Orgullo herido - Sabrina Philips - E-Book

Orgullo herido E-Book

SABRINA PHILIPS

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Beschreibung

Estaba a merced de un príncipe sin piedad ¡Kaliq Al-Zahir A'zam no puede creer la audacia de Tamara Weston! Esta joven timorata que una vez rechazó su petición de matrimonio se ha convertido en top model, y expone su cuerpo en grandes carteles publicitarios a la vista de todos. Kaliq todavía desea a Tamara, así que se las arregla para que regrese a su país y trabaje para él, posando con las joyas reales que debía haber lucido si hubiera accedido a ser su esposa. Está decidido a tener la noche de bodas que le fue negada…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Sabrina Philips

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Orgullo herido, n.º 1975 - febrero 2022

Título original: The Desert King’s Bejewelled Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-586-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

INCLÍNATE un poco más hacia delante. Oh, sí, así.

Kaliq apretó los dientes y contuvo su impulso de golpear al indeseable que estaba mirando lascivamente a la modelo tras la cámara. Al verla de nuevo, sintió un aguijón de deseo. Ella era la misma encarnación del diablo.

Colocada delante de un telón de fondo con tonos de fuego, la modelo tenía un gesto de puchero provocativo y ofrecía cada centímetro de su piel para disfrute de él, de él y de todos los hombres. Aunque no estaba técnicamente desnuda, ese pedacito de tela dorada brillante, que habría sido utilizada en Qwasir como una mosquitera, apenas cubría sus pechos exuberantes y le llegaba sólo a la mitad de los muslos. El vestido servía más bien para ensalzar su esbelta figura que para cubrirla. Él nunca había visto nada tan parecido y tan alejado, al mismo tiempo, de sus propias fantasías.

Cuando los focos iluminaron la piel bronceada y los rizos castaños de la modelo, Kaliq tuvo que reprimir una risa sardónica. ¿Qué era lo que ella le había dicho? ¿Que quería libertad para vivir su vida lejos de la atención pública que él atraía? Era el mismo diablo, sin duda, pensó él, leyendo el logo de la enorme botella de perfume que se suponía que era el centro de la sesión de fotos. Cualquiera podría ser excusado por no fijarse en el perfume, sin embargo.

Durante su viaje a la embajada de Qwasir en París, Kaliq había visto por primera vez un cartel con la provocativa imagen de una mujer que le resultaba, al mismo tiempo, familiar y extraña. Entonces, de pronto, empezó a encontrarse por todas partes con aquellos ojos grandes y engañosos y aquellos labios rosas. Las investigaciones de su ayudante, habían confirmado sus temores. Era Tamara Weston. Nunca antes se había sentido tan furioso.

Debió de haberlo sospechado, pensó Kaliq. Después de todo, incluso cuando ella había sido su huésped, demasiado joven para ser mujer pero ya no una niña, había sido demasiado activa para su edad y para su sexo, por muy formal que hubiera parecido. Pero hacía siete años, su belleza había estado acompañada de una inocencia que él había creído realzaba su atractivo. Al recordar lo engañado que había estado, se enojó aún más. ¿Qué era lo que había hecho que Tamara hubiera rechazado el honor de ser su esposa? ¿Acaso la idea de compartir su cuerpo con un solo hombre le resultaba poco excitante? ¿O quizá lo único que ella buscaba era la fama?

Daba igual, se dijo Kaliq, apoyándose en el quicio de la puerta. No se podía retroceder en el tiempo, no podía cambiar el respeto que una vez había tenido por ella, pero el futuro era una historia diferente. Nunca más volvería a darle a Tamara la oportunidad de elegir. Estaba decidido a no volver a equivocarse.

Mientras Henry hacía otro de sus comentarios obscenos, Tamara dejó que su mente vagara. ¿Qué expresión pondría aquel lascivo tipo si ella se inclinara hacia delante lo suficiente como para quitarle de un golpe esa mirada indecente?

