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¿Creía que le besaría y que luego aceptaría sus condiciones? De vuelta en la ciudad después de dieciséis años, Maty Taylor, abogada de Tennessee, tenía que persuadir a su examante, el multimillonario fabricante de bourbon Sam Hawkins, para que vendiera su destilería de valor incalculable. Una tarea muy difícil, ya que Maty estaba siendo chantajeada para que consiguiera persuadirlo. Percibiendo los problemas, Sam rechazó la oferta, incluso cuando un renovado deseo surgió entre ellos. Pero ¿haría su secreto oculto que le costara una segunda oportunidad con Maty?
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Seitenzahl: 204
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2020 Jules Bennett
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un encuentro escandaloso, n.º 224 - mayo 2025
Título original: Scandalous Reunion
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410627970
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Sam dio un sorbo a su café solo y echó un vistazo a todo el correo que había apilado sobre su escritorio. Tras tres semanas fuera, las cosas no estaban tan mal. Su ayudante lo había clasificado entre basura y urgente. Decidió empezar con la basura para deshacerse de ella cuanto antes.
Tomó la carta de arriba justo cuando su móvil vibró sobre la mesa. Miró la pantalla y, al no reconocer el número, dejó a un lado la carta y atendió la llamada, ya con los ojos puestos en la siguiente.
–Sam Hawkins.
–Sam, hola. Soy Maty Taylor.
Maty Taylor. La mujer que le había dejado el corazón hecho pedazos. Y con la que no había vuelto a hablar desde hacía dieciséis años…
Dejando atrás el pasado, Sam se esforzó en prestar atención a la conversación.
– … la abogada que representa a Rusty Lockwood –continuó ella con un tono profesional, como si fuera una desconocida. Como si su conexión íntima se hubiera esfumado para siempre cuando ella se marchó–. Llamo para concertar una reunión.
La mano de Sam se detuvo sobre la carta mientras sostenía el teléfono con la otra.
–Maty.
Pronunciar su nombre le resultaba extraño y, al mismo tiempo, tremendamente familiar. Necesitaba hacerlo. Deseaba que ella abandonara ese tono rígido y le hablara como lo haría si se encontraran casualmente por la calle.
–Perdona… ¿Has dicho Rusty Lockwood? ¿Una reunión? –dijo él, un poco confuso.
–Sí. Llamé la semana pasada y tu ayudante me dijo que estabas fuera, así que quise asegurarme de contactarte esta mañana antes de que tu agenda se llenara.
Espera… ¿Qué? ¿Aquello era real? Llamando de la nada en nombre de su principal rival y ni siquiera comenzaba con un: «Hola, ¿qué tal te ha ido todos estos años?». Todo era increíble, por no decir decepcionante. ¿Cómo podía estar ella trabajando con semejante canalla?
–¿Trabajas para Rusty Lockwood? –preguntó Sam, todavía aturdido. Era demasiado temprano para lidiar con tal revelación. ¿Su pasado y su presente colisionando? Imposible.
Cuando se separaron, él estaba en la universidad y ella estudiaba Derecho, con ganas de querer cambiar el mundo. ¿Y dónde había acabado? Justo en las garras del hombre más corrupto que Sam conocía.
¿Qué diablos le había pasado a la mujer que él creía conocer?
–Soy su nueva abogada –respondió Maty, manteniendo esa voz profesional y pulida–. Por eso te llamo. Me gustaría concertar una reunión para discutir la generosa oferta de mi cliente para adquirir tu destilería.
Sam resopló y rechazó la idea sin más. Se acomodó en la silla de cuero de su escritorio y abrió el siguiente sobre.
–Tu cliente sabe perfectamente que no estoy interesado en vender, ni ahora ni nunca, así que tu llamada y esa reunión son innecesarias –dijo mientras abría una carta manuscrita y la extendía sobre su escritorio para leerla–. ¿Hay algo más que necesites discutir?
–Sam, solo te pido cinco minutos. –El tono de ella ahora sonaba casi suplicante.
