De veras pensaba que era tan tonta como para no saber eso? Ella había hecho todo lo posible por actualizar el local, por cambiar las cosas después de que su padre falleciera. Pero no podía hacer nada más, aparte de emplear la impresora de casa para modernizar los menús, o gastarse los ahorros en pintura para las paredes. Sabía que Matteson’s necesitaba una puesta a punto general, y estaba dispuesta a hacérsela pero necesitaba dinero.

–Nuestra intención es emplear el dinero en renovar la cocina…

–Es demasiado tarde –dijo Dante–. Matteson’s está en declive.

–En ese tema no estoy de acuerdo.

Faye lo miró a los ojos un instante antes de desviar la mirada hacia el horizonte de Roma. Él no dijo nada, pero se alejó de la ventana y se dirigió hacia Faye. Se apoyó en el escritorio y cruzó las piernas.

Ella podía percibir su aroma masculino y recordó imágenes del pasado. Imágenes demasiado dolorosas como para pensar en ellas. Se puso en pie, incapaz de soportar su cercanía. Deseaba gritarle que se alejara de ella, que se mantuviera a un metro de distancia. No tenía sentido que permaneciera en aquella habitación con él, si era evidente que tras aquella reunión no obtendría el resultado que deseaba.

–En ese caso, buscaré otras fuentes de inversión alternativas –dijo ella, inclinándose para recoger la propuesta–. Gracias por dedicarme un momento de tu precioso tiempo.

Él no permitió que diera ni un solo paso hacia la puerta. Antes de que ella se diera cuenta, la había detenido agarrándola por la muñeca. Faye contuvo la respiración.

–¿Te marchas tan pronto? –dijo él con frialdad–. Una vez más has hecho lo que querías hacer, pero no has esperado a oír lo que yo tengo que decir. Qué sorpresa.

–¿Tienes algo más que decir? –preguntó ella, y de pronto se sintió como si fuera la chica de seis años atrás, esperando una explicación que calmara el dolor de su corazón.

–El local está en un sitio excelente.

Dante le soltó la muñeca y se apoyó de nuevo en el escritorio.

–¿Qué?

–No me has preguntado si estoy interesado en algún aspecto de tu propuesta. Como bien has interpretado, no tengo interés en invertir en Matteson’s. Sin embargo, hay algo que me parece muy interesante. El restaurante está en un lugar excepcional. Está en una zona de Londres en la que yo llevo algún tiempo queriendo expandirme. Podría considerar comprar el local por una suma considerable de dinero, si me lo ofertaras, claro.

Faye se volvió para mirarlo. Por eso había aceptado recibirla. Tragó saliva. Tenía intención de acabar con ella, de usurpar su negocio familiar y convertirlo en otro restaurante de lujo, como el que tenía en el centro de Londres.

–Tendrás que pasar sobre mi cadáver. No está en venta.

–Todavía no, quizá –sonrió él–. Pero esperaré.

–¿Qué quieres decir?

–Ah, por supuesto. ¿Cómo he podido olvidar que no sabes lo que es esperar Faye? Lo que quiero decir es que creo que no tardarás mucho en ponerlo a la venta.

Faye sintió que se ponía colorada. Era evidente que Dante sabía más acerca de la situación financiera de Matteson’s de lo que ella esperaba, y no era por que él tuviera interés en el restaurante, o en ella, si no porque había visto una buena oportunidad para sí mismo. La idea le sentó como una jarra de agua helada. Así que, si Matteson’s no conseguía incrementar los beneficios, Dante estaría allí para hacer una contraoferta brutal.

–Bueno, parece que tendré que intentar aplicar mi poder de persuasión en otro sitio, ¿no es así? –contestó ella, arqueando las cejas y dedicándole una amplia sonrisa.

–A lo mejor podemos llegar a algún acuerdo –dijo él.

–¿Qué quieres decir?

–A un acuerdo mutuo.

Faye dudaba que él conociera el verdadero significado de aquellas palabras.

De pronto, se oyó una voz por el interfono.

–Siento interrumpir, señor Valenti, pero ha llamado el señor Castillo, de la oficina de Madrid, y dice que es urgente.

–Gracias, Julietta –contestó Dante. Por favor, pregúntele si sería tan amable de esperar unos minutos. Ya casi he terminado.

–Por supuesto –la voz de la mujer era dulce, reverente.

«Como debía de ser la mía en su momento», pensó Faye. No pudo evitar estremecerse al oír el tono seductor que él había empleado para contestar a su secretaria. Un tono que sugería que no era un bastardo, frío y calculador. Los celos se apoderaron de ella y Faye se odió por ello.

–¿Dónde te estás quedando?

–¿Cómo?

–En Roma, ¿dónde te alojas?

–En un hotel que está cerca del aeropuerto. Pero no es asunto tuyo.

–No, tú no. Enviaré a alguien para que recoja tus maletas y mi chófer te llevará a Il Maia.

¿Il Maia? ¿De qué estaba hablando? Ella no quería ver Roma otra vez, y mucho menos su hotel. Y puesto que él había dejado claro que no tenía intención de ayudarla, había pensado en regresar a casa en el siguiente vuelo.

–Aunque podría permitirme alojarme en Il Maia, no será necesario. Regresaré a casa esta noche.

–No, Faye –dijo él en voz baja–. A menos que quieras sentarte para observar cómo se desmorona el negocio de tu familia. Estoy dispuesto a reconsiderar tu propuesta, bajo mis condiciones. Estaré en el bar del hotel a las ocho, y hablaremos de esto durante la cena. Puesto que recuerdo que no agotaste el plazo de tu estancia previa, pasaré por alto el coste de esta estancia –se acercó hacia la puerta–. Ahora tengo que atender un asunto importante. Julietta te mostrará la salida.

–¡No voy a aceptar esto cuando lo único que me has dicho es que no aceptarías mi propuesta por nada del mundo! –exclamó ella, alterada por la idea de regresar a Il Maia y de pasar una velada en su compañía. Por un lado, odiaba la idea de poder sentirse en deuda con él y, por otro, los sentimientos que él le había provocado durante el breve encuentro, la aterrorizaban. Pero él ya estaba hablando con Julietta a través del intercomunicador, diciéndole que llamara al chófer y que le pasara con la llamada de Madrid.

