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Miniserie Deseo 214 Cuando cliente y proveedor cruzan la línea de lo profesional... Elise Hawthorne dirige una destilería familiar con la ayuda de sus dos hermanastras. Es una mujer muy responsable que siempre ha antepuesto sus obligaciones, tanto profesionales como personales, a su vida privada. Jamás arriesgaría una operación económica por una aventura de una noche. Pero cuando se queda atrapada en un sótano y a oscuras con Antonio Rodríguez, un cliente importante que ha cruzado el charco para probar de primera mano sus licores, no puede resistirse a sus encantos. Consciente de que mezclar negocios y placer es un riesgo que no debería tomar, decide jugarse el todo por el todo.
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Seitenzahl: 203
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Jules Bennett
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Cuando las luces se apagan, n.º 214 - julio 2023
Título original: When the Lights Go Out…
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411800037
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Si te ha gustado este libro…
Probablemente existan lugares mucho peores para visitar que un viejo castillo convertido en destilería. La extensa estructura de piedra, enclavada entre las colinas ondulantes de Benton Springs, Kentucky, resultó ser una agradable sorpresa. La historia que había detrás de esa edificación centenaria era fascinante…, casi tanto como sus nuevas propietarias.
Antonio no sabía qué esperar cuando despegó de Cadaqués, España, en su avión privado dos días atrás, pero la belleza del edificio y su exuberante entorno le recordaron mucho a su hogar.
Precisamente el único lugar del que intentaba huir. Bueno, quizá no de la pintoresca ciudad costera en sí, pero sí del legado que se cernía sobre él. No tenía ni idea de cómo decir a sus padres que no se haría cargo del negocio familiar que habían creado. Un negocio familiar que debería haber pasado a manos de su hermano, pero el trágico destino les había arrebatado el futuro que todos habían imaginado.
–Tú debes de ser Antonio Rodríguez.
Antonio dejó de admirar el paisaje y estuvo a punto de tropezar al contemplar otra imagen impresionante. La pelirroja de amplia sonrisa que se le acercaba era la misma mujer con la que se había comunicado por correo electrónico durante los dos últimos meses.
–Y tú, Elise Hawthorne –respondió.
No solo había hecho los deberes sobre esa destilería y la variedad de licores que ofrecían, sino que también había investigado a las tres mujeres que estaban detrás de la marca Angel’s Share.
Elise era la directora general y el contacto directo para todas las cuentas VIP. Habían intercambiado mensajes durante algún tiempo y ella se había mostrado muy profesional y complaciente.
La repentina excitación que Antonio acababa de experimentar al verla lo pilló totalmente por sorpresa. ¿Quién iba a decirle que unas gafas de carey podían ser sexys?
Elise resultaba atractiva tanto intelectualmente como por su evidente belleza exterior, dos cualidades que él encontraba absolutamente irresistibles, y si no se centraba en el trabajo y en sus propios asuntos, se vería envuelto en un enredo para el que no tenía tiempo.
Qué pena. No le importaría conocer a Elise Hawthorne fuera del horario de trabajo.
Acortó la distancia que los separaba y le tendió la mano.
–Es un placer conocerle por fin en persona, señor Rodríguez.
–Antonio –insistió, ofreciéndole una sonrisa, esperando que ella le devolviera otra a cambio. No le decepcionó.
En la fotografía de las hermanas que salía en la página web de la empresa resultaba difícil ver con claridad los rasgos de cada una de ellas. Todas estaban de pie frente al castillo, el cual acaparaba toda la atención en la imagen.
Antonio le extendió la mano y ella no tardó en responder con un suave pero firme apretón. Una mujer poderosa, segura de sí misma y con una sonrisa de infarto… Tal vez, después de todo, su viaje a América acabase gustándole más de lo que pensaba. Y un poco de coqueteo no le hacía daño a nadie.
Sin embargo, había jurado que aquel viaje sería estrictamente de negocios. Su última transacción antes de retirarse definitivamente del negocio familiar. Se lo debía a sus padres, y se lo debía a sí mismo. Tenía que dejar a un lado sus deseos personales y centrarse en conseguir nuevas marcas que importar para la zona de bar de sus restaurantes.