Cinco minutos. No le daría a Lockwood ni cinco segundos. Ese hombre solo deseaba lo que no podía tener, y Sam estaba harto de ese juego. La negativa de Sam a vender su destilería no había sido suficiente para que Rusty aceptara un no por respuesta.
–¿Qué demonios, Maty?
–¿Perdón? –Ella pareció sorprenderse.
–¿Cómo acabaste trabajando para alguien como Rusty Lockwood? No es buena gente.
El silencio al otro lado de la línea fue su respuesta inicial, mientras Sam dejaba la carta a un lado y se levantaba, esperando que ella se defendiera.
–Mi situación laboral y las razones de mis decisiones no son asunto suyo –le informó ella con firmeza–. Mi único propósito es concertar una reunión.
Ese tono de nuevo. Sam apretó los dientes y golpeó su puño contra la mesa, contemplando la ladera de la montaña y el arroyo que fluía detrás de la destilería. Aquel lugar lo significaba todo para él y no permitiría que nadie lo tocara. Especialmente Lockwood, aunque intentara hacerlo a través de su expareja.
–¿A qué estás jugando, Maty?
–¿Jugar? No estoy jugando. Solo llamo en representación de mi cliente. ¿Podemos encontrarnos el miércoles a la una? Iré a tu oficina.
Sam negó con la cabeza y soltó una risa incrédula.
–No voy a reunirme contigo, Maty, pero te daré un consejo: busca a alguien mejor para el que trabajar y olvídate de ese sinvergüenza.
Cortó la llamada y guardó el móvil en el bolsillo.
¿Qué estaba pasando y por qué Maty Taylor había vuelto a la ciudad para trabajar con el mismísimo diablo?
Sam ya no era el joven de dieciocho años que se había enamorado de una rubia cuatro años mayor. Había sido tan ingenuo como para pensar que estarían juntos eternamente. Qué iluso. Ella había puesto por delante su carrera de Derecho antes que a él, pero, mirando atrás, su partida había sido la lección más valiosa de su vida. Aprendió a proteger su corazón, a centrarse en su carrera y a construir su marca.
Se quedó mirando todo el correo que aún tenía pendiente de revisar. La carta manuscrita seguía allí, pero eso ya no le importaba. No, su mente estaba en la mujer que había irrumpido de nuevo en su vida. Sabía que Maty no se daría por vencida fácilmente. Rusty era tenaz y ella también.
Sam estaba deseando verla después de tanto tiempo. Solo esperaba que ella estuviera preparada, porque él era más fuerte, más poderoso y mucho más experimentado que la última vez que se vieron.
–Maldita sea –murmuró Maty, mientras la frustración, el miedo y la ansiedad la invadían.
Sam había tenido el descaro de reírse de ella y ni siquiera considerar la posibilidad de trabajar juntos en una reunión. ¿Era así como gestionaba todos sus asuntos?
A pesar de haber sido un completo imbécil, seguía teniendo esa voz grave y ronca que hacía que se le erizara la piel. Maldito fuera por seguir siendo tan atractivo.
Y sabía que lo era porque había visto bastantes fotos suyas a lo largo de los años y el paso del tiempo le había sentado muy bien.
Atractivo o no, no tenía derecho a ignorar su petición como si no significara nada. Habían compartido un pasado, ¿y no podía encontrar tiempo para reunirse con ella?
Lástima. Había demasiado en juego como para dejar que Sam tomara las decisiones. Su situación no era culpa suya, pero él era la única solución. Si hubiera otra forma de salvar a su hermano, Maty no volvería a ponerse en contacto con Sam. Pero Rusty era implacable y era imposible escapar de su plan de chantaje, así que tenía que lograr verse con él y luego convencerlo de que vendiera su destilería a Lockwood.
Rendirse no era una opción. Tendría que insistir.
Rusty le había dejado muy claro cuáles eran sus obligaciones como nueva abogada. Lo que tendría que hacer para proteger a su hermano.