–¡Dame un buen motivo por el que debería aceptar tu ridícula propuesta! –soltó ella, mirándolo con desafío.

Dante respiró hondo, se volvió para mirarla y negó con la cabeza.

–Porque que tú aceptes no es un requisito, señorita Matteson. Harás lo que te diga porque te haré una oferta que no podrás rechazar, y porque si no lo haces, te arruinaré.

Y tras esas palabras, atendió la llamada de Madrid.

 

 

Dante colgó el teléfono después de haber solucionado sin problema la crisis que Castillo tenía con el proveedor. Faye había salido de la habitación en cuanto él había dejado de prestarle atención, tal y como esperaba. No era la primera vez que una mujer salía de su despacho enfurruñada cuando las cosas no salían tal y como ella quería, y sospechaba que tampoco sería la última. Sin embargo, mientras observaba la silla en la que ella había estado sentada, reconoció que se había equivocado en una cosa. Ella apenas lo había mirado a los ojos durante todo el encuentro, y eso hacía que se sintiera frustrado. ¿Pensaba que podría engañarlo fingiendo ser una mujer modesta?

«Pero la última vez era una chica inocente, ¿no?», le dijo una vocecita. Iba acompañada de algo similar a un sentimiento de culpa que no quería reconocer. Pero su aparente inocencia, que debió de ser lo que había provocado que él sintiera una fuerte atracción hacia ella, no había durado más de cinco minutos. Sí, ella le había demostrado enseguida que estaba dispuesta a liberarse de la caga de su virginidad antes de moverse hacia la siguiente víctima. ¿Cuánto tiempo había tardado? ¿Dos semanas después de haberse marchado ya estaba intercambiando favores sexuales al otro lado del Atlántico?

Pero Faye estaba igual de tentadora que siempre, o incluso más. A pesar de haber ido a pedirle dinero vestida con prendas que él sabía que ella no podía pagar, y con la manicura recién hecha, cuando no solía hacérsela, él todavía la deseaba. La había deseado desde el momento en que había entrado en su despacho. Igual que en el momento en que levantó la vista del menú de Matteson’s, años atrás, y se encontró con una chica completamente distinta a las demás. Una camarera inglesa, tímida y profesional, que tenía el cabello del color de la miel y unas piernas irresistibles que él se prohibió acariciar. Su inocencia resultó ser tan falsa como las uñas que llevaba, pero ella seguía excitándolo.

Decirle que no, decirle que lo único que conseguiría obtener de él sería ver cómo compraba la tierra que tenía bajo los pies, no sería suficiente. Necesitaba tenerla otra vez bajo su cuerpo. Haría que lo mirara a los ojos y pronunciara su nombre gimiendo de placer. Aunque eso significara cambiar sus planes un poco. El resultado final sería el mismo: ella se vería obligada a vendérselo todo, a darse cuenta de que, si hubiera sido capaz de contenerse una pizca, quizá hubiera sido un éxito. Él había llegado a pensar que era una mujer especial, que merecía su respeto, y le había dado la oportunidad de aprender de él. Pero ella había demostrado ser como todas las demás mujeres que habían tratado de atraparlo. ¿Y había ido a pedirle ayuda? Bueno, Faye había hecho su propia cama y él se aseguraría de que se tumbara en ella, cuándo y cómo él eligiera.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

FAYE cerró la puerta en cuanto el botones del hotel salió de la habitación, y dejó la maleta sobre la cama. No recordaba cuándo había sentido su independencia tan coartada, pero no tenía más elección. No podía regresar a casa sabiendo que Dante podía ofrecerle un acuerdo que evitaría que su negocio familiar cayera en bancarrota.

Sólo era una cena. Y no tenía nada que perder. Si él le ofrecía una suma ridícula de dinero por la compra de Matteson’s, ella rechazaría la oferta, pediría un taxi y se marcharía directamente al aeropuerto, consciente de que había hecho todo lo posible.

Así que, se encontraba de nuevo en Il Maia.

Había llegado de una manera muy diferente a aquel caluroso día de julio de seis años atrás. Aquel día, su vida estaba llena de promesas. Seis semanas antes estaba trabajando en el restaurante de sus padres, sirviendo mesas, cuando el hombre más atractivo del mundo entró por la puerta como si fuera una estrella del cine.

–El partido del día –le había dicho una de las camareras, guiñándole un ojo.

Faye se había sonrojado y se había dado la vuelta. Pero al momento, se había percatado de que era la única camarera que no estaba atendiendo a un cliente. Agarró el bolígrafo y la libreta y se acercó a la mesa donde estaba él.

–¿Qué puedo ofrecerle, caballero?

Él permaneció en silencio un instante, con la cabeza inclinada.

–A quien sea responsable de esto –dijo él, golpeando el menú con cara de disgusto.

Faye se quedó de piedra, convencida de que él estaba a punto de poner una queja.

–El chef es quien elige los platos, señor. Si desea tomar algo en particular… –Faye sonrió y dio un paso atrás hacia la cocina, en un gesto que esperaba indicara que no tuviera problema en pedirlo.

–No de la comida –contestó él–. Me refiero a la persona responsable del diseño del menú.

–De hecho, ésa soy yo –dijo Faye, sonrojándose.

–¿Usted? –preguntó él con incredulidad, y levantó la vista para mirarla. En un instante, consiguió atravesar su alma provocándole una ardiente sensación que Faye no había experimentado jamás. Él negó con la cabeza y continuó–: ¿Tiene este increíble talento y está sirviendo mesas?

Dante la invitó a sentarse y Faye le explicó todo. Le contó que era el restaurante de su padre y que estaba trabajando allí temporalmente. También, que le encantaba atender a los clientes pero que lo que más le gustaba era diseñar cosas. Y que por eso, mientras debatía entre asistir a la universidad o buscar un trabajo en el área de marketing, aquel verano su padre le había permitido diseñar sus menús.

