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Para alejarse de su insistente exmarido, Josie fingió estar comprometida con otro hombre. Pero lo que empezó como un fingido compromiso con Reese, su mejor amigo, se complicó cuando los besos que se daban, en lugar de ser solo parte de la representación, despertaron una pasión real. Eso hizo que sus sentimientos se volvieran más profundos y complejos de lo esperado. Además, Reese tenía un secreto que podía cambiar aún más la situación...
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Seitenzahl: 203
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2020 Jules Bennett
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un compromiso escandaloso, n.º 225 - junio 2024
Título original: Scandalous Engagement
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410627987
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Josie Coleman abrió de par en par la puerta principal de su casa mientras ponía los ojos en blanco.
–Te he dicho mil veces que entres sin más –dijo mientras se hacía a un lado–. ¿Por qué insistes en llamar a la puerta?
Su mejor amigo, Reese Conrad, se encogió de hombros y se adentró en aquella casa en la que siempre era bienvenido. A diferencia de él, su amiga tenía por costumbre entrar directamente en la suya cuando lo visitaba. Vivían cerca el uno del otro, en Sandpiper Cove, Carolina del Norte. Algo que Josie valoraba mucho.
–Por respeto –respondió él con ese tono bajo y grave que tenía.
Siempre le hacía la misma pregunta y él siempre daba la misma respuesta. Le había ofrecido una llave, pero él siempre decía que no la necesitaba porque solo pasaba por allí cuando ella estaba en casa. Por lo general, estaban allí, en su yate, o viajando juntos cuando sus agendas lo permitían.
–Pensé que estabas fuera de la ciudad por trabajo. –Josie caminó a través de su sala de estar abierta y se dirigió hacia las puertas de cristal que daban al patio–. Estaba tomando un café, si quieres acompañarme.
–Son las cinco de la tarde.
Ella se detuvo y lanzó una mirada por encima del hombro.
–¿Qué tiene que ver eso con el café?
Él rio y negó con la cabeza. Como si no conociera su locura por el café.
–Estoy bien, gracias –respondió mientras la seguía hacia la zona de estar al aire libre–. Y acorté mi viaje porque ya había visto todo lo que necesitaba ver.
Josie notó algo extraño en la mirada de su amigo. Parecía… ¿triste? Reese era el hombre más feliz que conocía. Lo tenía todo: una carrera exitosa en el mundo de la restauración, padres que lo adoraban y lo amaban incondicionalmente, a ella como mejor amiga. ¿Qué más podría necesitar?
Sin embargo, algo no iba bien.
–¿Todo bien? –preguntó ella mientras se acomodaba en su tumbona y rodeaba con sus manos su taza de café favorita, la que Reese le había regalado por Navidad.
Su amigo metió las manos en los bolsillos y miró hacia el horizonte. Era imposible estar de mal humor con esas vistas de la playa, pero no podía descifrar lo que pasaba por la cabeza de ese hombre. Y eso era una novedad. Siempre sabían lo que el otro estaba pensando. Podían estar en una fiesta o en una habitación llena de gente y, con solo mirarse, sonreían o asentían, sabiendo exactamente lo que el otro tenía en mente.
–Para serte sincero…
El sonido del móvil de Josie interrumpió lo que él estaba a punto de decir. Ella dejó su taza en la mesa de cristal y agarró el teléfono, luego murmuró una serie de maldiciones.
–¿Qué pasa ahora? –respondió a la llamada, sin estar de humor para hablar con su exmarido.
Por el rabillo del ojo, vio a Reese mirándola fijamente. Su amigo conocía el lío en el que se había metido al casarse con el hombre equivocado por un capricho. El matrimonio había sido un error y todavía estaba tratando de entender cómo había perdido la cabeza temporalmente y había accedido a casarse con un hombre al que no amaba.
Bueno, Chris era un buen tipo, solo que no era para ella. Últimamente, él había estado intentando recuperar la relación, pero para ella no había vuelta atrás.