No, no le gustaba ser chantajeada, pero no tenía más remedio que hacer el trabajo sucio de Lockwood. Desde que llegó a Green Valley para trabajar en Lockwood Lightning, la mayor destilería de alcohol ilegal del mundo, había oído rumores sobre la mala reputación de su dueño. Al parecer, se apropiaba del dinero de las donaciones que sus empleados hacían a una organización benéfica para niños que supuestamente apoyaba.
Por suerte, esa no era su especialidad, así que tenía otros abogados, probablemente corruptos, que se ocupaban de ese asunto.
No, Rusty tenía otros planes para ella. La había contratado específicamente por su pasado con Sam Hawkins.
Habían estado enamorados y planeado un futuro juntos, hasta que ella decidió estudiar Derecho y él se negó a dejar Green Valley. Tuvieron que replantearse todo y, al final, ella se marchó de la ciudad sin mirar atrás.
Sin embargo, allí estaba de nuevo, tras dieciséis años de ausencia y, si no conseguía que Sam vendiera su destilería de bourbon, Rusty dejaría de financiar el cuidado y la terapia del hermano menor de Maty.
Si eso llegara a pasar… Ella no disponía de otros fondos, no tenía a nadie que la ayudara, no contaba con ningún recurso. No era como Rusty o Sam, que tenían más dinero del que sabían qué hacer con él. Estaba realmente sola por primera vez en su vida y más vulnerable que nunca.
Respiró hondo y se alisó el vestido lápiz negro que llevaba. Ya sabía que no sería fácil acercarse a Sam. Si lograr que vendiera su preciada destilería hubiera sido sencillo, Lockwood no habría necesitado su ayuda.
Casi se echó a reír. No le había pedido ayuda, se la había exigido. La había sacado de su otro despacho en Virginia y la había arrastrado hasta allí, hasta el punto de verse obligada a instalarse en un viejo apartamento que guardaba demasiados recuerdos. A cambio, su hermano recibiría todos los cuidados necesarios mientras ella hiciera su trabajo sucio.
Rusty había tenido que escarbar profundamente en el pasado de Sam para encontrarla. No se habían vuelto a ver desde la universidad, pero ella nunca lo había olvidado.
Maty le llevaba cuatro años de ventaja y estaba ansiosa por lanzarse al mundo profesional, mientras que él aún estaba buscando su camino y lidiando con la adicción al juego de su madre.
Por muy seria que hubiera sido su relación, por muy enamorados que se hubieran declarado, tantas circunstancias externas se habían interpuesto entre ellos que al final el último lazo que los unía acabó rompiéndose.
Se tragó el nudo de emociones que tenía en la garganta y se obligó a alejar los recuerdos. Ya no era la misma mujer. Había una gran diferencia, prácticamente toda una vida, entre los veintidós y los treinta y ocho años. Había sufrido mucho más que la pérdida de su primer amor.
Aunque quisiera olvidarlo, habría sido imposible ignorar el gran revuelo que se había formado tanto en Tennessee como en el resto del país. El destilador más joven en superar los mil millones de dólares en ventas en un año y el maestro destilador más joven de la historia. No podía ir a un restaurante de lujo o incluso a un pub en Virginia sin ver su característica botella detrás de la barra.
Pero ¿en Green Valley? Nada. El único lugar donde se podía comprar ginebra Hawkins, y pronto también bourbon, era en la propia destilería. Rusty Lockwood mantenía las licencias de venta bien aseguradas con su alcohol ilegal. No había manera de tocar al férreo magnate, ni su control sobre los lugareños. Y a Sam le esperaba una pelea infernal porque Maty no podía permitirse fallar. Él tenía todas las de perder.
El chantaje era un delito, pero Rusty tenía cuidado de no dejar rastro. Era tan corrupto como el que más y ahora ella estaba atrapada en medio de su red. Su única ventaja en ese momento era el elemento sorpresa. Estaba claro que él se había quedado atónito con su llamada del lunes por la mañana. Y ella no podía detenerse. No solo tenía que mantener a Sam descolocado, sino que tenía que actuar antes de que sus miedos y recuerdos la hicieran cancelar todo el asunto.