Cuando él terminó de hacerle todo tipo de preguntas, ella se percató de que no podía dejar de sonreír. Se sentía como si hubiera sido invisible toda su vida y como si, por fin, alguien se hubiera dado cuenta de quién era en realidad.

–Mis empleados son incapaces de hacer algo que sea la mitad de original, y eso que han recibido muchos años de formación.

Y ése fue el momento en que su vida cambió para siempre. Dante le anunció que era el propietario de uno de los hoteles y restaurantes más famosos de Roma, y que no pensaba marcharse de allí hasta que ella no accediera a formar parte de su equipo.

Faye recordaba la emoción que había sentido al despedirse de sus padres el día que se marchó a Roma. Y cómo había llegado al aeropuerto internacional de Roma, donde él la esperaba en persona con un deportivo de color rojo para llevarla a Il Maia, uno de los mejores hoteles de cinco estrellas, donde había perdido su inocencia y su corazón.

Sí, la segunda llegada a Il Maia había sido muy diferente. Faye abrió la maleta y comenzó a colgar la ropa en el armario. Suspiró. No había llevado nada elegante para ir a cenar, y menos para cenar en uno de los lujosos restaurantes de Dante. Aunque sonara extraño, no solía salir a cenar fuera. Sin embargo, de vez en cuando, sí salía a tomar una copa con algunas compañeras del restaurante, pero hacía mucho tiempo que no aceptaba una cita. «Aunque esto no es una cita», pensó, mientras sujetaba el único vestido que había llevado. Era verde y demasiado corto, pero lo había llevado pensando que en septiembre todavía podía hacer mucho calor durante el día. Era su única opción. ¿Y qué más daba si él lo encontraba inapropiado? Él no podía pretender que ella hubiera pensado llevar algo de ropa para esa noche. Faye se había gastado todos sus ahorros en el traje que se había puesto para la reunión, pensando que podría hacerle creer que el restaurante sólo necesitaba una pequeña cantidad de dinero para aumentar sus beneficios. Pero una vez que él estaba al tanto de su precaria situación financiera, ya no tenía sentido fingir.

Faye se miró al espejo y se soltó el cabello, permitiendo que los mechones de color miel se extendieran sobre sus hombros. Dos horas y media más tarde, él estaría abajo, esperándola. Sintió un escalofrío. «Estúpida», pensó, mirándose en el espejo. ¿Así que su cuerpo todavía lo deseaba? Siempre había sido consciente del fuerte deseo que él le provocaba. Había pensado que era la nostalgia la que la hacía recordar cómo se había derretido por dentro en el instante en que él la había tocado, y cómo deseaba que la acariciara cuando estaba a su lado, pero ese día comprobó que la nostalgia no tenía nada que ver con aquello. Incluso cuando él la había tocado con intención de retenerla, ella había deseado que no la soltara. «¿O quizá era eso lo que él pretendía?», pensó mientras sacaba ropa interior limpia y se dirigía al lujoso baño. Sólo le había hecho falta ver cómo lo había mirado Julietta para saber que él tenía el mismo efecto sobre todas las mujeres. «Sólo se trata de atracción sexual», razonó para sí. Quizá su cuerpo fuera débil, pero ella no lo era. Ya había sucumbido a sus encantos una vez, entregándole su virginidad de manera voluntaria, para después salir de su vida con facilidad. Pero ya no tenía dieciocho años. Era mayor, y más sabia, y no tenía intención de entregarle nada.

 

 

Ocho y veinte. Dante la vio en cuanto ella entró en la habitación. Así que no tendría que ir a buscarla a su habitación. Lástima. Se fijó en que varios hombres se daban la vuelta al verla entrar. No era de extrañar. Llevaba un vestido muy corto y tenía unas piernas estupendas. Él se contuvo para no acercarse a ella, acariciar su melena dorada y hacerla suya con un beso apasionado. «Todo en su debido momento», pensó.

Se terminó la copa de vino y se puso en pie antes de que ella llegara a su lado.

–¿Entiendo que no has tenido problema para llegar hasta aquí? –bromeó, mirando el reloj que ella llevaba en la muñeca.

Faye no contestó.

–Nuestra mesa está lista, así que no esperemos más para disfrutar del placer –Dante hizo un gesto para que pasara delante.

–Estoy de acuerdo. Terminemos con esto cuanto antes –sintió que él colocaba la mano sobre su espalda para guiarla hasta el restaurante. El calor de su mano se extendió por todo su cuerpo. Ella tragó saliva. Deseaba gritarle que no la tocara, pero sabía que todo el mundo los estaba mirando. Sin duda, se preguntaban qué diablos hacía con ella el propietario de Valenti Enterprises, en lugar de estar con una supermodelo con las que, según las revistas, solía salir a cenar.

Como el resto del hotel, el restaurante Tuscan era muy elegante, y Faye sabía que seguía siendo uno de los más famosos de Italia.

–Siéntate, por favor –Dante le sacó la silla–. Bienvenida de nuevo a Perfezione.

Faye arqueó las cejas. Perfección: se había olvidado. Durante el mes que había estado allí, ella y el resto de los empleados denominaron Fez al restaurante, de manera cariñosa. ¿Cómo podía ser que nunca se percatara del egoísmo que denotaba el nombre?

–Les he explicado a los empleados que esta noche tenemos asuntos muy importantes que tratar. Me han asegurado que nos molestarán lo mínimo posible.

Faye no estaba segura de que eso fuera bueno. Estaban sentados en una zona tranquila. Dante estaba más atractivo que antes, con un traje oscuro y una camisa granate abierta que dejaba al descubierto su vello oscuro y varonil.

–¿Está todo bien en tu habitación?

–Perfezione, naturalmente –dijo ella.

–Eso espero. ¿Te han gustado los cambios?

–Muy bonitos –contestó ella.