–Escucha, no quiero ser grosera –continuó Josie al teléfono–, pero no va a suceder. Estamos divorciados por una razón. –Se sentó y colocó las piernas hacia un lado–. Eres un gran hombre, pero tú y yo no funcionamos bien juntos, Chris.
Sin embargo, él la había estado llamando y enviando mensajes sin parar. Josie podía entender que Chris estuviera algo confundido. Solo habían salido durante tres meses antes de que, de repente, se casaran. Nunca en su vida había tomado decisiones precipitadas; se enorgullecía de ser tan metódica y predecible como su padre, que era militar, pero había sido demasiado espontánea con una de las decisiones más importantes de su vida.
Por aquel entonces, Reese acababa de comprometerse, y eso la había hecho preguntarse si ella también debería plantearse comenzar el siguiente capítulo de su vida.
Y así estaban: ella divorciada y Reese con un compromiso roto. Quizás solo necesitaban permanecer como estaban, como habían estado durante años. Eran felices saliendo juntos y viajando. Que otras personas entraran en su vida de manera significativa solo arruinaría su perfecta sintonía como mejores amigos.
Pero aún no había conseguido que Chris entendiera su punto de vista. Lamentablemente, no importaba cuántas veces le dijera que no iban a volver, él no lo entendía. Tal vez, si creyera que había alguien más, se daría cuenta de que no había un lugar para él en su vida.
–¡Yo ya he pasado página! –exclamó ella al teléfono mientras se levantaba. Dirigió su mirada hacia Reese, quien simplemente alzó las cejas sorprendido–. Así es. Está aquí conmigo, así que tengo que colgar.
Josie cortó la llamada y lanzó su teléfono a la tumbona de la que acababa de levantarse. Reese continuó mirándola, pero ella solo suspiró y se encogió de hombros.
–Se está poniendo muy insistente –se defendió ella–. Tenía que decir algo.
–Entonces, ¿ahora soy tu nuevo chico? –preguntó él.
Josie sonrió, un poco culpable por utilizarlo.
–Él no sabe quién está aquí, y fue lo primero que se me ocurrió. Tiene que pensar que he seguido adelante con otra persona o seguirá perdiendo su tiempo intentando recuperarme. Tiene que superarlo. –Cruzó el patio y colocó su mano en el brazo de su amigo–. Lamento haberte utilizado. Olvidémonos de Chris. ¿Qué estabas a punto de decirme antes?
–Que fui a Green Valley, en Tennessee –le contó él–. Y no solo por negocios.
–¿Por algo personal? –dijo ella arqueando las cejas–. ¿Una mujer?
Él no había tenido citas desde que terminó con su prometida hacía casi un año. Había estado demasiado ocupado haciéndose cargo del imperio de restaurantes de lujo de su familia, con establecimientos a lo largo de la Costa Este. Recientemente, su padre había sobrevivido a un ataque al corazón y ahora se encontraba en algún complejo tropical celebrando la vida y su jubilación junto a su madre.
Entonces, ¿qué había estado haciendo Reese en Tennessee si el viaje no estaba relacionado con su negocio?
Antes de que él pudiera explicar más, el timbre de la puerta de entrada resonó por toda la casa.
¿Por qué demonios tenían que interrumpirlos siempre?
–Disculpa –dijo ella mientras se levantaba–. No espero a nadie, así que dame un segundo.
Josie cruzó la sala de estar hacia el vestíbulo y miró a través del vidrio lateral. ¿En serio? ¿Qué tendría que hacer para que Chris captara la indirecta?
Con un suspiro de frustración, abrió la puerta. Su ex estaba ante ella. El hombre era alto y fuerte, y siempre se había enorgullecido de su constitución atlética. No era poco atractivo. Simplemente no era el hombre adecuado para ella. Si pudiera mantenerlo como amigo, estaría bien, pero él no quería aceptarlo.