Y en realidad esa era la parte fácil del viaje. Recorrer Estados Unidos, yendo de destilería en destilería, haciendo catas y conociendo a gente nueva. Pero no tenía ni idea de cómo continuaría su vida una vez finalizara aquel viaje.
Últimamente, se guiaba más por la culpa y la obligación que por otra cosa. Hacerse cargo de la cadena de restaurantes de lujo que sus padres habían fundado décadas atrás no era su ideal de vida. Quería sus propias metas, sus propios sueños… No quería sustituir a su difunto hermano gemelo. Si Paolo no hubiera muerto…
Durante toda su vida, Antonio había disfrutado viajando y conociendo diferentes culturas. Nunca había querido establecerse en un lugar concreto, y mucho menos formar una familia con otra persona.
Pensó que podría hacer lo que sus padres querían y ser el hijo que necesitaban.
Siempre sintió que se lo debía a Paolo.
Antonio había dejado de lado todos sus pensamientos y deseos egoístas, pensando en que sería capaz de cumplir con ese papel que habían creado para él, pero no había sido así.
Y cuanto más dejaba que esos sentimientos crecieran, más le molestaba todo lo relacionado con el negocio familiar. Después de aquel último viaje tendría que hablar seriamente con sus padres sobre su futuro.
Pero la familia lo era todo, ¿cómo iba Antonio a romper el corazón de sus padres abandonando la megadinastía que habían construido? Habían confiado tanto en él que esperaban jubilarse pronto y dejarle su preciado legado lo antes posible. Y lo último que él quería era casarse con una mujer… o con un negocio. Disfrutaba de sus libertades, siempre lo había hecho, y una vez fallecido su hermano, Antonio se dio cuenta de la importancia de vivir cada día como si fuera el último.
Sin embargo, el sentimiento de culpa por ser el hijo superviviente le hacía sentirse obligado a cumplir los deseos de sus padres en lugar de vivir su propia vida.
–Angel’s Share no se parece en nada a las fotos de internet –afirmó, volviendo a centrar su atención en el impresionante entorno–. Esto es realmente extraordinario y hay que verlo en persona para apreciarlo de verdad.
La sonrisa de ella se hizo aún más grande. No podía negar que era una mujer muy bella. Lástima que no estuviera allí para coquetear. Convertirse en un playboy de la jet set no era precisamente la aventura empresarial en la que quería embarcarse.
–Gracias –respondió ella–. El castillo data de finales del siglo XIX. Obviamente, ha habido algunas reformas y cambios, pero la estructura sigue siendo la original. Hace unos cien años se añadieron algunas dependencias, pero también se conservan bien. Estamos muy orgullosos de la empresa que tenemos y de que todo haya encajado en su sitio.
–Como debe ser.
Elise señaló hacia el sendero pedregoso.
–Hace un día precioso. ¿Le gustaría empezar el recorrido fuera por los terrenos?
–Estoy a tu plena disposición. –Ofreció una reverencia simulada–. Muéstrame todo lo que tienes.
Elise enarcó una ceja y él se dio cuenta de que sus palabras podían interpretarse de otro modo.
En lugar de decir algo, ella se limitó a asentir. Necesitaban mantener un buen ambiente, ya que acababan de conocerse. Tal vez se hubiera jurado a sí mismo que no se involucraría con una mujer en aquel viaje, pero no había esperado encontrarse cara a cara con semejante tentación y sentir un impulso tan fuerte nada más empezar.
–Es agradable salir de mi despacho de vez en cuando, así que empezaremos por aquí. –Hizo un gesto con las manos y echó un vistazo a la extensa propiedad–. Como ya le he dicho, el castillo tiene más de cien años. Una familia escocesa emigró aquí en 1845 y construyeron esta réplica de lo que habían dejado atrás. Incluso hay un puente levadizo, algo que, realmente, nos encanta.
Mientras Elise hablaba, Antonio intentaba concentrarse en sus palabras y en el trasfondo de la destilería Angel’s Share. Pero había algo tan relajante y casi… sensual en su voz. Las mujeres americanas siempre le habían parecido fascinantes. Eran atrevidas, enérgicas y no pedían perdón por su forma de ser. Antonio había tenido varias amantes de Estados Unidos a lo largo de los años. Pero en aquel viaje estaba decidido a centrarse exclusivamente en las oportunidades de negocio de su familia. Por desgracia, no habría aventuras mientras estuviera en Benton Springs. Aunque eso no significaba que tuviera que evitar toda tentación que se le presentase.