Tamara se dijo que lo mejor que podía hacer era ignorarlo. Todo trabajo tenía su lado malo, pensó. En los últimos pocos años, había tenido más trabajos de los que podían contarse con los dedos de las manos y, tal vez, de los pies. Pero, aparte de algunos tipejos groseros como Henry, ella tenía que admitir que el trabajo de modelo tenía más pros que contras. Ojala lo hubiera considerado antes, se dijo. Pero, aparte de su altura de uno setenta y cinco, de su estructura corporal y del color cálido de piel que había heredado de su madre, ella nunca había creído que su aspecto tuviera nada de especial. Y, después de ver cómo el divorcio de sus padres había sido explotado en la prensa, no había querido ninguna profesión que la obligara a estar bajo el escrutinio público.

Sin embargo, cuando Lisa, una amiga del colegio, le había pedido que posara para su primera colección de diseños de moda, Tamara había aceptado, como un favor. Su sorpresa había sido enorme cuando, tras pisar la pasarela, el gigante Cosméticos Jezebel le había hecho una oferta para ser el nuevo rostro de su marca.

Al principio, Tamara se había mostrado reticente a aceptar pero, después de enterarse del salario, no había podido pasar por alto la oportunidad. Quería poder ofrecerle a Mike algo más que sólo su tiempo libre. Lo que no había esperado había sido que el trabajo consistiera en mucho más que tener un aspecto espectacular durante unas pocas horas al día. Porque, además de ser física y mentalmente agotador, tenía que ingeniárselas para transmitir la emoción que cada sesión fotográfica requiriera. Eso le había parecido un reto estimulante pero, si lo pensaba bien, podía deberse a que representar los papeles que le pedían le evitaba tener que contemplar quién era ella en realidad. Por otra parte, aunque prescindiría encantada de la intrusión de la prensa en su vida privada, sus viajes a nuevos destinos y conocer a gente nueva lo compensaban con creces. Lo importante era que, después de haber estado yendo de un empleo a otro, al fin creía haber encontrado su lugar en el mundo, una sensación que no había tenido desde hacía años, desde… que había estado en un lugar muy diferente, hacía mucho tiempo.

Y, desde que se había convertido en el nuevo rostro del perfume Jezebel, las casas de moda y las revistas de alta costura la aclamaban como una de las modelos más atractivas del mundo. En unos pocos meses, había pasado de ser una chica más a ser reconocida en todas partes y a posar para sesiones de fotos en todo el mundo. De hecho, el día anterior el ayudante de Henry acababa de informarle de que la esperaban a la semana siguiente en Oriente Medio. Ella estaba impaciente por ir.

Pero ese día, desde el momento en que había entrado en el estudio, Tamara se había sentido incómoda, como si todas las buenas vibraciones de su entorno se hubieran evaporado al instante. De pronto, tuvo la sensación de que no era sólo su aspecto lo que exhibía ante el mundo, sino su alma también. No podía explicarse por qué. Los comentarios de Henry no eran más groseros de lo habitual. El vestido que llevaba y el escenario no eran diferentes de otros muchos en los que había posado. ¿Sería quizá por las cámaras extra que el ayudante de Henry había mencionado?

Tamara se movió inquieta, fijándose en las personas y el equipo que, normalmente, ignoraba. La selva de objetivos apuntándola no era más densa de lo normal. Aun así, tenía la incongruente sensación de estar siendo observada de forma diferente. Y su instinto le gritaba que corriera, que escapara antes de que fuera demasiado tarde.

Diciéndose que se habría levantado con el pie izquierdo esa mañana, Tamara inclinó la cabeza hacia un lado, como le indicaban, dejando que su largo cabello le cayera por encima del hombro. Entonces, de pronto, captó algo en la periferia de su campo visual. O, mejor dicho, a alguien. Una figura alta oculta en las sombras, apartada de todos los demás.

Tamara sintió que el corazón le dejaba de latir y se le subía a la garganta. No era capaz de distinguir la cara del extraño desde el ángulo en que se encontraba. No podía ser, se dijo. Él nunca iría allí. No sería más que otro de los clientes potenciales de Henry, intentó pensar, para calmarse. Sin embargo, su instinto le decía que no era así.