Dante asintió y centró su atención en la carta. Faye lo observó, incapaz de centrarse en la suya. Se preguntaba si él tendría cierta implicación a la hora de decidir qué se servía allí. No estaba segura de que él tuviera tiempo de atender ese tipo de detalles, puesto que trabajaba en un edificio separado y tenía restaurantes por toda Europa. Dante parecía mirar la carta con mucha atención, y Faye se fijó en sus largas pestañas oscuras, recordando su roce contra las mejillas. Inconscientemente, levantó la mano y se acarició el rostro.

–Te recomiendo el marisco –dijo él, mirándola–. Me he tomado la libertad de pedir el vino para acompañarlo en el bar, pero si prefieres algo diferente, lo pediré.

–El marisco estará bien, gracias –Faye cerró el menú–. Pero pasaré sin vino.

–Un error, ¿te das cuenta?

–Quizá –Faye no se fiaba de poder mantenerse centrada si bebía algo que no fuera agua.

–Y el marisco estará delicioso.

–No lo dudo. Mi padre solía decir: «Para comer bien, haz caso a tu anfitrión».

–Un hombre sabio –convino Dante–. Siento que ya no esté entre nosotros.

Faye lo miró sorprendida. No esperaba que Dante se hubiera enterado de la muerte de su padre, y mucho menos que le mostrara sus condolencias. Podía soportar cualquier cosa excepto eso. Entonces, recordó que el motivo por el que él lo sabía era por que estaba esperando que el negocio de Matteson’s fracasara. Ella asintió.

–Bueno, cuéntame qué oferta es la que vas a hacerme y que crees que no voy a poder rechazar.

–Paciencia, Faye. Mi abuelo solía decirme: «No masques una idea hasta que no hayas digerido la comida».

«Estupendo», pensó Faye mientras Dante encargaba la comida al camarero, «pretende mantenerme en ascuas».

–Cuéntame… ¿qué has estado haciendo desde la última vez que nos vimos? –preguntó él, mirándola fijamente.

«Tratar de olvidarte», pensó Faye, tratando de no recordar su cuerpo desnudo entrelazado con el de ella.

–Viajé durante un año –dijo con tono educado.

«Me marché del país porque no podía soportar mirar hacia la puerta del restaurante cada vez que se abría, ni sobresaltarme cada vez que sonaba el teléfono, confiando en que fueras tú, para descubrir que no era así». Era curioso cómo el hecho de viajar sonaba como lo más importante que había hecho con su vida cuando no había sido más que una manera de escapar. Al menos, marcharse a los Estados Unidos para hacer una investigación con Chris, un chico completamente diferente a Dante, le había servido para que se olvidara una pizca de él.

–Y también estudié marketing –continuó–. Me gradué justo antes de que falleciera mi padre. Después, regresé al restaurante.

–¿Y ahí es donde deseas quedarte?

Faye nunca se había detenido a pensar si era lo que quería o no. Lo único que importaba era que su padre había dedicado toda su vida a Matteson’s y que ella no podía permitir que todo se echara a perder sólo porque él no estuviera. Pero cuando pensaba en ello, a pesar de su precaria situación económica, sabía que llevaba en el corazón el negocio de la restauración, y que allí era a donde pertenecía.

Faye asintió.

–Mi pasión continúa siendo la parte del diseño del negocio, y me dedico a ello cuando tengo la oportunidad –aunque eso no sucedía a menudo, ya que se encargaba del local además de servir mesas.

–¿De veras? –preguntó él–. Estaba convencido de que tu pasión yacía en otro lugar.

Faye se quedó boquiabierta. Se sentía idiota por haber bajado la guardia.

–Buon appetito. Que lo disfruten.

El camarero dejó la comida en la mesa.

Dante levantó el tenedor y miró el plato con una sonrisa. Faye se preguntaba si era otro de sus intentos para excitarla, por que, sin duda, funcionaba. Se obligó a mirar hacia otro lado. «Éste es el hombre que te hizo el amor y después se marchó».

–¿No tienes hambre?

Ella negó con la cabeza. Él parecía ofendido por el hecho de que ella jugueteara con la comida en el plato. Pero no le importaba, porque no podría comer aunque su vida dependiera de ello. Simplemente, el hecho de estar frente a él hacía que toda la musculatura de su cuerpo se pusiera tensa.

–Al contrario de lo que se cree, a un hombre que invita a una mujer a cenar no le parece atractivo verla comer una única hoja de lechuga.

–No estoy aquí para darte placer.

–¿Ah, no? –dejó los cubiertos en el plato y la miró de manera retadora.

Ella se estremeció. De pronto, fue consciente de la fina capa de tela que había entre sus senos y el aire frío del restaurante.

–No –contestó, y bebió un sorbo de agua–. Estoy aquí porque, antes de que finalizaras nuestra reunión de esta tarde con brusquedad, me habías sugerido que tenías algo importante que decir.

–Ah, ¿así que prefieres mascar la idea antes que digerir la comida? Pero la paciencia tiene su recompensa.

Dante llamó al camarero y habló con él en italiano.

–Muy bien. Hace seis años viniste aquí para unirte a mi equipo de marketing, y dejaste muy claro que tu interés era… ¿Cómo podría decirlo? ¿Adquirir experiencia en otro campo? Cuando conseguiste tu objetivo, desapareciste –se pasó el dedo por la barbilla–. ¿Y ahora supones que tienes suficiente experiencia para llevar un negocio exitoso? Quizá si te hubieras quedado más tiempo y hubieras prestado más atención, el restaurante de tu familia no estaría en esa situación.

¿Era lo bastante arrogante como para sugerir que, si se hubiera quedado más tiempo, podría haber evitado la crisis económica del restaurante? ¿De veras esperaba que se quedara y se enfrentara a la humillación de su rechazo, cuando él prácticamente le había hecho las maletas? Faye negó con la cabeza con incredulidad.

–Pero aun así, a pesar de tus fallos, Matteson’s está en un lugar estupendo –continuó él.

«Ya estamos otra vez», pensó ella. «Intenta convencerme de que lo hago tan mal que es mejor que venda ahora».