Elise Hawthorne era, en definitiva, alguien a quien no le importaría llegar a conocer un poco más íntimamente, y sin duda podría hacer que su tiempo aquí fuera más interesante. No podía evitar las sonrisas coquetas y las bromas divertidas, era su manera de ser por defecto y no podía cambiarlo.
–¿Qué fue lo que te hizo querer iniciarte en el mundo de la destilación? –le preguntó mientras la seguía por el lateral del castillo.
Elise se detuvo en el camino y se giró para mirarle de frente.
–Bueno, a mis hermanas y a mí siempre nos gustó este lugar abandonado. En el instituto solíamos venir aquí con nuestras amigas a tomar algo a escondidas los fines de semana y salir de fiesta. Hace varios años, cuando salió a la venta, todas tuvimos claro que queríamos hacer algo grande con él. Antonio asintió.
–Además, no hay mejor lugar que Kentucky para abrir una destilería y, con este entorno único, estamos atrayendo a mucha gente y negocios. –Elise no dejaba de sonreír mientras habla–. Este castillo ya fue una destilería anteriormente, pero la Ley Seca terminó cerrándolo y nunca volvió a abrir. Un propietario privado vivió aquí hasta finales de los años noventa. Cuando murió, estuvo vacío hasta que nosotras lo compramos. Así que, cuando mis hermanas y yo decidimos adentrarnos en este mundo de hombres, quisimos hacer algo más romántico y único en este lugar tan especial.
–Totalmente de acuerdo con que es un lugar especial –convino.
–Incluso nos gustaría celebrar bodas, pero aún no hemos abierto nuestras instalaciones a ese tipo de eventos.
Antonio la estudió una vez más, dándose cuenta de que había algo diferente en su aspecto. Era bastante refinada, pero a la vez informal y muy profesional. Tenía la sensación de que esa mujer poseía muchas capas y se preguntó cuántas podría llegar a descubrir antes de que terminara su estancia allí unas semanas más tarde.
–Por cierto, hablando de tus hermanas. Cuando busqué Angel’s Share en internet, me di cuenta de que todas sois muy diferentes entre vosotras.
La sonrisa de Elise se ensanchó y enarcó una ceja.
–Somos muy diferentes, desde nuestro aspecto hasta nuestra personalidad. Pero nos criamos juntas. De hecho, nos adoptaron cuando éramos bebés. Estamos más unidas de lo que cualquier parentesco de sangre podría hacer jamás. Yo soy la mayor, luego Delilah y después está Sara. Ellas siempre me dicen que las trato como si fuese su madre, supongo que es algo que me viene de serie y no puedo evitarlo.
Se notaba que había amor en su tono de voz. De repente, una punzada de celos se apoderó de él. Al haber perdido a su gemelo a los trece años a causa de una meningitis, Antonio no tenía demasiadas vivencias con su hermano que pudiera compartir.
Crecer como hijo único, perder el vínculo de su gemelo, había sido un cambio de vida para Antonio bastante importante y también había cambiado la relación con sus padres. Ahora era el único hijo que tenían y esa carga le agobiaba, cada vez más con el paso de los años.
Su inquietud y su necesidad de libertad empezaron tras la muerte de Paolo y no necesitó que ningún psiquiatra le confirmara que las dos cosas estaban relacionadas. Había sentido la necesidad de salir de casa, donde guardaba tanto dolor y tantos recuerdos, y cuando empezó a viajar se dio cuenta de que con ello podía escapar de la angustia, aunque fuera por poco tiempo.
La familia lo era todo para él, y por eso había tardado tanto en ocultárselo a sus padres. Dirigir la cadena de restaurantes no era, desde luego, su deseo. Pero no podía decepcionarlos y necesitaba un plan de acción sólido antes de plantearse la idea de dejar el negocio familiar. No quería decepcionarlos, y se merecían dejar su legado a alguien que realmente sintiera por él la misma pasión que ellos.