–Me encanta ese aspecto sonrojado de expectativa, Tamara. No te muevas.

Pero Tamara no estaba escuchando y giró la cabeza. En ese instante, se quedó sin aire en los pulmones y sintió como si alguien le hubiera dado un golpe en el estómago.

O en el corazón.

Ella reconocería ese perfil en cualquier parte. El aspecto regio de sus rasgos. La cabeza morena y orgullosa. El porte autocrático de su alta figura. Estaba segura de que era él. Podía haber hombres tan altos, tan atléticos y bien proporcionados, pero nadie tenía un porte como el suyo. Su cabeza y sus hombros estaban por encima de los demás presentes, no sólo de forma literal. Emanaba una seguridad aplastante. Él sabía que, en el momento en que entraba en una habitación, ya fuera anunciado como Kaliq Al-Zahir A’zam, príncipe de Qwasir, o no, las partículas del aire cambiaban y todas las personas posaban la atención en un hombre que no podía ser ignorado.

Tamara tragó saliva y cerró los ojos, deseando poder ser invisible. Pero sólo consiguió sentirse más a la vista, casi desnuda, detrás de la oscura y penetrante mirada de él.

¿Por qué diablos había ido él allí?, se preguntó Tamara. ¿Acaso tendría algún interés financiero en Cosméticos Jezebel? Era una de las marcas más exitosas del mundo pero, ¿desde cuándo tenía un jeque que acercarse a esa industria para conseguir algo de dinero extra? Kaliq compraba caballos de carreras como otras personas compraban palomitas, sólo para entretenerse un poco. Ella se habría reído de su propia patética reacción, si no hubiera sido porque el corazón le latía como loco y estaba demasiado concentrada en mirar a cualquier parte menos en dirección a él.

¿Por qué estaba allí?, volvió a preguntarse Tamara. Sin duda, después de todo aquel tiempo, Kaliq no podía haber regresado para recordarle a ella lo que se había perdido. No, él le había dejado muy claro que no quería volver a verla. Tenía que haber alguna explicación lógica.

–Bien, Tamara. Aunque tu perfil tembloroso abre un mundo nuevo de… posibilidades, nos aleja un poco del objetivo de esta sesión. Démoslo por terminado por hoy.

Por una vez en la vida, Tamara se alegró de oír la voz de Henry. Aunque sentía curiosidad, su necesidad de escapar era aún mayor. Si era rápida, podría ir al camerino que había detrás del escenario y salir por la puerta trasera. Pues, por inimaginable que fuera la razón por la que Kaliq estaba allí, era preferible no descubrirla que tener que encontrarse de frente con su mayor fracaso. Ya era bastante malo no haber podido dejar de pensar en él durante todos aquellos años.

Sin embargo, Tamara no fue lo bastante rápida. En cuanto se puso una chaqueta sobre el vestido, llegó al camerino y abrió la puerta, se dio cuenta de que él había sido más rápido.

–¡Kaliq!

No había razón para sorprenderse, se dijo Tamara. Porque si Kaliq tenía la intención de hablar con ella, lo haría sin dejar que nada interfiriera en sus planes. Con las piernas cruzadas de manera informal, la esperaba sentado en la silla que había en medio del camerino, como si fuera un trono.

Tamara no se atrevió a mirarlo a los ojos. Mirarlo de cerca era mucho más peligroso que hacerlo a distancia. Ella nunca lo había visto fuera de Qwasir y le sorprendió, más que nunca, el aspecto exótico que él tenía, con su piel color aceituna, el pelo lustroso, negro y rizado. Aunque Kaliq llevaba un impecable traje de chaqueta negro, esa ropa occidental sólo parecía resaltar lo mucho que él pertenecía al desierto.

Tamara se quedó parada en la puerta, intentando poner en orden sus emociones. En parte, lo odiaba por aparecer ante ella justo cuando estaba empezando a olvidarlo, a él, el único hombre del que se había creído enamorada. Y, en parte, se sentía como si estuviera despertando de un largo letargo y aquél fuera el primer día de la primavera. Tardó un poco más en darse cuenta de que debía haberse inclinado ante la presencia del príncipe y de que su atuendo informal debía de romper, al menos mil reglas de conducta de Qwasir. Sin embargo, ella no le prestó atención a ese detalle. Aunque Kaliq sí, pues la estaba mirando con un aire tan censurador que ella pensó que, si no decía algo, la habitación se prendería fuego.