–¡Chris! –se quejó Josie–. ¡Acabamos de colgar!
–Lo sé, lo sé, pero estaba cerca de tu casa cuando te llamé y solo quiero unos minutos de tu tiempo. –Él no dejaba de mirarla con cara de pena–. Vamos, solo serán cinco minutos.
–Chris, no vamos a hacer esto otra vez. No estamos hechos el uno para el otro.
–Pero ¿y si sí lo estamos?
Antes de que ella pudiera responder, el brazo de Reese se deslizó alrededor de su cintura y la atrajo hacia su lado.
–¿Todo bien, cariño?
¿Cariño? ¿Qué demonios estaba haciendo?
Echó un vistazo de Reese a Chris y recordó lo que le había dicho antes durante la llamada. Vaya, parecía que se había organizado un pequeño lío…
Los ojos de Chris pasaron de Josie a Reese y de nuevo a ella.
–¿Podemos hablar a solas? –imploró su ex.
–Di lo que quieras –afirmó Reese con una sonrisa–. Mi prometida no me guarda secretos. ¿Verdad, amor?
¿Estaba fuera de sí? No necesitaba su ayuda y estaba convirtiendo esa situación incómoda en algo imposible.
¿Comprometidos? Eso era llevar las cosas un poco lejos. Solo le había dicho que había pasado página, no que estaba lista para caminar hacia el altar de nuevo.
–¿Te vas a casar con este? –preguntó Chris, indignado–. Siempre supe que había algo más que una amistad entre vosotros dos. ¿Ya estabas con él todo el tiempo que estuvimos juntos?
–¿Qué? ¡No, claro que no! –dijo ella a la defensiva, preguntándose cómo podría darle la vuelta a la conversación y reiniciarla con menos caos y confusión.
–Como puedes ver, Josie no está disponible –añadió Reese–. Estábamos a punto de salir.
La mano de él descendió por la curva de su cadera y demasiados pensamientos y emociones la golpearon de repente. Primero, ¿por qué estaba siendo tan cariñoso? Segundo, ¿estaba disfrutando con esa actuación?
No debería sentir esa clase de hormigueo cuando su mejor amigo la tocaba. No era la primera vez que lo hacía.
Pero nunca lo había hecho de esa manera. No de una forma tan íntima, aunque fuese de mentira.
Y era como si algo entre ellos cambiara.
Él era tan firme, tan fuerte, y olía demasiado bien.
«No».
No debería estar pensando en el tono muscular de Reese ni en su colonia. Eso solo podría traerle problemas, ¿verdad?
Sí, problemas de los grandes.
La última vez que se permitió salir de su zona de confort, terminó casada con el hombre equivocado.
Reese era su amigo.
Su mejor amigo.
Y necesitaba mantenerlo en esa zona. Le gustaba tener su vida ordenada y organizada. Le gustaba tener todo, y a todos, en su sitio.
«Pero esos músculos tonificados…».
Tratando de salvar su cordura, Josie se deshizo del agarre de Reese y ofreció a Chris una sonrisa comprensiva.
–Espero que puedas seguir adelante –le dijo–. Hay una mujer ahí fuera para ti. Pero no soy yo.
La expresión de Chris pasó de la incredulidad a la ira, y a…, bueno, ella no estaba segura, pero él no estaba contento.
Los ojos de su ex la escrutaron durante segundos.
–¿Estás segura de que esto es lo que quieres? Quiero decir, ni siquiera llevas un anillo. Te mereces algo mejor. Sabes que te traté como a una reina.
Antes de que Josie pudiera responder, Reese dio un paso adelante.
–Lo que ella se merece o no ya no es asunto tuyo. Has tenido más de esos cinco minutos que pediste.
Y sin decir una palabra más, Reese se hizo a un lado y cerró la puerta en la cara de su exmarido. Josie se quedó con la boca abierta, no podía creer que su amigo hubiese tenido la audacia de… de…
–¿¡En serio!? –exclamó ella con las manos en la cabeza.