–Sin duda, se ha formado un gran revuelo en los medios de comunicación y en los círculos del bourbon, sobre todo porque siempre ha sido una industria dominada por hombres.
La sonrisa de Elise se convirtió en una mueca y él pudo ver que estaba luchando contra sus verdaderos pensamientos.
–La verdad es que estamos corriendo en círculos a su alrededor y no pueden seguirnos el ritmo. –Se ajustó las gafas y le sostuvo la mirada–. Y tengo que admitir que ha sido bastante divertido ver a esos veteranos intentarlo.
Antonio se rio y sacudió la cabeza.
–No pretendía faltaros al respeto. Lo cierto es que estoy asombrado de lo que habéis hecho las tres. No solo habéis creado un bourbon de primera categoría, junto con una ginebra increíble de la que todo el mundo habla, sino que todo el mundo espera ansioso vuestro bourbon de diez años. –Que quede entre nosotros, yo soy más de ginebra. Pero gracias por el halago. –Empezó a caminar de nuevo por el sendero, en dirección a la parte trasera del castillo–. Estamos muy orgullosas de nuestro bourbon y han venido catadores de todo el mundo a por muestras antes de que presentemos el de diez años. Creo que la expectación generada es la que se merece. Nuestros productos son excelentes, a la altura de cualquier destilería de categoría.
Llegaron a una puerta trasera y Elise tecleó un código, luego abrió y le indicó que entrara.
–Puede que sea un castillo antiguo, pero tenemos seguridad de última generación. Después de ti.
Nada más entrar, una sensación de hogar lo invadió. Antonio no sabía muy bien a qué se debía, pero aquella mezcla de lo viejo con lo nuevo le transportó a Cadaqués. Le encantaba su ciudad natal y su rica historia, con sus colinas ondulantes que se adentraban en la costa. Con sus viejos caminos de piedra que conducían a tiendas y casas pintorescas. Su pueblo no solo era rico en historia, sino también en familias generacionales que seguían creciendo y prosperando. Tal vez ese fuera otro de los atractivos que le llevaron a visitar primero Angel’s Share en su gira americana. Se veía a sí mismo en ese lugar, por extraño e inesperado que sonara. Aparte de tener costa, las similitudes eran acogedoras y le hacían sentirse bienvenido.
–Ahora comprendo por qué os gusta tanto este castillo –le dijo mientras ella se colocaba a su lado–. Y por qué estabais ansiosas por comprarlo y encontrarle un uso.
–Oh, pues aún no has visto nada. –Sonrió–. Estoy guardando lo mejor para el final.
Volvió a centrar su atención en Elise, y se encontró con que ella le devolvía la mirada. Ahí estaba de nuevo. Aquella punzada de lujuria que había sentido cuando se conocieron. Pensó en la foto que había visto en la página web de la empresa, en la que Elise posaba con sus hermanas. En aquel momento no le había llamado la atención. Pero ahora, en persona, le atraía, le cautivaba con algún poder invisible.
–¿Cuántas visitas guiadas das aquí? –preguntó.
–Tenemos una media de diez al día. Nos gusta que los grupos sean pequeños e íntimos para que los clientes sientan que reciben un trato VIP. Puede que estemos creciendo rápido, pero seguimos queriendo mantener ese ambiente de pueblo pequeño y acogedor.
–No, me refería a ti. ¿Cuántas das tú?
Ella parpadeó, claramente sorprendida por su pregunta.
–Oh, bueno, yo nunca hago visitas guiadas. Cuando abrimos por primera vez, mis hermanas y yo nos turnábamos cuando teníamos un grupo al día o algo así. Luego empezamos a tomar impulso y al final contratamos a unos universitarios más jóvenes para hacer las visitas en grupo. Le ponen mucho empeño y reciben una formación sobre historia y bebidas espirituosas antes de empezar con el trabajo.
Aunque Antonio estaba ansioso por ver el resto de aquel asombroso castillo y aprenderlo todo sobre Angel’s Share, quería saber más sobre Elise Hawthorne y todo lo que tuviese que ver con aquella fascinante mujer. Si seguía haciéndole preguntas, tal vez lograra quitarle su coraza profesional y pudiera profundizar más en la mujer que había debajo.