–Por lo tanto, estoy dispuesto a correr el riesgo y hacerte una pequeña transferencia de dinero ahora, y darte el resto de la suma que deseas dentro de un mes.

–¿De veras? –Faye estaba tan sorprendida que temía desmayarse. Aquello no tenía sentido. Él ni siquiera había mirado su propuesta.

–Con una condición –continuó él–. Durante el próximo mes, retomarás todo lo que dejaste hace seis años, y aprenderás todo lo necesario para conseguir que Matteson’s sea un éxito. Entonces, y sólo entonces, te dejaré el resto del dinero que pides. Cuando regreses a casa tendrás un mes más para doblar los beneficios.

Faye lo miró, buscando algo en su expresión que indicara que estaba bromeando. No lo encontró.

–¿Y si fracaso?

–El restaurante será mío.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

RETOMARLO donde lo dejó? Faye sintió una fuerte presión en el pecho al pensar en ello. ¿No se referiría a…? Negó con la cabeza. Dante hablaba de su experiencia laboral. Sin embargo, la idea de vivir en Il Maia, el lugar donde había pasado las cuatro mejores y peores semanas de su vida, la asustaba. ¿Cómo podría ver a aquel hombre todos los días cuando se debatía entre arrancarle su sonrisa triunfal de los labios o besarlo detenidamente?

Desde luego, doblar beneficios en un espacio tan corto de tiempo era casi imposible. Sin embargo, rechazar su oferta estaba fuera de cuestión. Estaba segura de que, si lo hacía, él se aseguraría de que Matteson’s se arruinara en la mitad de tiempo para poder invertir su dinero en el local y alardear del éxito delante de sus narices.

–Supongo que el hecho de que eso que pretendes que consiga en menos de un mes sea imposible, es parte de la broma.

–Nunca bromeo acerca de negocios. Me pediste ayuda, y éstas son mis condiciones –su arrogancia era casi tangible.

–Para ti todo esto es un juego, ¿verdad?

–La vida es un juego.

–El sustento de mucha gente está en juego.

–Entonces, gana.

Faye se reclinó en la silla y preguntó con nerviosismo:

–¿Y no podría obtener todo el dinero ahora? Así, cuando regresara, ya habría empezado la reforma.

–Ahh, vaya sorpresa. La señorita Matteson no quiere esperar y no es capaz de ver que la oferta de trabajar conmigo es invalorable.

–Siempre tuviste un ego monumental.

–¿Y sin embargo has venido a buscar más?

Faye lo fulminó con la mirada.

–¿No dices nada, Faye? Justo cuando empezaba a gustarme tu nueva personalidad.

La rabia se apoderó de ella como si fuera un volcán en erupción y Faye deseó tirarle el vaso de agua a la cara. Sólo la presencia de otros clientes hizo que se contuviera. Él adivinó su pensamiento.

–Adelante –la retó–. ¿Crees que dañará mi reputación? Eres tú la que va a trabajar aquí. Yo estoy acostumbrado al comportamiento infantil de los clientes que no son capaces de controlarse cuando las cosas no salen como ellos querían.

–¿Y qué pasa cuando tú no te sales con la tuya, Dante? ¿Chantajeas a tus clientes hasta que lo consigues? –Faye se puso en pie y dejó la servilleta sobre la mesa.

–¿Chantajearlos? –habló como si ella lo hubiera acusado de asesinato–. Creo que te darás cuenta de que te he ofrecido un salvavidas.

Ella no podía imaginar cómo sería si le hubiera ofrecido lo contrario.

–Siéntate, Faye. Si te vas, retiraré la oferta. Y el día que te hundas estaré allí, esperando. Te ofreceré menos de lo que vale el local, y te verás obligada a aceptar. Ahora, siéntate.

Su tono era dulce y suave, y Faye no tuvo más remedio que obedecer.

–El postre –el camarero los interrumpió y dejó los platos sobre la mesa.

–Torta di Ricotta –anunció Dante.

Faye permaneció en silencio un instante.

–¿Crees que Matteson’s puede arreglárselas sin mí?

–Supongo que alguien se habrá encargado del negocio durante los dos últimos días.

Técnicamente, la madre de Faye estaba a cargo del restaurante durante la ausencia de Faye, pero el verdadero trabajo lo llevaban a cabo el chef y la encargada. Faye confiaba en ambos, pero no era lo ideal.

–¿No me digas que tú, que eres tan crítica con mi ego, te consideras indispensable, Faye? Puedo asegurarte que no lo eres.

No, ella sospechaba que, para Dante Valenti, ninguna mujer era indispensable. ¿Cuánto tiempo habría pasado desde que él se marchó de su lado hasta que consiguió una nueva amante? ¿Horas? ¿Días?

–Los cambios impulsivos pueden formar parte de tu ajetreado estilo de vida, Dante, pero puedo asegurarte que para nosotros, los mortales, es algo extraño.

–Ya, pero ¿y cuando hay una oportunidad que ansías mucho?

–No en esta ocasión.

–Y qué coincidencia que tu renuencia aparezca cuando no puedes conseguir el dinero con un simple chasquear de dedos.

–Te puedo asegurar que mi renuencia no tiene nada que ver con tu dinero y sí mucho que ver contigo.

–¿Y sin embargo antes ansiabas las dos cosas? ¿O se te ha olvidado que una vez me suplicaste que te hiciera el amor?

Así que él no iba a permitir que lo olvidara. A pesar de que, desde su llegada, ella había tratado de no recordar aquella tarde, él estaba dispuesto a utilizarla en su contra. Faye se apoyó en el respaldo de la silla sintiéndose derrotada.

 

 

Todo había sucedido un uno de agosto. Sábado. Faye nunca olvidaría la fecha. La tarde anterior habían trabajado sin parar para cumplir un plazo, y Faye no había parado de dibujar bocetos para el folleto del nuevo hotel. Las reuniones habían durado hasta bien entrada la noche, pero Faye estaba tan emocionada por poder participar en todo aquello que no le importaban las largas jornadas laborales.