Reese se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso al patio como si no hubiera pasado nada. Ella lo siguió detrás. Esa era su casa, su ex, y él no podía hacer lo que quisiera y manipular la situación a su antojo.
–¿Puedes explicarme por qué has hecho eso? –exigió ella ya en el exterior.
Su amigo se encogió de hombros y se sentó en el sofá.
–¿Qué hay que explicar? Él te llamó y tú le dijiste que ya estabas en otra relación y que estaba contigo justo en ese momento. Así que tuve que interpretar el papel cuando él apareció.
Josie se recogió el cabello detrás de las orejas y cruzó los brazos sobre su pecho. En los últimos veinte minutos, su exmarido había dicho que realmente creía que podrían volver a estar juntos y su mejor amigo había afirmado ser su prometido. Incluso detenerse unos segundos intentando recopilar sus pensamientos no calmó su ánimo ni le dio más claridad. En especial por el hecho de que le había gustado más de lo debido el contacto con Reese.
–¿No te parece que «comprometidos» es un poco exagerado? –preguntó ella.
–La verdad es que no. Él es muy insistente. Tienes que ser firme con gente así. La sutileza no es algo que entiendan.
–Oh, desde luego, decirle que estamos comprometidos y cerrarle la puerta en la cara no es nada sutil.
–De nada –dijo él, guiñando un ojo y mostrando una gran sonrisa.
Josie gruñó y apretó los puños. Reese podría ser su mejor amigo, pero a veces podía ser bastante exasperante… de un modo adorable. Tenía buenas intenciones, pero a veces esa cualidad alfa tomaba el control y el sentido común desaparecía.
–Será mejor que bebas tu café antes de que se enfríe –añadió él, señalando la taza olvidada.
Josie tomó la bebida y se acercó adonde él estaba sentado con esa sonrisa autosuficiente en el rostro.
–Tengo ganas de lanzarte esto a la cara –murmuró ella con cara de enfado.
–Ay, querida. ¿Es esa la manera de tratar a tu nuevo prometido? Sé amable o no te conseguiré ese anillo que necesitas.
–¿Sabes que va a contarle a todo el mundo lo que acaba de pasar?
Si tuviera un trabajo donde la gente no la reconociera o no supiera su nombre, el rumor de un compromiso con Reese no sería gran cosa. Pero teniendo en cuenta que él era un famoso magnate multimillonario muy conocido en Internet por haberse hecho cargo del imperio de su familia, y ella era una influencer y columnista de la revista más vendida del país, era imposible que un compromiso entre ellos pasara desapercibido.
–No es algo que me preocupe demasiado –dijo él encogiéndose de hombros. Otra vez ese maldito gesto, como si no fuera gran cosa–. Ya veremos qué pasa. Puede que te sorprenda y la noticia pase sin pena ni gloria. ¿Qué tipo de piedra te gustaría en tu anillo?
Josie entrecerró los ojos.
–Creo que necesito un vino para tener esta conversación…
Ignorando la risa de su amigo, se dirigió a la cocina. Desde allí observó a Reese, a quien no parecía importarle que acabara de trastocar la vida de ambos. Él simplemente se había sentado en una de las robustas sillas de mimbre y miraba hacia el horizonte.
Al llegar a su casa, él le había dicho que necesitaba hablar. Pero lo único que había logrado averiguar era que había estado fuera por asuntos personales. Si no había sido por una mujer, ¿entonces qué podría ser? No tenía mucha vida social. Si salía a cenar, era por trabajo, y la mayoría de las veces esas cenas eran en su propio restaurante. El hombre trabajaba sin parar, y eso era decir mucho viniendo de la columnista más galardonada de Cocktails & Classy. Josie tampoco se tomaba días libres, pero al menos podía trabajar desde casa y solo viajar a la sede en Atlanta cuando era absolutamente necesario. En cambio, Reese viajaba por todas partes, siempre en busca de nuevas formas de mantener sus restaurantes elegantes y a la última.
