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Miniserie Deseo 216 Una aventura de una noche que se convirtió en una relación profesional. Sara Hawthorne no podía fingir que aquella noche de pasión con un hombre que había conocido en un bar nunca había ocurrido, especialmente cuando Ian Ford se presentó en su destilería. Mantener las cosas dentro de lo estrictamente profesional se convirtió en algo imposible cuando acabaron juntos atrapados por la nieve. El pasado del enigmático periodista estaba envuelto en misterio, pero cuando la pasión se reavivó, Ian y Sara debían desvelar sus secretos más profundos. ¿Las impactantes revelaciones destrozarían su idilio? ¿O les daría una segunda oportunidad en el amor?
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Seitenzahl: 202
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Jules Bennett
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor bajo la nieve, n.º 216 - septiembre 2023
Título original: Snowed In Secrets
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411800051
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
–Hola, Merle.
Sara Hawthorne saludó al dueño de Quiet Distil con un abrazo y se apartó, sonriendo al anciano viudo. No todos los clientes de Angel’s Share eran íntimos como Merle Allen. Había sido un cliente fiel desde el primer día y era más amigo que cliente.
Cuando Sara y sus dos hermanas, Delilah y Elise, pusieron en marcha su destilería años atrás, Merle había sido una de las personas que más les había apoyado. Además les había dicho que, en cuanto abrieran el barril inaugural de bourbon de diez años, quería ser el primero en adquirirlo. A Sara le gustaba ir a su bar cada pocas semanas para visitarlo y relajarse.
Y era la desesperada necesidad de desconectar lo que buscaba ahora. Entre las vacaciones y su vida personal, tenía que encontrar unos minutos para sí misma.
–¿Cómo está mi destiladora favorita? –preguntó Merle mientras apoyaba la mano en la brillante barra de caoba.
–Creo que eso también se lo dices a mis hermanas. –Se rio, apoyándose en el extremo de la barra.
Merle se encogió de hombros.
–Todas sois mis favoritas, ¿qué puedo decir? –Sus brillantes ojos azules se arrugaron mientras se reía y señalaba una de las salas VIP–. ¿Por qué no entras y te sientas? Te llevaré algo para que te olvides de tus problemas.
–¿Qué te hace pensar que tengo problemas? –preguntó Sara inclinando la cabeza.
–Soy dueño de un bar. Reconozco la angustia cuando la veo. Ahora ve y acomódate –dijo sonriendo.
Como Sara supuso que Merle tenía experiencia en reconocer un corazón herido, obedeció, dirigiéndose a su salón favorito, al fondo del bar.
Merle había mostrado mucho gusto en la forma de enfocar el interior del local. Cada una de las salas era diferente en la decoración, pero a ella siempre le encantó la acogedora calidez de la White Dog Room. El nombre hacía referencia al término del bourbon antes de envejecer. En Quiet Distil las salas estaban acondicionadas para que el cliente se sintiera cómodo en función de sus preferencias.
Antes de llegar al reservado, pasó por delante de las salas Rye y Mash. Ambas estaban casi llenas, con parejas o grupos de amigos riendo y disfrutando de sus bebidas. Una punzada de dolor la golpeó mientras continuaba por el amplio pasillo flanqueado por una cálida iluminación que recordaba a las viejas linternas de gas.
En aquel desconsuelo había una buena dosis de culpabilidad. Se alegró por sus hermanas, en realidad se alegró mucho. Cada una había encontrado el amor y la felicidad de su vida. Elise estaba de luna de miel tropical en Fiji con Antonio y Delilah había vuelto con Camden después de haber estado al borde del divorcio.
No había necesidad de estar triste o celosa. Ella nunca había sido así. Sara sabía que le llegaría el momento de encontrar el amor. Estaba segura de ello. Algún día llegaría el apuesto caballero de brillante armadura con el que soñaba y todo el tiempo de espera habría merecido la pena. No es que necesitara a nadie que la salvara, pero no le importaría tener un hombro en el que apoyarse de vez en cuando.