–Lo creas o no, no esperaba invitados –señaló Tamara y miró a su alrededor, hacia las ropas y el maquillaje repartidos por todo el camerino, esperando que eso explicara lo horrorizada que estaba.

–No me digas que actuar es otro de tus talentos ocultos –repuso él, mirando hacia el ramo de flores que había sobre la mesa–. No creo que estés poco acostumbrada a encontrarte con admiradores en tu camerino, ¿verdad?

Tamara se sonrojó de forma involuntaria ante la insinuación. Hasta ese momento, ella había creído que había dejado de sonrojarse, una tendencia común en su infancia. Las flores habían sido un regalo de agradecimiento de Mike, pero era de esperar que, a los ojos de Kaliq, ser modelo y ser una cualquiera debían de ser sinónimos. ¿Pensaba él que recibía a un admirador diferente cada día? Qué equivocado estaba.

–La verdad es que…

–No hace falta que te hagas la inocente conmigo ahora, Tamara –la interrumpió él.

–¿Nunca te han enseñado a dejar que las personas terminen de hablar?

Kaliq levantó de golpe la cabeza, como si la idea de que alguien lo corrigiera fuera del todo extraña para él, como intentando comprobar si había oído bien.

–Estaba a punto de decir que la mayoría de la gente presta atención al signo de «privado» que hay en la puerta –indicó ella y, entonces, se dio cuenta de que Kaliq podía ser muchas cosas, pero sin duda no era como la mayoría de la gente.

–La privacidad no es un lujo con el que yo esté familiarizado –repuso él, afilando la mirada–. Son gajes del oficio, como alguien comentó alguna vez.

Tamara se encogió al reconocer las palabras que ella había dicho una vez y, en el fondo, se sintió halagada porque él lo recordara. Sin embargo, pronto cayó en la cuenta de que, al ignorar el signo de la puerta, Kaliq acababa de demostrar que seguía sin preocuparse por los deseos de nadie que no fuera él.

Tamara se puso tensa.

–Aun así, tú siempre fuiste muy estricto en lo que respecta a la propiedad, si no recuerdo mal.

–Pues deja que te recuerde que tú dijiste que no podrías sobrellevar una vida sometida al escrutinio público. Pero ahora te conocen en todo el mundo. Es curioso cómo cambian las cosas, ¿no crees?

Kaliq se recostó en la silla, esperando su respuesta. Se estaba divirtiendo mucho, observando cómo Tamara intentaba defenderse a sí misma.

Seguía teniendo influencia sobre ella, se dijo Kaliq. Sus mejillas sonrojadas lo demostraban, desde él momento en que ella lo había visto. Cuando había estado intentando escapar.

No iba a dejarla escapar. Eso lo tenía claro. No importaba lo mucho que ella fingiera su inocencia o se sonrojara. Él no iba a mostrar ningún signo de debilidad. A pesar de ello, aunque sabía que ella había perdido su virtud, no pudo evitar sentir las llamas del deseo, al mirarla. Por otra parte, se sintió poseído por una necesidad aún mayor. La de hacer aquello despacio. Había esperado ya lo suficiente pero, ¿qué sentido tendría no saborear el momento? Como un águila que hubiera pasado una larga noche agazapada en el desierto, ¿por qué apresurarse sin cuidado y precisión al tener la primera oportunidad de cazar a su presa? Era mejor esperar a la lenta y perfecta culminación de su plan.

–Dime por qué estás aquí, Kaliq –dijo Tamara y se abotonó la chaqueta hasta el cuello, como si el gesto fuera una invitación a que él se fuera.

Sin embargo, él no se inmutó.