Se sirvió una copa de vino y la agitó en la mano antes de volver afuera. Nunca se cansaba de la brisa marina y siempre deslizaba las puertas de cristal cuando estaba en casa. El espacio adicional al aire libre había sido lo que la había convencido para comprar esa casa justo después de su divorcio.
Ahora que se había calmado un poco, Josie rodeó la mesa de centro y tomó asiento en el sofá frente a Reese.
–¿Quieres decirme por qué te pusiste tan territorial? –preguntó ella.
Él apoyó los pies en la mesa de centro y entrelazó los dedos detrás de su cabeza mientras la miraba fijamente.
–¿Además del hecho de que él era el hombre equivocado para que te casaras? Estaba tratando de ayudarte.
Josie dio un sorbo y dejó su copa sobre la mesa antes de inclinarse hacia adelante y mantener su mirada fija en la de él.
–Puedo luchar mis propias batallas.
–No deberías tener que hacerlo –replicó él.
Aunque apreciaba la forma en que él siempre estaba listo para protegerla, no necesitaba que lo hiciera. Su compromiso y su matrimonio fallido realmente le habían abierto los ojos al hecho de que no había prisa para casarse. No había una edad mágica en la que tuviera que estar casada. Es más, ¿quién decía que tenía que casarse?
Pero ella sabía que Reese podría querer tener una familia y una vida de casado propia. Llegaría el día en que encontraría a la mujer con la que quisiera pasar su vida. Ese pensamiento la inquietaba. O tal vez era que Josie aún podía sentir las yemas de los dedos de él a lo largo de su cintura y su cadera. No debería seguir sintiendo hormigueo en esos lugares, pero así era, lo cual resultaba tanto confuso como frustrante.
El teléfono de Josie vibró sobre la mesa y ella echó un vistazo a la pantalla al mismo tiempo que Reese murmuraba una maldición. Apareció el nombre de Chris con un mensaje sin leer.
–¿Todavía no capta la indirecta? –preguntó Reese–. Le cerré la puerta en la cara.
Ella no se molestó en abrir el mensaje; se ocuparía de él más tarde… o no.
–Quizás debería haber hablado con él un poco –afirmó ella.
–No. Cada vez que hablas con él, eso le da esperanzas. Necesitas cortar de forma radical.
Su amigo tenía razón, pero a ella le disgustaba ser descortés. Le había dicho a Chris de la manera más amable posible que habían terminado, y ya llevaban seis meses divorciados. ¿No era eso señal suficiente de que estaba siguiendo adelante?
–No te preocupes –añadió Reese–. Captará la indirecta en cuanto nos vea juntos y vea mi coche aparcado fuera cuando él pase conduciendo.
Josie rio.
–Ni que fueras a estar aquí las veinticuatro horas del día.
Sus ojos se encontraron con los de ella.
–Claro que sí. Puedo trabajar desde aquí. Será complicado, y todavía tengo que viajar, pero tú eres la prioridad en mi vida ahora mismo. ¿En qué habitación quieres que me instale?
–¿Habitación? –preguntó ella–. ¿Quieres decir…?
Una sonrisa traviesa se formó en el rostro de Reese, provocando una ola de deseo no deseado en Josie.
¡Pero si era su mejor amigo! ¿Qué estaba pasando?
–Que me mudo contigo, cariño –dijo él, guiñándole un ojo.
Desde luego, eso no era lo que había planeado cuando llegó a la casa de Josie el día anterior. Pero, maldita sea si no se había distraído por completo al sentir el cuerpo de ella junto al suyo, teniendo esa cadera curvilínea bajo su mano.
Siempre había sabido que ella era sexy como el infierno, pero nunca la había mirado de otra forma que no fuera como su mejor amiga. Ahora era su falsa prometida… ¿Cómo demonios se suponía que debía manejar esa situación?