Quería ir de la mano por la calle, acurrucarse con él en el sofá después de trabajar todo el día y hablar de absolutamente nada y de todo. Quería besos en la frente y mensajes ñoños por el móvil cada dos por tres.
Sara abrió las viejas puertas de roble y supuso que la White Dog Room estaría tan abarrotada como las demás, pero solo había una pareja ocupando uno de los sofás de cuero blanco acolchado, así que, después de todo, tendría un poco de intimidad.
Perfecto. Solo quería ordenar sus pensamientos y tomarse un pequeño descanso. Los preparativos para la boda de Elise y Antonio habían sido estresantes, pero Sara había quedado satisfecha de cómo había salido todo.
La zona reservada para la celebración de bodas en Angel’s Share había quedado oficialmente abierta y podía cerrarse otro capítulo de su aventura empresarial. La destilería había iniciado su singladura doce años atrás en un viejo castillo abandonado situado en las colinas de Benton Springs, Kentucky. A las hermanas les encantó aquel lugar único desde el principio y sabían que comprar esa propiedad histórica las diferenciaría de la competencia. Por no hablar de que era la única destilería del país regentada por mujeres. Tenían que hacer todo lo posible para aventajar a sus competidores. Destacar en un sector dominado por los hombres era imprescindible para seguir cosechando éxitos.
Sara se dirigió al fondo de la sala. Fue entonces cuando se le cortó la respiración y le flaquearon las rodillas.
Nunca había sentido esa atracción por nadie. El culpable de esa reacción era un hombre sentado en uno de los sofás. Desde luego, no se había fijado en él al principio, aunque no tenía ni idea de cómo había podido pasar por alto a un tipo tan llamativo. Tenía pelo oscuro, barba de unos días y vestía pantalones negros, camisa blanca y chaleco también negro. Bien podría haber salido de un plató de cine de los años treinta. Había algo en él que irradiaba confianza y elegancia.
Por el amor de Dios, si seguía mirándolo de esa manera la iban a detener por acoso. Aunque seguro que un hombre con ese aspecto estaba acostumbrado a que lo miraran fijamente. Por otro lado, era extraño que alguien como él estuviera solo en un bar un sábado por la noche. Probablemente su cita había ido al baño, así que lo mejor sería dejar de mirar y no buscar problemas.
–Sabía que estarías aquí.
Se giró para ver a Merle con una bandeja con cuatro vasos diferentes y una tabla de quesos y frutos secos. Él sabía que a ella le encantaba la sencillez de la White Dog Room y, de hecho, nunca se había aventurado a entrar en las otras salas. No pudo evitar sonreír mientras hizo el amago de agarrar la bandeja.
–No, por favor. –Sacudió la cabeza y dio un paso atrás–. Dime dónde te vas a sentar y te lo llevaré allí.
Sara echó un vistazo a la espaciosa habitación y sus ojos se fijaron inmediatamente en el sexy desconocido de la esquina. La boca de él mostró una sonrisa y ella sintió una excitación inesperada.
La atracción era una cosa, pero ese plus de deseo estaba en un nivel completamente diferente.
Le sostuvo la mirada y siguió seduciéndola con solo una sonrisa. ¿Estaría ese tipo verdaderamente solo? ¿Sería posible?
La forma en que le devolvió la mirada mientras se ponía en pie hizo que Sara se pusiera rígida e ignorara cualquier punzada de nerviosismo.
–¿Y allí? –sugirió Sara, señalando el sofá en el que estaba sentado el desconocido.
–Oh, ¿lo conoces? –preguntó Merle.
«No, pero estoy a punto de hacerlo».
El intrigante desconocido acortó la distancia que los separaba y se dirigió hacia Merle.
–¿Podría tomar otro Angel’s Share de diez años? –preguntó.