Se acercó más a ella sin darse cuenta, pero no se arrepintió.
–En mi humilde opinión, creo que el público se está perdiendo tu personalidad y tu belleza –le dijo–. Sin duda, pienso que es a ti a quien querrían ver.
Ella se encogió de hombros como si no supiera qué decir. Su pelo pelirrojo se deslizaba sobre su hombro y a él le entraron ganas de estirar la mano y tocar aquellos sedosos mechones.
¡Diablos! Acababa de meterse en problemas ya en el primer día. Y todavía le quedaban varias semanas…
Por suerte solo estaría en Angel’s Share aquella semana antes de ir a otras destilerías de la zona. Pero estaría en la misma ciudad con semejante tentación durante más tiempo del aconsejable. Elise inclinó la barbilla.
–¿Estás intentando ligar conmigo?
Antonio no pudo evitar reírse. Ahí estaba esa atrevida actitud americana que le resultaba tan fascinante.
–¿Intentarlo? Si tienes que preguntar, quizá deberías hacerlo mejor.
Ella enarcó una ceja, tal vez tratando de intimidarlo, pero a él el gesto le resultó de lo más sexy.
–¿Por eso estás aquí? ¿Para ligar?
–Estoy aquí en busca de las mejores marcas para llevarme a Cadaqués. Estoy aquí para dejarme la piel como hago siempre y, si por casualidad me encuentro con una mujer cautivadora y guapa, puedes estar seguro de que no rechazaré la oportunidad de ligar con ella.
Elise Hawthorne no sabía muy bien qué pensar de aquel inquebrantable y encantador visitante, no podía ignorar su declaración…, ni tampoco lo sexy y cautivador que le resultaba. Su piel tostada por el sol mediterráneo, el pelo negro y esos ojos de mirada profunda y penetrante.
Y luego estaba su acento…
Desde el principio había intentado centrarse en ser profesional y mostrar el trabajo del que ella y sus hermanas estaban tan orgullosas. Pero aquel hombre tenía un marcado acento español que lo hacía todavía más atractivo.
Estaba demasiado ocupada como para pensar en tener vida social, y mucho menos una vida sexual. Elise había reorganizado semanas enteras para poder reunirse con Antonio Rodríguez. Sus padres habían sido actores famosos en su día, y ahora eran propietarios de una amplia cadena de restaurantes por toda la costa de España en pequeñas ciudades turísticas de moda. Eran los primeros clientes potenciales a nivel mundial que Angel’s Share tenía y llegar a un acuerdo con la familia Rodríguez podría abrirles las puertas a añadir más clientes en todo el mundo. Tenía que conseguir sí o sí un trato con ellos.
La familia era muy conocida, estaban en boca de todos tanto en la prensa como en las redes sociales. Antonio no solo era considerado como un soltero de oro, sino que también tenía fama de playboy y de hombre salvaje.
Todo lo opuesto a ella. Aunque tenía que reconocer que él era la fantasía personificada de cualquier mujer. Pero ella no estaba buscando un hombre, y mucho menos uno con una reputación tan traviesa.
«Vuelve a concentrarte, Elise. No pienses más en esos ojos de mirada lasciva».
Sus hermanas se morirían de risa si supieran que Antonio Rodríguez coqueteaba con ella. De las tres chicas, Elise era la más tranquila, la más seria, la que siempre anteponía el trabajo y la responsabilidad a cualquier otra cosa. Sara solía llamarla aburrida. Y no se equivocaba, pero la «aburrida» siempre cumplía su cometido. Elise prefería un mundo ordenado y estructurado. No le gustaban demasiado los cambios, y encapricharse, o cualquier otra cosa, con Antonio, sería sin duda un cambio que ella no deseaba.
–No conseguirás ningún descuento en tus futuros pedidos por coquetear conmigo –le dijo con una sonrisa, sorprendiéndose a sí misma por su inesperada actitud descarada con él. Tal vez las bromas eran contagiosas–. Así que será mejor que guardes tus encantos para cuando visites otra empresa.