¿En qué lío los había metido?
El día anterior había acudido a ella porque necesitaba su consejo y su hombro para apoyarse. No es que lo hiciera a menudo, pero su vida se había derrumbado de repente y no tenía adónde ir.
Aún estaba intentando procesarlo todo. La sorprendente carta que había recibido en su oficina mientras su padre se recuperaba de una cirugía de corazón y descubrir que el que creía su padre no lo era en realidad… Si es que la carta de esa mujer ya fallecida decía la verdad.
Reese se dejó caer en el borde de la cama en la habitación de invitados de la casa de Josie y agarró la carta con sus manos. Cuando se fue a Tennessee hacía varios días, le había dicho a su amiga que se ausentaría una semana. Había vuelto después de dos días.
Viajar desde Green Valley, Tennessee, de vuelta a Sandpiper Cove, Carolina del Norte, solo había sido un vuelo de una hora. Esas eran las ventajas de tener un avión propio y saber pilotarlo uno mismo. Había aprovechado el tiempo de ida y vuelta para pensar en todo lo que había sucedido, pero aún no tenía una imagen clara ni respuestas.
Había ido a la destilería Hawkins hacía unos días y se había reunido con Sam Hawkins y Nick Campbell, los dos hombres que supuestamente eran sus medio hermanos. La difunta madre de Nick, al parecer, había querido dejar una confesión póstuma revelando en unas cartas el nombre del verdadero padre de los tres. Todos compartían el mismo padre: Rusty Lockwood, el magnate multimillonario de Lockwood Lightning. Todo el mundo conocía la empresa mundialmente famosa de moonshine, pero pocos conocían al hombre que había detrás de ella. Incluido Reese.
Hacía una semana, había contratado a un investigador para desenterrar todo lo que no era fácilmente accesible al público, y él mismo también había estado haciendo sus propias investigaciones en Internet. Rusty parecía ser un santo, poseía la destilería de moonshine más grande del mundo y donaba miles de dólares cada año a Milestones, una asociación benéfica para niños con discapacidades.
Pero, desafortunadamente, la semana anterior, Rusty Lockwood había sido arrestado por desviar fondos de esa misma asociación y, según Sam y Nick, Lockwood era el diablo en persona. Ambos habían tratado con él durante años y ninguno tenía algo bueno que decir. Y no estaban nada contentos con el descubrimiento de que era su padre biológico.
Reese no sabía qué creer, todo eso había estallado en su cara tan rápido y sin previo aviso. No le gustaban las sorpresas, y menos aún una que significaba que podría haber sido traicionado y engañado durante toda su vida. La carta había llegado mientras su padre estaba en el hospital, pero una vez que fue dado de alta, sus padres se habían ido de vacaciones con la bendición del médico y Reese no quería arruinar su tiempo de descanso.
Demasiadas cosas de golpe… La salud de su padre, las repentinas responsabilidades del negocio, la carta que afirmaba que Reese no era hijo de sus padres…
Pero para cuando ellos regresaran a casa, esperaba tener un plan sólido y algunas respuestas.
¿Debería enfrentarlos y pedir explicaciones o ignorar el pasado? Tenía tantas preguntas… Una parte de él deseaba no haber sabido la verdad nunca, pero la otra quería conocer la historia… Su historia.
Reese dobló la carta de nuevo y la dejó sobre la mesita de noche antes de ponerse de pie. No había dormido mucho la noche anterior, principalmente porque ese no era su hogar y no estaba acostumbrado a esa cama mullida con todos esos cojines.
Josie podía ser muy estricta y formal en cuanto a su sentido de la moda y su carrera, pero le encantaba tener un hogar acogedor. Aunque todo en su casa era blanco o gris. Realmente le faltaba algo de color en su vida, pero no la cambiaría por nada.
Especialmente esas malditas curvas…