No solo bebía elbourbon de su destilería, sino que además tenía una voz suave que conjuntaba maravillosamente bien con su misterioso porte. Como si ella necesitara más razones para sentirse atraída por él.
–Por supuesto, señor.
–Me llevaré esto –dijo Sara, agarrando la bandeja con las bebidas y la tabla de quesos y frutos secos–. Gracias, Merle.
–Avísame si necesitas algo más. –Merle inclinó la cabeza y fue a ver a la otra pareja en el lado opuesto de la habitación.
Sara volvió a centrarse en el desconocido y le dedicó una sonrisa.
–¿Quieres compartir esta tabla conmigo? Creo que es demasiado para mí sola.
El tipo enarcó las cejas y se encogió de hombros.
–La verdad es que es una buena ración.
–Merle es un encanto –explicó–. Siempre cuida de mi apetito voraz.
El llamativo hombre se dio la vuelta y se dirigió de nuevo al sofá que acababa de dejar. Una vez que la tabla y las bebidas de muestra estuvieron sobre la mesa de color miel, el desconocido agarró el móvil que había dejado en el sofá y se lo metió en el bolsillo.
–Puedes sentarte aquí si quieres. –Señaló la zona justo al lado de donde había estado sentado–. Supongo que conoces bien al dueño.
Sara tomó asiento, pero dejó algo de espacio entre ellos. Podía ser sexy y haber despertado su interés, pero seguía siendo un desconocido. Además, por mucho que quisiera encontrar a su apuesto caballero de brillante armadura no creía que fuera a hacerlo en un bar un sábado por la noche.
–Se podría decir que sí –respondió ella, y luego extendió la mano en señal de saludo–. Me llamo Jane.
Había decidido utilizar su segundo nombre en el último momento. En el caso de que él resultara ser alguien poco recomendable, no quería que supiera quién era ella en realidad.
Sonrió, tomó su mano y acarició con el pulgar sus nudillos.
–Puedes llamarme Parker.
Sara soltó su mano antes de perderse en aquella voz profunda, aquellos ojos oscuros y aquel apretón firme que le hicieron preguntarse si era tan poderoso como parecía. ¿A qué se dedicaría un hombre así? ¿Al mundo inmobiliario? ¿O tal vez fuera arquitecto? Sin lugar a dudas se dedicaría a los negocios, pero ¿a cuál?
Inclinó la cabeza y entrecerró los ojos.
–No tienes cara de llamarte Parker.
–Puede que sí o puede que no.
El hombre misterioso quería seguir siéndolo.
Otro empleado del Quiet Distil entró, llevando la bebida de Parker. Sara se recostó en el sofá, cada vez más cómoda con la situación. No había nada de qué preocuparse. Estaban en un lugar público, se estaban divirtiendo y ella estaba sonriendo y disfrutando.
–Señor… –El camarero dejó la bebida sobre la mesa y dio un paso atrás–. ¿Falta alguna cosa más?
Sara negó con la cabeza sin dejar de mirar a Parker, y este le mantuvo la mirada.
–No, gracias –dijo Parker sin levantar la vista.
Cuando volvieron a quedarse solos, Sara tomó una de las muestras que le había llevado Merle. Siempre le daba a probar diferentes bourbons y whiskys. El hecho de que fuera copropietaria de Angel’s Share no significaba que no debiera estar al tanto de la competencia.
–Entonces, ¿de qué deberíamos hablar? ¿De carreras? ¿De nuestros colores favoritos? –preguntó, agitando el contenido ámbar de su vaso.
Parker se rio.
–Prefiero saber qué hace aquí una chica como tú. No pareces muy contenta.
Muy mal aspecto tenía que tener para que un desconocido se percatara de que no estaba pasando por una buena racha. Que Merle se diera cuenta no le había sorprendido porque se conocían desde hacía mucho. ¿Pero que se diera cuenta un extraño? A lo mejor no era un hombre de negocios. Tal vez era médico o terapeuta.