Una hora después de colgar con Maty, Sam estaba en su despacho, contemplando la carta que había empezado a abrir esa misma mañana. La recorrió con la mirada y la leyó de nuevo, convencido de que era una broma. Incluso tras examinar cada palabra, su asombro no disminuía.
Tenía tantas preguntas que no sabía por dónde empezar. Lo único claro era que debía controlar sus emociones. Esa carta llegaba en el peor momento posible. No creía en coincidencias y estaba decidido a esclarecer el asunto.
¿Estaba Maty al tanto de esa carta? ¿Y Rusty? ¿Iba él a presionarlo aún más ahora que la destilería estaba a punto de lanzar su primer bourbon de diez años?
No lograba entender cómo Maty había acabado enredada con un empresario tan turbio.
Escuchar su voz lo había transportado a la única época de su vida en la que todo parecía ir bien. Durante los años que estuvieron juntos, se había permitido soñar con un futuro que ahora sabía inalcanzable.
Había sido ingenuo y se había enamorado. Pero eso ya formaba parte del pasado. Sin duda, había aprendido la lección de no dejar entrar a cualquiera en su vida. Ganarse su confianza no era tarea fácil, pero cuando alguien conseguía entrar en su círculo íntimo, estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ayudar a esa persona.
Algunos podrían pensar que sus problemas provenían de su relación con su madre, pero nunca había confiado en ella, así que ese no era el caso. No, su escepticismo venía de una belleza rubia de ojos claros que parecía inocente, pero que le había destrozado el corazón sin piedad ni remordimientos.
A pesar de su enfado inicial, con el tiempo, Sam comprendió que, si ella se hubiera quedado, ninguno de los dos habría sido feliz. Ambos tenían sueños y, lamentablemente para esa pareja joven e ingenua, esos sueños incluían primero carreras exitosas antes que vidas personales.
Había querido odiarla desde el día que se marchó, pero la siguió amando durante años. Ahora…, bueno, ya no la conocía. ¿Seguiría siendo igual de atractiva? ¿Se habría vuelto más sexi con el tiempo? No había querido buscarla en las redes sociales; no quería retroceder cuando había luchado tanto por avanzar.
Que su ex volviera a la ciudad después de tanto tiempo no le afectaría. Ella podía decir o hacer lo que quisiera; su respuesta sobre la venta de Hawkins no cambiaría.
Sam apartó los pensamientos sobre Maty y se concentró en la carta que le había llegado.
Si lo que contenía era cierto, cambiaba absolutamente todo lo que había considerado verdad.
Durante años, había preguntado a su madre quién era su padre y la única respuesta que recibía era que era un canalla y que estaban mejor sin él. Pero Sam siempre había querido saber más. La tez de su madre era mucho más oscura que la suya, lo que le generaba curiosidad sobre la nacionalidad o etnia de su progenitor. Tenía los hombros anchos y una constitución grande, nada que ver con la complexión menuda de su madre. Y también estaba el hoyuelo bajo su barba desaliñada. Su madre no tenía hoyuelos.
Pequeñas cosas que siempre habían generado preguntas en su mente.
¿Era la verdad lo que había escrito en la carta que sostenía en sus manos? Por mucho que quisiera cerrar ese capítulo de su pasado, no estaba seguro de que esa fuera la clausura que deseaba.
Sam agarró su teléfono y envió un mensaje a su nuevo amigo Nick Campbell diciéndole que necesitaba encontrarse con él lo antes posible. No solo trabajaban juntos para derribar a Rusty, sino que Nick también estaba involucrado en esa inoportuna carta.
Se habían conocido hacía solo un mes, pero ahora sus vidas estaban entrelazadas.
Sam agarró el sobre para verificar la fecha del sello. Era de hacía tres semanas. Debió de haber llegado justo después de que él partiera en su viaje, o quizás incluso el día que se fue. Lo que estaba claro era que su ayudante la había puesto en la pila de la basura por error.
De repente, la puerta se abrió de golpe.
–Lo siento, Sam, ella…
–Buenas tardes, Sam.