No era probable que Kaliq hubiera ido desde tan lejos sólo para recordarle sus propias palabras, pensó Tamara. Sí, era cierto que ella le había dicho que nunca habría querido lidiar con la fama que atraía su posición real. Pero, en aquel tiempo, ella habría dicho cualquier cosa con tal de no dejarle saber lo mucho que la había herido. De todos modos, Kaliq no la habría escuchado, se dijo. Sabía que había empezado a odiarla en el momento en que ella se había negado, sin importarle cuál había sido la razón.

–La paciencia es una virtud, Tamara. Supongo que aún eres capaz de tener alguna, ¿no?

Tamara sintió que la sangre la hervía de rabia.

–Es mejor perder virtudes que ganar defectos, alteza –le espetó ella y se inclinó, haciendo una reverencia llena de burla–. Al menos, tú solías fingir respetar a todo el mundo por igual. Ahora veo que eso sólo se aplica a la gente que obedece todos tus deseos.

–Entonces, es una suerte que tengas la oportunidad de arreglar tus faltas –señaló él con ojos brillantes.

Tamara se puso aún más tensa. ¿Kaliq no esperaría de ella… acaso pensaba que… sería posible?

Kaliq hizo una pausa con la superioridad de un hombre que estaba acostumbrado a que la gente se doblegara ante sus palabras.

–He venido a contratarte.

–¿Contratarme? –repitió Tamara. Kaliq lo hacía sonar como si ella fuera una herramienta eléctrica necesaria para hacer algo de bricolaje en el palacio, pensó.

–No te sorprendas tanto, Tamara. Éste es tu trabajo, ¿no? Aparecer dónde y cómo te pagan para hacerlo.

Sus palabras hicieron que Tamara se sintiera avergonzada de la primera cosa de la que se había sentido orgullosa en muchos años.

Kaliq continuó, ignorando la reacción de ella.

–Eso responde a tu pregunta de por qué he venido.

–¿De qué estás hablando?

–Quiero que hagas de modelo para mí.

–¿Modelo de qué?

–De los zafiros A’zam.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LOS ZAFIROS A’zam?, repitió Tamara para sus adentros. Se quedó mirándolo, con incredulidad.

A cualquier persona podría parecerle que le estaban ofreciendo la mejor oportunidad de toda su carrera como modelo, el honor de posar con las joyas reales de Qwasir, los zafiros más antiguos y preciados del mundo. Pero Tamara sabía que el honor no tenía nada que ver con eso. Lo que Kaliq buscaba era venganza. Porque las joyas no eran sólo un valiosísimo legado de su dinastía, sino que eran las gemas que, según la tradición, lucía la prometida del príncipe real. Las joyas que ella habría llevado si hubiera aceptado.

Sí, Kaliq sabía muy bien cómo hacer una oferta en apariencia perfecta. Pero, de ningún modo, Tamara iba a aceptar ser su juguete. Abrió la boca para decírselo pero, en ese instante, la puerta se abrió de golpe detrás de ella.

–Su alteza, príncipe A’zam, mis más sinceras disculpas… ¡No tenía ni idea de que hubiera llegado! –exclamó Henry, entrando en la habitación como un torbellino, haciendo reverencias–. Mi asistente acaba de informarme. Oh, el servicio está cada vez peor. Habría mandado un coche de inmediato si lo hubiera sabido, perdóneme. Por favor, permítame que le ofrezca algo de beber…

Tamara cerró la boca de nuevo, sintiéndose cada vez más intranquila. ¿Henry había estado esperándolo? ¿Formaba parte, de algún modo, del plan de Kaliq?

Kaliq levantó la mano e indicó a Henry que se enderezara.

–No importa –dijo Kaliq, enojado al ver cómo Henry había entrado sin llamar en el camerino–. Como puedes ver, la señorita Weston me ha permitido disfrutar del placer de su intimidad, igual que le permite a todos –comentó y, con gesto burlón, se volvió hacia Tamara–. Deberías quitar la señal de «privado» y cambiarla por algo más apropiado. ¿«Acceso sin restricciones», quizá?

Henry sonrió, mostrando sus dientes amarillentos.