–¿Te parezco triste entonces? –preguntó, esbozando su sonrisa más pícara, con la esperanza de que su interlocutor diera marcha atrás.
–La verdad es que sí –contraatacó.
Bueno, hasta ahí llegó esa sonrisa descarada y que intentaba ocultar su verdadero estado de ánimo.
–Todo el mundo tiene sus secretos, y me gustaría mantener los míos a buen recaudo, si no te importa.
Parker asintió, o tal vez entendió que no debía meterse en donde no le llamaban. En cualquier caso, centró su atención en el contenido de su vaso y lo movió suavemente. Ella aprovechó ese momento para fijarse en su cabello oscuro y despeinado, sus espesas cejas negras y sus largas pestañas. Todo en él rezumaba misterio y sensualidad. Se alegró de haberse sentado con él y tener a alguien con quien hablar. No le apetecía pasar la tarde sola, y menos aún quedarse en casa.
–¿Te gusta el bourbon? –le preguntó él, volviendo a mirar hacia ella.
–¿Cómo no me va a gustar? –respondió Sara–. Ese toque ahumado, el sabor suave y rico de la barrica de roble, la forma en que te calienta por dentro y por fuera…
–Parece que eres toda una experta –le dijo Parker con una sonrisa que hizo que las esquinas de sus ojos se arrugaran, haciéndolo parecer todavía más sexy–. Bueno, ¿y a qué te dedicas?
Sara levantó la copa.
–A beber bourbon. ¿Y tú?
–A esperar en los bares a que entren mujeres sexys.
–¿Y eso te suele salir bien?
Parker se encogió de hombros.
–Te lo diré en unas horas.
Lo cierto era que un poco de coqueteo no le hacía daño a nadie. Era un tipo atractivo, misterioso y, claramente, él también estaba interesado en ella.
Sara no había tenido ni una sola cita en meses. No había nada de malo en echar unas risas y beber un poco, y eso era exactamente lo que Sara creía que necesitaba. Ahora que sus hermanas pasaban la mayor parte de su tiempo libre con sus parejas, a Sara no le quedaba más remedio que buscarse su propia diversión.
–En realidad trabajo en eventos –le dijo ella sin desvelar demasiado y así seguir manteniendo algo de misterio–. Me aseguro de que la gente se lo pase bien y que me paguen por ello.
–Parece que tú también te lo pasas bien.
–No hay nada mejor –le dio la razón–. Y por si acaso, mi color favorito es el blanco, ya sabes, por si quieres tener un detalle conmigo.
Parker frunció las cejas y se echó hacia atrás.
–¿Blanco? Nunca he conocido a nadie que le gustara el blanco.
–Nunca has conocido a nadie como yo. –Dio un sorbo a su bourbon y esbozó una sonrisa–. El blanco está infravalorado, y es el color de todas las cosas que me gustan. La mayoría de los coches, el vestido de novia que tengo en la cabeza, las nubes cuando sueño despierta.
Parker se rio y ella sintió la necesidad de sacudir la cabeza. Aquella carcajada profunda le produjo escalofríos. Coquetear de broma era una cosa, pero empezaban a aflorar sentimientos extraños en su estómago y veía conveniente echar el freno antes de que perdiera el control de la situación. Conocía a ese tipo desde hacía veinte minutos. El hecho de que vistiera y oliera tan bien, con ese aire misterioso y extremadamente sexy, no significaba que fuera a salir nada de aquel encuentro. Aunque no le importaría saber cuánto tiempo iba a estar en la ciudad y tal vez volver a verlo.
Sara estaba convencida de que había alguien especial en el mundo destinado para ella. Y que en cuanto viera al idóneoquedaría inmediatamente prendada de él. Tenía todos los clichés grabados en su mente y estaba más que preparada para que llegara ese día.
Pero mientras tanto disfrutaría de encuentros fortuitos como aquel.
–Interesante interpretación de tu color favorito –le dijo él–. Entonces, deduzco que los eventos con los que trabajas son bodas. Lo digo por lo de los vestidos de novia y que la gente se lo pasa muy bien.