La boca de Antonio se torció tratando de ocultar una sonrisa, pero antes de que pudiera decir nada, Sara entró por la puerta trasera, con las manos llenas de carpetas, su bolso, un maletín con un portátil y su taza de café, y a punto estuvo de caérsele todo al suelo cuando se dio cuenta de que no estaba sola.
–Oh, lo siento –se disculpó Sara mientras se apartaba el pelo de los ojos–. Pensaba que no había nadie aquí.
Elise agradeció la interrupción. Necesitaba volver a poner sus pensamientos bajo control. Estaba claro que permanecer en su despacho día tras día le había nublado la mente. Quizá debería empezar a hacer más visitas e interactuar con los clientes. Así se acostumbraría a que la atractiva mirada y la encantadora charla de un hombre carismático no perturbara tanto su mente.
–No te preocupes –le respondió Elise–. Llegas justo para presentarte a Antonio Rodríguez. ¿Recuerdas que te dije que llegaría hoy?
Los ojos de Sara se abrieron de par en par al ver a Antonio. Sin duda, era su tipo. Sara era de las que se enamoraban con facilidad, de las que nunca rechazaban la oportunidad de dejarse seducir por un hombre. Siempre buscaba el amor, pero aún no había encontrado el verdadero.
–Es un placer conocerte –afirmó Sara con una sonrisa–. Soy…
–No me lo digas. –Antonio levantó la mano–. Eres Sara Hawthorne.
Sara intentó recolocar todo lo que llevaba en las manos.
–Déjame ayudarte –se ofreció Antonio mientras extendía las manos para enderezar la pila de carpetas y ajustar la correa del bolso en su hombro–. Ya está.
–Amable y gentil. Un hombre al que no perderle la pista… –dijo Sara con una sonrisa en sus labios rojos mientras no le quitaba ojo a Antonio.
Elise no tenía ni idea de cómo su hermana, tan poco organizada, podía tener siempre un aspecto tan adorable, sensual y desastroso al mismo tiempo, pero la mujer se las arreglaba para conseguirlo.
Elise había visto coquetear a su hermana antes, pero en ese momento no le estaba pareciendo tan adorable como de costumbre. Cada vez que salían a cenar, Sara siempre despertaba la curiosidad de los hombres, así que no era de extrañar que Antonio le devolviera la sonrisa.
–¿Has conocido ya a Dee?
Antonio frunció el ceño sin saber de quién le estaba hablando.
–Nuestra otra hermana, Delilah –aclaró Sara.
–En realidad acabamos de empezar nuestra visita –le informó Elise–. Le he enseñado un poco el castillo, pero no hemos hecho mucho más. Antonio llegó hace solo treinta minutos.
–Bueno, estoy segura de que te encantará todo lo relacionado con Angel’s Share, y Elise es el cerebro de todo esto, así que sin duda estás en buenas manos.
Todas tenían su lugar y su talento especial dentro del negocio. Y Elise estaba muy orgullosa del suyo. Con una licenciatura en Historia y un máster en Empresariales, había puesto en práctica su elevado coeficiente intelectual y se enorgullecía de ser conocida como el «cerebro» del grupo.
Nunca había sido ni de lejos tan despampanante como Sara, con aquella piel impecable y aquel pelo oscuro y brillante, y desde luego ni siquiera podía compararse con Delilah, con su dulce sonrisa y su belleza genuina y natural. Sus dos hermanas llamaban la atención de cualquiera sin ni siquiera pretenderlo.
Elise, en cambio, siempre intentaba encontrar el par de gafas que mejor se adaptara a la forma de su cara y no la hiciera parecer una anciana. Tal vez su estilo de vida fuera aburrido, pero ¿tenía que parecerlo también? Por no hablar de que acababa de tener que pedir cita de urgencia en la peluquería porque esa mañana se había visto una cana y había tenido que arrancársela con unas pinzas.
Solía pensar que sus costumbres tan rutinarias y no dejar lugar a la improvisación como hacían sus hermanas eran su perdición. Pero con los años se dio cuenta de que todas eran diferentes y que se complementaban unas a otras. Cada una tenía su fuerte, y el suyo era la organización y la puntualidad.
–No tengo ninguna duda de que estoy en las mejores manos.
El comentario de Antonio hizo que regresara de sus pensamientos y descubrió que los ojos de él estaban c