Maty Taylor irrumpió en su despacho como un torbellino. Aquella mujer siempre había sido audaz, decidida y segura de sí misma. Parecía que no había cambiado.
Pero sí lo había hecho.
Su cabello estaba más largo, los rizos más pronunciados, sus curvas se habían rellenado más y el vestido azul brillante que llevaba no hacía nada por ocultar el contorno de sus caderas.
«Contrólate. Ella trabaja para tu enemigo, lo que la convierte también en una enemiga».
–Está bien, no te preocupes –dijo Sam a su ayudante mientras se levantaba y rodeaba su escritorio.
El empleado echó un último vistazo a Maty antes de cerrar las puertas dobles y dejarlos a los dos solos. Sam se paró frente a la mesa, cruzándose de brazos y apoyándose casualmente en el borde. Aunque no había nada casual en esa reunión improvisada y Maty lucía demasiado sexi, demasiado impactante…
Menos mal que sus muros emocionales eran fuertes desde hacía años.
Había sido tan ingenuo cuando estuvieron juntos por primera vez que ni siquiera se había dado cuenta de que los necesitaba para mantenerse a salvo. Ahora lo sabía.
Rusty había elegido bien su última arma, pero Sam no quería a Maty, ni a nadie más, en medio de esa batalla. Ese viejo bastardo iba a perder y él iba a hacerle parecer un maldito tonto por intentar utilizar tácticas rastreras.
–No voy a vender. –Sam mantuvo su mirada fija en la de ella–. Puedes volver y decirle a tu jefe que mi respuesta es la misma que cuando su último abogado vino a verme y cuando me llamaste esta mañana.
–Quizás podamos encontrar una solución en la que ambas partes estén contentas –sugirió ella, dando un paso adelante con una suave sonrisa en sus labios rosados.
Cuando salían juntos, raramente se maquillaba. Ahora tenía sus profundos ojos marrones delineados y…, maldita sea, esos ojos no deberían provocarle tanta agitación en el cuerpo, pero lo hacían.
Si no se mantenía centrado, sucumbiría a la atracción física. ¿Cómo podía tener un impacto tan grande en él en tan poco tiempo? Había tenido muchas citas a lo largo de los años; no era como si no estuviera acostumbrado a estar rodeado de mujeres hermosas.
Pero Maty era, bueno…, era Maty.
Siempre había sido diferente y una parte de su vida todavía le pertenecía solo a ella.
–Mi parte está feliz tal y como están las cosas –le informó él–. Si Rusty no está satisfecho, ese no es mi problema.
Maty lo miró fijamente antes de que su mirada se desviara para recorrer su oficina. Él la observó mientras se dirigía a la pared de fotos en blanco y negro que tenía en exhibición. Había creado una especie de línea del tiempo de su trayectoria hasta llegar a la actualidad. Necesitaba ese recordatorio cada día que entraba en esa oficina, de cuánto había trabajado, de todo lo que había logrado, para seguir avanzando.
Por supuesto, se detuvo justo en la primera foto de él delante de su primera cerveza casera. Había sabido a agua sucia de bañera, pero estaba igualmente orgulloso de ese error. Cada fracaso lo impulsaba a ser un hombre mejor. Incluyendo el fracaso que en ese momento estaba parado frente a él.
–Recuerdo esta foto –dijo ella, lanzándole una mirada por encima del hombro.
Sam no dijo nada. ¿Qué había que decir? Ella había hecho esa maldita foto, por supuesto que la recordaría.
Maty había estado a su lado desde sus primeros experimentos. Ella conocía su objetivo de tener una destilería algún día, pero a los diecisiete años eso parecía un sueño poco probable que sucediera.
Cuando el silencio se prolongó, Maty se volvió de nuevo hacia él y Sam exhaló. Maldición. Ni siquiera se había dado cuenta de que había estado conteniendo la respiración, pero cuando esos ojos se posaron en él, se quedó paralizado. Si no se reponía, ella podría hipnotizarlo y aprovecharse por completo del deseo reavivado que sentía.