–La verdad es que acabo de terminar de trabajar en una boda.
Elise había sido una novia preciosa y, aunque el trabajo de organizadora de bodas no era el suyo, Sara se lo tomó muy en serio cuando ayudó a su hermana a celebrar su gran día. Había trabajado muy duro y finalmente todo había salido a pedir de boca. Ahora, ella y sus hermanas estaban listas para empezar a contratar bodas en su destilería. ¿Quién no querría casarse en un antiguo castillo histórico?
Tal vez algún día también le tocaría a ella…
–Sin embargo, estás soltera.
La afirmación de Parker la hizo volver a centrarse en su intensa mirada.
–¿Cómo sabes que no estoy casada?
–Llevas joyas, pero nada en el dedo anular –respondió él señalándole las manos–. Tampoco pareces de esas que dejan a su marido en casa para salir a un bar a charlar con extraños.
–Si lo pareciera, ¿dónde estaría la gracia? La cuestión es no parecerlo.
Una vez más, Parker se rio.
–Touché.
–En realidad, tengo un gran respeto por el matrimonio –aclaró ella–. No estoy casada, pero cuando lo esté, espero seguir viniendo a lugares increíbles como este, solo que con mi marido.
–Será un hombre afortunado.
Sara volvió a colocar su vaso vacío en la bandeja y eligió otro.
–Si llega a existir –murmuró ella.
Mientras se recostaba en el sofá con una nueva muestra en la mano, se tomó su tiempo para observar a Parker una vez más, esta vez sin importarle lo más mínimo que él se diera cuenta. Un hombre así quería que lo miraran, cuidaba mucho su aspecto y tenía que saber que era de lo más sexy.
–¿Practicas esa mirada en el espejo? –preguntó él.
–¿Qué mirada?
Parker estiró el brazo a lo largo del sofá, colocándolo detrás de la espalda de ella mientras se acercaba un poco más.
–Una muy seductora.
–¿De verdad crees eso? –preguntó ella con una sonrisa.
–Creo que sabes exactamente lo que estás haciendo –dijo mientras se inclinaba un poco más hacia ella–. La pregunta es: ¿qué harías si siguiera tu juego?
¿Qué demonios estaba haciendo? No tenía tiempo para desviarse de su objetivo. Le debía un favor a su editor y, una vez hecho, Ian Ford podría empezar a escribir su novela. Había ahorrado suficiente dinero y había hecho una serie de buenas inversiones a lo largo de los años para poder quedarse en casa y centrarse en su sueño de escribir su primer libro. Si todo iba bien y tenía suerte, podría comenzar una nueva carrera.
Ian solo tenía que estar en Benton Springs, Kentucky, un máximo de dos semanas. Haría sus entrevistas, llevaría a cabo toda la investigación necesaria para completar ese trabajo, lo mecanografiaría todo en silencio y en soledad y luego lo tendría todo listo y entregado antes de año nuevo.
Un plan perfecto para el final perfecto de su ilustre carrera en Elite.
–¿Insinúas que estoy ligando contigo?
La pregunta de Jane lo devolvió al momento. Ian no pudo evitar reírse.
–Quizá no con palabras, pero esa mirada silenciosa es más que atrayente.
Ella levantó un hombro, haciendo que su sedoso pelo negro se deslizara. Ian sintió el impulso de alargar la mano y comprobar si aquellos mechones eran tan suaves como parecían. Llevaba demasiado tiempo sin estar con una mujer y, en un instante, aquella había captado su atención como nadie lo había hecho en años.
–Practiqué la mirada en el coche antes de entrar.
Por la forma en que seguía sonriendo de manera sensual, con una ceja inclinada y una suave sonrisa, Ian no estaba muy seguro de si hablaba en serio o no.