De hecho, incluso durante su tiempo libre deseaba regresar a la oficina, donde sentía que un cosquilleo recorría su cuerpo cuando Dante estaba cerca. Una sensación que se potenciaba cuando él la miraba. Algo que ella lo había visto hacer varias veces durante las cuatro semanas. Y no la miraba de la manera en que un jefe mira a su empleada. Más bien como una enamorada del arte miraría el techo de la Capilla Sixtina. Pero él siempre miraba a otro lado cuando ella se percataba de que la estaba mirando.

–¿Faye? –le había dicho él mientras ella terminaba el diseño de la portada que estaba haciendo.

Faye sintió que se le aceleraba el corazón y levantó la vista para mirarlo.

–Ya casi he terminado.

–Es tarde –miró el reloj y arqueó las cejas–. Es fin de semana y te he tenido trabajando como a un troyano. Ve a descansar un poco.

–De acuerdo. Volveré mañana por la mañana para terminar esto antes del lunes.

–No. Te mereces un descanso –dijo él–. Sal a conocer Roma durante el fin de semana.

Faye asintió dubitativa. La idea de ir a ver Roma sin nadie con quien compartir la experiencia, no le parecía demasiado atractiva.

–A lo mejor.

Fue entonces cuando Dante miró alrededor de la habitación y vio que el resto del equipo estaba recogiendo sus cosas para irse a casa.

–Me temo que aquí no hay nadie de tu edad –dijo con cara de culpabilidad–. Lo siento.

Faye sabía que era verdad, pero no le molestaba. Hasta que él recalcó de nuevo lo joven que era. Ella no se sentía tan joven.

Y entonces, él añadió:

–Mañana podría acompañarte yo, si tú quieres.

Y esas palabras cambiaron todo.

A la mañana siguiente, Dante la esperó en el recibidor del hotel y la llevó a hacer un tour por la ciudad. Faye se sentía como si fueran una pareja normal, perdiéndose entre la multitud. Se detuvieron en la Piazza de Spagna para contemplar los escaparates de las selectas boutiques. Dante la llamó para que mirara el vestido rojo más bonito que ella había visto nunca. El tipo de vestido que la mayoría de las mujeres nunca llegaría a tener.

–Entra y pruébatelo –dijo él, al ver que lo miraba fascinada.

–Oh, Dante, no seas ridículo. ¿Para qué voy a probarme un vestido así? Los empleados sólo tendrán que mirarme para saber que no tengo dinero ni para comprar la percha. Y tampoco una ocasión para ponérmelo.

–Tonterías –dijo él.

Y en ese momento, ella comprendió lo poderoso que era Dante. De pronto, se encontró en un vestidor enorme y descubrió que el vestido le quedaba como un guante. Cuando salió, Dante se volvió y la miró de arriba abajo.

–Faye… bella –dijo él–. Estás… –negó con la cabeza y se volvió hacia la dependienta–. Nos lo llevamos –la mujer sonrió y se dirigió a la caja.

–Dante, ¿qué has hecho? –protestó Faye, tratando de no moverse por miedo a dañar el vestido–. ¡No puedo pagarlo!

–Considéralo como un detalle por el duro trabajo que has hecho –dijo él, evitando mirarla a los ojos–. Ahora, ve a cambiarte.

Y, a pesar de sus protestas, Dante pagó el vestido antes de que ella saliera del vestidor.

Al salir, ella insistió en invitarle a un helado. Él aceptó, pero con la condición de llevarla a la mejor heladería de la ciudad. Mientras se dirigían hacia allí, empezó a llover con fuerza y regresaron a Il Maia corriendo. Cuando llegaron, estaban empapados y ambos llevaban la ropa pegada al cuerpo. Por fin, llegaron a la habitación de Faye y, riéndose, ella abrió la puerta y entró.

Dante dudó un instante.

–Mi apartamento está a unas pocas manzanas de aquí. Deja que vaya a cambiarme. Nos encontraremos abajo.

–Dante, ahora llueve todavía más… Toma una toalla –Faye se quitó los zapatos y se dirigió al baño.

–No, Faye, no debería…

–Vamos, te enfriarás –Faye tiró de él para hacerlo entrar en la habitación. Le cubrió los hombros con la toalla y cerró la puerta.

En ese momento, algo cambió en la habitación. El olor a lluvia, mezclado con el aroma del perfume de Faye y la colonia de Dante, invadió la habitación. Ella permaneció frente a él, y la intensidad de su mirada hizo que sus pezones se pusieran turgentes bajo la tela de su vestido mojado.

El hecho de que Dante permaneciera en silencio era insoportable.

 

 

–Quitémonos la ropa –dijo ella, y llevó el brazo hacia su espalda–. Ayúdame con la cremallera –se volvió.

Él no contestó, pero ella notó cómo se acercaba y le desabrochaba el vestido, evitando cualquier contacto con su piel.

–Tócame, Dante –dijo ella, ardiente de deseo.

No sabía de dónde habían salido esas palabras. Las había susurrado con una voz que no parecía la suya… Sólo sabía que lo deseaba como nunca había deseado a nadie. Su cálida respiración provocó que se le erizara el vello de la nuca, pero él no se movió.

–Por favor –ella se volvió hacia él, lo miró a los ojos y le suplicó–. Por favor, acaríciame –insistió.

Dante respiró hondo y la miró con gran intensidad. Ella vio que movía las manos como para sujetarla por la cintura, pero que después las dejaba caer.

–Quiero… Quiero que me hagas el amor.

–Maldita seas, pequeña tentadora –dijo él, negando con la cabeza–. ¿No sabes lo que provocas en mí?

Ella asintió despacio y separó los labios. Entonces, él la miró a los ojos un instante y la besó.

Fue entonces cuando Faye descubrió lo que era que la acariciaran, sintiendo el exquisito placer de ser explorada por el hombre que deseaba de manera íntima. Y el punzante dolor fue reemplazado por el estallido de un fuerte placer. Una sensación, que para Faye, sólo superaba la sensación de estar tumbada sobre una fría sábana junto a Dante, y el sonido de la lluvia al otro lado de la ventana.