No importaba lo que hubiera pasado en el pasado, no podía negar que ella era incluso más sexi de lo que recordaba y a su cuerpo no le importaba un carajo lo que hubiera pasado con su corazón en el pasado. El deseo parecía instantáneo.
–Pareces feliz aquí –murmuró ella al pasar a la siguiente foto, dando un ligero golpecito con una uña contra el cristal.
–Me gradué como el mejor de mi clase cuando todo estaba en mi contra y tenía que cuidar de mi familia.
Ella le lanzó una mirada por encima del hombro.
–Tu madre.
Sam asintió. No tenía sentido negar los hechos. Ella había estado presente el tiempo suficiente en su vida como para saber qué tipo de mujer era su madre. Todo había cambiado mucho desde que Maty se fue, y ahora que Sam tenía dinero, su madre siempre quería que la sacara de todos los líos en los que se metía.
–No has venido hasta aquí para hacer un recorrido por el pasado. No vas a conseguir nada, así que no pierdas el tiempo.
Ahora ella se giró completamente, dejando caer los brazos a los costados mientras inclinaba la cabeza.
–Quizás quiero ponerme al día –replicó ella–. Quizás tengo curiosidad por saber qué has estado haciendo estos últimos dieciséis años.
–¿Quieres saber a qué me he dedicado? –Rio él, y abrió sus brazos ampliamente–. Mira a tu alrededor. ¿No te basta con haberte llevado mi corazón hace tiempo? ¿Ahora también quieres mi vida?
Porque esa destilería, sus empleados, lo eran absolutamente todo para él. Había trabajado demasiado duro, incontables horas, muchas noches en vela para hacer de Hawkins un negocio respetable. Incluso si Sam muriera, no le pasaría su legado a Rusty. No dejaría que el viejo Lockwood pusiera sus garras en su destilería de ninguna manera.
–No busco robar nada –replicó ella–. Solo estoy aquí en nombre de mi cliente, que está dispuesto a mejorar su oferta. Ni siquiera has escuchado la cifra y podría valer la pena considerarla.
Sam odiaba su tono profesional. Odiaba que lo tratara como a un cliente más. Y odiaba aún más que estuviera involucrada con ese bastardo. Pero… quizás ella había cambiado. Quizás ya no tenía moral. La chica a la que una vez había amado había sido leal a su familia, anteponiendo a sus padres y a su hermano ante todo.
Pero había trazado una línea entre ellos en el momento en que optó por aliarse con su rival. No podía evitar preguntarse qué había pasado en los últimos dieciséis años para que ella tomara esa decisión profesional.
–¿Cómo está tu familia? –preguntó él, cambiando el curso de la conversación.
El rostro de Maty palideció durante un segundo, antes de que alzara la barbilla con orgullo.
–Mis padres murieron en un accidente de coche hace dos años. Mi hermano sigue en Virginia.
Todo su enfado y resentimiento se desvanecieron. Había querido a su familia como si fuera la suya propia.
–Maty, no tenía ni idea –dijo él, dando un paso hacia adelante–. Lo siento mucho.
Sam se obligó a detenerse antes de hacer algo estúpido como extender la mano y tocarla, en un vano intento de consolarla. Él era quien estaba conmocionado. Después de todo, ella había tenido tiempo para procesar la pérdida. Sam siempre había admirado a Will y Monica Taylor, quienes habían sido unos padres muy amorosos.
–Entonces, ¿Carter también es abogado?
Maty parpadeó y se giró hacia las fotografías de nuevo.
–Has tenido a muchos famosos por aquí.
Cuando tocó la foto de un popular cantante de música country sosteniendo un vaso de ginebra, él se lo tomó como una señal para que dejara de hablar de su hermano, y despertando aún más la curiosidad de Sam. Maty y Carter siempre habían estado muy unidos. El hecho de que ella pasara tan rápido a otro tema le resultaba extraño.
Maty terminó su recorrido por las imágenes en blanco y negro y soltó un suspiro mientras se giraba de nuevo hacia él.
–Realmente te ha ido muy bien.
–No necesito tu aprobación.