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El escándalo había estallado pese a todos sus esfuerzos… Mary Duvall había regresado a Eastwick a reclamar su herencia... no a retomar su relación con el millonario Kane Brentwood. Años atrás, no le había importado ser la amante de aquel lord inglés. Pero cuando él se casó con otra mujer, Mary juró no volver a caer rendida en sus brazos nunca más. Ahora no tenía otra opción que resistirse a su poder de seducción; para hacerse con el dinero de la herencia, debía evitar cualquier tipo de escándalo. Kane estaba acostumbrado a conseguir todo lo que deseaba, pero Mary no tenía la menor intención de claudicar y enfrentarse a la verdad sobre el pasado… ni a las mentiras que ella misma había dicho entonces…
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Seitenzahl: 123
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2007 Katherin Garbera
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amantes nada más n.º 1556 - octubre 2024
Título original: THE ONCE-A-MISTRESS WIFE
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. N ombres, c aracteres, l ugares, y s ituaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410741775
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Mary Duvall, de pie frente al ataúd abierto de su abuelo, David Duvall, intentaba controlar las lágrimas que amenazaban con asomar a sus ojos. Y lo hizo, muy consciente de que su abuelo había querido siempre que se comportase en público. Por eso cerró las puertas y entró sola en la habitación.
La antigua Mary habría llorado y sollozado de pena, sin temor a mostrar sus emociones. Pero ya no. Ya no era la misma. Y lo único que se permitió fue acariciar la cara de su abuelo por última vez.
Tocó su piel, fría y maquillada, y sintió un escalofrío. Se sentía tan sola… Estaba sola. Sus padres, que nunca fueron cariñosos con ella, habían muerto años antes en un accidente de tráfico. Y su hermano pequeño, el niño perfecto, también iba en el coche con ellos.
Le gustaba su nueva vida en Eastwick, Connecticut. Había vuelto de París cuando supo que la salud de su abuelo empezaba a fallar. Y él le había ofrecido hacerla su heredera si demostraba que ya no era la niña rebelde de siempre.
–Voy a hacer que te sientas orgulloso de mí, abuelo –dijo en voz baja–. No volverás a avergonzarte de mi comportamiento.
Mary se inclinó para rozar su frente con los labios, deseando que pudiera abrazarla por última vez. Su infancia había sido difícil, por decir algo, y su abuelo David era tan estricto como todos los demás, pero siempre le daba abrazos y besos.
Era el único que hacía eso. Y lo echaría de menos más de lo que nadie pudiera imaginar.
Un golpecito en la puerta interrumpió la despedida.
Mary miró su reloj. Era casi la hora para que entrase el público y, sin duda, sus primos estarían ahí fuera exigiendo estar a solas con el cadáver de un hombre del que sólo les importaba su dinero.
Mary quería usar el dinero de su abuelo para beneficiar a otros. Pensaba establecer un fideicomiso que se usaría para crear unidades de neonatos en los hospitales de zonas más depauperadas. También esperaba patrocinar un campamento de verano dedicado al arte para niños necesitados…
Nunca la habían animado a pintar cuando era niña, aunque en sus primeros recuerdos siempre estaba con una pincel en la mano. Le encantaba crear nuevos mundos sobre una tela blanca.
Su trabajo había despertado atención en Europa y había ganado dinero vendiendo los derechos de algunas de sus piezas para una serie de grabados. Por eso se marchó a Londres y luego a París.
Pero, por ahora, tenía que soportar el funeral. Antes de abrir la puerta, guardó la nota que había escrito por la noche en el bolsillo de la chaqueta, cerca de su corazón.
Luego se pasó una mano por los ojos para enfrentarse a sus primos, Channing y Lorette Moorehead, hijos de la hermana de su abuelo.
–Qué emocionante. Casi puedo creer que el viejo te importaba –fue el saludo irónico de Channing, que empujaba a su hermana Lorette hacia el ataúd.
–Es que me importaba de verdad.
–¿Entonces por qué le rompiste tantas veces el corazón? –le espetó Lorette.
Mary se mordió la lengua para no replicar.
–El abuelo y yo hicimos las paces antes de que muriese.
–Puede que hubieras engañado al tío David, pero nosotros no estamos convencidos de que hayas cambiado. Pienso vigilarte –le advirtió Channing.
Tenía casi diez años más que ella y siempre había sido un engreído y un idiota. No le gustaba Channing, pero Lorette, que sólo tenía dos años más que ella, había sido su amiga durante la infancia. Corrían por la mansión de su abuelo jugando a mil cosas y metiéndose siempre en líos. Pero todo terminó cuando Lorette cumplió diez años y decidió que era demasiado mayor para esos juegos.
–Os dejo solos para que podáis llorarle en privado.