–¿No podrías quedarte aquí para siempre? –susurró ella.

–Pensé que habías conseguido todo lo que querías.

Faye se quedó boquiabierta. No sabía qué era lo que se suponía que él debía decir después de hacer el amor, pero sabía que no era aquello. Segundos antes él había susurrado su nombre durante el orgasmo… ¿Entonces? Por la dureza de su tono podía parecer que la despreciaba.

Faye se alejó de él y se enrolló la sábana alrededor del cuerpo.

–¿De qué estás hablando? –se sentía como si nadie le hubiera explicado las reglas del juego.

–Estoy hablando de las chicas que se olvidan de la dignidad en el momento que prueban la vida de lujo –miró la bolsa que contenía el elegante vestido y torció el gesto con cara de disgusto–. Ésas que desean tanto a un hombre que no valoran su virginidad y tienen prisa por perderla.

Se levantó de la cama y recogió sus vaqueros empapados.

–¿Has venido para aprender, bella? Entonces, hoy, la lección es que éste no es el comportamiento que hace que un hombre se quede a tu lado. ¿Para qué iba a quedarse si ya se ha llevado todo lo que merecía la pena?

Tras esas palabras, terminó de vestirse y se dirigió a la puerta. De pronto, aquello no parecía para nada un juego.

–¿De qué estás hablando? –preguntó ella, mirándolo a la cara y confiando en que retirara sus palabras.

–De cómo eres en realidad –dijo él, antes de cerrar la puerta tras él.

Faye miró la puerta cerrada y sintió que se le partía el corazón en dos. Sintió la humillación de amar ciegamente, de descubrir por qué todo parecía irreal. Porque lo era. De pronto, los recuerdos del tiempo que había pasado con él se tornaron amargos. Y ella sufrió un cambio importante. No porque hubiera hecho el amor con un hombre por primera vez en su vida, sino porque los sueños de su infancia se habían evaporado. Ella se había entregado a él y él la detestaba por haberlo hecho. ¿Cómo podía haber estado tan equivocada?

De pronto, sintió la necesidad de vestirse, como si estuviera enfadada con su propio cuerpo y tuviera que cubrir su desnudez. Se fijó en el armario abierto, con sus faldas y blusas ordenadas para los días de trabajo que le quedaban por delante. «Sí», pensó, «hay algo peor que esto. Quedarme aquí para aguantar la humillación de que él me mire día tras día».

Así que hizo las maletas, consciente de que su huida tendría tanto impacto en la vida de Dante como una piedra botando en la superficie del océano, pero prefería aquello a que se la tragara el océano.

 

* * *

Faye levantó la cabeza para mirarlo. Se sentía avergonzada por no haber tenido más elección que tragarse su orgullo y regresar, y por haber permitido que él la hubiera acorralado otra vez.

–Como dijiste, Dante, todos cometemos errores.

Él parecía ajeno al dolor que había en su mirada.

–¿Quieres decir que te has dado cuenta de que podrías haber ganado algo más, aparte de unas semanas de trabajo aquí a cambio de tu virginidad?

¿De qué estaba hablando? Ella no pretendía conseguir nada más de él excepto que aquello fuera real. Sin embargo, ¿él estaba enfadado con ella? Miró su rostro arrogante y cruel. Parecía cansado de esperar su respuesta. Ella se alegraba.

–Fue una suerte que te ofrecieran más oportunidades en otros sitios, a pesar de que haber venido directamente a mí.

–No todo el mundo es tan neandertal como tú, Dante. Algunos hombres no creen que la virginidad sea lo único que una mujer tenga que ofrecer.

–Faye, no me malinterpretes. Me refería a oportunidades en el mundo laboral. No hay mucha gente a la que le ofrezcan trabajo después de haber roto un contrato con Valenti Enterprises.

«Bastardo», pensó ella. «No querías decir eso». Y en cuanto a las oportunidades laborales, las que le habían surgido desde entonces, las había tenido que rechazar por el bien de Matteson’s. Faye sintió una fuerte tensión en los hombros y dejó la cucharilla.

–Champán para terminar. Un brindis por la mujer que va a ser mi mano derecha durante un mes.

Faye apretó los dientes. No tenía motivos para rechazar la oferta. Le había vendido el alma al diablo. Si le preocupaba perder la cabeza, era demasiado tarde.

Él chocó la copa contra la de Faye. Ella deseó poder cubrirse el rostro con algo para evitar su mirada penetrante. ¿La deseaba? Él la odiaba, y sabía que quería arruinarla. Bebió un sorbo y notó cómo las burbujas le hacían cosquillas en la lengua. Respiró hondo y sintió que el alcohol penetraba en su torrente sanguíneo, provocando que fuera más consciente de su entorno. Dos días antes se había despertado para afrontar un día cualquiera en el restaurante: mesas vacías, montones de cuentas y gente cansada. Y de pronto estaba allí sentada, en Perfezione, la antítesis de su vida habitual. Rodeada de lujo, en un restaurante donde se tenía que reservar con meses de antelación. A menos que fueras la acompañante del hombre que le había robado el sueño hasta ese día. Durante un momento se preguntó si todo aquello no sería producto de su imaginación.

–Redactaré un contrato y lo firmarás mañana.

«No, no es un sueño», pensó, y asintió a regañadientes. Él era el diablo disfrazado. No tenía más elección que quedarse, pero no tenía por qué quedarse allí. Regresaría al hostal. Aunque tuviera que pagarlo con la tarjeta de crédito y tomar el metro todas las mañanas. Necesitaba escapar.

–Perdone –Faye llamó a un camarero–. ¿Podría pedirme un taxi para ir a Piazza Indipendenza? Grazie.

–No será necesario, Michele. Yo llevaré a la señorita Matteson. Gracias –intervino Dante, casi antes de que ella terminara la frase.

–Has bebido. ¡No vas a llevarme a ningún sitio! –dijo ella enfadada, después de que se marchara el camarero.

–Me alegro de que estés de acuerdo. Yo no te llevaré a ningún sitio, porque hemos decidido que te quedarás aquí, ¿no?