En cualquier caso, se estaba comportando como un imbécil. Maldita sea. No había ido a aquella ciudad para dejarse entretener por la primera mujer que se le cruzase en su camino. Pero alejarse de ella ahora le resultaba imposible… Despertaba en él un deseo inesperado y desconcertante. Una sensación muy difícil de ignorar.
Ella ladeó la cabeza en una clara invitación e Ian no pudo resistirse a acariciar aquel pelo que era tan suave como parecía. Y él que pensaba que odiaría ese viaje a Kentucky en pleno invierno…
Ahora su mente se concentraba en los labios carnosos de aquella mujer sexy y se preguntó cuánto tiempo sería capaz de resistirse a ellos.
–¿Vas a estar mucho en la ciudad? –preguntó ella.
Sorprendido por su pregunta, Ian se lo pensó un poco antes de responder:
–La verdad es que no. Supongo que tú vives aquí.
–En el mejor lugar del mundo, especialmente en Navidad.
Se acercó aún más mientras seguía acariciándole el pelo con los dedos. Las banderas rojas ondeaban en su cabeza, pero él las ignoraba por completo. Quería más de ella, pero aún no sabía qué. Tampoco iba a renunciar a su anonimato.
–Entonces, ¿has viajado por todo el mundo?
Jane sonrió de tal manera que él sintió otro puñetazo de deseo en sus entrañas. No sabía si ella era consciente de lo provocativa que resultaba o no, aunque una mujer que parecía una fantasía hecha realidad no podía ser tan inocente.
–No mucho, pero lo suficiente como para saber que este es mi sitio.
–Parece que sabes lo que quieres.
Los ojos de Jane bajaron hasta su boca y luego volvieron a subir. Sin decir palabra, agarró el vaso que tenía sobre la mesa.
–Siempre he sabido lo que quería –le informó ella, agitando el líquido ámbar antes de dar un trago.
Aquella mujer atrevida le resultaba extremadamente sexy. No es que buscara nada, pero Jane era demasiado intrigante y misteriosa como para ignorarla.
Se quedaría hablando con Jane en aquel local todo el tiempo que ella quisiera.
Una vez terminadas las muestras de bourbon y la tabla de embutidos, Ian permaneció cerca mientras escuchaba a Jane hablar de sus lugares favoritos de Benton Springs. Todos giraban en torno al bourbon, lo cual no era sorprendente. En esa parte del país se tomaban sus bebidas espirituosas muy en serio. Incluso los no bebedores disfrutaban del buen ambiente de los bares y restaurantes de Kentucky. Ian empezaba a desear quedarse más tiempo, pero dos semanas eran más que suficientes…, sobre todo con la amenaza de nieve que tenían encima.
Por algo se había mudado a Miami. Los inviernos en el norte le habían destrozado la vida y había jurado no volver por allí. Sin embargo, ahí estaba de nuevo, haciendo un favor a un amigo, pero después de eso nunca más se sometería a las carreteras heladas de nuevo.
Ian deslizó un dedo a lo largo de la cicatriz que se escondía bajo la barba en su mandíbula. Le recordaba de dónde venía y lo que había perdido.
Sonó un pitido procedente del bolso de Jane y ella sonrió mientras rebuscaba en él. Ian agradeció la intrusión que lo alejó de sus pensamientos.
–Disculpa –le dijo ella–. Nunca se sabe cuándo se trata de una emergencia.
Ian la estudió con detenimiento mientras Jane leía el mensaje. Con un suave suspiro, volvió a guardar el móvil en el bolso y se giró hacia él:
–Lo siento. No me di cuenta de que se había hecho tan tarde. –Miró a su alrededor y se rio–. Nos hemos quedado solos. Ni siquiera me he dado cuenta de cuándo se ha ido la gente.
Él tampoco había sido consciente del paso del tiempo, pero ni una sola vez había pensado en qué hora era ni en si había alguien más en el bar. Tampoco había pensado en el trabajo ni en la ansiedad que le provocaba volver a ver la nieve después de veinte años.
–Me parece que se están preparando para cerrar