La antesala estaba casi vacía, salvo por algunas amigas de Mary. Su larga historia y sus comidas habituales las habían convertido casi en un club. Pero todas parecían estar prometidas o a punto de casarse, algo que Mary no tenía ningún deseo de hacer.
Había estado profundamente enamorada una vez y, cuando él la dejó para casarse con otra, se prometió a sí misma que jamás volvería a pasar por eso.
Gracias a su estilo de vida rebelde, que no había sido tan rebelde en realidad, había terminado sola. El problema era que Mary nunca había querido seguir las normas que seguían los demás. Casi en contradicción con el nombre que sus padres le habían dado al nacer, Mary había salido del útero siendo una rebelde.
Pero ya no. Había pagado un alto precio por su rebeldía y, en su lecho de muerte, le había prometido a su abuelo que a partir de aquel momento iba a comportarse.
Mary se dirigió hacia sus amigas, suspirando. Todas iban de negro y les agradeció el gesto. Quizá no estaba completamente sola, pensó entonces. Al fin y al cabo, tenía a sus amigas, que siempre habían sido un sólido apoyo para ella.
Pero en ese momento se abrió la otra puerta y Mary se volvió para darle la bienvenida al recién llegado. Y su corazón se detuvo durante una décima de segundo al reconocer al hombre al que no había esperado volver a ver jamás.
Sir Kane Brentwood, lord inglés… y su ex amante.
–¿Kane?
–Mary –dijo él. Sólo su nombre, con esa voz tan masculina, tan ronca, que siempre la hacía sentir escalofríos.
No podía enfrentarse con él aquel día. No aquel día cuando estaba intentando mantener la compostura… y a punto de perderla.
Al verlo, se sintió abrumada por el peso de los secretos que había entre los dos. Secretos que, de ser revelados, le costarían… todo. La herencia de su abuelo, el respeto de Kane y su propia paz emocional.
Mary intentó calmarse, pero empezó a ver estrellas bailando delante de sus ojos mientras Kane se acercaba. Y, de pronto, todo se volvió negro.
Kane Brentwood la sujetó justo antes de que cayera al suelo desmayada. Oyó murmullos detrás de él, pero no prestó atención a nadie más que a la mujer que tenía en los brazos. Su Mary. No estaba cuidándose, pensó. Había perdido peso y estaba muy pálida. Se preguntó entonces si habría hecho las paces con su abuelo y cuánto le habría costado eso…
–Mary.
Ella parpadeó un par de veces, y Kane miró aquel azul caribeño tan familiar; un color que le recordaba el mes de vacaciones que habían pasado en su casa de las islas Vírgenes.
–Mary-Belle, ¿se te ha pasado?
–¿Kane?
–Sí, cariño, soy yo.
Mary arrugó el ceño, confusa.
–Ya no puedes llamarme «cariño».
Kane sintió una punzada de rabia y tuvo que hacer un esfuerzo para contener el deseo de tomarla entre sus brazos y demostrarle que seguía siendo suya. Demostrarle que seguía respondiendo como lo había hecho siempre desde que se conocieron.
Pero ahora era una mujer casada.
–Podemos discutir eso después.
Kane vio el brillo fiero de sus ojos; ese brillo que en el pasado siempre había dado lugar a una apasionada discusión y luego, al dormitorio.
–¿Y tu mujer tomará parte en la discusión? –le preguntó Mary.
–Estoy divorciado. ¿Y tu marido?
Ella negó con la cabeza.
–No tengo marido.
«No tengo marido».
Era libre. Libre para ser suya de nuevo. Y ahora que la tenía entre sus brazos, no pensaba dejarla escapar otra vez. Había cumplido con su deber por su familia, por su apellido. Y eso le había costado… más de lo que quería que Mary supiera nunca.
Pero los dos eran libres de nuevo y estaba decidido a no volver a estropearlo como había hecho la primera vez. No volvería a perderla.
–¿Mary? ¿Te encuentras bien?
Kane miró por encima del hombro y vio a cuatro mujeres dirigiéndose hacia ellos.
–Estoy bien, Emma. Es que anoche no dormí nada.
Kane se preguntó si su hijo no la habría dejado dormir. Sí, debía de ser eso. Tenía ojeras y deseó tener derecho a sacarla de allí en brazos para estar a solas. Sin embargo, no lo hizo. La dejó de pie, torturándose a sí mismo mientras se rozaba con ella.
Había demasiada gente en la habitación como para mantener la discusión que debían mantener. Y él quería… no, necesitaba sencillamente abrazar a aquella mujer que parecía tan frágil.
Mary dio un paso atrás, pero Kane apretó su mano.
–¿Qué haces?
–Tomar lo que es mío –contestó él.
Y era la verdad, ésa era la razón por la que estaba en Eastwick. Especialmente ahora que sabía que era libre. Cuando leyó el obituario de David Duvall en el Wall Street Journal apenas se había fijado… hasta que vio el nombre de Mary en la lista de parientes cercanos.