–He decidido que voy a trabajar para ti. Donde me aloje no tiene importancia. Me aseguraré de llegar puntual, si eso es lo que te preocupa.

–No me preocupa, y a ti tampoco debería preocuparte. Vivir aquí te dará tanta experiencia como trabajar aquí durante el día. No hay discusión que valga.

No, nada de lo que él decidía se podía discutir.

–Me gustaría irme a la cama. He tenido un vuelo largo.

–¿A la cama? Mujer, deberías haberlo dicho antes –se puso en pie y la sujetó por el codo mientras le dedicaba una sonrisa.

¿Cómo podía ser tan atractivo y tener tan pocos escrúpulos? Trató de no fijarse en él. Ya le había permitido una vez que pisoteara sus sentimientos de jovencita con aquella sonrisa y no estaba dispuesta a permitírselo otra vez.

–Dante, puedo subir sola los tres pisos.

–Insisto en acompañarte a tu habitación, bella –le susurró al oído mientras se alejaban de la mesa.

«Bella». Ella se preguntaba cómo era posible que no le flaquearan las piernas con los recuerdos seductores que invadían su mente.

Faye comenzó a subir por las escaleras porque no estaba preparada para compartir con él el reducido espacio del ascensor. Notaba su presencia justo detrás. Nunca podría escapar de él. Incluso a novecientas millas de distancia, ella no había conseguido dejar de pensar en él.

Se detuvieron frente a su habitación y ella dijo:

–Buenas noches.

–Mírame –dijo él, sujetándola por la barbilla y apoyando la otra mano contra la pared, acorralándola. Tenía el rostro tan cerca que ella podía ver la barba incipiente en su mentón y tuvo que contenerse para no acariciársela–. No puedes seguir escondiéndote.

–No trato de esconderme.

–Mentirosa.

Ella lo miró a los ojos y vio que brillaban de deseo. Quería decirle que no la mirara así. Y al mismo tiempo, no quería que dejara de mirarla. Él deslizó la mirada sobre sus labios. La deseaba. Ella lo sabía por cómo apretaba los dientes mientras le acariciaba el labio inferior de forma insinuante.

–¡Dante!

Faye cerró los ojos por miedo a que, si los mantenía abiertos, despertara de aquel instante. No fue así. Por un lado estaba convencida de que él se echaría atrás, mientras que por otro esperaba que la besara impetuosamente. No sucedió ninguna de las dos cosas. Separó los labios justo en el momento en que él alcanzaba su boca y la besaba despacio, dolorosamente despacio. Introdujo la lengua en su boca y Faye se estremeció. El deseo se apoderó de ella. Dante introdujo los dedos en su cabello y le inclinó la cabeza para poder besarla de forma apasionada.

¿Qué le había hecho años atrás para ser el único hombre de la tierra que provocaba que se derritiera con una simple mirada? Él había dejado su huella en su alma. Pero mientras el deseo invadía su cuerpo como una droga, ella dejó de hacerse preguntas y lo abrazó, apretando sus pechos contra su torso musculoso.

En ese instante, él separó la boca de la de ella, creando un nuevo vacío que sólo él podía llenar. «Sí», pensó ella. «Aquí no. Dentro». Abrió los ojos, preparada para dejarlo entrar en su habitación. Pero la mirada penetrante de sus ojos negros la dejaron de piedra.

–¿Crees, quizá, que una rápida capitulación hará que me retire antes del juego? –su tono era implacable. Negó con la cabeza–. Sé que estás babeando por mí, cara, pero tener paciencia es la primera norma de los negocios. Nunca ofrezcas tus mejores activos al principio. Ya cometiste ese error en el pasado, ¿verdad? Lo ves, ya has aprendido tu primera lección. Tenemos todo un mes para probar el postre.

Faye se mordió el labio inferior y sintió que se sonrojaba. El deseo que sentía se convirtió en humillación, y Faye se volvió para que no viera cómo se le humedecían los ojos.

–Perdóname por haber dado por sentado que ceder ante tu comportamiento primitivo era un requisito del trato –murmuró ella, mientras abría la puerta de su habitación–. Evidentemente, me he equivocado. Ahora que sé que no estoy obligada a ello, te aseguro que nada me dará más placer que mantenerme alejada de ti lo máximo posible.

Dante soltó una carcajada.

–También te enseñaré cosas acerca del placer, cara, pero todo a su tiempo.

Antes de que terminara la frase, ella ya se había metido en su habitación y había cerrado la puerta. Estaba temblando. Se apoyó contra la puerta y se estremeció. Nunca se había sentido tan rechazada. Contuvo la respiración, y sólo suspiró cuando se convenció de que él se había marchado. En ese mismo instante, su voz penetró en la habitación.

–Mañana empiezas a trabajar a las siete y media, en la cocina. No llegues tarde.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

FAYE agarró el delantal blanco que le entregaron y se lo ató a la cintura a regañadientes. Después siguió a Lucia, la encargada de la cocina, hasta un enorme saco de patatas. Deseaba preguntarle cómo el hecho de pelar patatas a esas horas de la mañana ayudaría a rescatar su negocio, pero se contuvo porque sabía que aquello no contribuía más que a engrandecer el ego de Dante y no tenía sentido que lo pagara Lucia.

Lucia la dejó manos a la obra. Faye tenía que demostrarle a Dante que no temía el trabajo duro. Miró a su alrededor y suspiró, recordando la breve conversación que había tenido con su madre aquella misma mañana.

–¡Oh, Faye, es una noticia estupenda!

Faye había tratado de no infundirle un tono demasiado optimista a sus palabras cuando le contó a su madre que había conseguido suficiente dinero para hacer las primeras reformas, pero dadas las dificultades económicas por las que pasaban era normal que Josie Matteson estuviera encantada.

–Bueno, no es un préstamo normal, mamá. Hay algunas condiciones –Faye trató de relegar al fondo de su mente la inquietante imagen que le provocaban las condiciones de Dante–. Tendré que quedarme aquí el mes próximo.