–Oh, sí, es una bendición trabajar con Tamara. No es una mujer de hielo, como la mayoría de las modelos hoy en día, ya sabe a qué me refiero –dijo Henry y le guiñó un ojo a Kaliq, luego asintió hacia Tamara, como si le estuviera haciendo un valioso cumplido.

–Sé muy bien a qué te refieres –replicó Kaliq, marcando las palabras.

Un escalofrío recorrió la espalda de Tamara.

–De hecho, creo que Tamara estaba a punto de expresar su entusiasmo por la noticia de que su próximo trabajo será para mí –añadió Kaliq y la miró, esperando una respuesta.

–¿Quién puede culparla? –intervino Henry–. La chica de Jezebel posando con las joyas reales… ¡Eso sí que es publicidad! –dijo y sonrió de nuevo.

Por segunda vez en ese día, Tamara sintió la urgencia de abofetearlo. Así que Kaliq había hablado con Henry antes que con ella. ¿No sería ése…? Oh, cielos. Ésa era la sesión en Oriente Medio que Emma había mencionado y que a ella tanto le había emocionado.

–La verdad es que… –comenzó a decir Tamara, con voz más fuerte de lo que había pretendido, llamando la atención de ambos hombres–. Lo que iba a decir es que, por muy honrada que me sienta, como tú dices, alteza, no deseo aceptar tu oferta.

Si la escena hubiera estado dibujada en un tebeo, después de las palabras sarcásticas de Tamara, Henry habría aparecido dibujado echando humo por las orejas. Se giró hacia Tamara, como si fuera una niña mimada con una rabieta injustificada.

–Estás contratada por Cosméticos Jezebel y, como su alteza ha organizado esta oportunidad única a través de la compañía, me temo que tus impetuosos deseos no cuentan para nada.

–Todo el mundo tiene elección –replicó ella en voz baja, mirando hacia Kaliq–. Sólo porque alguien espere que me comporte de cierta manera, no significa que yo tenga que seguir el guión.

Por primera vez, Tamara percibió algo parecido a un sentimiento en los ojos de Kaliq. Aunque sólo fuera su orgullo herido.

Henry se movió hacia ella como un toro al ataque.

–Si rechazas esta oferta, tu contrato con Jezebel está terminado, Tamara.

Kaliq se levantó de forma abrupta entre ellos y, ante su regia figura, Henry se sintió forzado a dar un paso atrás.

–Gracias, Henry. Estoy seguro de que la señorita Weston sólo está abrumada por la enormidad del trabajo. Estará preocupada porque no sabe cuál es el comportamiento adecuado que deberá mostrar en Qwasir. Por favor, déjanos solos. Yo la tranquilizaré.

Frustrada porque, de un plumazo, Kaliq la había acusado de no tener integridad ni capacidad de hablar por sí misma, Tamara observó cómo Henry salía. No esperó escuchar sus pisadas alejándose. Sabía que se quedaría escuchando detrás de la puerta, preocupado porque ella pudiera truncar uno de los tratos más lucrativos para Jezebel.

Pero Henry no era importante. Se trataba de Kaliq. Tamara se giró para darle la espalda y, en una milésima de segundo, Kaliq se colocó frente a ella. De pronto, la calidez de él la envolvió, junto con su aroma especiado. Sándalo. Ámbar. No, se dijo ella. No olvidaría su resolución sólo porque él tuviera un atractivo tan poderoso.

–Puede que estés acostumbrado a que tu posición y tu riqueza te den todo lo que deseas, Kaliq, pero te prometo que a mí no me tendrás.

Tamara dio un paso atrás, sonrojándose aún más. No había pretendido que sus palabras sonaran así. Ella sabía que Kaliq no la deseaba. Incluso en el pasado, no había sido para él más que una lista de atributos apropiados.

–Vamos, Tamara, no finjas que esto no te gusta –señaló él con ojos brillantes–. Las joyas reales serán televisadas en todo el mundo. Habrá altos dignatarios, reyes, la élite del mundo. Exactamente lo que a ti te gusta. No hace falta que simules timidez ahora.

–Firmé un contrato con Henry, no contigo.

–Sí. Parece que, además de perder la moralidad, te has vuelto muy severa.