Llevaba un año buscándola. Sus hombres no habían podido encontrarla en el apartamento de París donde solía vivir…
–Ya no soy tuya –replicó ella, tirando de su mano.
–Ven conmigo.
–¿Por qué?
–Quiero hablar contigo –contestó Kane, olvidándose de los testigos, olvidándose de todo.
–Estamos hablando, señor Brentwood.
–A solas –insistió Kane, tirando de ella.
Mary siempre había logrado hacerle olvidar las reglas del buen comportamiento. Ella lo hacía reaccionar como un hombre… y en aquel momento sentía el deseo de portarse como un cavernícola.
–No creo que sea buena idea.
No debería haberla soltado. Debería habérsela echado al hombro…
–No discutas conmigo. No estoy de humor, Mary-Belle.
Kane inclinó la cabeza para rozar sus labios… y se excitó de inmediato al notar que ella abría la boca… como hacía siempre. Introdujo la lengua entre sus labios, hambriento de ella. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que se sació de Mary.
Alguien se aclaró la garganta entonces, y ella se apartó. Kane mantuvo las manos en su cintura y fulminó con la mirada al hombre que había carraspeado.
–¿Quién es? –preguntó el tipo, señalándolo a él. Estaba perdiendo pelo y tenía una expresión antipática. Miraba a Mary con una expresión tan odiosa, que Kane la acercó a él como para ofrecerle su protección.
Cuando ella le dio un codazo en las costillas, Kane arrugó el ceño, pero no la soltó. Mary siempre había sido tan etérea… entrando y saliendo de su vida de tal manera que siempre sospechó que no podría retenerla. Pero no perdería aquella oportunidad.
–Channing, te presento a Kane Brentwood. Nos conocimos cuando vivía en Londres. Kane, te presento a mi primo Channing Moorehead y su hermana Lorette.
Kane estrechó la mano de los dos.
–Reciban mi más sentido pésame.
–Queríamos muchos al tío David –dijo Lorette, sin que nadie le hubiera preguntado–. Hemos vivido nuestras vidas de manera ejemplar… para mostrarle nuestro respeto.
–Estamos impresionados, Lorette –replicó Emma, la amiga de Mary, sarcástica.
Mary sonrió, agradecida, y Kane se dio cuenta de que había llegado en un momento poco oportuno. Había mucha tensión entre Mary y sus primos… como entre él y su familia.
–¿Qué les pasa? –le preguntó al oído cuando Lorette se volvió hacia Emma.
–No te preocupes. No tiene nada que ver contigo.
–No sé si eso es verdad, Mary-Belle. No pienso marcharme ahora que sé que lo dos somos libres.
–Ahora soy una mujer diferente, Kane. Tengo una imagen que mantener –contestó ella, mirando por encima del hombro para comprobar que nadie los estaba escuchando–. Ya no puedo ser tu amante.
–¿Qué imagen? Vi tu trabajo en la galería de Londres la primavera pasada. Tus cuadros siempre han sido fantásticos… pero había algo especial en éstos.
–Gracias, Kane. Pero no es mi imagen como artista de la que estoy preocupada. Aquí nadie sabe nada de esa parte de mi vida.
Kane no podía creer que hubiera mantenido en secreto algo tan importante. Mary vivía y respiraba esos cuadros mientras estuvieron juntos… casi diez años. Incluso había tenido que ser su modelo un par de veces para poder tener toda su atención.
–¿De qué imagen estás preocupada, de tu imagen como madre?
–No, mi hijo… nació muerto –suspiró ella. Había un mundo de dolor en esas palabras, y Kane hubiera querido consolarla, pero ella negó con la cabeza–. Hablo de la imagen de la familia Duvall. Volví a casa para recuperar mi herencia, Kane. Una herencia que no es tan antigua como la tuya, pero sí igualmente exigente. Y ahora tengo que irme. Gracias por venir.
Kane la dejó ir. No entendía a la nueva Mary, pero una cosa estaba clara: ahora que la había encontrado no pensaba irse de Eastwick sin hacerla suya. Suya como debería haber hecho cuando se conocieron, cuando su arrogancia los forzó a hacer unos papeles de los que no habían podido escapar.
El funeral no fue muy largo pero, para Mary, duró una eternidad. Después, todos fueron a la mansión de la familia Duvall para la recepción, algo típico de Connecticut.
En medio de las condolencias, Mary se retiró un momento al estudio de su abuelo para estar sola y se sentó en su sillón de cuero que olía ligeramente al tabaco que solía fumar. Respiró profundamente, recordándolo…
Pero alguien llamó a la puerta poco después, y Mary supo que debía volver con los demás. Cuando abrió la puerta, se encontró con Emma, Caroline y Lily en el pasillo.
–Sabíamos que estarías escondida aquí –dijo Emma, cerrando la puerta.
–No estoy escondida –replicó ella.